Ponciano Arriaga, un gran liberal potosino Por Miguel Ángel Fernández Delgado Investigador del INEHRM Hay personajes en la historia nacional que no son reconocidos dentro de la primera línea de los protagonistas de nuestro pasado, pero cuyas ideas tienen tal repercusión en el devenir histórico del país, que a su pensamiento lo podríamos considerar un caudillo por derecho propio. Tal es el caso del abogado potosino Ponciano Arriaga (1811-1865), quien nació dos meses después de instalada la Suprema Junta Nacional Americana, y murió dos años antes de que la República fuera restablecida al caer el Segundo Imperio Mexicano. Fue un hombre de acción cuyos instrumentos fueron las leyes, el periodismo, los cargos públicos y el debate parlamentario; también estructuró artículos fundamentales de la Constitución de 1857, y algunos de sus proyectos visionarios, como los relativos al derecho de propiedad y la procuraduría de pobres, se adelantaron a su época, pues no se harían realidad sino hasta la Constitución de 1917. José Francisco Ponciano Arriaga Leija nació el 19 de noviembre de 1811 en la ciudad de San Luis Potosí. Sus padres fueron Bonifacio Arriaga, mayordomo de la Fábrica Espiritual —esto es, encargado de administrar las rentas para adquirir los elementos de la fábrica espiritual eclesiástica: ornamentos, vasos sagrados, hostias, vino de consagrar, etc. — , y de María Dolores Tranquilina de Leija. Realizó sus estudios primarios en la escuela del diácono José Antonio Rodríguez y cursó el bachillerato en el convento de San Francisco de la capital potosina. No cumplía los doce años cuando el general Santa Anna proclamó en la misma ciudad la República Federal. Desde su edad adolescente, Arriaga conoció a quien sería su principal némesis político. En 1826, su tutor, Félix Herrera, lo inscribió en la carrera de Leyes en el recién inaugurado Colegio Guadalupano Josefino. Recibió su título de abogado el 14 de enero de 1831 y, aunque su carrera en el foro sería corta, realizó durante un par de años prácticas de derecho civil y penal en el despacho del Lic. Luis Guzmán. Muy temprano se involucró en la defensa de personas de extracción humilde que sufrían abusos de los poderosos. La vocación liberal de Arriaga se perfiló desde su adolescencia en lecturas de autores como los ilustrados europeos Rousseau, Mably, Montesquieu y Tocqueville, y los estadunidenses Jefferson, Madison, Hamilton y Jay, pues así lo demuestra la frecuencia con que los cita. En México, el partido liberal decía tener un compromiso con el desarrollo de la nación, para lo cual impulsaría todas las reformas necesarias, siempre bajo una forma republicana de gobierno, democrático y federal. Su contraparte, el partido conservador, optaba por el centralismo y la oligarquía de las élites, la defensa de sus fueros y privilegios, aunque con el tiempo se orientó hacia posturas cada vez más definidamente monárquicas. En el transcurso del siglo XIX, los liberales se dividieron en un sector moderado, compuesto por quienes creían más adecuado aplicar las reformas de manera paulatina; y los puros o radicales, que no veían la necesidad de esperar para introducir los cambios. Aunque así los tachaban sus contemporáneos —y es una creencia muy generalizada hasta nuestros días— ningún grupo liberal se dio a conocer en público como ateo; ni siquiera es correcto que se les tache, en términos generales, de anticlericales. Un personaje tan devoto de la religión católica como Ponciano Arriaga, reconocido liberal puro, lo dejó muy claro en el Congreso Constituyente de 1856-57: una es la religión cristiana “y otra cosa los bastardos intereses del clero.” Así lo confirmó al conseguir que se aprobara la adición al artículo 123 (antecedente del actual 130 constitucional), para que el poder civil no quedara inerme frente al eclesiástico, dotándolo de facultades con las que pudiera “intervenir en las materias de culto