Cambio político y movimiento popular: El discurso populista Antonio

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Cambio político y movimiento popular:
El discurso populista
Antonio Antón
CUADERNO DE TRABAJO
Universidad Autónoma de Madrid
CUADERNO DE TRABAJO
Departamento de Sociología
Universidad Autónoma de Madrid
TÍTULO: Cambio político y movimiento popular: El discurso populista
AUTOR: ANTÓN MORÓN, Antonio
Correo electrónico: antonio.anton@uam.es
http://www.uam.es/antonio.anton
Profesor honorario de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) Departamento de Sociología. Licenciado en Sociología y Ciencias políticas por la UNED.
Doctor en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid (sobresaliente cum
laude). Imparte docencia en la Facultades de Ciencias Económicas y Empresariales y de
Formación de Profesorado y Educación. Ha realizado diversas investigaciones, participa
en dos Comités de Investigación de la Federación Española de Sociología y ha expuesto
varias ponencias y comunicaciones en diferentes congresos de Sociología y Ciencias
Políticas. Es especialista en Políticas públicas y Estado de bienestar, Movimientos
sociales, acción colectiva y cambio social, Sociología del Trabajo y Sociología de la
Educación. Colabora con distintos medios de comunicación y ha publicado numerosos
artículos y más de una docena de libros. Entre los últimos están: Reestructuración del
Estado de bienestar (2009), La reforma del sistema de pensiones (coord.) (2010),
Resistencias frente a la crisis. De la huelga general del 29-S al movimiento 15-M (2011);
Educación Pública: de tod@s para tod@s. Las claves de la “marea verde” (coautor)
(2012); Ciudadanía activa. Opciones sociopolíticas frente a la crisis sistémica (2013);
Poder, protesta social y cambio institucional (2015), y Movimiento popular y cambio
político. Nuevos discursos (2015).
Madrid, noviembre de 2015
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¿Vuelve la política? Demokrazia + power + soberanía
Congreso Internacional de Análisis Político Crítico (III edición)
Universidad del País Vasco, 19 y 20 de noviembre de 2015
Comunicación para el grupo de trabajo 3: Democracia y populismo
Cambio político y movimiento popular: El discurso populista
Antonio Antón Morón
Profesor honorario – Departamento de Sociología – Universidad Autónoma de Madrid
antonio.anton@uam.es
Resumen
Se ha conformado un nuevo ciclo de la protesta social, un amplio movimiento
popular progresista, con altibajos pero persistente en estos cinco años. Esa ciudadanía
activa es heterogénea y está articulada por diversas plataformas asociativas y
movimientos sociales. El empoderamiento de la ciudadanía crítica y la amplia
deslegitimación social de las élites políticas, responsables de una gestión antisocial y
prepotente, plantea un nuevo escenario sociopolítico. Se ha ido generando un amplio
rechazo social frente a una estrategia conservadora de la crisis, con un reparto injusto
de sus costes y una dinámica autoritaria, a menudo, corrupta. Ese proceso de
activación popular necesita una mayor consolidación.
Esta dinámica sociopolítica ha cristalizado en un electorado indignado, con la
emergencia de Podemos y el ascenso electoral de otras fuerzas alternativas. La
evolución económica y política, la participación cívica, la credibilidad ciudadana de los
distintos actores y los procesos de legitimación social de sus estrategias van a definir
las posibilidades y el tipo de cambio social, económico y político para las próximas
elecciones generales, cuyo anticipo ya se ha producido en las recientes elecciones
locales y autonómicas. Todo ello va a condicionar la gestión institucional y las actitudes
sociales hasta final de esta década, incluyendo el modelo de construcción europea.
Esta nueva fase sociopolítica incorpora un nuevo reto: se puede romper la
hegemonía institucional de las derechas y abrir un periodo de cambio profundo,
democratizador en lo político y progresista en lo social y económico, con nuevas
fuerzas alternativas y nuevos reequilibrios políticos, con un nuevo papel de la
socialdemocracia y las izquierdas. Se abre la oportunidad en España de un cambio
alternativo de Gobierno, con acuerdos de progreso, iniciados en el ámbito municipal y
autonómico, rompiendo la simple alternancia bipartidista de estas décadas, con el
proyecto de una democracia social y participativa que disminuya la desigualdad y
garantice una gestión justa de la crisis.
La actual pugna sociopolítica, cultural y electoral la contemplamos en términos
de ciudadanía activa o movimiento popular frente al poder oligárquico o élites
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dominantes. La opción es una democracia social. Está basada en dos pilares
fundamentales: igualdad (justicia social y giro socioeconómico igualitario), y
democracia (libertades, derechos y participación cívica). Los dos elementos están
entrelazados. El cambio democrático, institucional y político, debe ir indisolublemente
unido con su contenido social y económico igualitario. Debe defender los derechos
sociales y laborales, la mejora de las condiciones de vida, trabajo y protección social y
abordar una redistribución pública con la mejora de unos servicios públicos de calidad.
Su tarea central es doble: por un lado, poner coto a la desigualdad, las ventajas y los
privilegios de unos pocos, y favorecer a las capas populares; por otro lado, incrementar
la participación cívica, garantizar el respeto de las instituciones y élites políticas a los
compromisos sociales y democráticos con la ciudadanía y llevar a cabo una profunda
democratización y limpieza del sistema político.
El texto explica las características de estas tendencias sociales, culturales y
políticas y las opciones para el cambio institucional y socioeconómico en España, en el
marco europeo. Para profundizar en su significado, realiza una valoración crítica de los
discursos más significativos sobre la contienda política, así como de las nuevas teorías
interpretativas de los movimientos sociales y la dinámica del cambio social y político,
con especial hincapié en la teoría populista. Aporta, desde una perspectiva
transformadora, algunas claves teóricas para avanzar en una comprensión más
profunda del nuevo ciclo sociopolítico y sus principales actores.
Palabras clave: Protesta social, democratización, justicia social, hegemonía,
nuevo enfoque.
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Cambio político y movimiento popular: El discurso populista
Ningún modelo puede proporcionarnos lo que debe ser la ‘verdadera’
formación de clase en una determinada ‘etapa’ del proceso… Lo
que debe ocuparnos es la polarización de intereses antagónicos y
su correspondiente dialéctica de la cultura.
