VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS La Virgen María, Madre de Dios He aquí una amplia recopilación de temas marianos. Constituyen una síntesis magnífica de Juan Pablo II, Benedicto XVI, San Francisco de Asís y otros teólogos actuales de la Iglesia. Son un excelente material para charlas, meditaciones, foros... Con cariño mariano, Felipe Santos, SDB Pamplona- Septiembre-2008 «Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María, que eres Virgen hecha Iglesia y elegida por el santísimo Padre del cielo, a la cual consagró Él con su santísimo amado Hijo y el Espíritu Santo Paráclito, en la cual estuvo y está toda la plenitud de la gracia y todo bien» (San Francisco, Saludo a la B.V. María). «Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo ninguna semejante a ti entre las mujeres, hija y esclava del altísimo y sumo Rey, el Padre celestial, Madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo: ruega por nosotros... ante tu santísimo amado Hijo, Señor y maestro» (San Francisco, Antífona del Oficio de la Pasión). «Francisco rodeaba de amor indecible a la Madre de Jesús, por haber hecho hermano nuestro al Señor de la majestad. Le tributaba peculiares alabanzas, le multiplicaba oraciones, le ofrecía afectos, tantos y tales como no puede expresar lengua humana» (2 Cel 198). «Francisco amaba con indecible afecto a la Madre del Señor Jesús, por ser ella la que ha convertido en hermano nuestro al Señor de la majestad y por haber nosotros alcanzado misericordia mediante ella. Después de Cristo, depositaba principalmente en la misma su confianza; por eso la constituyó abogada suya y de todos sus hermanos» (LM 9,3). «El misterio de la maternidad divina eleva a María sobre todas las demás criaturas y la coloca en una relación vital única con la santísima Trinidad. María lo recibió todo de Dios. Francisco lo comprende muy claramente. Jamás brota de sus labios una alabanza de María que no sea al mismo tiempo alabanza de Dios, uno y trino, que la escogió con preferencia a toda otra criatura y la colmó de gracia». «Puesto que la encarnación del Hijo de Dios constituía el fundamento de toda la vida espiritual de Francisco, y a lo largo de su vida se esforzó con toda diligencia en seguir en todo las huellas del Verbo encarnado, debía mostrar un amor agradecido a la mujer que no sólo nos trajo a Dios en forma humana, sino que hizo "hermano nuestro al Señor de la majestad"» (K. Esser). «El intenso amor a Cristo-Hombre, tal como lo practicó San Francisco y como lo dejó en herencia a su Orden, no podía dejar de alcanzar a María Santísima. Las razones del corazón católico y de la caballerosidad de San Francisco lo llevaban al amor encendido de la Madre de Dios... San Francisco cultivó con esmero y con toda su intensidad el servicio a la Virgen Santísima dentro de los moldes caballerescos y condicionado a su concepto y a su práctica de la pobreza. Nada más conmovedor y delicado en la vida de este santo que la fuerte y al mismo tiempo dulce y suave devoción a la Madre de Dios» (C. Koser). María y la vida espiritual franciscana por León Amorós, o.f.m. . Nuestro Seráfico Padre es uno de esos hombres insignes previstos y predestinados en la mente divina para las grand gestas de la gloria de Dios, y Asís el lugar preordenado por Señor para irradiar su acción bienhechora sobre inmensa muchedumbre de almas. En fuerza de la asociación inseparable que existe entre Jesuc y su Santísima Madre por virtud del misterio de la Encarnac toda acción divina, allí donde obre, ha de ir siempre acompañ de la cooperación de la Santísima Virgen, que será más o me manifiesta a nuestros humanos ojos, pero realísima y hondam radicada en este principio teológico, rector de la presente economía de la gracia. La pasmosa vida sobrenatural de Francisco, tan rica en divi experiencias como favorecida en dones celestiales, que le ha de constituir el gran cantor de las divinas alabanzas en e acordado concierto de la creación y aptísimo al par que docilí instrumento, manejado por manos divinas, para irradiar poder corrientes de vida sobrenatural, debió tener, y tuvo, según principio enunciado, una vida mariana abundante y opulen radicada en lo más íntimo de su espíritu, con sabrosísima experiencias de la presencia de la Virgen Santísima en su alm el nacimiento de su obra, de prolongado y profundo apostola había de tener también como cuna la ciudad de Asís y cabe santuario de la Santísima Virgen de los Angeles, madre y ma de aquella pequeña grey, origen y principio de la Orden Será La Orden Franciscana es, en los planes de Dios, una pieza excepcional importancia en la contextura de la historia de Iglesia. Los hechos así lo han demostrado y siguen demostrándolo. Forzoso era, que, siguiendo la ley natural, tam estuviera presente la Virgen Santísima en el origen y ulteri proceso y actividad de esta grande obra. N. S. Padre, en quien, según venimos diciendo, los divino carismas con tanta prodigalidad habían de darse cita, debió t una vida mariana intensa, porque también fue muy subida su divina interior, y porque era el fundador de una grande obra irradiación de los dones divinos. Aunque los testimonios de la mariana del Santo Padre que han llegado a nosotros no son abundantes, son, sin embargo, muy significativos y elocuente orden a esta espiritualidad. Dice San Buenaventura: «Nunca he leído de santo alguno qu haya profesado especial devoción a la gloriosa Virgen» (1). Y San Francisco, el Santo Doctor no solamente leyó su vida, s que fue escritor de sus gestas. Como biógrafo, pues, del Ser Padre, cuyas fuentes de información fueron los propios compañeros del Santo Padre, pudo sondear muy bien las interioridades del espíritu del Pobrecillo, para descubrir allí principios rectores de toda su esplendorosa vida espiritua Naturalmente, éstos no podían ser más que Jesús y María Es principio teológico inconcuso, como luego veremos, que acción de la Santísima Virgen en el proceso de toda vida cris a partir del santo Bautismo, y aun antes de él por la vocación fe, es realísima y honda, como colaboradora que es del mis principio fontal de donde dimanan todos los dones divinos, qu Jesucristo. Esta actuación, real en todas las almas, puede ser o menos consciente en el sujeto que la recibe y, consiguientemente, con manifestaciones más o menos explíc en el desarrollo normal de la vida espiritual del cristiano. Nuestro Santo Padre, predestinado por el Señor para funda Orden que, con el transcurso del tiempo había de vivir, sent defender la gran prerrogativa de la Virgen Santísima, su Concepción Inmaculada, forzoso era que la vida mariana fue él intensa y plenamente consciente. Cimabue: La Virgen en majestad (Basílica de Asís) Nos dice su biógrafo San Buenaventura en la Leyenda Mayor amor para con la bienaventurada Madre de Cristo, la Purísi Virgen María, era realmente indecible, pues nacía en su coraz considerar que Ella había convertido en hermano nuestro al m Rey y Señor de la gloria, y que por Ella habíamos merecido divina misericordia» (LM 9,3). Magnífico testimonio de conte profundamente teológico de la vida mariana del Seráfico Pad asociación de la Santísima Virgen al misterio de la Encarnac Redención, y su cooperación como causa meritoria de la mis Este «amor realmente indecible» del Santo Padre, de que n habla San Buenaventura, tiene su magnífica y esplendoros manifestación en el bellísimo Saludo que el Pobrecillo dirige celestial Reina, el cual se halla en sus opúsculos o escrito (SalVM). Si bien la vida cristiana es sustancialmente una, tanto en lo individuos como en las instituciones, sin embargo su fecund divina es tal que, sin menoscabo de esta unidad, produce u variadísima floración de celestiales matices por los cuales no difícil reconocer en ellos los rasgos peculiares de la fisonom moral de Jesucristo y, consiguientemente también, de su Ma que da personalidad sobrenatural al individuo o la institución se nutre de esta vida. El rasgo divino que San Francisco reproduce de la fisonomía Jesús y de su Madre, es la virtud de la pobreza evangélica, lleva en sí contenidas, como las premisas contienen las consecuencias, la humildad, la sencillez evangélica, la infan espiritual, el desapego a todo lo terreno. Es el propio San Buenaventura quien nos presenta este ma divino de la vida del Seráfico Padre: «Frecuentemente -dice ponía a meditar, sin poder contener las lágrimas, en la pobrez Cristo y de su Madre Santísima, y después de haberla estud en ellos, aseguraba ser la pobreza la reina de todas las virtu pues tanto había resplandecido y tanto había sido amada po Rey de los reyes y por su Madre la Reina de los Cielos» (LM Lo mismo dicen otras fuentes biográficas: 2 Cel 83, 85, 200; 15; LP 51. Y el propio San Francisco, en la Carta dirigida a to los fieles, dice: «Este Verbo del Padre..., siendo Él sobreman rico, quiso, junto con la bienaventurada Virgen, su Madre, esc en el mundo la pobreza» (2CtaF 4-5; [Jamás habla Francisc señala el P. Iriarte- de la pobreza de Jesús sin que asocie a e recuerdo de la pobreza de la Virgen, su Madre: 1 R 9,5; UltVo Estos caracteres de la vida divina de Francisco no podían me que pasar a su obra. Así que la Orden por él fundada había estar asentada sobre la virtud de la pobreza evangélica, y me su cuna al calor de la Santísima Virgen. Quiso la divina Providencia que fuera esta pobrísima cuna iglesita dedicada a Santa María de los Angeles. Que el Seráfico Padre tuviera perfecto conocimiento de la ac poderosa y decisiva de la Santísima Virgen en los principios Orden Franciscana, lo atestigua San Buenaventura: «Francis dice-, pastor amantísimo de aquella pequeña grey, siguiendo impulsos de la divina gracia, condujo a sus doce hermanos Santa María de la Porciúncula; siendo su fin al obrar de es modo, el que así como en aquel lugar y por los méritos de bienaventurada Virgen María había tenido principio la Orden d Frailes Menores, así también allí mismo recibiese, con los au de la bendita Madre de Dios, sus primeros progresos y aume en la virtud» (LM 4,5). Lo mismo refieren otras fuentes biográ 1 Cel 21-23 y 106; 2 Cel 18-19; EP 83. Profundamente radicadas ya en la devoción dulcísima de Santísima Virgen la vida sobrenatural de Francisco y la de doce primeros discípulos suyos, fundamentos sobre los que h de sentarse la gran obra que él fundara, la Orden Seráfica log ya desde su origen la plena conciencia del espíritu vital mari que habría de ser su principio rector con el transcurso del tiem Quedaba, pues, plenamente vinculada la Orden Franciscana acción vivificadora de la Santísima Virgen. Como consecuen lógica de este estado de cosas, y como coronamiento de e obra, procedía ahora una declaración del Santo Fundado poniendo la Orden bajo el amparo y plena tutela de María Santísima, dedicándola a su gloria; o sea, hablando en térm modernos, consagrando la Orden a la Santísima Virgen Ma Que el Santo Padre cerrara su obra con este broche de oro n dice el Seráfico Doctor con estas lacónicas palabras: «En Ma después de Cristo, tenía Francisco puesta toda su confianza lo cual la constituyó abogada suya y de sus religiosos, y a ho suyo ayunaba devotamente desde la fiesta de los Apóstoles Pedro y San Pablo hasta el día de la Asunción» (LM 9,3) Y si queremos ahondar más en el conocimiento de la influen poderosa de la oración de Francisco en el Corazón materna María, no sólo en favor de sus religiosos, sino también de to los fieles, cuya salud espiritual tanto conmovía el celo por l almas del Seráfico Padre, recordemos la tierna y conmoved escena del origen de la Indulgencia de la Porciúncula, en cu capilla se instituye el primer Jubileo Mariano en la historia d Iglesia, por el cual queda convertida esta bendita capilla e potentísimo centro de irradiación de toda suerte de dones celestiales que, dimanando de Jesús y pasando todos ellos María, han santificado y siguen santificando a tantas alma Espiritualidad mariana de San Buenaventura Suele decirse de San Buenaventura que es el segundo fund de la Orden Seráfica. Título ciertamente bien merecido, porq fue quien dio cuerpo y figura a la herencia que recibiera de antecesores, indecisa y vacilante después de la muerte de Seráfico Padre, en su constitución jurídica y en su orientac doctrinal. Fue la mano certera del Doctor Seráfico la que su plasmar y dar estabilidad a esta persona moral que es la Or Franciscana. Pero también el Santo Doctor, el príncipe de los místicos, com llama León XIII, había de actuar dando nuevo impulso y ener la orientación espiritual que la Orden recibiera de su Sant Fundador. Ciñéndonos a lo que nos atañe, el espíritu vital mariano, infun por el Seráfico Patriarca en la Orden, debía actuar como sa vivificadora en los escritos espirituales de San Buenaventura con el transcurso del tiempo habían de ser el aliento que hab nutrir la vida divina de nuestros Santos. Que el Santo Doctor haya dado a sus escritos una influencia e y decisiva de la acción de la Virgen Santísima en el proces desarrollo de la vida divina en las almas, es cosa clara. Estab primeramente el Santo Doctor la ley general, profundamen teológica, que rige en la actual economía de la gracia, el orde que ésta se difunde a partir del principio fontal de ella, siguie esa misteriosa cadena cuyo último eslabón es la Virgen beatí por cuyas manos necesariamente ha de pasar todo bien cele en las almas. Dice el Santo Doctor: «La bienaventurada Virge llamada fuente por la manera como se originan los bienes. E se originan principalmente de Dios, luego por Cristo, derivánd después a la bienaventurada Virgen, por cuya razón es llam fuente, y, por último, a cualquier otra persona a quien se com algún bien» (2). Para San Buenaventura es tal la conexión interna entre la v sobrenatural y la Santísima Virgen, que aquélla necesita co condición indispensable de su desarrollo estar hondamen radicada en la Virgen benditísima. «La Virgen Madre -dice el S Doctor- santifica a los que echan raíces en ella por el amo devoción, alcanzándoles de su Hijo la santidad»; y precisame raíz de este pasaje es cuando advierte San Buenaventura qu conoce santidad alguna sin la Virgen: «Nunca he leído -dice santo alguno que no haya profesado especial devoción a gloriosa Virgen» (3). Siendo Jesucristo acabado ejemplar y dechado perfecto de t santidad, a Él debe tender todo anhelo y esfuerzo de santifica en las almas. Precisa, pues, caminar hacia Jesús. La Virge Santísima es el camino que a Él nos conduce y por eso sue decirse: Ad Jesum per Mariam, a Jesús por María. Esta función de conductora de las almas a Jesús, por la cu quedan éstas indisolublemente vinculadas a la Santísima Vir no escapa a San Buenaventura: «... incurriendo en la hipocr de Herodes -dice-, se desvía de la dirección de la Virgen, rad estrella, cuyo oficio es conducir a Cristo» (4). Es clásica la división de la vida espiritual en las tres etapas d purgativa, iluminativa y unitiva o perfecta. Para llegar a la m posible en este mundo, de la perfección cristiana, es forzoso el alma pase por estas tres penosas y dolorosas fases, dond acción potente de la gracia paulatinamente va sobrenaturaliz el alma en sus más hondas aficiones. Según el principio gen de la cooperación directa e inmediata de la Virgen Santísima esta obra de la santificación de las almas, es igualmente forzo ineludible que la Santísima Virgen tenga colaboración juntam con Jesús en estos procesos de la vida divina en las alma San Buenaventura, maestro indiscutible en los caminos de la espiritual, describe admirablemente la naturaleza y modos estos tres estados de que acabamos de hablar. No escapa a perspicacia, como teólogo insigne, esta acción directa e inme de la Santísima Virgen en estos tres estados de la vida de espíritu. Con harta frecuencia encontramos esta idea en su escritos, que llega a constituir como un principio rector de s tratados espirituales. «Ella, en efecto -dice-, es purificador iluminadora y perfectiva... Es la estrella del mar que purific ilumina y perfecciona a los que navegan por el mar de est mundo» (5). Y en otra parte, aún con mayor firmeza, insiste s el mismo punto: «Porque eres estrella del mar, ruega por nos para que seamos iluminados; porque eres mar amargo, exen podredumbre, ruega por nosotros para que seamos purificad porque eres Señora, ruega por nosotros, desprovistos de perfección, para que seamos perfeccionados. Necesitamos e tres cosas para que la palabra divina sea eficaz en nosotros que ella se dirige a iluminar nuestro entendimiento, a purific nuestro afecto y perfeccionar nuestras obras. Y no podem conseguir esto sin la intervención de la Virgen» (6). Según el principio teológico que venimos enunciando, la Vir Santísima coopera de una manera directa e inmediata a l aplicación de la gracia a las almas, o sea a la redención subje Pero ésta tiene su modo ordinario y normal de obrar por med los Sacramentos, canales auténticos por donde fluye la gra fruto legítimo de los méritos ganados en el Calvario por el gr redentor, Jesús y María. Pero cada Sacramento lleva consig propia gracia, la gracia sacramental, la vis sacramenti, fuen raíz de toda vida cristiana. Es lógico que el Santo Doctor lleve las premisas, en lo que va diciendo, hasta las últimas consecuencias al fijar su atención acción de la Santísima Virgen en este proceso profundamente de la actuación de los sacramentos en las almas. Sírvanos c ejemplo este bellísimo pasaje donde presenta a la Virgen en actuación en la gracia sacramental o virtud del sacramento d Eucaristía. «Sin su patrocinio -dice- no se comunica la virtud este Sacramento. Y por eso, así como por medio de Ella se dio este santísimo Cuerpo, así también se ha de ofrecer por manos y recibir de sus manos, bajo las especies sacramental que nació de su virginal seno y fue donado a nosotros» (7 Pasa por su pluma la acción de la Virgen en su cooperación las almas en cada una de las virtudes. Como maestro de espiritualidad franciscana, centra su atención en la acción d Virgen Santísima en las grandes virtudes franciscanas: la pob la sencillez evangélica, la caridad en su doble orientación, div humana. Más aún, lo que constituye la esencia del estado religioso, los tres votos, tiene su consistencia gracias a la ay de María. «Los tres votos -dice- conducen al hombre al desier la Religión, como por un camino de tres días, a saber: de continencia, pobreza y obediencia, gracias a la ayuda de la V María, que fue pobrísima, humildísima y castísima. Ella va de y prepara el camino hasta introducir en la tierra de promisió con el auxilio de la Virgen se hace fácil lo que antes parecía d (8). Y como remate de toda esta síntesis del pensamiento de S Buenaventura acerca de la acción de la Virgen Santísima e vida sobrenatural de las almas, todavía nos queda por decir lo la Santísima Virgen obra en el momento de coronar la vid cristiana con el logro de la gloria, a cuyo trance no debe an ajena su actuación. «Llegaron al sepulcro salido ya el sol (M 16,2). Por la llegada al sepulcro -dice- se significa la consuma final de los méritos, en la cual la bienaventurada Virgen s manifiesta perfectamente ayudando a los Santos para que en en la gloria» (9). La vida espiritual mariana en nuestros santos En el orden intelectual hay en la Orden Franciscana una orientación doctrinal filosófico-teológica que, partiendo de l experiencias místicas de la gran virtud de la caridad y amor d del Seráfico Padre en sus celestiales transportes, sigue un dirección homogénea, cristalizando en argumentos teológico través de los grandes maestros de nuestra Seráfica Orden constituyendo ese fondo doctrinal que se conoce en la Histor la Filosofía con el nombre de la Escuela Franciscana. Seg vamos viendo, en este cuerpo de doctrina ocupa un luga eminente la mariología franciscana, que toma su origen en Seráfico Padre, adquiere cuerpo doctrinal en San Buenaventu queda finalmente como personificada por sus inmediatos antecesores, y continuada y defendida por todos sus suceso hasta culminar en la esplendorosa definición dogmática de Pí Y así como la santidad de los alumnos que pertenecen a u Orden religiosa toma, en no pequeñas dosis, las modalidade contenido doctrinal que caracteriza a esta Orden, nuestra ser Religión eminentemente mariana desde su origen, debía de esta impronta en la vida espiritual de nuestros Santos. Su orientación, francamente mariana, lógicamente debía llegar a resultado, ya que los escritos de nuestros maestros eran e alimento espiritual de que se nutrían nuestros religiosos. Si, al decir de San Buenaventura, no hay santo alguno cuy espíritu no esté orientado a la Santísima Virgen, en una Ord eminentemente mariana como la nuestra, el espíritu de sus S debe manifestar siempre estos caracteres inconfundibles de mariana en su santidad. Toda nuestra numerosa y variad hagiografía rezuma de esta suavísima devoción a María. Por sólo algunos ejemplos, baste indicar a San Juan José de la C cuya vida interior está toda ella radicada en la entrega a l Santísima Virgen, y para todos los asuntos que se le confían Ella su consejera en quien deposita toda su confianza, expira en su regazo. Santa Coleta de Corbeya, cuya familiaridad con la Virgen e pasmosa. A ella confía su Reforma de religiosas y religiosos, intercesión especial de la Virgen, en su misterio de la Concep Inmaculada, le asegura el feliz logro de su Reforma. Santa Catalina de Bolonia, cuyo nacimiento es preanunciado la Santísima Virgen. Como reflejo de la intensidad de la vid mariana de esta alma, son muchas las manifestaciones de admirable trato con la Virgen Santísima. B. Juan Righi de Fabriano, que pasaba largas horas en profu meditación a los pies de la Virgen, entendiéndose a maravil fundiéndose los dos corazones de Madre e hijo. San Salvador de Horta, en cuyo espíritu caló tan hondo la v mariana, que de él se ha podido escribir: los numerosos y son milagros obrados por él no eran ni más ni menos que el fruto oración y filial confianza en la Santísima Virgen. Y modernamente tenemos a la M. María de los Angeles Sor cuya vida admirable y rica en experiencias místicas, la pode definir como fruto legítimo de una profunda y consciente acc recíproca de esta alma y la Virgen Santísima, cuyas maravill manifestaciones de vida mariana forman la contextura sobrenatural de esta dichosa alma. La piadosa devoción de la Esclavitud Mariana, propagada po Luis María Griñón de Montfort, tiene su origen en nuestra Or como brote natural de esa pujanza de vida mariana que siem ha animado al gran árbol franciscano. Nacida en el convento Santa Ursula de los Concepcionistas de Alcalá de Henares, 1575, se constituyó en cofradía en 1595, con la aprobación d Constituciones, con la exposición de la idea esclavista, por e Pedro de Mendoza, Comisario General de los Franciscanos España, en 1608, y aparición de la interesante obra Exhortac la devoción de la Virgen Madre de Dios, del P. Melchor de Ce O. F. M., en 1618. Este escrito, inspirado todo él en la mariol de San Buenaventura, a quien llama el P. Cetina «gran devo Capellán de la Virgen Madre de Dios», es notable principalm por la exposición que hace de todo cuanto se refiere a la teol de la Esclavitud Mariana. ¡Cuántos Esclavos de la Virgen Santísima ha habido desde e fechas, y cuántos han vivido como Esclavos antes de estas fe en la Orden Franciscana!; porque, si bien antes de este tiemp se conocía este nombre, existía, sin embargo, todo un siste esclavista de espiritualidad mariana, tanto en la vida de innumerables religiosos y religiosas que la vivían intensamen la evolución de todos los procesos de su espíritu, como en escritos mariológicos de nuestros tratadistas, sobre todo S Buenaventura, de cuyos escritos extrae el P. Cetina todas ideas fundamentales de su teología esclavista mariana. La espiritualidad mariana en la dirección de las almas Antes de indicar las normas de la dirección espiritual de las a en función de la espiritualidad mariana, es conveniente qu digamos algo de los fundamentos donde estriba la acción d Santísima Virgen como formadora de la santidad de las alm Cosa conocida es que el fundamento y raíz de donde diman todos los privilegios de la Santísima Virgen es su asociación misterio de la Encarnación por su maternidad divina. Quiso Señor que esta asociación fuera tan honda y estrecha, que Madre siguiera en todo, juntamente con el Hijo, las gestas de gran Misterio con todas las consecuencias que de él se deriv Según esto, el Hijo y la Madre integran en la obra de la creac grupo glorificador de Dios en nombre de la misma y, después pecado, el grupo restaurador de la gloria de Dios por la reden de las almas. Ciñéndonos ahora a este segundo momento de la obra de D que es la Redención, Jesucristo nos recupera este atuendo d que es la vestidura de la gracia, con el precio y méritos de sangre derramada en el sacrificio de la cruz. Asociada estuv este momento de la adquisición de las gracias su Santísim Madre, no solamente con su cooperación mediata e indirecta lo que Ella aportó a este gran misterio con su consentimiento Maternidad y a la Redención, sino también de una maner inmediata y directa con su propia compasión y méritos prop que, juntamente con los de su Hijo, pesaban real y verdaderamente en la balanza divina como precio, que en ple de justicia, se ofrecía a Dios por nuestro rescate. Ciertamente, esta aportación de la Virgen no era necesaria igualmente principal con la de su Hijo, sino de libre voluntad Señor que así le plugo, y secundaria y subordinada a la de su pero real, directa, efectiva e inmediata. Si Jesucristo es Rede puede decirse con plenitud de justicia, que la Santísima Virge redentora con Él. Es ésta legítima consecuencia de todo cua venimos diciendo. Es, pues, muy acertado y verdadero el títu Corredentora con que la Teología Católica saluda a la bienaventurada Virgen María. La Redención tiene una segunda parte: la aplicación de los fr de la misma a las almas. Si la primera, que hemos consider ahora, se llama objetiva en atención al logro del objeto que en se persigue, esta segunda se llama subjetiva en consideraci los sujetos o individuos a quienes se aplican los frutos de primera. Sin la segunda, la primera no nos sería de ningú provecho. En este segundo momento de la Redención, siguen obran Jesús y María con la misma unión, íntima y apretada, que e primera. Como propietarios y dueños que son de las gracias adquirieron con sus penalidades y méritos mancomunados e Redención objetiva, son Ellos los que los han de distribuir y a ahora en las almas, cuya acción conjunta en este orden de extenderse en el tiempo, en el espacio y a todas las almas y c mismo orden de subordinación de que hemos hablado ante La Santísima Virgen, pues, como mediadora universal, obra una manera directa e indirecta en la aplicación de cada una d gracias a cada una de las almas en todas las fases del proc espiritual en que puedan encontrarse éstas. Según los princi que hemos enunciado, estas gracias, por voluntad libérrima Señor, no tienen otro camino para llegar y obrar en las almas por la Virgen Santísima en su colaboración subordinada a Je ya sea por medio de los Sacramentos, canales auténticos de frutos de la redención, ya sea por los otros innumerables mo extrasacramentales con que la gracia se difunde en las alma santidad, en todas las formas y etapas en que se le consider es más que el fruto de la operación de las gracias por Jesú María con la cooperación libre de la voluntad humana, espole también por la misma gracia divina. Limitándonos ahora a lo que venimos tratando en orden a Santísima Virgen, ésta es por voluntad del Señor un factor primer plano en la santificación de las almas, desde el prim momento de la vocación a la fe hasta el término de ella por entrada en la gloria. Que nosotros tengamos conciencia de e que no la tengamos, la acción de la Santísima Virgen en nue almas es siempre honda, directa e inmediata. No olvidemos, p según esto, que, cuanto más intensa y conscientemente centremos nuestra atención en esta actuación santificadora d Santísima Virgen en nuestro ser sobrenatural con una devoc sentida y vivida, más y mejor dispondremos nuestro espíritu que esta presencia misteriosa de la Virgen en nuestra alma más eficaz y rápida en sus efectos de santificación. Conocemos en las vidas de los santos, en qué manera y frecuencia les ha dado el Señor a conocer y saborear los div efectos de su presencia en ellos; hechos conocidos y catalog por la teología mística. La presencia íntima y admirable de la Santísima Virgen en almas tiene también sus maravillosas y sabrosísimas experien hechos todavía no suficientemente estudiados y catalogados no estar explorada esta parte de la teología mariana con e cuidado y detención que sería de desear. Encontramos en hagiografía cristiana relaciones de la presencia mariana en almas que serían capaces de desconcertar a más de un teó poco avisado. Basta leer, por ejemplo, ciertos pasajes de Mar los Angeles Sorazu, o bien de María Antonieta Geuser (Consummata), por no citar otras. Es de advertir que estas a siempre distinguen la diferencia de matiz de naturaleza y profundidad de acción de Jesús y María en lo más hondo de ser sobrenatural. Pero conocer, experimentar y saborear la a de ambos en nosotros, es cosa que va necesariamente encuadrada en la vida sobrenatural de las almas. Nuestra relaciones con el Señor están bien grabadas en nuestro s consciente. Nuestras relaciones con la Santísima Virgen de estarlo más. La floración de cristianas virtudes que brotan d acción de estos dos principios en nosotros está condicionad nuestra aprehensión espiritual de los mismos, ciertamente y primer término por fe, bien instruida y vivida en nosotros. Siendo, pues, fundamentalísima para el normal desarrollo d vida cristiana la devoción consciente y bien definida de la Vir Santísima, como única norma y dirección espiritual de vid mariana para las almas, yo daría ésta: el director espiritual d instruir a las almas que él dirige, en lo referente a la función d Santísima Virgen en la obra de nuestra santificación. Deb despertar en ellas un estado de consciencia habitual de es maravillosa acción continua e inmediata de la Virgen en nue proceso sobrenatural. Tratará de formar en el alma un convencimiento tal de esta transfusión de vida mariana a nuestra, que la ponga en tensión continua hacia tan buena M No cabe duda que esto creará en el alma un estado habitua docilidad a las mociones de la gracia, que se manifestará pro en la abundante copia de virtudes cristianas que la conduc hasta las etapas más subidas de la perfección. Por su parte, debe el alma corresponder con un acendrado a filial operativo y eficaz como tributo obligado al singular afecto tan buena Madre le dispensa; una devoción suavísima, plenamente consciente y operante, que pueda en todas la vicisitudes de su existencia cobijarse siempre al amparo protección de Ella, conductora obligada de nuestras almas Jesús. 1) Obras de San Buenaventura, «De Purificatione B. M. Virgi Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1947, Tomo IV, p. 6 2) «De Assumptione B. M. Virginis», BAC, IV, 881. 3) «De Purificatione B. M. Virginis», BAC, IV, 663. 4) Obras de San Buenaventura, «In Epiphania Domini», Mad BAC, 1946, Tomo II, p. 405. 5) «De Purificatione B. M. Virginis», BAC, IV, 639. 6) «De Purificatione B. M. Virginis», BAC, IV, 657-659. 7) «De Sanctissimo Corpore Christi», BAC, II, 517. 8) «De Nativitate B. M. V.», BAC, IV, 947. 9) «De Nativitate B. M. V.», BAC, IV, 927. S. S. Benedicto XVI ENSEÑANZAS SOBRE LA VIRGEN MARÍA (I) . LA VISITACIÓN, PRIMERA «PROCESIÓN EUCARÍSTICA (En los jardines vaticanos, 31-V-2005) Queridos amigos, habéis subido hasta la Gruta de Lourde rezando el santo rosario, como respondiendo a la invitación d Virgen a elevar el corazón al cielo. La Virgen nos acompaña día en nuestra oración. En el Año especial de la Eucaristía, estamos viviendo, María nos ayuda sobre todo a descubrir c vez más el gran sacramento de la Eucaristía. El amado Papa Pablo II, en su última encíclica, Ecclesia de Eucharistia, nos presentó como «mujer eucarística» en toda su vida (cf. n. 5 «Mujer eucarística» en profundidad, desde su actitud interi desde la Anunciación, cuando se ofreció a sí misma para encarnación del Verbo de Dios, hasta la cruz y la resurrecci «mujer eucarística» en el tiempo después de Pentecostés, cu recibió en el Sacramento el Cuerpo que había concebido y lle en su seno. En particular hoy, con la liturgia, nos detenemos a meditar e misterio de la Visitación de la Virgen a santa Isabel. María llevando en su seno a Jesús recién concebido, va a casa de anciana prima Isabel, a la que todos consideraban estéril y qu cambio, había llegado al sexto mes de una gestación donada Dios (cf. Lc 1,36). Es una muchacha joven, pero no tiene mie porque Dios está con ella, dentro de ella. En cierto modo, pod decir que su viaje fue -queremos recalcarlo en este Año de Eucaristía- la primera «procesión eucarística» de la historia. M sagrario vivo del Dios encarnado, es el Arca de la alianza, e que el Señor visitó y redimió a su pueblo. La presencia de Jes colma del Espíritu Santo. Cuando entra en la casa de Isabel saludo rebosa de gracia: Juan salta de alegría en el seno de madre, como percibiendo la llegada de Aquel a quien un d deberá anunciar a Israel. Exultan los hijos, exultan las madr Este encuentro, impregnado de la alegría del Espíritu, encue su expresión en el cántico del Magníficat. ¿No es esta también la alegría de la Iglesia, que acoge sin ce Cristo en la santa Eucaristía y lo lleva al mundo con el testim de la caridad activa, llena de fe y de esperanza? Sí, acoge Jesús y llevarlo a los demás es la verdadera alegría del cristi Queridos hermanos y hermanas, sigamos e imitemos a María alma profundamente eucarística, y toda nuestra vida podr transformarse en un Magníficat (cf. Ecclesia de Eucharistia, 5 una alabanza de Dios. En esta noche, al final del mes de ma pidamos juntos esta gracia a la Virgen santísima. Imparto a t mi bendición. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 3-V *** LA ASUNCIÓN DE MARÍA (Ángelus del 15-VIII-05) En esta solemnidad de la Asunción de la Virgen contemplam misterio del tránsito de María de este mundo al Paraíso: podrí decir que celebramos su «pascua». Como Cristo resucitó de los muertos con su cuerpo glorioso y subió al cielo, así tambi Virgen santísima, a él asociada plenamente, fue elevada a la celestial con toda su persona. También en esto la Madre sig más de cerca a su Hijo y nos precedió a todos nosotros. Jun Jesús, nuevo Adán, que es la «primicia» de los resucitados ( Co 15,20.23), la Virgen, nueva Eva, aparece como «figura primicia de la Iglesia» (Prefacio), «señal de esperanza cierta» todos los cristianos en la peregrinación terrena (cf. Lumen gen 68). La fiesta de la Asunción de la Virgen María, tan arraigada e tradición popular, constituye para todos los creyentes una oca propicia para meditar sobre el sentido verdadero y sobre el v de la existencia humana en la perspectiva de la eternidad Queridos hermanos y hermanas, el cielo es nuestra morad definitiva. Desde allí María, con su ejemplo, nos anima a acep voluntad de Dios, a no dejarnos seducir por las sugestiones fa de todo lo que es efímero y pasajero, a no ceder ante las tentaciones del egoísmo y del mal que apagan en el corazó alegría de la vida. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 19-V *** LA ASUNCIÓN DE MARÍA (Homilía del 15-VIII-05) La fiesta de la Asunción es un día alegría. Dios ha vencido. El amor h vencido. Ha vencido la vida. Se ha pu de manifiesto que el amor es más fu que la muerte, que Dios tiene la verda fuerza, y su fuerza es bondad y am María fue elevada al cielo en cuerp alma: en Dios también hay lugar par cuerpo. El cielo ya no es para nosotro esfera muy lejana y desconocida. E cielo tenemos una madre. Y la Madr Dios, la Madre del Hijo de Dios, es nuestra madre. Él mismo lo La hizo madre nuestra cuando dijo al discípulo y a todos noso «He aquí a tu madre». En el cielo tenemos una madre. El c está abierto; el cielo tiene un corazón. En el evangelio de hoy hemos escuchado el Magníficat, esta poesía que brotó de los labios, o mejor, del corazón de Mar inspirada por el Espíritu Santo. En este canto maravilloso se r toda el alma, toda la personalidad de María. Podemos decir este canto es un retrato, un verdadero icono de María, en el podemos verla tal cual es. Quisiera destacar sólo dos puntos de este gran canto. Comie con la palabra Magníficat: mi alma «engrandece» al Señor, decir, proclama que el Señor es grande. María desea que Dio grande en el mundo, que sea grande en su vida, que esté pre en todos nosotros. No tiene miedo de que Dios sea un «competidor» en nuestra vida, de que con su grandeza pue quitarnos algo de nuestra libertad, de nuestro espacio vital. sabe que, si Dios es grande, también nosotros somos grande oprime nuestra vida, sino que la eleva y la hace grande: precisamente entonces se hace grande con el esplendor de D El hecho de que nuestros primeros padres pensaran lo contr fue el núcleo del pecado original. Temían que, si Dios era demasiado grande, quitara algo a su vida. Pensaban que de apartar a Dios a fin de tener espacio para ellos mismos. Esta sido también la gran tentación de la época moderna, de los úl tres o cuatro siglos. Cada vez más se ha pensado y dicho: « Dios no nos deja libertad, nos limita el espacio de nuestra vid todos sus mandamientos. Por tanto, Dios debe desaparece queremos ser autónomos, independientes. Sin este Dios nos seremos dioses, y haremos lo que nos plazca». Este era también el pensamiento del hijo pródigo, el cual n entendió que, precisamente por el hecho de estar en la casa padre, era «libre». Se marchó a un país lejano, donde malgas vida. Al final comprendió que, en vez de ser libre, se había he esclavo, precisamente por haberse alejado de su padre; comprendió que sólo volviendo a la casa de su padre podría libre de verdad, con toda la belleza de la vida. Lo mismo sucede en la época moderna. Antes se pensaba y creía que, apartando a Dios y siendo nosotros autónomos siguiendo nuestras ideas, nuestra voluntad, llegaríamos a s realmente libres, para poder hacer lo que nos apetezca sin te que obedecer a nadie. Pero cuando Dios desaparece, el hom no llega a ser más grande; al contrario, pierde la dignidad div pierde el esplendor de Dios en su rostro. Al final se convierte en el producto de una evolución ciega, del que se puede us abusar. Eso es precisamente lo que ha confirmado la experie de nuestra época. El hombre es grande, sólo si Dios es grande. Con María debe comenzar a comprender que es así. No debemos alejarnos Dios, sino hacer que Dios esté presente, hacer que Dios s grande en nuestra vida; así también nosotros seremos divin tendremos todo el esplendor de la dignidad divina. Apliquemos esto a nuestra vida. Es importante que Dios se grande entre nosotros, en la vida pública y en la vida privada. vida pública, es importante que Dios esté presente, por ejem mediante la cruz en los edificios públicos; que Dios esté pres en nuestra vida común, porque sólo si Dios está presente ten una orientación, un camino común; de lo contrario, los contra se hacen inconciliables, pues ya no se reconoce la dignida común. Engrandezcamos a Dios en la vida pública y en la v privada. Eso significa hacer espacio a Dios cada día en nue vida, comenzando desde la mañana con la oración y luego d tiempo a Dios, dando el domingo a Dios. No perdemos nues tiempo libre si se lo ofrecemos a Dios. Si Dios entra en nues tiempo, todo el tiempo se hace más grande, más amplio, más Una segunda reflexión. Esta poesía de María -el Magníficat totalmente original; sin embargo, al mismo tiempo, es un «tej hecho completamente con «hilos» del Antiguo Testamento, h de palabra de Dios. Se puede ver que María, por decirlo así, sentía como en su casa» en la palabra de Dios, vivía de la pa de Dios, estaba penetrada de la palabra de Dios. En efect hablaba con palabras de Dios, pensaba con palabras de Dios pensamientos eran los pensamientos de Dios; sus palabras las palabras de Dios. Estaba penetrada de la luz divina; por era tan espléndida, tan buena; por eso irradiaba amor y bond María vivía de la palabra de Dios; estaba impregnada de la pa de Dios. Al estar inmersa en la palabra de Dios, al tener tan familiaridad con la palabra de Dios, recibía también la luz int de la sabiduría. Quien piensa con Dios, piensa bien; y quien h con Dios, habla bien, tiene criterios de juicio válidos para toda cosas del mundo, se hace sabio, prudente y, al mismo tiem bueno; también se hace fuerte y valiente, con la fuerza de D que resiste al mal y promueve el bien en el mundo. Así, María habla con nosotros, nos habla a nosotros, nos inv conocer la palabra de Dios, a amar la palabra de Dios, a vivir la palabra de Dios, a pensar con la palabra de Dios. Y podem hacerlo de muy diversas maneras: leyendo la sagrada Escrit sobre todo participando en la liturgia, en la que a lo largo del a santa Iglesia nos abre todo el libro de la sagrada Escritura. Lo a nuestra vida y lo hace presente en nuestra vida. Pero pienso también en el Compendio del Catecismo de la Ig católica, que hemos publicado recientemente, en el que la pa de Dios se aplica a nuestra vida, interpreta la realidad de nue vida, nos ayuda a entrar en el gran «templo» de la palabra de a aprender a amarla y a impregnarnos, como María, de es palabra. Así la vida resulta luminosa y tenemos el criterio p juzgar, recibimos bondad y fuerza al mismo tiempo. María fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, y con es reina del cielo y de la tierra. ¿Acaso así está alejada d nosotros? Al contrario. Precisamente al estar con Dios y en D está muy cerca de cada uno de nosotros. Cuando estaba en tierra, sólo podía estar cerca de algunas personas. Al estar Dios, que está cerca de nosotros, más aún, que está «dentro todos nosotros, María participa de esta cercanía de Dios. Al e en Dios y con Dios, María está cerca de cada uno de nosotr conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oracion puede ayudarnos con su bondad materna. Nos ha sido dada «madre» -así lo dijo el Señor-, a la que podemos dirigirnos en momento. Ella nos escucha siempre, siempre está cerca d nosotros; y, siendo Madre del Hijo, participa del poder del Hij su bondad. Podemos poner siempre toda nuestra vida en ma de esta Madre, que siempre está cerca de cada uno de noso En este día de fiesta demos gracias al Señor por el don de e Madre y pidamos a María que nos ayude a encontrar el bu camino cada día. Amén. