Omar Ahumada Mora 1 DERECHO Y ETICA DE LA GESTION PUBLICA MUNICIPAL. El concepto de ética en la gestión pública alude a la existencia de un sistema normativo de orden moral, como un conjunto de principios y valores que orientan la configuración de un actuar correcto y deseable en el ámbito de la administración de los asuntos públicos, y que al estimarse socialmente indispensable para la convivencia y la paz social, se hace necesaria su obligatoriedad y coercibilidad. De esta manera se convierte en norma jurídica a través de los procedimientos previstos en el ordenamiento jurídico. Esto es, el imperativo ético meramente interno y autónomo, se impone bajo la forma de una obligación, derecho, deber o consecuencia jurídica exigibles, que emana de los órganos legislativos competentes, de conformidad a la Constitución Política. Es así que el Derecho Administrativo tiene una fuente importante en la fundamentación de sus normas, en la necesidad de formalizar jurídicamente la aspiración ética de un comportamiento debido y regular en la actuación de los agentes públicos. La importancia de ello involucra a los pilares fundamentales de la institucionalidad, por su incidencia en el ámbito de la gobernabilidad y la representatividad, ya que las democracias se sustentan en una serie de principios morales, instituciones políticas y procesos funcionales arraigados en la confianza ciudadana. Las democracias han desarrollado instrumentos para la promoción del concepto de interés público, la protección de las garantías individuales, derechos políticos, el gobierno representativo y responsable, el imperio de la ley, el poder judicial independiente, la autonomía de los organismos de control, las rendiciones de cuenta, la división del poder y la pluralidad política. Sin embargo, en algunos países se ha presentado una creciente fragilidad en los procesos de democratización en las democracias de transición y la constatación de imperfecciones en su consolidación institucional, que puede llevarlos al fracaso a través de la inestabilidad política y la debilidad de sus instituciones. No es por cierto, la situación de Chile, pero no podemos perder de vista que el deterioro gradual y progresivo, a pesar de no ser muy perceptible, puede avanzar y provocar escenarios de inestabilidad no deseables si los remedios institucionales para prevenir y reprimir son insuficientes. Sin duda, la falta de ética en la gestión pública, a través de distintos medios como el soborno, el nepotismo y la malversación de los fondos, conduce a la ineficiencia y a la apropiación del aparato del estado por intereses individuales ajenos al interés general. Ello implica la pérdida de la autoridad moral, debilita la eficacia de la actuación gubernamental, estimula el abuso y la arbitrariedad, agrega cargas al contribuyente y, por ende, también tiene impacto en la eficiencia de las políticas sociales en beneficio de los sectores de menores ingresos. Por ello, la corrupción tiene un alto costo para todos, permitiendo además la impunidad de hechos delictivos y el debilitamiento de un estado de derecho. Omar Ahumada Mora 2 La esencia de la conducta infractora está en la violación de un deber jurídico, y es más que una irregularidad legal, sino que además rompe el vínculo jurídico que se le asigna a una persona a través de una investidura, para tomar decisiones que afectan al conjunto de la comunidad. Por lo tanto, se sobrepasa el marco de la legalidad y se involucra el campo de la legitimidad. Sin perjuicio de que en el desarrollo de nuestro derecho administrativo, desde los inicios de la República, y en especial a partir de las etapas de consolidación del ordenamiento jurídico nacional, se ha normado la estructura y actividad del Estado en general, y en el ámbito de la Administración Pública, y ha habido una especial preocupación por establecer modelos de comportamiento de los agentes públicos, lo que tradicionalmente se ha hecho a través de la regulación de procedimientos, la definición de requisitos, el establecimiento de prohibiciones, deberes, incompatibilidades o inhabilidades, y sistemas de control. El principio de legalidad mismo involucra un imperativo ético, al someter a la autoridad pública a la voluntad superior de la ciudadanía expresada en la ley en el modelo institucional republicano, a fin de evitar el abuso y la arbitrariedad. Para los efectos anteriores, la legislación administrativa ha asumido un rol racional y prescriptivo, preestableciendo las formalidades que deben cumplir determinados procedimientos para el logro de ciertos objetivos, considerando en ellos modalidades que buscan asegurar una decisión informada, imparcial y protegiendo la igualdad de oportunidades. El acento procedimental en la regulación se ha traducido asimismo en controles formales respecto del cumplimiento de procedimientos, tema que en los requerimientos para una administración moderna ha aparecido como una dificultad para la gestión, por la excesiva rigidización que se produce en este modelo regulatorio. Por otra parte, la mayor flexibilidad que se reclama para una administración más proactiva, innovadora, con