(Thompson, 1979: 39).
La probabilidad de perder en la lucha no debe disuadirnos de apoyar una
causa que creemos justa.
(A. Lincoln, Presidente de los EE. UU., 1860-65).
Introducción
Los actuales procesos de indignación ciudadana y de movilización social
progresista presentan algunos rasgos particulares, diferentes a los anteriores
movimientos sociales. Dos aspectos tienen importancia para contrastar la experiencia
pasada y las teorías convencionales: 1) su doble componente democratizador y
socioeconómico, con una dimensión más global o sistémica; 2) los mecanismos y
procesos que intervienen en su configuración, condicionan su influencia y su futuro, y
exigen una nueva interpretación.
Este movimiento ciudadano es una respuesta al deterioro de la situación
socioeconómica para la mayoría de la sociedad, provocada por el sistema económico y
financiero, y agravada por una gestión política regresiva y con déficit democrático.
Ambas dinámicas e instituciones han sido consideradas injustas por la mayoría de la
sociedad, que se ha reafirmado en una cultura cívica democrática y de justicia social.
Por un lado, ante el bloqueo o la colaboración gubernamental y de otras instituciones
europeas e internacionales con esas políticas. Por otro lado, la existencia de distintos
agentes sociopolíticos progresistas y la indignación ciudadana se han fortalecido y han
dado cobertura y legitimidad a una acción colectiva de sectores populares relevantes.
Por tanto, son unilaterales las interpretaciones que ponen el acento solo en su
carácter democratizador o frente al sistema político o a aspectos más concretos como
la ley electoral, desconsiderando sus contenidos socioeconómicos, es decir, cuyas
demandas se realizan frente al sistema económico o a aspectos particulares como los
recortes sociales, el paro, los desahucios o las reformas laborales. En sentido inverso,
son también unilaterales las versiones interpretativas que señalan a este movimiento
popular como exclusiva reacción frente a las graves consecuencias de la crisis
económica, el papel especulativo de los mercados financieros o la desigualdad social
producida por la política de austeridad. Estas posiciones excluyen las estrategias y la
gestión regresivas de las élites dominantes e instituciones políticas, con rasgos
autoritarios y un fuerte deterioro de su legitimidad democrática. Los dos ‘sistemas’,
económico y político, están interrelacionados y los pilares de ambos, su carácter
antisocial y oligárquico, se han cuestionado por la ciudadanía indignada. Todo ello,
junto con una amplia protesta social y la emergencia de nuevos sujetos sociopolíticos,
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requiere una revisión crítica de las principales teorías sociales y un nuevo esfuerzo
analítico.
A partir del análisis de las particularidades de este nuevo fenómeno,
desarrollado en otra parte (Antón, 2011; 2013a, y 2015a), exponemos los fundamentos
de un nuevo enfoque interpretativo para luego valorar la particularidad del discurso
populista. Dos ideas básicas hemos destacado con las citas iniciales: la importancia de
la polarización o pugna sociopolítica y cultural y su motivación basada en la justicia.
En una amplia investigación (Antón, 2015b) hemos analizado los límites de las
interpretaciones convencionales sobre la protesta social, los sujetos sociales y las
dinámicas sociopolíticas y culturales. En particular, realizamos una valoración crítica de
las deficiencias interpretativas de las principales corrientes teóricas que han explicado
los movimientos sociales y la contienda sociopolítica. Primero, el estructuralismo o
determinismo económico, de influencia marxista. Segundo, la teoría de la estructura
de oportunidades políticas, también estructuralista en su versión más rígida, aunque
en este caso hace depender al movimiento de protesta de las instituciones políticas.
Tercero, la interrelación entre oportunidades políticas, amenazas y procesos
‘enmarcadores’. Cuarto, el camino hacia una explicación más dinámica y relacional.
Quinto, las insuficiencias del paradigma individualista postmoderno. Sexto, la
unilateralidad del enfoque ‘cultural’ que revaloriza la importancia de los componentes
subjetivos pero infravalora el peso de la situación de desigualdad social y los motivos
socioeconómicos y de poder.
Aquí, tras una breve descripción de la construcción de un electorado indignado,
solamente, tratamos dos aspectos más generales. En primer lugar, avanzamos varios
fundamentos teóricos de un enfoque social y crítico para interpretar mejor las nuevas
realidades. Así, partiendo de la singularidad del actual y diverso movimiento de
protesta social, en esta nueva fase histórica, exponemos los criterios básicos para una
explicación dinámica de la pugna sociopolítica y cultural de los sujetos en este
contexto. En segundo lugar, evaluamos los límites de una de las características de la
teoría populista: su visión constructivista en la conformación del sujeto ‘pueblo’.
Tratamos de favorecer una mejor comprensión de este movimiento social progresista
y el consiguiente refuerzo de sus posiciones normativas y sociopolíticas con una
perspectiva transformadora.
1. Por qué y cómo se conforma un electorado indignado
La irrupción de un electorado indignado en las elecciones europeas, junto con
el debilitamiento del bipartidismo y la debacle socialista, ha modificado en España el
panorama político y los equilibrios del sistema de partidos políticos. También afecta al
ámbito sociocultural y al debate intelectual, implicando la necesidad de un esfuerzo
teórico para interpretar las claves e ideas fuerza de este proceso.
La emergencia y consolidación de Podemos y sus grupos aliados, con nuevos
discursos y liderazgos, supone la aparición de un polo de referencia alternativo a la
izquierda del PSOE, con similar representatividad ciudadana. Se ha generado un
positivo reequilibrio de fuerzas que rompe la completa hegemonía socialista anterior.
Al mismo tiempo, abre la oportunidad histórica de un cambio político-institucional
sustantivo, de alternativa real al monopolio de las élites gobernantes del bipartidismo,
con sus políticas de austeridad y su prepotencia. No solo tiene un carácter justo sino
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que esta dinámica abre la posibilidad real del desplazamiento de las élites dominantes
del poder institucional y el avance de una ciudadanía activa y unas fuerzas políticas
alternativas. Puede suponer el comienzo de un ciclo político progresista que imprima
una transformación profunda de las políticas y estructuras socioeconómicas y una
democratización sustancial del sistema político. Es el temor de las capas dominantes
que reaccionan de forma airada y contundente para neutralizar ese proceso de cambio
y descalificar a sus agentes más significativos.