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 19-V LA INMACULADA CONCEPCIÓN (Homilía del 8-XII-05) Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio; que hermanos y hermanas: Hace cuarenta años, el 8 de diciembre de 1965, en la plaza de Pedro, junto a esta basílica, el Papa Pablo VI concluyó solemnemente el concilio Vaticano II. Había sido inaugurado decisión de Juan XXIII, el 11 de octubre de 1962, entonces fi de la Maternidad de María, y concluyó el día de la Inmaculada marco mariano rodea al Concilio. En realidad, es mucho más un marco: es una orientación de todo su camino. Nos remite, remitía entonces a los padres del Concilio, a la imagen de la V que escucha, que vive de la palabra de Dios, que guarda en corazón las palabras que le vienen de Dios y, uniéndolas com un mosaico, aprende a comprenderlas (cf. Lc 2,19.51); nos re a la gran creyente que, llena de confianza, se pone en las ma de Dios, abandonándose a su voluntad; nos remite a la hum Madre que, cuando la misión del Hijo lo exige, se aparta; y, mismo tiempo, a la mujer valiente que, mientras los discípu huyen, está al pie de la cruz. Pablo VI, en su discurso con ocasión de la promulgación de constitución conciliar sobre la Iglesia, había calificado a Ma como «tutrix huius Concilii», «protectora de este Concilio», y, una alusión inconfundible al relato de Pentecostés, transmitid san Lucas (cf. Hch 1,12-14), había dicho que los padres se ha reunido en la sala del Concilio «con María, Madre de Jesús», también en su nombre saldrían ahora. Permanece indeleble en mi memoria el momento en que, oye sus palabras: «Declaramos a María santísima Madre de la Igle los padres se pusieron espontáneamente de pie y aplaudier rindiendo homenaje a la Madre de Dios, a nuestra Madre, a Madre de la Iglesia. De hecho, con este título el Papa resum doctrina mariana del Concilio y daba la clave para su compren María no sólo tiene una relación singular con Cristo, el Hijo Dios, que como hombre quiso convertirse en hijo suyo. Al e totalmente unida a Cristo, nos pertenece también totalment nosotros. Sí, podemos decir que María está cerca de nosot como ningún otro ser humano, porque Cristo es hombre para hombres y todo su ser es un «ser para nosotros». Cristo, dicen los Padres, como Cabeza es inseparable de Cuerpo que es la Iglesia, formando con ella, por decirlo así, único sujeto vivo. La Madre de la Cabeza es también la Madr toda la Iglesia; ella está, por decirlo así, por completo despoja sí misma; se entregó totalmente a Cristo, y con él se nos da c don a todos nosotros. En efecto, cuanto más se entrega la pe humana, tanto más se encuentra a sí misma. El Concilio quería decirnos esto: María está tan unida al gr misterio de la Iglesia, que ella y la Iglesia son inseparables, c lo son ella y Cristo. María refleja a la Iglesia, la anticipa en persona y, en medio de todas las turbulencias que afligen a Iglesia sufriente y doliente, ella sigue siendo siempre la estrel la salvación. Ella es su verdadero centro, del que nos fiamo aunque muy a menudo su periferia pesa sobre nuestra alm El Papa Pablo VI, en el contexto de la promulgación de la constitución sobre la Iglesia, puso de relieve todo esto median nuevo título profundamente arraigado en la Tradición, precisamente con el fin de iluminar la estructura interior de enseñanza sobre la Iglesia desarrollada en el Concilio. El Vat II debía expresarse sobre los componentes institucionales d Iglesia: sobre los obispos y sobre el Pontífice, sobre los sacerdotes, los laicos y los religiosos en su comunión y en s relaciones; debía describir a la Iglesia en camino, la cual «abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa siempre necesitada de purificación...» (Lumen gentium, 8). P este aspecto «petrino» de la Iglesia está incluido en el «maria En María, la Inmaculada, encontramos la esencia de la Iglesi un modo no deformado. De ella debemos aprender a convert nosotros mismos en «almas eclesiales» -así se expresaban Padres-, para poder presentarnos también nosotros, según palabra de san Pablo, «inmaculados» delante del Señor, tal c él nos quiso desde el principio (cf. Col 1,21; Ef 1,4). Pero ahora debemos preguntarnos: ¿Qué significa «María, Inmaculada»? ¿Este título tiene algo que decirnos? La liturgi hoy nos aclara el contenido de esta palabra con dos grand imágenes. Ante todo, el relato maravilloso del anuncio a Mar Virgen de Nazaret, de la venida del Mesías. El saludo del ángel está entretejido con hilos del Antiguo Testamento, especialmente del profeta Sofonías. Nos hac comprender que María, la humilde mujer de provincia, qu proviene de una estirpe sacerdotal y lleva en sí el gran patrim sacerdotal de Israel, es el «resto santo» de Israel, al que hac referencia los profetas en todos los períodos turbulentos tenebrosos. En ella está presente la verdadera Sión, la pura morada viva de Dios. En ella habita el Señor, en ella encuent lugar de su descanso. Ella es la casa viva de Dios, que no ha en edificios de piedra, sino en el corazón del hombre vivo Ella es el retoño que, en la oscura noche invernal de la histo florece del tronco abatido de David. En ella se cumplen la palabras del salmo: «La tierra ha dado su fruto» (Sal 67,7). E el vástago, del que deriva el árbol de la redención y de lo redimidos. Dios no ha fracasado, como podía parecer al inicio historia con Adán y Eva, o durante el período del exilio babiló y como parecía nuevamente en el tiempo de María, cuando I se había convertido en un pueblo sin importancia en una reg ocupada, con muy pocos signos reconocibles de su santidad. no ha fracasado. En la humildad de la casa de Nazaret vive Israel santo, el resto puro. Dios salvó y salva a su pueblo. D tronco abatido resplandece nuevamente su historia, convirtién en una nueva fuerza viva que orienta e impregna el mundo. M es el Israel santo; ella dice «sí» al Señor, se pone plenamente disposición, y así se convierte en el templo vivo de Dios. La segunda imagen es mucho más difícil y oscura. Esta metá tomada del libro del Génesis, nos habla de una gran distan histórica, que sólo con esfuerzo se puede aclarar; sólo a lo la de la historia ha sido posible desarrollar una comprensión m profunda de lo que allí se refiere. Se predice que, durante tod historia, continuará la lucha entre el hombre y la serpiente, decir, entre el hombre y las fuerzas del mal y de la muerte. P también se anuncia que «el linaje» de la mujer un día vence aplastará la cabeza de la serpiente, la muerte; se anuncia qu linaje de la mujer -y en él la mujer y la madre misma- vencer así, mediante el hombre, Dios vencerá. Si junto con la Igles creyente y orante nos ponemos a la escucha ante este tex entonces podemos comenzar a comprender qué es el peca original, el pecado hereditario, y también cuál es la defensa c este pecado hereditario, qué es la redención. ¿Cuál es el cuadro que se nos presenta en esta página? E hombre no se fía de Dios. Tentado por las palabras de la serp abriga la sospecha de que Dios, en definitiva, le quita algo d vida, que Dios es un competidor que limita nuestra libertad, y sólo seremos plenamente seres humanos cuando lo dejemo lado; es decir, que sólo de este modo podemos realizar plenamente nuestra libertad. El hombre vive con la sospecha de que el amor de Dios crea dependencia y que necesita desembarazarse de esta depend para ser plenamente él mismo. El hombre no quiere recibir de su existencia y la plenitud de su vida. Él quiere tomar por sí m del árbol del conocimiento el poder de plasmar el mundo, d hacerse dios, elevándose a su nivel, y de vencer con sus fuer la muerte y las tinieblas. No quiere contar con el amor que n parece fiable; cuenta únicamente con el conocimiento, puesto le confiere el poder. Más que el amor, busca el poder, con el quiere dirigir de modo autónomo su vida. Al hacer esto, se fía mentira más que de la verdad, y así se hunde con su vida e vacío, en la muerte. Amor no es dependencia, sino don que nos hace vivir. La libe de un ser humano es la libertad de un ser limitado y, por tant limitada ella misma. Sólo podemos poseerla como liberta compartida, en la comunión de las libertades: la libertad sólo p desarrollarse si vivimos, como debemos, unos con otros y u para otros. Vivimos como debemos, si vivimos según la verda nuestro ser, es decir, según la voluntad de Dios. Porque l voluntad de Dios no es para el hombre una ley impuesta de fuera, que lo obliga, sino la medida intrínseca de su naturale una medida que está inscrita en él y lo hace imagen de Dios, criatura libre. Si vivimos contra el amor y contra la verdad -contra Dios- entonces nos destruimos recíprocamente y destruimos el mu Así no encontramos la vida, sino que obramos en interés de muerte. Todo esto está relatado, con imágenes inmortales, e historia de la caída original y de la expulsión del hombre d Paraíso terrestre. Queridos hermanos y hermanas, si reflexionamos sincerame sobre nosotros mismos y sobre nuestra historia, debemos d que con este relato no sólo se describe la historia del inicio, también la historia de todos los tiempos, y que todos llevam dentro de nosotros una gota del veneno de ese modo de pen reflejado en las imágenes del libro del Génesis. Esta gota veneno la llamamos pecado original. Precisamente en la fiesta de la Inmaculada Concepción brot nosotros la sospecha de que una persona que no peca para n en el fondo es aburrida; que le falta algo en su vida: la dimen dramática de ser autónomos; que la libertad de decir no, el ba las tinieblas del pecado y querer actuar por sí mismos forma del verdadero hecho de ser hombres; que sólo entonces se p disfrutar a fondo de toda la amplitud y la profundidad del hech ser hombres, de ser verdaderamente nosotros mismos; qu debemos poner a prueba esta libertad, incluso contra Dios, p llegar a ser realmente nosotros mismos. En una palabra, pensamos que en el fondo el mal es bueno, que lo necesitam menos un poco, para experimentar la plenitud del ser. Pensa que Mefistófeles -el tentador- tiene razón cuando dice que e fuerza «que siempre quiere el mal y siempre obra el bien» (Jo Wolfgang von Goethe, Fausto I, 3). Pensamos que pactar un con el mal, reservarse un poco de libertad contra Dios, en el f está bien, e incluso que es necesario. Pero al mirar el mundo que nos rodea, podemos ver que no e es decir, que el mal envenena siempre, no eleva al hombre, que lo envilece y lo humilla; no lo hace más grande, más pu más rico, sino que lo daña y lo empequeñece. En el día de Inmaculada debemos aprender más bien esto: el hombre qu abandona totalmente en las manos de Dios no se convierte e títere de Dios, en una persona aburrida y conformista; no pier libertad. Sólo el hombre que se pone totalmente en manos de encuentra la verdadera libertad, la amplitud grande y creativa libertad del bien. El hombre que se dirige hacia Dios no se h más pequeño, sino más grande, porque gracias a Dios y junto él se hace grande, se hace divino, llega a ser verdaderamen mismo. El hombre que se pone en manos de Dios no se alej los demás, retirándose a su salvación privada; al contrario, s entonces su corazón se despierta verdaderamente y él se transforma en una persona sensible y, por tanto, benévola abierta. Cuanto más cerca está el hombre de Dios, tanto más cerca es los hombres. Lo vemos en María. El hecho de que está totalm en Dios es la razón por la que está también tan cerca de lo hombres. Por eso puede ser la Madre de todo consuelo y de ayuda, una Madre a la que todos, en cualquier necesidad, pu osar dirigirse en su debilidad y en su pecado, porque ella comprende todo y es para todos la fuerza abierta de la bond creativa. En ella Dios graba su propia imagen, la imagen de Aquel que la oveja perdida hasta las montañas y hasta los espinos y ab de los pecados de este mundo, dejándose herir por la coron espinas de estos pecados, para tomar a la oveja sobre su hombros y llevarla a casa. Como Madre que se compadece, M es la figura anticipada y el retrato permanente del Hijo. Y a vemos que también la imagen de la Dolorosa, de la Madre q comparte el sufrimiento y el amor, es una verdadera imagen Inmaculada. Su corazón, mediante el ser y el sentir con Dios ensanchó. En ella, la bondad de Dios se acercó y se acerca m a nosotros. Así, María está ante nosotros como signo de cons de aliento y de esperanza. Se dirige a nosotros, diciendo: «T valentía de osar con Dios. Prueba. No tengas miedo de él. Te valentía de arriesgar con la fe. Ten la valentía de arriesgar co bondad. Ten la valentía de arriesgar con el corazón puro Comprométete con Dios; y entonces verás que precisamente vida se ensancha y se ilumina, y no resulta aburrida, sino llen infinitas sorpresas, porque la bondad infinita de Dios no se a jamás». En este día de fiesta queremos dar gracias al Señor por el g signo de su bondad que nos dio en María, su Madre y Madre Iglesia. Queremos implorarle que ponga a María en nuest camino como luz que nos ayude a convertirnos también noso en luz y a llevar esta luz en las noches de la historia. Amé [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 16-X HOMENAJE A LA INMACULADA (Roma, Plaza de España, 8-XII-05) En este día dedicado a María he venido, por primera vez co Sucesor de Pedro, al pie de la estatua de la Inmaculada, aqu la plaza de España, recorriendo idealmente la peregrinación han realizado tantas veces mis predecesores. Siento que m acompaña la devoción y el afecto de la Iglesia que vive en e ciudad de Roma y en el mundo entero. Traigo conmigo los an y las esperanzas de la humanidad de nuestro tiempo, y veng depositarlas a los pies de la Madre celestial del Redentor En este día singular, que recuerda el 40° aniversario de la cla del concilio Vaticano II, vuelvo con el pensamiento al 8 de diciembre de 1965, cuando, precisamente al final de la homil la celebración eucarística en la plaza de San Pedro, el siervo Dios Pablo VI dirigió su pensamiento a la Virgen, «la Madre Dios y la Madre espiritual nuestra, (...) la criatura en la cual refleja la imagen de Dios, con total nitidez, sin ninguna turbac como sucede, en cambio, con las otras criaturas humanas» Papa afirmó también: «Así, fijando nuestra mirada en esta m humilde, hermana nuestra, y al mismo tiempo celestial, Mad Reina nuestra, espejo nítido y sagrado de la infinita Belleza, p (...) comenzar nuestro trabajo posconciliar. De esa forma, e belleza de María Inmaculada se convierte para nosotros en modelo inspirador, en una esperanza confortadora». Y conc «Así lo pensamos para nosotros y para vosotros, y este es nu saludo más expresivo, y, Dios lo quiera, el más eficaz». Pab proclamó a María «Madre de la Iglesia» y le encomendó con v al futuro la fecunda aplicación de las decisiones conciliare Recordando los numerosos acontecimientos que han marcad cuarenta años transcurridos, ¿cómo no revivir hoy los diver momentos que han caracterizado el camino de la Iglesia en período? La Virgen ha sostenido durante estos cuatro decen los pastores y, en primer lugar, a los Sucesores de Pedro en exigente ministerio al servicio del Evangelio; ha guiado a la Ig hacia la fiel comprensión y aplicación de los documentos conciliares. Por eso, haciéndome portavoz de toda la comun eclesial, quisiera dar las gracias a la Virgen santísima y dirigir ella con los mismos sentimientos que animaron a los padre conciliares, los cuales dedicaron precisamente a María el últ capítulo de la constitución dogmática Lumen gentium, subray la relación inseparable que une a la Virgen con la Iglesia Sí, queremos agradecerte, Virgen Madre de Dios y Madre nu amadísima, tu intercesión en favor de la Iglesia. Tú, que abraz sin reservas la voluntad divina, te consagraste con todas tu energías a la persona y a la obra de tu Hijo, enséñanos a gua en nuestro corazón y a meditar en silencio, como hiciste tú, misterios de la vida de Cristo. Tú, que avanzaste hasta el Calvario, siempre unida profundam a tu Hijo, que en la cruz te donó como madre al discípulo Juan que siempre te sintamos también cerca de nosotros en cad instante de la existencia, sobre todo en los momentos de oscu y de prueba. Tú, que en Pentecostés, junto con los Apóstoles en oració imploraste el don del Espíritu Santo para la Iglesia nacient ayúdanos a perseverar en el fiel seguimiento de Cristo. A dirigimos nuestra mirada con confianza, como «señal de esperanza segura y de consuelo, hasta que llegue el día d Señor» (Lumen gentium, 68). A ti, María, te invocan con insistente oración los fieles de toda partes del mundo, para que, exaltada en el cielo entre los áng y los santos, intercedas por nosotros ante tu Hijo, «hasta momento en que todas las familias de los pueblos, los que honran con el nombre de cristianos, así como los que todaví conocen a su Salvador, puedan verse felizmente reunidos en concordia en el único pueblo de Dios, para gloria de la santísi indivisible Trinidad» (ib., 69). Amén. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 16-X MARÍA, EJEMPLO DE CARIDAD (De la Encíclica "Deus cáritas est", 25-XII-05) 40. Contemplemos, por último, a los santos, a quienes han eje de modo ejemplar la caridad. (...) 41. Entre los santos, sobresale María, Madre del Señor y espe toda santidad. El Evangelio de Lucas la muestra comprometid un servicio de caridad a su prima Isabel, con la cual perman «unos tres meses» (Lc 1,56) para atenderla durante la fase del embarazo. «Magnificat anima mea Dominum», -«proclam alma la grandeza del Señor» (Lc 1,46)-, dice con ocasión de visita, y con ello expresa todo el programa de su vida: no pon a sí misma en el centro, sino dejar espacio a Dios, a quie encuentra tanto en la oración como en el servicio al prójimo; entonces el mundo se hace bueno. María es grande precisam porque quiere enaltecer a Dios y no a sí misma. Ella es hum no quiere ser sino la sierva del Señor (cf. Lc 1,38.48). Sabe contribuye a la salvación del mundo, no con una obra suya, sólo poniéndose plenamente a disposición de la iniciativa de Es una mujer de esperanza: sólo porque cree en las promesa Dios y espera la salvación de Israel, el ángel puede presenta ella y llamarla al servicio total de estas promesas. Es una muj fe: «¡Dichosa tú, que has creído!», le dice Isabel (Lc 1,45 El Magníficat -un retrato de su alma, por decirlo así- está completamente tejido por los hilos tomados de la Sagrada Escritura, de la Palabra de Dios. Así se pone de relieve que Palabra de Dios es verdaderamente su propia casa, de la cua y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra Dios; la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su pa nace de la Palabra de Dios. Además, así se pone de manifie que sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar íntimame penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madr la Palabra encarnada. María es, en fin, una mujer que am ¿Cómo podría ser de otro modo? Como creyente, que en la piensa con el pensamiento de Dios y quiere con la voluntad Dios, no puede ser más que una mujer que ama. Lo intuimos en sus gestos silenciosos que nos narran los rel evangélicos de la infancia. Lo vemos en la delicadeza con la en Caná se percata de la necesidad en la que se encuentran esposos, y la hace presente a Jesús. Lo vemos en la humilda que acepta ser como olvidada en el período de la vida públic Jesús, sabiendo que el Hijo tiene que fundar ahora una nue familia y que la hora de la Madre llegará solamente en el mom de la cruz, que será la verdadera hora de Jesús (cf. Jn 2,4; 1 Entonces, cuando los discípulos hayan huido, ella permanece pie de la cruz (cf. Jn 19,25-27); más tarde, en el momento Pentecostés, serán ellos los que se agrupen en torno a ella espera del Espíritu Santo (cf. Hch 1,14). 42. La vida de los santos no comprende sólo su biografía terr sino también su vida y actuación en Dios después de la muert los santos es evidente que, quien va hacia Dios, no se aleja d hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos. En nad vemos mejor que en María. La palabra del Crucificado al disc -a Juan y, por medio de él, a todos los discípulos de Jesús: « tienes a tu madre» (Jn 19,27)- se hace de nuevo verdadera cada generación. María se ha convertido efectivamente en M de todos los creyentes. A su bondad materna, así como a pureza y belleza virginal, se dirigen los hombres de todos l tiempos y de todas las partes del mundo en sus necesidade esperanzas, en sus alegrías y sufrimientos, en su soledad y e convivencia. Y siempre experimentan el don de su bondad experimentan el amor inagotable que derrama desde lo má profundo de su corazón. Los testimonios de gratitud, que le manifiestan en todos lo continentes y en todas las culturas, son el reconocimiento de amor puro que no se busca a sí mismo, sino que sencillame quiere el bien. La devoción de los fieles muestra al mismo tie la intuición infalible de cómo es posible este amor: se alcan merced a la unión más íntima con Dios, en virtud de la cual se impregnado totalmente de él, una condición que permite a qui bebido en el manantial del amor de Dios convertirse él mism un manantial «del que manarán torrentes de agua viva» (Jn 7 María, la Virgen, la Madre, nos enseña qué es el amor, dónde su origen y de dónde le viene su fuerza siempre nueva. A e confiamos la Iglesia, su misión al servicio del amor: Santa María, Madre de Dios, tú has dado al mundo la verdadera luz, Jesús, tu Hijo, el Hijo de Dios. Te has entregado por completo a la llamada de Dios y te has convertido así en fuente de la bondad que mana de Él. Muéstranos a Jesús. Guíanos hacia Él. Enséñanos a conocerlo y amarlo, para que también nosotros seamos capaces de un verdadero amor y ser fuentes de agua viva en medio de un mundo sediento. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 27 LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR (Homilía del 25-III-06) Señores cardenales y patriarcas; venerados hermanos en episcopado y en el sacerdocio; queridos hermanos y herman Es para mí motivo de gran alegría presidir esta concelebració los nuevos cardenales, después del consistorio de ayer, y considero providencial que se realice en la solemnidad litúrgic la Anunciación del Señor y bajo el sol que el Señor nos da. efecto, en la encarnación del Hijo de Dios reconocemos lo comienzos de la Iglesia. De allí proviene todo. Cada realizac histórica de la Iglesia y también cada una de sus institucion deben remontarse a aquel Manantial originario. Deben remon a Cristo, Verbo de Dios encarnado. Es él a quien siempre celebramos: el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, por medio cual se ha cumplido la voluntad salvífica de Dios Padre. Y, embargo (precisamente hoy contemplamos este aspecto d Misterio) el Manantial divino fluye por un canal privilegiado: Virgen María. Con una imagen elocuente san Bernardo habl respecto, de aquaeductus («acueducto») (cf. Sermo in Nativita V. Mariae: PL 183, 437-448). Por tanto, al celebrar la encarna del Hijo no podemos por menos de honrar a la Madre. A ella dirigió el anuncio angélico; ella lo acogió y, cuando desde lo hondo del corazón respondió: «He aquí la esclava del Señ hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), en ese momento Verbo eterno comenzó a existir como ser humano en el tiem De generación en generación sigue vivo el asombro ante e misterio inefable. San Agustín, imaginando que se dirigía al á de la Anunciación, pregunta: «¿Dime, oh ángel, por qué h sucedido esto en María?». La respuesta, dice el mensajero, contenida en las mismas palabras del saludo: «Alégrate, llen gracia» (cf. Sermo 291,6). De hecho, el ángel, «entrando en presencia», no la llama por su nombre terreno, María, sino po nombre divino, tal como Dios la ve y la califica desde siemp «Llena de gracia (gratia plena)», que en el original griego e kecharitoméne, «llena de gracia», y la gracia no es más que amor de Dios; por eso, en definitiva, podríamos traducir es palabra así: «amada» por Dios (cf. Lc 1,28). Orígenes observa que semejante título jamás se dio a un s humano y que no se encuentra en ninguna otra parte de la sa Escritura (cf. In Lucam 6,7). Es un título expresado en voz pa pero esta «pasividad» de María, que desde siempre y par siempre es la «amada» por el Señor, implica su libre consentimiento, su respuesta personal y original: al ser amad recibir el don de Dios, María es plenamente activa, porque ac con disponibilidad personal la ola del amor de Dios que se der en ella. También en esto ella es discípula perfecta de su Hijo cual realiza totalmente su libertad en la obediencia al Padre precisamente obedeciendo ejercita su libertad. En la segunda lectura hemos escuchado la estupenda página que el autor de la carta a los Hebreos interpreta el salmo 3 precisamente a la luz de la encarnación de Cristo: «Cuando C entró en el mundo dijo: (...) "Aquí estoy, oh Dios, para hace voluntad"» (Hb 10,5-7). Ante el misterio de estos dos «Aquí es el «Aquí estoy» del Hijo y el «Aquí estoy» de la Madre, que reflejan uno en el otro y forman un único Amén a la voluntad amor de Dios, quedamos asombrados y, llenos de gratitud adoramos. ¡Qué gran don, hermanos, poder realizar esta sugestiva celebración en la solemnidad de la Anunciación del Señor! ¡C luz podemos recibir de este misterio para nuestra vida de min de la Iglesia! En particular vosotros, queridos nuevos carden ¡qué apoyo podréis tener para vuestra misión de eminent «Senado» del Sucesor de Pedro! Esta coincidencia providencial nos ayuda a considerar e acontecimiento de hoy, en el que resalta de modo particula principio petrino de la Iglesia, a la luz de otro principio, el mar que es aún más originario y fundamental. La importancia d principio mariano en la Iglesia fue puesta de relieve de mo particular, después del Concilio, por mi amado predecesor el Juan Pablo II, coherentemente con su lema Totus tuus. En enfoque espiritual y en su incansable ministerio resultaba evid a los ojos de todos la presencia de María como Madre y Rein la Iglesia. Esta presencia materna la sintió más que nunca en el atentad 13 de mayo de 1981, aquí, en la plaza de San Pedro. Com recuerdo de aquel trágico suceso, quiso que dominara la plaz San Pedro, desde lo alto del palacio apostólico, un mosaico c imagen de la Virgen, para acompañar los momentos culminan la trama ordinaria de su largo pontificado, que hace precisam un año entraba en su última fase, dolorosa y al mismo tiem triunfal, verdaderamente pascual. El icono de la Anunciación, mejor que cualquier otro, nos per percibir con claridad cómo todo en la Iglesia se remonta a e misterio de acogida del Verbo divino, donde, por obra del Esp Santo, se selló de modo perfecto la alianza entre Dios y l humanidad. Todo en la Iglesia, toda institución y ministerio, in el de Pedro y sus sucesores, está «puesto» bajo el manto d Virgen, en el espacio lleno de gracia de su «sí» a la voluntad Dios. Se trata de un vínculo que en todos nosotros tiene naturalmente una fuerte resonancia afectiva, pero que tiene, todo, un valor objetivo. En efecto, entre María y la Iglesia exis vínculo connatural, que el concilio Vaticano II subrayó fuertem con la feliz decisión de poner el tratado sobre la santísima Vi como conclusión de la constitución Lumen gentium sobre la Ig El tema de la relación entre el principio petrino y el marian podemos encontrarlo también en el símbolo del anillo, que de de poco os entregaré. El anillo es siempre un signo nupcial. todos vosotros ya lo habéis recibido el día de vuestra ordena episcopal, como expresión de fidelidad y de compromiso d custodiar la santa Iglesia, esposa de Cristo (cf. Rito de la ordenación de los obispos). El anillo que hoy os entrego, prop la dignidad cardenalicia, quiere confirmar y reforzar dicho compromiso partiendo, una vez más, de un don nupcial, que recuerda que estáis ante todo íntimamente unidos a Cristo, p cumplir la misión de esposos de la Iglesia. Por tanto, que recibir el anillo sea para vosotros como reno vuestro «sí», vuestro «aquí estoy», dirigido al mismo tiempo Señor Jesús, que os ha elegido y constituido, y a su santa Igl a la que estáis llamados a servir con amor esponsal. Así pues dos dimensiones de la Iglesia, mariana y petrina, coinciden e que constituye la plenitud de ambas, es decir, en el valor sup de la caridad, el carisma «superior», el «camino más excelen como escribe el apóstol san Pablo (1 Co 12,31; 13,13). Todo pasa en este mundo. En la eternidad, sólo el Amor permanece. Por eso, hermanos, aprovechando el tiempo pro de la Cuaresma, esforcémonos por verificar que todas las co tanto en nuestra vida personal como en la actividad eclesial e que estamos insertados, estén impulsadas por la caridad y tie a la caridad. Para ello, nos ilumina también el misterio que h celebramos. En efecto, lo primero que hizo María después acoger el mensaje del ángel fue ir «con prontitud» a casa de prima Isabel para prestarle su servicio (cf. Lc 1,39). La iniciati la Virgen brotó de una caridad auténtica, humilde y valient movida por la fe en la palabra de Dios y por el impulso interio Espíritu Santo. Quien ama se olvida de sí mismo y se pone servicio del prójimo. He aquí la imagen y el modelo de la Iglesia. Toda comunid eclesial, como la Madre de Cristo, está llamada a acoger con disponibilidad el misterio de Dios que viene a habitar en ella impulsa por las sendas del amor. Este es el camino por el qu querido comenzar mi pontificado, invitando a todos, con mi pr encíclica, a edificar la Iglesia en la caridad, como «comunida amor» (cf. Deus caritas est, segunda parte). Al buscar est finalidad, venerados hermanos cardenales, vuestra cercan espiritual y activa es para mí un gran apoyo y consuelo. Os do gracias por ello, a la vez que os invito a todos, sacerdotes diáconos, religiosos y laicos, a unirnos en la invocación del Es Santo, a fin de que la caridad pastoral del Colegio de carden sea cada vez más ardiente, para ayudar a toda la Iglesia a irr en el mundo el amor de Cristo, para alabanza y gloria de santísima Trinidad. Amén. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 31*** DISCURSO AL FINAL DEL REZO DEL ROSARIO EN EL SANTUARIO ROMANO DEL AMOR DIVINO (1-V-0 Queridos hermanos y hermanas: (...) Hemos rezado el santo rosario, recorriendo los cinco mister «gozosos», que nos han ayudado a revivir en nuestro corazó inicios de nuestra salvación, desde la concepción de Jesús obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María hasta misterio del Niño Jesús, a los doce años, perdido y encontrad el templo de Jerusalén mientras escuchaba e interrogaba a doctores. Hemos repetido y hecho nuestras las palabras del ángel: «Di salve, María, llena de gracia, el Señor está contigo» y tambié exclamación con que santa Isabel acogió a la Virgen, que ha acudido prontamente a su casa para ayudarle y servirle: «¡Be tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!» Hemos contemplado la fe dócil de María, que se fía sin reserv Dios y se pone totalmente en sus manos. También nos hem acercado, como los pastores, al Niño Jesús recostado en pesebre y hemos reconocido y adorado en él al Hijo eterno de que, por amor, se ha hecho nuestro hermano y así también nu único Salvador. Juntamente con María y José, también nosotros hemos entra el templo para ofrecer a Dios al Niño y cumplir el rito de la purificación; y aquí el anciano Simeón, con sus palabras, no anticipado la salvación, pero también la contradicción y la cru espada que, bajo la cruz del Hijo, traspasaría el alma de la Ma precisamente así la hará no sólo madre de Dios sino tambi nuestra madre común. Queridos hermanos y hermanas, en este santuario veneram María santísima con el título de Virgen del Amor Divino. Así q plenamente de manifiesto el vínculo que une a María con Espíritu Santo, ya desde el inicio de su existencia, cuando e concepción, el Espíritu, el Amor eterno del Padre y del Hijo, hi ella su morada y la preservó de toda sombra de pecado; lue cuando por obra del mismo Espíritu concibió en su seno al Hi Dios; después, también a lo largo de toda su vida, durante la con la gracia del Espíritu, se cumplió en plenitud la exclamaci María: «He aquí la esclava del Señor»; y, por último, cuando la fuerza del Espíritu Santo, María fue llevada a los cielos con su humanidad concreta para estar junto a su Hijo en la gloria Dios Padre. «María -escribí en la encíclica Deus caritas est- es una mujer ama. Como creyente, que en la fe piensa con el pensamient Dios y quiere con la voluntad de Dios, no puede ser más que mujer que ama» (n. 41). Sí, queridos hermanos y hermanas, M es el fruto y el signo del amor que Dios nos tiene, de su ternu de su misericordia. Por eso, juntamente con nuestros herman la fe de todos los tiempos y lugares, recurrimos a ella en nue necesidades y esperanzas, en las vicisitudes alegres y dolor de la vida. Mi pensamiento va, en este momento, con profun participación, a la familia de la isla de Ischia, afectada por desgracia que aconteció ayer. Con el mes de mayo aumenta el número de los que, desde parroquias de Roma y también desde muchos otros sitios, vie aquí en peregrinación para orar y para gozar de la belleza y d serenidad de estos lugares, que ayuda a descansar. Así pu desde aquí, desde este santuario del Amor Divino esperamos fuerte ayuda y un apoyo espiritual para la diócesis de Roma, mí, su Obispo, y para los demás obispos colaboradores míos, los sacerdotes, para las familias, para las vocaciones, para pobres, para los que sufren y los enfermos, para los niños y ancianos, para toda la nación italiana. En especial, esperamos la fuerza interior para cumplir el voto hicieron los romanos el 4 de junio de 1944, cuando pidiero solemnemente a la Virgen del Amor Divino que esta ciudad f preservada de los horrores de la guerra, y fueron escuchado voto y la promesa de corregir y mejorar su conducta moral, p hacerla más conforme a la del Señor Jesús. También hoy es necesaria la conversión a Dios, a Dios Amor, que el mundo se vea libre de las guerras y del terrorismo. No recuerdan, por desgracia, las víctimas, como los militares q murieron el jueves pasado en Nassiriya, Irak, a los que encomendamos a la maternal intercesión de María, Reina d paz. Por tanto, queridos hermanos y hermanas, desde este santua la Virgen del Amor Divino renuevo la invitación que hice en encíclica Deus caritas est (n. 39): vivamos el amor y así haga entrar la luz de Dios en el mundo. Amén. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 5*** EN LA ESCUELA DE MARÍA A los religiosos, seminaristas y movimientos eclesiales (Czestochowa, 26 de mayo de 2006) Queridos religiosos, religiosas, personas consagradas, tod vosotros que, movidos por la voz de Jesús, lo habéis seguido amor; queridos seminaristas, que os estáis preparando para ministerio sacerdotal; queridos representantes de los Movimie eclesiales, que lleváis la fuerza del Evangelio al mundo de vue familias, de vuestros lugares de trabajo, de las universidade mundo de los medios de comunicación social y de la cultura vuestras parroquias: Como los Apóstoles con María «subieron a la estancia superi allí «perseveraban en la oración con un mismo espíritu» (H 1,12.14), así también hoy nos hemos reunido aquí, en Jasna que es para nosotros, en esta hora, la «estancia superior», d María, la Madre del Señor, está en medio de nosotros. Hoy guía nuestra meditación; nos enseña a orar. Nos indica cómo nuestra mente y nuestro corazón a la fuerza del Espíritu Sa que viene a nosotros para que lo llevemos a todo el mundo. Queridos hermanos, necesitamos un momento de silencio recogimiento para entrar en la escuela de María, a fin de que enseñe cómo vivir de fe, cómo crecer en ella, cómo permanec contacto con el misterio de Dios en los acontecimientos ordin diarios, de nuestra vida. Con delicadeza femenina y con « capacidad de conjugar la intuición penetrante con la palabra apoyo y de estímulo» (Redemptoris Mater, 46), María sostuvo de Pedro y de los Apóstoles en el Cenáculo, y hoy sostiene m la vuestra. «La fe es un contacto con el misterio de Dios», dijo el Santo P Juan Pablo II (ib., 17), porque creer «quiere decir "abandona en la verdad misma de la palabra del Dios viviente, sabiend reconociendo humildemente "cuán insondables son sus desig e inescrutables sus caminos"» (ib., 14). La fe es el don, recibi el bautismo, que hace posible nuestro encuentro con Dios. Di oculta en el misterio: pretender comprenderlo significaría qu circunscribirlo en nuestros conceptos y en nuestro saber, y perderlo irremediablemente. En cambio, mediante la fe pode abrirnos paso a través de los conceptos, incluso los teológico podemos «tocar» al Dios vivo. Y Dios, una vez tocado, no transmite inmediatamente su fuerza. Cuando nos abandonam Dios vivo, cuando en la humildad de la mente recurrimos a él invade interiormente como un torrente escondido de vida div ¡Cuán importante es para nosotros creer en la fuerza de la fe su capacidad de entablar una relación directa con el Dios vi Debemos cuidar con esmero el desarrollo de nuestra fe, para penetre realmente todas nuestras actitudes, nuestros pensamientos, nuestras acciones e intenciones. La fe ocupa lugar no sólo en los estados de ánimo y en las experiencia religiosas, sino ante todo en el pensamiento y en la acción, e trabajo diario, en la lucha contra sí mismos, en la vida comun y en el apostolado, puesto que hace que nuestra vida est impregnada de la fuerza de Dios mismo. La fe puede llevarn siempre a Dios, incluso cuando nuestro pecado nos hace da En el Cenáculo los Apóstoles no sabían lo que les esperab Atemorizados, estaban preocupados por su futuro. Seguía experimentado aún el asombro provocado por la muerte resurrección de Jesús, y estaban angustiados por habers quedado solos después de su ascensión al cielo. María, «la había creído que se cumplirían las palabras del Señor» (cf. 1,45), asidua con los Apóstoles en la oración, enseñaba l perseverancia en la fe. Con toda su actitud los convencía de q Espíritu Santo, con su sabiduría, conocía bien el camino por e los estaba conduciendo y que, por tanto, podían poner su confianza en Dios, entregándose sin reservas a él, y entregán también sus talentos, sus límites y su futuro. RELIGIOSOS Y CONSAGRADOS Muchos de vosotros habéis reconocido esta llamada secreta Espíritu Santo y habéis respondido con todo el entusiasmo vuestro corazón. El amor a Jesús, «derramado en vuestro corazones por el Espíritu Santo que os ha sido dado» (cf. Rm os ha indicado el camino de la vida consagrada. No lo habé buscado vosotros. Ha sido Jesús quien os ha llamado, invitán a una unión más profunda con él. En el sacramento del san bautismo habéis renunciado a Satanás y a sus obras, y hab recibido las gracias necesarias para la vida cristiana y la sant Desde ese momento brotó en vosotros la gracia de la fe, que permitido uniros a Dios. En el momento de la profesión religiosa o de la promesa, la f llevó a una adhesión total al misterio del Corazón de Jesús, c tesoros habéis descubierto. Renunciasteis entonces a cos buenas, a disponer libremente de vuestra vida, a formar un familia, a acumular bienes, para poder ser libres de entregaro reservas a Cristo y a su reino. ¿Recordáis vuestro entusias cuando emprendisteis la peregrinación de la vida consagra confiando en la ayuda de la gracia? Procurad no perder el im originario, y dejad que María os conduzca a una adhesión c vez más plena. Queridos religiosos, queridas religiosas, queridas persona consagradas, cualquiera que sea la misión que se os ha encomendado, cualquiera que sea el servicio conventual apostólico que estéis prestando, conservad en el corazón primado de vuestra vida consagrada. Que ella renueve vuest La vida consagrada, vivida en la fe, une íntimamente a Dios, los carismas y confiere una extraordinaria fecundidad a vue servicio. CANDIDATOS AL SACERDOCIO Amadísimos candidatos al sacerdocio, la reflexión sobre el m como María aprendía de Jesús puede ayudaros en gran me también a vosotros. Desde su primer «fiat», durante los larg ordinarios años de su vida oculta, mientras educaba a Jesú cuando en Caná de Galilea solicitaba el primer milagro, o p último cuando en el Calvario al pie de la cruz contemplaba a J lo «aprendía» en cada momento. Había acogido, primero en l después en su seno, el Cuerpo de Jesús y lo había dado a luz a día lo había adorado extasiada, lo había servido con am responsable, había cantado en su corazón el Magníficat. En vuestro camino y en vuestro futuro ministerio sacerdotal d guiar por María para «aprender» a Jesús. Contempladlo, deja él os forme, para que un día, en vuestro ministerio, seáis cap de mostrarlo a todos los que se acerquen a vosotros. Cuan toméis en vuestras manos el Cuerpo eucarístico de Jesús p alimentar con él al pueblo de Dios, y cuando asumáis la responsabilidad de la parte del Cuerpo místico que se os encomiende, recordad la actitud de asombro y de adoración caracterizó la fe de María. Del mismo modo que ella en su a responsable y materno a Jesús conservó el amor virginal llen asombro, así también vosotros, al arrodillaros litúrgicamente momento de la consagración, conservad en vuestro corazón capacidad de asombraros y de adorar. Reconoced en el pueb Dios que se os encomiende los signos de la presencia de Cr Estad atentos para percibir los signos de santidad que Dios muestre entre los fieles. No temáis por los deberes y las incóg del futuro. No temáis que os falten las palabras o que os rech El mundo y la Iglesia necesitan sacerdotes, santos sacerdo MIEMBROS DE LOS NUEVOS MOVIMIENTOS ECLESIALES Queridos representantes de los nuevos Movimientos en la Igl la vitalidad de vuestras comunidades es un signo de la prese activa del Espíritu Santo. Vuestra misión ha nacido de la fe d Iglesia y de la riqueza de los frutos del Espíritu Santo. Deseo seáis cada vez más numerosos, para servir a la causa del rein Dios en el mundo de hoy. Creed en la gracia de Dios que o acompaña, y llevadla al entramado vivo de la Iglesia y, de m particular, a donde no puede llegar el sacerdote, el religioso religiosa. Son numerosos los Movimientos a los que pertene Os alimentáis de doctrina proveniente de diversas escuelas espiritualidad, reconocidas por la Iglesia. Aprovechad la sabid de los santos, recurrid a la herencia que han dejado. Form vuestra mente y vuestro corazón en las obras de los grand maestros y de los testigos de la fe, recordando que las escuel espiritualidad no deben ser un tesoro encerrado en las bibliot de los conventos. La sabiduría evangélica, leída en las obra los grandes santos y verificada en la propia vida, se ha de llev modo maduro, no infantil ni agresivo, al mundo de la cultura trabajo, al mundo de los medios de comunicación social y d política, al mundo de la vida familiar y social. Para verificar autenticidad de vuestra fe y de vuestra misión, que no atrae atención hacia sí, sino que realmente irradia en torno a sí la f amor, confrontadla con la fe de María. Reflejaos en su coraz Permaneced en su escuela. Cuando los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, se dispersaro todo el mundo para anunciar el Evangelio, uno de ellos, Jua apóstol del amor, de modo particular «acogió a María en su c (cf. Jn 19,27). Precisamente gracias a su profunda relación Jesús y con María pudo insistir tan eficazmente en la verdad que «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16). Yo mismo quise tomar es palabras como inicio de la primera encíclica de mi pontifica Deus caritas est. Esta verdad sobre Dios es la más importan más central. A todos aquellos a quienes resulta difícil creer Dios, les repito hoy: «Dios es amor». Sed vosotros mismo queridos amigos, testigos de esta verdad. Lo seréis eficazme permanecéis en la escuela de María. Junto a ella experiment vosotros mismos que Dios es amor y transmitiréis su mensa mundo con la riqueza y la variedad que el mismo Espíritu Sa sabrá suscitar. ¡Alabado sea Jesucristo! [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 2-V S. S. Benedicto XVI ENSEÑANZAS SOBRE LA VIRGEN MARÍA (II) . LA VISITACIÓN. GRATITUD A MARÍA (En los jardines vaticanos, 31-V-06) Queridos hermanos y hermanas: Me alegra unirme a vosotros al final de este sugestivo encue de oración mariana. Así, ante la gruta de Lourdes que se encuentra en los jardines vaticanos, concluimos el mes de m caracterizado este año por la acogida de la imagen de la Virg Fátima en la plaza de San Pedro, con motivo del 25° anivers del atentado contra el amado Juan Pablo II, y marcado tambié el viaje apostólico que el Señor me permitió realizar a Polon donde pude visitar los lugares queridos por mi gran predece De esta peregrinación, de la que hablé esta mañana durant audiencia general, me vuelve ahora a la mente, en particula visita al santuario de Jasna Góra, en Czestochowa, dond comprendí más profundamente cómo nuestra Abogada cele acompaña el camino de sus hijos y no deja de escuchar la súplicas que se le dirigen con humildad y confianza. Deseo d una vez más las gracias, juntamente con vosotros, por habe acompañado durante la visita a la querida tierra de Poloni También quiero expresar a María mi gratitud porque me sost en mi servicio diario a la Iglesia. Sé que puedo contar con ayuda en toda situación; más aún, sé que ella previene con intuición materna todas las necesidades de sus hijos e interv eficazmente para sostenerlos: esta es la experiencia del pue cristiano desde sus primeros pasos en Jerusalén. Hoy, en la fiesta de la Visitación, como en todas las páginas Evangelio, vemos a María dócil a los planes divinos y en actit amor previsor a los hermanos. La humilde joven de Nazaret, sorprendida por lo que el ángel Gabriel le había anunciado - será la madre del Mesías prometido-, se entera de que tambié anciana prima Isabel espera un hijo en su vejez. Sin demora pone en camino, como dice el evangelista (cf. Lc 1,39), para l «con prontitud» a la casa de su prima y ponerse a su disposi en un momento de particular necesidad. ¡Cómo no notar que, en el encuentro entre la joven María y l anciana Isabel, el protagonista oculto es Jesús! María lo llev su seno como en un sagrario y lo ofrece como el mayor don Zacarías, a su esposa Isabel y también al niño que está creci en el seno de ella. «Apenas llegó a mis oídos la voz de tu sal le dice la madre de Juan Bautista-, saltó de gozo el niño en seno» (Lc 1,44). Donde llega María, está presente Jesús. Qu abre su corazón a la Madre, encuentra y acoge al Hijo y se lle su alegría. La verdadera devoción mariana nunca ofusca menoscaba la fe y el amor a Jesucristo, nuestro Salvador, ú mediador entre Dios y los hombres. Al contrario, consagrarse Virgen es un camino privilegiado, que han recorrido numero santos, para seguir más fielmente al Señor. Así pues, consagrémonos a ella con filial abandono. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 9-V *** LA ASUNCIÓN DE MARÍA (Homilía del 15-VIII-06) Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio queridos hermanos y hermanas: En el Magníficat, el gran canto de la Virgen que acabamos escuchar en el evangelio, encontramos unas palabras sorprendentes. María dice: «Desde ahora me felicitarán toda generaciones». La Madre del Señor profetiza las alabanza marianas de la Iglesia para todo el futuro, la devoción marian pueblo de Dios hasta el fin de los tiempos. Al alabar a María Iglesia no ha inventado algo «ajeno» a la Escritura: ha respon a esta profecía hecha por María en aquella hora de gracia Y estas palabras de María no eran sólo palabras personales vez arbitrarias. Como dice san Lucas, Isabel había exclama llena de Espíritu Santo: «Dichosa la que ha creído». Y Mar también llena de Espíritu Santo, continúa y completa lo que Isabel, afirmando: «Me felicitarán todas las generaciones». Es auténtica profecía, inspirada por el Espíritu Santo, y la Iglesi venerar a María, responde a un mandato del Espíritu Sant cumple un deber. Nosotros no alabamos suficientemente a Dios si no alabamo sus santos, sobre todo a la «Santa» que se convirtió en su mo en la tierra, María. La luz sencilla y multiforme de Dios sólo se manifiesta en su variedad y riqueza en el rostro de los santos son el verdadero espejo de su luz. Y precisamente viendo el r de María podemos ver mejor que de otras maneras la bellez Dios, su bondad, su misericordia. En este rostro podemos pe realmente la luz divina. «Me felicitarán todas las generaciones». Nosotros podemos a a María, venerar a María, porque es «feliz», feliz para siempr este es el contenido de esta fiesta. Feliz porque está unida a porque vive con Dios y en Dios. El Señor, en la víspera de Pasión, al despedirse de los suyos, dijo: «Voy a prepararos morada en la gran casa del Padre. Porque en la casa de mi P hay muchas moradas» (cf. Jn 14,2). María, al decir: «He aqu esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra», preparó en la tierra la morada para Dios; con cuerpo y alma se transfo en su morada, y así abrió la tierra al cielo. San Lucas, en el pasaje evangélico que acabamos de escuc nos da a entender de diversas maneras que María es la verda Arca de la alianza, que el misterio del templo -la morada de D aquí en la tierra- se realizó en María. En María Dios habit realmente, está presente aquí en la tierra. María se convierte tienda. Lo que desean todas las culturas, es decir, que Dios h entre nosotros, se realiza aquí. San Agustín dice: «Antes d concebir al Señor en su cuerpo, ya lo había concebido en alma». Había dado al Señor el espacio de su alma y así s convirtió realmente en el verdadero Templo donde Dios s encarnó, donde Dios se hizo presente en esta tierra. Así, al ser la morada de Dios en la tierra, ya está preparada e su morada eterna, ya está preparada esa morada para siemp este es todo el contenido del dogma de la Asunción de María gloria del cielo en cuerpo y alma, expresado aquí en esta palabras. María es «feliz» porque se ha convertido -totalmente cuerpo y alma, y para siempre- en la morada del Señor. Si es verdad, María no sólo nos invita a la admiración, a la venerac además, nos guía, nos señala el camino de la vida, nos mue cómo podemos llegar a ser felices, a encontrar el camino de felicidad. Escuchemos una vez más las palabras de Isabel, que se completan en el Magníficat de María: «Dichosa la que ha cre El acto primero y fundamental para transformarse en morada Dios y encontrar así la felicidad definitiva es creer, es la fe en en el Dios que se manifestó en Jesucristo y que se nos revela palabra divina de la sagrada Escritura. Creer no es añadir una opinión a otras. Y la convicción, la fe que Dios existe, no es una información como otras. Mucha informaciones no nos importa si son verdaderas o falsas, pue cambian nuestra vida. Pero, si Dios no existe, la vida es vací futuro es vacío. En cambio, si Dios existe, todo cambia, la vid luz, nuestro futuro es luz y tenemos una orientación para sa cómo vivir. Por eso, creer constituye la orientación fundamental de nue vida. Creer, decir: «Sí, creo que tú eres Dios, creo que en el encarnado estás presente entre nosotros», orienta mi vida, impulsa a adherirme a Dios, a unirme a Dios y a encontrar a lugar donde vivir, y el modo como debo vivir. Y creer no es s una forma de pensamiento, una idea; como he dicho, es u acción, una forma de vivir. Creer quiere decir seguir la sen señalada por la palabra de Dios. María, además de este acto fundamental de la fe, que es un existencial, una toma de posición para toda la vida, añade e palabras: «Su misericordia llega a todos los que le temen d generación en generación». Con toda la Escritura, habla d «temor de Dios». Tal vez conocemos poco esta palabra, o no gusta mucho. Pero el «temor de Dios» no es angustia, es algo diferente. Como hijos, no tenemos miedo del Padre, pero tene temor de Dios, la preocupación por no destruir el amor sobr que está construida nuestra vida. Temor de Dios es el sentid responsabilidad que debemos tener; responsabilidad por la po del mundo que se nos ha encomendado en nuestra vida responsabilidad de administrar bien esta parte del mundo y d historia que somos nosotros, contribuyendo así a la auténti edificación del mundo, a la victoria del bien y de la paz. «Me felicitarán todas las generaciones»: esto quiere decir qu futuro, el porvenir, pertenece a Dios, está en las manos de Dio decir, que Dios vence. Y no vence el dragón, tan fuerte, del habla hoy la primera lectura: el dragón que es la representaci todas las fuerzas de la violencia del mundo. Parecen invenci pero María nos dice que no son invencibles. La Mujer, como muestran la primera lectura y el evangelio, es más fuerte por Dios es más fuerte. Ciertamente, en comparación con el dragón, tan armado, e Mujer, que es María, que es la Iglesia, parece indefensa, vulnerable. Y realmente Dios es vulnerable en el mundo, porq el Amor, y el amor es vulnerable. A pesar de ello, él tiene el f en la mano; vence el amor y no el odio; al final vence la pa Este es el gran consuelo que entraña el dogma de la Asunció María en cuerpo y alma a la gloria del cielo. Damos gracias Señor por este consuelo, pero también vemos que este cons nos compromete a estar del lado del bien, de la paz. Oremos a María, la Reina de la paz, para que ayude a la vic de la paz hoy: «Reina de la paz, ¡ruega por nosotros!». Am CATEQUESIS SOBRE LA ASUNCIÓN DE MARÍA (Miércoles, 16 de agosto de 2006) Queridos hermanos y hermanas: Nuestro tradicional encuentro semanal del miércoles se realiz todavía en el clima de la solemnidad de la Asunción de la santísima Virgen María. Por tanto, quisiera invitaros a dirigi mirada, una vez más, a nuestra Madre celestial, que ayer la li nos hizo contemplar triunfante con Cristo en el cielo. Es una fiesta muy arraigada en el pueblo cristiano, ya desde primeros siglos del cristianismo. Como es sabido, en ella s celebra la glorificación, también corporal, de la criatura que Di escogió como Madre y que Jesús en la cruz dio como Madr toda la humanidad. La Asunción evoca un misterio que nos afecta a cada uno nosotros, porque, como afirma el concilio Vaticano II, María « ante el