mayor capacidad de adecuación y orientada a resultados, demanda mayores grados de autonomía y discrecionalidad. Sin embargo, muchos autores señalan a la discrecionalidad y la mayor descentralización, como un factor que favorece la desviación de poder y facilita la corrupción. Y la posibilidad de la arbitrariedad en un sistema flexible es utilizada frecuentemente para resistir cambios en tal sentido, en especial en al ámbito laboral funcionario. Es un dilema entonces, establecer a través de la legislación la medida adecuada de regulación restrictiva, para asegurar comportamientos adecuados, con la necesaria flexibilidad que demanda un entorno complejo, variable y demandante, para satisfacer las necesidades de la comunidad con prontitud, pero también con eficacia y transparencia. Sin embargo, ello no implica incompatibilidad entre el principio de legalidad y la modernización de la gestión, ya que es posible establecer puentes entre el derecho y las disciplinas de la administración, a través de fórmulas distintas que compatibilicen la juridicidad con la concepción de gestión. Es importante en el quehacer legislativo tener clara esta concepción, a fin de considerar en la técnica legislativa un equilibrio adecuado entre discrecionalidad y regulaciones restrictiva, a fin de no entorpecer los fines superiores de la dimensión ética de la actividad pública y los objetivos de eficiencia y eficacia en la satisfacción de las necesidades de la comunidad. Omar Ahumada Mora 3 Cinco son a nuestro juicio los factores más relevantes en las prácticas que afectan gravemente la dimensión ética de la gestión pública: a) El abuso o desviación del poder y el monopolio de la decisión pública; b) La cultura de una ética permisiva, respaldada por un gobierno deteriorado moralmente; c) La discrecionalidad de la decisión, sin un sistema de control adecuado de su fundamentación y de los resultados; d) La falta de responsabilidad por la decisión pública, sin agravar proporcionalmente las consecuencias de la irregularidad; y e) Controles sociales débiles o inexistentes, o la apatía de la comunidad en la lógica de una cultura permisiva. Sin duda las estrategias del derecho administrativo tradicional han sido insuficientes, y se dificultan frente a nuevas condiciones y características de la relación Estado y sociedad civil. Es necesario considerar que los esfuerzos de modernización del Estado en América Latina han estado influenciados por estrategias de reingeniería, basadas en la reducción del aparato estatal, que ha provocado además un paradigma equivocado en el concepto de “menos Estado”, o de una simple adecuación a las exigencias de un mercado omnipresente y superior en el imaginario público. El Informe del PNUD 2002 sobre Desarrollo Humano en Chile, pone énfasis en esta publicación en los aspectos culturales, y expresa con preocupación que “En las últimas décadas del siglo XX se observa una ruptura con la construcción político-estatal de un imaginario público, desplazado por un imaginario privado. Tal “privatización” obedece, asimismo, a una construcción política. Si antes hacía pie en la intervención estatal para ampliar el ámbito público, ahora consagra la experiencia del mercado, haciendo del individuo la figura central del nuevo imaginario. Proceso paradójico, en realidad, pues despoja a la política del universo imaginario que sustenta su acción. Lo público no desaparece por cierto; toma otras formas”. Agrega que “ esa transformación de lo público incide sobre la experiencia que puedan tener las personas de la convivencia social. Queda instituido juna especie de “imaginario de mercado” que brinda poderosas motivaciones a la libertad individual, a la toma de decisiones y a las responsabilidades individuales. Sin embargo, aunque este impulso a la individualización genera una rica diversidad de la vida social, el imaginario dominante entrega pocas claves para vislumbrar y vivenciar lo social. De afianzarse tales tendencias, podría haber consecuencias desfavorables para un Desarrollo Humano. Los individuos privados no sólo carecerían de aquel espacio público que les permite conversar sus diferencias y articular la nueva diversidad, sino que también dispondrían de escasas capacidades para elegir y realizar el tipo de vida que quieren llevar”. (Pág. 61). Sin duda el proceso antes referido, que tiene una dimensión más amplia y compleja que la que abordamos en esta oportunidad, es un factor importante cuando percibimos que en un paradigma cultural de la sociedad actual, en que el Estado avanza para asumir con más herramientas el desafío del desarrollo integral y la influencia de la globalización, de manera coherente con este objetivo, la dimensión de la ética de la gestión pública puede verse deteriorada por la entronización cultural de un proceso de privatización de la misma ética, perdiendo su primacía y cayendo en la relativización y el pragmatismo. Se pierde así parte del alma de la función pública y se corroe el espíritu de la institucionalidad política. Omar Ahumada Mora 4 No se ha dejado de hacer esfuerzos desde los procesos legislativos, desde los organismos de control