La cristalización de ese electorado alternativo y su fuerte impacto político ha
sido posible por la configuración en estos últimos cinco años de un campo sociopolítico
crítico, progresista y democrático. Se ha desarrollado un nuevo ciclo de la protesta
social y la movilización colectiva, con la articulación de un amplio y heterogéneo
movimiento popular, con altibajos pero persistente. Ha tenido un papel destacado el
movimiento 15-M (y sus derivados y similares), pero también otros grupos y
plataformas sociopolíticas, incluido el sindicalismo y las distintas mareas ciudadanas.
Esa ciudadanía activa (Antón, 2013a), implicada en la movilización social y la
participación ciudadana, que hemos cuantificado entre cuatro y cinco millones de
personas, es la base social más directa que ha condicionado el desarrollo de esta nueva
dinámica de la contienda política. Las ideas fuerza sobre las que se ha construido esta
movilización cívica son dos: 1) frente a las consecuencias injustas de la crisis, la política
de austeridad y recortes sociales y por los derechos sociales y laborales y la regulación
de la economía; 2) rechazo a la gestión antisocial e impopular de las élites dominantes,
económico-financieras y gobernantes, y apuesta por la democracia, la participación
ciudadana y la regeneración real del sistema político.
Vinculado con esa ciudadanía activa y sus actores más representativos, se ha
conformado una tendencia social más amplia. Se caracteriza por su indignación,
descontento y desacuerdo ante la deriva antisocial de la crisis y su gestión política
impopular. Hemos explicado que en torno a dos tercios de la población (entre el 60% y
el 70% o más según los temas), de acuerdo con distintas encuestas de opinión,
manifiestan su disconformidad con los recortes sociales y laborales, desconfían de los
líderes políticos que dirigen la gestión pública regresiva y legitiman la protesta social
progresista. Esa corriente social indignada o descontenta la definimos por esas
posiciones sociopolíticas básicas sobre cuestiones fundamentales de la realidad,
aunque en el terreno político-electoral no haya una traslación mecánica o en otros
aspectos sociales expresen preferencias diversas. Pero es suficientemente sólida y
persistente y con una orientación progresista, basada en valores democráticos y de
justicia social, como para hablar de una tendencia social de fondo positiva frente a la
involución social y democrática promovida desde el poder establecido.
Esa dinámica colectiva es la que ha posibilitado la conversión de parte de ese
campo sociopolítico crítico en el electorado indignado, con el impacto conocido de
debilitamiento del bipartidismo gobernante, primero del PSOE y luego del PP, y el
crecimiento de las fuerzas alternativas. Pero para la configuración de ese nuevo
espacio electoral indignado ha tenido un papel específico el liderazgo y el discurso de
Podemos (Iglesias, 2014; Monedero, 2013): han conseguido que una parte significativa
de esa ciudadanía crítica haya depositado su confianza y su delegación representativa
en sus portavoces, fortaleciendo su liderazgo público. O dicho de otro modo, los
representantes de Podemos han sabido transmitir unas ideas clave que han
sintonizado con la cultura, las demandas y las opiniones básicas de un amplio sector de
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la ciudadanía indignada, más allá de sus votantes directos. El valor de su liderazgo y su
discurso no ha sido construir ese electorado desde la nada y desde arriba, por su
indudable habilidad comunicativa. Sería sobreestimar la capacidad constructiva de las
ideas y los líderes. Consiste en haber sabido expresar y dar visibilidad mediática a unas
ideas que sintonizaban con esas aspiraciones de la ciudadanía indignada, conseguir la
simpatía popular por su defensa pública de las mismas frente al establishment y
obtener el reconocimiento político y el aval de una parte popular relevante para
ejercer como nueva representación política.
Podemos tiene un gran mérito: haber ‘construido’ un mecanismo político, con
un carácter social y democrático, en un momento adecuado: su específica apuesta
electoral con su mensaje y sus líderes. Ha servido de cauce para que una parte
relevante de esa ciudanía crítica pudiese expresar unas posiciones o identidades
sociopolíticas en el campo electoral e institucional. Por otro lado, la innovación y la
valentía de llevar a cabo una brillante actividad comunicativa, con unos determinados
símbolos e ideas y un hábil liderazgo, no hubieran tenido tanto arraigo si no hubiera
estado creada ya, en el campo sociopolítico y con un amplio tejido asociativo, esa
ciudadanía activa, crítica con el poder y firme y participativa con unos objetivos
transformadores precisos: contra los recortes sociales y las élites dominantes y por los
derechos sociales y la democracia; junto con su experiencia solidaria, sus redes
sociales, sus actitudes de cambio y su cultura democrática e igualitaria.
Las propuestas fundamentales de su programa (Más democracia; Más
derechos; Más economía al servicio de la gente) han expresado una síntesis de las
demandas del proceso de protesta social durante los años anteriores y les han dado
una proyección de compromiso público y participación electoral. Han generado la
posibilidad de traducir esas exigencias de la ‘calle’, desarrolladas en el campo social, en
voto en las urnas. El reconocimiento adquirido por sus portavoces y activistas se ha
transformado en el apoyo a una nueva representación política y la correspondiente
ilusión de que su reflejo en la estructura político-institucional coadyuve al avance de
esas aspiraciones.
Esos tres ejes programáticos –democracia, derechos, giro económico-,
expresivos de los objetivos del actual movimiento popular progresista, han sido
suficientes para establecer una vinculación firme de este nuevo liderazgo político con
los movimientos sociales y la gente activa y recoger la simpatía de un amplio sector de
la ciudadanía descontenta. Necesitan mayor concreción y desarrollo. Son ideas fuerza,
emancipadoras y racionales, que parten del diagnóstico realista de los principales
problemas de la población y proyectan tareas fundamentales de la transformación
política y económica. Se está produciendo una fuerte pugna política y cultural y sus
dirigentes han demostrado capacidad explicativa y argumentativa. Han convencido a
gran parte de la población en esos dos niveles: apoyo directo en las urnas, y simpatía
más amplia pero (todavía) sin delegación representativa.
