Profesor UTP visitó el Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas “Dr. Amado Alonso” de la Universidad de Buenos Aires Pedro Henríquez Ureña, pensador de América El escritor William Marín Osorio en el Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas “Dr. Amado Alonso”. Facultad de Filosofía y Letras Universidad de Buenos Aires. En días pasados el profesor William Marín Osorio adscrito a la Licenciatura en Español y Literatura de la Facultad de Ciencias de la Educación, visitó el Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas “Dr. Amado Alonso”, unidad académica de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. El propósito del viaje a Buenos Aires del profesor Marín Osorio fue recolectar información de carácter bibliográfica en el marco de su investigación “Pedro Henríquez Ureña, pensador de América, entre el ensayo y la utopía”, investigación que el profesor Marín viene realizando desde hace varios años. La investigación del profesor William Marín Osorio también se llevó a cabo en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, la Biblioteca General de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires –sede Puán-, la Sala de Lectura “Ángel Rama” y su Colección Biblioteca Ayacucho y la Biblioteca “Pedro Henríquez Ureña” del Instituto de Literatura Hispanoamericana, Biblioteca adscrita al Sistema de Información de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. El interés del profesor Marín es reactualizar el pensamiento de Pedro Henríquez Ureña en torno al concepto de Utopía y en ese contexto comenta: Para Henríquez Ureña, los intelectuales y artistas hispanoamericanos han estado, desde la misma fundación de la República, “en busca de nuestra expresión”, la expresión americana, y esto se ha hecho especialmente evidente en el desarrollo de la música, la pintura, el teatro, la danza, la literatura y el ensayo, diversas expresiones artísticas que han jalonado procesos de identidad esenciales en la fundación de las literaturas nacionales. Viajero incansable por los países de la América Hispánica, Henríquez Ureña nace en Santo Domingo, República Dominicana, el 29 de junio de 1884, en el seno de una familia progresista. Segundo hijo de Francisco Henríquez y Carvajal y de Salomé Ureña. Su hermano Max hace una inolvidable semblanza del futuro ensayista, en la edición que el Fondo de Cultura Económica titulara Retratos (1998), especialmente en su texto Hermano y maestro (recuerdos de infancia y juventud); Max señala allí que su hermano mayor siempre se destacó en la familia por ser el centro de intensas preocupaciones intelectuales y humanas; su juicioso intelectualismo era expuesto ante la madre, quien era poeta y regentaba en su casa una escuela de formación de señoritas, el Instituto de Señoritas, también ante su padre que era médico, hombre de acción y polemista político en Santo Domingo, pues había ocupado el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores y Presidente de la República, y ante los demás miembros de una familia afecta al mundo de las letras. El padre ejerció en Pedro una influencia importante especialmente en la dimensión social y científica de su personalidad; de la madre, quien había advertido la inclinación de Pedro por el estudio y por el arte, hereda el amor por la palabra. Siendo un adolescente, Pedro Henríquez Ureña viajó con su padre a los Estados Unidos, cuando éste ocupaba un cargo diplomático en New York, ciudad que acompañaría a Pedro Henríquez Ureña y a sus hermanos durante varios años ya sin la tutela del padre; allí empezaría, por su propio esfuerzo económico, la vida insigne de quien fuera considerado por Borges y Ana María Barrenechea “Maestro de América.” Borges en su semblanza de Henríquez Ureña, a propósito de la muerte del pensador dominicano, expresó lo siguiente en el prólogo a la recopilación del libro “Obra crítica” (1960,2001): Como aquel día del otoño de 1946 en que bruscamente supe su muerte, vuelvo a pensar en el destino de Pedro Henríquez Ureña y en los singulares rasgos de su carácter. El tiempo define, simplifica y sin duda empobrece las cosas; el nombre de nuestro amigo