ARTIGO PUBLICADO: Mello Neto, Gustavo A. Ramos e Martínez, Viviana C. V. (Tantos) estudios sobre la histeria. Revista de psicoanálisis (Asociación Psicoanalítica Argentina), LXV, 2, 2008, pp. 307- 332. (Tantos) estudios sobre la histeria Gustavo Adolfo Ramos Mello Neto Viviana Carola Velasco Martinez Resumen Este trabalho resume una investigación1, que pretendió trazar un amplio cuadro del pensamiento psicoanalítico acerca de la histeria después de Freud. Lo hicimos a través del análisis de artículos publicados en revistas psicoanalíticas indexadas por American Psychology Association; y consideramos la producción hasta los últimos cuarenta años del siglo XX, época de grandes modificaciones. Así encontramos, desde los años 50 hasta los 80, un intenso debate en el interior del psicoanálisis, que objetiva introducir una espécie de reforma de la psicopatologia psicoanalítica, sobre todo entre autores norte-americanos. Así, la conversión deja de ser una particularidad de la histeria, de la misma manera como el carácter histérico — o histeria de carácter — substituye a la histeria de síntomas. Del mismo modo, una histeria dicha verdadera, de origen fálico-edipiano, es separada de una espécie de falsa histeria, en que los síntomas aparentemente histéricos sirven, en realidad, para disfrazar patologias más graves y de origen narcísica y egóica. En los años 80, encontramos una síntesis de la producción sobre la histeria, a partir de dos eventos europeos, uno en Francia, otro en Portugal, donde se discute exclusivamente la histeria en la actualidad. Identificamos en ese momento un fuerte movimiento de 1 Pesquisa financiada pelo Conselho Nacional de Desenvolvimento Científico e Tecnológico (CNPq) e Departamento de Psicologia da Universidade Estadual de Maringá, Brasil. Relatório final aprovado em 12/2005. 2 despsiquiatrización del psicoanálisis y el énfasis está puesto no en el cuadro patológico en si, pero en las relaciones mantenidas por el par analítico. Ya en los años 90 y 2000, la histeria puede aparecer bajo la forma de disturbios alimentares o puede dar lugar a cuadros borderline. Resurge entonces la pregunta si el complejo de Edipo es el núcleo de la histeria, o si habría algo más primitivo. Este último ligaria la histeria a las patologias más narcísicas del final de siglo. También, observamos en esas décadas una relación muy visible del psicoanálisis com los movimientos de época, sobre todo con la discusión social de las patologias contemporaneas y las tendencias feministas. Es eso lo que inicia el siglo XXI y encierra el siglo XX y es también donde encerramos el trabajo. 3 (Tantos) estudios sobre la histeria Introducción Exponemos en el presente trabajo una revisión del pensamiento psicoanalítico acerca de la histeria, producido después de Freud. Se trata de una revisión relativamente demorada, una parte de la história del psicoanálisis. Lo que no impide, que al final tengamos nuestro propio posicionamiento al respecto y propongamos un esbozo de teorización acerca dos fenómenos histéricos. Este texto es también el resultado de trabajo de investigación del discurso psicoanalítico sobre la histeria después de Freud2, que toma como fuente de información los artículos publicados desde los años 30 hasta la actualidad y tienen indexación en la Asociación Americana de Psicología. Tomamos de esa fuente más de 800 resúmenes, cuya lectura nos permitió escoger cerca de 200 textos completos, que resumimos, interpretamos y los relacionamos. Este analisis se hizo también dentro de un orden cronológico, de tal forma que se pudo relacionar el texto en su época (trabajamos en base a décadas). Es una revisión relativamente larga y exhaustiva, así es que lo que vamos a presentar aquí busca ser fiel a lo que fue realizado, pero por razones de espacio, nos restringiremos a pocos autores, cuyas ideas son representativas. ¿Por qué la histeria? Diremos que es por el hecho de ser considerado el objeto “fundador”3 en las narraciones de origen del psicoanálisis. René Major (1974), por ejemplo, autor de uno de los artículos que hace parte del corpus de textos que analizamos, afirma que la histérica crea de algún modo el psicoanálisis, al ser realmente escuchada en el discurso de Charcot (discurso del Maestro). Posiblemente sea un mito de origen, sin embargo, es cierto que, en sus años iniciales, la obra de Freud da gran importancia a los fenómenos denominados histéricos, lo que consideramos suficiente para los objetivos del presente trabajo. 2 Pesquisa financiada por CNPq (Conselho Nacional de Desenvolvimento Científico e Tecnológico), relatório final aprobado en 2005. 3 Eso consta en la própia Presentación autobiográfica de Freud (Ammorrortu, 1925). 4 Por eso comenzamos con Freud, ya que muchas tendencias posteriores vendrán por contraste. ¿Edipo o antes de él? La evolución del análisis de la histeria en Freud predominará hasta los años 50, en la producción psicoanalítica. Nos referimos a la idea de una causalidad fálico-edipiana de la histeria. Es lo que vamos encontrar en Freud, por ejemplo, en el “Caso Dora”, publicado en 1905 (Amorrortu, 1990). Dora es una paciente que, digamos “no sabe” que está enamorada por un hombre mayor y casado. Y frente a un llamado tan directo de la sexualidad adulta — he aquí el Sr. K. —, la paciente prefiere, a través de sueños y de síntomas, regredir hacia fantasías de amor incestuoso, dirigidas al padre, que estuvo en la raiz de las manifestaciones sintomáticas desde tiempos muy precoces. De cierta forma, Dora se refugia en el complexo de Edipo. Esta cita de “Pegan a un niño”, de 1919 (Amorrortu, 1990), puede resumir toda esta idea: En verdad, creemos que el complejo de Edipo es el genuino núcleo de la neurosis, y la sexualidad infantil, que culmina en él, es la condición efectiva de la neurosis; lo que resta de él como secuela constituye la predisposición del adulto a contraer más tarde una neurosis. (p. 190). Eso, todavia, toma un rumbo polémico en la própia obra de Freud. Al discutir la feminidad, como se sabe, Freud se dá cuenta de que el complejo de Édipo en la mujer no es como pensaba, simétrico, más bien, diferente. Y, sobretodo, porque el paso libidinal del objeto-madre para el objeto-padre no se daba de manera fácil, pues esa relación madre-hija permanecería investida mucho más tiempo del que se podría suponer y de forma ambivalente. A ese respecto dice en “La feminidad”, de 1933 (Amorrortu, 1990): “En suma, llegamos al convencimiento de que no se puede comprender a la mujer si no se pondera esta fase de la ligazón-madre preedípica” (p. 111). Y en “Sobre la sexualidad femenina” (1931, Amorrortu, 1990): Puesto que esa fase [preedipiana y de apego a la madre] deja espacio para todas las fijaciones y represiones a que reconducimos la génesis de las neurosis, parece necesario 5 privar de su carácter universal al enunciado según el cual el complejo de Edipo es el núcleo de la neurosis. (Amorrotu, p. 228, las bastardillas son nuestras). Y todavía: (…) la mencionada fase da ligazón-madre deja conjeturar un nexo particularmente íntimo con la etiología de la histeria, lo que no puede sorprender si se repara en que ambas, la fase y la neurosis, se cuentan entre los caracteres particulares de la feminidad; además, la intelección de que en esa dependencia de la madre se halla el germen de la posterior paranoia de la mujer. (p. 229, las bastardillas son nuestras) Al final Freud se rehusa en dar una solución a la duda de ser o no el núcleo causal de la neurosis el complejo de Edipo. Apenas sugiere que habría dos formas de resolución para este enredo, una que buscaría fuera del complejo de Edipo la causa de algunos casos de neurosis, y