pueblo de Dios en marcha como señal de esperanza c y de consuelo» (Lumen gentium, 68). Ahora bien, estamos inmersos en las vicisitudes de cada día, que a veces olvidam esta consoladora realidad espiritual, que constituye una impor verdad de fe. Entonces, ¿cómo hacer que todos nosotros y la sociedad ac percibamos cada vez más esta señal luminosa de esperanza? quienes viven como si no tuvieran que morir o como si todo acabara con la muerte; algunos se comportan como si el hom fuera el único artífice de su propio destino, como si Dios n existiera, llegando en ocasiones incluso a negar que haya esp para él en nuestro mundo. Sin embargo, los grandes progresos de la técnica y de la cie que han mejorado notablemente la condición de la humanid dejan sin resolver los interrogantes más profundos del alm humana. Sólo la apertura al misterio de Dios, que es Amor, p colmar la sed de verdad y felicidad de nuestro corazón. Sólo perspectiva de la eternidad puede dar valor auténtico a lo acontecimientos históricos y sobre todo al misterio de la fragi humana, del sufrimiento y de la muerte. Contemplando a María en la gloria celestial, comprendemos tampoco para nosotros la tierra es una patria definitiva y que vivimos orientados hacia los bienes eternos, un día compartir su misma gloria y así se hace más hermosa también la tierra esto, aun entre las numerosas dificultades diarias, no debem perder la serenidad y la paz. La señal luminosa de la Virgen María elevada al cielo brilla más cuando parecen acumularse en el horizonte sombras tri de dolor y violencia. Tenemos la certeza de que desde lo a María sigue nuestros pasos con dulce preocupación, nos tranquiliza en los momentos de oscuridad y tempestad, nos se con su mano maternal. Sostenidos por esta certeza, prosiga confiados nuestro camino de compromiso cristiano adonde lleva la Providencia. Sigamos adelante en nuestra vida guiado María. ¡Gracias! *** SANTA MADRE DE DIOS, GUÍANOS SIEMPRE HACIA JESÚS (Homilía en el santuario mariano de Altötting, 11-IX-06) Queridos hermanos en el ministerio episcopal y sacerdota queridos hermanos y hermanas: En la primera lectura, en el salmo responsorial y en el pasa evangélico de hoy, se nos presenta tres veces y en forma sie diferente a María, la Madre del Señor, como una mujer que or el libro de los Hechos de los Apóstoles la encontramos en m de la comunidad de los Apóstoles reunidos en el Cenáculo invocando al Señor, que ascendió al Padre, para que cumpla promesa: «Seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de p días» (Hch 1,5). María guía a la Iglesia naciente en la oración casi la Iglesia orante en persona. Y así, juntamente con la g comunidad de los santos y como su centro, está también hoy Dios intercediendo por nosotros, pidiendo a su Hijo que enví Espíritu una vez más a la Iglesia y al mundo, y que renueve l de la tierra. Hemos respondido a esta lectura cantando con María el gr himno de alabanza que ella entonó cuando Isabel la llam bienaventurada a causa de su fe. Es una oración de acción gracias, de alegría en Dios, de bendición por sus grandes haz El tenor de este himno es claro desde sus primeras palabra «Proclama mi alma la grandeza del Señor». Proclamar la gran del Señor significa darle espacio en el mundo, en nuestra vi permitirle entrar en nuestro tiempo y en nuestro obrar: esta e esencia más profunda de la verdadera oración. Donde se proc la grandeza de Dios, el hombre no queda empequeñecido: también el hombre queda engrandecido y el mundo result luminoso. Por último, en el pasaje evangélico, María pide a su Hijo un f para unos amigos que pasan dificultades. A primera vista, e puede parecer una conversación enteramente humana entr Madre y su Hijo; y, en efecto, también es un diálogo lleno d profunda humanidad. Pero María no se dirige a Jesús simplem como a un hombre, contando con su habilidad y disponibilida ayudar. Ella confía una necesidad humana a su poder, a un p que supera la habilidad y la capacidad humanas. En este diálogo con Jesús la vemos realmente como Madre pide, que intercede. Conviene profundizar un poco en este pa del evangelio, para entender mejor a Jesús y a María, y tam para aprender de María el modo correcto de orar. María propiamente no hace una petición a Jesús; simplemente le d «No tienen vino» (Jn 2,3). Las bodas en Tierra Santa se celebraban durante una semana entera; todo el pueblo partici y, por consiguiente, se consumía mucho vino. Los esposos encuentran en dificultades y María simplemente se lo dice a J No le pide nada en particular, y mucho menos, que Jesús utili poder, que realice un milagro produciendo vino. Simplemen informa a Jesús y le deja decidir lo que conviene hacer. Así pues, en las sencillas palabras de la Madre de Jesús pod apreciar dos cosas: por una parte, su afectuosa solicitud por hombres, la atención maternal que la lleva a percibir los probl de los demás. Vemos su cordial bondad y su disponibilidad ayudar. Esta es la Madre a la que tantas personas, desde h muchas generaciones, han venido aquí a Altötting en peregrinación. A ella confiamos nuestras preocupaciones, nue necesidades y nuestras dificultades. Aquí aparece, por primer en la sagrada Escritura, la bondad y disponibilidad a ayudar d Madre, en la que confiamos. Pero además de este primer asp que a todos nos resulta muy familiar, hay otro, que podría pasarnos fácilmente desapercibido: María lo deja todo al juic Dios. En Nazaret, entregó su voluntad, sumergiéndola en la Dios: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según palabra» (Lc 1,38). Esta sigue siendo su actitud fundamental nos enseña a rezar: no querer afirmar ante Dios nuestra volun nuestros deseos, por muy importantes o razonables que n parezcan, sino presentárselos a él y dejar que él decida lo q quiera hacer. De María aprendemos la bondad y la disposici ayudar, pero también la humildad y la generosidad para acep voluntad de Dios, confiando en él, convencidos de que su respuesta, sea cual sea, será lo mejor para nosotros. Podemos comprender muy bien la actitud y las palabras de M pero nos resulta difícil entender la respuesta de Jesús. Pa comenzar, no nos gusta la palabra con que se dirige a ella «Mujer». ¿Por qué no le dice «Madre»? En realidad, este tít expresa el lugar que ocupa María en la historia de la salvac Remite al futuro, a la hora de la crucifixión, cuando Jesús le «Mujer, ahí tienes a tu hijo», «Hijo, ahí tienes a tu madre» (c 19,26-27). Por tanto, indica anticipadamente la hora en que convertirá a la mujer, a su Madre, en Madre de todos sus discípulos. Por otra parte, ese título evoca el relato de la crea de Eva: Adán, en medio de la creación, con toda su magnifice como ser humano se siente solo. Entonces Dios crea a Eva, ella Adán encuentra la compañera que buscaba y le da el nom de «mujer». Así, en el evangelio según san Juan, María repre la mujer nueva, la mujer definitiva, la compañera del Reden nuestra Madre: ese título, en apariencia poco afectuoso, exp realmente la grandeza de su misión perenne. Nos gusta menos aún lo que Jesús dice luego a María en Ca «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi ho (Jn 2,4). Quisiéramos objetar: ¡tienes mucho con ella! Fue e quien te dio la carne y la sangre, tu cuerpo; y no sólo tu cue con su «sí», que pronunció desde lo más hondo de su coraz ella te engendró en su vientre; con amor maternal te dio la vid introdujo en la comunidad del pueblo de Israel. Si así le hablamos a Jesús, ya vamos por buen camino pa entender su respuesta. Porque todo esto debe hacernos reco que en el contexto de la encarnación de Jesús hay dos diálo que van juntos y se funden, se hacen uno. Está ante todo diálogo de María con el arcángel Gabriel, en el que ella dic «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Pero existe un t paralelo a este, podríamos decir un diálogo dentro de Dios, qu encuentra recogido en la carta a los Hebreos, cuando dice qu palabras del salmo 40 son como un diálogo entre el Padre y Hijo, un diálogo con el que se inicia la Encarnación. El Hijo et dice al Padre: «Sacrificio y oblación no quisiste; pero me h formado un cuerpo. (...) He aquí que vengo (...) para hacer, Dios, tu voluntad» (Hb 10,5-7; cf. Sal 40,6-8). El «sí» del Hijo -«He aquí que vengo para hacer tu voluntad» «sí» de María -«Hágase en mí según tu palabra»- se conviert un único «sí». De esta manera el Verbo se hace carne en M En este doble «sí» la obediencia del Hijo se hace cuerpo, M con su «sí» le da el cuerpo. «¿Qué tengo yo contigo, mujer?» relación más profunda que tienen Jesús y María es este do «sí», gracias a cuya coincidencia se realizó la encarnación. C respuesta nuestro Señor alude a este punto de su profundís unidad. A él remite a su Madre. Ahí, en este común «sí» a voluntad del Padre, se encuentra la solución. También noso debemos aprender a encaminarnos hacia este punto; ah encontraremos la respuesta a nuestras preguntas. Partiendo de ahí comprendemos ahora también la segunda f de la respuesta de Jesús: «Todavía no ha llegado mi hora». J nunca actúa solamente por sí mismo; nunca actúa para agrad los otros. Actúa siempre partiendo del Padre, y esto es precisamente lo que lo une a María, porque ahí, en esa unida voluntad con el Padre, ha querido poner también ella su petic Por eso, después de la respuesta de Jesús, que parece rech la petición, ella sorprendentemente puede decir a los servido con sencillez: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5). Jesús no hace un prodigio, no juega con su poder en un asu que, en el fondo, es totalmente privado. No; él realiza un signo el que anuncia su hora, la hora de las bodas, la hora de la u entre Dios y el hombre. Él no se limita a «producir» vino, sino transforma las bodas humanas en una imagen de las boda divinas, a las que el Padre invita mediante el Hijo y en las que plenitud del bien, representada por la abundancia del vino. L bodas se convierten en imagen del momento en que Jesús lle amor hasta el extremo, permite que le desgarren el cuerpo, y se entrega a nosotros para siempre, se hace uno con nosot bodas entre Dios y el hombre. La hora de la cruz, la hora de la que brota el Sacramento, e que él se nos da realmente en carne y sangre, pone su cuerp nuestras manos y en nuestro corazón; esta es la hora de l bodas. Así, de un modo verdaderamente divino, se resuelve la neces del momento y se rebasa ampliamente la petición inicial. La de Jesús no ha llegado aún, pero en el signo de la conversió agua en vino, en el signo del don festivo, anticipa su hora ya este momento. Su «hora» es la cruz; su hora definitiva será su vuelta al final d tiempos. Él anticipa continuamente esta hora definitiva precisamente en la Eucaristía, en la cual ya ahora viene siemp lo sigue haciendo siempre por intercesión de su Madre, po intercesión de la Iglesia, que lo invoca en las plegarias eucarísticas: «¡Ven, Señor Jesús!». En el canon, la Iglesia im siempre nuevamente esta anticipación de la «hora», pide q venga ya ahora y se entregue a nosotros. Así queremos dejarnos guiar por María, por la Madre de la gracias de Altötting, por la Madre de todos los fieles, hacia «hora» de Jesús. Pidámosle a él el don de reconocerlo y comprenderlo cada vez más. Y no nos limitemos a recibirlo só el momento de la Comunión. Él permanece presente en la H santa y nos espera continuamente. En Altötting la adoración Señor en la Eucaristía ha encontrado un lugar nuevo en la an capilla del tesoro. María y Jesús siempre van juntos. Mediant queremos permanecer en diálogo con el Señor, aprendiendo recibirlo mejor. ¡Santa Madre de Dios, ruega por nosotros, como rogaste en C por los esposos! Guíanos siempre hacia Jesús. Amén. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 22-I *** LA INMACULADA CONCEPCIÓN (Ángelus del 8-XII-06) Queridos hermanos y hermanas: Hoy celebramos una de las fiestas de la santísima Virgen m bellas y populares: la Inmaculada Concepción. María no sólo cometió pecado alguno, sino que fue preservada incluso de herencia común del género humano que es la culpa original, p misión a la que Dios la destinó desde siempre: ser la Madre Redentor. Todo esto está contenido en la verdad de fe de la «Inmacula Concepción». El fundamento bíblico de este dogma se encue en las palabras que el ángel dirigió a la joven de Nazaret «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). « de gracia» -en el original griego kecharitoméne- es el nombre hermoso de María, un nombre que le dio Dios mismo para in que desde siempre y para siempre es la amada, la elegida, escogida para acoger el don más precioso, Jesús, «el am encarnado de Dios» (Deus caritas est, 12). Podemos preguntarnos: ¿por qué entre todas las mujeres D escogió precisamente a María de Nazaret? La respuesta e oculta en el misterio insondable de la voluntad divina. Sin emb hay un motivo que el Evangelio pone de relieve: su humildad subraya bien Dante Alighieri en el último canto del «Paraíso «Virgen Madre, hija de tu Hijo, la más humilde y más alta de t las criaturas, término fijo del designio eterno» (Paraíso XXXIII Lo dice la Virgen misma en el Magníficat, su cántico de alaba «Proclama mi alma la grandeza del Señor, (...) porque ha mira humildad de su esclava» (Lc 1,46.48). Sí, Dios quedó prendad la humildad de María, que encontró gracia a sus ojos (cf. Lc 1 Así llegó a ser la Madre de Dios, imagen y modelo de la Igle elegida entre los pueblos para recibir la bendición del Seño difundirla a toda la familia humana. Esta «bendición» es Jesucristo. Él es la fuente de la gracia, d que María quedó llena desde el primer instante de su existen Acogió con fe a Jesús y con amor lo donó al mundo. Esta también nuestra vocación y nuestra misión, la vocación y la m de la Iglesia: acoger a Cristo en nuestra vida y donarlo al mu «para que el mundo se salve por él» (Jn 3,17). Queridos hermanos y hermanas, la fiesta de la Inmaculada ilu como un faro el período de Adviento, que es un tiempo de vig y confiada espera del Salvador. Mientras salimos al encuentr Dios que viene, miramos a María que «brilla como signo d esperanza segura y de consuelo para el pueblo de Dios e camino» (Lumen gentium, 68). Con esta certeza os invito a u a mí cuando, por la tarde, renueve en la plaza de España tradicional homenaje a esta dulce Madre por gracia y de la gr A ella nos dirigimos ahora con la oración que recuerda el anu del ángel. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 15-X *** HOMENAJE A LA INMACULADA (Roma, Plaza de España, 8-XII-06) Oh María, Virgen Inmaculada: También este año nos volvem encontrar con amor filial al pie de tu imagen para renovarte homenaje de la comunidad cristiana y de la ciudad de Rom Hemos venido a orar, siguiendo la tradición iniciada por los P anteriores, en el día solemne en el que la liturgia celebra t Inmaculada Concepción, misterio que es fuente de alegría y esperanza para todos los redimidos. Te saludamos y te invocamos con las palabras del ángel: «L de gracia» (Lc 1,28), el nombre más bello, con el que Dios m te llamó desde la eternidad. «Llena de gracia» eres tú, María, colmada del amor divino des primer instante de tu existencia, providencialmente predestina ser la Madre del Redentor e íntimamente asociada a él en misterio de la salvación. En tu Inmaculada Concepción resplandece la vocación de discípulos de Cristo, llamados a ser, con su gracia, santos inmaculados en el amor (cf. Ef 1,4). En ti brilla la dignidad de todo ser humano, que siempre e precioso a los ojos del Creador. Quien fija en ti su mirada, Madre toda santa, no pierde la serenidad, por más duras que sean las pruebas de la vida Aunque es triste la experiencia del pecado, que desfigura dignidad de los hijos de Dios, quien recurre a ti redescubre belleza de la verdad y del amor, y vuelve a encontrar el cam que lleva a la casa del Padre. «Llena de gracia» eres tú, María, que al acoger con tu «sí» proyectos del Creador, nos abriste el camino de la salvació Enséñanos a pronunciar también nosotros, siguiendo tu ejem nuestro «sí» a la voluntad del Señor. Un «sí» que se une a tu «sí» sin reservas y sin sombras, qu Padre quiso necesitar para engendrar al Hombre nuevo, Cri único Salvador del mundo y de la historia. Danos la valentía para decir «no» a los engaños del poder, dinero y del placer; a las ganancias ilícitas, a la corrupción y hipocresía, al egoísmo y a la violencia. «No» al Maligno, príncipe engañador de este mundo. «Sí» a Cristo, que destruye el poder del mal con la omnipote del amor. Sabemos que sólo los corazones convertidos al Amor, que Dios, pueden construir un futuro mejor para todos. «Llena de gracia» eres tú, María. Tu nombre es para todas generaciones prenda de esperanza segura. Sí, porque, como escribe el sumo poeta Dante, para nosotros mortales, tú «eres fuente viva de esperanza» (Paraíso, XXXIII Como peregrinos confiados, acudimos una vez más a esta fu al manantial de tu Corazón inmaculado, para encontrar en ella consuelo, alegría y amor, seguridad y paz. Virgen «llena de gracia», muéstrate Madre tierna y solícita co habitantes de esta ciudad tuya, para que el auténtico espír evangélico anime y oriente su comportamiento. Muéstrate Madre y guardiana vigilante de Italia y Europa, para de las antiguas raíces cristianas los pueblos sepan tomar nu linfa para construir su presente y su futuro. Muéstrate Madre providente y misericordiosa con el mundo en para que, respetando la dignidad humana y rechazando toda de violencia y de explotación, se pongan bases firmes para civilización del amor. Muéstrate Madre especialmente de los más necesitados: de indefensos, de los marginados y los excluidos, de las víctima una sociedad que con demasiada frecuencia sacrifica al hom por otros fines e intereses. Muéstrate Madre de todos, oh María, y danos a Cristo, esper del mundo. «Monstra te esse Matrem», oh Virgen Inmaculada, llena de gr Amén. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 15-X *** LA MATERNIDAD Y VIRGINIDAD DE MARÍA Jornada mundial de la paz (Homilía del 1-I-07) Queridos hermanos y hermanas: La liturgia de hoy contempla, como en un mosaico, varios hec realidades mesiánicas, pero la atención se concentra de mo especial en María, Madre de Dios. Ocho días después de nacimiento de Jesús recordamos a su Madre, la Theotókos «Madre del Rey que gobierna cielo y tierra por los siglos de siglos» (Antífona de entrada; cf. Sedulio). La liturgia medita ho el Verbo hecho hombre y repite que nació de la Virgen. Refle sobre la circuncisión de Jesús como rito de agregación a comunidad, y contempla a Dios que dio a su Hijo unigénito c cabeza del «pueblo nuevo» por medio de María. Recuerda nombre que dio al Mesías y lo escucha pronunciado con tie dulzura por su Madre. Invoca para el mundo la paz, la paz Cristo, y lo hace a través de María, mediadora y cooperador Cristo (cf. Lumen gentium, 60-61). Comenzamos un nuevo año solar, que es un período ulterio tiempo que nos ofrece la divina Providencia en el contexto d salvación inaugurada por Cristo. Pero ¿el Verbo eterno no en el tiempo precisamente por medio de María? Lo recuerda e segunda lectura, que acabamos de escuchar, el apóstol san P afirmando que Jesús nació «de una mujer» (cf. Ga 4,4). En liturgia de hoy destaca la figura de María, verdadera Madre Jesús, hombre-Dios. Por tanto, en esta solemnidad no se cel una idea abstracta, sino un misterio y un acontecimiento histó Jesucristo, persona divina, nació de María Virgen, la cual es, sentido más pleno, su madre. Además de la maternidad, hoy también se pone de relieve virginidad de María. Se trata de dos prerrogativas que siempr proclaman juntas y de manera inseparable, porque se integran califican mutuamente. María es madre, pero madre virgen; M es virgen, pero virgen madre. Si se descuida uno u otro aspe no se comprende plenamente el misterio de María, tal como n presentan los Evangelios. María, Madre de Cristo, es tamb Madre de la Iglesia, como mi venerado predecesor el siervo Dios Pablo VI proclamó el 21 de noviembre de 1964, durant concilio Vaticano II. María es, por último, Madre espiritual de la humanidad, porque en la cruz Jesús dio su sangre por tod desde la cruz a todos encomendó a sus cuidados materno Así pues, contemplando a María comenzamos este nuevo a que recibimos de las manos de Dios como un «talento» prec que hemos de hacer fructificar, como una ocasión providen para contribuir a realizar el reino de Dios. En este clima de or y de gratitud al Señor por el don de un nuevo año, me alegra mi cordial saludo a... (...) Con ocasión de la actual Jornada mu de la paz, dirigí a los gobernantes y a los responsables de naciones, así como a todos los hombres y mujeres de bue voluntad, el tradicional Mensaje, que este año tiene por tema persona humana, corazón de la paz». Estoy profundamente convencido de que «respetando a la pe se promueve la paz, y de que construyendo la paz se ponen bases para un auténtico humanismo integral» (Mensaje, 15-X n. 1). Este compromiso compete de modo peculiar al cristia llamado «a ser un incansable artífice de paz y un valiente defe de la dignidad de la persona humana y de sus derechos inalienables» (ib., n. 16). Precisamente por haber sido cread imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,27), todo individuo hum sin distinción de raza, cultura y religión, está revestido de la m dignidad de persona. Por eso ha de ser respetado, y ninguna puede justificar jamás que se disponga de él a placer, como fuera un objeto. Ante las amenazas contra la paz, lamentablemente siemp presentes; ante las situaciones de injusticia y de violencia, q permanecen en varias regiones de la tierra; ante la persistenc conflictos armados, a menudo olvidados por la mayor parte d opinión pública; y ante el peligro del terrorismo, que perturb seguridad de los pueblos, resulta más necesario que nunc trabajar juntos en favor de la paz. Como recordé en el Mensa paz es «al mismo tiempo un don y una tarea» (n. 3): un don q preciso invocar con la oración, y una tarea que hay que real con valentía, sin cansarse jamás. El relato evangélico que hemos escuchado muestra la escen los pastores de Belén que se dirigen a la cueva para adora Niño, después de recibir el anuncio del ángel (cf. Lc 2,16). ¿C no dirigir la mirada una vez más a la dramática situación q caracteriza precisamente esa Tierra donde nació Jesús? ¿C no implorar con oración insistente que también a esa región ll cuanto antes el día de la paz, el día en que se resuelva definitivamente el conflicto actual, que persiste ya desde ha demasiado tiempo? Un acuerdo de paz, para ser duradero, d apoyarse en el respeto de la dignidad y de los derechos de t persona. El deseo que formulo ante los representantes de las naciones presentes es que la comunidad internacional aúne sus esfue para que en nombre de Dios se construya un mundo en el qu derechos esenciales del hombre sean respetados por todos. embargo, para que esto acontezca, es necesario que el fundamento de esos derechos sea reconocido no en simpl pactos humanos, sino «en la naturaleza misma del hombre y dignidad inalienable de persona creada por Dios» (Mensaje, n En efecto, si los elementos constitutivos de la dignidad hum quedan dependiendo de opiniones humanas mudables, tam sus derechos, aunque sean proclamados solemnemente, aca por debilitarse y por interpretarse de modos diversos. «Por ta es importante que los Organismos internacionales no pierda vista el fundamento natural de los derechos del hombre. Eso pondría a salvo del peligro, por desgracia siempre al acecho, cayendo hacia una interpretación meramente positivista de mismos» (ib.). «El Señor te bendiga y te proteja, (...). El Señor se fije en ti conceda la paz» (Nm 6,24.26). Esta es la fórmula de bendició hemos escuchado en la primera lectura. Está tomada del libr los Números; en ella se repite tres veces el nombre del Señor significar la intensidad y la fuerza de la bendición, cuya últim palabra es «paz». El término bíblico shalom, que traducimos por «paz», indica conjunto de bienes en que consiste «la salvación» traída p Cristo, el Mesías anunciado por los profetas. Por eso los crist reconocemos en él al Príncipe de la paz. Se hizo hombre y n en una cueva, en Belén, para traer su paz a los hombres de b voluntad, a los que lo acogen con fe y amor. Así, la paz e verdaderamente el don y el compromiso de la Navidad: un d que es preciso acoger con humilde docilidad e invocar constantemente con oración confiada; y un compromiso qu convierte a toda persona de buena voluntad en un «canal de Pidamos a María, Madre de Dios, que nos ayude a acoger a Hijo y, en él, la verdadera paz. Pidámosle que ilumine nuest ojos, para que sepamos reconocer el rostro de Cristo en el ro de toda persona humana, corazón de la paz. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 5 LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA Y EL DON DE LA PAZ (Ángelus del 1-I-07) Queridos hermanos y hermanas: Al inicio del nuevo año me alegra dirigiros a todos vosotro presentes en la plaza de San Pedro, y a cuantos están unido nosotros mediante la radio y la televisión, mis más cordiale deseos de paz y de bien. ¡Felicidades a todos! Os deseo pa bien. Que la luz de Cristo, Sol que surgió en el horizonte de humanidad, ilumine vuestro camino y os acompañe durante to año 2007. Con una feliz intuición, mi venerado predecesor el siervo de Pablo VI quiso que el año comenzara bajo la protección de M santísima, venerada como Madre de Dios. La comunidad cris que durante estos días ha permanecido en oración y adorac ante el belén, mira hoy con particular amor a la Virgen Madre identifica con ella mientras contempla al Niño recién nacid envuelto en pañales y recostado en el pesebre. Como Mar también la Iglesia permanece en silencio para captar y custo las resonancias interiores del Verbo encarnado, conservand calor divino y humano que emana de su presencia. Él es l bendición de Dios. La Iglesia, como la Virgen, no hace más mostrar a todos a Jesús, el Salvador, y sobre cada uno refle luz de su Rostro, esplendor de bondad y de verdad. Hoy contemplamos a Jesús, nacido de María Virgen, en s prerrogativa de verdadero «Príncipe de la paz» (Is 9,5). Él «nuestra paz»; vino para derribar el «muro de separación» q divide a los hombres y a los pueblos, es decir, «la enemistad 2,14). Por eso, el mismo Papa Pablo VI, de venerada memo quiso que el 1 de enero fuera también la Jornada mundial d paz: para que cada año comience con la luz de Cristo, el gr pacificador de la humanidad. Renuevo hoy mi deseo de paz a los gobernantes y a los responsables de las naciones y de los organismos internacion y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Lo hago particular con el Mensaje especial que preparé juntamente co colaboradores del Consejo pontificio Justicia y paz, y que este tiene por tema: «La persona humana, corazón de la paz». E Mensaje aborda un punto esencial, el valor de la persona hum la columna que sostiene todo el gran edificio de la paz. Hoy se habla mucho de derechos humanos, pero a menudo olvida que necesitan un fundamento estable, no relativo, n opinable. Y ese fundamento sólo puede ser la dignidad de persona. El respeto a esta dignidad comienza con el reconocimiento y la protección de su derecho a vivir y a prof libremente su religión. A la santa Madre de Dios dirigimos con confianza nuestra ora para que se desarrolle en las conciencias el respeto sagrad toda persona humana y el firme rechazo de la guerra y de violencia. María, tú que diste al mundo a Jesús, ayúdanos a acoger de don de la paz y a ser sinceros y valientes constructores de p [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 5 *** ORACIÓN A LA VIRGEN DE LORETO (Audiencia general del 14-II-07) María, Madre del «sí», tú escuchaste a Jesús y conoces el timbre de su voz y el latido de su corazón. Estrella de la mañana, háblanos de él y descríbenos tu camino para seguirlo por la senda de la fe. María, que en Nazaret habitaste con Jesús, imprime en nuestra vida tus sentimientos, tu docilidad, tu silencio que escucha y hace florecer la Palabra en opciones de auténtica libertad. María, háblanos de Jesús, para que el frescor de nuestra fe brille en nuestros ojos y caliente el corazón de aquellos con quienes nos encontremos, como tú hiciste al visitar a Isabel, que en su vejez se alegró contigo por el don de la vida. María, Virgen del Magníficat, ayúdanos a llevar la alegría al mundo y, como en Caná, impulsa a todos los jóvenes comprometidos en el servicio a los hermanos a hacer sólo lo que Jesús les diga. María, dirige tu mirada al ágora de los jóvenes, para que sea el terreno fecundo de la Iglesia italiana. Ora para que Jesús, muerto y resucitado, renazca en nosotros y nos transforme en una noche llena de luz, llena de él. María, Virgen de Loreto, puerta del cielo, ayúdanos a elevar nuestra mirada a las alturas. Queremos ver a Jesús, hablar con él y anunciar a todos su amor. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 16 LA ANUNCIACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA (Ángelus del 25-III-07) Queridos hermanos y hermanas: El 25 de marzo se celebra la solemnidad de la Anunciación d Bienaventurada Virgen María. Este año coincide con un dom de Cuaresma y por eso se celebrará mañana. De todas form quisiera reflexionar ahora sobre este estupendo misterio de l que contemplamos todos los días en el rezo del Ángelus. L Anunciación, narrada al inicio del evangelio de san Lucas, e acontecimiento humilde, oculto -nadie lo vio, nadie lo conoc salvo María-, pero al mismo tiempo decisivo para la historia d humanidad. Cuando la Virgen dijo su «sí» al anuncio del án Jesús fue concebido y con él comenzó la nueva era de la his que se sellaría después en la Pascua como «nueva y etern alianza». En realidad, el «sí» de María es el reflejo perfecto del de Cr mismo cuando entró en el mundo, como escribe la carta a Hebreos interpretando el Salmo 39: «He aquí que vengo -pue mí está escrito en el rollo del libro- a hacer, oh Dios, tu volun (Hb 10,7). La obediencia del Hijo se refleja en la obediencia d Madre, y así, gracias al encuentro de estos dos «sí», Dios p asumir un rostro de hombre. Por eso la Anunciación es tamb una fiesta cristológica, porque celebra un misterio central de C su Encarnación. «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra respuesta de María al ángel se prolonga en la Iglesia, llamad manifestar a Cristo en la historia, ofreciendo su disponibilidad que Dios pueda seguir visitando a la humanidad con su misericordia. De este modo, el «sí» de Jesús y de María s renueva en el «sí» de los santos, especialmente de los márt que son asesinados a causa del Evangelio. Lo subrayo record que ayer, 24 de marzo, aniversario del asesinato de monse Óscar Romero, arzobispo de San Salvador, se celebró la Jor de oración y ayuno por los misioneros mártires: obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos asesinados en e cumplimiento de su misión de evangelización y promoció humana. Los misioneros mártires, como reza el tema de este año, s «esperanza para el mundo», porque testimonian que el amo Cristo es más fuerte que la violencia y el odio. No buscaron martirio, pero estuvieron dispuestos a dar la vida para perman fieles al Evangelio. El martirio cristiano solamente se justifica acto supremo de amor a Dios y a los hermanos. En este tiempo cuaresmal contemplamos con mayor frecuen la Virgen, que en el Calvario sella el «sí» pronunciado en Naz Unida a Jesús, el Testigo del amor del Padre, María vivió martirio del alma. Invoquemos con confianza su intercesión, que la Iglesia, fiel a su misión, dé al mundo entero testimon valiente del amor de Dios. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 30*** VISITACIÓN DE MARÍA A SU PRIMA ISABEL (En los jardines vaticanos, 31-V-07) Queridos hermanos y hermanas: Con alegría me uno a vosotros al término de esta vigilia mari siempre sugestiva, con la que se concluye en el Vaticano el de mayo en la fiesta litúrgica de la Visitación de la santísima V María. (...) Meditando los misterios luminosos del santo rosario, habéis s a esta colina donde habéis revivido espiritualmente, en el rela evangelista san Lucas, la experiencia de María, que desde Na de Galilea «se puso en camino hacia la montaña» (Lc 1,39) llegar a la aldea de Judea donde vivía Isabel con su marid Zacarías. ¿Qué impulsó a María, una joven, a afrontar aquel viaje? So todo, ¿qué la llevó a olvidarse de sí misma, para pasar lo primeros tres meses de su embarazo al servicio de su prim necesitada de ayuda? La respuesta está escrita en un Salm «Corro por el camino de tus mandamientos (Señor), pues tú corazón dilatas» (Sal 118,32). El Espíritu Santo, que hizo pres al Hijo de Dios en la carne de María, ensanchó su corazón ha dimensión del de Dios y la impulsó por la senda de la carid La Visitación de María se comprende a la luz del acontecimi que, en el relato del evangelio de san Lucas, precede inmediatamente: el anuncio del ángel y la concepción de Jesú obra del Espíritu Santo. El Espíritu Santo descendió sobre Virgen, el poder del Altísimo la cubrió con su sombra (cf. Lc 1 Ese mismo Espíritu la impulsó a «levantarse» y partir sin tard (cf. Lc 1,39), para ayudar a su anciana pariente. Jesús acaba de comenzar a formarse en el seno de María, pe Espíritu ya ha llenado el corazón de ella, de forma que la Mad empieza a seguir al Hijo divino: en el camino que lleva de Gal Judea es el mismo Jesús quien «impulsa» a María, infundién el ímpetu generoso de salir al encuentro del prójimo que tie necesidad, el valor de no anteponer sus legítimas exigencias dificultades y los peligros para su vida. Es Jesús quien la ayu superar todo, dejándose guiar por la fe que actúa por la carida Ga 5,6). Meditando este misterio, comprendemos bien por qué la car cristiana es una virtud «teologal». Vemos que el corazón de M es visitado por la gracia del Padre, es penetrado por la fuerza Espíritu e impulsado interiormente por el Hijo; o sea, vemos corazón humano perfectamente insertado en el dinamismo d santísima Trinidad. Este movimiento es la caridad, que en Ma perfecta y se convierte en modelo de la caridad de la Iglesia, manifestación del amor trinitario (cf. Deus caritas est, 19) Todo gesto de amor genuino, incluso el más pequeño, contien sí un destello del misterio infinito de Dios: la mirada de atenci hermano, estar cerca de él, compartir su necesidad, curar s heridas, responsabilizarse de su futuro, todo, hasta en los m mínimos detalles, se hace «teologal» cuando está animado p Espíritu de Cristo. Que María nos obtenga el don de saber amar como ella su amar. A María encomendamos esta singular porción de la Ig que vive y trabaja en el Vaticano; le encomendamos la Cu romana y las instituciones vinculadas a ella, para que el Espír Cristo anime todo deber y todo servicio. Pero desde esta co ampliamos la mirada a Roma y al mundo entero, y oramos todos los cristianos, para que puedan decir con san Pablo: amor de Cristo nos apremia» (2 Co 5,14), y con la ayuda de M sepan difundir en el mundo el dinamismo de la caridad. Os agradezco nuevamente vuestra devota y fervorosa participación. Transmitid mi saludo a los enfermos, a los anci y a cada uno de vuestros seres queridos. A todos imparto corazón mi bendición. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 15-V LA ASUNCIÓN DE MARÍA (Homilía del 15-VIII-07) Queridos hermanos y hermanas: En su gran obra «La ciudad de Dios», san Agustín dice una que toda la historia humana, la historia del mundo, es una lu entre dos amores: el amor a Dios hasta la pérdida de sí mis hasta la entrega de sí mismo, y el amor a sí mismo hasta desprecio de Dios, hasta el odio a los demás. Esta misma interpretación de la historia como lucha entre dos amores, en amor y el egoísmo, aparece también en la lectura tomada d Apocalipsis, que acabamos de escuchar. Aquí estos dos am se presentan en dos grandes figuras. Ante todo, está el dragó fortísimo, con una manifestación impresionante e inquietante poder sin gracia, sin amor, del egoísmo absoluto, del terror, d violencia. Cuando san Juan escribió el Apocalipsis, para él este drag personificaba el poder de los emperadores romanos anticristia desde Nerón hasta Domiciano. Este poder parecía ilimitado poder militar, político y propagandístico del Imperio romano er grande que ante él la fe, la Iglesia, parecía una mujer inerme posibilidad de sobrevivir, y mucho menos de vencer. ¿Quién p oponerse a este poder omnipresente, que aparentemente e capaz de hacer todo? Y, sin embargo, sabemos que al final v la mujer inerme; no venció el egoísmo ni el odio, sino el amo Dios, y el Imperio romano se abrió a la fe cristiana. Las palabras de la sagrada Escritura trascienden siempre momento histórico. Así, este dragón no sólo indica el pode anticristiano de los perseguidores de la Iglesia de aquel tiem sino también las dictaduras materialistas anticristianas de todo tiempos. Vemos de nuevo que este poder, esta fuerza del dra rojo, se personifica en las grandes dictaduras del siglo pasad dictadura del nazismo y la dictadura de Stalin tenían todo el p penetraban en todos los lugares, hasta los últimos rincone Parecía imposible que, a largo plazo, la fe pudiera sobrevivir ese dragón tan fuerte, que quería devorar al Dios hecho niño mujer, a la Iglesia. Pero en realidad, también en este caso, al el amor fue más fuerte que el odio. También hoy el dragón existe con formas nuevas, diversas. E en la forma de ideologías materialistas, que nos dicen: es abs pensar en Dios; es absurdo cumplir los mandamientos de Dio algo del pasado. Lo único que importa es vivir la vida para mismo, tomar en este breve momento de la vida todo lo que n posible tomar. Sólo importa el consumo, el egoísmo, la diver Esta es la vida. Así debemos vivir. Y, de nuevo, parece absu parece imposible oponerse a esta mentalidad dominante, con su fuerza mediática, propagandística. Parece imposible aún pensar en un Dios que ha creado al hombre, que se ha hecho y que sería el verdadero dominador del mundo. También ahora este dragón parece invencible, pero también a sigue siendo verdad que Dios es más fuerte que el dragón, triunfa el amor y no el egoísmo. Habiendo considerado así las diversas representaciones histó del dragón, veamos ahora la otra imagen: la mujer vestida de con la luna bajo sus pies, coronada por doce estrellas. Tamb esta imagen presenta varios aspectos. Sin duda, un prime significado es que se trata de la Virgen María vestida totalmen sol, es decir, de Dios; es María, que vive totalmente en Dio rodeada y penetrada por la luz de Dios. Está coronada por d estrellas, es decir, por las doce tribus de Israel, por todo el pu de Dios, por toda la comunión de los santos, y tiene bajo sus la luna, imagen de la muerte y de la mortalidad. María super muerte; está totalmente vestida de vida, elevada en cuerpo y a la gloria de Dios; así, en la gloria, habiendo superado la mu nos dice: «¡Ánimo, al final vence el amor! En mi vida dije: "¡He la esclava del Señor!". En mi vida me entregué a Dios y al pró Y esta vida de servicio llega ahora a la vida verdadera. Ten confianza; tened también vosotros la valentía de vivir así co todas las amenazas del dragón». Este es el primer significado de la mujer, es decir, María. La « vestida de sol» es el gran signo de la victoria del amor, de victoria del bien, de la victoria de Dios. Un gran signo de consolación. Pero esta mujer que sufre, que debe huir, que d luz con gritos de dolor, también es la Iglesia, la Iglesia peregri todos los tiempos. En todas las generaciones debe dar a luz nuevo a Cristo, darlo al mundo con gran dolor, con gran sufrimiento. Perseguida en todos los tiempos, vive casi en desierto perseguida por el dragón. Pero en todos los tiempo Iglesia, el pueblo de Dios, también vive de la luz de Dios y -c dice el Evangelio- se alimenta de Dios, se alimenta con el pa la sagrada Eucaristía. Así, la Iglesia, sufriendo, en todas la tribulaciones, en todas las situaciones de las diversas épocas las diferentes partes del mundo, vence. Es la presencia, la ga del amor de Dios contra todas las ideologías del odio y de egoísmo. Ciertamente, vemos cómo también hoy el dragón quiere devo Dios que se hizo niño. No temáis por este Dios aparenteme débil. La lucha es algo ya superado. También hoy este Dios es fuerte: es la verdadera fuerza. Así, la fiesta de la Asunció María es una invitación a tener confianza en Dios y también invitación a imitar a María en lo que ella misma dijo: «¡He aq esclava del Señor!, me pongo a disposición del Señor». Esta lección: seguir su camino; dar nuestra vida y no tomar la vid Precisamente así estamos en el camino del amor, que consis perderse, pero en realidad este perderse es el único camino encontrarse verdaderamente, para encontrar la verdadera v Contemplemos a María elevada al cielo. Renovemos nuestra celebremos la fiesta de la alegría: Dios vence. La fe, aparentemente débil, es la verdadera fuerza del mundo. El am más fuerte que el odio. Y digamos con Isabel: «Bendita tú e entre todas las mujeres». Te invocamos con toda la Iglesia: S María, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora d nuestra muerte. Amén. