I. Preámbulo. Es evidente que toda iniciativa que dé mayor certeza y

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ONFERENCIA MAGISTRAL
Sen. César Camacho Quiróz
PRESIDE LA COMISIÓN DE
FEDERALISMO Y DESARROLLO MUNICIPAL DEL
SENADO DE LA REPÚBLICA
I. Preámbulo.
Es evidente que toda iniciativa que dé mayor certeza y plena seguridad
jurídica a los actos realizados por los particulares, merece ser tomada con
seriedad. Sobre todo si la sustentan conocidos juristas y la respaldan, con la
rotundez del ejercicio y el valor de la experiencia, respetables notarios de
México.
A unos y otros, reconozco el mérito de esta aportación inteligente y
oportuna a la discusión de nuestro régimen legal y a la eventual definición
de las reformas que se requieren a fin de edificar una vertiente del federa-
lismo mexicano del siglo XXI. A todos agradezco, como legislador y como
profesional del derecho, la oportunidad de intercambiar puntos de vista que
sin duda serán provechosos para todos.
II. En torno al Registro Nacional de Testamentos.
Aquí se ha planteado, con claridad y abundancia, la utilidad e importancia
de un Registro Nacional de Testamentos. No sólo para que el trámite sucesorio pueda facilitarse, sino para dar garantías de que, en toda circunstancia,
la manifestación de la última voluntad será siempre respetada y acatada.
No están, pues, a discusión, las bondades de actualizar y de mejorar el
marco normativo para el oportuno y correcto cumplimiento de las disposi1
ciones testamentarias. Lo que en todo caso procedería, sería dilucidar si ha
lugar a modificar la legislación –y si ésta es la conclusión– decidir su amplitud y densidad.
Bien se reconoció aquí que esa materia es del orden civil y, por ello
mismo, su regulación pertenece al fuero común; es decir, está en el ámbito
jurídico de las entidades federativas, por lo que no hay instancia que, a
nivel federal, tenga que ver con ella, salvo que tal eventualidad la acuerden
las propias entidades, como de hecho ya ocurre, mediante la celebración
de convenios de coordinación con el gobierno federal.
Por supuesto, la lógica sugiere contar con mecanismos eficaces para
hacer el acopio de toda la información sobre la última voluntad de los testadores, permitiendo su consulta ágil y práctica, a diferencia de las investiga-
ciones exhaustivas que se suelen requerir, no sólo en distintas partes de
la República sino también en diversas oficinas de un mismo Estado, lo que
consume demasiado tiempo y en acaba siendo oneroso.
También es cierto que, de no llevar a cabo esta obligada búsqueda de
forma moderna y expedita, se desaprovecharían los valiosos recursos infor-
máticos con los que ya contamos y que permiten concentrar, administrar y
facilitar el acceso a los grandes volúmenes de información, a través de una
base de datos nacional.
Sin embargo, la función registral en su sentido lato -en este caso el
registro de las disposiciones de última voluntad-, al corresponder al orden
local, sólo puede involucrar a la autoridad federal si ella se asume como
apoyo o coadyuvante para el adecuado ejercicio de una facultad reservada
a los estados, por lo que esta participación sólo puede darse en el marco
de la regla de competencias que prescribe el artículo 124, en concordancia
con el 121 constitucional.
Es decir, que se justificaría únicamente en la medida en que incide en
el mejoramiento de este servicio público local y no para pretender la imposición de ningún modelo tendiente a uniformar formatos o procedimientos.
Es necesario decirlo con claridad: si la materia sucesoria es del orden
local, es prerrogativa de cada entidad decidir, a través de sus códigos civil
y de procedimientos civiles, cómo y bajo qué criterios funcionará. Cualquier
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intento –en aras de la uniformidad y así arroje ésta ventajas instrumentales–,
sería contrario a la autonomía y al régimen interior de los miembros de la
Federación.
Busquemos, pues, la mejor manera de resolverlo, sin afectar a los gobier-
nos locales. Hagámoslo, y así lo propongo con orientación federalista.
Se trata de acometer los cambios que se requieran para mantener
e incrementar la seguridad jurídica que el poder público debe otorgar al
individuo, pero siempre en rigurosa observancia del esquema competencial
que contiene nuestra Ley fundamental.
Se han formulado, sobre este punto, tres planteamientos centrales:
• El primero, referente a la necesidad práctica de jueces o notarios de disponer, con celeridad, de dicha información.
• El segundo, vinculado con la necesidad de un Registro Nacional de
Testamentos y su carácter obligatorio.
• El tercero, alusivo a la homologación de la materia civil en las entidades
federativas, de modo que puedan diseñarse y aplicarse políticas y procedimientos únicos en todo el país.
III. La propuesta, desde una perspectiva federalista.
Lo anterior parece razonable. El reto es conseguir lo que se propone, sin
vulnerar la soberanía local.
En efecto, el artículo 121 constitucional –que, por cierto, permanece
intacto desde que fue incluido en la Carta de 1857 y posteriormente refren-
dado sin debatirlo por el Constituyente de 1917– arroja bastante luz al respecto y amerita, por tanto, una lectura cuidadosa.