2. Una explicación histórica de la interacción sociopolítica y cultural
En primer lugar, señalamos la falta de adecuación de los esquemas
interpretativos con que se analizaban los nuevos movimientos sociales para explicar el
actual ciclo de la protesta social en España, así como los cambios sociopolíticos y
culturales. Para precisar la singularidad de este nuevo y heterogéneo movimiento
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social, aludimos a algunos elementos comparativos. En el plano histórico y teórico la
teoría sociológica había realizado una clasificación: viejos movimientos sociales
(sindical, vecinal…) de carácter ‘socioeconómico’ y ‘redistributivo’; nuevos
movimientos sociales (feminista, ecologista, derechos civiles…) basados en la exigencia
de ‘reconocimiento’ de nuevos derechos y actores, y poniendo el énfasis, en algunos
casos, en su carácter ‘cultural’. No es adecuada la clasificación convencional, típica de
la sociología estadounidense, derivada de su supuesto carácter o identificación de
‘clase’: a los primeros, o clásicos, se les adjudica su carácter ‘obrero’ o de clase
trabajadora, cuando el movimiento sindical, aparte de los técnicos, expertos y altos
negociadores de su aparato, entre su afiliación y su base electoral tiene importantes
segmentos de las clases medias profesionales –enseñanza, sanidad, sector
financiero…; los segundos, o nuevos, no son solo de ‘clase media’, y entre sus
componentes hay personas de clase trabajadora, particularmente jóvenes ilustrados
pero precarios. En ambos casos, si hacemos referencia a sus dirigentes, su estatus y su
posición social se asemeja más a la clase media profesional o con cualificación superior
que a trabajadores y trabajadoras precarios o con poca cualificación. En resumen,
respecto de su composición y el grueso de sus objetivos o intereses que defienden, los
dos tipos de movimientos son populares o interclasistas, de clases trabajadoras y
clases medias, aparte de exigir demandas más generales o universalistas.
Podemos englobarlos en la experiencia más general de tres tipos de pugna
sociopolítica frente al poder: procesos de cambio político democrático, contra el
autoritarismo y la dominación y por la ampliación de las libertades políticas y la
participación popular; de cambio social y económico de distintas dinámicas de
desigualdad social, tras la transformación de la estructura socioeconómica y las
relaciones de dominación sobre las capas populares y subordinadas, incluido pueblos
oprimidos; de cambio sociocultural frente a la discriminación en diversos campos y
distintos sectores sociales.
Los tres procesos se pueden combinar desde la perspectiva de una democracia
política, social y económica más avanzada y frente a las relaciones de dominación u
opresión que imponen las élites y capas privilegiadas o dominantes. Pero, en las
contiendas políticas y sociales, normalmente, aparecen por separado tres tipos de
movimientos: movilizaciones o revueltas solo ‘políticas’ o democráticas, sin cuestionar
el sistema económico y la desigualdad social; movimientos económicos, sindicales o
redistribuidores, de defensa de derechos sociolaborales, sin cuestionar el régimen
político y su déficit democrático o infravalorando otros tipos de injusticias; nuevos
movimientos sociales, con dinámicas de cambio cultural pero que también apuntan a
diversas desigualdades u opresiones, de mujeres, étnicas…, dentro de las relaciones
sociales, incluidas las internacionales, amenazas de guerra e inseguridad, de
cooperación o solidaridad y del medio ambiente.
Pues bien, el actual proceso de movilización no encaja en ninguno de los tres,
es una combinación de ellos pero con una nueva dimensión global o sistémica, aunque
vinculada también a realidades y reivindicaciones muy concretas y locales. Se basa en
la percepción y la confrontación con la situación de sufrimiento popular y la nueva
‘cuestión social’, se enfrenta al autoritarismo político, se fundamenta en una cultura
cívica de los derechos humanos, sociales, civiles y políticos, y apunta a una dinámica
social más democrática y liberadora. Este deseo de cambio ‘universalista’ se ha ido
combinando y nutriendo con exigencias particulares e inmediatas. Se puede decir que
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La percepción de agravios específicos y conjuntos de injusticias
exteriores hacen saltar al movimiento… estar hartos de una situación se asienta
más que en otros movimientos en la existencia de una objetiva agravación del
contexto. La gente decide que la situación es insoportable (Cruells e Ibarra,
2013: 12).
En segundo lugar, destacamos la interrelación entre diversos procesos: el
agravamiento de las condiciones materiales de la mayoría de la población, no solo del
‘contexto’, como realidad exterior a las personas; la conciencia social de los agravios e
injusticias, enjuiciadas desde unos valores democráticos y de justicia social y opuestos
al discurso de la austeridad; el bloqueo institucional y el carácter problemático o
insuficiente de la clase gobernante como representante, regulador o solucionador de
los problemas y demandas de la sociedad, y la necesidad de una acción popular que
vaya creando una identidad colectiva diferenciada de las élites dominantes.
La causa del inicio y desarrollo del proceso no es ‘externa’ a la propia gente
indignada. Lo que genera la indignación, la oposición y la resistencia social de una
amplia capa de la sociedad, es la situación de la mayoría de la población, la
‘experiencia’ y la ausencia de perspectivas, institucionales y económicas, de solución, o
más bien de su agravamiento, contrastadas con su propia cultura democrática y de
derechos sociales. La indignación es un proceso acumulativo a la situación anterior a la
crisis, pero cobra un fuerte impulso con los dos acontecimientos y etapas de mayor
impacto: primero, con el comienzo de la crisis económica y sus graves e injustas
consecuencias, con un fuerte y masivo descontento popular; segundo, a partir del año
2010 se produce un paso cualitativo y se añade el desacuerdo popular y la oposición
sociopolítica a las políticas de austeridad y sus gestores gubernamentales y europeos.
Al malestar socioeconómico y la exigencia de responsabilidad hacia los mercados
financieros y el poder económico, se añade la indignación por la gestión regresiva de
las principales instituciones políticas, las élites gobernantes y sus incumplimientos
democráticos. Esa doble indignación de una amplia corriente social, al evaluarla desde
valores democráticos e igualitarios, refuerza una actitud progresista de oposición
ciudadana y exigencia de cambios, favoreciendo y legitimando la acción colectiva de
una ciudadanía más activa.