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 24-V *** LA ASUNCIÓN DE MARÍA (Ángelus del 15-VIII-07) Queridos hermanos y hermanas: Celebramos hoy la solemnidad de la Asunción de la santísi Virgen María. Se trata de una fiesta antigua, que tiene su fundamento último en la sagrada Escritura. En efecto, la sag Escritura presenta a la Virgen María íntimamente unida a su divino y siempre solidaria con él. Madre e Hijo aparecen estrechamente asociados en la lucha contra el enemigo infe hasta la plena victoria sobre él. Esta victoria se manifiesta, particular, con la derrota del pecado y de la muerte, es decir, c derrota de aquellos enemigos que san Pablo presenta siem unidos (cf. Rm 5,12.15-21; 1 Co 15,21-26). Por eso, como resurrección gloriosa de Cristo fue el signo definitivo de es victoria, así la glorificación de María, también en su cuerpo vir constituye la confirmación final de su plena solidaridad con su tanto en la lucha como en la victoria. De este profundo significado teológico del misterio se hiz intérprete el siervo de Dios Papa Pío XII, al pronunciar, el 1 noviembre de 1950, la solemne definición dogmática de es privilegio mariano. Declaró: «Por eso, la augusta Madre de D misteriosamente unida a Jesucristo desde toda la eternidad, un solo y mismo decreto" de predestinación, inmaculada en concepción, virgen integérrima en su divina maternidad, generosamente asociada al Redentor divino, que alcanzó pl triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, consiguió, al como corona suprema de sus privilegios, ser conservada inm de la corrupción del sepulcro y, del mismo modo que antes su vencida la muerte, ser levantada en cuerpo y alma a la supre gloria del cielo, donde brillaría como Reina a la derecha de propio Hijo, Rey inmortal de los siglos» (Const. Munificentiss Deus: AAS 42 [1950] 768-769). Queridos hermanos y hermanas, María, al ser elevada a los c no se alejó de nosotros, sino que está aún más cercana, y su se proyecta sobre nuestra vida y sobre la historia de la human entera. Atraídos por el esplendor celestial de la Madre de Redentor, acudimos con confianza a ella, que desde el cielo mira y nos protege. Todos necesitamos su ayuda y su consuelo para afrontar l pruebas y los desafíos de cada día. Necesitamos sentirla ma hermana en las situaciones concretas de nuestra existencia para poder compartir, un día, también nosotros para siempre mismo destino, imitémosla ahora en el dócil seguimiento de C y en el generoso servicio a los hermanos. Este es el único m de gustar, ya durante nuestra peregrinación terrena, la alegría paz que vive en plenitud quien llega a la meta inmortal del par [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 17-V S. S. Benedicto XVI ENSEÑANZAS SOBRE LA VIRGEN MARÍA (III) . DISCURSO DURANTE LA VIGILIA DE ORACIÓN CELEBRADA CON LOS JÓVENES EN LORETO (1-IX-07 Queridos jóvenes, que constituís la esperanza de la Iglesia Italia: Me alegra encontrarme con vosotros en este lugar tan singula esta velada especial, en la que se entrelazan oraciones, can silencios, una velada llena de esperanzas y profundas emocio Este valle, donde en el pasado también mi amado predece Juan Pablo II se encontró con muchos de vosotros, ya se h convertido en vuestra «ágora», en vuestra plaza sin muros y barreras, donde convergen y de donde parten mil caminos. Cualquiera que sea el motivo que os ha traído aquí, quiero de que quien nos ha reunido aquí, aunque hace falta valentía p decirlo, es el Espíritu Santo. Sí, esto es lo que ha sucedido. Q os ha guiado hasta aquí es el Espíritu. Habéis venido con vue dudas y vuestras certezas, con vuestras alegrías y vuestra preocupaciones. Ahora nos toca a todos nosotros, a todo vosotros, abrir el corazón y ofrecer todo a Jesús. Decidle: «Heme aquí. Ciertamente no soy todavía como t quisieras que fuera; ni siquiera logro entenderme a fondo a mismo, pero con tu ayuda estoy dispuesto a seguirte. Señ Jesús, esta tarde quisiera hablarte, haciendo mía la actitud in y el abandono confiado de aquella joven que hace dos mil a pronunció su "sí" al Padre, que la escogía para ser tu Madre Padre la eligió porque era dócil y obediente a su voluntad». C ella, como la pequeña María, cada uno de vosotros, querid jóvenes amigos, diga con fe a Dios: «Heme aquí, hágase en según tu palabra». ¡Qué espectáculo tan admirable de fe joven y comprometed estamos viviendo esta tarde! Esta tarde, gracias a vosotros, L se ha convertido en la capital espiritual de los jóvenes, en el c hacia el que convergen idealmente las multitudes de jóvenes pueblan los cinco continentes. (...) Permitidme que os repita esta tarde: cada uno de vosotros permanece unido a Cristo, puede realizar grandes cosas. Por queridos amigos, no debéis tener miedo de soñar, con los o abiertos, en grandes proyectos de bien y no debéis desalent ante las dificultades. Cristo confía en vosotros y desea qu realicéis todos vuestros sueños más nobles y elevados d auténtica felicidad. Nada es imposible para quien se fía de Dios y se entrega a D Mirad a la joven María. El ángel le propuso algo realment inconcebible: participar del modo más comprometedor posibl el más grandioso de los planes de Dios, la salvación de la humanidad. Como hemos escuchado en el evangelio, ante propuesta María se turbó, pues era consciente de la pequeñe su ser frente a la omnipotencia de Dios, y se preguntó: ¿Cóm posible? ¿Por qué precisamente yo? Sin embargo, dispuest cumplir la voluntad divina, pronunció prontamente su «sí», q cambió su vida y la historia de la humanidad entera. Gracias «sí» hoy también nosotros nos encontramos reunidos esta ta Me pregunto y os pregunto: lo que Dios nos pide, por más ar que pueda parecernos, ¿podrá equipararse a lo que pidió a joven María? Queridos muchachos y muchachas, aprendamo María a pronunciar nuestro «sí», porque ella sabe de verda que significa responder con generosidad a lo que pide el Se María, queridos jóvenes, conoce vuestras aspiraciones má nobles y profundas. Conoce bien, sobre todo, vuestro gran an de amor, vuestra necesidad de amar y ser amados. Mirándo ella, siguiéndola dócilmente, descubriréis la belleza del amor, no de un amor que se usa y se tira, pasajero y engañoso prisionero de una mentalidad egoísta y materialista, sino del a verdadero y profundo. En lo más íntimo del corazón, todo muchacho y toda mucha que se abre a la vida cultiva el sueño de un amor que dé ple sentido a su futuro. Para muchos este sueño se realiza en opción del matrimonio y en la formación de una familia, dond amor entre un hombre y una mujer se vive como don recípro fiel, como entrega definitiva, sellada por el «sí» pronunciado Dios el día del matrimonio, un «sí» para toda la vida. Sé bien que este sueño hoy es cada vez más difícil de realiz ¡Cuántos fracasos del amor contempláis en vuestro entorn ¡Cuántas parejas inclinan la cabeza, rindiéndose, y se sepa ¡Cuántas familias se desintegran! ¡Cuántos muchachos, incl entre vosotros, han visto la separación y el divorcio de sus pa A quienes se encuentran en situaciones tan delicadas y comp quisiera decirles esta tarde: la Madre de Dios, la comunidad d creyentes, el Papa están cerca de vosotros y oran para que crisis que afecta a las familias de nuestro tiempo no se transf en un fracaso irreversible. Ojalá que las familias cristianas, c ayuda de la gracia divina, se mantengan fieles al solemne compromiso de amor asumido con alegría ante el sacerdote y la comunidad cristiana el día solemne del matrimonio. Frente a tantos fracasos con frecuencia se formula esta preg «¿Soy yo mejor que mis amigos y que mis parientes, que lo intentado y han fracasado? ¿Por qué yo, precisamente yo, de triunfar donde tantos otros se rinden?». Este temor humano p frenar incluso a los corazones más valientes, pero en esta no que nos espera, a los pies de su Santa Casa, María os repet cada uno de vosotros, queridos jóvenes amigos, las palabras el ángel le dirigió a ella: «¡No temáis! ¡No tengáis miedo! E Espíritu Santo está con vosotros y no os abandona jamás. N es imposible para quien confía en Dios». Eso vale para quien está llamado a la vida matrimonial, y mu más para aquellos a quienes Dios propone una vida de tot desprendimiento de los bienes de la tierra a fin de entregars tiempo completo a su reino. Algunos de entre vosotros hab emprendido el camino del sacerdocio, de la vida consagrad algunos aspiráis a ser misioneros, conscientes de cuántos cuáles peligros implica. Pienso en los sacerdotes, en las relig y en los laicos misioneros que han caído en la trinchera del a al servicio del Evangelio. Nos podría decir muchas cosas al respecto el padre Gianca Bossi, por el que oramos durante el tiempo de su secuestro Filipinas, y hoy nos alegramos de que esté aquí con nosotro través de él quisiera saludar y dar las gracias a todos los q consagran su vida a Cristo en las fronteras de la evangelizac Queridos jóvenes, si el Señor os llama a vivir más íntimamen su servicio, responded con generosidad. Tened la certeza de la vida dedicada a Dios nunca se gasta en vano. Querido jóvenes, antes de concluir estas palabras, quiero abrazaros corazón de padre. Os abrazo a cada uno, y os saludo cordialmente. (...) [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 7-I *** A LOS JÓVENES: «TENED LA VALENTÍA DE LA HUMILDAD» (Homilía del 2-IX-07 en Loreto) Queridos hermanos y hermanas; que jóvenes amigos: Después de la vigilia de anoche, nue encuentro en Loreto se concluye aho torno al altar con la solemne celebra eucarística. Una vez más os salud cordialmente a todos. (...) Este es realmente un día de gracia. lecturas que acabamos de escuchar ayudan a comprender cuán maravillo la obra que ha realizado el Señor reunirnos aquí, en Loreto, en tan gran número y en un clim jubiloso de oración y de fiesta. Con nuestro encuentro en santuario de la Virgen se hacen realidad, en cierto sentido, palabras de la carta a los Hebreos: «Os habéis acercado al m Sión, a la ciudad de Dios vivo» (Hb 12,22). Al celebrar la Eucaristía a la sombra de la Santa Casa, tamb nosotros nos hemos acercado a la «reunión solemne y asam de los primogénitos inscritos en los cielos» (Hb 12,23). As podemos experimentar la alegría de encontrarnos ante «Dios universal, y los espíritus de los justos llegados ya a su consumación» (Hb 12,23). Con María, Madre del Redentor Madre nuestra, vamos sobre todo al encuentro del «mediado la nueva Alianza» (Hb 12,24). El Padre celestial, que muchas veces y de muchos modos ha los hombres (cf. Hb 1,1), ofreciendo su alianza y encontrand menudo resistencias y rechazos, en la plenitud de los tiemp quiso establecer con los hombres un pacto nuevo, definitivo irrevocable, sellándolo con la sangre de su Hijo unigénito, mu resucitado para la salvación de la humanidad entera. Jesucristo, Dios hecho hombre, asumió en María nuestra mi carne, tomó parte en nuestra vida y quiso compartir nuest historia. Para realizar su alianza, Dios buscó un corazón jove encontró en María, «una joven». También hoy Dios busca corazones jóvenes, busca jóvenes corazón grande, capaces de hacerle espacio a él en su vida ser protagonistas de la nueva Alianza. Para acoger una propu fascinante como la que nos hace Jesús, para establecer u alianza con él, hace falta ser jóvenes interiormente, capaces dejarse interpelar por su novedad, para emprender con él cam nuevos. Jesús tiene predilección por los jóvenes, como lo pone de manifiesto el diálogo con el joven rico (cf. Mt 19,16-22; Mc 10 22); respeta su libertad, pero nunca se cansa de proponerl metas más altas para su vida: la novedad del Evangelio y belleza de una conducta santa. Siguiendo el ejemplo de su S la Iglesia tiene esa misma actitud. Por eso, queridos jóvenes mira con inmenso afecto; está cerca de vosotros en los mome de alegría y de fiesta, al igual que en los de prueba y desvarí sostiene con los dones de la gracia sacramental y os acomp en el discernimiento de vuestra vocación. Queridos jóvenes, dejaos implicar en la vida nueva que brota encuentro con Cristo y podréis ser apóstoles de su paz e vuestras familias, entre vuestros amigos, en el seno de vues comunidades eclesiales y en los diversos ambientes en los vivís y actuáis. Pero, ¿qué es lo que hace realmente «jóvenes» en sentid evangélico? Este encuentro, que tiene lugar a la sombra de santuario mariano, nos invita a contemplar a la Virgen. Por e nos preguntamos: ¿Cómo vivió María su juventud? ¿Por qué ella se hizo posible lo imposible? Nos lo revela ella misma e cántico del Magníficat: Dios «ha puesto los ojos en la humilda su esclava» (Lc 1,48). Dios aprecia en María la humildad, más que cualquier otra co precisamente de la humildad nos hablan las otras dos lectura la liturgia de hoy. ¿No es una feliz coincidencia que se nos d este mensaje precisamente aquí, en Loreto? Aquí, nuestr pensamiento va naturalmente a la Santa Casa de Nazaret, qu el santuario de la humildad: la humildad de Dios, que se hi carne, se hizo pequeño; y la humildad de María, que lo acogi su seno. La humildad del Creador y la humildad de la criatu De ese encuentro de humildades nació Jesús, Hijo de Dios e del hombre. «Cuanto más grande seas, tanto más debes humillarte, y ante el Señor hallarás gracia, pues grande es poderío del Señor, y por los humildes es glorificado», nos dic pasaje del Sirácida (Si 3,18-20); y Jesús, en el evangelio, des de la parábola de los invitados a las bodas, concluye: «Todo que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado» (Lc 14,11). Esta perspectiva que nos indican las Escrituras choca fuertem hoy con la cultura y la sensibilidad del hombre contemporáne humilde se le considera un abandonista, un derrotado, uno qu tiene nada que decir al mundo. Y, en cambio, este es el cam real, y no sólo porque la humildad es una gran virtud huma sino, en primer lugar, porque constituye el modo de actuar de mismo. Es el camino que eligió Cristo, el mediador de la nue Alianza, el cual, «actuando como un hombre cualquiera, se re hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz» 2,8). Queridos jóvenes, me parece que en estas palabras de Dios s la humildad se encierra un mensaje importante y muy actual vosotros, que queréis seguir a Cristo y formar parte de su Igl El mensaje es este: no sigáis el camino del orgullo, sino el d humildad. Id contra corriente: no escuchéis las voces interesa persuasivas que hoy, desde muchas partes, proponen modelo vida marcados por la arrogancia y la violencia, por la prepoten el éxito a toda costa, por el aparecer y el tener, en detrimento ser. Vosotros sois los destinatarios de numerosos mensajes, que llegan sobre todo a través de los medios de comunicación so Estad vigilantes. Sed críticos. No vayáis tras la ola producida esa poderosa acción de persuasión. No tengáis miedo, quer amigos, de preferir los caminos «alternativos» indicados po amor verdadero: un estilo de vida sobrio y solidario; relacion afectivas sinceras y puras; un empeño honrado en el estudio el trabajo; un interés profundo por el bien común. No tengáis miedo de ser considerados diferentes y de se criticados por lo que puede parecer perdedor o pasado de m vuestros coetáneos, y también los adultos, especialmente los parecen más alejados de la mentalidad y de los valores d Evangelio, tienen profunda necesidad de ver a alguien que atreva a vivir de acuerdo con la plenitud de humanidad manifestada por Jesucristo. Así pues, queridos jóvenes, el camino de la humildad no es camino de renuncia, sino de valentía. No es resultado de u derrota, sino de una victoria del amor sobre el egoísmo y de gracia sobre el pecado. Siguiendo a Cristo e imitando a Ma debemos tener la valentía de la humildad; debemos encomendarnos humildemente al Señor, porque sólo así podremos llegar a ser instrumentos dóciles en sus manos, y permitiremos hacer en nosotros grandes cosas. En María y en los santos el Señor obró grandes prodigios. Pie por ejemplo, en san Francisco de Asís y santa Catalina de Si patronos de Italia. Pienso también en jóvenes espléndidos, c santa Gema Galgani, san Gabriel de la Dolorosa, san Lui Gonzaga, santo Domingo Savio, santa María Goretti, que na cerca de aquí, y los beatos Piergiorgio Frassati y Alberto Mar Y pienso también en numerosos muchachos y muchachas q pertenecen a la legión de santos «anónimos», pero que no anónimos para Dios. Para él cada persona es única, con s nombre y su rostro. Como sabéis bien, todos estamos llamad ser santos. Como veis, queridos jóvenes, la humildad que el Señor nos enseñado y que los santos han testimoniado, cada uno segú originalidad de su vocación, no es ni mucho menos un modo vivir abandonista. Contemplemos sobre todo a María: en s escuela, también nosotros podemos experimentar, como ella «sí» de Dios a la humanidad del que brotan todos los «sí» nuestra vida. En verdad, son numerosos y grandes los desafíos que deb afrontar. Pero el primero sigue siendo siempre seguir a Cris fondo, sin reservas ni componendas. Y seguir a Cristo signi sentirse parte viva de su cuerpo, que es la Iglesia. No podem llamarnos discípulos de Jesús si no amamos y no seguimos Iglesia. La Iglesia es nuestra familia, en la que el amor al Señ los hermanos, sobre todo en la participación en la Eucaristía, hace experimentar la alegría de poder gustar ya desde ahor vida futura, que estará totalmente iluminada por el Amor. Nuestro compromiso diario debe consistir en vivir aquí abajo c si estuviéramos allá arriba. Por tanto, sentirse Iglesia es pa todos una vocación a la santidad; es compromiso diario d construir la comunión y la unidad venciendo toda resistenci superando toda incomprensión. En la Iglesia aprendemos a a educándonos en la acogida gratuita del prójimo, en la atenc solícita a quienes atraviesan dificultades, a los pobres y a l últimos. La motivación fundamental de todos los creyentes en Cristo n el éxito, sino el bien, un bien que es tanto más auténtico cua más se comparte, y que no consiste principalmente en el ten en el poder, sino en el ser. Así se edifica la ciudad de Dios co hombres, una ciudad que crece desde la tierra y a la vez desciende del cielo, porque se desarrolla con el encuentro y colaboración entre los hombres y Dios (cf. Ap 21,2-3). Seguir a Cristo, queridos jóvenes, implica además un esfue constante por contribuir a la edificación de una sociedad más y solidaria, donde todos puedan gozar de los bienes de la tie Sé que muchos de vosotros os dedicáis con generosidad testimoniar vuestra fe en varios ámbitos sociales, colaborand el voluntariado, trabajando por la promoción del bien común, paz y de la justicia en cada comunidad. Uno de los campos e que parece urgente actuar es, sin duda, el de la conservació la creación. A las nuevas generaciones está encomendado el futuro d planeta, en el que son evidentes los signos de un desarrollo no siempre ha sabido tutelar los delicados equilibrios de l naturaleza. Antes de que sea demasiado tarde, es preciso to medidas valientes, que puedan restablecer una fuerte alian entre el hombre y la tierra. Es necesario un «sí» decisivo a tutela de la creación y un compromiso fuerte para invertir l tendencias que pueden llevar a situaciones de degradació irreversible. Por eso, he apreciado la iniciativa de la Iglesia italiana de promover la sensibilidad frente a los problemas de la conserv de la creación estableciendo una Jornada nacional, que se ce precisamente el 1 de septiembre. Este año la atención se ce sobre todo en el agua, un bien preciosísimo que, si no se comparte de modo equitativo y pacífico, se convertirá po desgracia en motivo de duras tensiones y ásperos conflicto Queridos jóvenes amigos, después de escuchar vuestras reflexiones de ayer por la tarde y de esta noche, dejándome por la palabra de Dios, he querido comunicaros ahora esta consideraciones, que pretenden ser un estímulo paterno a se Cristo para ser testigos de su esperanza y de su amor. Por parte, seguiré acompañándoos con mi oración y con mi afec para que prosigáis con entusiasmo el camino del Ágora, es singular itinerario trienal de escucha, diálogo y misión. Al con hoy el primer año con este estupendo encuentro, no puedo menos de invitaros a mirar ya a la gran cita de la Jornada mu de la juventud, que se celebrará en julio del año próximo e Sydney. Os invito a prepararos para esa gran manifestación de fe juv meditando en mi Mensaje, que profundiza el tema del Espí Santo, para vivir juntos una nueva primavera del Espíritu. O espero, por tanto, en gran número también en Australia, al co vuestro segundo año del Ágora. Por último, volvamos una vez más nuestra mirada a María, m de humildad y de valentía. Ayúdanos, Virgen de Nazaret, a dóciles a la obra del Espíritu Santo, como lo fuiste tú. Ayúdan ser cada vez más santos, discípulos enamorados de tu Hijo J Sostén y acompaña a estos jóvenes, para que sean misione alegres e incansables del Evangelio entre sus coetáneos, en los lugares de Italia. Amén. [El Papa pronunció las siguientes palabras antes de imparti bendición apostólica:] Queridos hermanos y hermanas, estamos para despedirnos este lugar en el que hemos celebrado los santos misterios, lu donde se hace memoria de la encarnación del Verbo. El sant lauretano nos recuerda también hoy que para acoger plenam la Palabra de vida no basta conservar el don recibido: tambié que ir, con solicitud, por otros caminos y a otras ciudades, comunicarlo con gozo y agradecimiento, como la joven Marí Nazaret. Queridos jóvenes, conservad en el corazón el recue de este lugar y, como los setenta y dos discípulos designado Jesús, id con determinación y libertad de espíritu: comunica paz, sostened al débil, preparad los corazones a la novedad Cristo. Anunciad que el reino de Dios está cerca. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 7-I *** ENCUENTRO DE ORACIÓN ANTE LA «COLUMNA DE MARÍA» (Plaza «Am Hof», Viena, 7-IX-07) Venerado y querido señor cardenal; ilustre señor alcalde; que hermanos y hermanas: Como primera etapa de mi peregrinación hacia Mariazell h elegido la Mariensäule («Columna de María») para reflexiona momento con vosotros sobre el significado de la Madre de D para la Austria del pasado y del presente, así como sobre significado para cada uno de nosotros. (...) Ya desde los primeros tiempos, a la fe en Jesucristo, el Hijo Dios encarnado, está unida una veneración particular a su M la Mujer en cuyo seno asumió la naturaleza humana, compartiendo incluso el latido de su corazón, la Mujer que acompañó con delicadeza y respeto durante su vida, hasta muerte en cruz, y a cuyo amor materno él, al final, encomend discípulo predilecto y con él a toda la humanidad. Con su sentimiento materno, María acoge también hoy bajo protección a personas de todas las lenguas y culturas, par llevarlas a Cristo juntas, en una multiforme unidad. A ella pod recurrir en nuestras preocupaciones y necesidades. Pero tam debemos aprender de ella a acogernos mutuamente con el m amor con que ella nos acoge a todos: a cada uno en su singularidad, querido como tal y amado por Dios. En la fam universal de Dios, en la que cada persona tiene reservado puesto, cada uno debe desarrollar sus dones para el bien todos. La «Columna de María», erigida por el emperador Fernando acción de gracias por la liberación de Viena de un gran pelig por él inaugurada hace exactamente 360 años, debe ser tam para nosotros hoy un signo de esperanza. ¡Cuántas person desde entonces, se han detenido ante esta columna y, oran han elevado los ojos hacia María! ¡Cuántos han experimentad las dificultades personales la fuerza de su intercesión! Per nuestra esperanza cristiana va mucho más allá de la realiza de nuestros deseos pequeños y grandes. Nosotros elevamos ojos hacia María, que nos muestra a qué esperanza estam llamados (cf. Ef 1,18), pues ella personifica lo que el hombre verdad. Como hemos escuchado en la lectura bíblica, ya antes de creación del mundo Dios nos había elegido en Cristo. Él n conoce y ama a cada uno desde la eternidad. Y ¿para qué no elegido? Para ser santos e inmaculados en su presencia, en amor. Y eso no es una tarea imposible de cumplir, ya que Dio ha concedido, en Cristo, su realización. Hemos sido redimido virtud de nuestra comunión con Cristo resucitado, Dios nos bendecido con toda clase de bendiciones espirituales. Abramos nuestro corazón; acojamos esa herencia tan valio Entonces podremos entonar, juntamente con María, el himno alabanza de su gracia. Y si seguimos poniendo nuestras preocupaciones diarias ante la Madre inmaculada de Cristo, nos ayudará a abrir siempre nuestras pequeñas esperanzas h la esperanza grande y verdadera, que da sentido a nuestra v puede colmarnos de una alegría profunda e indestructible En este sentido, quisiera ahora, juntamente con vosotros, ele los ojos hacia la Inmaculada, para encomendarle a ella la oraciones que acabáis de rezar y pedirle su protección mate para este país y para sus habitantes: Santa María, Madre inmaculada de nuestro Señor Jesucristo, en ti Dios nos ha dado el prototipo de la Iglesia y el modo mejor de realizar nuestra humanidad. A ti te encomiendo a Austria y a sus habitantes: ayúdanos a todos a seguir tu ejemplo y a orientar totalmente nuestra vida hacia Dios. Haz que, contemplando a Cristo, lleguemos a ser cada vez más semejantes a él, verdaderos hijos de Dios. Entonces también nosotros, llenos de toda clase de bendiciones espirituales, podremos corresponder cada vez mejor a su voluntad y ser así instrumentos de paz para Austria, para Europa y para el mundo. Amén. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 14-I LA ANUNCIACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA (Ángelus del 9-IX-07) Queridos hermanos y hermanas: (...) En la homilía he tratado de decir algo sobre el sentido del dom y sobre el pasaje evangélico de hoy, y creo que esto nos h llevado a descubrir que el amor de Dios, que «se perdió a mismo» por nosotros entregándose a nosotros, nos da la libe interior para «perder» nuestra vida, para encontrar de este m la vida verdadera. La participación en este amor dio a María la fuerza para su « sin reservas. Ante el amor respetuoso y delicado de Dios, q para la realización de su proyecto de salvación espera la colaboración libre de su criatura, la Virgen superó toda vacila y, con vistas a ese proyecto grande e inaudito, se puso confiadamente en sus manos. Plenamente disponible, totalm abierta en lo íntimo de su alma y libre de sí, permitió a Dio colmarla con su Amor, con el Espíritu Santo. Así María, la m sencilla, pudo recibir en sí misma al Hijo de Dios y dar al mun Salvador que se había donado a ella. También a nosotros, en la celebración eucarística, se nos donado hoy el Hijo de Dios. Quien ha recibido la Comunión l ahora en sí de un modo particular al Señor resucitado. Com María lo llevó en su seno -un ser humano pequeño, inerme totalmente dependiente del amor de la madre-, así Jesucristo la especie del pan, se ha entregado a nosotros, queridos hermanos y hermanas. Amemos a este Jesús que se pon totalmente en nuestras manos. Amémoslo como lo amó Mar llevémoslo a los hombres como María lo llevó a Isabel, suscit alegría y gozo. La Virgen dio al Verbo de Dios un cuerpo hum para que pudiera entrar en el mundo. Demos también nosot nuestro cuerpo al Señor, hagamos que nuestro cuerpo sea c vez más un instrumento del amor de Dios, un templo del Esp Santo. Llevemos el domingo con su Don inmenso al mund Pidamos a María que nos enseñe a ser, como ella, libres d nosotros mismos, para encontrar en la disponibilidad a Dio nuestra verdadera libertad, la verdadera vida y la alegría auté y duradera. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 21-I *** MARÍA, ESTRELLA DE LA ESPERANZA (De la Encíclica "Spe salvi", 30-XI-07) 49. Con un himno del siglo VIII/IX, por tanto de hace más de años, la Iglesia saluda a María, la Madre de Dios, como «est del mar»: Ave maris stella. La vida humana es un camino. ¿H qué meta? ¿Cómo encontramos el rumbo? La vida es como viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la r Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas qu sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza. Jesuc es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta él necesita también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la lu Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía. Y ¿q mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperan Ella, que con su «sí» abrió la puerta de nuestro mundo a D mismo; ella, que se convirtió en el Arca viviente de la Alianza la que Dios se hizo carne, se hizo uno de nosotros, plantó tienda entre nosotros (cf. Jn 1,14). 50. Por eso, la invocamos: Santa María, tú fuiste una de aqu almas humildes y grandes en Israel que, como Simeón, espe «el consuelo de Israel» (Lc 2,25) y esperaron, como Ana, « redención de Jerusalén» (Lc 2,38). Tú viviste en contacto ínt con las Sagradas Escrituras de Israel, que hablaban de la esperanza, de la promesa hecha a Abrahán y a su descende (cf. Lc 1,55). Así comprendemos el santo temor que te sobre cuando el ángel de Dios entró en tu aposento y te dijo que da luz a Aquel que era la esperanza de Israel y la esperanza d mundo. Por ti, por tu «sí», la esperanza de milenios debía hac realidad, entrar en este mundo y en su historia. Tú te inclina ante la grandeza de esta misión y pronunciaste tu «sí»: «He la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, Cuando llena de santa alegría, fuiste aprisa por los montes Judea para visitar a tu pariente Isabel, te convertiste en la im de la futura Iglesia que, en su seno, lleva la esperanza del m por los montes de la historia. Pero junto con la alegría que en tu Magnificat, con las palabr el canto, has difundido a lo largo de los siglos, conocías tam las afirmaciones oscuras de los profetas sobre el sufrimiento siervo de Dios en este mundo. Sobre su nacimiento en el est de Belén brilló el resplandor de los ángeles que llevaron la bu nueva a los pastores, pero al mismo tiempo se hizo de sob palpable la pobreza de Dios en este mundo. El anciano Sime habló de la espada que traspasaría tu corazón (cf. Lc 2,35), signo de contradicción que tu Hijo sería en este mundo. Cua comenzó después la actividad pública de Jesús, debiste qued a un lado para que pudiera crecer la nueva familia que él ha venido a instituir y que se desarrollaría con la aportación de que escucharían y cumplirían su palabra (cf. Lc 11,27-28). obstante toda la grandeza y la alegría de los primeros pasos actividad de Jesús, ya en la sinagoga de Nazaret experiment la verdad de aquellas palabras sobre el «signo de contradicc (cf. Lc 4,28ss). Así viste el poder creciente de la hostilidad y rechazo que progresivamente fue creándose en torno a Jes hasta la hora de la cruz, en la que viste morir como un fracas expuesto al escarnio, entre los delincuentes, al Salvador d mundo, el heredero de David, el Hijo de Dios. Acogiste entonces las palabras: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» 19,26). Desde la cruz recibiste una nueva misión. A partir de cruz te convertiste en madre de una manera nueva: madre todos los que quieren creer en tu Hijo Jesús y seguirlo. La es del dolor traspasó tu corazón. ¿Había muerto la esperanza? había quedado el mundo definitivamente sin luz, la vida sin m Probablemente en aquella hora habrás escuchado de nuevo interior las palabras del ángel, con las que respondió a tu tem el momento de la anunciación: «No temas, María» (Lc 1,30 ¡Cuántas veces el Señor, tu Hijo, dijo lo mismo a sus discípu «No temáis»! En la noche del Gólgota, oíste una vez más es palabras en tu corazón. A sus discípulos, antes de la hora d traición, él les dijo: «Tened valor: Yo he vencido al mundo» 16,33). «No tiemble vuestro corazón ni se acobarde» (Jn 14, «No temas, María». En la hora de Nazaret el ángel también te dijo: «Su reino no te fin» (Lc 1,33). ¿Acaso había terminado antes de empezar? junto a la cruz, según las palabras de Jesús mismo, te conve en madre de los creyentes. Con esta fe, que en la oscuridad Sábado Santo fue también certeza de la esperanza, llegaste mañana de Pascua. La alegría de la resurrección conmovió corazón y te unió de modo nuevo a los discípulos, destinado convertirse en familia de Jesús mediante la fe. Así, estuviste comunidad de los creyentes que en los días después de l Ascensión oraban unánimes en espera del don del Espíritu S (cf. Hch 1,14), que recibieron el día de Pentecostés. El «reino Jesús era distinto de como lo habían podido imaginar los hom Este «reino» comenzó en aquella hora y ya nunca tendría fin eso tú permaneces con los discípulos como madre suya, co Madre de la esperanza. Santa María, Madre de Dios, Mad nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícan camino hacia su reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotro guíanos en nuestro camino. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 7-X *** LA INMACULADA CONCEPCIÓN (Ángelus del 8-XII-07) Queridos hermanos y hermanas: En el camino del Adviento brilla la estrella de María Inmacula «señal de esperanza cierta y de consuelo» (Lumen gentium, Para llegar a Jesús, luz verdadera, sol que disipó todas la tinieblas de la historia, necesitamos luces cercanas a nosotr personas humanas que reflejen la luz de Cristo e iluminen a camino por recorrer. ¿Y qué persona es más luminosa que M ¿Quién mejor que ella, aurora que anunció el día de la salva (cf. Spe salvi, 49), puede ser para nosotros estrella de espera Por eso la liturgia nos hace celebrar hoy, cerca de la Navida fiesta solemne de la Inmaculada Concepción de María: el mis de la gracia de Dios que envolvió desde el primer instante de existencia a la criatura destinada a convertirse en la Madre Redentor, preservándola del contagio del pecado original. contemplarla, reconocemos la altura y la belleza del proyecto Dios para todo hombre: ser santos e inmaculados en el amo Ef 1,4), a imagen de nuestro Creador. ¡Qué gran don tener por madre a María Inmaculada! Una ma resplandeciente de belleza, transparente al amor de Dios. Pie en los jóvenes de hoy, que han crecido en un ambiente satu de mensajes que proponen falsos modelos de felicidad. Es muchachos y muchachas corren el peligro de perder la esper porque a menudo parecen huérfanos del verdadero amor, q colma de significado y alegría la vida. Este era uno de los temas preferidos de mi venerado predec Juan Pablo II, el cual propuso en repetidas ocasiones a la juv de nuestro tiempo a María como «Madre del amor hermoso» desgracia, muchas experiencias nos demuestran que los adolescentes, los jóvenes e incluso los niños son víctimas fá de la corrupción del amor, engañados por adultos sin escrúp que, mintiéndose a sí mismos y a ellos, los atraen a los callej sin salida del consumismo. Incluso las realidades más sagra como el cuerpo humano, templo del Dios del amor y de la vid convierten así en objetos de consumo; y esto cada vez má pronto, ya en la pre-adolescencia. ¡Qué tristeza cuando lo muchachos pierden el asombro, el encanto de los sentimien más hermosos, el valor del respeto del cuerpo, manifestación persona y de su misterio insondable! A todo esto nos exhorta María, la Inmaculada, a la que contemplamos en toda su hermosura y santidad. Desde la c Jesús la encomendó a Juan y a todos los discípulos (cf. Jn 19 y desde entonces se ha convertido para toda la humanidad Madre, Madre de la esperanza. A ella le dirigimos con fe nue oración, mientras vamos idealmente en peregrinación a Lour donde precisamente hoy comienza un año jubilar especial c ocasión del 150° aniversario de sus apariciones en la gruta Massabielle. María Inmaculada, «estrella del mar, brilla sob nosotros y guíanos en nuestro camino» (Spe salvi, 50). [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 14-X *** HOMENAJE A LA INMACULADA MARÍA, SIGNO DE ESPERANZA (Roma, Plaza de España, 8-XII-07 Queridos hermanos y hermanas: En una cita que ya ha llegado a se tradicional, nos volvemos a encontrar en la plaza de España, para ofrec nuestra ofrenda floral a la Virgen, en e en el que toda la Iglesia celebra la fi de su Inmaculada Concepción. Siguie los pasos de mis predecesores, tam yo me uno a vosotros, queridos fiele Roma, para recogerme con afecto y a filiales ante María, que desde hace ciento cincuenta años v sobre nuestra ciudad desde lo alto de esta columna. Por tant trata de un gesto de fe y de devoción que nuestra comunid cristiana repite cada año, como para reafirmar su compromis fidelidad con respecto a María, que en todas las circunstancia la vida diaria nos garantiza su ayuda y su protección mater Esta manifestación religiosa es, al mismo tiempo, una ocas para brindar a cuantos viven en Roma o pasan en ella algun días como peregrinos y turistas, la oportunidad de sentirse, au medio de la diversidad de las culturas, una única familia que reúne en torno a una Madre que compartió las fatigas diarias toda mujer y madre de familia. Pero se trata de una madre del todo singular, elegida por D para una misión única y misteriosa, la de engendrar para la terrena al Verbo eterno del Padre, que vino al mundo para salvación de todos los hombres. Y María, Inmaculada en s concepción virginal -así la veneramos hoy con devoción y gra , realizó su peregrinación terrena sostenida por una fe intrép una esperanza inquebrantable y un amor humilde e ilimitad siguiendo las huellas de su hijo Jesús. Estuvo a su lado co solicitud materna desde el nacimiento hasta el Calvario, don asistió a su crucifixión agobiada por el dolor, pero inquebrant en la esperanza. Luego experimentó la alegría de la resurrec al alba del tercer día, del nuevo día, cuando el Crucificado de sepulcro venciendo para siempre y de modo definitivo el pode pecado y de la muerte. María, en cuyo seno virginal Dios se hizo hombre, es nues Madre. En efecto, desde lo alto de la cruz Jesús, antes de consumar su sacrificio, nos la dio como madre y a ella no encomendó como hijos suyos. Misterio de misericordia y de a don que enriquece a la Iglesia con una fecunda maternida espiritual. Queridos hermanos y hermanas, sobre todo hoy, dirijamos nu mirada a ella e, implorando su ayuda, dispongámonos a ates todas sus enseñanzas maternas. ¿No nos invita nuestra Ma celestial a evitar el mal y a hacer el bien, siguiendo dócilmen ley divina inscrita en el corazón de todo hombre, de todo crist Ella, que conservó la esperanza aun en la prueba extrema, nos pide que no nos desanimemos cuando el sufrimiento y muerte llaman a la puerta de nuestra casa? ¿No nos pide q miremos con confianza a nuestro futuro? ¿No nos exhorta Virgen Inmaculada a ser hermanos unos de otros, todos uni por el compromiso de construir juntos un mundo más justo solidario y pacífico? Sí, queridos amigos. Una vez más, en este día solemne, la Ig señala al mundo a María como signo de esperanza cierta y victoria definitiva del bien sobre el mal. Aquella a quien invoca como «llena de gracia» nos recuerda que todos somos herm y que Dios es nuestro Creador y nuestro Padre. Sin él, o peor contra él, los hombres no podremos encontrar jamás el cam que conduce al amor, no podremos derrotar jamás el poder odio y de la violencia, no podremos construir jamás una pa estable. Es necesario que los hombres de todas las naciones y cultu acojan este mensaje de luz y de esperanza: que lo acojan co don de las manos de María, Madre de toda la humanidad. S vida es un camino, y este camino a menudo resulta oscuro, d fatigoso, ¿qué estrella podrá iluminarlo? En mi encíclica Spe publicada al inicio del Adviento, escribí que la Iglesia mira a M y la invoca como «Estrella de esperanza» (n. 49). Durante nuestro viaje común por el mar de la historia necesita «luces de esperanza», es decir, personas que reflejen la luz Cristo, «ofreciendo así orientación para nuestra travesía» (ib. quién mejor que María puede ser para nosotros «Estrella d esperanza»? Ella, con su «sí», con la ofrenda generosa de libertad recibida del Creador, permitió que la esperanza d milenios se hiciera realidad, que entrara en este mundo y en historia. Por medio de ella, Dios se hizo carne, se convirtió en de nosotros, puso su tienda en medio de nosotros. Por eso, animados por una confianza filial, le decimos: «Enséñanos, María, a creer, a esperar y a amar contigo; indíc el camino que conduce a la paz, el camino hacia el reino de J Tú, Estrella de esperanza, que con conmoción nos esperas e luz sin ocaso de la patria eterna, brilla sobre nosotros y guían los acontecimientos de cada día, ahora y en la hora de nues muerte. Amén». [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 14-X *** LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA (Homilía del 1-I-08) Queridos hermanos y hermanas: Hoy comenzamos un año nuevo y n lleva de la mano la esperanza cristian comenzamos invocando sobre él bendición divina e implorando, po intercesión de María, Madre de Dios don de la paz para nuestras familias, nuestras ciudades y para el mundo entero. Con este deseo saludo a todos. (...) Nuestro pensamiento se dirige ahora, naturalmente, a la Vir María, a la que hoy invocamos como Madre de Dios. Fue el P Pablo VI quien trasladó al día 1 de enero la fiesta de la Mater divina de María, que antes caía el 11 de octubre. En efecto, a de la reforma litúrgica realizada después del concilio Vatican en el primer día del año se celebraba la memoria de la circunc de Jesús en el octavo día después de su nacimiento -como s de sumisión a la ley, su inserción oficial en el pueblo elegido- domingo siguiente se celebraba la fiesta del nombre de Jes De esas celebraciones encontramos algunas huellas en la pá evangélica que acabamos de proclamar, en la que san Luc refiere que, ocho días después de su nacimiento, el Niño f circuncidado y le pusieron el nombre de Jesús, «el que le di ángel antes de ser concebido en el seno de su madre» (Lc 2 Por tanto, esta solemnidad, además de ser una fiesta mariana significativa, conserva también un fuerte contenido cristológ porque, podríamos decir, antes que a la Madre, atañe precisamente al Hijo, a Jesús, verdadero Dios y verdader hombre. Al misterio de la maternidad divina de María, la Theotokos, h referencia el apóstol san Pablo en la carta a los Gálatas. «Al l la plenitud de los tiempos -escribe- envió Dios a su Hijo, nacid mujer, nacido bajo la ley» (Ga 4,4). En pocas palabras se encuentran sintetizados el misterio de la encarnación del Ve eterno y la maternidad divina de María: el gran privilegio de Virgen consiste precisamente en ser Madre del Hijo, que es D Así pues, ocho días después de la Navidad, esta fiesta mari encuentra su lugar más lógico y adecuado. En efecto, en la n de Belén, cuando «dio a luz a su hijo primogénito» (Lc 2,7), cumplieron las profecías relativas al Mesías. «Una virgen concebirá y dará a luz un hijo», había anunciado Isaías (Is 7 «Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo» (Lc 1,31), dij María el ángel Gabriel. Y también un ángel del Señor -narra evangelista san Mateo-, apareciéndose en sueños a José, tranquilizó diciéndole: «No temas tomar contigo a María tu m porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a lu hijo» (Mt 1,20-21). El título de Madre de Dios es, juntamente con el de Virgen sa el más antiguo y constituye el fundamento de todos los dem títulos con los que María ha sido venerada y sigue siendo invocada de generación en generación, tanto en Oriente com Occidente. Al misterio de su maternidad divina hacen refere muchos himnos y numerosas oraciones de la tradición cristia como por ejemplo una antífona mariana del tiempo navideño Alma Redemptoris Mater, con la que oramos así: «Tu qua genuisti, natura mirante, tuum sanctum Genitorem, Virgo priu posterius», «Tú, ante el asombro de toda la creación, engend a tu Creador, Madre siempre virgen». Queridos hermanos y hermanas, contemplemos hoy a Mar Madre siempre virgen del Hijo unigénito del Padre. Aprendam de ella a acoger al Niño que por nosotros nació en Belén. Si Niño nacido de ella reconocemos al Hijo eterno de Dios y acogemos como nuestro único Salvador, podemos ser llamad seremos realmente, hijos de Dios: hijos en el Hijo. El Após escribe: «Envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo l para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Ga 4,4-5). El evangelista san Lucas repite varias veces que la Virge meditaba silenciosamente esos acontecimientos extraordinari los que Dios la había implicado. Lo hemos escuchado tambié el breve pasaje evangélico que la liturgia nos vuelve a propo hoy. «María conservaba todas estas cosas meditándolas en corazón» (Lc 2,19). El verbo griego usado, sumbállousa, en sentido literal significa «poner juntamente», y hace pensar e gran misterio que es preciso descubrir poco a poco. El Niño que emite vagidos en el pesebre, aun siendo en apari semejante a todos los niños del mundo, al mismo tiempo e totalmente diferente: es el Hijo de Dios, es Dios, verdadero D verdadero hombre. Este misterio -la encarnación del Verbo maternidad divina de María- es grande y ciertamente no es fá comprender con la sola inteligencia humana. Sin embargo, en la escuela de María podemos captar con corazón lo que los ojos y la mente por sí solos no logran perc pueden contener. En efecto, se trata de un don tan grande q sólo con la fe podemos acoger, aun sin comprenderlo todo. Y precisamente en este camino de fe donde María nos sale encuentro, nos ayuda y nos guía. Ella es madre porque enge en la carne a Jesús; y lo es porque se adhirió totalmente a voluntad del Padre. San Agustín escribe: «Ningún valor hub tenido para ella la misma maternidad divina, si no hubiera lle a Cristo en su corazón, con una suerte mayor que cuando concibió en la carne» (De sancta Virginitate 3,3). Y en su cor María siguió conservando, «poniendo juntamente», los acontecimientos sucesivos de los que fue testigo y protagon hasta la muerte en la cruz y la resurrección de su Hijo Jesú Queridos hermanos y hermanas, sólo conservando en el cora es decir, poniendo juntamente y encontrando una unidad de lo que vivimos, podemos entrar, siguiendo a María, en el mis de un Dios que por amor se hizo hombre y nos llama a segu por la senda del amor, un amor que es preciso traducir cada en un servicio generoso a los hermanos. Ojalá que el nuevo año, que hoy comenzamos con confianza un tiempo en el que progresemos en ese conocimiento de corazón, que es la sabiduría de los santos. Oremos para qu como hemos escuchado en la primera lectura, el Señor «ilum su rostro sobre nosotros» y nos «sea propicio» (cf. Nm 6,25) bendiga. Podemos estar seguros de que, si buscamos sin descanso rostro, si no cedemos a la tentación del desaliento y de la dud incluso en medio de las numerosas dificultades que encontra permanecemos siempre anclados en él, experimentaremos fuerza de su amor y de su misericordia. El frágil Niño que la V muestra hoy al mundo nos haga agentes de paz, testigos de Príncipe de la paz. Amén. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 4 LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA (Catequesis del miércoles 2 de enero de 2008) Queridos hermanos y hermanas: Una fórmula de bendición muy antigua, recogida en el libro d Números, reza así: «El Señor te bendiga y te guarde. El Se ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio. El Señor te muest rostro y te conceda la paz» (Nm 6, 24-26). Con estas palabra la liturgia nos hizo volver a escuchar ayer, primer día del año expreso mis mejores deseos a vosotros, aquí presentes, y a t los que en estas fiestas navideñas me han enviado testimonio afectuosa cercanía espiritual. Ayer celebramos la solemne fiesta de María, Madre de Dio «Madre de Dios», Theotokos, es el título que se atribuyó oficialmente a María en el siglo V, exactamente en el concilio Éfeso, del año 431, pero que ya se había consolidado en devoción del pueblo cristiano desde el siglo III, en el context las fuertes disputas de ese período sobre la persona de Cris Con ese título se subrayaba que Cristo es Dios y que realme nació como hombre de María. Así se preservaba su unidad verdadero Dios y de verdadero hombre. En verdad, aunque debate parecía centrarse en María, se refería esencialment Hijo. Algunos Padres, queriendo salvaguardar la plena human de Jesús, sugerían un término más atenuado: en vez de Theotokos, proponían Christotokos, Madre de Cristo. Per precisamente eso se consideró una amenaza contra la doctrin la plena unidad de la divinidad con la humanidad de Cristo. eso, después de una larga discusión, en el concilio de Éfeso año 431, como he dicho, se confirmó solemnemente, por u parte, la unidad de las dos naturalezas, la divina y la humana la persona del Hijo de Dios (cf. DS 250) y, por otra, la legitim de la atribución a la Virgen del título de Theotokos, Madre de (cf. ib., 251). Después de ese concilio se produjo una auténtica explosión devoción mariana, y se construyeron numerosas iglesias dedicadas a la Madre de Dios. Entre ellas sobresale la basílic Santa María la Mayor, aquí en Roma. La doctrina relativa a M Madre de Dios, fue confirmada de nuevo en el concilio de Calcedonia (año 451), en el que Cristo fue declarado «verda Dios y verdadero hombre (...), nacido por nosotros y por nue salvación de María, Virgen y Madre de Dios, en su humanid (DS 301). Como es sabido, el concilio Vaticano II recogió en capítulo de la constitución dogmática Lumen gentium sobre Iglesia, el octavo, la doctrina acerca de María, reafirmando maternidad divina. El capítulo se titula: «La bienaventurada V María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesi El título de Madre de Dios, tan profundamente vinculado a festividades navideñas, es, por consiguiente, el apelativo fundamental con que la comunidad de los creyentes honra podríamos decir, desde siempre a la Virgen santísima. Expr muy bien la misión de María en la historia de la salvación. To los demás títulos atribuidos a la Virgen se fundamentan en vocación de Madre del Redentor, la criatura humana elegida Dios para realizar el plan de la salvación, centrado en el gr misterio de la encarnación del Verbo divino. En estos días de fiesta nos hemos detenido a contemplar e belén la representación del Nacimiento. En el centro de es escena encontramos a la Virgen Madre que ofrece al Niño Je la contemplación de quienes acuden a adorar al Salvador: pastores, la gente pobre de Belén, los Magos llegados de Ori Más tarde, en la fiesta de la «Presentación del Señor», qu celebraremos el 2 de febrero, serán el anciano Simeón y l profetisa Ana quienes recibirán de las manos de la Madre pequeño Niño y lo adorarán. La devoción del pueblo cristia siempre ha considerado el nacimiento de Jesús y la materni divina de María como dos aspectos del mismo misterio de encarnación del Verbo divino. Por eso, nunca ha considerad Navidad como algo del pasado. Somos «contemporáneos» d pastores, de los Magos, de Simeón y Ana, y mientras vamos ellos nos sentimos llenos de alegría, porque Dios ha querido Dios con nosotros y tiene una madre, que es nuestra madr Del título de «Madre de Dios» derivan luego todos los dem títulos con los que la Iglesia honra a la Virgen, pero este es fundamental. Pensemos en el privilegio de la «Inmaculad Concepción», es decir, en el hecho de haber sido inmune d pecado desde su concepción. María fue preservada de tod mancha de pecado, porque debía ser la Madre del Redentor mismo vale con respecto a la «Asunción»: no podía estar suj la corrupción que deriva del pecado original la Mujer que ha engendrado al Salvador. Y todos sabemos que estos privilegios no fueron concedido María para alejarla de nosotros, sino, al contrario, para qu estuviera más cerca. En efecto, al estar totalmente con Dios, Mujer se encuentra muy cerca de nosotros y nos ayuda com madre y como hermana. También el puesto único e irrepetible María ocupa en la comunidad de los creyentes deriva de es vocación suya fundamental a ser la Madre del Redentor. Precisamente en cuanto tal, María es también la Madre del Cu místico de Cristo, que es la Iglesia. Así pues, justamente, dur el concilio Vaticano II, el 21 de noviembre de 1964, Pablo atribuyó solemnemente a María el título de «Madre de la Igle Precisamente por ser Madre de la Iglesia, la Virgen es tamb Madre de cada uno de nosotros, que somos miembros del Cu místico de Cristo. Desde la cruz Jesús encomendó a su Mad cada uno de sus discípulos y, al mismo tiempo, encomendó a uno de sus discípulos al amor de su Madre. El evangelista s Juan concluye el breve y sugestivo relato con las palabras: desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa» (Jn 19 Así es la traducción española del texto griego: eis ta ídia; la a en su propia realidad, en su propio ser. Así forma parte de su y las dos vidas se compenetran. Este aceptarla en la propia (eis ta ídia) es el testamento del Señor. Por tanto, en el mom supremo del cumplimiento de la misión mesiánica, Jesús de cada uno de sus discípulos, como herencia preciosa, a su m Madre, la Virgen María. Queridos hermanos y hermanas, en estos primeros días del se nos invita a considerar atentamente la importancia de l presencia de María en la vida de la Iglesia y en nuestra existe personal. Encomendémonos a ella, para que guíe nuestros p en este nuevo período de tiempo que el Señor nos concede v nos ayude a ser auténticos amigos de su Hijo, y así tambié valientes artífices de su reino en el mundo, reino de luz y d verdad. ¡Feliz año a todos! Este es el deseo que os expreso a vosot aquí presentes, y a vuestros seres queridos durante esta prim audiencia general del año 2008. Que el nuevo año, iniciado b signo de la Virgen María, nos haga sentir más vivamente s presencia materna, de forma que, sostenidos y confortados p protección de la Virgen, podamos contemplar con ojos renov el rostro de su Hijo Jesús y caminar más ágilmente por la se del bien. Una vez más: ¡Feliz año a todos! [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 4 *** MENSAJE PARA LA XVI JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO que se celebrará el 11 de febrero de 2008 (11-I-08) Queridos hermanos y hermanas: 1. El 11 de febrero, memoria litúrgica de Nuestra Señora d Lourdes, se celebra la Jornada mundial del enfermo, ocasi propicia para reflexionar sobre el sentido del dolor y sobre el d cristiano de salir a su encuentro en cualquier circunstancia qu presente. Este año, en esa fecha coinciden dos importante acontecimientos para la vida de la Iglesia, como se puede apr ya en el tema elegido -«La Eucaristía, Lourdes y la atenció pastoral a los enfermos»-: el 150° aniversario de las aparicio de la Inmaculada en Lourdes y la celebración del Congres eucarístico internacional en Quebec (Canadá). De ese modo brinda una ocasión singular para considerar la íntima unión existe entre el misterio eucarístico, el papel de María en el p salvífico y la realidad del dolor y del sufrimiento del hombr El 150° aniversario de las apariciones de Lourdes nos invita dirigir la mirada hacia la Virgen santísima, cuya Inmaculad Concepción constituye el don sublime y gratuito de Dios a u mujer, para que pudiera adherirse plenamente a los design divinos con fe firme e inquebrantable, a pesar de las pruebas sufrimientos que debía afrontar. Por eso, María es modelo de abandono total a la voluntad de acogió en su corazón al Verbo eterno y lo concibió en su se virginal; se fió de Dios y, con el alma traspasada por la espad dolor (cf. Lc 2,35), no dudó en compartir la pasión de su Hi renovando en el Calvario, al pie de la cruz, el «sí» de la Anunciación. Meditar en la Inmaculada Concepción de María es, por consiguiente, dejarse atraer por el «sí» que la unió admirablemente a la misión de Cristo, Redentor de la human es dejarse asir y guiar por su mano, para pronunciar el mism a la voluntad de Dios con toda la existencia entretejida de ale y tristezas, de esperanzas y desilusiones, convencidos de qu pruebas, el dolor y el sufrimiento dan un sentido profundo nuestra peregrinación en la tierra. 