De entrada, el precepto incluye algunas de las normas que la Teoría
denomina complementarias, pues corresponden a obligaciones positivas
Conferencia
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que los estados deben cumplir, en términos de las disposiciones contenidas en leyes generales expedidas por el Congreso de la Unión.
Es el caso de la regla según la cual, las entidades federativas darán
completa fe y crédito a los actos públicos, registros y procedimientos judiciales que realizan las otras, con lo que se brinda a éstos, certeza y seguridad
jurídicas. Por supuesto, tal determinación impone obligaciones legales que
se derivan, precisamente, del hecho de que cada una de esas entidades
pactó con sus iguales y, al hacerlo, asumió compromisos. Pudiera parecer,
en ese sentido, una lesión a la soberanía local; pero se trata, más bien, de
una obligación impuesta por el Constituyente federal.
Ello se explica porque nuestro sistema constitucional, de acuerdo con el
artículo 40 de la Ley fundamental, reconoce un derecho federal, aplicable
en toda la República y que goza además de preeminencia a causa del principio de supremacía constitucional, y otro local, cuya naturaleza es restrin-
gida en función de las reglas que lo regulan y del ámbito espacial acotado
que le corresponde.
De ahí que, en una entidad federativa, rigen sus leyes y las de la fede-
ración, en esferas normativas ya establecidas.
En virtud de todo ello, en la discusión que nos ocupa, los actos del estado
civil, entre otros los testamentos, ajustados a las leyes de cada estado, tienen
ipso jure validez en los otros, según la fracción IV del citado artículo 121
constitucional.
De tal suerte que –a mi juicio– las entidades federativas, por la relación
horizontal que guardan entre sí, jurídicamente se bastan solas en materia
testamentaria.
Por las razones anteriores, no parece conveniente que el Poder
Ejecutivo Federal establezca una instancia central que concentre la información provista por las entidades, pues, a mayor abundamiento, ello no
aporta nuevos elementos que dieran valor jurídico adicional a los testamentos. Dicho rotundamente: la validez y la eficacia de estos documentos, no
dependen de que estén o no registrados ahí.
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Admito, por otra parte, que no sobra y tiene innegable utilidad práctica,
un Registro Nacional de Testamentos, al que pudieran ocurrir los legítimamente interesados.
Pero para ello –según creo- no se necesita ninguna reforma legal,
menos constitucional.
Bastaría con la realización de convenios administrativos, en los que
participarían las entidades que así lo decidiesen y en los términos que mejor
les convinieran.
Dichos convenios tendrían que ser acordes al espíritu del artículo 121;
además de ser el producto de un trabajo a la vez político y técnico, que
genere consensos indispensables para adoptar reglas y criterios satisfactorios para todos.
Desde otro ángulo visual, dada la creciente interacción de las entida-
des federativas que los nuevos tiempos políticos parecen propiciar, podría,
como otra opción, crearse un sistema operado por y entre los estados, que dé
fluidez y, sobre todo, confiabilidad a la consulta de sus respectivos acervos.
Se trataría de una red de consulta nacional, con igual utilidad práctica
y capacidad de servicio, que el actual Registro.
IV. Una última reflexión.
La federación no es la simple suma de las partes que la integran; es, al contrario, un todo homogéneo, que para su gobierno se descompone en unidades
territoriales que gozan de autonomía para concertar entre sí y con el ámbito
político central, pues poseen derechos originarios y órdenes jurídicos propios.
De ahí, entonces, que en todo régimen federal deban coexistir, en un
ámbito territorial delimitado, elementos que se contrapesan y, al hacerlo, se
contienen entre sí, garantizando su cohesión pero, a la vez, frenando toda
posibilidad de abuso en contra de los estados miembros.
Tal es, dentro de la doctrina federal, el equivalente al principio republi-
cano de la división de poderes, que no es sino regla de organización y colaConferencia
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boración: en un caso, para hacer posible la unicidad del gobierno a través
de instancias que, distintas, se complementan; en el otro, para garantizar,
en lo territorial y en lo competencial, la libertad de las comunidades políticas
que se hallan contenidas en otras más grandes.
Por supuesto, al participar los estados en la formación de la unidad fede-
ral, asumen, voluntaria y racionalmente, limitaciones necesarias; pero hallan,
al mismo tiempo, el presupuesto constitucional de su propia existencia.
Ni la federación es el Leviatán, ni los estados dejan de ejercer su sobe-
ranía. Al poseer y ejercer sus propios poderes –en lo legislativo, lo administrativo y lo judicial–, se configura el espacio constitucional en el que arreglan
todo lo concerniente a su régimen interior, este es el caso.
Por lo mismo, el federalismo debe procurar el equilibrio y alentar la
coordinación. No imponer ni fusionar, sino concertar y articular.
Los gobiernos locales lo han demostrado suficientemente, tienen la
madurez para hacer la parte que les toca. Reconocerlo sería expresión de
confianza: la que hizo que el contrato social deviniera pacto federal; la que
habrá de mantenernos unidos en cualquier circunstancia.
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