Existen factores externos o de contexto que acentúan la gravedad de la
situación socioeconómica y el autoritarismo político… pero no se puede decir que,
mecánicamente, son ‘condiciones favorables’, o desfavorables, para la acción
colectiva. El nivel y el sentido de su impacto entre la población dependen de otros
mecanismos institucionales, culturales y sociopolíticos. En particular, la transformación
de la ‘situación’ –sufrimiento- en ‘experiencia’ -subordinación con malestar añadido
por su injusticia- está mediada por la actitud concreta de esa mayoría social y sus
agentes representativos, que viven el retroceso y la política regresiva como ‘indigna’ o
injusta. Interviene lo que algunos círculos académicos (McAdam, McCarthy y Zald,
1999; McAdam, Tarrow y Tilly, 2005) llaman proceso de ‘enmarcamiento’, para dar
significado a los hechos sociales. De la indignación, crítica pero más o menos pasiva en
el plano individual o colectivo, una parte de la ciudadanía pasa a una participación más
activa, con una respuesta colectiva progresista. Se vence por un lado, la resignación, el
fatalismo, el miedo o la impotencia, y por otro lado, la simple actitud reactiva y la
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pugna competitiva individual o intergrupal. Se reafirma la ‘cultura’ cívica, social y
democrática de partes relevantes de la sociedad y sus principales actores, que se
contrapone con la situación de ‘injusticia’. Genera, con la mediación de los
mecanismos y oportunidades existentes, los motivos y las demandas de la indignación,
su arraigo entre la sociedad y las iniciativas de movilización popular.
La movilización cívica, la protesta social, no se genera automáticamente por
condiciones y medidas económicas o políticas ‘externas’ a la situación directa y real de
las personas. La ‘causa’ del movimiento social no es una ‘estructura’ o un ‘contexto’, ni
siquiera una agresión o un mayor sufrimiento, ante los que se puede reaccionar con
miedo, sumisión, resignación o adaptación. En ese caso, la movilización popular, su
origen, dimensión, carácter y continuidad dependería fundamentalmente de esos
factores externos, estaría dependiente de ellos y sus agentes: a mayor sufrimiento,
mayor resistencia; a mayores agresiones, mayores respuestas; o bien, lo contrario, a
mayores ‘oportunidades’ -debilidad del poder- o ‘expectativas’ -elección racional-,
mayores movilizaciones. Es el conflicto entre los distintos sujetos sociales, o actores
económicos y agentes sociopolíticos, el (des)equilibrio en la pugna entre ellos, lo que
configura el proceso de la contienda sociopolítica o cultural, incluida la propia
formación de cada sujeto social. El avance o el retroceso dependen de la relación de
fuerzas entre ambos o diversos actores. Lo que explica el carácter y la dimensión del
movimiento social no es, por tanto, el aspecto unilateral del grado de ‘oportunidad’ o
debilidad que ofrece el poder, o bien su carácter agresivo y amenazante; tampoco es la
gravedad de las agresiones o retrocesos materiales, económicos o sociales.
La explicación de la indignación, la participación cívica, la protesta social y la
dinámica de cambio cultural y político pasa por la combinación relacional e histórica de
las dos, o más, dinámicas en pugna. El impulso decisivo es la actitud de la mayoría de la
sociedad y sus principales actores, confrontada a ‘su’ situación y la actuación de las
clases dominantes. Se trata de comparar la fuerza ‘interna’ existente en la sociedad y
sus sectores más activos o avanzados frente a la fuerza ‘externa’ del establishment,
según su poder, cohesión y legitimidad. Esa capacidad popular de protesta y de cambio
está condicionada por su posición social, por su ‘experiencia’ respecto a esa
problemática y su percepción como injusta, al contrastarla con su cultura cívica, sus
valores éticos y democráticos. Y para evaluar su capacidad movilizadora también hay
que contar con sus recursos disponibles, sus formas expresivas, su apoyo social y sus
expectativas de resultados en distintos planos.
Los resultados de la contienda sociopolítica y la pugna cultural dependen de esa
correlación de fuerzas en presencia. Vencer un poder débil, ilegítimo y dividido, o
cambiar aspectos parciales y no sistémicos, de la estructura económica y de poder,
puede ser suficiente a través de un movimiento popular menos potente, con menores
aliados y con limitado apoyo social o presencia institucional. Al mismo tiempo, un
movimiento social más consistente puede fracasar al tener enfrente a un poder más
fuerte o aspirar a objetivos más ambiciosos, aunque pudieran derivar en otras ventajas
reivindicativas, sociopolíticas, organizativas y de legitimidad ciudadana. El éxito o el
fracaso de una dinámica de indignación y protesta social se deben medir en una doble
dimensión: conquista reivindicativa a corto plazo; avances y retrocesos de las fuerzas
en presencia, de sus capacidades y legitimidad, manifestados también de forma
concreta e inmediata, y que favorecen o perjudican las transformaciones a medio
plazo. Por tanto, los resultados en los dos planos dependen de la interacción de tres
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elementos: la envergadura de los objetivos planteados; la relación entre, por un lado,
la capacidad, cohesión y apoyo social del movimiento y, por otro lado, la fortaleza
económica e institucional y la legitimidad del bloque del poder, y los cambios en los
equilibrios entre esos dos campos.
También debemos incorporar en el análisis las profundas transformaciones en
la relación entre lo individual y lo global, su influencia en los movimientos sociales y la
construcción de identidades complejas y el reconocimiento de un yo como agente:
El espacio de los nuevos movimientos sociales en la era de la
globalización es, por tanto transversal, desde lo individual a lo global,
construyendo nuevos mapas cognitivos donde el reflejo del yo es imprescindible
para construir el nosotros y donde nuevas identidades complejas a través de
diversos territorios se encuentran mezclando actuaciones locales y reflexiones
globales y viceversa (Alonso, 2014: 270).
Estas nuevas realidades hay que interpretarlas de forma rigurosa, superando
los conceptos y el lenguaje referidos a otras épocas y que hoy, por su carácter
esquemático, idealista o determinista, confunden más que clarifican. Supone un
esfuerzo teórico y crítico para renovar la teoría social e interpretar mejor las nuevas
realidades sociales.