2. No se puede contemplar a María sin ser atraídos por Cristo se puede mirar a Cristo sin descubrir inmediatamente la prese de María. Existe un nexo inseparable entre la Madre y el H engendrado en su seno por obra del Espíritu Santo, y este vín lo percibimos, de manera misteriosa, en el sacramento de Eucaristía, como pusieron de relieve desde los primeros siglo Padres de la Iglesia y los teólogos. «La carne nacida de María, procediendo del Espíritu Santo, e pan bajado del cielo», afirma san Hilario de Poitiers; y en Sacramentario Bergomense, del siglo IX, leemos: «Su seno florecer un fruto, un pan que nos ha colmado de un don angé María restituyó a la salvación lo que Eva destruyó con su cul Asimismo, san Pedro Damián dice: «Aquel cuerpo que la santísima Virgen engendró y alimentó en su seno con solici materna, aquel cuerpo sin duda, y no otro, ahora lo recibimos sagrado altar y bebemos la sangre como sacramento de nue redención. Esto es lo que nos dice la fe católica; esto es lo q enseña fielmente la santa Iglesia». El vínculo de la Virgen santísima con su Hijo, Cordero inmol que quita el pecado del mundo, se extiende a la Iglesia, Cue místico de Cristo. Como afirma el siervo de Dios Juan Pablo María es «mujer eucarística» con toda su vida, por lo cual Iglesia, contemplándola a ella como su modelo, «ha de imita también en su relación con este santísimo Misterio» (Ecclesi Eucharistia, 53). Desde esta perspectiva se comprende mucho mejor por qué Lourdes el culto a la santísima Virgen María va unido a un fue constante culto a la Eucaristía, con celebraciones eucarístic diarias, con la adoración del santísimo Sacramento y la bend a los enfermos, que constituye uno de los momentos más fue de la visita de los peregrinos a la gruta de Massabielle. La presencia en Lourdes de muchos peregrinos enfermos y voluntarios que los acompañan ayuda a reflexionar sobre solicitud materna y tierna que la Virgen manifiesta con respec dolor y a los sufrimientos del hombre. La comunidad cristia siente que María, Mater dolorosa, asociada al sacrificio de C sufriendo al pie de la cruz con su Hijo divino, está particularm cerca de ella cuando se congrega en torno a sus miembros sufren, llevando los signos de la pasión del Señor. María sufre con quienes pasan por la prueba, con ellos espe es su consuelo, sosteniéndolos con su ayuda materna. ¿No verdad que la experiencia espiritual de tantos enfermos llev comprender cada vez más que «el divino Redentor quiere pen en el ánimo de todo paciente a través del corazón de su Ma santísima, primicia y vértice de todos los redimidos»? (Salv doloris, 26). 3. Si Lourdes nos impulsa a meditar en el amor materno de Virgen Inmaculada por sus hijos enfermos y que sufren, el pró Congreso eucarístico internacional será ocasión para adora Jesucristo presente en el Sacramento del altar, para encomendarnos a él como Esperanza que no defrauda y pa recibirlo como medicina de inmortalidad que cura el cuerpo alma. (...) 5. (...) La próxima Jornada mundial del enfermo ha de ser además, una circunstancia propicia para invocar de modo esp la protección materna de María sobre quienes se encuentr probados por la enfermedad, sobre los agentes sanitarios y s todos los que trabajan en la pastoral de la salud. Pienso, e particular, en los sacerdotes comprometidos en este campo, e religiosas y en los religiosos, en los voluntarios y en todos los con una entrega efectiva se dedican a servir, en cuerpo y alm los enfermos y a los necesitados. Encomiendo a todos a María, Madre de Dios y Madre nues Inmaculada Concepción. Que ella ayude a cada uno a testim que la única respuesta válida al dolor y al sufrimiento human Cristo, el cual al resucitar venció la muerte y nos dio la vida qu tiene fin. Con estos sentimientos, imparto de corazón a todos una bend apostólica especial. Vaticano, 11 de enero de 2008 [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 25 Devoción de San Francisco a María Santísima por Kajetan Esser, o.f.m. Mucho se ha solido hablar del amor de san Francisco a Mar muchos han sido los que en tono encendido lo han celebrado . Las más de las veces los que han tratado el tema se han limit reunir con más o menos sentido crítico lo que las diversa tradiciones franciscanas nos han legado acerca de la devoc mariana del santo. Como es natural, en estos trabajos se h podido atribuir a Francisco lo que generaciones posteriores buen grado hubieran querido ver en él para poder ensalzarlo esto se ha de añadir que con frecuencia se ha considerad demasiado aisladamente la devoción mariana del santo. Ni trataba de situarla en el conjunto de la vida espiritual de sa Francisco, ni se buscaban en la vida de la Iglesia las raíces d devoción que se hundía en tiempos más remotos que los d Bernardo de Claraval (3). Por todo ello, puede parecer conven dedicar una particular atención a la piedad mariana del santo Asís (4). Este estudio no se propone «a priori» metas muy elevadas, po se ha de reconocer honradamente que san Francisco no fu teólogo de escuela. No se puede, por consiguiente, esperar d expresiones claramente formuladas a nivel de escuela teoló acerca de María. Carece de sentido pretenderlo de un santo letras. También en éste, como en otros campos, Francisco es de su tiempo, fuertemente condicionado por la vida espiritua religiosa contemporánea. A través de la predicación y con un absoluta va él asimilando las verdades acerca de la Madre Dios; sobre ellas va creciendo su piedad mariana. Por testimonios unánimes de sus biógrafos, sabemos que Francisco era amartelado devoto de la Virgen, y que su devo era superior a la corriente. Su piedad mariana no era product la ciencia de los libros, sino de la oración y la meditación cada más profunda del misterio de María y del puesto excepcional ella ocupa en la obra de la salvación (5). Lo que él dijo e hizo como fruto de esa oración y devoción, lle sello tan personal y está acuñado de tal forma con su origina espiritual, que aún hoy se merece una atención especial I. Estructura teológica de la devoción mariana de San Franc «Rodeaba de amor indecible a la madre de Jesús, por haber h hermano nuestro al Señor de la majestad» (2 Cel 198), «y p habernos alcanzado misericordia» (LM 9,3). 1.-- María y Cristo Estas sencillas palabras de sus biógrafos expresan el motivo más profundo de la devoción de san Francisco a la Virgen. Puesto que la encarnación del Hijo de Dios constituía el fundamento de tod vida espiritual, y a lo largo de su vida se esforzó con toda dilig en seguir en todo las huellas del Verbo encarnado, debía mo un amor agradecido a la mujer que no sólo nos trajo a Dios forma humana, sino que hizo «hermano nuestro al Señor de majestad» (6). Esto hacía que ella estuviera en íntima relació la obra de nuestra redención; y le agradecemos el que por medio hayamos conseguido la misericordia de Dios. Francisco expresa esta gratitud en su gran Credo, cuando, proclamar las obras de salvación, dice: «Omnipotente, santís altísimo y sumo Dios, Padre santo y justo, Señor rey del cielo la tierra, te damos gracias por ti mismo... Por el santo amor que nos amaste, quisiste que Él, verdadero Dios y verdade hombre, naciera de la gloriosa siempre Virgen beatísima sa María» (1 R 23,1-3). Aquí, «el homenaje que el hombre rinde a la majestad divina d lo más profundo de su ser», característica de la antigua ed media, se funde en desbordante plenitud con el amor recono del hombre atraído a la intimidad de Dios. Otro tanto sucede salmo navideño que Francisco, a tono con la piedad sálmica primera edad media, compuso valiéndose de los himnos redactados por los cantores del Antiguo Testamento: «Glorific Dios, nuestra ayuda; cantad al Señor, Dios vivo y verdadero, voz de alegría. Porque el Señor es excelso, terrible, rey gra sobre toda la tierra. Porque el santísimo Padre del cielo, nue rey antes de los siglos, envió a su amado Hijo de lo alto, y nac la bienaventurada Virgen santa María. Él me invocó: "Tú ere Padre"; y yo lo haré mi primogénito, el más excelso de los rey la tierra» (7). Con alabanza desbordante de alegría, Francisco da gracias Padre celestial por el don de la maternidad divina concedid María. Este es el primero y más importante motivo de su devo mariana: «Escuchad, hermanos míos; si la bienaventurada V es tan honrada, como es justo, porque lo llevó en su santísi seno...» (CtaO 21). En aquella época campeaba por sus resp la herejía cátara, que, aferrada a su principio dualista, explica encarnación del Hijo de Dios en sentido docetista y, por consiguiente, anulaba la participación de María en la obra d salvación. Para manifestar su oposición a la herejía, Francis devoto de María, no se cansaba de proclamar, con extrem claridad, la verdad de la maternidad divina real de María: «E Verbo del Padre, tan digno, tan santo y glorioso, anunciándo santo ángel Gabriel, fue enviado por el mismo altísimo Pad desde el cielo al seno de la santa y gloriosa Virgen María, y e recibió la carne verdadera de nuestra humanidad y fragilidad» Y en el Saludo a la bienaventurada Virgen María celebra es verdadera y real maternidad con frases siempre nuevas, dirigiéndose a ella de un modo exquisitamente concreto y expresivo, llamándola: «palacio de Dios», «tabernáculo de D «casa de Dios», «vestidura de Dios», «esclava de Dios», «M de Dios» (9). Estos calificativos, tan altamente realistas, nos dan a compre con qué celo tan grande defiende ortodoxamente Francisco figura auténtica de María en una cristiandad tan fuertemen amenazada por la herejía. No estará de más recordar aquí que el santo no trató de com la herejía con la lucha o la confrontación, sino con la oración vez también en esto seguía el mismo principio que estable respecto al honor de Dios: «Y si vemos u oímos decir o hace o blasfemar contra Dios, nosotros bendigamos, hagamos bie alabemos a Dios, que es bendito por los siglos» (1 R 17,19 Cosa sorprendente: la mayor parte de las afirmaciones de Francisco sobre la Madre de Dios se encuentran en sus oraci y cantos espirituales. A su aire, sigue con sencillez y simplicid exhortación del Apóstol: «No os dejéis vencer por el mal, s venced el mal con el bien» (Rom 12,21). Tal vez esto explique su exquisita predilección por la fiesta navidad y su amor al misterio navideño: «Con preferencia a demás solemnidades, celebraba con inefable alegría la de nacimiento del niño Jesús; la llamaba fiesta de las fiestas, e que Dios, hecho niño pequeñuelo, se crió a los pechos de m humana» (10). Esta «preferencia» parece advertirse también en su ya mencionado salmo de navidad: «En aquel día, el Señor Dios su misericordia, y en la noche su canto. Este es el día que hi Señor; alegrémonos y gocémonos en él. Porque se nos ha d un niño santísimo amado y nació por nosotros fuera de casa colocado en un pesebre, porque no había sitio en la posada. G al Señor Dios de las alturas, y en la tierra, paz a los hombres buena voluntad. Alégrese el cielo y exulte la tierra, conmuéva mar y cuanto lo llena; se gozarán los campos y todo lo que ha ellos. Cantadle un cántico nuevo, cante al Señor toda la tier (11). Pero Francisco da todavía un paso más importante. En la con celebración de la navidad en Greccio trata de explicar a los f con evidencia tangible este misterio, y habla profundamen emocionado del Niño de Belén (véase el relato completo en 1 84-86). A este propósito es de una claridad meridiana la concl del relato de Tomás de Celano: «Un varón virtuoso tiene u admirable visión. Había un niño que, exánime, estaba recosta el pesebre; se acerca el santo de Dios y lo despierta como d sopor de sueño». Y prosigue: «No carece esta visión de sen puesto que el niño Jesús, sepultado en el olvido en mucho corazones, resucitó por su gracia, por medio de su siervo Francisco, y su imagen quedó grabada en los corazones enamorados» (12). Mediante el amor que él tenía al Hijo de hecho hombre y a su Madre la Virgen, y que lo hizo paten precisamente ese día, encendió en muchos corazones el amo se había enfriado por completo. Lo que hizo en Greccio y cu manifestó en muchos detalles de su pensamiento y comportamiento (cf. 2 Cel 199-200), no era más que la concretización de su principio general: «Tenemos que amar m el amor del que nos ha amado mucho» (2 Cel 196). Si intentamos con todo cuidado explicar la siempre válida significación de este primer rasgo fundamental de la devoc mariana de Francisco, tendremos primero que subrayar que ve a María aisladamente, separadamente del misterio de s maternidad divina, que es la que justifica la importancia de M en el cristianismo. Para san Francisco la veneración de la Vi quiere decir colocar en su lugar preciso el misterio divino-hum de Cristo. Hasta podría tal vez decirse, para salvar ortodoxam este misterio, que «se ha hecho nuestro hermano el Señor d majestad». Por otro lado, bien podemos añadir que, al subra con vigor la maternidad física de María respecto de Dios, se sin más afirmando el Jesucristo histórico, que, no pudiendo s la Escritura ser disociado del Jesús resucitado y glorificado, presente y actúa operante en la vida cristiana, en la oración, el seguimiento. Por eso, la devoción de Francisco a María ca de toda abstracción y era todo menos conocimiento concept ella brota siempre y fundamentalmente de algo que es palpab concreto e histórico, y, por consiguiente, de la revelación de que se manifiesta en hechos tangibles y concretos de la histo la salvación. Será esto precisamente lo que posibilitará a devoción mariana de Francisco su influencia viva en el futuro Iglesia. 2.-- María y la santísima Trinidad El misterio de la maternidad divina eleva a María sobre todas demás criaturas y la coloca en una relación vital única con santísima Trinidad. María lo recibió todo de Dios. Francisco lo comprende mu claramente. Jamás brota de sus labios una alabanza de María no sea al mismo tiempo alabanza de Dios, uno y trino, que escogió con preferencia a toda otra criatura y la colmó de gra Francisco no ve ni contempla a María en sí misma, sino que considera siempre en esa relación vital concreta que la vincul la santísima Trinidad: «¡Salve, Señora, santa Reina, santa M de Dios, María, Virgen hecha iglesia, y elegida por el santís Padre del cielo, consagrada por Él con su santísimo Hijo ama el Espíritu Santo Paráclito; que tuvo y tiene toda la plenitud d gracia y todo bien!» (13). También esto nos deja ver que cua Francisco dice de la Virgen y las alabanzas que le dirige, todo de ese misterio central de la vida de María, de su maternid divina; pero ésta es la obra de Dios en ella, la Virgen. Inclus perpetua virginidad de María ha de ser comprendida sólo e relación con su maternidad divina. La virginidad hace de ella vaso «puro», donde Dios puede derramarse con la plenitud d gracia, para realizar el gran misterio de la encarnación. L virginidad no es, pues, un valor en sí -muy fácilmente podr significar esterilidad-, sino pura disponibilidad para la acción d que la hace fecunda de forma incomprensible para el homb «consagrada por Él con su santísimo Hijo amado y el Espír Santo Paráclito». Esta fecundidad es mantenida por la acción de Dios-Trinidad: tuvo y tiene toda la plenitud de la gracia y todo bien». Esta relación vital entre María y la Trinidad la expresa Franc aún más claramente en la antífona compuesta por el santo pa oficio, llamado con poca exactitud Oficio de la pasión del Se antífona que quería se rezara en todas las horas canónica «Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo entre las mu ninguna semejante a ti, hija y esclava del altísimo Rey sum Padre celestial, madre de nuestro santísimo Señor Jesucris esposa del Espíritu Santo» (OfP Ant). También estas afirmac se fundan en lo que la gracia de Dios ha obrado en María. L alabanzas a la Virgen son al mismo tiempo alabanzas y glorificación de aquel que tuvo a bien realizar tantas maravilla una criatura humana. Si los dos primeros atributos son claros e inteligibles sin más, usaron con frecuencia en la tradición anterior de la Iglesia tendremos que detenernos un poco más en el tercero, «espos Espíritu Santo», tan común hoy día. Lampen, después de minucioso estudio de los seiscientos títulos aplicados a María autores eclesiásticos de Oriente y Occidente, recogidos por Passaglia en su obra De Immaculato Deiparae Virginis conc (14), hace constar que no aparece entre ellos este título. Est hace suponer con un cierto derecho que fue san Francisco primero en emplearlo (15). Como tantas otras veces, tambié este caso pudo Francisco haber penetrado con profundidad e que el evangelio dice de María, y haber expresado clarament su oración lo que veladamente se contenía en el anuncio del según san Lucas (Lc 1,35). María se convierte en madre de por obra del Espíritu Santo. Ya que ella, la Virgen, se abrió reservas -o, para decirlo con san Francisco, en «total pureza esta acción del Espíritu, en calidad de «esposa del Espíritu Sa llegó a ser madre del Hijo de Dios. Esta manera de ver est misterios nos puede descubrir en Francisco un fruto de su ora contemplativa. Según Tomás de Celano, «tenía tan presente memoria la humildad de la encarnación..., que difícilmente qu pensar en otra cosa» (1 Cel 84). Por eso no se cansaba d sumergirse en este misterio por medio de la oración. Podía p toda la noche en oración «alabando al Señor y a la gloriosís Virgen, su madre» (1 Cel 24). Todo esto lo inundaba de una inmensa veneración y era para más íntima y pura realidad de Dios. En todo esto redescubr Dios en su acción incomparable; y esta consideración lo hacía de rodillas para una oración de alabanza y agradecimiento. E acción del divino amor, que María había acogido y aceptado un corazón tan creyente, la elevaba, según Francisco, sobre t las criaturas a la más íntima proximidad de Dios. Por esto Francisco ensalzaba tanto a la «Señora, santa Reina», proclamándola «Señora del mundo» (LM 2,8). 3.-- María y el plan de la salvación Siendo María la madre Jesús, Francisco la honr especialmente como «m de toda bondad» (1 Cel Fue lo que le indujo a establecerse junto a la e de la Madre de Dios en Porciúncula. Todo lo espe de su bondad. «Despué Cristo, depositaba principalmente en ella confianza» (LM 9,3) Según esta profunda fras san Buenaventura, Franc concibió y dio a luz el es de la verdad evangélica en esta iglesita, por los méritos de madre de la misericordia. El santo doctor subraya esta explica aludiendo a que esto ocurrió al amparo de aquella que «enge al Verbo lleno de gracia y de verdad» (LM 3,1; cf. Lm 7,3). C esta alusión se ha tocado con seguridad lo más profundo ac del amor y veneración marianos en Francisco. Esta devoción termina en ardientes oraciones ni en cánticos de alabanza; realiza más bien y llega a su culminación en el esfuerzo d Francisco por asimilar en todo la actitud de María ante el Verb Dios (16). Como primera cosa, el «concepit», «concibió»: co María, el hombre debe acoger al Verbo de Dios, aceptarlo actitud de obediencia creyente y dejarse llenar totalmente de Pero el «concepit» -y este es el segundo momento- debe convertirse en «peperit», «dio a luz»: el hombre, obediente creyente, de nuevo como María, debe dar a luz al Verbo de D darle vida y forma. San Buenaventura atribuye estos dos momentos a María y Francisco. No podía él expresar y expl con mayor acierto y profundidad la fundamental actitud mari que existía en la vida evangélica de san Francisco. No; san Buenaventura no introdujo en la vida de Francisc pensamientos teológicos extraños. Lo demuestra palmariame magnífica carta que Francisco escribió a los fieles de todo mundo, en la que desarrolló abundantemente los pensamient su corazón (2CtaF 4-15, 15-60-, 63-71). En ella (v. 4) el san describe el nacimiento del Verbo divino de las entrañas de la y gloriosa Virgen María. Pero este nacimiento divino no acon sólo en María; debe realizarse también en los corazones de fieles. Los Padres de la Iglesia, desde Hipólito y Orígenes meditaron largamente sobre este íntimo misterio de la vid cristiana y trataron de aclararlo con explicaciones siempre nu (H. Rahner). En la misma citada carta (v. 53), Francisco hac comentario muy condensado en un lenguaje que le es prop somos «madres, cuando lo llevamos en el corazón y en nue cuerpo por el amor y por una conciencia pura y sincera; lo alumbramos por las obras santas, que deben ser luz para eje de otros». En un primer momento podría parecer que estas palabra representan una visión ascética del misterio, que remontaría a Ambrosio y que fue la que privó en el occidente hasta la ed media (H. Rahner). Pero se ha de tener en cuenta que poco a (v. 51) Francisco ha dicho algo que no se puede separar de lo ha afirmado acerca de la maternidad espiritual: «Somos espo [de Cristo] cuando el alma fiel se une, por el Espíritu Santo Jesucristo». El misterio de la maternidad espiritual se funda radica en el misterio del desposorio que se le regala al alma mediante el Espíritu Santo (17) y que no se desarrolla por esfuerzo voluntarista y ascético. Es un don gratuito del amo Dios en el Espíritu Santo. Si Francisco canta a la Madre de Dios como «esposa del Esp Santo», también coloca junto a la maternidad del alma fiel desposorio en el Espíritu Santo (18). Es Él quien por su grac por su iluminación infunde todas las virtudes en los corazone los fieles, para de infieles hacerlos fieles (SalVM 6). Tampoc de casualidad que esta alusión se encuentre en el Saludo a bienaventurada Virgen María. Así como por la acción del Esp Santo el Verbo del Padre se hizo carne en María, de modo an la gracia y la iluminación del mismo Espíritu engendran a Cris las almas, y las van conformando a una vida cada vez má cristiana (19), hasta que, como dice la misma carta en su v. 6 tener en sí al Hijo de Dios, llegan a poseer la sabiduría espiri pues el Hijo es la sabiduría del Padre. Pero el nacimiento de Dios en el corazón de los fieles es sól aspecto de esta maternidad. Francisco indica también otro: fuerza de esta vida cristiana, es decir, «por las obras santas, deben ser luz para ejemplo de otros», Cristo es engendrado e otros hombres. De esta forma, la función maternal de la vid cristiana, como testimonio vivo, se extiende a la Iglesia (20 Francisco habló de buen grado y con frecuencia acerca de e misión maternal de los fieles en la Iglesia; así, por ejemplo cuando, aplicando a sus hermanos, sencillos e ignorantes, palabras de la sagrada Escritura: «la estéril tuvo muchos hijo Sam 2,5), las explica de la forma siguiente: «Estéril es mi herm pobrecillo, que no tiene el cargo de engendrar hijos en la Igle Ese parirá muchos en el día del juicio, porque a cuantos conv ahora con sus oraciones privadas, el Juez los inscribirá enton gloria de él» (21). Lo que se realizó en la maternidad de María para la salvación mundo se prolonga en los corazones de los fieles, por la acc sobrenatural del Espíritu Santo. En última instancia se trata misterio mismo de la Iglesia, del que participan los fieles. Fran se sabe agraciado con el mismo don gratuito que admira en M Y este don, concedido a él y a sus hermanos, lo considera c tarea en la Iglesia. María es para él, ante todo y sobre todo, M de Cristo, y por esto la ama amarteladamente. Madre de Crist también para él los fieles «que escuchan la palabra de Dios ponen en práctica» (Lc 8,21), y de esta manera participan d misión de la Madre Iglesia. Así vista la devoción mariana de Francisco, la podemos cond en esta fórmula: vivir en la Iglesia como vivió María. La realización de la obra de la salvación y su transmisión -de se trata en la devoción mariana de Francisco- tiene como fin h visible en el misterio de la encarnación del Verbo la divinid invisible. Pero Francisco conoce otra forma de hacerse visib Dios invisible: la que él tanto aprecia y venera en la santísim eucaristía. Tal como dice en su primera Admonición, donde una clara oposición a la herejía cátara contemporánea, en eucaristía se ha de ver en fe a aquel que, siendo hombre, di sus discípulos: «El que me ve a mí, ve también a mi Padre» 14,9). Por eso exclama san Francisco: «Por eso, ¡oh hijos de hombres!, ¿hasta cuándo seréis duros de corazón? ¿Por qu reconocéis la verdad y creéis en el Hijo de Dios? Ved que diariamente se humilla (22), como cuando desde el trono re descendió al seno de la Virgen; diariamente viene a nosotro mismo en humilde apariencia; diariamente desciende del sen Padre al altar en manos del sacerdote». Pero también aquí in Francisco que depende del «Espíritu del Señor», «que habit sus fieles», el poder participar de ese misterio, el poder creer «secundum spiritum», «según el espíritu». Esta advertencia muestra que no ha sido por casualidad que Francisco haya h mención de la encarnación de Cristo en María. Porque se abr reservas a la acción del Espíritu Santo -podemos recordar nuevo a la «esposa del Espíritu Santo»-, pudo mediante Ma convertirse en visible y palpable el Dios invisible. Y el que, c ella, se abre con fe al Espíritu del Señor, contemplará «con espirituales» al mismo Señor en el misterio de la eucaristía, colmado por Él y se hará un espíritu con Él (cf. 1 Cor 6,17). este misterio verá unitariamente el comienzo y el fin de la obr la salvación, pues «de esta manera está siempre el Señor co fieles, como Él mismo dice: Ved que estoy con vosotros has consumación del siglo» (Adm 1,22). II. Expresiones concretas de la piedad mariana de San Franc Las formas prácticas de la piedad mariana de san Francisco inspiran en lo que de concreto conocemos de la vida históric María. También en esto deja de lado todo lo abstracto y gené Su piedad se inflama y aviva en la contemplación de los hec históricos de la vida de María unida a la de Cristo y del pue concreto que ella ocupa en los planes salvíficos de Dios. 1.-- María, la «Señora pobre» Francisco no se limita a contemplar las relaciones íntimas d vida cristiana con la vida de María; quiere asemejársele tambi la vida externa. Por eso destaca en primer lugar su maternid divina, y, como consecuencia de ella, subraya fuertemente o título de gloria de María: es para él «la Señora pobre» (23 Tampoco este título tiene para él un valor independiente; pobreza de María es una concretización de la pobreza de Cris señal de que ella, como madre, ha compartido el destino de s y ha participado plenamente en él (24). En la Carta a los fieles, después de describir el misterio de encarnación (cf. 2CtaF 4), inmediatamente prosigue el Santo siendo Él sobremanera rico, quiso, junto con la bienaventura Virgen, su Madre, escoger en el mundo la pobreza» (25). E texto revela en Francisco una plena conciencia de la funció redentora de la pobreza, como aparece en este versículo de Pablo que cita tan a menudo: «Conocéis la obra de gracia nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, se hizo pobre por voso para enriqueceros con su pobreza» (26). María y los discípulos participan de esta pobreza redentora Cristo; también Francisco quiere compartirla, como la debe compartir todos los que quieran seguirle. Cuando, en consecuencia, exige de sus hermanos una vida en pobrez mendicante, les pone delante el ejemplo de Cristo, que «vivi limosna tanto Él como la Virgen bienaventurada y sus discípu (1 R 9,5). Y en la Última voluntad a santa Clara y sus herma reafirma expresamente: «Yo el hermano Francisco, pequeñu quiero seguir la vida y la pobreza de nuestro altísimo Seño Jesucristo y de su santísima Madre y perseverar en ella has fin»; y las hermanas deben atenerse a ella a pesar de todas dificultades (UltVol). Por eso, llamaba a la pobreza reina de virtudes, «pues con tal prestancia había resplandecido en el de los reyes y en la Reina, su madre» (27). Siempre le impresionaba profundamente la pobreza compar por María con Cristo en su vida terrena, y lo estimulaba a u participación total en la misma: «Frecuentemente evocaba -n lágrimas- la pobreza de Cristo Jesús y de su madre» (LM 7,1 navidad no podía menos de llorar recordando a la Virgen po que en aquel día sufrió las más amargas privaciones: «Suce una vez que, al sentarse a la mesa para comer, un herman recuerda la pobreza de la bienaventurada Virgen y hace consideraciones sobre la falta de todo lo necesario en Cristo Hijo. Se levanta al momento de la mesa, no cesan los solloz doloridos, y, bañado en lágrimas, termina de comer sentado s la desnuda tierra» (2 Cel 200). Tampoco aquí se trataba simplemente de sentimientos de compasión, sino de crudeza y de realismo en una responsabi cristiana que afloraba en él cuando consideraba tales sufrimie La pobreza de Cristo y de su madre no eran para él sólo hec históricos dignos de compasión; eran realidad presente en Iglesia. En una interacción mutua, la realidad presente sirve evocar la pobreza de Cristo y de su madre, y ésta a su vez e al pobre de nuestros días. «El alma de Francisco desfallecía vista de los pobres; y a los que no podía echar una mano, mostraba el afecto. Toda indigencia, toda penuria que veía arrebataba hacia Cristo, centrándolo plenamente en Él. En to los pobres veía al Hijo de la Señora pobre llevando desnudo corazón a quien ella llevaba desnudo en los brazos» (28). A ojos de Francisco, el pobre tiene la misión de reflejar la pobre Cristo y de su madre. Cuando alguno de sus hermanos er descortés con algún pobre, le castigaba severamente y despu amonestaba: «Hermano, cuando ves a un pobre, ves un espe Señor y de su madre pobre» (29). Así, pues, cuando la contemplación de la vida pobre de Cristo y de su madre no estimula al amor, ese amor debe volcarse en los pobres que «los hijos de la Señora pobre». Francisco ve en María a la enamorada de la vida evangélica pobreza. Según él la Virgen estima más una vida en pobreza cualquier otro culto exterior que se le rinda: «El hermano Pe Cattani, vicario del santo, venía observando que eran muchís los hermanos que llegaban a Santa María de la Porciúncula y no bastaban las limosnas para atenderlos en lo indispensable día le dijo a san Francisco: "Hermano, no sé qué hacer cuand alcanzo a atender como conviene a los muchos hermanos qu concentran aquí de todas partes en tanto número. Te pido q tengas a bien que se reserven algunas cosas de los novicios entran como recurso para poder distribuirlas en ocasione semejantes". "Lejos de nosotros esa piedad, carísimo herma respondió el santo-, que, por favorecer a los hombres, actue impíamente contra la regla". "Y ¿qué hacer?", replicó el vicari no puedes atender de otro modo a los que vienen -le respon quita los atavíos y las variadas galas a la Virgen. Créeme: Virgen verá más a gusto observado el evangelio de su Hijo despojado su altar, que adornado su altar y despreciado su H Señor enviará quien restituya a la Madre lo que ella nos h prestado"» (30). Estas palabras, que revelan una profunda confianza, muest también con claridad meridiana la seriedad con que Francis tomaba la imitación de la pobreza de María y la importancia q pobreza tenía para él en el conjunto de la vida según el evang Se ha de reconocer también que la piedad mariana de sa Francisco no era un elemento extraño y aislado en su vida. estaba fundida en una sólida unidad con el ideal de imitaci exterior e interior de la vida de Cristo, a través sobre todo de amor a la altísima pobreza. 2.-- María, protectora de la Orden Las reflexiones precedentes han demostrado que en toda su interior y exterior Francisco se sentía particularmente ligado Madre de Dios. El santo expresó esta vinculación en la form propia del tiempo y según le nacía de su personalidad. San Buenaventura cuenta que en los primeros años después conversión, Francisco vivía a gusto en la Porciúncula, la igles la Virgen Madre de Dios, y le pedía en sus fervorosas oracio que fuera para él una «abogada» llena de misericordia (LM 3 Poniendo en ella toda su confianza, «la constituyó abogada s de todos sus hermanos» (LM 9,3). Tomás de Celano refiere mismo al hablar de los últimos años del santo: «Pero lo que alegra es que la constituyó abogada de la orden y puso bajo alas, para que los nutriese y protegiese hasta el fin, los hijos estaba a punto de abandonar» (2 Cel 198). En el lenguaje medieval la palabra «advocata» tenía el sentid protectora. El protector representaba en el tribunal secular monasterio a él confiado. Debía protegerlo y, en caso de necesidad, defenderlo de las violencias y usurpaciones exteri Sin embargo, con el tiempo hubo abusos e inconvenientes. eso los Cistercienses renunciaron sistemáticamente, no siem con fortuna, a dichos protectores. Y eligieron a la Virgen co protectora de su orden. Es verdad que este título, aplicado a M (31), aparecía en la antífona que comienza «Salve, Regin misericordiae» (32) y que es anterior a este hecho. No obsta parece que tiene su importancia recordar que los Cisterciense su capítulo general de 1218 determinaron cantar diariamente antífona. San Francisco la conocía y la tenía en alta estima, c nos demuestra el relato de Celano al que todavía hemos d referirnos (3 Cel 106). Para Francisco y para los hermanos menores, que había renunciado a toda propiedad terrena, este término podía te desde luego sólo una significación espiritual. María debía representar a los hermanos menores ante el Señor; debía cu de los mismos y protegerlos en todas las circunstancias difíci problemas de su vida (33). Debía intervenir en su favor, cua ellos no pudieran valerse. Francisco se dirige a la «gloriosa m y beatísima Virgen María» para pedirle que junto con todos ángeles y santos le ayuden a él y a todos los hermanos meno dar gracias al sumo Dios verdadero, eterno y vivo, como a É agrada (1 R 23,6), por el beneficio de la redención y salvación ella, en la cumbre de toda la Iglesia triunfante, presente en lu nuestro este agradecimiento a la eterna Trinidad. Después q Dios, trino y único Señor, y antes que a todos los santos con él «a la bienaventurada María, perpetua virgen» todos su pecados, particularmente las faltas cometidas contra la vida s el evangelio tal como lo exige la regla, y en lo referente a alabanza de Dios por no haber dicho el oficio, según manda regla, por negligencia, o por enfermedad, o por ser ignorant indocto (34). Por estas faltas contra Dios, lleno de confianza dirige a su «abogada», para que interceda ella en su favo Esta petición aparece también en la Paráfrasis del Padrenue que, aunque con seguridad no es obra de san Francisco, s embargo la ha rezado el santo muy a placer y con mucha frecuencia: «Y perdónanos nuestras deudas: por tu inefab misericordia, por la virtud de la pasión de tu amado Hijo y, po méritos e intercesión de la beatísima Virgen y de todos tu elegidos» (ParPN 7). Suplica insistentemente a ella, la criat elegida y colmada de gracia con preferencia a toda otra, q interceda en su favor ante el «santísimo Hijo amado, Seño maestro» (OfP Ant 2). La única vez que Francisco alude a C como a «Señor y maestro» en el Oficio de la pasión, que recit diario (OfP introducción), es en la antífona de dicho oficio ciertamente la razón es que, en la oración que hace mediante oficio, no busca él sino la imitación de Cristo, cuya fiel realiza pide por intercesión de María, ya que la identificación que se entre María y Cristo era para Francisco la meta última de su evangélica. Estos pensamientos tomados de los escritos del santo coinc en cuanto al contenido con lo que en rimas artísticas cantó el de Francisco, Enrique de Avranches, pocos decenios despué la muerte del santo. Cuando los hermanos piden a Francisco les enseñe a orar, él les responde: «Al estar todos envueltos pecados, no puede vuestra oración elevarse al cielo por mér vuestros. Tendrá ella que apoyarse en el patrocinio de los sa Ante todo sea la bienaventurada Virgen la mediadora ante Cri sea Cristo el mediador ante el Padre» (35). Sin duda ha qued aquí formulado lo que Francisco intentó expresar en aquel len rudo que era con frecuencia el suyo. Este segundo aspecto de la piedad práctica de Francisco re también que en toda su piedad hay una ordenación verdade viva: María, la «abogada», es para él la que maternalmen conduce a Cristo, el Dios-hombre, y Cristo es para él el medi único en todas las cosas ante el Padre. ¿Puede haber una fór más exacta y precisa: María «mediatrix ad Christum» y Cris «mediator ad Patrem»? 3.-- Vivencia de la piedad mariana Las biografías destacan con acentos particulares la predilecci Francisco por los lugares marianos, por las iglesias puestas b protección de la Virgen. Tres de estas iglesitas las restaur personalmente. La más significativa e importante para la vi futura de Francisco y de su orden fue la ermita de Santa Mar los Angeles, cerca de Asís, llamada Porciúncula. El santo no cansaba de contárselo a sus hermanos: «Solía decir que p revelación de Dios sabía que la Virgen santísima amaba c especial amor aquella iglesia entre todas las construidas en honor a lo ancho del mundo, y por eso el santo la amaba más a todas» (2 Cel 19). Este relato resalta inequívocamente q Francisco se afanaba con infantil sencillez en amar todo lo q sabía que María amaba. Y este amor era particularmente prem precisamente en la Porciúncula (36). Por eso, lleno de confia llevó a sus doce primeros hermanos a esta iglesita, «con el fi que allí donde, por los méritos de la madre de Dios, había te su origen la orden de los menores, recibiera también -con auxilio- un renovado incremento» (37). Y aquí fijó su prime residencia, por su entrañable amor a la Madre bendita del Sal (38). Y cuando se sintió morir, se hizo conducir allá, para m «donde por mediación de la Virgen madre de Dios había conc el espíritu de perfección y de gracia» (Lm 7,3). Por así decirlo, quiso pasar toda su vida en la casa de María, encontrarse siempre cerca de su solicitud maternal. Y lo de también para sus seguidores. Por eso, ya moribundo, recome de modo especialísimo a sus hermanos este lugar santo: «M hijos míos, que nunca abandonéis este lugar. Si os expulsan un lado, volved a entrar por el otro» (1 Cel 106; cf. LM 2,8 Sintiéndose muy íntimamente vinculado a la Madre de Dios y profundamente obligado con ella a lo largo de su vida, se mos particularmente agradecido: «Le tributaba peculiarmente alabanzas, le multiplicaba oraciones, le ofrecía afectos, tanto tales como no puede expresar lengua humana» (2 Cel 198). C lo demuestran las rúbricas para el Oficio de la pasión, diariam rezaba especiales «salmos a santa María» (OfP introducción) probablemente el así llamado Officium parvum beatae Mar Virginis, compuesto ya en el siglo XII y que con frecuencia rezaba juntamente con las horas canónicas. Enseñaba a s hermanos a decir también el Ave María, en la forma breve d edad media, cuando rezaban el Pater noster. Debían medi particularmente las alegrías de María, «para que Cristo le concediese un día las alegrías eternas» (39). Parece que entre todas las fiestas de la Virgen, Francisco te predilección por la de la Asunción. Acostumbraba prepararse con un ayuno especial de cuarenta días (40). Puede que se d él el que los hermanos de la penitencia (los terciarios) estuvi dispensados de la abstinencia este día, como ocurría en las fi más grandes, si coincidía con alguno de los días que según regla fueran de abstinencia. En esta fiesta debía prevalece alegría por el honor concedido a María. Poseído por la más completa confianza en la Virgen, Franci realizó obras maravillosas. Así, cierto día cogió unas migas de las amasó con un poco de aceite tomado de la lámpara que « junto al altar de la Virgen» y se lo mandó a un enfermo, que « fuerza de Cristo» curó perfectamente (LM 4,8). Se aparec también a una señora, aquejada por los dolores de un par dificilísimo, y le dijo que rezara la «Salve, Regina misericordi Mientras la rezaba, dio felizmente a luz un niño (3 Cel 106 Aunque estos relatos pudieran ser dejados de lado por legendarios, demuestran cuando menos hasta qué punto l contemporáneos de Francisco apreciaban su confianza en Ma con qué delicadeza la han asociado a su imagen. La piedad mariana de Francisco, acuñada en muchos detalle la corriente de la tradición cristiana, pero nacida especialmen la espiritualidad de este gran santo, fue recogida vitalmente p orden, y transmitida a través de los siglos. Si un examen m amplio y una reflexión más profunda han aportado alguna novedades y han introducido algunas diferencias, con tod permanecen como columnas firmes aquellas verdades qu Francisco transmitió con tanta convicción a los hermanos men María es la madre de Jesús, y, como tal, es el instrument escogido por la Trinidad para su obra de salvación; María e «Señora pobre», y, como tal, la protectora de la orden. Su cul la historia es la actualización de una corta y admirable orac compuesta por Tomás de Celano: «¡Ea, abogada de los pob cumple en nosotros tu misión de tutora hasta el día señalado Padre» (2 Cel 198). 1. Cf. la abundante literatura sobre el tema en B. Kleinschm Maria und Franziskus in Kunst und Geschichte, Düsseldorf 19 136; y, en parte, también en H. Felder, Los ideales de san Francisco de Asís, Buenos Aires 1948, p. 409s. 2. Entre muchos ejemplos, citamos el señalado por Kleinsch (o.c., p. 137s) o por Felder (o.c., p. 411 n. 76): Wadingo ha remontar a san Francisco la misa sabatina en honor de la Vir cuando se sabe que fue introducida por san Buenaventura. estudioso de la tradición franciscana encontrará numerosa «transposiciones» parecidas. Por eso, en este capítulo no basaremos sobre todo en los Escritos de san Francisco, consultaremos además las fuentes franciscanas del siglo X solamente así puede haber un sólido fundamento histórico 3. Pueden servir de ejemplo las indicaciones ofrecidas por Fe o.c., pp. 409-413. 4. M. Brlek, Legislatio ordinis fratrum minorum de Immacula Conceptione B. V. Mariae, en Antonianum 20 (1954) 3-44, cre ser necesario tal estudio porque considera resueltas todas cuestiones relativas al tema. 5. Ya Kleinschmidt (o.c., XIII) distingue entre los grandes doc y panegiristas de la Virgen y sus sencillos devotos. Su libro tra demostrar que el arte cristiano ha concedido a san Francisco palma del amor a María dentro del grupo de los que la ha venerado con sencillez de corazón». 6. Este pensamiento precisamente nos muestra a Francisco c a quien ha llevado a la cumbre la piedad medieval y como a q ha impreso una orientación a esa misma piedad. Al igual que la piedad precedente, ve todavía a Cristo como al «Domin maiestatis», al Señor que domina sobre todos y sobre todas cosas; así está representado en la «maiestas Domini» del a cristiano antiguo y del alto medievo. Pero Francisco sabe tam y con ello queda ligado a la nueva forma de piedad cristiana- según el evangelio (Mt 12,50; 25,40.45), el Hijo de Dios encar es el hermano de todos los redimidos (cf. 1 R 22). La matern divina de María le ha dado la posibilidad de unir y fusionar los aspectos. 7. OfP 15,1-4. No insistimos sobre la expresión «el santísim Padre del cielo... antes de los siglos envió a su amado Hijo d alto», que parece ser como un preludio de la doctrina de Ju Duns Escoto sobre la predestinación absoluta de Cristo. Ta pensamientos evidentemente no eran extraños a Francisco, c lo insinúa el texto de la Adm 5: «Repara, ¡oh hombre!, en cu grande excelencia te ha constituido el Señor Dios, pues te cr formó a imagen de su querido Hijo según el cuerpo y a su semejanza según el espíritu». 8. 2CtaF 4.-- También aquí marchan unidos los dos aspectos Señor de la majestad», hecho en todo semejante a nosotros. interesante estudiar más detalladamente en qué medida la im de Cristo como «Señor glorificado», contemplado solamente esplendor de su majestad divina, favoreció el brote de la her docetista cátara en los albores de la edad media; cf. Fr. He Aufgang Europas, Wien-Zürich, 1949, p. 110: «Es muy signific que, desde los días de Notker hasta el comienzo del siglo X nunca encontremos en la literatura alemana el nombre de Je que Cristo llevaba como hombre». En todo caso puede pare sorprendente que, con la expansión del catarismo y frente a amenazas, se desarrollase dentro de la Iglesia una forma d piedad que tratase de comprender de nuevo seriamente l naturaleza humana de Cristo, que ayudó a la Iglesia a vence herejía desde dentro. Vale lo mismo para la devoción a la eucaristía, floreciente en aquel tiempo, que para los cátaros algo abominable por la vinculación estrecha de lo divino con material. Para la cristología y mariología de los cátaros cf. A. B Die Katharer, Stuttgart 1953). No podemos imaginar la raigam de la herejía cátara y los daños que ella hubiera podido caus la alta edad media de no haberse producido en la piedad popu evolución a la que hemos aludido, y de la que Francisco fue u los representantes más importantes e influyentes. Este proc jugó un papel relevante incluso dentro del arte cristiano. Per podemos detenernos a estudiar esta influencia; sería salirno los límites de nuestro propósito. 9. SalVM.-- W. Lampen, De s. Francisci cultu angelorum e sanctorum, en AFH 20 (1957) 3-23, afirma que diversas expresiones usadas en esta alabanza se encuentran ya en literatura de la primera edad media, particularmente en Ped Damiano (p. 13s). Lampen reúne también todos los títulos co que Francisco honra a María, y llega a la curiosa constatació que jamás ha usado el mismo título dos veces. Ve en ello u señal de una originalidad poética y de un amor lleno de inven en Francisco. 10. 2 Cel 199.-- Véase también en este texto el realismo de expresiones que hacen imposible cualquier sublimación espiritualizante y toda interpretación docetista. 11. OfP 15,5-10.-- En estos textos escogidos no se puede pa por alto que todo, hasta el mundo material, inorgánico, particip la alabanza de la encarnación; muy lejos están de la posició los cátaros, para quienes el mundo inanimado era obra del prí del mal y estaba en sí condenado. 12. 1 Cel 86.-- Naturalmente no queremos afirmar que la celebración de Greccio tuviese el carácter de una demostrac anticátara. Está demasiado profundamente enraizada en la pi de san Francisco (cf. 1 Cel 84). Pero a su vez es innegable qu los planes de la divina Providencia pudo tener gran importan aun cuando san Francisco no tuviese conciencia de ello. 13. SalVM 1-3.-- Tal vez no sea inútil advertir una vez por to que cuanto conservamos de san Francisco está desprovisto todo sentimentalismo y que en cambio está informado de un sobria que penetra siempre hasta lo más hondo de los miste 14. Tomo I, Nápoles 1855. 15. W. Lampen, o.c., p. 15. 16. «Y mientras no llevaba a la práctica lo que había concebid su corazón, no hallaba descanso» (1 Cel 6). Cf. también 1Ce 17. Parece que estos pensamientos no se encuentran entre Padres sino en Cirilo de Alejandría, aunque en forma un po distinta. Cf. Hugo Rahner. 18. También la Forma de vida para santa Clara, demuestra q había comprendido muy vivamente esta idea. 19. Los escritos de santa Clara, la más fiel discípula de Franc demuestran cómo la primera generación franciscana vivió es verdades. 20. Hugo Rahner aporta un solo testimonio de la literatura patrística y de la primera edad media: de Gregorio Magno: mater eius efficitur, si per eius vocem amor Dei in proximi me generatur». Pero este texto se refiere sólo a la proclamación palabra de Dios, mientras que Francisco se refiere a toda la cristiana como tal. 21. 2 Cel 164.-- Expresiones análogas en 2 Cel 174; LM 8,1; 22. Cf. 1 Cel 84: «la humildad de la encarnación». 23. 2 Cel 83; cf. 2 Cel 85, 200, etc. 24. Por eso no podemos compartir la opinión de Felder, segú cual la vida pobre de María, como modelo particular de lo hermanos menores, fue un motivo especial del amor de Fran hacia ella (o.c., p. 410). La «Señora pobre» no debe separars la «Madre de Dios». Los dos aspectos van inseparablemen unidos. 25. 2CtaF 5.-- Nótese que en ésta y en las citas siguiente Francisco habla siempre al mismo tiempo de la pobreza de Cr de la de María. 26. 2 Cor 8,9.