religioso, para reformar los abusos del clero, para conquistar la supremacía legítima de la potestad civil”. En marzo de 1832, en Tampico, el general potosino Esteban Moctezuma tomó las armas en contra del gobierno de Anastasio Bustamante, y Arriaga se le unió como secretario de campaña. Al fracasar el movimiento, nuestro personaje comienza a luchar desde la trinchera del periodismo. El 10 de diciembre del mismo año aparece el primer número de El Yunque de la Libertad, editado y redactado en colaboración de Mariano Villalobos. El diario siguió apareciendo hasta el 24 de junio de 1834, donde sus autores se pronunciaron por la causa del federalismo. Guillermo Prieto recuerda la siguiente anécdota ocurrida en el momento: “Al estallar la revolución de Religión y Fueros en 1833, Ponciano estableció un periódico vehementísimo con otros estudiantes, y se hizo el periódico más decidido y sangriento cuando ya Arista estaba en Guanajuato prevenido contra las iras de Santa Anna. El periódico de los pronunciados le dijo a Arriaga, intimándole, que esperaba que repitiera sus bravatas frente a los cañones de Guanajuato. Arriaga se alistó en la Guardia Nacional. Marchó a Guanajuato, y en lo más empeñado de la sangrienta toma de esa ciudad, luchando temerario, gritó desde una trinchera: „Díganle a Arista que aquí está Ponciano Arriaga, el de las bravatas del periódico…‟ Arista supo este rasgo de Arriaga, a quien no conocía, y desde entonces conservó por él profunda estimación”. Mientras el general Santa Anna marchaba a combatir la sublevación separatista de los colonos de Texas, quienes se declararon independientes al desaparecer las instituciones federales, preámbulo de la pérdida del territorio norte del país, el Ayuntamiento de San Luis Potosí nombró a Ponciano Arriaga comisionado para la Cuarta Sección del Municipio. Como no dejó de apoyar a los opositores al régimen centralista, tuvo que refugiarse en la Huasteca, de donde no volvería a la capital potosina sino al término de 1837. Entre 1838 y 1840, Arriaga se desempeñó como regidor y síndico procurador en el Ayuntamiento de su ciudad natal. En 1841, varios regidores potosinos, de común acuerdo con los miembros de la Junta Departamental, todos contrarios al gobernador Sepúlveda y al gobierno del general Anastasio Bustamante, propusieron al Cabildo que la propia Junta buscara a las autoridades competentes para convocar a nivel nacional una reforma a la Constitución, con el fin de reconstruirla sobre bases republicanas. El Gobierno general, una vez enterado, decidió suspender al Ayuntamiento por haber excedido sus atribuciones y someter a juicio a sus titulares. Para sustituir a estos últimos, se llamó a quienes, como Arriaga, ocuparon dichos puestos en 1840. Él, desde luego, se opuso a acatar la resolución, por lo que sufrió cárcel por orden del prefecto. En los días siguientes fueron apresados otros potosinos que solicitaron la libertad de Arriaga, lo cual no ocurrió sino hasta el 8 de agosto, después de casi un mes de encierro, cuando la Junta Departamental potosina se unió al general Mariano Paredes, quien desde Guadalajara se pronunció por un nuevo congreso constituyente. Al volver la calma, Arriaga fue designado secretario de la Junta de Fomento del Comercio de la capital potosina y electo diputado propietario al Congreso Constituyente, al que se incorporó el 10 de junio de 1842. Aquí hubo de sufrir la desilusión que padecieron todos los que abogaban por una república federal, resumida en las palabras pronunciadas por el general Santa Anna en la sesión de apertura: “la multiplicación de Estados independientes y soberanos, es la precursora indefectible de nuestra ruina”. En abril del mismo año, el nuevo gobernador del Departamento de San Luis Potosí, general José Ignacio Gutiérrez, lo nombró primeramente secretario de Gobierno, y en marzo de 1843 secretario del Departamento, cuando ya el general ocupaba la