la otra consistiría en ampliar la idea de complejo de Edipo para todas las relaciones libidinales con las figuras parentales. De esa forma, Freud mantiene el complejo de Edipo como el centro causal de la histeria. Sin embargo, eso no es tan simple como parece, porque mucho de lo que los autores van a afirmar en la segunda mitad del siglo, acerca del origen puramente preedipiano de la histeria se fundamenta en los apuntes de Freud. Veamos que en los años próximos a Freud, años 30 y 40, no parece que haya grandes modificaciones, al menos en lo que dice respecto a la causalidad edípica de los fenómenos histéricos. No obstante, podemos suponer que ese cuestionamiento se gesta, por ejemplo, en la obra de Melanie Klein, con su suposición de que es la neurosis la solución encontrada para las angustias mucho más primitivas que aquellas del complejo de Edipo. En 1940, Klein (1996), considera la neurosis como forma de elaboración de la posición depresiva y, de esa forma, tiene sus raíces en 6 algo muy primitvo. Recordémos, todavía, que, para Klein, Edipo remonta a momentos muy precoces del desarrollo —Edipo precoz4— y tiene relación con la posición depresiva. Pero, sea como fuera, desde el punto de vista de la corriente que viene directamente de Freud — muchos de sus discípulos y la llamada Psicologia del Ego — la explicación freudiana sólo será cuestionada a partir de los años 50. Con todo, hay un otro elemento teórico interesante que gana cuerpo a partir de los años 30, es la idea de un carácter histérico. Eso encontramos en Reich, que considera el carácter como una protección contra estímulos oriundos, sea del mundo interno o externo, y el caráter histérico “está determinado por la fijación en la fase genital del desarrollo infantil, con su apego incestuoso” (citado por Marmor, 1953, p. 657). Pero, a pesar de centrar la explicación en la genitalidad, Reich enfatiza secundariamente también la fijación oral. Otro autor que teoriza sobre el carácter histérico es Wittels que, según Aaron Lazare (1971), sería el primero en hacerlo. Segundo él, el sujeto que desarrolla semejante carácter está fijado en el nível infantil, haciendo el papel de mujer y de niño al mismo tiempo, perdiendo así mucho de la realidad al permitir la entrada indebida del id en el ego (Marmor, 1953, p. 657). Del mismo modo, tenemos también Fenichel (1945), muy citado sobretodo en el psicoanálisis americano de los años 50, 60, 70 y 80, que sistematiza la idea de carácter histérico de forma muy parecida a la de Reich y Wittels, enfatizando el infantilismo y la exageración de la sexualidad. La idea de carácter histérico es cada vez más importante en la segunda mitad del siglo. Eso porque se piensa en una cierta disminución, o hasta desaparición, de la enferma de Charcot, tomada por el ataque histérico-epileptoide o la enferma de Freud, que sufriría sobretodo de conversiones. La enferma, ahora, estaría marcada por trastornos de la conducta y de las actitudes, mucho más de lo que estaría por síntomas. Digamos entonces, que hay cambios en la clientela, así como los hay en la teoría y es eso precisamente lo que Reich, Wittels y Fenichel tal vez están anunciando. 4 Tal vez aquí podamos considerar la segunda solución de Freud (1933, Amorrortu, 1990), de ampliar la idea de complejo de Edipo para todas las relaciones libidinales con las figuras parentales. 7 En 1953, Judd Marmor, psicoanalista norteamericano, relativamente conocido no sólo por sus posiciones con relación a la histeria, sino mas también por su participación en el movimiento que retiró la homosexualidad del DSM-II (en torno de 1973), publica un artículo donde cuestiona de hecho el modelo genital-edipiano como exclusivo para la explicación del carácter histérico. Retoma la descripción de Reich y Wittels, sin estar de acuerdo con sus explicaciones (que, vimos, enfatiza lo genital), y llama la atención sobre dos aspectos. El primero se refiere a la idea del carácter histérico, y se dedica al mismo. El segundo aspecto trata sobre la importancia de la oralidad en la histeria y en el carácter histérico de que Reich habla. Marmor dirá que no es gratuita la semejanza que se ve entre la histeria y otras patologías, tales como la esquizofrenia y las adicciones, cuyas causas estarían alrededor de la regresión oral. Las fronteras entre esas patologías no serían muy nítidas, de tal modo que no seria nada raro que, en situaciones de stress, el paciente diagnosticado como histérico produjera cuadros esquizofrénicos bien demarcados. La idea es, pues, de que la oralidad en la histeria (ahí se incluye el carácter histérico) hasta entonces había sido subestimada. Y la causa de esa patología aún podría estar alrededor del complejo de Edipo y de la fálico-genitalidad, pero estos últimos cobrarían la forma de la oralidad. O sea, en esos casos, será la própia fijación edipiana de una naturaleza oral. Así Marmor afirma que los padres que detuvieron al niño en la sexualidad oral, ¿por que no lo harían también en relación a la sexualidad fálico-genital? Pues bien, si la histeria se aproxima da esquizofrenia, de la psicosis, por su aspecto de etiología oral, ¿qué es lo que diferenciaría la dinámica y la causalidad? La respuesta es creativa y nos lleva al territorio de la Psicología del Ego. No es la fijación libidinal, dice el autor, que nos indicará lo que separa la neurosis de la psicosis, porque las regresiones y las fijaciones orales, anales y fálico-genitais pueden estar presentes en los dos grandes grupos de patologías, mas será la fuerza y la estructura del ego, cuya fragilidad egoíca estaría mucho más marcante en las psicosis. 8 La oralidad, finalmente, explicaria aún dos fenómenos. Uno sería el de la seducción en la histeria y el otro el de la dependencia de la mujer en general. Sobre lo primero, Marmor considera que la histérica, al ofrecerse sexualmente, no se ofrece de hecho, de forma genital. Lo que ella en realidad hace es formular un pedido de amor: “ámame que yo te satisfago” o, ámame y yo seré lo que tú quieras”. Y si el seducido realmente aceptara la seducción, aparentemente genital, la histérica se perturbaría, pues ella apenas es una chiquilla pidiendo amor. Ya sobre la dependencia, esta sería en realidad la principal manifestación de la fijación oral y una dificultad importante en el tratamiento. Del punto de vista del psicoanálisis en general —y no solo desde el discurso sobre la histeria— lo que importa es la interrogación que se hace sobre la teoría pulsional. Ella no deja de ser llevada en cuenta, pero no está más sola y tampoco es lo esencial. Además, hay la interrogación explícita del esquema de Abraham (citado por Marmor, 1953), según el cual, las patologías aumentan su gravidad y disminuyen su analizabilidad cuanto más precoz es su fijación5. Cuestionamento que viene de cierta manera al encuentro de las ideas de Fairbairn, que también critica la teoria pulsional. Sin embargo, la discordancia de este último autor es mucho más fundamental, ya que el énfasis es dado al objeto. En cuanto que Marmor, pondrá todo el acento en las relaciones entre la pulsión y la fuerza del ego, aunque hable de padres que fomentan las fijaciones. También tenemos otras ideas, “Nosotros estamos en una era de revisión retrospectiva de fenómenos básicos" (p. 633), afirma Leo Rangell, en 1959, también vinculado a la Psicologia del Ego, y propone inclusive que la conversión no seria necesariamente algo particular de la histeria, mas se exprimiría en otros diversos cuadros. Entonces, ¿qué es lo que define la histeria? Relación de objeto: histeria, carácter histérico e histeróide En la década posterior, años 60, el psicoanálisis norte-americano seguirá ese camino (de forma general y con relación a la histeria) de discutir el ego, la pulsión y el carácter/personalidad 5 Eso quiere decir que las psicosis estarían estrechamente relacionadas a la fase oral, en cuanto que la histeria se relacionaría a la fase fálico-genital y seria la menos grave de las patologías. 