-- Cf. 2 Cel 73,74, etc. Respecto al sentido rede de la pobreza cristiana, como pobreza de Cristo, cf. el capít Mysterium paupertatis en este mismo libro, pp. 73-96. 27. LM 7,1; cf. también 2 Cel 200.-- Para comprender el ple significado de este pensamiento, hay que considerarlo dentr una visión total de la pobreza de san Francisco (Cf. el capít Mysterium paupertatis de este mismo libro, pp. 73-96. 28. 2 Cel 83.-- Pocas veces se ha visto tan claramente como la presencia de la pobreza de Cristo y de su madre en el mis de la Iglesia. 29. 2 Cel 85.-- Para Celano, speculum significa siempre lo q hace visible y permite ver en sí otra cosa. 30. 2 Cel 67.-- El pasaje de la regla a que se alude en el rela el de 1 R 2. 31. Sobre María como «protectora» en la piedad del siglo XI Fr. Heer, o.c., p. 113s. Para el hombre del siglo XII la «abog nuestra» era una «poderosa protectora». Con ella se estable una relación estrictamente vinculante: la reina prometía prote y gracia a cambio de que el hombre se empeñara en servirla la tierra (p. 116). En Francisco no se aprecia rastro alguno de relación. La relación jurídica queda transformada en relación amor y de confianza. Por otra parte Celano nota expresament los hermanos menores no buscaban «la protección de nadie Cel 40). 32. Así comienza la antífona en la edad media. La palabra «m fue añadida más tarde. 33. Francisco nunca llama a María «patrona» de la orden. patrono principal es el mismo Señor, como claramente aparec el relato de 2 Cel 158. Para él, María es la «abogada». Esto s también a través de otros muchos testimonios sobre la vida d Francisco. 34. CtaO 38-39.-- Felder (o.c., p. 413) reduce esta confesión pecados a los que «él creía haber cometido». Pero, ¿tenem derecho a atenuar tan honrada declaración del santo? 35. Analecta Franciscana X, p. 418: «Immo mediatrix Virgo b ad Christum, Christus ad Patrem sit mediator». 36. No vamos a estudiar aquí los problemas históricos referen la indulgencia de la Porciúncula. Nos remitimos a la literatura existente. 37. LM 4,5.-- No se ve por qué Felder (o.c., p. 411) tenga q extender a los demás hermanos lo que san Buenaventura dice de los doce primeros. 38. 1 Cel 21; cf. también LM 2,8. 39. Enrique de Avranches, Legenda versificata 7, v. 9-15 (AF 449). Este pasaje es el testimonio más antiguo de la devoció los hermanos menores a las «alegrías de María», y permi suponer que esta devoción se remonta al mismo san Franci 40. LM 9,3; cf. la nota escrita por el hermano León en el perga que le entregó san Francisco, y que contiene dos breves esc del santo, las Alabanzas de Dios y la Bendición al hermano L Francisco y Clara de Asís contemplan el misterio de María por Michel Hubaut, o.f.m. En los escritos de Francisco y de Clara aparece una contemplación equilibrada, profunda, teológicamente . certera y en ocasiones original del misterio de María. Ella «la Virgen pobrecilla», será el faro luminoso que alumbre la vida cristiana de Clara y de Francisco. 1. Aquella por quien Dios recibió la carne de nuestra humanid fragilidad En los escritos de Francisco y de Clara no hay indicio alguno de «mariolatría» o de devoción sensiblera. En ellos aparece una contemplación equilibrada y profunda de María, esa mujer que ocupa un lugar único en la historia de la salvación. Francisco expresa lo esencial de su piedad mariana en dos textos admirables por su concisión y densidad espiritual. El primero es una antífona que él recitaba al principio y al final de cada una de las Horas de su de la Pasión: «Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo entre las mu ninguna semejante a ti, hija y esclava del altísimo Rey sum Padre celestial, madre de nuestro santísimo Señor Jesucris esposa del Espíritu Santo: ruega por nosotros, junto con e arcángel san Miguel y todas las virtudes del cielo y con todos santos, ante tu santísimo Hijo amado, Señor y maestro.» La oración de Francisco asocia inmediatamente a la Virgen M a la obra de la salvación realizada por Dios trino. Nunca l contempla sola; siempre la ve en relación con las tres divin personas. Es la hija elegida del Padre creador, el gran logro d creación. Dios quiso a María para darle la carne a su Hijo. Ma la esclava del plan de amor del Padre. Es, título bastante rar esposa del Espíritu Santo, llena de gracia y totalmente dispon su acción creadora (1). Y es, sobre todo, la madre del santís Señor Jesucristo, el Hijo amado del Padre. Si Clara se sien hondamente conmovida porque «un Señor tan grande y de calidad» quiso encarnarse «en el seno de la Virgen» (cf. Car 3b), Francisco, por su parte, rebosa de gratitud a la mujer que posible este abajamiento de Dios y en cuyo seno «recibió la c verdadera de nuestra humanidad y fragilidad» (2CtaF 4; cf. C 21; 1 R 23,3). En María, Dios plantó su tienda entre nosotros. María es e tabernáculo de la Nueva Alianza (cf. Carta III, 3). María no e mito ni un ídolo, sino nuestra humanidad que recibe a Cristo nombre de todos y antes que todos. Ella da nuestra humanid Dios y Dios a nuestra humanidad. ¡María es la humanización inculturación carnal de Dios! ¡No le da una naturaleza huma ficticia o aparente! Como todo hijo, Cristo recibe de María s rasgos, sus gestos, sus actitudes, su entonación... María hac Cristo un hombre. «Naturaliza» a Dios en la condición humana mismo tiempo, diviniza nuestra naturaleza. María es, de hech modelo perfecto de la Iglesia y de todo cristiano, cuya misi consiste en «humanizar» a Dios y en «divinizar» al hombr Así, pues, Francisco y Clara contemplan en María ese realis permanente del misterio de la encarnación. En efecto, si l separamos de su madre, Jesús corre peligro de perder su humanidad y convertirse en el mito de un rey glorioso sin consistencia ni raíces históricas, o en la mera ideología de reformador genial sin ascendencia divina. Sin María, dejan unirse en Cristo Dios y la humanidad. En María, todo está relación con Cristo y depende de Cristo. Es imposible compre la misión de la Madre sin contemplar la del Hijo. Por todas estas razones, Francisco «rodeaba de amor indeci la Madre de Jesús, por haber hecho hermano nuestro al Señ la majestad. Le tributaba peculiares alabanzas, le multiplica oraciones, le ofrecía afectos, tantos y tales como no pued expresar lengua humana» (2 Cel 198). El segundo texto, el Saludo a la bienaventurada Virgen María a la vez, un ejemplo de la creación lírica de Francisco en hon María y una expresión de su veneración filial. Utiliza en él método preferido, la oración litánica, y casi todas sus imáge expresan la maternidad de María, es decir, su excepciona intimidad con Dios: «¡Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María, que eres virgen hecha Iglesia, y elegida por el santísimo Padre del cielo, consagrada por Él con su santísimo Hijo amado y el Espíritu Santo Paráclito; en la que estuvo y está toda la plenitud de la gracia y tod bien! ¡Salve, palacio de Dios! ¡Salve, tabernáculo de Dios! ¡Salve, casa de Dios! ¡Salve, vestidura de Dios! ¡Salve, esclava de Dios! ¡Salve, Madre de Dios! ¡Salve también todas vosotras, santas virtudes, que, por la gracia e iluminación del Espíritu Santo, sois infundidas en los corazones de los fieles, para hacerlos, de infieles, fieles a Dios!» La alabanza de Francisco, como su contemplación, se centra función materna de María. ¡Ella es el palacio, el tabernáculo casa, la vestidura de Dios! Francisco no se cansa de salud cortésmente a esta santa Señora que tuvo la gracia inaudita acoger en su seno al Dios tres veces santo, a Aquel que es Bien. En el Saludo a la bienaventurada Virgen María oímos c un eco del Saludo a las virtudes: «¡Salve, reina sabiduría, el Señor te salve con tu herman la santa sencillez! ¡Señora santa pobreza, el Señor te salve con tu hermana la santa humildad! ¡Señora santa caridad, el Señor te salve con tu hermana la santa obediencia! ¡Santísimas virtudes, a todas os salve el Señor, de quien venís y procedéis! Nadie hay absolutamente en el mundo entero que pueda poseer a una de vosotras si antes no muere. Quien posee una y no ofende a las otras, las posee todas...» (SalVir 1 6). Para Francisco, hombre concreto y visual, las virtudes evangé no son simples conceptos o ejercicios morales, sino dones Espíritu Santo, dinámicos y llenos de vida (2). A sus ojos, la V María es el espejo y ejemplo perfecto de todas las virtudes. María, Francisco y Clara contemplan todas las virtudes de la cristiana. El paralelismo entre ambos Saludos se manifiesta in en la elección del vocabulario. María es Señora, como la pob la humildad, la caridad y la obediencia. Es Reina, como la sabiduría y su hermana la pura sencillez. María es la personificación suma de todas las cualidades evangélicas. Un más, Francisco se aproxima a la gran tradición ortodoxa, que la Virgen María a «Santa Sofía», la Sabiduría encarnada La Virgen María, pura, disponible, simplificada y unificada po amor, es la morada de «Aquel que es todo Bien», de «Aque quien los cielos no pueden contener». A los ojos asombrado Francisco y de Clara, María realiza lo que ellos pretendiero buscaron y anhelaron durante toda su vida: ser ese corazón convertido en pura casa de adoración donde el Espíritu ora espíritu y en verdad. Contemplan en esta mujer a la Virgen e sentido profundo del término: la criatura virgen de todo replie sobre sí misma, de cualquier pecado de apropiación de los d de Dios. Su deseo es puro impulso, puro retorno al Creador. es la tierra virgen fecundada por la semilla de la Palabra de D la que, excepcionalmente, le dio carne, consistencia human 2. Vivir el Evangelio a la sombra deMaría La fecundidad de María es una realidad espiritual permanente intimidad, única, con Dios, la convierte en mediadora privileg en fuente de gracia actual. En ella «estuvo y está toda la plen de la gracia», escribe Francisco (SalVM 3). ¿Fue una casualidad que él y Clara vivieran el principio de aventura humana y espiritual a la sombra materna de esta m de misericordia? De hecho, junto a ella acogió Francisco y dio el Evangelio. Junto a ella recibió también su misión apostóli Tras haber reparado dos iglesias en ruinas, llegó al lugar llam «Porciúncula» o Santa María de los Ángeles, «una antigua ig construida en honor de la beatísima Virgen María, que entonc hallaba abandonada, sin que nadie se hiciera cargo de la mis Al verla el varón de Dios en semejante situación, movido po ferviente devoción que sentía hacia la Señora del mundo, com a morar de continuo en aquel lugar con intención de emprend reparación...» (LM 2, 8a). «Mientras moraba en la iglesia de Virgen, madre de Dios, su siervo Francisco insistía, con conti gemidos ante aquella que engendró al Verbo lleno de gracia verdad, en que se dignara ser su abogada, y al fin logró -por méritos de la madre de misericordia- concebir y dar a luz el es de la verdad evangélica» (LM 3, 1a). «Amó el varón santo d lugar con preferencia a todos los demás del mundo -escribe biógrafo-, pues aquí comenzó humildemente, aquí progresó e virtud, aquí terminó felizmente el curso de su vida; en fin, e lugar lo encomendó encarecidamente a sus hermanos a la ho su muerte, como una mansión muy querida de la Virgen» (LM 8a; cf. LM 4, 5; 14, 3). También fue en este santuario donde Francisco y sus herma recibieron a Clara, cuando ésta abandonó la casa paterna. A despojó Clara de todas sus joyas y consagró su vida a Cristo este modo -comenta su biógrafo- quedaba bien de manifiesto era la Madre de la misericordia la que en su morada daba a ambas Órdenes» (LCl 8b). Esta iglesia de Santa María de Ángeles es, pues, la cuna de toda la familia franciscana. Por eso, María será siempre para Francisco y para Clara u camino privilegiado, una mediación materna que conduce a Hijo. Aunque fuertemente unidos a Cristo como único Salva jamás dudarán en recurrir a la intercesión de esta madre d bondad. «Ruega por nosotros... ante tu santísimo Hijo ama Señor y maestro», repitieron varias veces al día (3). 3. La permanente fecundidad de María La contemplación del misterio de la madre de Dios enrique constantemente la vida evangélica y la oración de Francisco Clara. María es la inspiradora de su vida. ¿No fue ella la prim en dejarse transformar por la imprevisible irrupción del Espíri Dios en su vida? ¿No fue acaso ella la primera en conocer alegrías y las angustias, las certezas e interrogantes de to buscador de Dios? ¿No tuvo que caminar también María en claroscuro de la fe: «¿Cómo será esto, puesto que no cono varón?» (Lc 1,13); «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira padre y yo, angustiados, te andábamos buscando» (Lc 2,39)? tuvo que caminar, también ella, en la noche de la duda y de pruebas hasta llegar al alba de Pascua? De la anunciación a asunción gloriosa, pasando por el Calvario, María es ya tod aventura de la Iglesia y de cada uno de los creyentes. Co asombrosa y precoz intuición teológica, Francisco escribe: «¡S Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María, que eres v hecha Iglesia!» (SalVM 1). Esta intuición será ampliament desarrollada en el concilio Vaticano II (LG VIII). María, ejemplo perfecto de todas las virtudes evangélicas, e primera criatura humana que acoge con fe y con amor incondicional el don de la salvación y los bienes del reino. De que, habiendo recibido en plenitud todas las «santas virtudes, por la gracia e iluminación del Espíritu Santo, son infundidas e corazones de los fieles, para hacerlos, de infieles, fieles a D (SalVM 6), María sea para Francisco y para Clara el faro lumi de su vida cristiana. María, espejo purísimo de las exigencias Evangelio de Cristo, nos arrastra a seguir sus huellas. Ella ilumina los dos grandes polos de la misión de la Iglesia cada uno de nosotros. El primero de ellos consiste en acoge Cristo y los tesoros de su reino. El segundo es el deber de d luz a Cristo en el corazón de los hombres mediante la radiació nuestra vida. Francisco y Clara comparan con frecuencia, con realismo, la misión del cristiano y la maternidad de María. Inv sus hermanos y hermanas a vivir espiritualmente lo que la Vi vivió en su carne. Escribe Clara a Inés de Praga: «La gloriosa Virgen de las vírg lo llevó materialmente: tú, siguiendo sus huellas, principalmen de la humildad y la pobreza, puedes llevarlo espiritualmen siempre, fuera de toda duda, en tu cuerpo casto y virginal» (C III, 4b; cf. Carta I, 2b y 3b). Por su parte, Francisco no duda en afirmar: Somos «madre cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo por el y por una conciencia pura y sincera; lo damos a luz por las o santas, que deben ser luz para ejemplo de otros» (2CtaF 5 Según Francisco y Clara, toda vida cristiana, abierta y fiel a fuerza del Espíritu, es teofanía de Dios, portadora de vida. mismo san Pablo empleó este lenguaje refiriéndose a su apostolado entre sus hermanos: «Yo... os engendré en Cris Jesús» (1 Cor 4,15). Si Clara se declara con frecuencia esclava de Cristo, no tem llamarse también madre, en el Espíritu, de sus hermanas: « bendigo en mi vida y después de mi muerte, en cuanto pued más aún de lo que puedo, con todas las bendiciones... con la el padre y la madre espirituales bendijeron y bendecirán a sus e hijas espirituales» (BendCl). Y uno de los biógrafos de Francisco escribe refiriéndose a é «Alza en todo momento las manos al cielo por los verdader israelitas, y, aun olvidándose de sí, busca, antes que todo, salvación de los hermanos... compadece con amor a la pequ grey atraída en pos de él... Le parecía desmerecer la gloria pa si no hacía gloriosos a una con él a los que se le habían conf a quienes su espíritu engendraba más trabajosamente que entrañas de la madre cuando los había dado a luz» (2 Cel 1 Así, contemplando la virginidad y la maternidad de María Francisco y Clara comprendieron mejor la misteriosa y secr fecundidad de la paternidad y de la maternidad espiritual. S celibato consagrado no es esterilidad. La multitud de herman hermanas que ellos han engendrado desde hace siete sigl manifiesta que la fecundidad de una vida supera la simple procreación carnal. A sus ojos, la maternidad de María reba ampliamente el misterio de la Natividad. Ella es la figura vivien la Iglesia, esclava y pobre, que da a Jesús al mundo y, luego eclipsa. Junto a la Virgen descubrieron los fundamentos de t vida misionera y contemplativa: el amor, la fe, la adoración pobreza (cf. 2 Cel 164). Como la Virgen madre, vivir para da Cristo al mundo: ¡He aquí toda la piedad mariana de Francis de Clara! 4. Por los caminos del mundo en compañía de María Francisco es incapaz de centrar su oración en abstracciones eso, su contemplación no disocia nunca el rostro de María rostro de Cristo, su Hijo. Cristo es el siervo. María, la esclava. el Pobre (el Poverello). Ella es la Poverella. Él es el Seño (Dominus). Ella, la Señora (Domina). Ignora, sin duda, palab eruditas como «corredentora», pero sabe que, sin María, redención hubiera sido imposible. Esta hija de nuestra raza nuestra humanidad que acepta la redención de Dios y se abr fin enteramente a su iniciativa salvadora. Por eso, a Francisc gusta contemplar en sus meditaciones a María viviendo junto Hijo todos los misterios de la salvación. Incluso se la imagi «misionando» por los caminos con Jesús y los apóstoles compartiendo la precariedad de su situación. De buena gana compara su propia pobreza itinerante y la de hermanos con la de Jesús y María: «Y, cuando sea menest vayan los hermanos por limosna. Y no se avergüencen, y más recuerden que nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios vi omnipotente, puso su faz como piedra durísima y no se averg y fue pobre y huésped y vivió de limosna tanto Él como la vir bienaventurada y sus discípulos» (1 R 9,3-5). Francisco asocia, pues, a María a la pobreza y la misión itine de su Hijo. Para él, María será siempre la madre pobre de C pobre. La «Dama pobrecilla» se adhiere al destino de su H Comparte su anonadamiento, como compartirá su gloria. «Si Él sobremanera rico, quiso, junto con la bienaventurada Virge Madre, escoger en el mundo la pobreza», escribe tambié Francisco (2CtaF 5). Clara tiene idéntica visión. Asocia con frecuencia la pobreza María a la de su Hijo, considerando a la Virgen como el mode las «Damas Pobres» que ella y sus hermanas quieren ser. cuida bien de insertar en su Regla una de las últimas volunta de Francisco: «Yo, el hermano Francisco, pequeñuelo, quie seguir la vida y la pobreza de nuestro altísimo Señor Jesucris de su santísima Madre y perseverar en ella hasta el fin; y os r mis señoras, y os aconsejo que viváis siempre en esta santís vida y pobreza. Y estad muy alerta para que de ninguna mane apartéis jamás de ella por la enseñanza o consejo de quien s (RCl 6,18a). De hecho, Clara concluye su Regla deseando que ella y su hermanas observen siempre «la pobreza y humildad de nue Señor Jesucristo y de su santísima Madre» (RCl 12,31a) (4) como Francisco, tampoco puede disociar a la Madre del Hijo misterio de nuestra redención: «Meditad asiduamente en l misterios de su Pasión y en los dolores que sufrió su santís Madre al pie de la cruz», escribe a Ermentrudis de Brujas (Ca 12). En fin, numerosos relatos biográficos ilustran esta peculiarida su piedad mariana. Francisco está convencido de que Mar atribuye más valor a la pobreza evangélica de su Hijo que cualquier signo de veneración hacia ella, su Madre. A pesar d fervor mariano, Francisco nunca convertirá a la Virgen en u diosa pagana cubierta de oro y joyas. Cuando el hermano responsable de la comunidad de Santa María de la Porciúncu pide conservar parte de los bienes de los novicios para aten convenientemente a los numerosos hermanos de paso por santuario, Francisco le responde: «Si no puedes atender de modo a los que vienen, quita los atavíos y las variadas galas Virgen. Créeme: la Virgen verá más a gusto observado e Evangelio de su Hijo y despojado su altar, que adornado su a despreciado su Hijo. El Señor enviará quien restituya a la Mad que ella nos ha prestado» (2 Cel 67). Francisco enraíza su vida apostólica, y Clara su vida monástic la contemplación del despojamiento y de la simplicidad de la de Cristo Jesús y de su Madre. ¡Ser pobres de todo y ricos Dios! ¡Ahí radica su alegría! Puede, pues, afirmarse sin exageración que la pobreza de Cristo y de su madre ocupa lugar muy importante en la contemplación franciscana. Es pobreza asombra y fascina al Pobre de Asís. Relata uno de biógrafos: «Con preferencia a las demás solemnidades, cele con inefable alegría la del nacimiento del niño Jesús; la llam fiesta de las fiestas, en la que Dios, hecho niño pequeñuelo, s a los pechos de madre humana... Quería que en ese día los den de comer en abundancia a los pobres y hambrientos y qu bueyes y los asnos tengan más pienso y hierba de lo acostumbrado... No recordaba sin lágrimas la penuria que ro aquel día a la Virgen pobrecilla. Así, sucedió una vez que, sentarse para comer, un hermano recuerda la pobreza de bienaventurada Virgen y hace consideraciones sobre la falta todo lo necesario en Cristo, su Hijo. Se levanta al momento d mesa, no cesan los sollozos doloridos, y, bañado en lágrim termina de comer el pan sentado sobre la desnuda tierra. De que afirmase que esta virtud es virtud regia, pues ha brillado tales resplandores en el Rey y en la Reina» (2 Cel 199-200 Su predilección por los pobres brota también de esta contemplación: «Hermano, cuando ves a un pobre, ves un es del Señor y de su madre pobre. Y mira igualmente en los enfe las enfermedades que tomó Él sobre sí por nosotros» (2 Cel En la Regla de Clara oímos como un eco de esta idea: «Y p amor del santísimo y amadísimo Niño, envuelto en pobrísim pañales y reclinado en el pesebre, y de su santísima Madr amonesto, ruego y exhorto a mis hermanas que se vistan sie de vestiduras viles» (RCl 2,6b; cf. TestCl 7). Por último, Clara no olvida que, poco antes de morir, Francisc escribió a ella y sus hermanas un último mensaje que empez con estas palabras: «Ya que, por divina inspiración, os hab hecho hijas y siervas del altísimo sumo Rey Padre celestial habéis desposado con el Espíritu Santo, eligiendo vivir segú perfección del santo Evangelio...» (RCl 6,17b). Hijas y sierva Padre, esposas del Espíritu Santo, son, como vimos antes, títulos que Francisco daba a la Virgen María en su oració cotidiana. No podía expresarse mejor la semejanza entre la vi María y la de Clara y sus hermanas. *** Para estos dos místicos, la piedad mariana no es en absoluto devocioncilla suplementaria; al contrario, está vitalmente integ en su contemplación del misterio de la salvación, en su vid cristiana y en su misión. Sí, María tiene su propio lugar en espiritualidad franciscana, puesto que, «después de Cristo Francisco depositaba principalmente en la misma su confianz eso la constituyó abogada suya y de todos sus hermanos» ( 9,3a). De ahí que sus hermanos y hermanas celebren las fie marianas con particular devoción. Por lo demás, conociendo austeridad de Clara, Francisco le pedirá que las Damas Pobre ayunen «en las festividades de santa María» (Carta III, 5) Se comprende que teólogos, músicos y poetas de la gran fam franciscana pongan su talento al servicio de la madre de Cri San Buenaventura y Duns Escoto serán los primeros en defe cuatro siglos antes de la proclamación oficial por parte de Iglesia, la Inmaculada Concepción. San Bernardino, san Lore de Brindis y san Leonardo de Porto Mauricio serán predicad convencidos de la fecundidad pastoral de una buena mariolo Fray Jacopone de Todi escribirá el Stabat Mater. Los herma introducirán y harán populares la fiesta de la Visitación, el rez Ángelus, la petición del Avemaría «Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte», haciendo María la compañera materna de nuestro camino en seguimien las huellas de su Hijo, hasta el umbral del Reino. 1) Según los historiadores, a excepción de san Ildefonso, ob de Toledo en el siglo VII, Francisco sería el primero en atribui Virgen María el título de «Esposa del Espíritu Santo». El Esp Santo es la fuente de la intimidad que, en distintos grados, u los creyentes con Cristo. Francisco escribe en otro lugar: «Y esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo. So esposos cuando el alma fiel se une, por el Espíritu Santo, Jesucristo» (2CtaF 50-51). Cf. I. Pyfferoen - O. Van Asseldo OFMCap, María santísima y el Espíritu Santo en san Francisc Asís, en Selecciones de Franciscanismo n. 47 (1987) 187-2 2) Es verosímil que ambos Saludos, a la Virgen y a las virtud constituyeran un conjunto. Así lo atestiguarían dos manuscr que titulaban el Saludo a las virtudes: «Saludo a las virtudes que fue adornada Santa María Virgen, y que deberían adorn toda alma santa». Téngase en cuenta, además, que la pala latina «virtus» tiene un sentido dinámico y no simplemente m En san Pablo, la virtud es una energía espiritual, una fuerza in recibida del Espíritu que inclina al hombre hacia el bien y lo q bueno para él según el designio de Dios. Sobre este Saludo p verse: M. Steiner, El «Saludo a las virtudes» de san Francisc Asís, en Selecciones de Franciscanismo n. 46 (1987) 129-1 3) Antífona del Oficio de la Pasión que compuso Francisco y Clara adoptó. Cf. también TestCl 11c. 4) Clara repite varias veces esta expresión en su Regla y en Testamento: RCl 2,6b; 6,18a; 8,20a; TestCl 7; 11b-c. MARÍA, «LA VIRGEN HECHA IGLESIA»[1] En la época de Francisco de Asís el culto y la devoción a la Madre de Dios había alcanzado una grande expansión y había hallado una noble manifestación en la poesía religiosa de los trovadores, de la cual hará suyas el santo algunas expresiones de loor a santa María.[2] Efectivamente, después de su conversión «entonaba loores al Señor y a la gloriosa Virgen su Madre» (1 Cel 24). El motivo por el cual escogió para restaurar, en tercer lugar, la iglesia de la Porciúncula fue, como dice el biógrafo, «por la grande devoción que profesaba a la Madre de toda bondad» (1 Cel 21). Más tarde se sentirá feliz de poder fijar junto a Santa María de los Ángeles el centro de encuentro de su fraternidad. Y fue aquí, «en la iglesia de la Virgen Madre de Dios -observa san Buenaventura- donde él suplicaba insistentemente, con gemidos continuados, a aquella que concibió al Verbo lleno de gracia y de verdad, que se dignara ser su abogada. Y la Madre de la misericordia obtuvo con sus méritos que él mismo concibiera y diera a luz el espíritu de la verdad evangélica».[3] Allí, ante el altar de la misma iglesita, bajo la mirada de la imagen de María, la joven Clara, aquella noche de la fuga de la casa paterna, prometió obediencia a Francisco y se comprometió en el seguimiento del Señor crucificado. Trataremos de trazar, a base de los escritos personales de Francisco y de Clara y de otros datos históricos, las líneas fundamentales de la que podemos llamar la espiritualidad mariana franciscana. ELEGIDA Y CONSAGRADA POR LA TRINIDAD Francisco considera a la Virgen como el instrumento privilegiado del don central de la Encarnación. La contempla formando parte del designio salvífico de la Trinidad: «Te damos gracias porque, así como nos creaste por medio de tu Hijo, así también, por el santo amor tuyo con que nos amaste, hiciste nacer a ese mismo verdadero Dios y verdadero hombre de la gloriosa siempre Virgen la beatísima santa María y, mediante la cruz, la sangre y la muerte de él, quisiste rescatarnos de nuestra cautividad» (1 R 23,3). De la meditación del evangelio de la Anunciación toma Francisco los conceptos que después él asimila y expresa en formas diversas. Así cuando habla a los cristianos de ese mismo gran don del Padre, su Palabra, Jesucristo: «Esta Palabra del Padre, tan digna, tan santa y gloriosa, la anunció el altísimo Padre desde el cielo por medio de su arcángel san Gabriel a la santa y gloriosa Virgen María, de cuyo seno recibió la verdadera carne de nuestra humanidad y fragilidad. Siendo rico, quiso por encima de todo elegir la pobreza en este mundo, juntamente con la beatísima Virgen María, su Madre» (2CtaF 4-5). En los salmos natalicios del Oficio de la Pasión canta a este don del Hijo que el Padre nos ha mandado, haciéndolo «nacer de la bienaventurada Virgen María» (OfP 15,3). Y es precisamente esta excelsa maternidad el título por el cual María debe ser honrada: «Escuchad, hermanos míos: si la bienaventurada Virgen es tan honrada, y muy justamente, porque le llevó en su santísimo seno...» (CtaO 21). En cierto sentido Francisco halla el origen de la hermandad de la familia de Dios en la misma maternidad de María: «Rodeaba de amor indecible a la Madre de Jesús, por haber hecho hermano nuestro al Señor de la majestad. Le tributaba peculiares alabanzas (cf. SalVM y OfP ant), le multiplicaba oraciones, le ofrecía afectos, tantos y tales como no puede expresar lengua humana. Pero lo que más alegra es que la constituyó abogada de la Orden y puso bajo sus alas, para que los nutriese y protegiese hasta el fin, a los hijos que estaba a punto de abandonar. ¡Ea, Abogada de los pobres!, cumple con nosotros tu misión de tutora hasta el día señalado por el Padre (Gal 4,2)».[4] De esas alabanzas o loores -laudas trovadorescashan sido conservadas dos de profundo contenido teológico: el Saludo a la Virgen María y la Antífona que Francisco recitaba al final de cada hora del Oficio de la Pasión. En ambas cabe destacar la relación singular de María con las tres personas de la santísima Trinidad, tipo y modelo de la relación que Dios quiere establecer con cada uno de los creyentes: «¡Salve, Señora, Reina santa, Madre santa de Dios, María! Eres Virgen hecha Iglesia, elegida por el santísimo Padre del cielo, consagrada por él con su santísimo amado Hijo y con el Espíritu Santo Paráclito. En ti existió y existe la plenitud de toda gracia y todo el bien. ¡Salve, palacio de Dios! ¡Salve, tabernáculo suyo! ¡Salve, casa suya! ¡Salve, vestidura suya! ¡Salve, esclava suya! ¡Salve, madre suya! ¡Salve, también vosotras, santas virtudes todas, que, por gracia e iluminación del Espíritu Santo, sois infundidas en los corazones de los fieles, para hacerlos, de infieles, fieles a Dios!» (SalVM). «Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo ninguna semejante a ti entre las mujeres, hija y esclava del altísimo y sumo Rey, el Padre celestial, Madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo: ruega por nosotros con san Miguel arcángel y con todas las virtudes de los cielos y con todos los santos ante tu santísimo amado Hijo, Señor y Maestro» (OfP Ant). La santa Virgen, en efecto, es proclamada: elegida por el santísimo Padre del cielo y por él, con su santísimo amado Hijo y con el Espíritu Santo, consagrada. Conceptos que derivan de la contemplación del diálogo de Gabriel con María (cf. Lc 1,26-38). De la misma contemplación evangélica ha extraído el sentido, tan fecundo para él, de las expresiones del otro texto, si bien no han sido inventadas por él: Hija y esclava del altísimo y sumo Rey, el Padre celestial; Madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo; Esposa del Espíritu Santo. Parece que Francisco haya sido el primero, entre los escritores, en dar a la Virgen María el título de Esposa del Espíritu Santo, hoy normal en la teología mariana. No sólo en María, sino aun en la unión mística de cada cristiano con Dios, la relación nupcial se realiza, según un concepto repetidamente expresado por él, por obra del Espíritu Santo. Es interesante, a este respecto, el paralelismo con la Forma de vida dada a Clara y a las hermanas pobres: «Por inspiración divina os habéis hecho hijas y esclavas del altísimo sumo Rey el Padre celestial y os habéis desposado con el Espíritu Santo» (FVCl 1). La elección divina de una mujer consagrada es vista por Francisco según el tipo ideal de la Virgen María. Más aún, parece directamente inspirada en la misma Forma de vida la hermosa carta de Gregorio IX de 1228, ya citada, a Clara y a las hermanas, que comienza: «Dios Padre, al cual os habéis ofrecido como esclavas, os ha adoptado en su misericordia como hijas, y os ha desposado, por obra y gracia del Espíritu Santo, con su Hijo unigénito Jesucristo...».[5] ASOCIADA AL MISTERIO DE LA POBREZA DEL HIJO Son muy numerosos los textos en que presenta Francisco a la Virgen pobrecita compartiendo con Jesús la condición de los pobres, en conformidad con la opción hecha por el Hijo de Dios desde la Encarnación: «Siendo rico (2Cor 8, 9), quiso él por encima de todo elegir la pobreza en este mundo, juntamente con la beatísima Virgen María, su Madre» (2CtaF 5; cf. OfP 15,7). «Recuerden los hermanos que nuestro Señor Jesucristo, hijo de Dios vivo y omnipotente..., fue pobre y huésped, y vivió de limosna, tanto él como la bienaventurada Virgen y sus discípulos».[6] Esta motivación la repetía para animar a los hermanos que se avergonzaban de ir pidiendo limosna: «Carísimos hermanos, no os avergoncéis de salir por la limosna, pues el Señor se hizo pobre por nosotros en este mundo. A ejemplo suyo y de su Madre santísima hemos escogido el camino de una pobreza verdadera» (LP 51). Como hemos visto, era sobre todo el misterio del Nacimiento el que más le hablaba de la situación en que se halló la Virgen por falta de lo necesario: «No recordaba sin lágrimas la penuria en que se vio aquel día [el de Navidad] la Virgen pobrecita. Sucedió que una vez, al sentarse para comer, un hermano hizo mención de la pobreza de la bienaventurada Virgen y de Cristo su hijo. Se levantó al momento de la mesa, estalló en sollozos y, bañado en lágrimas, terminó de comer el pan sobre la desnuda tierra. De ahí que llamase a la pobreza virtud regia, porque brilló con tanto esplendor en el Rey y en la Reina» (2 Cel 200). Enseñaba a saber descubrir en cada necesitado, no sólo al Cristo pobre, sino también a su Madre pobre: «En cada pobre reconocía al Hijo de la Señora pobre y llevaba desnudo en el corazón a aquel que ella había llevado desnudo en sus brazos» (2 Cel 83). «Hermano, cuando ves a un pobre -decía-, se te pone delante el espejo del Señor y de su Madre pobre» (2 Cel 85). De modo especial menciona la pobreza de María al proponer el compromiso de la pobreza evangélica a Clara y las hermanas, y así escribe en el testamento dictado para ellas: «Yo, el hermano Francisco, el pequeñuelo, quiero seguir la vida y pobreza del altísimo Señor nuestro Jesucristo y de su santísima Madre, y perseverar en ella hasta el fin. Y os ruego a vosotras, señoras mías, y os recomiendo que viváis siempre en esta santísima vida y pobreza» (UltVol 1-2). Por su parte, santa Clara se identificó de lleno con esa manera de ver la pobreza evangélica, como aparece en su Regla y en su Testamento. El cardenal protector, Rinaldo, escribió en la aprobación de la Regla: «Siguiendo las huellas de Cristo y de su santísima Madre, habéis elegido vivir... en pobreza suma». En el texto de la Regla se hace mención expresa cuatro veces de la pobreza de Cristo y de su santísima Madre, aun en aquellos lugares en que san Francisco, en su Regla, habla sólo de la de Cristo: «Y, por amor del santísimo y amadísimo Niño, envuelto en pobrísimos pañales y reclinado en un pesebre (cf. Lc 2,7.12) y de su santísima Madre, amonesto, ruego y exhorto que se vistan siempre de vestidos viles» (RCl 2,25). «Y, a fin de que jamás nos separásemos de la santísima pobreza que habíamos abrazado, ni tampoco las que habían de venir después de nosotras, poco antes de su muerte el bienaventurado Francisco nos escribió de nuevo su última voluntad, con estas palabras: "Yo, el hermano Francisco, el pequeñuelo, quiero seguir la vida y pobreza del altísimo Señor Jesucristo y de su santísima Madre, y perseverar en ella hasta el fin"» (RCl 6,6-7). «Ésta es la celsitud de la altísima pobreza... Sea ésta vuestra porción... Adheríos a ella totalmente, amadísimas hermanas, y, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo y de su santísima Madre, ninguna otra cosa queráis tener jamás bajo el cielo» (RCl 8,4-6). «... a fin de que, sumisas y sujetas siempre a los pies de la misma santa Iglesia, firmes en la fe católica (cf. Col 1, 23), observemos perpetuamente la pobreza y humildad de nuestro Señor Jesucristo y de su santísima Madre, y el santo Evangelio que firmemente hemos prometido» (RCl 12,13). En su Testamento, santa Clara indica como compromiso fundamental «la pobreza y la humildad de Cristo y de la gloriosa Virgen María su Madre» (TestCl 46-47). Y también ella, en su primera carta a santa Inés de Praga, contempla la misión maternal de María marcada con la pobreza en el punto mismo de la Encarnación: «Si, pues, tal y tan gran señor, descendiendo al seno de la Virgen, quiso aparecer en el mundo hecho despreciable, indigente y pobre, a fin de que los hombres... llegaran a ser ricos..., regocijaos y alegraos grandemente... una vez que habéis preferido el desprecio del mundo a los honores, la pobreza a las riquezas..., y os habéis hecho merecedora de ser llamada hermana, esposa y madre del Hijo del Padre altísimo y de la gloriosa Virgen» (1CtaCl 19-24). Así escribe en la primera carta a Inés de Praga; y en la tercera, siempre en el contexto del anonadamiento de la Encarnación, le dice: «Llégate a esta dulcísima Madre, que engendró un Hijo que los cielos no podían contener, pero ella lo acogió en el estrecho claustro de su vientre sagrado y lo llevó en su seno virginal» (3CtaCl 18-19). El biógrafo de la santa recuerda las fervorosas exhortaciones que hacía ella a las hermanas, presentando como ejemplo Belén: «Mediante pláticas frecuentes inculca a las hermanas que su comunidad sería agradable a Dios cuando viviera rebosante de pobreza, y que perduraría firme a perpetuidad si estuviera defendida con la torre de la altísima pobreza. Anímalas a conformarse, en el pequeño nido de la pobreza, con Cristo pobre, a quien su pobrecilla Madre acostó niño en un mísero pesebre» (LCl 14). TIPO Y MODELO DE RESPUESTA A DIOS En el Saludo a la Virgen aparece una invocación poco común, que debió de antojárseles inverosímil a los copistas de los antiguos manuscritos, y se tomaron la libertad de modificarla. Pero la crítica textual la ha restablecido en su forma original: Ave Domina..., quae es virgo Ecclesia facta, esto es: Virgen hecha Iglesia.[7] Semejante concepto teológico no era extraño a la tradición patrística, tradición que ha recogido el concilio Vaticano II para afirmar: «La Madre de Dios, como ya enseñaba san Ambrosio, es tipo de la Iglesia, por lo que hace a la fe, a la caridad y a la perfecta unión con Cristo... En tanto que la Iglesia ha alcanzado ya en la beatísima Virgen la perfección, con la cual ella es sin mancha, los fieles se esfuerzan todavía por crecer en la santidad luchando contra el pecado; por esto elevan sus ojos a María, que refulge como modelo de virtud ante toda la comunidad de los elegidos...» (LG 63 y 65). Así se comprende por qué Francisco asocia al Saludo a la Virgen el de «todas las santas virtudes que, por gracia e iluminación del Espíritu Santo, son infundidas en los corazones de los fieles»; María, en efecto, es cifra y modelo de toda virtud. Santa Clara escribe a santa Inés de Praga, en un contexto muy semejante al de la carta de san Francisco a los fieles sobre la morada de la Trinidad en nosotros: «A la manera que la gloriosa Virgen de las vírgenes llevó a Cristo materialmente en su seno, así también tú, siguiendo sus huellas, especialmente las de su humildad y pobreza, puedes llevarlo siempre espiritualmente en tu cuerpo casto y virginal...» (3CtaCl 24-25). Clara proponía a la Virgen María como modelo de entrega a Dios y de fidelidad a Cristo, pero las hermanas y los demás vieron en ella una perfecta imitadora de la misma santa Virgen. Dei Matris vestigium -impronta de la Madre de Dios- la designan el autor de la Leyenda y el antiguo oficio litúrgico; con el tiempo, lo mismo que Francisco fue llamado alter Christus, Clara será celebrada como altera Maria.[8] ABOGADA Y PROTECTORA Francisco y Clara invocan frecuentemente la intercesión y los méritos de la Virgen María.[9] Escribe Tomás de Celano: «Pero lo que más alegra es que la constituyó abogada de la Orden y puso bajo sus alas, para que los nutriese y protegiese hasta el fin, a los hijos que estaba a punto de abandonar. ¡Ea, Abogada de los pobres!, cumple con nosotros tu misión de tutora hasta el día señalado por el Padre (Gal 4,2)» (2 Cel 198). Santa Clara, que había invocado sobre sus hermanas pobres, en el Testamento y en la Bendición última, la protección de María, tuvo el consuelo de ser visitada por la Virgen de las vírgenes, acompañada de un coro de santas vírgenes: la envolvió con un velo blanco finísimo y la besó dulcemente, tres días antes de su muerte, según la visión tenida por sor Benvenuta: « Mientras la testigo se entretenía pensando e imaginando esto, vio de pronto con los ojos de su cuerpo una gran multitud de vírgenes, vestidas de blanco, con coronas sobre sus cabezas, que se acercaban y entraban por la puerta de la habitación en que yacía la dicha madre santa Clara. Y en medio de estas vírgenes había una más alta, y, por encima de lo que se puede decir, bellísima entre todas las otras, la cual tenía en la cabeza una corona mayor que las demás. Y sobre la corona tenía una bola de oro, a modo de un incensario, del que salía tal resplandor, que parecía iluminar toda la casa. Y las vírgenes se acercaron al lecho de la dicha madonna santa Clara. Y la que parecía más alta la cubrió primero en el lecho con una tela finísima, tan fina que, por su sutileza, se veía a madonna Clara, aun estando cubierta con ella. Luego, la Virgen de las vírgenes, la más alta, inclinó su rostro sobre el rostro de la virgen santa Clara, o quizá sobre su pecho, pues la testigo no pudo distinguir bien si sobre el uno o sobre el otro. Hecho esto, desaparecieron todas. Preguntada sobre si la testigo entonces velaba o dormía, contestó que estaba despierta, y bien despierta, y que eso fue entrando la noche, como se ha dicho».[10] NOTAS: [1] Pueden verse varios estudios sobre el tema en La Virgen María, Madre de Dios.- R. Brown, Notre Dame et St. François, Montreal 1960; Feliciano de Ventosa, La devoción a María en la espiritualidad de san Francisco, en Estudios Franciscanos 62 (1961) 5-21, 227-296; AA. VV., La Madonna nella spiritualità francescana, en Quaderni di Spiritualità Francescana 5, Asís 1963; K. Esser, Devoción de san Francisco a María santísima, en Temas espirituales, Aránzazu 1980, 281-309; H. Pyfferoen, Ave... Dei Genitrix, quae est Virgo Ecclesia facta, en Laurentianum 12 (1971) 413-434; H. Pyfferoen - O. van Asseldonk, María santissima e lo Spirito Santo in san Francesco d'Assisi, en Laurentianum 16 (1975) 446-474; O. Van Asseldonk, María, sposa dello Spirito Santo, secondo san Francesco, en Laurentianum 23 (1982) 414-423; una refundición de los dos artículos precedentes: María santísima y el Espíritu Santo en san Francisco de Asís, en Selecciones de Franciscanismo, vol. XVI, núm. 47 (1987) 187-216, que puede verse también en versión informática; F. Uricchio, S. Francesco e il vangelo dell'Infanzia di Luca, en AA. VV., Parola di Dio e Francesco d'Assisi, Asís 1982, 90-154; A. Pompei, María, en DF, 931952. [2] Cf. F. X. Cheriyapattaparambil, Francesco d'Assisi e i trovatori, Perusa 1985, 65-72. [3] LM 3, 1. Sobre el significado mariano de la Porciúncula, como centro de la Orden, en los primeros biógrafos véase: 1 Cel 106; 2 Cel 18-20; LM 2,8; 3,1; TC 54-56; LP 56; EP 55 y 82-84. [4] 2 Cel 198. Este pensamiento no era extraño a la piedad medieval. En la Oratio 52, atribuida a san Anselmo, se lee: O. María per quam talem fratrem habemus [María por la que tal hermano tenemos] (PL 158, 958). [5] I. Omaechevarría, Escritos de santa Clara..., Madrid, BAC, 19994, 360-361. [6] 1 R 9,4-5; cf. 2 R 6,2-3. No consta en los evangelios canónicos que Cristo y María hayan practicado la mendicidad. [7] SalVM 1. Hay quienes transcriben ecclesia, con minúscula, en el sentido de la iglesia material o templo, sentido que encajaría en la serie de figuras que luego siguen -«tabernáculo suyo, casa suya»-, pero precisamente porque no forma parte de esa enumeración, sino de los conceptos teológicos iniciales, es más seguro el sentido de Iglesia universal. Cf. H. Pyfferoen, Ave... Dei Genitrix, quae est Virgo Ecclesia facta, en Laurentianum 12 (1971) 413-434. [8] LCl Introducción: «... imiten las doncellas a Clara, impronta de la Madre de Dios, nueva capitana de mujeres» (Omaechevarría, p. 134). La expresión se halla en el himno Concinat plebs fidelium, de Alejandro IV, de las primeras vísperas del Oficio antiguo de santa Clara. [9] 1 R 23,6; ParPN 7; OfP Ant 3; TestCl 77; BenCl 7. [10] Proc 11, 4. Tomás de Celano refiere ese mismo hecho en la Leyenda de Santa Clara de la siguiente manera: «La mano del Señor se posó también sobre otra de las hermanas, quien con sus ojos corporales, entre lágrimas, contempló esta feliz visión: estando en verdad traspasada por el dardo del más hondo dolor, dirige su mirada hacia la puerta de la habitación, y he aquí que ve entrar una procesión de vírgenes vestidas de blanco, llevando todas en sus cabezas coronas de oro. Marcha entre ellas una que deslumbra más que las otras, de cuya corona, que en su remate presenta una especie de incensario con orificios, irradia tanto esplendor que convierte la noche en día luminoso dentro de la casa. Se adelanta hasta el lecho donde yace la esposa de su Hijo e, inclinándose amorosísimamente sobre ella, le da un dulcísimo abrazo. Las vírgenes llevan un palio de maravillosa belleza y, extendiéndolo entre todas a porfía, dejan el cuerpo de Clara cubierto y el tálamo adornado» (LCl 46). María en la Anunciación del Señor Catequesis de Juan Pablo II . Relato de la Anunciación Evangelio según San Lucas (Lc 1,26-38) Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciud de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la vi era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Se está contigo.» Ella se conturbó por estas palabras, y discurría significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Je Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dio dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jac por los siglos y su reino no tendrá fin.» María respondió al áng «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sex mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.» Dijo María: «He aquí la esclava del Señ hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel, dejándola, se fue La fe de la Virgen María Catequesis de Juan Pablo II (3-VII-96) 1. En la narración evangélica de la Visitación, Isabel, «llena Espíritu Santo», acogiendo a María en su casa, exclama: «¡Fe que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dicha parte del Señor!» (Lc 1,45). Esta bienaventuranza, la primera refiere el evangelio de san Lucas, presenta a María como la m que con su fe precede a la Iglesia en la realización del espírit las bienaventuranzas. El elogio que Isabel hace de la fe de María se refuerza comparándolo con el anuncio del ángel a Zacarías. Una lect superficial de las dos anunciaciones podría considerar semeja las respuestas de Zacarías y de María al mensajero divino: « qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada edad», dice Zacarías; y María: «¿Cómo será esto, puesto qu conozco varón?» (Lc 1,18.34). Pero la profunda diferencia ent disposiciones íntimas de los protagonistas de los dos relatos manifiesta en las palabras del ángel, que reprocha a Zacaría incredulidad, mientras que da inmediatamente una respuesta pregunta de María. A diferencia del esposo de Isabel, María adhiere plenamente al proyecto divino, sin subordinar su consentimiento a la concesión de un signo visible. Al ángel que le propone ser madre, María le hace presente propósito de virginidad. Ella, creyendo en la posibilidad de cumplimiento del anuncio, interpela al mensajero divino sólo s la modalidad de su realización, para corresponder mejor a voluntad de Dios, a la que quiere adherirse y entregarse con disponibilidad. «Buscó el modo; no dudó de la omnipotencia Dios», comenta san Agustín (Sermo 291). 