gubernatura de Tamaulipas. Arriaga, fiel servidor a su cargo, no olvidó sus proyectos, los ideales de su partido ni las necesidades de sus paisanos. Al término del mismo año, junto con Juan María Balbontín, Mariano Ávila y Manuel Escontría, compañeros de lucha, dio a conocer el folleto ¡Perderemos toda esperanza!, en el que proponían solucionar la escasez de agua en San Luis Potosí por medio de una obra de irrigación para el fomento de la agricultura, idea que se haría realidad con la Presa San José (1869-1907). Siguió ocupando cargos públicos en su lugar de origen, entre 1845 y 1848, como el de regidor del Ayuntamiento, secretario de Gobierno, ministro del Supremo Tribunal de Justicia y diputado propietario al Congreso Constitucional del Estado, en donde formó parte de diversas comisiones. Al final fue nombrado presidente del propio Congreso. Sin duda, su experiencia local lo preparó para el importante servicio que prestó a la patria una década después. La invasión estadunidense de 1846-48 fue la ocasión para que Arriaga presentara sus proyectos más avanzados. El primero de ellos fue una iniciativa de ley para extinguir los llamados derechos de carcelaje (derechos de patente, limpieza, alumbrado, distinción y todos los que bajo cualesquiera denominaciones se exigían en las cárceles o casas de reclusión), el cual completó con otro para escuelas y talleres penitenciarios, aprobados por el congreso potosino el 15 de abril de 1847. Pero sin duda el proyecto más célebre, que denota por igual una correcta asimilación de la caridad cristiana, a la vez que recupera una poco conocida institución colonial, fue la iniciativa para crear las procuradurías de pobres. El 9 de febrero del año en comento, los legisladores potosinos escucharon su propuesta para “mejorar la desgraciada y miserable condición de nuestro pueblo, atender a la modificación y reforma de sus costumbres, y promover cuanto favorezca a su ilustración y mejor estar”, por medio de las procuradurías de pobres; esto es, un número de procuradores que se ocuparían de la defensa de las personas desvalidas, “denunciando ante las autoridades respectivas, y pidiendo pronta e inmediata reparación sobre cualquier exceso, agravio, vejación, maltratamiento o tropelía que contra aquéllas se cometiera, ya en el orden judicial, ya en el político o militar del Estado, bien tenga su origen de parte de alguna autoridad, o bien de cualquier otro funcionario o agente público. Recibida la queja (…), las autoridades respectivas procederán sin demora a averiguar el hecho, decretar la reparación de la injuria, y aplicar el castigo legal”. Igualmente pedía que la alimentación de los escolares indigentes corriera por cuenta del Estado, y que éste pensionara a los más distinguidos y dotara a las niñas sin amparo “que por sus cualidades observadas en su conducta escolar, prometan ser buenas esposas”. Por último, pide crear un fondo estatal de caridad pública para combatir la pobreza. El proyecto fue aprobado el 5 de marzo, y el 15 de mayo se instaló la oficina de los tres primeros procuradores de pobres que trabajarían en la capital potosina. Los anteriores proyectos no deben entenderse como un plan evasivo frente a la invasión del ejército del norte. En su carácter de diputado, colaboró como comisionado en el Manifiesto del H. Congreso del estado a los potosinos sobre la restauración de los derechos de la nación y el federalismo, y bajo su presidencia del Congreso, las comisiones de Gobernación y Hacienda presentaron un dictamen con el fin de conceder recursos al Ejército nacional contra las fuerzas invasoras. En febrero de 1847, al integrar la Comisión Primera de Gobernación, presentó el dictamen sobre el decreto expedido por la Legislatura del estado de Jalisco que propuso una coalición de estados, condicionando la entrada de San Luis Potosí a no alterar el régimen federal que erigió provisionalmente el Acta de Reformas