En tercer lugar, podemos partir de las mejores aportaciones de la sociología
crítica. Las ciencias sociales convencionales explican los hechos sociales a través de la
interacción de dos elementos fundamentales de la realidad: estructura y acción. La
tradición marxista mencionaba: condiciones objetivas y condiciones subjetivas
(Giddens, 1991; Thompson, 1977; 1979; 1981, y 1995). Por un lado, los componentes
estructurales, contextuales e históricos de carácter social, económico, políticoinstitucional, medioambiental y cultural o de mentalidades. Por otro lado, los
componentes de ‘agencia’, los agentes o sujetos que influyen, condicionan o
(re)construyen la realidad social: la sociedad, el pueblo soberano, distribuida en
distintas capas sociales, con su articulación institucional -Estados, grupos de poder…-,
su expresión sociopolítica -partidos políticos, movimientos sociales, sindicatos,
asociacionismo…- y sus culturas, valores y subjetividad. En ese sentido, hemos
criticado las ideas deterministas, económicas y políticas, y hemos expuesto la
importancia de la interacción de estos dos componentes y del concepto de
‘experiencia’, elaborado por E. P. Thompson, como elemento mediador entre
estructura, conciencia y acción (Antón, 2014a).
El análisis de los movimientos sociales y la acción colectiva debe tener en
cuenta tres elementos (Tarrow, 2012; Tilly, 2010; Tilly et al., 2005): 1) estructura de
oportunidades políticas; 2) razones o contenido de las protestas, y 3) cultura
sociopolítica. El primero se refiere a las posibilidades de poder articular y expresar la
acción colectiva teniendo en cuenta las condiciones de cierre y/o apertura que facilitan
o imponen el poder político y económico. El segundo señala los motivos de la protesta
social y define los objetivos expresivos y reivindicativos y su orientación sociopolítica,
progresista, conservadora, nacionalista… El tercero contiene los grados y el carácter de
la conciencia social, los valores existentes y las características de los actores y sujetos
colectivos. Los tres están interrelacionados. Este enfoque más multilateral, dinámico y
relacional, nos ha llevado a superar algunas unilateralidades en la interpretación de las
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actuales resistencias colectivas y la conformación de nuevos o renovados sujetos
sociopolíticos.
Por otra parte, hemos explicado la importancia y, al mismo tiempo, los límites
de las aportaciones de carácter ‘culturalista’ y de afirmación exclusiva de la
individuación del yo. Hemos realizado una valoración crítica, por un lado, del
individualismo del pensamiento postmoderno y, por otro lado, de las sugerentes y
problemáticas ideas de Touraine (2005; 2009, y 2011) sobre la excesiva relevancia de
la cultura y la minusvaloración de lo social. No obstante, rescatamos la importancia del
sujeto, de su autoafirmación y libertad, así como la necesidad de las relaciones
igualitarias y solidarias derivadas de los vínculos sociales, constitutivos del ser humano,
como ser social (Antón, 2013b).
En consecuencia, es fundamental la mediación sociopolítica-institucional, el
papel de los agentes y la cultura, considerando la función contradictoria de las normas,
creencias y valores. Junto con el análisis de las condiciones materiales y subjetivas de
la población, el aspecto principal es la interpretación, histórica y relacional, del
comportamiento, la experiencia y los vínculos de colaboración y oposición de los
distintos grupos o capas sociales, y su conexión con esas condiciones. Supone una
reafirmación del sujeto individual, su capacidad autónoma y reflexiva, así como sus
derechos individuales y colectivos; al mismo tiempo y de forma interrelacionada que
se avanza en el empoderamiento de la ciudadanía, en la conformación de un sujeto
social progresista. Y todo ello contando con la influencia de la situación material, las
estructuras sociales, económicas y políticas y los contextos históricos y culturales
(Antón, 2014a, y 2014b).
Por tanto, desde las ciencias sociales, contamos como muchas ideas razonables
y hay que partir de ellas. Pero el acento hay que ponerlo en su renovación y en la
superación de sus principales errores y límites; es decir, en el análisis concreto y la
elaboración de una nueva interpretación de los hechos sociales actuales. Ese esfuerzo
teórico, interpretativo y crítico, cuyo enfoque hemos apuntado aquí, todavía es más
perentorio para interpretar la nueva realidad sociopolítica, en particular, el proceso de
indignación y protesta social y los nuevos reequilibrios del espacio político-electoral, y
favorecer su conversión en un poderoso movimiento popular por un cambio
progresista.
En definitiva, aquí apostamos por una interpretación basada en la interacción
entre estructuras y sujetos, por un paradigma social, relacional e histórico que parte
del conflicto social, de la conformación de procesos de movilización social y cambio
sociopolítico progresista. Se trata de la revalorización del papel de la propia gente, de
su situación, su experiencia y su cultura, así como de los sectores más activos y su
representación social y política, su capacidad articuladora y sus discursos, es decir, de
los sujetos sociopolíticos.
3. Visión constructivista y lo específico aportado por Podemos
Diversos portavoces de Podemos han planteado la sustitución de la dicotomía
izquierda/derecha por otras polarizaciones y han resaltado la importancia de la
elaboración de un nuevo discurso. Ya hemos explicado las insuficiencias del eje
izquierda/derecha, aunque también la vigencia de la igualdad, y hemos valorado las
otras dicotomías propuestas (Antón, 2015b). Ahora abordamos la visión constructivista
13
del sujeto popular de cambio (Laclau, 2013), influyente en algunos de sus dirigentes, y
lo específico de su aportación. Partimos del criterio compartido de realzar el papel de
la cultura y la subjetividad de los actores sociales y políticos, sin caer en el
voluntarismo. Este tema afecta al análisis de cómo se construyen las identidades
colectivas y se conforma la cultura popular, así como al significado de la polarización
social o pugna sociopolítica y la hegemonía cultural y política.