9 histérica. Es bastante conocido un artículo de Barbara Easser y Stanley Lesser (1965) cuyo objetivo está bien expuesto en el título: “La personalidad histérica; una reevaluación”. Se trata, primero, de distinguir la personalidad histérica de otras formas o estados de histeria (y Marmor, 1953, es muy citado). Easser y Lesser se refieren a cuatro: la histeria de conversión, la reacción fóbica, los estados de fuga y el carácter o personalidad histérico. A pesar de las diferencias señaladas, es interesante notar que esos autores continuarán refiriéndose a la histérica o histérico también cuando se refieren al síndrome de carácter o personalidad6. Muy interesantes son dos ideas que encontramos en el texto de Easser y Lesser y justifican lo que será dicho. Se trata, primero, de la analizabilidad. En los últimos años, dicen los autores, se vio a muchos psicoanalistas frustrados y contaminados afectivamente en el tratamiento de pacientes que se los había diagnosticado como histéricos, de tal manera que necesitaron cuidarse de esos pacientes. El otro argumento dice al respecto de los llamados progresos del psicoanálisis en relación a lo que justamente hemos visto con Marmor (1953): el nuevo énfasis en el ego — por oposición al énfasis en la fantasía, nos dicen Easser y Lesser. Ahora bien, esos dos argumentos juntos parecen justificar una cierta revisión del diagnóstico de la histeria. Para eso, los autores discuten un grupo de seis casos considerados de histeria, diferenciándolo de otro grupo que denominaron de histeróide. 6 En realidad, la importancia que se está dando a la separación entre histeria y carácter histérico o personalidad histérica es relativa. Todos los autores de nuestro levantamiento, principalmente los norteamericanos, la apuntan, pero observamos que por más que se nombra una separación entre la histeria y el carácter histérico o, igualmente, la personalidad histérica, notamos que, en la continuidad de sus textos, ellos se refieren a esos dos terminos indiscriminadamente como histeria. Eso significa que, a pesar de las críticas hechas por muchos autores y las tantas divisiones, la histeria tiene unidad. Lo que interesa a todos es la dinámica — o estructura — y no el fenómeno en si. Y aunque estén de acuerdo con ese discurso a favor de la separación, notamos que los autores, en su mayoría, no se dejan engañar por ella. De ese modo, para los analistas actuales, la paciente diagnosticada como manifestando una personalidad histérica, o un carácter histérico, equivaldría a lo que Ana O. era para Breuer, y Dora para Freud. Es interesante constatar la cantidad de denominaciones encontradas en la literatura, tales como “verdadera y falsa histeria”, de Zetzel (1968); personalidad histérica saludable (healthy) y enferma (sick), de Lazare (1971); síndrome de Briquet, correspondiendo a la histeria sick, de Lazare (1971), o al histeróide de Easser y Lesser (1965), o, todavía al falso histérico de Zetzel (1968). Sin embargo, todas estas denominaciones toman siempre como referencia la histeria clásica. 10 Esa división en grupos de comparación y todavía la idea de grupos parecen traer una especie de “experimentalismo” para el psicoanálisis. Lo que es muy característico de los textos norteamericanos de la época. En el grupo histérico, continuando, se tiene mujeres cuya problemática gira alrededor del comportamiento y del objeto sexual, que se quejaban de inhibiciones sexuales y de aprehensión en las relaciones amorosas y otras. Se trataba de mujeres bastante regredidas en el ambiente familiar, sobretodo en la relación con la madre y todas ellas estaban ligadas al padre en la realidad o en la fantasía (Easser e Lesser, 1965, p. 395). Esos padres, a su vez, tendrían tanto una característica seductora, como fantasiosa. Sin embargo, esa relación hija-padre sufriría una modificación en la pubertad, cuando la estimulación seductora se transformaría en condenación tanto del interés sexual, como romántico. Las madres, a su turno, parecían desinteresadas por sus hijas, pero, al contrario se interesaban en hacerlas bellas. El mayor conflicto vivido por esas pacientes sucedía cuando la gratificación sexual física era inhibida o reprimida. Como consecuencia, el romance invadiría todas las áreas de la vida. El conflicto más visible aparecería en relación a la madre, en la medida en que, fijadas en sus padres, verían a la madre como frígida y ridícula, digna de condescendencia. La envidia — de los atributos de la madre — seria mal percibida. En cuanto al conflicto con el padre, éste ocurriría en torno de la fijación infantil. Se caracterizaría también por envidia — del pene — y por una demanda precoz de amor. Esa envidia llevaría a una adulación exagerada de la pareja y substituiría la sexualidad olvidada. Los autores encontraron en esas pacientes los siguientes trazos: labilidad emocional; compromiso con el mundo humano, movidas por la necesidad de ser amadas; respuesta problemática no sólo con frustración, como también con súper-excitación. Se trata de una súper-excitación sexual, pero que viene acompañada de miedo de que sea realizada, por lo tanto, viene mezclada con la defensa y muchas veces redundaría en fuga. Esa excitabilidad estaría ligada a fantasías de romance y de sexualidad romántica. 11 Otra característica sería la sugestionabilidad, de que ya hablaba Babinski. No en tanto, Easser y Lesser (1965) suponen que esa sugestionabilidad no sea como la describió el médico francés. Piensan que es una cosa volcada para el objeto: la histérica no sería simplemente sugestionable, más sugestionable apenas por algunas personas, el objeto, y dirigido a ellas. En verdad, muchas de las características vistas por los autores, y aquí no las podemos enumerar por su extensión, giraría en torno del objeto y de la excitación ansiógena. Eso de manera que el mecanismo histérico más elementar sería el de la sustitución de los afectos uno por el otro o, aún, un cambio en la calidad de un afecto. Cualquier afecto, todavía, sería una señal para su transformación en angustia. Los movimientos afectivos en la histeria tendrían una particularidad: ellos serían puestos en el lugar de la verdad. El afecto y el uso afectivo del cuerpo funcionarían como un escudo contra el afecto principal. Un ejemplo es el acceso de rabia que se pone en lugar de la excitación sexual y la hace cesar. Eso a respecto de un grupo. El otro grupo es el de las pacientes consideradas histeróides. En ese caso, se trataría de una especie de caricatura de la histeria que, a su turno, sería una caricatura de la feminidad. Serían pacientes con reacciones aparentemente histéricas, aunque caricaturizadas7, pero de una patología mucho más grave, como por ejemplo, cuadros psicóticos, infantiles, o dichos borderline. En uno de los ejemplos relatados por los autores, la paciente, diagnosticada como histérica, sólo consigue sentir placer en el salón de belleza cuando el análisis ya había derribado las defensas contra el exhibicionismo. Al contrario de una paciente histeróide que, en esa misma situación, cambiaría el color del cabello dos veces por semana y siempre de acuerdo con los cambios en su humor. Son erráticas y sus movimientos psíquicos realmente las deja en peligro, lo que difícilmente ocurriría con la verdadera histérica. 