de mayo del mismo año. El 7 de abril, Arriaga propuso ante la legislatura potosina que el gobierno estatal empleara todos sus recursos para organizar una fuerza armada que defendiera y detuviera el avance de los estadunidenses. Dos meses después, junto con sus colegas legisladores, dio el visto bueno al decreto por medio del cual el estado de San Luis Potosí protestó no abandonar la causa nacional comprometida en la guerra con los Estados Unidos y oponerse a cualquier tratado de paz que no asegure la independencia e integridad del territorio, manifestando la decisión, de no haber otro remedio, de combatir decididamente al enemigo externo e interno. También lo comisionó su gobierno para organizar la Guardia Nacional potosina. Antes de ser nombrado diputado propietario al Congreso General (1 de octubre de 1847), Arriaga libró una polémica periodística a través de El Estandarte de los Chinacates, diario local que dirigió en el periodo, para desnudar —según el significado del náhuatl xinacatl— la verdad sobre la insurrección que dio inicio en Sierra Gorda, Guanajuato, y se contagió a San Luis Potosí y Querétaro, ante las acusaciones de los editores de La Época, periódico oficial potosino. En compañía de Manuel Payno, Miguel Arias y Vicente Romero, Arriaga conformó la Comisión de Aranceles y Presupuestos de la Cámara de Diputados, durante casi todo el año 1849. También es nombrado representante de su estado, como secretario para la comisión encargada del plan defensivo contra los indios bárbaros que solían atacar las entidades norteñas. Ponciano Arriaga ya era reconocido como el dirigente más destacado del liberalismo potosino y a nivel nacional por sus originales y avanzadas iniciativas legales, cuando fue electo senador (6 de enero de 1850-11 de diciembre de 1851). Destaca la propuesta que hizo el 16 de marzo de 1852, en coautoría con Guillermo Prieto y José María Lafragua, para que se prohibieran en el Distrito y territorios federales las corridas de toros, los combates de fieras y todo espectáculo en que se arriesgara la vida humana. Asimismo perteneció a la Junta Patriótica del Distrito Federal, en donde volvió a coincidir con sus amigos Prieto y Lafragua, y Mariano Riva Palacio. El presidente de la República, Mariano Arista, lo designó ministro de Justicia y Negocios Eclesiásticos el 11 de diciembre de 1852. Muy pronto se vio obligado a imponer su autoridad, haciendo un llamado al clero al sometimiento cuando se dio a conocer el Plan del Hospicio, que pedía la renuncia de Arista y el regreso del general Santa Anna, pues en él participaron algunos prelados y miembros del clero diocesano. Hasta el término de su ministerio, el 9 de enero de 1853, Arriaga intervino en la defensa del gobierno nacional en otros conflictos y movimientos que se alzaron en su contra. Renunció a su cargo tras la caída de Arista e inició una gran actividad dentro de la masonería, a la que se unió en fecha no determinada, donde alcanzó los títulos de Gran Luminar y Gran Maestro del Benemérito Rito Nacional Mexicano. El general Santa Anna asumió su último periodo presidencial, y ante la violenta cacería de opositores, liberales como Benito Juárez, Miguel María Arrioja, Melchor Ocampo y Ponciano Arriaga tuvieron que salir hacia los Estados Unidos. Los periódicos acusaron a este grupo liberal de planear una revuelta del otro lado de la frontera. Desde Nueva Orleáns, en compañía de Juárez, Ocampo y José María Mata, Arriaga contestó con una larga y documentada defensa: Sobre una pretendida traición a México. Luego publicó en Brownsville, para dar a conocer a los verdaderos traidores, el folleto Los millones de la Mesilla, en el que denunció apasionadamente el tratado que firmó Santa Anna el 13 de diciembre de 1853: “La palabra millones produjo gran efecto en las orejas de un avaro. ¡Millones! ¿Qué importa el número? Siete o quince para Santa Anna era lo mismo… No se trataban