sugiere ahora palabras como maestro de América y otras análogas. Veamos, pues, lo que estas palabras encierran. Evidentemente, maestro no es quien enseña hechos aislados o quien se aplica a la tarea mnemónica de aprenderlos y repetirlos, ya que en tal caso una enciclopedia sería mejor maestro que un hombre. Maestro es quien enseña con el ejemplo una manera de tratar con las cosas, un estilo genérico de enfrentarse con el incesante y vario universo. (...) Al nombre de Pedro (así prefería que lo llamáramos los amigos) vincúlese también el nombre de América. Su destino preparó de algún modo esta vinculación (...) Para Pedro Henríquez Ureña, América llegó a ser una realidad; las naciones no son otra cosa que ideas y así como ayer pensábamos en términos de Buenos Aires o de tal cual provincia, mañana pensaremos de América y alguna vez del género humano. Pedro se sintió americano y aun cosmopolita, en el primitivo y recto sentido de esa palabra que los estoicos acuñaron para manifestar que eran ciudadanos del mundo y que los siglos han rebajado a sinónimo de viajero o aventurero internacional. (...) Pedro había frecuentado las obras de Bergson y de Shaw que declaran la primacía de un espíritu que no es, como el Dios de la tradición escolástica, una persona, sino todas las personas y, en diverso grado, todos los seres. (VII,IX). Sobre el viaje a los Estados Unidos que reseñábamos más arriba, anota José Luis Martínez: Años más tarde, en 1991, su padre viaja a los Estados Unidos comisionado por su gobierno y lleva con él a sus hijos Francisco, Pedro y Max –los dos últimos acaban de graduarse de bachilleres-. Viven en Nueva York e inician estudios en la Universidad de Columbia. Pero al año siguiente, don Francisco tiene que regresar a Santo Domingo y los muchachos deciden seguir en New York sosteniéndose por su propia cuenta. Francisco y Pedro toman un curso comercial y Pedro logra obtener un duro trabajo como oficinista; Max es pianista en un restaurante. A pesar del rigor del trabajo, Pedro sigue asistiendo a conciertos, óperas y teatros, lee en las bibliotecas públicas y comienza a escribir crónicas y poesía. En marzo de 1904 volverán los hermanos a La Habana, adonde se había trasladado su padre. Gracias a sus años estadunidenses dominó el inglés, que escribirá corrientemente, y en su educación dominicana y posteriormente había aprendido latín, tenía nociones de griego y sabía francés e italiano. (El centenario y la recopilación de los estudios mexicanos, en: Estudios mexicanos, 2004,13). Un ambiente singular que fue propicio para que Pedro Henríquez Ureña diera sus primeros pasos en el mundo de las letras y de la enseñanza, como nos recuerda Max, para quien su hermano fue siempre un modelo de conducta de carácter moral y ético, aspecto éste que aunado a sus intereses estéticos lo llevarían a ocupar un sitial de innegable importancia en el contexto del ensayo hispanoamericano, pero un ensayo que volvía la mirada sobre una América total, indígena, mestiza, social, cultural, política y de intensas migraciones europeas, sin el sesgo de lo nacional. Había una idea fundamental en la familia Henríquez Ureña, y era ante todo que el hogar fuera la escuela de sus hijos, que en casa continuaran sus estudios, por ello no fue sino hasta la edad de once años que Pedro pudo entrar en contacto con la escuela formal. Nos cuenta Max: Tenía yo poco menos de diez años y Pedro sobrepasaba los once cuando, por vez primera, concurrimos a una escuela. Fran (su hermano) era el único de nosotros que había pasado por esa experiencia: había asistido en Francia a un aula de párvulos. Fran y Pedro ingresaron juntos en el curso preparatorio del bachillerato. Yo quedé en el penúltimo grado de los estudios primarios. Aunque separados por el plan de estudios, hubo sin embargo un aspecto de nuestro desarrollo intelectual en el que Pedro y yo seguimos unificados: el de nuestras lecturas, que continuamos haciendo juntos. (Retratos, 1998, 14-15). En su viaje a México de 1906 a 1914 entra en contacto con Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, Jesús T. Acevedo, entre otros, y funda en diferentes