7 La idea de caricatura es interesante. Damos apenas uno de los ejemplos a que los autores se refieren. Pensemos en la elegancia. En la histérica, lo elegante se vuelve maniquí y lo casual se transforma en displicente. 12 Pero, lo que más llama la atención son las relaciones de objeto: la histérica tiene dificultades en la relación; la histeróide tiene dificultad con la relación y es por eso que pone fin a una amistad cuando no encuentra en ella su necesidad de protección y nutrición garantizada. Hay en ella, en la histeróide, un impulso de absorber el objeto y eso vendría de la relación con el objeto madre, en las relaciones más primarias del cuidado, por tanto, se trata de una relación más fundamental. Pues claro, ahí tenemos por tanto la misma línea de cuestionamiento de la histeria de Marmor y de la discusión de la idea del carácter histérico. No en tanto, el artículo de Easser y Lesser, parece a veces escrito para combatir el de Marmor (1953). Todo eso porque, en la conclusión, los autores rechazan la idea de una motivación edípiana para la histeria o para toda histeria. Igualmente vemos que la paciente más regredida, capaz de entrar en surto psicótico, de la cual habla Marmor, para Easser y Lesser (1965) estaría mucho más próxima del grupo falso histérico, digamos, o histeróide. Veamos esta cita de estes autores: Una fuerza creciente fue colocada sobre las fijaciones orales y sobre la búsqueda de dependencia resultante, y eso con una implícita disminución del conflicto edípico como el ‘núcleo de las neurosis’. Creemos que se puede errar mucho tanto al enfatizar la fijación precoz como al asumir que toda la histeria es edípica en su origen. Es preferible dividir los pacientes en dos clasificaciones diagnósticas separadas (...) Reservamos el término ‘personalidad histérica’ para el grupo más maduro e integrado y designamos al amplo grupo que se extiende desde lo pré-genital até lo psicótico como ‘histeróide’. (p. 404-405) Aparte de ese aspecto clasificatório, que se ve en ese trecho, el artículo de Easser y Lesser llama la atención para el aspecto de la seducción paterna en la “verdadera” histeria, como fue visto, y eso será algo que tomará gran importancia a partir de los años 90. 13 Por ese mismo camino, de la diferenciación entre “verdadera ye falsa” histeria, tenemos también el texto de la psicoanalista norte-americana Elizabeth Zetzel, de 1968: cuyo título es al menos curioso: “La así llamada buena histérica”. La autora separa pacientes que presentan manifestaciones histéricas en cuatro grupos. La idea es que cuando la paciente no puede ser incluida en el primer grupo, que es el de las enfermas cuya fijación es realmente edipiana, el análisis tiende, en las palabras de la propia autora, para el caos. Es interesante notar que la teorización sobre la diferencia entre “buenas” y “malas” histéricas se hace a través del análisis de las relaciones de objeto. El complejo de Edipo “verdadero” exigiría del sujeto la capacidad en establecer relaciones de a tres. Esa capacidad sería adquirida, digamos, en la relación de a dos, con la madre. Ahí también el niño desarrollaría el sentido de realidad, desde dentro y fuera. Los grupos a que Zetzel se refiere serían: un primero, ya referido, denominado por la autora de histérico verdadero, de pacientes con cierta madurez, más que produjeron intensa represión, cuando todavía no habían renunciado al padre edipiano. El segundo grupo, por su vez, sería relativo a lo que la autora llama de buenas histéricas potenciales. Se trata de pacientes menos “maduras” y muy dependientes, pero que, en algún momento, podrían tornarse tratables, por tanto, “emigrarían” para el primer grupo. El tercer grupo agruparía sujetos con una cierta depresión mascarada. Algunas de esas pacientes habrían alcanzado el conflicto edipiano, no en tanto el padre estaría excesivamente idealizado. Su análisis, según la autora, tendría carácter interminable. El último grupo, el cuarto, sería el de las pacientes de aparente genitalidad, y serían, de hecho, sujetos incapaces de soportar la relación de a tres. Buscarían en la transferencia la satisfacción sexual inmediata y directa, mostrando, así, baja capacidad de discriminación entre mundo interno y externo. Estes dos últimos grupos, son considerados por Zetzel de “pretensas histéricas” y no llenan los critérios de analizabilidad del psicoanálisis tradicional. Tendrían, pues, una patologia grave, que seria semejante 14 a las psicosis y a los cuadros borderline8. Mas notese que la autora no dice que son psicóticos o borderline. A pesar del énfasis en las relaciones con el objeto, no se trataría, ahí, de la tendencia llamada de psicoanálisis de las relaciones objetales, fundada por Fairbairn, Guntrip, Winnicott y Balint. Eso porque la autora explora esas relaciones estrictamente en cuanto función del ego. La histeria en evaluación En los años 70, será importante un panel, o mesa redonda, cuyo tema es justamente “La histeria hoy”, que se realizó durante el congreso internacional de la IPA, en la ciudad de Paris en 1973. El relator del panel es Jean Laplanche (1974) y los expositores son David Beres, de los Estados Unidos, Alfredo Namnum, de México, Eric Brenman, de Gran Bretaña y André Green, de Francia. En su totalidad, la discusión está en torno de las modificaciones que la histeria habría sufrido para ese entonces. ¿Cambió el fenômeno o la teoria?, se preguntan todos y esa es la misma pregunta que se hace Easser y Lesser (1965), como vimos. El artículo de esos autores es citado. Beres y Namnum (citados por Laplanche, 1974) tienen una posición teórica bien marcada y tiende hacia la Psicologia del Ego. Proponen que no sólo la teoría cambió, pero también los fenómenos histéricos; cambiaron para el aspecto del carácter, dejando para atrás a las histerias sintomáticas de Charcot, Breuer y Freud. Namnum, por ejemplo, habla no sólo del carácter, sino también afirma que la histeria se presentaría, hoy, sobretodo en la forma de fobias y de problemas conyugales. Algo importante, todavía a que se refiere Namnun es al supuesto hecho de que la histeria estaría dirigida a alguien — es lo que llama de apelo histérico — y ese alguien sería el que también cambió. La histeria ya se presentó para el padre, bajo la forma de posesiones, al médico, en la forma de ataques y conversiones y, hoy, en una sociedad “psicoanalizada”, se presentaría al psicoanalista bajo la 8 Sobre esa relación entre histeria y cuadros borderline sugerimos al lector el artículo “Histeria e patologias borderline no discurso psicanalítico: linhas tênues”, de Mello Neto, Martinez y Moreira (2008). 