ni de Manga de Clavo, ni del Encero. Se trataba de la patria. ¿Y qué es la patria? Un pedazo de tierra… Un rebaño de carneros…” Enfermo, y después de haber padecido graves carencias económicas, Arriaga regresó a México el 11 de octubre de 1855. El general Juan Álvarez le ofreció el ministerio de Gobernación y, aunque dudó al principio, terminó aceptándolo. Desempeñó el cargo hasta la crisis política que precedió el ascenso de Ignacio Comonfort como presidente sustituto. En el Congreso Constituyente más célebre de la historia parlamentaria mexicana, Ponciano Arriaga fue electo diputado por el Distrito Federal y los estados de Puebla, México, Michoacán, Guerrero, Jalisco, Zacatecas y, desde luego, San Luis Potosí. Se le distinguió, además, como presidente de la Asamblea Constituyente y de la Comisión de Constitución. Aunque los liberales moderados prevalecían numéricamente en la asamblea, los puros ganaron en el primer momento las posiciones claves. El 16 de junio de 1856, a nombre de la Comisión, Arriaga presentó el proyecto constitucional que sería discutido en las sesiones ulteriores. Como no tomaron en cuenta sus diez propuestas para moderar los abusos del derecho de propiedad territorial, formuló y expuso un voto particular ante la Asamblea Constituyente. No era la primera vez que en nuestro suelo se hacía este reclamo. Ya lo habían pedido ilustres precursores, algunos recordados por Arriaga, como el obispo michoacano Abad y Queipo, el padre Hidalgo, Morelos, fray Servando Teresa de Mier, el padre Francisco Severo Maldonado, el gobernador de Zacatecas Francisco García Salinas, Lorenzo de Zavala, el Dr. Mora y Melchor Ocampo, pero ninguno en una forma tan detallada y apasionada como el diputado potosino. Sus compañeros constituyentes José María del Castillo Velasco y el Dr. Isidoro Olvera también atacaron los latifundios y pugnaron porque se dotara a los pueblos y a los individuos de las tierras que les hicieran falta. Pero no era el momento, ésta sería una reivindicación de los constituyentes de 1917. Por semejantes proposiciones, Arriaga fue acusado de socialista o comunista, aunque era tan cierto su reclamo que, inmediatamente después de presentar su voto, el Constituyente recibió no pocas comunicaciones suscritas por diversas comunidades indígenas y por grupos campesinos que lo apoyaban; también de conservadores y poderosos hacendados que lo reprobaron. A fines del mismo año, el 4 de noviembre, nuestro personaje participó en el debate de otro tema que era de sumo interés para él: el juicio político. Ya antes, en agosto de 1849, había intentado, sin éxito, el inicio ante el Senado de la República del juicio contra el gobernador potosino Julián de los Reyes, a quien acusaba de la comisión de varios delitos oficiales. En el Constituyente de 1856-57, luego de explicar que los mecanismos para exigir esta responsabilidad habían sido ineficaces e imposibles, expuso un nuevo procedimiento inspirado en las lecciones constitucionales de Tocqueville y Story. Múltiples y muy fecundas fueron las intervenciones de Arriaga en el Congreso. En cada una de ellas demostró una amplia erudición y compromiso con la patria y sus habitantes. Resulta imposible hablar de todas ellas. Recomendamos, a quien interese conocerlas en su totalidad, la crónica del también constituyente Francisco Zarco y la obra en dos tomos de Ricardo J. Zevada sobre el pensamiento político de Ponciano Arriaga. Unos meses después del juramento y firma de la nueva Constitución, Arriaga regresó a San Luis Potosí para ocuparse de asuntos particulares y litigar nuevamente en su despacho. Al estallar la Guerra de los Tres Años, permaneció fiel al presidente Juárez, quien, una vez concluido el conflicto, lo nombró director general de los Fondos de Beneficencia Pública. El 5 de junio de 1862, por instrucción presidencial, llegó a Aguascalientes para hacerse cargo del gobierno y de la Comandancia