y con una mayor coherencia y racionalidad de la gestión y administración de los recursos por los gobiernos en los últimos años, para prevenir y reprimir acciones irregulares, y que a pesar de ello siguen produciéndose. En el ámbito municipal, la legislación precisamente se ha orientado a fortalecer los sistemas de control y fiscalización; al agravamiento de las responsabilidades; al establecimiento de exigencias que permitan una mayor transparencia de los procesos más críticos, y busca también transparentar la toma de decisiones para que se ejerza un control ciudadano más estricto y responsable, que se comparta más ampliamente el mecanismo de decisión, que se obstaculice el nepotismo y el involucramiento de los intereses personales en la decisiones que se adopten. Ejemplos hay muchos, como los siguientes: - - Tipificación de conductas irregulares que se configuran como notable abandono de deberes, facilitando la remoción de autoridades alcaldicias; Refuerzo de las facultades fiscalizadora del Concejo Municipal y mayor vinculación con las Unidades Internas de Control; Mayor estabilidad en el ejercicio de las funciones de los funcionarios de las Unidades de Control, para asegurar su imparcialidad y mayores atribuciones en el área de la auditoría y el control de legalidad; Revisión de la regulación de las Cuentas Públicas de los Alcaldes y exigencia de difusión efectiva de sus contenidos; Mayor participación del concejo en materias resolutivas Ej. Patentes de alcohol. Exigencia de regular los procedimientos de adquisiciones, concesiones y licitaciones; Exigencia de informar al Cesco materias relacionadas con políticas de carácter general; Obligación de informar al concejo las nuevas contrataciones; Mayores posibilidades para que los concejales puedan requerir antecedentes sobre la gestión; Creación de Oficina de Reclamos e Informaciones, con plazos de respuesta; Regulación de Audiencias Públicas. A lo anterior es necesario agregar las exigencias que establece la Ley de Probidad para transparentar la toma de decisiones, con la posibilidad de que los particulares puedan exigir los antecedentes fundantes que sirven de base para el acto decisorio; una mayor estrictez en materia de inhabilidades; la declaración de intereses y una tipificación estricta respecto de que se entiende por faltas a la probidad, lo que en definitiva puede redundar en la posibilidad de remoción por el Tribunal Electoral Regional, sin perjuicio del notable abandono de deberes. ¿ Es todo ello suficiente, o es necesario evaluar su eficacia para establecer si además se requiere mayor estrictez o mayores medios o atribuciones de los agentes de control interno y externo? ¿ Será necesario además tipificar nuevos delitos? ¿O habrá que crear otras instancias veedoras de la probidad, que permitan un mejor control ciudadano?. Omar Ahumada Mora 5 Sin duda es necesario revisar todo aquello y evaluar las interrogantes antes señaladas, y mantener la coherencia con los esfuerzos de mayor eficiencia y eficacia, en los cuales la contribución de instrumentos de la administración privada son importantes pero no deben ser supradominantes, de manera que diluyan la dimensión de lo público como la representación del interés que nos es común en nuestra convivencia social y nos liga dentro de nuestra diversidad. Es por ello que en el marco de una política legislativa para el ámbito municipal, nos parece relevante considerar lo siguiente en beneficio de la ética pública, que requiere inhibir ciertas conductas y sin duda, reprimir las faltas de manera estricta. Todo lo anterior se orienta en la práctica a establecer mecanismos de detección, de control y de sanción. Con todo, el virtuosismo no emergerá simplemente con la estrategia normativa. Es preciso una estrategia de promoción de la práctica de valores y un concepto de ética mínima, con el máximo de pluralidad, y una clara delimitación entre lo público y lo privado. Es importante sin duda, la participación de la sociedad civil, la autonomía de los organismos de control y la veeduría social. Ciertamente, debe haber una decidida voluntad política en tal sentido y afrontar los aspectos culturales que refuercen la ética pública, la formación y profesionalización de la función pública, compensaciones equitativas para los agentes públicos, compromisos de transparencia y de rendición de cuentas. Nuestro país tiene aún un potencial importante en estas materias y parte de sus estrategias de desarrollo y de presencia ante las demás naciones en el ámbito público y privado, tienen un pilar sólido en su bajo nivel de corrupción, de acuerdo a los ranking internacionales. En el nivel local, la participación ciudadana es relevante y si la organización social tradicional comunitaria no ha sido suficiente para ejercer este rol, la legislación debe dar oportunidades para nuevas articulaciones entre los miembros de la comunidad local, para que dentro de una adecuada autonomía y depuración de intereses mezquinos, se creen nuevos controles organizados que refuercen los existentes y creen nuevas prácticas de presión para un correcto ejercicio de la función pública municipal.