La multiplicación de los peces AARÓN HABÍA NACIDO EN BUENOS AIRES el 5 de noviembre de 1877, en el seno de la familia más rica y poderosa de una Argentina en plena expansión económica. Hijo de Nicolás Hugo Anchorena Arana ( 1828 - 1884 ) y de María Mercedes Castellanos de la Iglesia, Condesa Pontificia y Dama de la Rosa de Oro, debería su nombre a su abuelo materno Aarón Castellanos y su fortuna a su abuelo paterno, Nicolás Anchorena. Tan grande era la fortuna de los Anchorena que Estanislao del Campo, en su poema gauchesco "Fausto", pone en boca del diablo los siguientes versos para tentar al protagonista: Si quiere plata, tendrá, Mi bolsa está siempre llena, Y más rico que Anchorena, Con decir quiero, será. El 24 de mayo de 1885 moría Nicolás, el abuelo de Aarón, dejando una herencia evaluada en 170 millones de pesos; una cifra verdaderamente astronómica a valores constantes. Desde entonces, sus descendientes constituirían la rama más rica de los Anchorena. Explicar el origen de semejante fortuna no es tarea sencilla. La compleja trama que vincula a esta opulenta y todopoderosa familia con el poder político a lo largo de la historia argentina, es por momentos intrincada y casi siempre objeto de polémica entre los historiadores. Implicaría abrir un paréntesis tan extenso como polémico. No obstante, si se quiere comprender la mentalidad de Aarón de Anchorena, incluyendo su generoso legado al estado Uruguayo, se hace necesario tener una idea del contexto histórico, social y familiar en el que vivió. Juan José Sebreli, autor del único ensayo - así define él mismo su trabajo para distinguirlo de la historia académica y excusarse de no siempre abrevar e las fuentes, en el que se estudia la saga completa de los Anchorena sostiene la tesis de que la fortuna familiar se origina, como otras, en la época colonial, con las " mercedes de estancia" otorgadas por el rey. Estos privilegios basados en el reparto de la tierra pública se habrían acentuado después de la revolución de Mayo y llegado a su culminación bajo el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Rosas tuvo desde muy joven una estrecha relación con los Anchorena, con quienes no sólo estaba emparentado sino que tenía relaciones de trabajo, primero como capataz, después como mayordomo y, a partir de 1821, en carácter de administrador de tres inmensas estancias pertenecientes a Juan José y Nicolás Anchorena: Las Dos Islas, Los Camarones y El Tala. En la cláusula 24 del testamento, redactado y escrito de su puño y letra en 1862, Juan Manuel de Rosas consigna un crédito de 78.544 pesos contra los señores Juan José y Nicolás Anchorena. El crédito correspondía a " el precio de mis servicios y de mis gastos en su beneficio pues les fundé y cuidé varias estancias en los campos entonces más expuestos" entre 1818 y 1830. (Rosas accede por primera vez a la Gobernación de la Provincia de Buenos Aires en 1829). Además de esta, en apariencia simple relación de trabajo, hay documentos que sugiere otro tipo de negocios más oportunistas y parecidos a la especulación, entre el llamado, " mayordomo" de los Anchorena y sus ricos patrones. Carlos Ibarguren cita una carta de su archivo donde Juan José de Anchorena le dice a Rosas: "Creo que habrá en la campaña mucho miedo a los indios; por tanto Ud. Vea su algunos tímidos dan ganados baratos y compre tres mil o cuatro mil cabezas para nuestras estancias. Quien no arriesga no gana y ya ve si podemos hacernos de ganados baratos ¿ por qué no hemos de arriesgar? " Efectivamente, cuando se corría en la capital el rumor de posibles malones, los estancieros vendían sus reses y hasta sus tierras a precios muy bajos; y nadie más indicado que Rosas, en contacto con " la indiada" y moviéndose en la llamada "frontera", para conocer el humor de los indios e incluso para hacer circular estos rumores con fuerte incidencia en la bolsa. A estar por los datos que maneja Sebreli, en 1830 existían en la provincia de Buenos Aires 538 propietarios, mientas que diez años después, en pleno gobierno de Rosas, el número había disminuido a 293, los que se repartían nada menos que 8.600.000 hectáreas. Tras la caída de Rosas, el 12 de octubre 1858 se sancionó una ley que declaraba pública toda la tierra donada desde el 8 de diciembre de 1829 hasta el 2 de febrero de 1852; ley que nunca se puso en práctica. Pero el reparto de la tierra pública aún no había terminado: en el período comprendido entre 1876 y 1893, que abarca los años de apogeo de Roca, se enajenaron 42 millones de hectáreas de tierras públicas, llegando a subastarse en una sola operación en Londres 400 leguas cuadradas a $ 0.48 la hectárea. El general Roca informaría luego al Congreso que hasta 1904, el Estado había otorgado títulos de propiedad que abarcaban 32.447.045 hectáreas. La enorme valorización de la tierra con la llegada del ferrocarril, multiplicó en forma asombrosa la fortuna de los propietarios que la habían adquirido prácticamente por nada o como prebenda de gobiernos amigos. Por otra parte, las vacas se multiplicaban solas, sin que hubiera que distraer fondos o tiempo en ello. Así, Fabián Gómez, casado con una hija de Nicolás Anchorena, recibió en propiedad la estancia "Los Carpinchos", en San Nicolás, con mil cabezas de ganado y al cabo de veinte años tenía cincuenta mil reses. "Los primeros acaparadores, allá por 1820, nunca hubieran podido sospechar que esa tierra concedida por el gobierno por un precio mínimo, se valorizaría con el correr de los años de tal modo que sus nietos serían riquísimos sin el menor esfuerzo" - comenta Sebrell. Para dar una idea de la vertiginosa valorización, Jacinto Oddone calcula que el precio de una hectárea en 1836 era de $ 0.42, mientras que en 1927 ascendía a $ 1.840. Un peso invertido en tierra en el año 1836, se había convertido en el año 1927 en 4.836 pesos. Y conste que hablamos de pesos oro y de las mejores tierras de la Argentina. Sobre los Anchorena en particular, puede estimarse que en momentos de su mayor apogeo, a mediados del siglo diecinueve, eran dueños de más de 250.000 hectáreas de campo. Tan vastos eran estos campos y tan fácil la reproducción de los animales que se afirma que Nicolás Anchorena, el abuelo de Aarón, no conocía ninguna de sus estancias. Después de Caseros, al parecer, las ganancias empezaron a mermar, al menos en opinión de Nicolás Anchorena (h), quien se queja ante Benjamín Vicuña Mackenna de la crisis por la que atraviesa el agro. Sin embargo, a pesar de sus constantes lamentos, la fortuna de los Anchorena siguió en aumento. Hacia 1930, solamente diecinueve miembros de la familia, reunían 378.094 hectáreas sólo en la Provincia de Buenos Aires. Hectáreas, cabezas de ganado, el precio de ambos, la influencia política, el poder real, el brillo social, los lazos familiares y de conveniencia, los hijos, los palacios, los objetos de arte, todo se multiplicaba, como por milagro, como la multiplicación de los peces, en manos de los Anchorena