Militar del estado, con el fin de hacer frente a las pugnas entre las facciones liberales locales y frenar los abusos del clero y los conservadores. Al avanzar las fuerzas invasoras francesas, Arriaga fue electo diputado federal y se trasladó a la capital. Aprovechando que se le designó para presidir una de las primeras sesiones, conmemoró la victoria del ejército mexicano sobre los franceses el 5 de mayo. Cuatro meses antes de verse forzado el gabinete de Juárez a trasladar la sede de los poderes federales a la ciudad de San Luis Potosí, Arriaga fue nombrado gobernador del Distrito Federal (23 de enero-29 de mayo de 1863). Durante los cinco meses que duró su encargo como gobernador de la capital, enfrentó el grave problema de preparar militarmente a los capitalinos contra las incursiones de los franceses, y de tratar de someter políticamente a un Ayuntamiento de corte conservador que sistemáticamente contrariaba sus iniciativas y acciones de gobierno. También se empeñó en el cumplimiento efectivo de las Leyes de Reforma. Arriaga vivió su última experiencia política de tipo nacional, precisamente en su ciudad natal. En noviembre de 1863, poco después de haber recibido del presidente Juárez su segundo nombramiento como gobernador de Aguascalientes —encomienda que no llegaría a concretarse—, se desempeñó como presidente del Tercer Congreso Constitucional instalado en San Luis Potosí. El 12 de julio de 1865, momentos después de haber dictado su testamento, fallece a los 54 años de edad, bajo los auxilios de un sacerdote católico. Sus restos fueron trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres, por decreto del Congreso de la Unión, el 8 de mayo de 1900. La iconografía de Ponciano Arriaga es escasa. Hay una estatua en el Paseo de la Reforma y un retrato, casi el único que le conocemos, que conservó Luis Muro, el cual también se reproduce en el fresco de Rivera del Palacio Nacional. A falta de imágenes, su entrañable amigo Guillermo Prieto nos lo retrata con el pincel de sus palabras en la época del Constituyente de 1856-57: “Alto, flaco, anguloso; en chirlos los cabellos, dejando al descubierto la calvicie; frente abierta y franca, ojos pequeños, negros, de atrevimiento indecible; con rastros de viruela en la cara; boca húmeda y dentadura alegre y luciente; voz que salía dulcísima y vibrante. Era como el adalid de la gracia. En extremo nervioso: subía a la tribuna desgarbado y vacilante, temblaba al entrar en acción y pasaba su diestra sobre la frente como para arrancarle las ideas; pero insensiblemente su voz se aclaraba, su cuello se erguía, volvía el rostro a los lados y se encaraba con su auditorio. Entonces no corría sudor, no se precipitaba su elocuencia, procedía como por explosiones y pausas pero en ideas tan enérgicas, tan contundentes, como el ariete que a cada golpe parecía derribar con estrépito el muro en que se defendían sus enemigos”. También lo recordaron como un ilustre antecesor los fundadores del Partido Liberal Mexicano cuando nombraron al primer Círculo Liberal —que surgió precisamente en San Luis Potosí— Ponciano Arriaga. Por último, podemos decir que Arriaga nos legó también su optimismo. Hay que recordar sus palabras en el folleto Los millones de la Mesilla: “En México nunca ha llegado a morir la libertad; jamás se ha extinguido el entusiasmo de sus partidarios. Ni Santa Anna ni gobierno alguno, por fuerte y poderoso que sea, llegará a imperar con el silencio de la servidumbre. La naturaleza nos favorece; las montañas, los bosques, los desiertos, la extensión del país, sus climas, todo hará que en todas ocasiones, por alguna parte, quede siempre vivo, siempre incólume, el sagrado depósito de nuestros derechos. Así lo mantuvieron Morelos y Guerrero, así lo mantiene Álvarez; así lo conservarán nuestros hijos, siempre que la sorpresa y la intriga, la traición y el perjurio quieran otra y otras veces arrebatárselos.”