15 forma de trastorno de adaptación social o de carácter. Sin embargo, tanto para Namnum, como para Beres, el conflicto sexual, aún bastante semejante a aquel descubierto por Freud, es lo que se manifestaría en el trastorno de carácter. Y aún, Beres llama la atención para el hecho de que el psicoanálisis “moderno” introduce ahí la pulsión agresiva. Brenman (citado por Laplanche, 1974), a su turno, presenta uma visión bien diferente de lo que vimos hasta ahora. Habla de histéricos graves, cuya sintomatología está en torno a evitar la catástrofe psicótica. Esos pacientes emplean cuatro “técnicas”: (1) pruebas de negación de la verdad (2) persuasión; (3) identificación con un objeto de la fantasia; y (4) una dependencia voraz que impide la buena introyección y, por lo tanto, las realizaciones y el placer. Un ejemplo de la prueba de negación de la verdad es, para el autor, la frigidez, que pretende negar la sexualidad o, mejor, la hipersexualidad; lo mismo vale para las pulsiones agresivas. El analista es persuadido a concordar con las afirmaciones del paciente y a idealizarlo. En relación a la identificación con un objeto de la fantasia, Brenman nos dice que ese paciente no se identifica con seres humanos reales, sin embargo, asímismo, necesita del objeto total y vivo. Es por eso, que el paciente busca cambiar la visión del analista sobre si mismo y sobre el sujeto. En relación a la voracidad, en la histeria grave, las personas son tomadas por droga y eso, de algún modo vimos en Marmor, en el problema de la oralidad, de la dependencia y del parentesco de la histeria con las adicciones. Atrás de todo eso están las relaciones más primárias con la madre. Una madre histerógena por estar sometida a angustia y sobretodo a aquella de catástrofe. Mas, contraditoriamente, esa madre transmite, al mismo tiempo la idea de que todo está muy bien. Evidentemente se trata de un discurso que se puede llamar de neo-kleiniano sea por la idea de buena introyeción o por la idea de catástrofe, mas principalmente por la concepción de síntomas neuróticos y sexuales como defensa contra la psicosis. Al final del relatório, Laplanche señala lo que hay de dessexualizante en una tal propuesta y el público del panel se pregunta si de hecho están hablando de histeria o de algun otro cuadro. 16 La exposición de André Green (citado por Laplanche, 1974) va por un camino semejante. Discute la idea de fantasia. Se refiere a la fantasia como defensa y continente para pensamientos primários y en eso encontramos algo de Bion. Pero, diferentemente del expositor anterior, afirma que no se puede retirar la histeria del campo sexual. Nos trae, entonces, el caso Dora y, con eso, posiblemente marca su filiación a Freud, a pesar de su marcada tendencia neo-kleiniana. Para ese autor, y en la línea pulsional, la fantasia tiene la función de administrar la tensión, ligando los impulsos del id y liberando al sujeto de la Hilflosigkeit, o sea, de los sentimientos de desamparo y soledad. Como dijimos anteriormente, la fantasía cumpliría esa función, al ofrecerse como continente. Con la idea de Hilflösigkeit, Green llega al problema de la amenaza de depresíón en la histeria y las modificaciones de la histeria en el tiempo. La histeria hoy todavia considera válida la concepción freudiana de defensa contra la sexualidad. No en tanto, la gran amenaza sentida por el histérico ocurre mucho más con relación al yo, contra la desintegración, sobretodo, frente al temor de un insight depresivo y es por eso que sus crisis pueden tener asptecto esquizofrénico. Es así que se desarrola en el histérico o histérica un potente falso self. Y este último provocaria, pues, una transferencia falaz capaz de presentar una contratransferencia bastante daniña. De tal forma que mucho del material del sujeto podría permanecer no analizado. Por tanto, las concepciones de Brenman y de Green se centran sobretodo en las angústias y no en la pulsión y ni siquiera en el ego, se trata de angústias muy básicas, que incluyen desde aquella relativa a la desintegración y depresión, hasta las de catástrofe. Sea como fuera, se está hablando de aquello que es excesivo para el sujeto, del trauma, o de la amenza de trauma, que por si sólo ya es traumática. Sin embargo, lo que parece ocurrir en discursos como ese de Brenman es que lo sexual se descarta —claramente o no— en cuanto razón o una de las razones del trauma. A ese respecto y al final de su comentário, aún Laplanche afirma: Ora, la irrupción de fantasías primárias en las primeras experiencias sexuales infantiles no sólo constituyen el cerne de la histeria, como traspasa también la neurose obsessiva. ¿No sería eso que Melanie Klein tendría en mente en sus primeros escritos sobre el 17 complejo de Edipo precoz? ¿No sería entonces incorecto remeter tales consideraciones sobre el complejo de Edipo a un estadio más precoz que se supone no sexual? (1974, p. 468). Es así que Laplanche llama la atención sobre el hecho de que o exceso de estimulación es un exceso de estimulación sexual y ahí está la raíz de dos elementos observados por Freud en la histeria, desde los primeros tiempos de su investigación: la pasividad y la seducción. Vimos, pues, también en Marmor (1953) la idea de que los padres capaces de estimular exageradamente la oralidad también lo harían con relación al complejo de Edipo. No en tanto, no es lo mismo lo que Laplanche afirma, pues tal vez haya en Marmor algo de dessexualización. Lo que vemos en Laplanche (1974) tal vez sea el anuncio muy anticipado de su teoria de la seducción generalizada, según la cual el encuentro del adulto con cada niño que llega al mundo contiene algo de excesivo y ese exceso es del orden de un mensaje enigmático, inconsciente, pues, y de naturaleza sexual, que el niño no tiene elementos para traduzir. La imposibilidad de la traducción/metabolización sería la fuente de la própia pulsión. Histeria y depresión La exposición de André Green (citado por Laplanche, 1974) nos dirige para algo que va a ser muyo importante en la década de 80, y dice respecto a las relaciones entre histeria y depresión9. Un artículo de Baumbacher y Amini, de 1980-81, llama la atención para el aspecto de la dependencia del objeto en la histeria10, ligado a la envidia del pene, responsable por la depresión. Se trata, por tanto de una reacción narcísica. En esa misma década, son importantes, en cuanto levantamiento y fuentes, dos congresos promovidos por la Sociedad Psicoanalítica de Paris, el primero en Portugal, en 1984, y otro en 9 Esta temática la enfocam exclusivamente Martínez e Mello Neto en su artículo Pathos histérico: depressão e teatralidade (2007). 10 Histeria o lo que los autores denominan de transtorno de la personalidad histérica, que sería equivalente a la “verdadera” histérica de Zetzel (1968). 18 Francia, en 1985. El artículo que parece ser el más importante y más citado es el relatorio del primer congreso, que tuvo lugar en Lisboa. Se trata del texto de Augustin Jeanneau (1985), titulado “Histeria: unidad y diversidad”. Ya de inicio, Jeanneau dice reflejar en una unidad la diversidad del congreso, es así que afirma que los estados histéricos son reacciones a una espécie de hueco, de falta a ser que aparece como depresión. Pero no se trata de un sujeto realmente depresivo. El depresivo está de hecho en depresión, en cuanto que en el histérico, la falta o deficiencia aparece apenas como amenaza de depresión. Y la histeria de la que habla Jeanneau no corresponde al carácter histérico, tal como lo ven los norte-americanos, pero si la histeria clásica, con ataques, conversiones, desdobramientos de personalidad, delírio y confusion, alucinaciones y éxtasis, conducta dramática, inestable y sexualizada. Aparte de ese elemento depresivo, Jeanneau nos recuerda que la manifestación del síntoma histérico es sobretodo muscular, por tanto se trata de acción. Al princípio es la acción, dice el autor, acción acompañada de representación, pero de representaciones que conducen a la acción. Entonces propone la idea de posición alucinatória. Posición que aqui tiene un sentido próximo al de posiçión esquizo-paranóide, que, según el autor, no se trata de algo tan coherente. Esa posición hipotética, el autor la situa en el momento, supuesto por Freud en el Proyecto...