Para Laclau y Mouffe (1987) “una estructura discursiva no es una entidad
meramente ‘cognoscitiva’ o ‘contemplativa; es una práctica articulatoria que
constituye y organiza las relaciones sociales (p. 109). Y continúan: “A la totalidad
estructurada resultante de la práctica articulatoria la llamaremos discurso” (p. 119). Si
el discurso es, sobre todo, práctica (articulatoria o hegemónica) se convierte en una
afirmación tautológica y no se clarifica el papel específico de las ideas o la subjetividad
que las personas incorporan en sus relaciones sociales. Gramsci (2011), según valoran
bien estos autores, sin abandonar el determinismo realzaba el papel de la cultura
popular. En nuestra investigación, siguiendo a E. P. Thompson (1977; 1979; 1981, y
1995), se da un paso más en la crítica al determinismo sin caer en el idealismo,
revalorizando la ‘experiencia popular’ en la formación de los sujetos y su acción
sociopolítica y relacional, incluyendo su cultura y su participación en el conflicto social.
Por tanto, los actores o sujetos incorporan en su práctica social un determinado
discurso que, a su vez, la modela y le da sentido.
Cabe una precisión previa para delimitar el significado de la palabra discurso.
Conviene distinguir este concepto, usualmente referido al conjunto de opiniones de un
grupo social, de su experiencia social y política y su impacto en las relaciones sociales.
La práctica sociopolítica y cultural de los distintos actores y cómo interiorizan y
encarnan sus ideas y valores es lo que genera la transformación de las relaciones
sociales. Si sobrevaloramos el discurso, como ideas, y su capacidad constructiva de lo
social, dejamos en un segundo plano el aspecto principal en la articulación social: la
gente, los sujetos. Vamos a contar con ello para hacer una reflexión más general sobre
la conformación de las identidades colectivas, aspecto ya tratado en detalle en otros
textos (Antón, 2014a, y 2015b).
Alguno de sus dirigentes lo formulan así:
(La) visión constructivista del discurso político permitió interpelaciones
transversales a una mayoría social descontenta, que fueron más allá del eje izquierdaderecha, sobre el cual el relato del régimen reparte las posiciones y asegura la
estabilidad, para proponer la dicotomía ‘democracia/oligarquía’ o ‘ciudadanía/casta’ o
incluso “nuevo/viejo”: una frontera distinta que aspira a aislar a las elites y a generar
una identificación nueva frente a ellas (Íñigo Errejón, “¿Qué es Podemos?”, Le Monde
Diplomatique nº 225, julio de 2014).
La interpelación a la mayoría social descontenta es positiva. Ese potencial
sujeto, al que dirigirse y reclamar su atención, señala la base principal susceptible de
apoyo de las fuerzas políticas alternativas. Se ha constituido frente a los recortes
sociales, las graves consecuencias de la crisis y su injusto reparto, la política de
austeridad y la prepotencia gubernamental y de la troika. Son rasgos fundamentales
que configuran la experiencia y la cultura de la corriente social indignada. Se ha
generado una nueva conciencia popular en esos temas clave, diferenciada de las élites
14
dominantes. Está apoyada en la práctica social y el comportamiento de una amplia
ciudadanía, en su participación y legitimación de la protesta social progresista, y está
basada en los valores democráticos y de justicia social. No solo es una base social de
izquierdas o de composición de clase trabajadora; es más amplia: progresista,
democrática y popular. En esa nueva actitud sociopolítica participan personas que se
autodefinen de centro progresista, incluso algunos de centro-derecha o votantes de
esos partidos. Sin embargo, la mayoría de ellas se auto-ubican ideológicamente en la
izquierda, sin darle a esa palabra el significado de una ideología compacta y cerrada o
una vinculación de lealtad fuerte con un determinado partido político. Igualmente,
participan sectores de las clases medias y, particularmente, jóvenes ilustrados con
bloqueo en sus carreras laborales y profesionales. Elementos centrales de esa actitud
progresiva, aparte de los valores democráticos, son la defensa de los derechos sociales
y laborales y la igualdad en las relaciones sociales y económicas, así como el
importante papel de lo público: Estado de bienestar, regulación de la economía,
empleo decente y equilibrio en las relaciones laborales, protección social y servicios
públicos de calidad.
Esa transversalidad relativa, referida a la actitud ideológica y la composición de
la ciudadanía descontenta, no supone una estrategia electoral atrapalotodo, con una
orientación difusa. Se excluyen a las clases dominantes, la oligarquía o la casta, que se
sitúan como el adversario a combatir, y se desconsidera la base social conformista con
las políticas regresivas y autoritarias o irrespetuosas con los derechos humanos.
Estamos hablando, pues, de un proyecto transformador, emancipador y popular, que
va dirigido no solo a la gente que se considera de izquierdas sino a la mayoría de la
gente crítica, indignada o descontenta. Y presenta un perfil no solo de izquierdas
(tradicional) y menos para situarse (o que lo sitúen) a la izquierda de Izquierda Unida o
como extrema-izquierda. Se identifica con un nuevo impulso transformador adecuado
a las tareas de cambios fundamentales, giro socioeconómico y democratización del
sistema político, y se enfrenta a los poderes establecidos. Ha elaborado un mensaje
político con un lenguaje que ha conectado con la percepción de un amplio sector de la
ciudadanía progresista y sus demandas discursivas y representativas para fortalecer su
pugna sociopolítica y electoral.
El nuevo discurso -ciudadanía y democracia frente a casta y oligarquía-,
elaborado con una visión constructivista permite a los líderes de Podemos, autores de
esas consignas, ‘interpelar’ a esa mayoría social descontenta. Tiene una ambiciosa
aspiración: ‘aislar a las élites’ (dominantes) y generar una ‘identificación nueva’ anticasta o anti-oligárquica. Se enlazan mecanismos básicos de la contienda política: nuevo
discurso y liderazgo y base social descontenta, sobre los que se construye una
identificación popular con sus mensajes y su representación, así como el aislamiento
cultural y la deslegitimación ciudadana de las clases dominantes.