épocas centros modernos de pensamiento como la Sociedad de Conferencias y el Ateneo de la Juventud o Ateneo de México, por mencionar solo un par de instituciones culturales en esta estancia de ocho años que coincide con el movimiento social maderista que conduce la Revolución Mexicana hacia el derrocamiento del porfiriato; cabría afirmar que con la presencia de don Pedro se operó simultáneamente otra revolución en el pensamiento moderno en México; igualmente, en 1914 viaja a Washington como corresponsal de El Heraldo de Cuba y hacia 1916 Henríquez Ureña consigue una cátedra en la Universidad de Minnesota, Estados Unidos, donde es profesor en el Departamento de Lenguas Romances. Posteriormente, viene una segunda estancia en México de 1921 a 1924; hacia 1921 ya José Vasconcelos había sido designado por el presidente Obregón como rector de la Universidad Nacional y primer Secretario de Educación Pública, Vasconcelos llama a Henríquez Ureña para que lo acompañe en su proyecto educativo ministerial; Ureña había estado trabajando en el Centro de Estudios Históricos de Madrid dirigido por Ramón Menéndez Pidal desde el año de 1920; la idea de Vasconcelos era que Henríquez Ureña fundara una escuela de verano en México semejante al centro de estudios históricos de Madrid; los grandes amigos luego se distanciarán por asuntos personales y diferencias intelectuales, un aspecto importante del habitus de nuestro autor, lo que le significaría a Henríquez Ureña tener que salir de México en busca de oportunidades laborales en otros países; en 1924 Henríquez Ureña viaja con su familia mexicana a la Argentina, en donde ejercerá hasta el año de 1946 una labor educativa extraordinaria y fructífera como maestro de español en el Liceo de la Universidad Nacional de La Plata –en donde tuvo como alumno al futuro escritor Ernesto Sabato- en el Instituto Nacional del Profesorado Secundario de Buenos Aires y como investigador literario en el Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires al lado del crítico literario y lingüista español Amado Alonso. De este modo, entrará en contacto con intelectuales, muchos de ellos alumnos, ex alumnos y entrañables amigos, como Rafael Alberto Arrieta, Enrique Anderson Imbert, Ernesto Sabato, José Luis Romero, Victoria Ocampo, Jorge Luis Borges, Ezequiel Martínez Estrada, sería innumerable citar aquí la lista de nombres que conocieron el magisterio de don Pedro y contribuyeron con su amistad a la consolidación de su trabajo intelectual en la Argentina-; ante este panorama vasto y complejo, deslumbrante por lo que tiene de aventura intelectual, se abre ante el crítico el humanismo de América de una escritura de enormes proporciones estéticas, filosóficas, históricas y sociológicas, sin precedentes en la historia del pensamiento Hispanoamericano, solo comparable con figuras emblemáticas del continente como José Enrique Rodó, José Martí, Alfonso Reyes, Ángel Rama y Roberto Fernández Retamar. La tarea investigativa en torno a este autor es inagotable y, a veces, se diría infructuosa, debido a las innumerables páginas que se han escrito sobre él: prólogos, estudios críticos y selección de páginas de sus obras, de los más prestigiosos escritores e intelectuales de todas las geografías, entre quienes cabe mencionar a Jorge Luis Borges, Ernesto Sabato, Alfonso Reyes, Ezequiel Martínez Estrada, José Luis Martínez, Enrique Anderson Imbert, Rafael Gutiérrez Girardot, autores todos ellos que dan testimonio del magisterio humano de Henríquez Ureña y de su persistente y encomiable labor intelectual. Con esta semblanza, a propósito del Henríquez Ureña maestro, amigo, intelectual y ciudadano del mundo por sus constantes viajes de Santo Domingo a La Habana, New York y Washington, de Madrid a México, de México a Buenos Aires, el profesor William Marín Osorio tiene como propósito esencial de su investigación situar en la perspectiva del presente histórico las ideas críticas de quien fuera llamado Maestro por sus contemporáneos y, de este modo, ubicar en la vanguardia de los estudios literarios para las nuevas generaciones el pensamiento siempre vigente del escritor dominicano.