(citado por Jeanneau, 1985), en que el bebé grita, y al no ser atendido inmediatamente, alucina la satisfacción. La respuesta de la madre será de un toque y de un estímulo muscular que imprimirá un cierto realismo cenestésico a lo alucinado; así la posición alucinatoria va a relacionarse con la madre. Es ahí que se localiza, para el autor, el origen del síntoma histérico, como una especie de juego entre interior y exterior, donde la conversión estaría como palco para el conflito: un palco alucinado. Lo mismo vale para el ataque o crisis y eso nos hace volver a Freud (1908), que vió en el ataque el palco de una escena de violación. Es así, entonces, que en las histórias que cuentan las histéricas, hay algo físico y visual al mismo tiempo, algo que se deshace y excita el deseo de ver, en la ambivalencia de tener y de rechazar lo 19 perdido,pero manteniéndolo todavía como algo prometido. Por eso, será en torno del padre que la histérica supone encontrar lo que esperaba de la madre, salvandose, así, de la depresión, al precio de mucha angústia. Le faltaria, pues, una madre con una homosexualidad válida y capaz de permitir una rivalidad edípica menos culposa. Ese sería el camino por el cual la histérica escaparía de la depresión, a través del conflicto, que ella representa y defeca; se alimenta de Edipo y se defiende de él por la represión, lo que no deja de ser una espécie de expulsión para adentro. De todas maneras, la idea de amenaza de la depresión dirige nuestra atención para el trauma. Entonces, dice Jeanneau, tenemos en la histeria, un cuerpo solicitado y decepcionado precozmente; excitado por aquello que desea ver y cerrar dentro de si, dentro de su tonicidad cenestésica. De algún modo el trauma en la histeria estaría ligado a la escena primitiva y eso es lo que explicaría el carácter sexual de los síntomas; para el autor, la escena primitiva es el nombre que el psicoanálisis encontró para un conjunto de elementos, unos cotidianos y otros fantasmáticos, que funcionam como organizadores principalmente en la histeria. La idea de la escena primitiva que mejor se adaptaría a la histérica es la de que algo ocurriría en la obscuridad, por eso la búsqueda constante de tornar concreto algo visual, atravéz de los músculos y de la acción. El niño se halla impotente doblemente, digamos, en algún lugar de la escena, De un lado está la impotencia visual frente a la obscuridad y, de otro lado, la imposibilidad de hacer algo en relación a lo que se intuye, en ese “momento” sobre lo que ocurre entre los padres. De esa impotencia nace, entonces, una autodesvalorición profunda. El niño recibe, pues, una primera información “oficial” de la sexualidad, cuyo contenido es que sus padres se juntan al precio de su su exclusión. A partir de esa constatación, el niño tratará de unirse a ellos, como negación del abandono. Es así que, para la hestérica, el sexo destruye el amor. Por lo tanto, la escena primitiva trae algo de traumático y de humillante. Más que eso, el hueco, la herida narcísica de matiz edipiano se reune con lo pré-edipiano de la posición alucinatória y, entonces, todo lo sexual viene de esa forma alucinatória, sea en la conversión, en el ataque, en el 20 transtorno de carácter o sea en la alucinación en si misma, como una forma de tratar de llenar ese hueco, esa falta de ser, el hueco de la depresión. La madre juega un papel importante, en lo que respecta al surgimiento de esa respuesta sexualizante, en la hisérica, a esa falta de ser. Así dice el autor: (...) si la histérica debe defender su autonomía del domínio de la madre se puede pensar, primero, que es porque esta última encuentra en su hija alguna reparación narcísica, y, sobretodo, que esa recuperación fálica se establece en el terreno del erotismo, único lugar que el niño reencontrará sua mãe sin tampoco encontrarla, lazo corporal donde convergen, de esa forma, la espera y la decepción. La seducción del padre, inventada o provocada por el niño no es más que la seducción de la madre. (Jeanneau, 1985, p 262). En fin, hay en el texto de Jeanneau un interesante ítem sobre la alucinación en la histeria. De forma rápida, el autor piensa que diferente de la psicosis, en que las alucinaciones son desconstructivas, fragmentarias (como, por ejemplo, ratones que se mueven por el cuerpo o por la casa), en la histeria, la tónica está alrededor de producciones nítidamente deseantes, como los sueños en la versión freudiana de realización de deseos. En la alucinación psicótica no habría tanto sentido. El autor relata un ejemplo de alucinación histérica de una paciente, que perdió su sobrino en un accidente y vió todo el tiempo un pájaro lleno de su sangre. Ella, dice Jeanneau, está aliviada de no ser ella la que murió. Pero ahí no sólo tenemos el alivio, sino también la culpa. Una síntesis para la histeria: ¿es posible? Se encuentra en el texto de Jeanneau (1985) una cierta tendencia a considerar de igual importância lo edipiano y lo pré-edipiano Eso aparecerá de manera más intensa en los años seguintes, los años 90 y 2000, cuando encontremos algunas propuestas que tratan de hacer una síntesis entre una visión freudiana, diremos, en que el complejo de Edipo y la sexualidad en si tienen importancia etiológica capital, y tendencias menos freudianas. Traemos como ejemplo el texto de Nitza Yarom: “Una matriz para la histeria” (1997), donde la autora propone no sólamente síntesis en medio a la Babel 21 psicoanalítica — en las palabras de la própia Yarom — como también producirlas en otros paises que no son los más conocidos cuanto a la producción psicoanalítica, Fráncia, los Estados Unidos y Gran Bretaña. Yarom radica en Tel Aviv. Comienza el artículo con una revisión bibliográfica y sostiene que la histeria, tan presente en la creación del psicoanálisis, necesita ser libertada de los lazos teóricos y políticos a que está sometida. Se refiere sobretodo al psicoanálisis anglo-americano y, evidentemente, a las relaciones entre la psiquiatria y el psicoanálisis, que desembocaron en los últimos DSMs, pasando por encima de la palabra histeria y de la própia histeria. Se trata de la desexualización del psicoanálisis – lo que también apunta Laplanche en su relatório – y, no en tanto, dice aún la histeria es el concepto fundamental para comprender las dificultades con la sexualidad y el género. Tenemos, pues, un abordaje muy actual de la sexualidad, en la medida en que se la considera del punto de vista de las cuestiones de género. Claro que eso se relaciona con los movimientos feministas. Lo que se confirma cuando Yarom (1997) cita dos psicoanalistas claramente influidas por esos movimentos, y son Juliet Mitchel y Nancy Chodorow (2002). Yarom propone, entonces, que la sexualidad puede (o debe) continuar a ser vista como primaria en la histeria, pero también puede ser vista como defensa, tal como vimos con vários autores. O sea, se pude muy bien conciliar lo edipiano y lo pré-edipiano, buscando integración en la “Babel psicoanalítica”. Para eso propone mantener la concepción de Freud, señalando el represamiento como la defensa principal y aceptando la idea del complejo de castración y su importancia en la diferenciación de sexos. Llama la atención de Yarom (1997) el tema del gênero y de la sexualidad, dirigido para las pluralidades, o múltiples sexualidades11 y define masculinidad y feminilidad recurriendo a Stoler (citada por Yarom, 1997). 11 . Encuanto que algunas corrientes psicoanalíticas feministas ponen la relación madre-niño en el centro de las pesquisas. Chodorow (2002), por ejemplo, encuentra em esa relación la própia diferenciación sexual. 