¿Cuál es el rasgo que se infravalora? El que la conciencia popular de esa
corriente indignada, en gran parte, ya estaba formada a través de la experiencia
masiva de la crisis y sus graves consecuencias sociales, las políticas regresivas y la
prepotencia gubernamental, contestadas por todo un ciclo de la protesta social, cívica
y democratizadora. Desde el año 2008, con la crisis económica y la ampliación del
desempleo masivo y, particularmente, desde el año 2010, con la aplicación
generalizada de las políticas de austeridad y la imposición de ajustes antisociales, se ha
producido el empeoramiento vital y de derechos de una mayoría ciudadana, su
15
percepción de la desigualdad y la injusticia, así como su desacuerdo con los poderosos
y su gestión regresiva y autoritaria de la crisis. En ese proceso, sociopolítico y cultural,
han participado millones de personas, miles activistas o representantes asociativos y
distintos grupos y movimientos sociales. El choque de esa involución social y
democrática, promovida por los poderosos, con la cultura y las expectativas previas de
la mayoría de la población ha generado una polarización sociopolítica y cultural. La
mayoría de la gente se ha reafirmado en sus valores democráticos y de justicia social.
Frente a las dinámicas dominantes hacia la resignación y el sometimiento se ha
desarrollado la indignación cívica y la deslegitimación ciudadana de las capas
dirigentes, económicas e institucionales, que han actuado con prepotencia.
Por tanto, la acción comunicativa de un discurso y unos líderes, sin contar con
este proceso, pueden quedar sobrevalorados en su aportación para la generación de la
capacidad identificadora del campo propio y la aisladora del campo adversario. Es
insuficiente al margen de las dinámicas de fondo de la cultura popular, las condiciones
y expectativas vitales, la experiencia en el conflicto sociopolítico y la articulación del
conjunto de tejido asociativo y movimientos sociales. Es razonable, a la vista del éxito
obtenido, la pretensión de reforzar la legitimación del discurso y el liderazgo de
Podemos y sus dirigentes. Es fundamental para encarar la siguiente fase de
consolidación y ampliación de las fuerzas alternativas. Pero se trata también de
precisar el valor de lo aportado para evaluar los esfuerzos, mejoras y dinámicas
necesarios para avanzar en ese objetivo transformador.
La vinculación de los mensajes y el liderazgo con las demandas y aspiraciones
de la ciudadanía descontenta o crítica se debe realizar superando una relación
esencialista o ahistórica de ambos componentes. La activación de una respuesta
colectiva está mediada por los procesos del conflicto social y político, la experiencia, la
cultura y la disponibilidad de la mayoría progresista de la sociedad, así como la propia
acción y la organización de sus sectores activos y más representativos. En particular,
tiene relevancia para adoptar una posición receptiva y unitaria con los distintos
actores, especialmente, por su representatividad y peso político, entre Podemos e
Izquierda Plural, sin olvidar la dinámica principal de la movilización sociopolítica y la
articulación social de una ciudadanía activa.
La irrupción de un electorado indignado ha sido posible por el proceso, amplio
y profundo, de conformación de una identificación popular por parte de un sector
significativo de la población, con unas características definidas: percepción del carácter
regresivo del poder, amplitud de la respuesta cívica con una diferenciación cultural y
sociopolítica respecto de las élites dominantes, consolidación de una cultura
democrática y de justicia social, y articulación variada de un movimiento popular
progresista, compuesto de múltiples grupos sociales, un amplio tejido asociativo y una
diversa representación social unitaria que ha servido de cauce y expresión de grandes
movilizaciones ciudadanas. Es el rasgo que aparece poco realzado al destacar,
fundamentalmente, el componente constructivo del discurso y el liderazgo de una
formación política sobre una base social descontenta pero solo receptora de
interpelaciones. Se dejarían así en un segundo plano el papel de la propia ciudadanía
activa como agente crítico y con la interrelación de distintos actores, así como su
propia conformación experiencial e identificadora, a través del rechazo a la austeridad
y los ajustes regresivos de unos gestores políticos prepotentes y una reafirmación en
valores democráticos, solidarios e igualitarios.
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Lo nuevo o añadido por el fenómeno Podemos a ese bagaje de cultura popular,
actitudes progresistas en lo social y participación cívica es haber construido un cauce
político para que se pudiese explicitar el apoyo electoral y la simpatía más amplia hacia
un nuevo liderazgo político con un discurso crítico. Sus mensajes han sabido
interpretar esas ideas fuerza en la ciudadanía indignada y les han permitido a sus
representantes públicos recibir un reconocimiento político y electoral significativo.
Dicho de otro modo, la visión constructivista ha contribuido, específicamente, a este
último hecho, sobre la base de que ya estaban edificados los fundamentos y la
experiencia de una nueva polarización sociopolítica y cultural. Y se han configurado no
solo a través de discursos sino por la participación cívica, masiva y colectiva en el
conflicto social, incluido el esfuerzo de activistas, grupos y organizaciones
sociopolíticas. Las ideas y significantes se apoyan, combinan y refuerzan con la
articulación participativa de una ciudadanía activa.
La teoría populista (Laclau, 2013), tal como detallo en otra parte (Antón,
2015b), además del límite de reducir su contenido a la lógica de la acción política, tiene
otras deficiencias. En particular, relacionado con su contenido ideológico o
programático, la creencia de que una lógica o técnica de acción política sea suficiente
para orientar la dinámica popular hacia la igualdad y la emancipación. O que con un
discurso apropiado, al margen de la situación de la gente, se puede construir el
movimiento popular. Infravalora la conveniencia de dar un paso más: la elaboración
propiamente teórica, normativa y estratégica, vinculada con las mejores experiencias
populares y cívicas, para darle significado e impulsar una acción sociopolítica
emancipadora e igualitaria. El paso de las demandas democráticas y populares
insatisfechas hasta la conformación de un proyecto transformador y una dinámica
emancipadora debe contar con los mejores ideales y valores de la modernidad
(igualdad, libertad, laicidad…). Estos, en gran medida, se mantienen en las clases
populares europeas a través de la cultura de justicia social, derechos humanos,
democracia…, cuyo refuerzo es imprescindible.
En resumen, el discurso sobre unos mecanismos políticos (polarización,
hegemonía, demandas populares), para evitar ambigüedades que permitan
orientaciones, prácticas o significados distintos y contradictorios, debe ir acompañado
con ideas críticas, asumidas masivamente, que definan un proyecto transformador
democrático, igualitario y solidario. Queda abierta, por tanto, la necesidad de un
esfuerzo específico en el campo cultural e ideológico para avanzar en una teoría social
crítica y emancipadora que sirva para un cambio social y político de progreso.
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