22 Masculino o femenino son una calidad sentida por el sujeto, pero también son, dice, introyecciones, identificaciones y relaciones de self y objeto. Sin embargo, acepta también que masculino y femenino son fuerzas libidinales. Por tanto ahí tenemos el intento de integración entre el psicoanálisis freudiano y la corriente británica del psiconálisis de las relaciones objetales. A partir de lo cual Yarom (1997) define lo que llama “el primer eje de su matriz”, que es el eje de la sexualidad. Ese es el eje, es posíble percibir, de la diferencia de los sexos, por lo tanto, del género, pues trata sobretodo de la teoria de Freud, de la elección de objeto del niño y de la niña. A eso añade la idea, que dice encontrar en Lacan y Joyce McDougall (citador por Yarom, 1997), de profunda duda del ser en torno de la mono-sexualidad. Ahí no se trata de algo que cabria apenas para los histéricos e histéricas, esa es una fantasía universal, pero los histéricos están en pugna contra el desejo de ser hombre y mujer al mismo tiempo. En ellos se encuentran varias narrativas de género y esa es una idea también bastante moderna, la de comprender la identidad y las identificaciones como narrativas. Con eso tenemos algo próximo de la idea de Lacan, en el Seminário 3 (1981), de que el histérico está siempre proponiendose la pergunta “¿qué es una mujer?” y no puede responderla. Más se trata apenas de semejanza. La pregunta de los histéricos, para Yarom seria más exactamente: “¿soy niño o soy niña?”12. El segundo eje es el de la represión. Este último se refiere a un no saber, que se une a un saber. Un mistério, portanto, un enigma. En la histeria, el saber prohibido es representación-palabra y representación-cosa, de modo que se manifesta por los caminos del cuerpo y del drama, lo que nos hace recordar de la posición alucinatória, de Jeanneau (1985). La idea de considerar a la represión como un no saber, aproxima a la autora de Brenman (citado por Laplanche, 1974) y ella lo hace 12 . Eso lleva también la autora para la discusión de la histeria masculina, lo que no es muy frecuente entre los autores. El hombre histérico, afirma, es aquel que falló en la identificación con el padre y no aceptó la pérdida de la madre. No nos dice nada más que eso, alegando razones de espacio, como lo hace la mayoría de los autores cuando se refieren a la histeria en el hombre (Ramos, 2008). 23 explicitamente. Se trata de la idea de que la histérica intenta convencerse a si misma y convencer a su analista de su versión de la realidad. Yarom (1997), tamibén busca ahí una síntesis. Para ella, la represión es un no saber, y eso está do lado de la teorización freudiana, pero también es un vacio o disociación, es lo que Masud Kahn defiende. Así, la histeria sería un disfraz para el vacio. No es gratuita la relación que podemos hacer con la idea de hueco a que se refiere Jeanneau (1985), pues este último cita bastante a Masud Kahn. Evidentemente se trata nuevamente de una síntesis entre lo edipiano y lo pré-edipiano. El tercer eje es del uso del cuerpo que en la histeria se compromete justamente porque es el lugar de las pulciones. Habría un vocabulario para la conversión y él sería relativo a su tiempo. Un ejemplo es San Francisco de Asis, que fue el primero a “tener” las llagas de Cristo, los estigmas. También hace una observación de interés: las mujeres buscam más la histeria justamente por su relación con el cuerpo y, los hombres, hoy, buscan mucho más frecuentemente el consumo de drogas, precisamente por lo que hay ahí de transgresión. En fin, lo que vemos en todo el artículo de Yarom (1997), es la intención de componer dos corrientes de teorización, la que valora lo edipiano y la que no lo valora, y lo que queda más claro e insistente es el eje de la sexualidad o género. Finalmente, la autora afirma no creer que la histeria sea una estrucura de personalidad, pero si una forma que necesitamos para tratar con la sexualidad: “histeria es viable porque precisamos de un linguaje para entender nuestras dificultades de género y sexualidad” (Yarom, 1997, p. 1130). Lo que no queda claro —y terminemos aquí la exposición concerniente a Yarom— es saber dónde comienza una histeria adjetiva, natural a todos, y la histeria substantiva, como cuadro patológico. Finalizando Tenemos todavía muchos otros autores en nuestra investigación, sin embargo es preciso finalizar y lo haremos exponiendo también nuestro posicionamiento en relación a la histeria. Para eso, traemos em nuestro auxilio la teoria de la seducción generalizada, de Jean Laplanche (1992). 24 Para ese autor, Freud cometió una espécie de equívoco (“fourvoiement”) al abandonar con prisa la teoria del trauma de seducción13, con lo que explicaba las neurosis. Esa teoria no estaba incorrecta en relación a la seducción focal, sucedida de hecho como abuso sexual. El problema es que Freud acabó también por deshacerse de la relación de desigualdad entre adultos y niños. La propuesta de Laplanche es que existe una seducción más sútil que esa, que él denomina generalizada y que ocurre porque o adulto “tiene” un inconsciente. Eso quiere decir que el adulto transmite al niño mensajes de naturaleza sexual que son enigmáticas para si mismo, pues son inconscientes. Ese mensaje inconsciente del adulto deberá ser decodificado por el niño. Entretanto, esa “traducción fallará, justamente por el hecho de que el niño no tiene medios para hacerlo. El modelo de esa idea son las asociaciones hechas por un paciente de Freud a un sueño de angustia, en el que relata haber presenciado el coito de los padres y eso se transformó en angústia. La explicación del autor de la “Interpretación de los sueños” es de que el niño no tiene representaciones suficientes ni siquiera para comprender enteramente y ni para dar derivación adecuada de la excitación sexual que sobreviene (Laplanche, 1992). Y veamos que esa escena, relatada por Freud, en la interpretación de los sueños (1900), ya es una escena de seducción, por la excitación que provoca, voluntariamente o no. Aparte de eso, tenemos ahí una posición pasiva del niño que caracteriza la seducción y la asimetria entre los actores. Pues bien, la propuesta de Laplanche es que el intento de traducción del mensaje enigmático del otro resultará en un fracaso parcial, cuyo resto (lo indecifrado) tendrá como productos a la pulsión y su resultado en el aparato psíquico. Vista de esa manera la pulsión, como provocada a partir de fuera, lleva a pensar en lo que Laplanche llama de objetos-fuente. Por lo tanto no se trata —o no interesam— de fuentes biológicas, mas del otro encuanto provocador de los movimientos psíquicos. 13 . Remitimos al lector al artículo Histeria e trauma de sedução: “o que lhe fizeram pobre criança” (um Freud covarde?), de Martínez, Mello Neto e Lima, 2007. 25 La seducción generalizada y la histeria son muy simples de relacionarse, pues, como se sabe, la idea de seducción en psiconálisis nació con la histeria. Pero aquí, y por motivo de espacio lo resumiremos en pocas palabras. Pues bien, desde ese punto de vista las histéricas de Freud fueron de hecho seducidas, seducidas y abandonadas a si mismas en el intento de traducir o metabolizar el enigma del otro, que le fue formulado por la seducción generalizada o hasta por la focal. El exceso de estimulación es algo bastante conocido y en la bibliografia analizada aparece copiosas veces. Sin embargo hay otros mensajes, aparentemente no sensuales, que son mucho más llamativos y pueden ser provocadores. Fairbairn (1954) nos muestra que tanto el agresor como la agresión pueden tener provocadores libidinales. De ese modo lo que parece no ser libidinal no deja de serlo. Pacientes histéricos con frecuencia se quejan de haber sido rechazados, de haber sufrido pérdidas en la realidad, de situaciones humillantes que, muchas veces no son imaginarias. Pero lo más interesante es que reaccionan de manera sexual. O sea, de manera que el aspecto sexual puede ser facilmente interpretado. Marmor, en el texto que ya examinamos (1953), nos presenta el caso de una señora que sufria de fobias (várias), disociaciones y conversiones. El autor llama la atención para los fenômenos orales, como el exceso de alimentación y un poco de alcoholismo. Interpreta el exceso de estimulación oral y se pregunta ¿por que padres que mucho estimularon lo oral no lo harían también en relación a lo edipiano? Eso viene totalmente de encuentro con la teoría de la seducción generalizada y la ilustra muy bien. Hay algo de enigmático y dice respecto a la própia sexualidad de la madre lo que la lleva a practicar la sedución oral con su hija. Entretanto, há um dato que ni siquiera es abordado por Marmor, tal vez debido a su afán de demostrar que la histeria tiene mucho más que ver con lo oral de que con lo fálico-genital. Es el hecho de que la paciente perdió a su padre, que sufría de alcoholismo, a los 14 años. Pues bien, tenemos ahí una identificación y, sobretodo, no es indiferente en la história libidinal de una chica o de un chico la pérdida de uno de los dos padres. Lo que se abre con una pérdida es una ausencia y una ausencia es un mensaje presente, que habla del hueco de 26 lo imposíble, de lo inalcanzable, que puede muy bien ser llenado con el exceso de comida y, quien sabe, con los síntomas más genitales de la histeria. La paciente en cuestión tenía también una história de cierta promiscuidad sexual en la universidad, digamos que voraz y acompañada de una total anestesia de la cintura para abajo durante el coito. Lo que tenemos es pues algo muy ejemplar de la histeria y también del aspecto de la seducción generalizada, lo que dice respecto a la convivencia del exceso y de la falta. En la falta de ese padre, se puede decir que hay también un aspecto de “seducción negativa”. Emilce Dio Bleichmar, en trabajo presentado en Montreal, en 1992, en el Colóquio Internacional Nuevos Fundamentos para el Psicoanálisis, título ese que se prestaron del texto en que Laplanche introduce la teoria de la seducción generalizada (Laplanche, 1992), propone que la seducción paterna es algo importante en el desarrollo de la feminilidad. Se trata de la seducción de la mirada. Eso es lo que permitiría el cambio de objeto, en la niña, el paso del objeto madre para el objeto padre, la constitución del complejo de Edipo propiamente dicho, de que ya nos habló Freud (1931 e 1933, Amorrortu, 1990). Esa mirada crearía un espacio intersubjetivo, bajo la forma de “un secreto”. Ahí el cuerpo femenino se torna un cuerpo que, por más que esté vestido, provoca. Así, para la autora, la histeria puede ser vista, de ese punto de vista, como un extremo de seducción. En eso se encuentra el exceso, y no es nada difícil encontrar casos de pacientes en que se puede diagnosticar la histeria para quienes les faltó el padre, sea por muerte, o por otro motivo (separación, indiferencia, etc). Tal vez se instala paradojalmente en esa falta, un exceso, un exceso pulsional cuya provocación es el enigma, aparte de los excesos más óbvios que vienen de la madre, que, en esos casos, transforma a la hija en una verdadera prisionera pulsional. El mensaje sexual excesivo y faltoso es al mismo tiempo una espécie de saber, en cuanto presencia, em cuanto excitación y presión para la traducción, pero también es una falta en cuanto falla de saber, precisamente por lo que tiene de indecifrable. Es en ese instante que también se puede introducir el problema de la supuesta bisexualidad en la histeria. Con Yarom (1997), vimos que el histérico y la histérica se hacen una pregunta de género y no pueden responderla: "¿soy un niño o 27 una niña?”. Se puede decir que la imposibilidad de resolver el enigma del otro de forma maciza, en el límite, se produce también como imposibilidad de saber o de tener médios para decidir sobre su própia sexualidad. Eso acaba engendrando otras paradojas. Uno de ellos es entre el exceso de feminilidad o de masculinidad (el donjuanismo) y la falta de (de)limitación del própio sexo en cuanto género. No existe ahí apenas una defensa contra la homosexualidad, más sobretodo la intención de arreglárselas con una falta de saber y un exceso de excitación Esa falta también pude ser vista como uma falta de ser, tal como la propone Jeanneau (1985) para explicar la amenaza de depresión en la histeria (o aún, la amenaza de catástrofe, digamos). Es interesante, vimos, que Jeanneau (1985) trae la escena primitiva para explicar el surgimiento de esa falta de ser o vacios egóicos y dice que se trata de una curiosa “mexcla de falta y de exceso de estimulación” (p. 191). Jeanneau, todavía, propone lo oscuro como el escenário más apropiado para la escena primitiva. Pero veamos que lo oscuro introduce la falta y el exceso al mismo tiempo. Eso porque lo oscuro trae la falta de ver, lo que propone al sujeto un enigma óbvio, aparte de la frustración de ver; mas trae también el exceso de excitación, la excitación desmedida. Por señal, es en torno de la idea de oscuro que Freud (1917) mantiene, antes de Inhibición, síntoma y angústia (1926), la tesis de que la angústia proviene de un exceso pulsional. En la oscuridad está la falta de la madre y la libido entonces, desligada de su objeto, inunda desagradablemente al yo del niño. También es interesante que Jeanneau (1985) se refiere a la escena primitiva como um conjunto de elementos, unos sucedidos en la realidad otros no, y que el psicoanálisis reunió en un mismo concepto. Digamos que esa dificultad en precisar si la escena primitiva ocurrió o no en la realidad material puede ser mejor solucionada si consideramos ahí el aspecto generalizado de la seducción generalizada. Eso quiere decir que intuímos en nosotros y en nuestros pacientes la seducción, haya ella ocurrido o no en cuanto focal y la escena primitiva parece ser un buen significante, una metonímia, para el todo de la seducción generalizada. Además, podríamos pensar en todos los proto-fantasmas en ese nivel, mas la escena primitiva parece ser lo más óbvio. 28 Eso también sería generalizado como fundamental para el ser humano. La seducción sería constituyente. Sin ella no habría la mirada del otro que nos humaniza y que nos sexualiza, provocándonos, por lo tanto, tornándonos pulsionales. La neurosis cabe ahí también, pero de una manera extrema, como ya fue dicho. Lo que caracterizaría, pues, a una neurosis sería la manera por la cual ella está sirviendo para intentar elaborar esa sexualidad desorganizada y excitante, que se puede entender como reactiva al enigma del otro adulto. Se trata, en la neurosis, de una elaboración aún primitiva y aún sentida como excesiva. Se puede, entonces, pensar ese intento en vários niveles de elaboración: el de la defensa, el del síntoma y el del fantasma y, acerca de esos niveles, proponemos la idea de un luto para la histeria, el luto del objeto perdido o imposible del complejo de Edipo. Pero, debemos finalizar, por eso tomamos la libertad de enviar al lector para el libro Histeria y psicoanálisis depues de Freud (Ramos, 2008) producido también en el contexto de la misma investigación. Bibliografia Baumbacher, G. & Amini, F. The hysterical personality; a proposed clarification of a diagnostic dilemma. International Journal of Psychoanalytic Psychotherapy, (08): 501-548. Nueva York y Londres: Jason Aronson, 1980-81. Bleichmar, E.D. The secret in the constitution of male sexuality: the effects of the adult’s sexual look upon the subjectivity of the girl. Journal of clinical psychoanlysis, v. 4, n.3, 331-342. Estados Unidos, International Universities Press, 1995. Chodorow, N. Psicanálise da maternidade. Uma crítica a Freud a partir da mulher. RJ, Editora Rosa dos tempos, 2002. [Hay trad. cast.]. Easser, B. & Lesser, S. R. Hysterical personality; a reevaluation. Psychoanalytic Quarterly, (34) 3, Estados Unidos: Periodico indenpendiente, 1965. Fairbairn, W. R. D. (1954). 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