2. También el contexto en el que se realizan las dos anunciac contribuye a exaltar la excelencia de la fe de María. En la narr de san Lucas captamos la situación más favorable de Zacaría inadecuado de su respuesta. Recibe el anuncio del ángel en templo de Jerusalén, en el altar delante del «Santo de los San (cf. Ex 30,6-8); el ángel se dirige a él mientras ofrece el incie por tanto, durante el cumplimiento de su función sacerdotal, e momento importante de su vida; se le comunica la decisión d durante una visión. Estas circunstancias particulares favorece comprensión más fácil de la autenticidad divina del mensaje y un motivo de aliento para aceptarlo prontamente. Por el contrario, el anuncio a María tiene lugar en un contexto simple y ordinario, sin los elementos externos de carácter sag que están presentes en el anuncio a Zacarías. San Lucas no i el lugar preciso en el que se realiza la anunciación del nacim del Señor; refiere, solamente, que María se hallaba en Naza aldea poco importante, que no parece predestinada a ese acontecimiento. Además, el evangelista no atribuye espec importancia al momento en que el ángel se presenta, dado qu precisa las circunstancias históricas. En el contacto con e mensajero celestial, la atención se centra en el contenido de palabras, que exigen a María una escucha intensa y una fe p Esta última consideración nos permite apreciar la grandeza de de María, sobre todo si la comparamos con la tendencia a p con insistencia, tanto ayer como hoy, signos sensibles para c Al contrario, la aceptación de la voluntad divina por parte de Virgen está motivada sólo por su amor a Dios. 3. A María se le propone que acepte una verdad mucho más que la anunciada a Zacarías. Éste fue invitado a creer en u nacimiento maravilloso que se iba a realizar dentro de una u matrimonial estéril, que Dios quería fecundar. Se trata de u intervención divina análoga a otras que habían recibido algu mujeres del Antiguo Testamento: Sara (Gn 17,15-21; 18,10- Raquel (Gn 30,22), la madre de Sansón (Jc 13,1-7) y Ana, madre de Samuel (1 S 1,11-20). En estos episodios se subra sobre todo, la gratuidad del don de Dios. María es invitada a creer en una maternidad virginal, de la qu Antiguo Testamento no recuerda ningún precedente. En real el conocido oráculo de Isaías: «He aquí que una doncella e encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel» (Is 7,14), aunque no excluye esta perspectiva, ha interpretado explícitamente en este sentido sólo después de venida de Cristo, y a la luz de la revelación evangélica. A María se le pide que acepte una verdad jamás enunciada a Ella la acoge con sencillez y audacia. Con la pregunta: «¿Có será esto?», expresa su fe en el poder divino de conciliar virginidad con su maternidad única y excepcional. Respondiendo: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder Altísimo te cubrirá con su sombra» (Lc 1,35), el ángel da la ine solución de Dios a la pregunta formulada por María. La virgin que parecía un obstáculo, resulta ser el contexto concreto en el Espíritu Santo realizará en ella la concepción del Hijo de D encarnado. La respuesta del ángel abre el camino a la cooper de la Virgen con el Espíritu Santo en la generación de Jesú 4. En la realización del designio divino se da la libre colabora de la persona humana. María, creyendo en la palabra del Se coopera en el cumplimiento de la maternidad anunciada. Los Padres de la Iglesia subrayan a menudo este aspecto d concepción virginal de Jesús. Sobre todo san Agustín, comen el evangelio de la Anunciación, afirma: «El ángel anuncia, la V escucha, cree y concibe» (Sermo 13 in Nat. Dom.). Y añad «Cree la Virgen en el Cristo que se le anuncia, y la fe le trae seno; desciende la fe a su corazón virginal antes que a su entrañas la fecundidad maternal» (Sermo 293). El acto de fe de María nos recuerda la fe de Abraham, que comienzo de la antigua alianza creyó en Dios, y se convirtió a padre de una descendencia numerosa (cf. Gn 15,6; Redemp Mater, 14). Al comienzo de la nueva alianza también María, c fe, ejerce un influjo decisivo en la realización del misterio de Encarnación, inicio y síntesis de toda la misión redentora de J La estrecha relación entre fe y salvación, que Jesús puso d relieve durante su vida pública (cf. Mc 5,34; 10,52; etc.), nos a a comprender también el papel fundamental que la fe de Mar desempeñado y sigue desempeñando en la salvación del gé humano. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 5-V La esclava obediente del Señor Catequesis de Juan Pablo II (4-IX-96) 1. Las palabras de María en la Anunciación: «He aquí la esc del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), ponen manifiesto una actitud característica de la religiosidad hebre Moisés, al comienzo de la antigua alianza, como respuesta llamada del Señor, se había declarado su siervo (cf. Ex 4,1 14,31). Al llegar la nueva alianza, también María responde a con un acto de libre sumisión y de consciente abandono a voluntad, manifestando plena disponibilidad a ser «la esclava Señor». La expresión «siervo» de Dios se aplica en el Antiguo Testam a todos los que son llamados a ejercer una misión en favor pueblo elegido: Abraham (Gn 26,24), Isaac (Gn 24,14) Jacob 32,13; Ez 37,25), Josué (Jos 24,29), David (2 Sm 7,8) etc. S siervos también los profetas y los sacerdotes, a quienes s encomienda la misión de formar al pueblo para el servicio fie Señor. El libro del profeta Isaías exalta en la docilidad del «S sufriente» un modelo de fidelidad a Dios con la esperanza rescate por los pecados del pueblo (cf, Is 42-53). También alg mujeres brindan ejemplos de fidelidad, como la reina Ester, q antes de interceder por la salvación de los hebreos, dirige u oración a Dios, llamándose varias veces «tu sierva» (Est 4,1 2. María, la «llena de gracia», al proclamarse «esclava del Se desea comprometerse a realizar personalmente de modo per el servicio que Dios espera de todo su pueblo. Las palabras: aquí la esclava del Señor» anuncian a Aquel que dirá de sí m «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,45; cf. Mt 20, Así, el Espíritu Santo realiza entre la Madre y el Hijo una arm de disposiciones íntimas, que permitirá a María asumir plenam su función materna con respecto a Jesús, acompañándolo e misión de Siervo. En la vida de Jesús, la voluntad de servir es constante y sorprendente. En efecto, como Hijo de Dios, hubiera podido razón hacer que le sirvieran. Al atribuirse el título de «Hijo d hombre», a propósito del cual el libro de Daniel afirma: «Todo pueblos, naciones y lenguas le servirán» (Dn 7,14), hubiera p exigir el dominio sobre los demás. Por el contrario, al rechaz mentalidad de su tiempo manifestada mediante la aspiración d discípulos a ocupar los primeros lugares (cf. Mc 9,34) y medi la protesta de Pedro durante el lavatorio de los pies (cf. Jn 1 Jesús no quiere ser servido, sino que desea servir hasta el p de entregar totalmente su vida en la obra de la redención 3. También María, aun teniendo conciencia de la altísima dign que se le había concedido, ante el anuncio del ángel se decla forma espontánea «esclava del Señor». En este compromiso servicio ella incluye también su propósito de servir al prójimo, lo demuestra la relación que guardan el episodio de la Anunci y el de la Visitación: cuando el ángel le informa de que Isab espera el nacimiento de un hijo, María se pone en camino y prisa» (Lc 1,39) acude a Galilea para ayudar a su prima en preparativos del nacimiento del niño, con plena disponibilidad brinda a los cristianos de todos los tiempos un modelo sublim servicio. Las palabras «Hágase en mi según tu palabra» (Lc 1,38) manifiestan en María, que se declara esclava del Señor, u obediencia total a la voluntad de Dios. El optativo «hágase (génoito), que usa san Lucas, no sólo expresa aceptación, s también acogida convencida del proyecto divino, hecho propio el compromiso de todos sus recursos personales. 4. María, acogiendo plenamente la voluntad divina, anticipa y suya la actitud de Cristo que, según la carta a los Hebreos, entrar en el mundo, dice: «Sacrificio y oblación no quisiste; p me has formado un cuerpo (...). Entonces dije: ¡He aquí que v (...) a hacer, oh Dios, tu voluntad!» (Hb 10,5-7; Sal 40,7-9 Además, la docilidad de María anuncia y prefigura la que manifestará Jesús durante su vida pública hasta el Calvario. C dirá: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviad llevar a cabo su obra» (Jn 4,34). En esta misma línea, María de la voluntad del Padre el principio inspirador de toda su vi buscando en ella la fuerza necesaria para el cumplimiento d misión que se le confió. Aunque en el momento de la Anunciación María no conoce a sacrificio que caracterizará la misión de Cristo, la profecía Simeón le hará vislumbrar el trágico destino de su Hijo (cf. Lc 35). La Virgen se asociará a él con íntima participación. Con obediencia plena a la voluntad de Dios, María está dispuesta todo lo que el amor divino tiene previsto para su vida, hasta «espada» que atravesará su alma. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 6-I María, nueva Eva Catequesis de Juan Pablo II (18-IX-96) 1. El concilio Vaticano II, comentando el episodio de la Anunciación, subraya de modo especial el valor del consentim de María a las palabras del mensajero divino. A diferencia cuanto sucede en otras narraciones bíblicas semejantes, el á lo espera expresamente: «El Padre de las misericordias quiso el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Ma precediera a la Encarnación para que, así como una muje contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera vida» (Lumen gentium, 56). La Lumen gentium recuerda el contraste entre el modo de ac de Eva y el de María, que san Ireneo ilustra así: «De la mis manera que aquella -es decir, Eva- había sido seducida po discurso de un ángel, hasta el punto de alejarse de Dios desobedeciendo a su palabra, así ésta -es decir, María- recib buena nueva por el discurso de un ángel, para llevar en su se Dios, obedeciendo a su palabra; y como aquélla había sid seducida para desobedecer a Dios, ésta se dejó convence obedecer a Dios; por ello, la Virgen María se convirtió en abo de la virgen Eva. Y de la misma forma que el género huma había quedado sujeto a la muerte a causa de una virgen, f librado de ella por una Virgen; así la desobediencia de una vi fue contrarrestada por la obediencia de una Virgen...» (Adv. H 5, 19, 1). 2. Al pronunciar su «sí» total al proyecto divino, María es plenamente libre ante Dios. Al mismo tiempo, se siente personalmente responsable ante la humanidad, cuyo futuro vinculado a su respuesta. Dios pone el destino de todos en las manos de una joven. El de María es la premisa para que se realice el designio que Dio su amor, trazó para la salvación del mundo. El Catecismo de la Iglesia católica resume de modo sintétic eficaz el valor decisivo para toda la humanidad del consentim libre de María al plan divino de la salvación: «La Virgen Ma colaboró por su fe y obediencia libres a la salvación de lo hombres. Ella pronunció su "fiat" "ocupando el lugar de toda naturaleza humana". Por su obediencia, ella se convirtió en nueva Eva, madre de los vivientes» (n. 511). 3. Así pues, María, con su modo de actuar, nos recuerda la g responsabilidad que cada uno tiene de acoger el plan divino s la propia vida. Obedeciendo sin reservas a la voluntad salvífic Dios que se le manifestó a través de las palabras del ángel, presenta como modelo para aquellos a quienes el Señor proc bienaventurados, porque «oyen la palabra de Dios y la guard (Lc 11,28). Jesús, respondiendo a la mujer que, en medio d multitud, proclama bienaventurada a su madre, muestra l verdadera razón de ser de la bienaventuranza de María: s adhesión a la voluntad de Dios, que la llevó a aceptar la maternidad divina. En la encíclica Redemptoris Mater puse de relieve que la nu maternidad espiritual, de la que habla Jesús, se refiere ante precisamente a ella. En efecto, «¿no es tal vez María la prim entre "aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen por consiguiente, ¿no se refiere sobre todo a ella aquella bend pronunciada por Jesús en respuesta a las palabras de la mu anónima?» (n. 20). Así, en cierto sentido, a María se la procla primera discípula de su Hijo (cf. ib.) y, con su ejemplo, invit todos los creyentes a responder generosamente a la gracia Señor. 4. El concilio Vaticano II destaca la entrega total de María a persona y a la obra de Cristo: «Se entregó totalmente a sí mi como esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo. C y en dependencia de él, se puso, por la gracia de Dios todopoderoso, al servicio del misterio de la redención» (Lum gentium, 56). Para María, la entrega a la persona y a la obra de Jesús signi unión íntima con su Hijo, el compromiso materno de cuidar d crecimiento humano y la cooperación en su obra de salvaci María realiza este último aspecto de su entrega a Jesús e dependencia de él, es decir, en una condición de subordinac que es fruto de la gracia. Pero se trata de una verdadera cooperación, porque se realiza con él e implica, a partir de anunciación, una participación activa en la obra redentora. « razón, pues, -afirma el concilio Vaticano II- creen los santos P que Dios no utilizó a María como un instrumento puramen pasivo, sino que ella colaboró por su fe y obediencia libres a salvación de los hombres. Ella, en efecto, como dice san Ire "por su obediencia fue causa de la salvación propia y de la de el género humano" (Adv. Haer., 3, 22, 4)» (ib.) María, asociada a la victoria de Cristo sobre el pecado de nue primeros padres, aparece como la verdadera «madre de lo vivientes» (ib.). Su maternidad, aceptada libremente por obediencia al designio divino, se convierte en fuente de vida la humanidad entera. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 20La Inmaculada Concepción de la Virgen María Catequesis de Juan Pablo II . María en el Protoevangelio Catequesis de Juan Pablo II (24-I-96) 1. «Los libros del Antiguo Testamento describen la historia d salvación en la que se va preparando, paso a paso, la venid Cristo al mundo. Estos primeros documentos, tal como se lee la Iglesia y se interpretan a la luz de la plena revelación ulte iluminan poco a poco con más claridad la figura de la mujer, M del Redentor» (Lumen gentium, 55). Con estas afirmaciones, el concilio Vaticano II nos recuerda c se fue delineando la figura de María desde los comienzos d historia de la salvación. Ya se vislumbra en los textos del Ant Testamento, pero sólo se entiende plenamente cuando es textos se leen en la Iglesia y se comprenden a la luz del Nu Testamento. En efecto, el Espíritu Santo, al inspirar a los diversos autor humanos, orientó la Revelación veterotestamentaria hacia Cr que se encarnaría en el seno de la Virgen María. 2. Entre las palabras bíblicas que preanunciaron a la Madre Redentor, el Concilio cita, ante todo, aquellas con las que D después de la caída de Adán y Eva, revela su plan de salvac El Señor dice a la serpiente, figura del espíritu del mal: «Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su lin él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar» (Gn 3 Esas expresiones, denominadas por la tradición cristiana, des siglo XVI, Protoevangelio, es decir, primera buena nueva, de entrever la voluntad salvífica de Dios ya desde los orígenes d humanidad. En efecto, frente al pecado, según la narración autor sagrado, la primera reacción del Señor no consistió e castigar a los culpables, sino en abrirles una perspectiva d salvación y comprometerlos activamente en la obra redento mostrando su gran generosidad también hacia quienes lo ha ofendido. Las palabras del Protoevangelio revelan, además, el singu destino de la mujer que, a pesar de haber precedido al homb ceder ante la tentación de la serpiente, luego se convierte, virtud del plan divino, en la primera aliada de Dios. Eva fue aliada de la serpiente para arrastrar al hombre al pecado. D anuncia que, invirtiendo esta situación, él hará de la mujer enemiga de la serpiente. 3. Los exegetas concuerdan en reconocer que el texto de Génesis, según el original hebreo, no atribuye directamente mujer la acción contra la serpiente, sino a su linaje. De tod modos, el texto da gran relieve al papel que ella desempeñar la lucha contra el tentador: su linaje será el vencedor de l serpiente. ¿Quién es esta mujer? El texto bíblico no refiere su nombr personal, pero deja vislumbrar una mujer nueva, querida por para reparar la caída de Eva: ella está llamada a restaurar el y la dignidad de la mujer, y a contribuir al cambio del destino humanidad, colaborando mediante su misión materna a la vic divina sobre Satanás. 4. A la luz del Nuevo Testamento y de la tradición de la Igle sabemos que la mujer nueva anunciada por el Protoevangeli María, y reconocemos en «su linaje» (Gn 3,15), su hijo, Jes triunfador en el misterio de la Pascua sobre el poder de Sata Observemos, asimismo, que la enemistad puesta por Dios en serpiente y la mujer se realiza en María de dos maneras. E aliada perfecta de Dios y enemiga del diablo, fue librada completamente del dominio de Satanás en su concepción inmaculada, cuando fue modelada en la gracia por el Espír Santo y preservada de toda mancha de pecado. Además, M asociada a la obra salvífica de su Hijo, estuvo plenament comprometida en la lucha contra el espíritu del mal. Así, los títulos de Inmaculada Concepción y Cooperadora d Redentor, que la fe de la Iglesia ha atribuido a María para proclamar su belleza espiritual y su íntima participación en la admirable de la Redención, manifiestan la oposición irreduct entre la serpiente y la nueva Eva. 5. Los exegetas y teólogos consideran que la luz de la nueva María, desde las páginas del Génesis se proyecta sobre tod economía de la salvación, y ven ya en ese texto el vínculo q existe entre María y la Iglesia. Notemos aquí con alegría qu término mujer, usado en forma genérica por el texto del Gén impulsa a asociar con la Virgen de Nazaret y su tarea en la o de la salvación especialmente a las mujeres, llamadas, segú designio divino, a comprometerse en la lucha contra el espírit mal. Las mujeres que, como Eva, podrían ceder ante la seducció Satanás, por la solidaridad con María reciben una fuerza sup para combatir al enemigo, convirtiéndose en las primeras alia de Dios en el camino de la salvación. Esta alianza misteriosa de Dios con la mujer se manifiesta múltiples formas también en nuestros días: en la asiduidad d mujeres a la oración personal y al culto litúrgico, en el servici la catequesis y en el testimonio de la caridad, en las numero vocaciones femeninas a la vida consagrada, en la educaci religiosa en familia... Todos estos signos constituyen una realización muy concreta oráculo del Protoevangelio, que, sugiriendo una extensión universal de la palabra mujer, dentro y más allá de los confi visibles de la Iglesia, muestra que la vocación única de Marí inseparable de la vocación de la humanidad y, en particular, de toda mujer, que se ilumina con la misión de María, proclam primera aliada de Dios contra Satanás y el mal. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 26 María, la «llena de gracia» Catequesis de Juan Pablo II (8-V-96) 1. En el relato de la Anunciación, la primera palabra del salud ángel -Alégrate- constituye una invitación a la alegría que rem los oráculos del Antiguo Testamento dirigidos a la hija de Sió hemos puesto de relieve en la catequesis anterior, explican también los motivos en los que se funda esa invitación: la presencia de Dios en medio de su pueblo, la venida del re mesiánico y la fecundidad materna. Estos motivos encuentra María su pleno cumplimiento. El ángel Gabriel, dirigiéndose a la Virgen de Nazaret, despué saludo «alégrate», la llama «llena de gracia». Esas palabras texto griego: «alégrate» y «llena de gracia», tienen entre sí profunda conexión: María es invitada a alegrarse sobre tod porque Dios la ama y la ha colmado de gracia con vistas a maternidad divina. La fe de la Iglesia y la experiencia de los santos enseñan qu gracia es la fuente de alegría y que la verdadera alegría vien Dios. En María, como en los cristianos, el don divino es caus un profundo gozo. 2. «Llena de gracia»: esta palabra dirigida a María se prese como una calificación propia de la mujer destinada a conver en la madre de Jesús. Lo recuerda oportunamente la constitu Lumen gentium, cuando afirma: «La Virgen de Nazaret e saludada por el ángel de la Anunciación, por encargo de Di como "llena de gracia"» (n. 56). El hecho de que el mensajero celestial la llame así confiere saludo angélico un valor más alto: es manifestación del miste plan salvífico de Dios con relación a María. Como escribí en encíclica Redemptoris Mater: «La plenitud de gracia indica dádiva sobrenatural, de la que se beneficia María porque ha elegida y destinada a ser Madre de Cristo» (n. 9). Llena de gracia es el nombre que María tiene a los ojos de D En efecto, el ángel, según la narración del evangelista san Lu lo usa incluso antes de pronunciar el nombre de María, ponie así de relieve el aspecto principal que el Señor ve en la personalidad de la Virgen de Nazaret. La expresión «llena de gracia» traduce la palabra griega "kexaritomene", la cual es un participio pasivo. Así pues, pa expresar con más exactitud el matiz del término griego, no debería decir simplemente llena de gracia, sino «hecha llena gracia» o «colmada de gracia», lo cual indicaría claramente q trata de un don hecho por Dios a la Virgen. El término, en la f de participio perfecto, expresa la imagen de una gracia perfe duradera que implica plenitud. El mismo verbo, en el significa «colmar de gracia», es usado en la carta a los Efesios para in la abundancia de gracia que nos concede el Padre en su H amado (cf. Ef 1,6). María la recibe como primicia de la Reden (cf. Redemptoris Mater, 10). 3. En el caso de la Virgen, la acción de Dios resulta ciertame sorprendente. María no posee ningún título humano para reci anuncio de la venida del Mesías. Ella no es el sumo sacerdo representante oficial de la religión judía, y ni siquiera un hom sino una joven sin influjo en la sociedad de su tiempo. Ademá originaria de Nazaret, aldea que nunca cita el Antiguo Testam y que no debía gozar de buena fama, como lo dan a entende palabras de Natanael que refiere el evangelio de san Juan: « Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1,46). El carácter extraordinario y gratuito de la intervención de D resulta aún más evidente si se compara con el texto del evan de san Lucas que refiere el episodio de Zacarías. Ese pasaje de relieve la condición sacerdotal de Zacarías, así como l ejemplaridad de vida, que hace de él y de su mujer Isabel mo de los justos del Antiguo Testamento: «Caminaban sin tacha todos los mandamientos y preceptos del Señor» (Lc 1,6) En cambio, ni siquiera se alude al origen de María. En efecto expresión «de la casa de David» (Lc 1,27) se refiere sólo a J No se dice nada de la conducta de María. Con esa elecció literaria, san Lucas destaca que en ella todo deriva de una gr soberana. Cuanto le ha sido concedido no proviene de ning título de mérito, sino únicamente de la libre y gratuita predilec divina. 4. Al actuar así, el evangelista ciertamente no desea poner duda el excelso valor personal de la Virgen santa. Más bie quiere presentar a María como puro fruto de la benevolencia Dios, quien tomó de tal manera posesión de ella, que la hiz como dice el ángel, llena de gracia. Precisamente la abunda de gracia funda la riqueza espiritual oculta en María. En el Antiguo Testamento, Yahveh manifiesta la sobreabunda de su amor de muchas maneras y en numerosas circunstanc En María, en los albores del Nuevo Testamento, la gratuidad misericordia divina alcanza su grado supremo. En ella la predilección de Dios, manifestada al pueblo elegido y en parti a los humildes y a los pobres, llega a su culmen. La Iglesia, alimentada por la palabra del Señor y por la experi de los santos, exhorta a los creyentes a dirigir su mirada hac Madre del Redentor y a sentirse como ella amados por Dios. invita a imitar su humildad y su pobreza, para que, siguiendo ejemplo y gracias a su intercesión, puedan perseverar en la g divina que santifica y transforma los corazones. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 10- La santidad perfecta de María Catequesis de Juan Pablo II (15-V-96) 1. En María, llena de gracia, la Iglesia ha reconocido a la «to santa, libre de toda mancha de pecado, (...) enriquecida desd primer instante de su concepción con una resplandecient santidad del todo singular» (Lumen gentium, 56). Este reconocimiento requirió un largo itinerario de reflexió doctrinal, que llevó a la proclamación solemne del dogma d Inmaculada Concepción. El término «hecha llena de gracia» que el ángel aplica a Marí la Anunciación se refiere al excepcional favor divino concedid joven de Nazaret con vistas a la maternidad anunciada, pe indica más directamente el efecto de la gracia divina en Ma pues fue colmada, de forma íntima y estable, por la gracia div por tanto, santificada. El calificativo «llena de gracia» tiene significado densísimo, que el Espíritu Santo ha impulsado sie a la Iglesia a profundizar. 2. En la catequesis anterior puse de relieve que en el saludo ángel la expresión llena de gracia equivale prácticamente a nombre: es el nombre de María a los ojos de Dios. Según costumbre semítica, el nombre expresa la realidad de las pers y de las cosas a que se refiere. Por consiguiente, el título llen gracia manifiesta la dimensión más profunda de la personalid la joven de Nazaret: de tal manera estaba colmada de gracia objeto del favor divino, que podía ser definida por esta predile especial. El Concilio recuerda que a esa verdad aludían los Padres d Iglesia cuando llamaban a María la toda santa, afirmando al m tiempo que era «una criatura nueva, creada y formada por Espíritu Santo» (Lumen gentium, 56). La gracia, entendida en su sentido de gracia santificante que a cabo la santidad personal, realizó en María la nueva creac haciéndola plenamente conforme al proyecto de Dios. 3. Así, la reflexión doctrinal ha podido atribuir a María una perfección de santidad que, para ser completa, debía abarc necesariamente el origen de su vida. A esta pureza original parece que se refería un obispo de Palestina, que vivió entre los años 550 y 650, Theoteknos Livias. Presentando a María como «santa y toda hermosa», « y sin mancha», alude a su nacimiento con estas palabras: «N como los querubines la que está formada por una arcilla pur inmaculada» (Panegírico para la fiesta de la Asunción, 5-6 Esta última expresión, recordando la creación del primer hom formado por una arcilla no manchada por el pecado, atribuy nacimiento de María las mismas características: también el o de la Virgen fue puro e inmaculado, es decir, sin ningún peca Además, la comparación con los querubines reafirma la excel de la santidad que caracterizó la vida de María ya desde el in de su existencia. La afirmación de Theoteknos marca una etapa significativa d reflexión teológica sobre el misterio de la Madre del Señor. Padres griegos y orientales habían admitido una purificació realizada por la gracia en María tanto antes de la Encarnac (san Gregorio Nacianceno, Oratio 38,16) como en el mome mismo de la Encarnación (san Efrén, Javeriano de Gabala Santiago de Sarug). Theoteknos de Livias parece exigir para M una pureza absoluta ya desde el inicio de su vida. En efecto mujer que estaba destinada a convertirse en Madre del Salv no podía menos de tener un origen perfectamente santo, s mancha alguna. 4. En el siglo VIII, Andrés de Creta es el primer teólogo que v el nacimiento de María una nueva creación. Argumenta así: « la humanidad, en todo el resplandor de su nobleza inmacula recibe su antigua belleza. Las vergüenzas del pecado habí oscurecido el esplendor y el atractivo de la naturaleza huma pero cuando nace la Madre del Hermoso por excelencia, es naturaleza recupera, en su persona, sus antiguos privilegios, formada según un modelo perfecto y realmente digno de Dios Hoy comienza la reforma de nuestra naturaleza, y el mund envejecido, que sufre una transformación totalmente divina, r las primicias de la segunda creación» (Sermón I, sobre e nacimiento de María). Más adelante, usando la imagen de la arcilla primitiva, afirma cuerpo de la Virgen es una tierra que Dios ha trabajado, la primicias de la masa adamítica divinizada en Cristo, la imag realmente semejante a la belleza primitiva, la arcilla modelad las manos del Artista divino» (Sermón I, sobre la dormición María). La Concepción pura e inmaculada de María aparece así com inicio de la nueva creación. Se trata de un privilegio person concedido a la mujer elegida para ser la Madre de Cristo, q inaugura el tiempo de la gracia abundante, querido por Dios la humanidad entera. Esta doctrina, recogida en el mismo siglo VIII por san Germá Constantinopla y por san Juan Damasceno, ilumina el valor d santidad original de María, presentada como el inicio de l redención del mundo. De este modo, la reflexión eclesial ha recibido y explicitado sentido auténtico del título llena de gracia, que el ángel atribu la Virgen santa. María está llena de gracia santificante, y lo e desde el primer momento de su existencia. Esta gracia, segú carta a los Efesios (Ef 1,6), es otorgada en Cristo a todos l creyentes. La santidad original de María constituye el mode insuperable del don y de la difusión de la gracia de Cristo en mundo. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 17***** La Inmaculada Concepción Catequesis de Juan Pablo II (29-V-96) 1. En la reflexión doctrinal de la Iglesia de Oriente, la expresión llena de gracia, como hemos visto en las anteriores catequesis, fue interpretada, ya desde el siglo VI, en el sentido de una santidad singular que reina en María durante toda su existencia. Ella inaugura así la nueva creación. Además del relato lucano de la Anunciación, la Tradición y el Magisterio han considerado el así llamado Protoevangelio (Gn 3,15) como una fuente escriturística de la verdad de la Inmaculada Concepción de María. Ese texto, a partir de la antigua versión latina: «Ella te aplasta cabeza», ha inspirado muchas representaciones de la Inmacu que aplasta a la serpiente bajo sus pies. Ya hemos recordado con anterioridad que esta traducción corresponde al texto hebraico, en el que quien pisa la cabeza serpiente no es la mujer, sino su linaje, su descendiente. E texto, por consiguiente, no atribuye a María, sino a su Hijo victoria sobre Satanás. Sin embargo, dado que la concepci bíblica establece una profunda solidaridad entre el progenitor descendencia, es coherente con el sentido original del pasa representación de la Inmaculada que aplasta a la serpiente, n virtud propia sino de la gracia del Hijo. 2. En el mismo texto bíblico, además, se proclama la enemis entre la mujer y su linaje, por una parte, y la serpiente y s descendencia, por otra. Se trata de una hostilidad expresam establecida por Dios, que cobra un relieve singular si consideramos la cuestión de la santidad personal de la Virg Para ser la enemiga irreconciliable de la serpiente y de su lin María debía estar exenta de todo dominio del pecado. Y es desde el primer momento de su existencia. A este respecto, la encíclica Fulgens corona, publicada por Papa Pío XII en 1953 para conmemorar el centenario de l definición del dogma de la Inmaculada Concepción, argume así: «Si en un momento determinado la santísima Virgen Ma hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sid contaminada en su concepción por la mancha hereditaria d pecado, entre ella y la serpiente no habría ya -al menos dura ese período de tiempo, por más breve que fuera- la enemis eterna de la que se habla desde la tradición primitiva hasta solemne definición de la Inmaculada Concepción, sino más cierta servidumbre» (AAS 45 [1953], 579). La absoluta enemistad puesta por Dios entre la mujer y el dem exige, por tanto, en María la Inmaculada Concepción, es decir ausencia total de pecado, ya desde el inicio de su vida. El Hi María obtuvo la victoria definitiva sobre Satanás e hizo benefi anticipadamente a su Madre, preservándola del pecado. Co consecuencia, el Hijo le concedió el poder de resistir al demo realizando así en el misterio de la Inmaculada Concepción el notable efecto de su obra redentora. 3. El apelativo llena de gracia y el Protoevangelio, al atraer nu atención hacia la santidad especial de María y hacia el hech que fue completamente librada del influjo de Satanás, nos ha intuir en el privilegio único concedido a María por el Señor el de un nuevo orden, que es fruto de la amistad con Dios y q implica, en consecuencia, una enemistad profunda entre l serpiente y los hombres. Como testimonio bíblico en favor de la Inmaculada Concepció María, se suele citar también el capítulo 12 del Apocalipsis, e que se habla de la «mujer vestida de sol» (Ap 12,1). La exég actual concuerda en ver en esa mujer a la comunidad del pu de Dios, que da a luz con dolor al Mesías resucitado. Pero además de la interpretación colectiva, el texto sugiere también individual, cuando afirma: «La mujer dio a luz un hijo varón, e ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro» (Ap 12 Así, haciendo referencia al parto, se admite cierta identificació la mujer vestida de sol con María, la mujer que dio a luz al Me La mujer-comunidad está descrita con los rasgos de la muj Madre de Jesús. Caracterizada por su maternidad, la mujer «está encinta, y g con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz» (Ap 1 Esta observación remite a la Madre de Jesús al pie de la cruz Jn 19,25), donde participa, con el alma traspasada por la esp (cf. Lc 2,35), en los dolores del parto de la comunidad de l discípulos. A pesar de sus sufrimientos, está vestida de sol, decir, lleva el reflejo del esplendor divino, y aparece como si grandioso de la relación esponsal de Dios con su pueblo Estas imágenes, aunque no indican directamente el privilegio Inmaculada Concepción, pueden interpretarse como expresió la solicitud amorosa del Padre que llena a María con la graci Cristo y el esplendor del Espíritu. Por último, el Apocalipsis invita a reconocer más particularme dimensión eclesial de la personalidad de María: la mujer ves de sol representa la santidad de la Iglesia, que se realiza plenamente en la santísima Virgen, en virtud de una graci singular. 4. A esas afirmaciones escriturísticas, en las que se basan Tradición y el Magisterio para fundamentar la doctrina de Inmaculada Concepción, parecerían oponerse los textos bíb que afirman la universalidad del pecado. El Antiguo Testamento habla de un contagio del pecado qu afecta a «todo nacido de mujer» (Sal 50,7; Jb 14,2). En el Nu Testamento, san Pablo declara que, como consecuencia de culpa de Adán, «todos pecaron» y que «el delito de uno solo a sobre todos los hombres la condenación» (Rm 5,12.18). P consiguiente, como recuerda el Catecismo de la Iglesia católi pecado original «afecta a la naturaleza humana», que se encuentra así «en un estado caído». Por eso, el pecado s transmite «por propagación a toda la humanidad, es decir, p transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad la justicia originales» (n. 404). San Pablo admite una excepció esa ley universal: Cristo, que «no conoció pecado» (2 Cor 5,2 así pudo hacer que sobreabundara la gracia «donde abund pecado» (Rm 5,20). Estas afirmaciones no llevan necesariamente a concluir que M forma parte de la humanidad pecadora. El paralelismo que Pablo establece entre Adán y Cristo se completa con el qu establece entre Eva y María: el papel de la mujer, notable e drama del pecado, lo es también en la redención de la human San Ireneo presenta a María como la nueva Eva que, con su su obediencia, contrapesa la incredulidad y la desobediencia Eva. Ese papel en la economía de la salvación exige la ause de pecado. Era conveniente que, al igual que Cristo, nuevo A también María, nueva Eva, no conociera el pecado y fuera as apta para cooperar en la redención. El pecado, que como torrente arrastra a la humanidad, se de ante el Redentor y su fiel colaboradora. Con una diferenci sustancial: Cristo es totalmente santo en virtud de la gracia qu su humanidad brota de la persona divina; y María es totalme santa en virtud de la gracia recibida por los méritos del Salva [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 31***** María Inmaculada, redimida por preservación del pecado Catequesis de Juan Pablo II (5-VI-96) 1. La doctrina de la santidad perfecta de María desde el prim instante de su concepción encontró cierta resistencia en Occidente, y eso se debió a la consideración de las afirmacio de san Pablo sobre el pecado original y sobre la universalida pecado, recogidas y expuestas con especial vigor por san Ag El gran doctor de la Iglesia se daba cuenta, sin duda, de qu condición de María, madre de un Hijo completamente santo, e una pureza total y una santidad extraordinaria. Por esto, en controversia con Pelagio, declaraba que la santidad de Ma constituye un don excepcional de gracia, y afirmaba a est respecto: «Exceptuando a la santa Virgen María, acerca de cual, por el honor debido a nuestro Señor, cuando se trata pecados, no quiero mover absolutamente ninguna cuestió porque sabemos que a ella le fue conferida más gracia pa vencer por todos sus flancos al pecado, pues mereció conce dar a luz al que nos consta que no tuvo pecado alguno» (D natura et gratia, 42). San Agustín reafirmó la santidad perfecta de María y la ause en ella de todo pecado personal a causa de la excelsa dignida Madre del Señor. Con todo, no logró entender cómo la afirma de una ausencia total de pecado en el momento de la concep podía conciliarse con la doctrina de la universalidad del pec original y de la necesidad de la redención para todos los descendientes de Adán. A esa consecuencia llegó, luego, inteligencia cada vez más penetrante de la fe de la Iglesia aclarando cómo se benefició María de la gracia redentora Cristo ya desde su concepción. 2. En el siglo IX se introdujo también en Occidente la fiesta d Concepción de María, primero en el sur de Italia, en Nápole luego en Inglaterra. Hacia el año 1128, un monje de Cantorbery, Eadmero, escrib el primer tratado sobre la Inmaculada Concepción, lamentaba la relativa celebración litúrgica, grata sobre todo a aquellos «e que se encontraba una pura sencillez y una devoción más hu a Dios» (Tract. de conc. B.M.V., 1-2), había sido olvidada suprimida. Deseando promover la restauración de la fiesta, piadoso monje rechaza la objeción de san Agustín contra privilegio de la Inmaculada Concepción, fundada en la doctrin la transmisión del pecado original en la generación human Recurre oportunamente a la imagen de la castaña «que e concebida, alimentada y formada bajo las espinas, pero qu pesar de eso queda al resguardo de sus pinchazos» (ib., 1 Incluso bajo las espinas de una generación que de por sí deb transmitir el pecado original -argumenta Eadmero-, María permaneció libre de toda mancha, por voluntad explícita de D que «lo pudo, evidentemente, y lo quiso. Así pues, si lo quis hizo» (ib.). A pesar de Eadmero, los grandes teólogos del siglo XIII hicie suyas las dificultades de san Agustín, argumentando así: redención obrada por Cristo no sería universal si la condición pecado no fuese común a todos los seres humanos. Y si Mar hubiera contraído la culpa original, no hubiera podido ser rescatada. En efecto, la redención consiste en librar a quien encuentra en estado de pecado. 3. Duns Escoto, siguiendo a algunos teólogos del siglo XII, br la clave para superar estas objeciones contra la doctrina de Inmaculada Concepción de María. Sostuvo que Cristo, el med perfecto, realizó precisamente en María el acto de mediación excelso, preservándola del pecado original. De ese modo, introdujo en la teología el concepto de redenc preservadora, según la cual María fue redimida de modo aún admirable: no por liberación del pecado, sino por preservació pecado. La intuición del beato Juan Duns Escoto, llamado a continuac «doctor de la Inmaculada», obtuvo, ya desde el inicio del siglo una buena acogida por parte de los teólogos, sobre todo franciscanos. Después de que el Papa Sixto IV aprobara, en 1 la misa de la Concepción, esa doctrina fue cada vez más ace en las escuelas teológicas. Ese providencial desarrollo de la liturgia y de la doctrina prepa definición del privilegio mariano por parte del Magisterio supr Ésta tuvo lugar sólo después de muchos siglos, bajo el impuls una intuición de fe fundamental: la Madre de Cristo debía s perfectamente santa desde el origen de su vida. 4. La afirmación del excepcional privilegio concedido a María claramente de manifiesto que la acción redentora de Cristo no libera, sino también preserva del pecado. Esa dimensión d preservación, que es total en María, se halla presente en intervención redentora a través de la cual Cristo, liberando pecado, da al hombre también la gracia y la fuerza para venc influjo en su existencia. De ese modo, el dogma de la Inmaculada Concepción de Mar ofusca, sino que más bien contribuye admirablemente a po mejor de relieve los efectos de la gracia redentora de Cristo e naturaleza humana. A María, primera redimida por Cristo, que tuvo el privilegio d quedar sometida ni siquiera por un instante al poder del mal pecado, miran los cristianos como al modelo perfecto y a imagen de la santidad (cf. Lumen gentium, 65) que están llam a alcanzar, con la ayuda de la gracia del Señor, en su vida [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 7-V La Virginidad de María, Madre de Dios Catequesis de Juan Pablo II . La Virginidad de María, verdad de fe Catequesis de Juan Pablo II (10-VII-96) 1. La Iglesia ha considerado constantemente la virginidad de M una verdad de fe, acogiendo y profundizando el testimonio d evangelios de san Lucas, san Marcos y, probablemente, tam san Juan. En el episodio de la Anunciación, el evangelista san Lucas lla María «virgen», refiriendo tanto su intención de perseverar e virginidad como el designio divino, que concilia ese propósito su maternidad prodigiosa. La afirmación de la concepción virg debida a la acción del Espíritu Santo, excluye cualquier hipót de partenogénesis natural y rechaza los intentos de explica narración lucana como explicitación de un tema judío o com derivación de una leyenda mitológica pagana. La estructura del texto lucano (cf. Lc 1,26-38; 2,19.51), no ad ninguna interpretación reductiva. Su coherencia no permit sostener válidamente mutilaciones de los términos o de la expresiones que afirman la concepción virginal por obra d Espíritu Santo. 2. El evangelista san Mateo, narrando el anuncio del ángel a afirma, al igual que san Lucas, la concepción por obra «de Espíritu Santo» (Mt 1,20), excluyendo las relaciones conyuga Además, a José se le comunica la generación virginal de Jesú un segundo momento: no se trata para él de una invitación a su consentimiento previo a la concepción del Hijo de María, de la intervención sobrenatural del Espíritu Santo y de la cooperación exclusiva de la madre. Sólo se le invita a acep libremente su papel de esposo de la Virgen y su misión pate con respecto al niño. San Mateo presenta el origen virginal de Jesús como cumplim de la profecía de Isaías: «Ved que la virgen concebirá y dará un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducid significa "Dios con nosotros"» (Mt 1,23; cf. Is 7,14). De ese m san Mateo nos lleva a la conclusión de que la concepción vir fue objeto de reflexión en la primera comunidad cristiana, q comprendió su conformidad con el designio divino de salvaci su nexo con la identidad de Jesús, «Dios con nosotros». 3. A diferencia de san Lucas y san Mateo, el evangelio de s Marcos no habla de la concepción y del nacimiento de Jesús embargo, es digno de notar que san Marcos nunca mencion José, esposo de María. La gente de Nazaret llama a Jesús «e de María» o, en otro contexto, muchas veces «el Hijo de Dio (Mc 3,11; 5,7; cf. 1,1.11; 9,7; 14,61-62; 15,39). Estos datos e en armonía con la fe en el misterio de su generación virginal. verdad, según un reciente redescubrimiento exegético, esta contenida explícitamente en el versículo 13 del Prólogo de evangelio de san Juan, que algunas voces antiguas autoriza (por ejemplo, Ireneo y Tertuliano) no presentan en la forma p usual, sino en la singular: «Él, que no nació de sangre, ni de d de carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios». E traducción en singular convertiría el Prólogo del evangelio de Juan en uno de los mayores testimonios de la generación vir de Jesús, insertada en el contexto del misterio de la Encarna La afirmación paradójica de Pablo: «Al llegar la plenitud de tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer (…), para q recibiéramos la filiación adoptiva» (Ga 4,4-5), abre el camin interrogante sobre la personalidad de ese Hijo y, por tanto, s su nacimiento virginal. Este testimonio uniforme de los evangelios confirma que la fe concepción virginal de Jesús estaba enraizada firmemente e diversos ambientes de la Iglesia primitiva. Por eso carecen de fundamento algunas interpretaciones recientes, que no consid la concepción virginal en sentido físico o biológico, sino únicamente simbólico o metafórico: designaría a Jesús como de Dios a la humanidad. Lo mismo hay que decir de la opinió otros, según los cuales el relato de la concepción virginal se por el contrario, un theologoumenon, es decir, un modo d expresar una doctrina teológica, en este caso la filiación divin Jesús, o sería su representación mitológica. Como hemos visto, los evangelios contienen la afirmación exp de una concepción virginal de orden biológico, por obra de Espíritu Santo, y la Iglesia ha hecho suya esta verdad ya desd primeras formulaciones de la fe (cf. Catecismo de la Igles católica, n. 496). 4. La fe expresada en los evangelios es confirmada, sin interrupciones, en la tradición posterior. Las fórmulas de fe d primeros autores cristianos postulan la afirmación del nacimi virginal: Arístides, Justino, Ireneo y Tertuliano están de acue con san Ignacio de Antioquía, que proclama a Jesús «naci verdaderamente de una virgen» (Smirn. 1,2). Estos autores h explícitamente de una generación virginal de Jesús real e histórica, y de ningún modo afirman una virginidad solamen moral o un vago don de la gracia, que se manifestó en e nacimiento del niño. Las definiciones solemnes de fe por parte de los concilios ecuménicos y del Magisterio pontificio, que siguen a las prim fórmulas breves de fe, están en perfecta sintonía con esta ve El concilio de Calcedonia (451), en su profesión de fe, redac esmeradamente y con contenido definido de modo infalible, a que Cristo «en lo últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, (fue) engendrado de María Virgen, Madre de Dios cuanto a la humanidad» (DS 301). Del mismo modo, el terc concilio de Constantinopla (681) proclama que Jesucristo «n del Espíritu Santo y de María Virgen, que es propiamente y s verdad madre de Dios, según la humanidad» (DS 555). Otr concilios ecuménicos (Constantinopolitano II, Lateranense I Lugdunense II) declaran a María «siempre virgen», subrayand virginidad perpetua (cf. DS 423, 801 y 852). El concilio Vatica ha recogido esas afirmaciones, destacando el hecho de qu María, «por su fe y su obediencia, engendró en la tierra al H mismo del Padre, ciertamente sin conocer varón, cubierta co sombra del Espíritu Santo» (Lumen gentium, 63). A las definiciones conciliares hay que añadir las del Magiste pontificio, relativas a la Inmaculada Concepción de la «santís Virgen María» (DS 2.803) y a la Asunción de la «Inmacula Madre de Dios, siempre Virgen María» (DS 3.903). 5. Aunque las definiciones del Magisterio, con excepción d concilio de Letrán del año 649, convocado por el Papa Martín precisan el sentido del apelativo «virgen», se ve claramente este término se usa en su sentido habitual: la abstención voluntaria de los actos sexuales y la preservación de la integ corporal. En todo caso, la integridad física se considera esen para la verdad de fe de la concepción virginal de Jesús (c Catecismo de la Iglesia católica, n. 496). La designación de María como «santa, siempre Virgen e Inmaculada», suscita la atención sobre el vínculo entre santid virginidad. María quiso una vida virginal, porque estaba anim por el deseo de entregar todo su corazón a Dios. La expresión que se usa en la definición de la Asunción, « Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen», sugiere tambié conexión entre la virginidad y la maternidad de María: do prerrogativas unidas milagrosamente en la generación de Je verdadero Dios y verdadero hombre. Así, la virginidad de M está íntimamente vinculada a su maternidad divina y a su san perfecta. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 12-V ***** El propósito de virginidad de María Catequesis de Juan Pablo II (24-VII-96) 1. Al ángel, que le anuncia la concepción y el nacimiento de Jesús, María le dirige una pregunta: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» (Lc 1,34). Esa pregunta resulta, por lo menos, sorprendente si recordamos los relatos bíblicos que refieren el anuncio de un nacimiento extraordinario a una mujer estéril. En esos casos se trata de mujeres casadas, naturalmente estériles, a las que Dios ofrece el don del hijo a través de la vida conyugal norma 1 S 1,19-20), como respuesta a oraciones conmovedoras (cf 15,2; 30,22-23; 1 S 1,10; Lc 1,13). Es diversa la situación en que María recibe el anuncio del án No es una mujer casada que tenga problemas de esterilidad elección voluntaria quiere permanecer virgen. Por consiguien propósito de virginidad, fruto de amor al Señor, constituye, parecer, un obstáculo a la maternidad anunciada. A primera vista, las palabras de María parecen expresar solamente su estado actual de virginidad: María afirmaría qu «conoce» varón, es decir, que es virgen. Sin embargo, el con en el que plantea la pregunta «¿cómo será eso?» y la afirma siguiente: «no conozco varón», ponen de relieve tanto la virgi actual de María como su propósito de permanecer virgen. expresión que usa, con la forma verbal en presente, deja tras la permanencia y la continuidad de su estado. 2. María, al presentar esta dificultad, lejos de oponerse al pro divino, manifiesta la intención de aceptarlo totalmente. Por demás, la joven de Nazaret vivió siempre en plena sintonía c voluntad divina y optó por una vida virginal con el deseo d agradar al Señor. En realidad, su propósito de virginidad l disponía a acoger la voluntad divina «con todo su yo, huma femenino, y en esta respuesta de fe estaban contenidas un cooperación perfecta con la gracia de Dios que previene y so y una disponibilidad perfecta a la acción del Espíritu Santo (Redemptoris Mater, 13). A algunos, las palabras e intenciones de María les parece inverosímiles, teniendo presente que en el ambiente judío virginidad no se consideraba un valor ni un ideal. Los mism escritos del Antiguo Testamento lo confirman en varios episod expresiones conocidos. El libro de los Jueces refiere, por ejem que la hija de Jefté, teniendo que afrontar la muerte siendo joven núbil, llora su virginidad, es decir, se lamenta de no ha podido casarse (cf. Jc 11,38). Además, en virtud del manda divino: «Sed fecundos y multiplicaos» (Gn 1,28), el matrimon considerado la vocación natural de la mujer, que conlleva l alegrías y los sufrimientos propios de la maternidad. 3. Para comprender mejor el contexto en que madura la deci de María, es preciso tener presente que, en el tiempo que pre inmediatamente el inicio de la era cristiana, en algunos ambie judíos se comienza a manifestar una orientación positiva hac virginidad. Por ejemplo, los esenios, de los que se han encon numerosos e importantes testimonios históricos en Qumrán, v en el celibato o limitaban el uso del matrimonio, a causa de la común y para buscar una mayor intimidad con Dios. Además, en Egipto existía una comunidad de mujeres que siguiendo la espiritualidad esenia, vivían en continencia. Es mujeres, las Terapeutas, pertenecientes a una secta descrita Filón de Alejandría (cf. De vita contemplativa, 21-90), se dedicaban a la contemplación y buscaban la sabiduría. Tal vez María no conoció esos grupos religiosos judíos qu seguían el ideal del celibato y de la virginidad. Pero el hecho que Juan Bautista viviera probablemente una vida de celibat que la comunidad de sus discípulos la tuviera en gran estim podría dar a entender que también el propósito de virginidad María entraba en ese nuevo contexto cultural y religioso. 4. La extraordinaria historia de la Virgen de Nazaret no debe embargo, hacernos caer en el error de vincular completament disposiciones íntimas a la mentalidad del ambiente, subestim la unicidad del misterio acontecido en ella. En particular, n debemos olvidar que María había recibido, desde el inicio de vida, una gracia sorprendente, que el ángel le reconoció en momento de la Anunciación. María, «llena de gracia» (Lc 1, fue enriquecida con una perfección de santidad que, según interpretación de la Iglesia, se remonta al primer instante de existencia: el privilegio único de la Inmaculada Concepción in en todo el desarrollo de la vida espiritual de la joven de Naza Así pues, se debe afirmar que lo que guió a María hacia el ide la virginidad fue una inspiración excepcional del mismo Esp Santo que, en el decurso de la historia de la Iglesia, impulsa tantas mujeres a seguir el camino de la consagración virgin La presencia singular de la gracia en la vida de María lleva conclusión de que la joven tenía un compromiso de virginid Colmada de dones excepcionales del Señor desde el inicio d existencia, está orientada a una entrega total, en alma y cuer Dios con el ofrecimiento de su virginidad. Además, la aspiración a la vida virginal estaba en armonía c aquella «pobreza» ante Dios, a la que el Antiguo Testamen atribuye gran valor. María, al comprometerse plenamente en camino, renuncia también a la maternidad, riqueza personal mujer, tan apreciada en Israel. De ese modo, «ella misma sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, que esp de él con confianza la salvación y la acogen» (Lumen gentiu 55). Pero, presentándose como pobre ante Dios, y buscando fecundidad sólo espiritual, fruto del amor divino, en el momen la Anunciación María descubre que el Señor ha transformad pobreza en riqueza: será la M virgen del Hijo del Altísimo. M tarde descubrirá también que maternidad está destinada extenderse a todos los homb que el Hijo ha venido a salvar Catecismo de la Iglesia católic 501). [L'Osservatore Romano, ed semanal en lengua español 26-V ***** La concepción virginal de Jesús Catequesis de Juan Pablo II (31-VII-96) 1. Dios ha querido, en su designio salvífico, que el Hijo unigé naciera de una Virgen. Esta decisión divina implica una profu relación entre la virginidad de María y la encarnación del Ve «La mirada de la fe, unida al conjunto de la revelación, pue descubrir las razones misteriosas por las que Dios, en su des salvífico, quiso que su Hijo naciera de una virgen. Estas razo se refieren tanto a la persona y a la misión redentora de Cri como a la aceptación por María de esta misión para con lo hombres» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 502). La concepción virginal, excluyendo una paternidad humana, a que el único padre de Jesús es el Padre celestial, y que en generación temporal del Hijo se refleja la generación eterna Padre, que había engendrado al Hijo en la eternidad, lo enge también en el tiempo como hombre. 2. El relato de la Anunciación pone de relieve el estado de Hi Dios, consecuente con la intervención divina en la concepción Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrir su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llam Hijo de Dios» (Lc 1,35). Aquel que nace de María ya es, en virtud de la generación et Hijo de Dios; su generación virginal, obrada por la intervenció Altísimo, manifiesta que, también en su humanidad, es el Hij Dios. La revelación de la generación eterna en la generación virgina la sugieren también las expresiones contenidas en el Prólogo evangelio de san Juan, que relacionan la manifestación de D invisible, por obra del «Hijo único, que está en el seno del Pa (Jn 1,18), con su venida en la carne: «Y la Palabra se hizo ca puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su glo gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia verdad» (Jn 1,14). San Lucas y san Mateo, al narrar la generación de Jesús, afir también el papel del Espíritu Santo. Éste no es el padre del n Jesús es hijo únicamente del Padre eterno (cf. Lc 1,32.35) q por medio del Espíritu, actúa en el mundo y engendra al Verb la naturaleza humana. En efecto, en la Anunciación el ángel l al Espíritu «poder del Altísimo» (Lc 1,35), en sintonía con Antiguo Testamento, que lo presenta como la energía divina actúa en la existencia humana, capacitándola para realiza acciones maravillosas. Este poder, que en la vida trinitaria de es Amor, manifestándose en su grado supremo en el misterio Encarnación, tiene la tarea de dar el Verbo encarnado a l humanidad. 3. El Espíritu Santo, en particular, es la persona que comunic riquezas divinas a los hombres y los hace participar en la vid Dios. Él, que en el misterio trinitario es la unidad del Padre y Hijo, obrando la generación virginal de Jesús, une la humanid Dios. El misterio de la Encarnación muestra también la incompara grandeza de la maternidad virginal de María: la concepción Jesús es fruto de su cooperación generosa en la acción d Espíritu de amor, fuente de toda fecundidad. En el plan divino de la salvación, la concepción virginal es, tanto, anuncio de la nueva creación: por obra del Espíritu Sa en María es engendrado aquel que será el hombre nuevo. C afirma el Catecismo de la Iglesia católica: «Jesús fue conceb por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María, po él es el nuevo Adán que inaugura la nueva creación» (n. 50 En el misterio de esta nueva creación resplandece el papel d maternidad virginal de María. San Ireneo, llamando a Cris «primogénito de la Virgen» (Adv. Haer. 3, 16, 4), recuerda q después de Jesús, muchos otros nacen de la Virgen, en el se de que reciben la vida nueva de Cristo. «Jesús es el Hijo únic María. Pero la maternidad espiritual de María se extiende a t los hombres a los cuales él vino a salvar: "Dio a luz al Hijo, a Dios constituyó el mayor de muchos hermanos" (Rm 8,29), decir, de los creyentes, a cuyo nacimiento y educación colab con amor de madre» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 50 4. La comunicación de la vida nueva es transmisión de la filia divina. Podemos recordar aquí la perspectiva abierta por san en el Prólogo de su evangelio: aquel a quien Dios engendró, los creyentes el poder de hacerse hijos de Dios (cf. Jn 1,12-13 generación virginal permite la extensión de la paternidad divin los hombres se les hace hijos adoptivos de Dios en aquel qu Hijo de la Virgen y del Padre. Así pues, la contemplación del misterio de la generación virg nos permite intuir que Dios ha elegido para su Hijo una Mad virgen, para dar más ampliamente a la humanidad su amor Padre. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 2-V ***** María, modelo de virginidad Catequesis de Juan Pablo II (7-VIII-96) 1. El propósito de virginidad, qu vislumbra en las palabras de M en el momento de la Anunciació sido considerado tradicionalme como el comienzo y el acontecim inspirador de la virginidad cristian la Iglesia. San Agustín no reconoce en e propósito el cumplimiento de precepto divino, sino un voto em libremente. De ese modo, se podido presentar a María como ejemplo a las santas vírgene el curso de toda la historia de la Iglesia. María «consagró s virginidad a Dios, cuando aún no sabía lo que debía concebir, que la imitación de la vida celestial en el cuerpo terrenal y m se haga por voto, no por precepto, por elección de amor, no necesidad de servicio» (De Sancta Virg., IV, 4; PL 40, 398 El ángel no pide a María que permanezca virgen; es María q revela libremente su propósito de virginidad. En este compro se sitúa su elección de amor, que la lleva a consagrarse totalmente al Señor mediante una vida virginal. Al subrayar la espontaneidad de la decisión de María, no deb olvidar que en el origen de toda vocación está la iniciativa de La doncella de Nazaret, al orientarse hacia la vida virgina respondía a una vocación interior, es decir, a una inspiración Espíritu Santo que la iluminaba sobre el significado y el valor entrega virginal de sí misma. Nadie puede acoger este don sentirse llamado y sin recibir del Espíritu Santo la luz y la fue necesarias. 2. Aunque san Agustín utiliza la palabra voto para mostrar quienes llama santas vírgenes el primer modelo de su estad vida, el Evangelio no testimonia que María haya formulad expresamente un voto, que es la forma de consagración y en de la propia vida a Dios, en uso ya desde los primeros siglos Iglesia. El Evangelio nos da a entender que María tomó la dec personal de permanecer virgen, ofreciendo su corazón al Se Desea ser su esposa fiel, realizando la vocación de la «hija Sión». Sin embargo, con su decisión se convierte en el arque de todos los que en la Iglesia han elegido servir al Señor c corazón indiviso en la virginidad. Ni los evangelios, ni otros escritos del Nuevo Testamento, n informan acerca del momento en el que María tomó la decisió permanecer virgen. Con todo, de la pregunta que hace al áng deduce con claridad que, en el momento de la Anunciación, d propósito era ya muy firme. María no duda en expresar su de de conservar la virginidad también en la perspectiva de la maternidad que se le propone, mostrando que había madur largamente su propósito. En efecto, María no eligió la virginidad en la perspectiva, imprevisible, de llegar a ser Madre de Dios, sino que maduró elección en su conciencia antes del momento de la Anunciac Podemos suponer que esa orientación siempre estuvo presen su corazón: la gracia que la preparaba para la maternidad vir influyó ciertamente en todo el desarrollo de su personalida mientras que el Espíritu Santo no dejó de inspirarle, ya desde primeros años, el deseo de la unión más completa con Dio 3. Las maravillas que Dios hace, también hoy, en el corazón la vida de tantos muchachos y muchachas, las hizo, ante tod el alma de María. También en nuestro mundo, aunque esté distraído por la fascinación de una cultura a menudo superfic consumista, muchos adolescentes aceptan la invitación qu proviene del ejemplo de María y consagran su juventud al Se al servicio de sus hermanos. Esta decisión, más que renuncia a valores humanos, es elec de valores más grandes. A este respecto, mi venerado predec Pablo VI, en la exhortación apostólica Marialis cultus, subray cómo quien mira con espíritu abierto el testimonio del Evang «se dará cuenta de que la opción del estado virginal por part María (...) no fue un acto de cerrarse a algunos de los valore estado matrimonial, sino que constituyó una opción valient llevada a cabo para consagrarse totalmente al amor de Dios 37). En definitiva, la elección del estado virginal está motivada po plena adhesión a Cristo. Esto es particularmente evidente María. Aunque antes de la Anunciación no era consciente de el Espíritu Santo le inspira su consagración virginal con vista Cristo: permanece virgen para acoger con todo su ser al Me Salvador. La virginidad comenzada en María muestra así su p dimensión cristocéntrica, esencial también para la virginidad v en la Iglesia, que halla en la Madre de Cristo su modelo subl Aunque su virginidad personal, vinculada a la maternidad div es un hecho excepcional, ilumina y da sentido a todo don virg 4. ¡Cuántas mujeres jóvenes, en la historia de la Iglesia, contemplando la nobleza y la belleza del corazón virginal de Madre del Señor, se han sentido alentadas a responder generosamente a la llamada de Dios, abrazando el ideal de virginidad! «Precisamente esta virginidad -como he recordad la encíclica Redemptoris Mater-, siguiendo el ejemplo de la V de Nazaret, es fuente de una especial fecundidad espiritual fuente de la maternidad en el Espíritu Santo» (n. 43). La vida virginal de María suscita en todo el pueblo cristiano estima por el don de la virginidad y el deseo de que se multip en la Iglesia como signo del primado de Dios sobre toda realid como anticipación profética de la vida futura. Demos gracias j al Señor por quienes aún hoy consagran generosamente su mediante la virginidad, al servicio del reino de Dios. Al mismo tiempo, mientras en diversas zonas de antigua evangelización el hedonismo y el consumismo parecen disua los jóvenes de abrazar la vida consagrada, es preciso ped incesantemente a Dios, por intercesión de María, un nuev florecimiento de vocaciones religiosas. Así, el rostro de la Ma de Cristo, reflejado en muchas vírgenes que se esfuerzan p seguir al divino Maestro, seguirá siendo para la humanidad signo de la misericordia y de la ternura divinas. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 9-V ***** La unión virginal de María y José Catequesis de Juan Pablo II (21-VIII-96) 1. El evangelio de Lucas, al presentar a María como virgen, a que estaba «desposada con un hombre llamado José, de la de David» (Lc 1,27). Estas informaciones parecen, a primera contradictorias. Hay que notar que el término griego utilizado en este pasaje indica la situación de una mujer que ha contraído el matrimon por tanto vive en el estado matrimonial, sino la del noviazgo. a diferencia de cuanto ocurre en las culturas modernas, en costumbre judaica antigua la institución del noviazgo preveía contrato y tenía normalmente valor definitivo: efectivament introducía a los novios en el estado matrimonial, si bien e matrimonio se cumplía plenamente cuando el joven conducía muchacha a su casa. En el momento de la Anunciación, María se halla, pues, en situación de esposa prometida. Nos podemos preguntar por había aceptado el noviazgo, desde el momento en que tení propósito de permanecer virgen para siempre. Lucas es consciente de esta dificultad, pero se limita a registrar la situa sin aportar explicaciones. El hecho de que el evangelista, a poniendo de relieve el propósito de virginidad de María, la presente igualmente como esposa de José constituye un sign que ambas noticias son históricamente dignas de crédito 2. Se puede suponer que entre José y María, en el momento comprometerse, existiese un entendimiento sobre el proyect vida virginal. Por lo demás, el Espíritu Santo, que había inspi en María la opción de la virginidad con miras al misterio de Encarnación y quería que ésta acaeciese en un contexto fam idóneo para el crecimiento del Niño, pudo muy bien suscit también en José el ideal de la virginidad. El ángel del Señor, apareciéndosele en sueños, le dice: «José de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque engendrado en ella es del Espíritu Santo» (Mt 1,20). De esta f recibe la confirmación de estar llamado a vivir de modo totalm especial el camino del matrimonio. A través de la comunió virginal con la mujer predestinada para dar a luz a Jesús, Dio llama a cooperar en la realización de su designio de salvaci El tipo de matrimonio hacia el que el Espíritu Santo orienta a M y a José es comprensible sólo en el contexto del plan salvífico el ámbito de una elevada espiritualidad. La realización conc del misterio de la Encarnación exigía un nacimiento virginal pusiese de relieve la filiación divina y, al mismo tiempo, una fa que pudiese asegurar el desarrollo normal de la personalidad Niño. José y María, precisamente en vista de su contribución al mis de la Encarnación del Verbo, recibieron la gracia de vivir junt carisma de la virginidad y el don del matrimonio. La comunió amor virginal de María y José, aun constituyendo un caso especialísimo, vinculado a la realización concreta del misterio Encarnación, sin embargo fue un verdadero matrimonio (c Exhortación apostólica, Redemptoris custos, 7). La dificultad de acercarse al misterio sublime de su comuni esponsal ha inducido a algunos, ya desde el siglo II, a atribu José una edad avanzada y a considerarlo el custodio de Ma más que su esposo. Es el caso de suponer, en cambio, que fuese entonces un hombre anciano, sino que su perfecció interior, fruto de la gracia, lo llevase a vivir con afecto virgina relación esponsal con María. 3. La cooperación de José en el misterio de la Encarnació comprende también el ejercicio del papel paterno respecto Jesús. Dicha función le es reconocida por el ángel que, apareciéndosele en sueños, le invita a poner el nombre al N «Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porqu salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21). Aun excluyendo la generación física, la paternidad de José fu paternidad real, no aparente. Distinguiendo entre padre y progenitor, una antigua monografía sobre la virginidad de Mar De Margarita (siglo IV)- afirma que «los compromisos adquir por la Virgen y José como esposos hicieron que él pudiese llamado con este nombre (de padre); un padre, sin embargo, no ha engendrado». José, pues, ejerció en relación con Jesú función de padre, gozando de una autoridad a la que el Rede libremente se «sometió» (Lc 2,51), contribuyendo a su educac transmitiéndole el oficio de carpintero. Los cristianos han reconocido siempre en José a aquel que v una comunión íntima con María y Jesús, deduciendo que tam en la muerte gozó de su presencia consoladora y afectuosa. esta constante tradición cristiana se ha desarrollado en muc lugares una especial devoción a la santa Familia y en ella a José, Custodio del Redentor. El Papa León XIII, como es sab le encomendó el patrocinio de toda la Iglesia. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 23-V ***** María siempre virgen Catequesis de Juan Pablo II (28-VIII-96) 1. La Iglesia ha manifestado de modo constante su fe en l virginidad perpetua de María. Los textos más antiguos, cuand refieren a la concepción de Jesús, llaman a María sencillame Virgen, pero dando a entender que consideraban esa cualid como un hecho permanente, referido a toda su vida. Los cristianos de los primeros siglos expresaron esa convicció fe mediante el término griego «siempre virgen», creado pa calificar de modo único y eficaz la persona de María, y expres una sola palabra la fe de la Iglesia en su virginidad perpetua encontramos ya en el segundo símbolo de fe de san Epifanio el año 374, con relación a la Encarnación: el Hijo de Dios « encarnó, es decir, fue engendrado de modo perfecto por sa María, la siempre virgen, por obra del Espíritu Santo» (Ancor 119, 5: DS 44). La expresión siempre virgen fue recogida por el segundo con de Constantinopla, que afirmó: el Verbo de Dios «se encarnó santa gloriosa Madre de Dios y siempre Virgen María, y naci ella» (DS 422). Esta doctrina fue confirmada por otros do concilios ecuménicos, el cuarto de Letrán, año 1215 (DS 801) segundo de Lyón, año 1274 (DS 852), y por el texto de la definición del dogma de la Asunción, año 1950 (DS 3.903), e que la virginidad perpetua de María es aducida entre los mot de su elevación en cuerpo y alma a la gloria celeste. 2. Usando una fórmula sintética, la tradición de la Iglesia h presentado a María como «virgen antes del parto, durante el y después del parto», afirmando, mediante la mención de es tres momentos, que no dejó nunca de ser virgen. De las tres, la afirmación de la virginidad antes del parto es, duda, la más importante, ya que se refiere a la concepción Jesús y toca directamente el misterio mismo de la Encarnac Esta verdad ha estado presente desde el principio y de form constante en la fe de la Iglesia. La virginidad durante el parto y después del parto, aunque se contenida implícitamente en el título de virgen atribuido a Mar en los orígenes de la Iglesia, se convierte en objeto de profundización doctrinal cuando algunos comienzan explícitam a ponerla en duda. El Papa Hormisdas precisa que «el Hijo Dios se hizo Hijo del hombre y nació en el tiempo como hom abriendo al nacer el seno de su madre (cf. Lc 2,23) y, por el p de Dios, sin romper la virginidad de su madre» (DS 368). E doctrina fue confirmada por el concilio Vaticano II, en el que afirma que el Hijo primogénito de María «no menoscabó s integridad virginal, sino que la santificó» (Lumen gentium, 57) lo que se refiere a la virginidad después del parto, es preci destacar ante todo que no hay motivos para pensar que l voluntad de permanecer virgen, manifestada por María en momento de la Anunciación (cf. Lc 1,34), haya cambiado posteriormente. Además, el sentido inmediato de las palabr «Mujer, ahí tienes a tu hijo», «ahí tienes a tu madre» (Jn 19 27), que Jesús dirige desde la cruz a María y al discípulo predilecto, hace suponer una situación que excluye la prese de otros hijos nacidos de María. Los que niegan la virginidad después del parto han pensad encontrar un argumento probatorio en el término «primogéni que el evangelio atribuye a Jesús (cf. Lc 2,7), como si esa expresión diera a entender que María engendró otros hijo después de Jesús. Pero la palabra «primogénito» signific literalmente «hijo no precedido por otro» y, de por sí, prescind la existencia de otros hijos. Además, el evangelista subraya característica del Niño, pues con el nacimiento del primogén estaban vinculadas algunas prescripciones de la ley judaic independientemente del hecho de que la madre hubiera dado otros hijos. A cada hijo único se aplicaban, por consiguiente, prescripciones por ser «el primogénito» (cf. Lc 2,23). 3. Según algunos, contra la virginidad de María después del p estarían aquellos textos evangélicos que recuerdan la existe de cuatro «hermanos de Jesús»: Santiago, José, Simón y Ju (cf. Mt 13,55-56; Mc 6,3), y de varias hermanas. Conviene recordar que, tanto en la lengua hebrea como en aramea, no existe un término particular para expresar la pala primo y que, por consiguiente, los términos hermano y herm tenían un significado muy amplio, que abarcaba varios grado parentesco. En realidad, con el término hermanos de Jesús indican los hijos de una María discípula de Cristo (cf. Mt 27, que es designada de modo significativo como «la otra María» 28,1). Se trata de parientes próximos de Jesús, según un expresión frecuente en el Antiguo Testamento (cf. Catecismo Iglesia católica, n. 500). Así pues, María santísima es la siempre Virgen. Esta prerrog suya es consecuencia de la maternidad divina, que la consa totalmente a la misión redentora de Cristo. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 30-V La Visitación de la Virgen a Santa Isabel Catequesis de Juan Pablo II La Visitación y el Magníficat Evangelio según San Lucas (Lc 1,39-56) En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de . Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isab saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel qu llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Be tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas lle mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi sen ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fue dichas de parte del Señor!» Y dijo María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espír en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es sant su misericordia llega a sus fieles de generación en generación Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -co lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y descendencia por siempre.» María permaneció con ella unos tres meses y se volvió a su c El misterio de la Visitación, preludio de la misión del Salvad Catequesis de Juan Pablo II (2-X-96) 1. En el relato de la Visitación, san Lucas muestra cómo la gr de la Encarnación, después de haber inundado a María, lle salvación y alegría a la casa de Isabel. El Salvador de los hombres, oculto en el seno de su Madre, derrama el Espír Santo, manifestándose ya desde el comienzo de su venida mundo. El evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea, u verbo anístemi, que significa levantarse, ponerse en movimie Considerando que este verbo se usa en los evangelios pa indicar la resurrección de Jesús (cf. Mc 8,31; 9,9.31; Lc 24,7. acciones materiales que comportan un impulso espiritual (cf 5,27-28; 15,18.20), podemos suponer que Lucas, con est expresión, quiere subrayar el impulso vigoroso que lleva a M bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al mundo el Salva 2. El texto evangélico refiere, además, que María realiza el v «con prontitud» (Lc 1,39). También la expresión «a la regió montañosa» (Lc 1,39), en el contexto lucano, es mucho más una simple indicación topográfica, pues permite pensar en mensajero de la buena nueva descrito en el libro de Isaías: « hermosos son sobre los montes los pies del mensajero qu anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvac que dice a Sión: "Ya reina tu Dios"!» (Is 52,7). Así como manifiesta san Pablo, que reconoce el cumplimient este texto profético en la predicación del Evangelio (cf. Ro 10,15), así también san Lucas parece invitar a ver en María primera evangelista, que difunde la buena nueva, comenzand viajes misioneros del Hijo divino. La dirección del viaje de la Virgen santísima es particularme significativa: será de Galilea a Judea, como el camino mision de Jesús (cf. Lc 9,51). En efecto, con su visita a Isabel, María realiza el preludio de misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de s maternidad en la obra redentora del Hijo, se transforma en modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llev luz y la alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares todos los tiempos. 3. El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontáne la simpatía familiar. Mientras la turbación por la incredulida parece reflejarse en el mutismo de Zacarías, María irrumpe c alegría de su fe pronta y disponible: «Entró en casa de Zacar saludó a Isabel» (Lc 1,40). San Lucas refiere que «cuando oyó Isabel el saludo de Mar saltó de gozo el niño en su seno» (Lc 1,41). El saludo de Ma suscita en el hijo de Isabel un salto de gozo: la entrada de Je en la casa de Isabel, gracias a su Madre, transmite al profeta nacerá la alegría que el Antiguo Testamento anuncia como s de la presencia del Mesías. Ante el saludo de María, también Isabel sintió la alegría mesiá y «quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno"» 1,41-42). En virtud de una iluminación superior, comprende la grandez María que, más que Yael y Judit, quienes la prefiguraron en Antiguo Testamento, es bendita entre las mujeres por el fruto su seno, Jesús, el Mesías. 4. La exclamación de Isabel «con gran voz» manifiesta un verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria del Avema sigue haciendo resonar en los labios de los creyentes, com cántico de alabanza de la Iglesia por las maravillas que hizo Poderoso en la Madre de su Hijo. Isabel, proclamándola «bendita entre las mujeres», indica la r de la bienaventuranza de María en su fe: «¡Feliz la que ha cr que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte d Señor!» (Lc 1,45). La grandeza y la alegría de María tienen o en el hecho de que ella es la que cree. Ante la excelencia de María, Isabel comprende también qué h constituye para ella su visita: «¿De dónde a mí que la madre Señor venga a mí?» (Lc 1,43). Con la expresión «mi Señor Isabel reconoce la dignidad real, más aún, mesiánica, del Hij María. En efecto, en el Antiguo Testamento esta expresión usaba para dirigirse al rey (cf. 1 R 1, 13, 20, 21, etc.) y habla rey-mesías (Sal 110,1). El ángel había dicho de Jesús: «El S Dios le dará el trono de David, su padre» (Lc 1,32). Isabel, «l de Espíritu Santo», tiene la misma intuición. Más tarde, la glorificación pascual de Cristo revelará en qué sentido hay q entender este título, es decir, en un sentido trascendente (cf 20,28; Hch 2,34-36). Isabel, con su exclamación llena de admiración, nos invita apreciar todo lo que la presencia de la Virgen trae como don vida de cada creyente. En la Visitación, la Virgen lleva a la madre del Bautista el Cr que derrama el Espíritu Santo. Las mismas palabras de Isa expresan bien este papel de mediadora: «Porque, apenas lle mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi se (Lc 1,44). La intervención de María, junto con el don del Esp Santo, produce como un preludio de Pentecostés, confirman una cooperación que, habiendo empezado con la Encarnac está destinada a manifestarse en toda la obra de la salvaci divina. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 4- En el Magníficat María celebra la obra admirable de Dios Catequesis de Juan Pablo II (6-XI-96) 1. María, inspirándose en la tradición del Antiguo Testamen celebra con el cántico del Magníficat las maravillas que Dio realizó en ella. Ese cántico es la respuesta de la Virgen al mis de la Anunciación: el ángel la había invitado a alegrarse; ah María expresa el jubilo de su espíritu en Dios, su salvador. alegría nace de haber experimentado personalmente la mira benévola que Dios le dirigió a ella, criatura pobre y sin influjo historia. Con la expresión Magníficat, versión latina de una palabra gr que tenía el mismo significado, se celebra la grandeza de D que con el anuncio del ángel revela su omnipotencia, supera las expectativas y las esperanzas del pueblo de la alianza incluso los más nobles deseos del alma humana. Frente al Señor, potente y misericordioso, María manifiesta sentimiento de su pequeñez: «Proclama mi alma la grandeza Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque h mirado la humillación de su esclava» (Lc 1,46-48). Probablem el término griego tapeinosis está tomado del cántico de Ana madre de Samuel. Con él se señalan la «humillación» y la «miseria» de una mujer estéril (cf. 1 S 1,11), que encomiend pena al Señor. Con una expresión semejante, María present situación de pobreza y la conciencia de su pequeñez ante D que, con decisión gratuita, puso su mirada en ella, joven hum de Nazaret, llamándola a convertirse en la madre del Mesía 2. Las palabras «desde ahora me felicitarán todas las generaciones» (Lc 1,48), toman como punto de partida la felicitación de Isabel, que fue la primera en proclamar a Ma «dichosa» (Lc 1,45). El cántico, con cierta audacia, predice esa proclamación se irá extendiendo y ampliando con un dinamismo incontenible. Al mismo tiempo, testimonia la vener especial que la comunidad cristiana ha sentido hacia la Madr Jesús desde el siglo I. El Magníficat constituye la primicia de diversas expresiones de culto, transmitidas de generación generación, con las que la Iglesia manifiesta su amor a la Vir de Nazaret. 3. «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre santo y su misericordia llega a sus fieles de generación e generación» (Lc 1,49-50). ¿Qué son esas «obras grandes» realizadas en María por Poderoso? La expresión aparece en el Antiguo Testamento indicar la liberación del pueblo de Israel de Egipto o de Babilo En el Magníficat se refiere al acontecimiento misterioso de concepción virginal de Jesús, acaecido en Nazaret después anuncio del ángel. En el Magníficat, cántico verdaderamente teológico porque re la experiencia del rostro de Dios hecha por María, Dios no só el Poderoso, pare el que nada es imposible, como había decla Gabriel (cf. Lc 1,37), sino también el Misericordioso, capaz ternura y fidelidad para con todo ser humano. 4. «Él hace proezas con su brazo; dispersa a los soberbios corazón; derriba del trono a los poderosos y enaltece a lo humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos» (Lc 1,51-53). Con su lectura sapiencial de la historia, María nos lleva a des los criterios de la misteriosa acción de Dios. El Señor, trastroc los juicios del mundo, viene en auxilio de los pobres y los pequeños, en perjuicio de los ricos y los poderosos, y, de m sorprendente, colma de bienes a los humildes, que le encomiendan su existencia (cf. Redemptoris Mater, 37). Estas palabras del cántico, a la vez que nos muestran en Mar modelo concreto y sublime, nos ayudan a comprender que lo atrae la benevolencia de Dios es sobre todo la humildad d corazón. 5. Por ultimo, el cántico exalta el cumplimiento de las promes la fidelidad de Dios hacia el pueblo elegido: «Auxilia a Israel siervo, acordándose de la misericordia, como lo había promet nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia p siempre» (Lc 1,54-55). María, colmada de dones divinos, no se detiene a contemp solamente su caso personal, sino que comprende que esos d son una manifestación de la misericordia de Dios hacia todo pueblo. En ella Dios cumple sus promesas con una fidelida generosidad sobreabundantes. El Magníficat, inspirado en el Antiguo Testamento y en la espiritualidad de la hija de Sión, supera los textos proféticos están en su origen, revelando en la «llena de gracia» el inicio una intervención divina que va mas allá de las esperanza mesiánicas de Israel: el misterio santo de la Encarnación d Verbo. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 8-X María en la infancia y vida oculta de Jesús Catequesis de Juan Pablo II Presentación de Jesús en el templo Relato del Evangelio según San Lucas (Lc 2,22-40) Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conform . a lo que se dice en la Ley del Señor. Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón: este hombre era justo piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él e Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo q no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescrib sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya paz, porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón les bend y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción –¡y a ti misma una espada te atravesará el alma a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.» Había también una profetisa, Ana, hija de Fanue de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y s fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él. La Presentación de Jesús en el templo Catequesis de Juan Pablo II (11-XII-96) 1. En el episodio de la presentación de Jesús en el templo, S Lucas subraya el destino mesiánico de Jesús. Según el text lucano, el objetivo inmediato del viaje de la Sagrada Familia d Belén a Jerusalén es el cumplimiento de la Ley: «Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley d Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señ como está escrito en la Ley del Señor: "Todo varón primogén será consagrado al Señor", y para ofrecer en sacrificio un par tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley d Señor» (Lc 2,22-24). Con este gesto, María y José manifiestan su propósito de obedecer fielmente a la voluntad de Dios, rechazando toda forma de privilegio. Su peregrinación al templo de Jerusalén asume el significado de una consagración a Dios, en el lugar su presencia. María, obligada por su pobreza a ofrecer tórtolas o pichones entrega en realidad al verdadero Cordero que deberá redimir la humanidad, anticipando con su gesto lo que había sido prefigurado en las ofrendas rituales de la antigua Ley. 2. Mientras la Ley exigía sólo a la madre la purificación despu del parto, Lucas habla de «los días de la purificación de ellos (Lc 2,22), tal vez con la intención de indicar a la vez las prescripciones referentes a la madre y a su Hijo primogénito La expresión «purificación» puede resultarnos sorprendente pues se refiere a una Madre que, por gracia singular, había obtenido ser inmaculada desde el primer instante de su existencia, y a un Niño totalmente santo. Sin embargo, es preciso recordar que no se trataba de purificarse la concienc de alguna mancha de pecado, sino solamente de recuperar pureza ritual, la cual, de acuerdo con las ideas de aquel tiemp quedaba afectada por el simple hecho del parto, sin que existiera ninguna clase de culpa. El evangelista aprovecha la ocasión para subrayar el víncul especial que existe entre Jesús, en cuanto «primogénito» (L 2,7.23), y la santidad de Dios, así como para indicar el espíri de humilde ofrecimiento que impulsaba a María y a José (cf. 2,24). En efecto, el «par de tórtolas o dos pichones» era la ofrenda de los pobres (cf. Lv 12,8). 3. En el templo, José y María se encuentran con Simeón, «hombre justo y piadoso, que esperaba la consolación de Israel» (Lc 2,25). La narración lucana no dice nada de su pasado y del servici que desempeña en el templo; habla de un hombre profundamente religioso, que cultiva en su corazón grandes deseos y espera al Mesías, consolador de Israel. En efecto «estaba en él el Espíritu Santo» (Lc 2,25), y «le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes d haber visto al Mesías del Señor» (Lc 2,26). Simeón nos invita contemplar la acción misericordiosa de Dios, que derrama e Espíritu sobre sus fieles para llevar a cumplimiento su misterio proyecto de amor. Simeón, modelo del hombre que se abre a la acción de Dios «movido por el Espíritu» (Lc 2,27), se dirige al templo, donde encuentra con Jesús, José y María. Tomando al Niño en su brazos, bendice a Dios: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz» (Lc 2,29). Simeón, expresión del Antiguo Testamento, experimenta la alegría del encuentro con el Mesías y siente que ha logrado finalidad de su existencia; por ello, dice al Altísimo que lo pue dejar irse a la paz del más allá. En el episodio de la Presentación se puede ver el encuentro la esperanza de Israel con el Mesías. También se puede descubrir en él un signo profético del encuentro del hombre c Cristo. El Espíritu Santo lo hace posible, suscitando en el corazón humano el deseo de ese encuentro salvífico y favoreciendo su realización. Y no podemos olvidar el papel de María, que entrega el Niño santo anciano Simeón. Por voluntad de Dios, es la Madre qui da a Jesús a los hombres. 4. Al revelar el futuro del Salvador, Simeón hace referencia a profecía del «Siervo», enviado al pueblo elegido y a las naciones. A él dice el Señor: «Te formé, y te he destinado a s alianza del pueblo y luz de las gentes» (Is 42,6). Y también «Poco es que seas mi siervo, en orden a levantar las tribus d Jacob, y hacer volver los preservados de Israel. Te voy a pon por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta lo confines de la tierra» (Is 49,6). En su cántico, Simeón cambia totalmente la perspectiva, poniendo el énfasis en el universalismo de la misión de Jesú «Han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vi de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria tu pueblo Israel» (Lc 2,30-32). ¿Cómo no asombrarse ante esas palabras? «Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él» (Lc 2,33 Pero José y María, con esta experiencia, comprenden más claramente la importancia de su gesto de ofrecimiento: en e templo de Jerusalén presentan a Aquel que, siendo la gloria su pueblo, es también la salvación de toda la humanidad. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua españo del 13-XII***** La profecía de Simeón asocia a María al destino doloroso de Hijo Catequesis de Juan Pablo II (18-XII-96) 1. Después de haber reconocido en Jesús la «luz para alumb a las naciones» (Lc 2,32), Simeón anuncia a María la gran prueba a la que está llamado el Mesías y le revela su participación en ese destino doloroso. La referencia al sacrificio redentor, ausente en la Anunciació ha impulsado a ver en el oráculo de Simeón casi un «segund anuncio» (Redemptoris Mater, 16), que llevará a la Virgen a u entendimiento más profundo del misterio de su Hijo. Simeón, que hasta ese momento se había dirigido a todos lo presentes, bendiciendo en particular a José y María, ahora predice sólo a la Virgen que participará en el destino de su Hi Inspirado por el Espíritu Santo, le anuncia: «Éste está puest para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones» (Lc 2,34-35). 2. Estas palabras predicen un futuro de sufrimiento para el Mesías. En efecto, será el «signo de contradicción», destinad encontrar una dura oposición en sus contemporáneos. Pero Simeón une al sufrimiento de Cristo la visión del alma de Mar atravesada por la espada, asociando de ese modo a la Madre destino doloroso de su Hijo. Así, el santo anciano, a la vez que pone de relieve la crecien hostilidad que va a encontrar el Mesías, subraya las repercusiones que esa hostilidad tendrá en el corazón de la Madre. Ese sufrimiento materno llegará al culmen en la pasió cuando se unirá a su Hijo en el sacrificio redentor. Las palabras de Simeón, pronunciadas después de una alusi a los primeros cantos del Siervo del Señor (cf. Is 42,6; 49,6) citados en Lc 2,32, nos hacen pensar en la profecía del Sierv paciente (cf. Is 52,13 - 53,12), el cual, «molido por nuestros pecados» (Is 53,5), se ofrece «a sí mismo en expiación» (Is 53,10) mediante un sacrificio personal y espiritual, que super con mucho los antiguos sacrificios rituales. Podemos advertir aquí que la profecía de Simeón permite vislumbrar en el futuro sufrimiento de María una semejanza notable con el futuro doloroso del «Siervo». 3. María y José manifiestan su admiración cuando Simeón proclama a Jesús «luz para alumbrar a las naciones y gloria tu pueblo Israel» (Lc 2,32). María, en cambio, ante la profecí de la espada que le atravesará el alma, no dice nada. Acoge silencio, al igual que José, esas palabras misteriosas que hac presagiar una prueba muy dolorosa y expresan el significad más auténtico de la presentación de Jesús en el templo. En efecto, según el plan divino, el sacrificio ofrecido entonces «un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dic en la Ley» (Lc 2,24), era un preludio del sacrificio de Jesús «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29); en él se haría la verdadera «presentación» (cf. Lc 2,22), que asociaría a la Madre a su Hijo en la obra de la redención. 4. Después de la profecía de Simeón se produce el encuentr con la profetisa Ana, que también «alababa a Dios y hablaba niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén» ( 2,38). La fe y la sabiduría profética de la anciana que, «sirvien a Dios noche y día» (Lc 2,37), mantiene viva con ayunos y oraciones la espera del Mesías, dan a la Sagrada Familia u nuevo impulso a poner su esperanza en el Dios de Israel. En momento tan particular, María y José seguramente considera el comportamiento de Ana como un signo del Señor, un mensaje de fe iluminada y de servicio perseverante. A partir de la profecía de Simeón, María une de modo intenso misterioso su vida a la misión dolorosa de Cristo: se converti en la fiel cooperadora de su Hijo para la salvación del géner humano. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua españo del 20-XII- La cooperación de la mujer en el misterio de la Redención Catequesis de Juan Pablo II (8-I-97) 1. Las palabras del anciano Simeón, anunciando a María su participación en la misión salvífica del Mesías, ponen de manifiesto el papel de la mujer en el misterio de la redención En efecto, María no es sólo una persona individual; también la «hija de Sión», la mujer nueva que, al lado del Redentor, comparte su pasión y engendra en el Espíritu a los hijos de Dios. Esa realidad se expresa mediante la imagen popular d las «siete espadas» que atraviesan el corazón de María. Es representación pone de relieve el profundo vínculo que exist entre la madre, que se identifica con la hija de Sión y con la Iglesia, y el destino de dolor del Verbo encarnado. Al entregar a su Hijo, recibido poco antes de Dios, para consagrarlo a su misión de salvación, María se entrega tambi a sí misma a esa misión. Se trata de un gesto de participació interior, que no es sólo fruto del natural afecto materno, sino q sobre todo expresa el consentimiento de la mujer nueva a la obra redentora de Cristo. 2. En su intervención, Simeón señala la finalidad del sacrific de Jesús y del sufrimiento de María: se harán «a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones (Lc 2,35). Jesús, «signo de contradicción» (Lc 2,34), que implica a su madre en su sufrimiento, llevará a los hombres a tomar posici con respecto a él, invitándolos a una decisión fundamental. E efecto, «está puesto para caída y elevación de muchos en Israel» (Lc 2,34). Así pues, María está unida a su Hijo divino en la «contradicción», con vistas a la obra de la salvación. Ciertamente, existe el peligro de caída para quien no acoge Cristo, pero un efecto maravilloso de la redención es la elevación de muchos. Este mero anuncio enciende gran esperanza en los corazones a los que ya testimonia el fruto d sacrificio. Al poner bajo la mirada de la Virgen estas perspectivas de l salvación antes de la ofrenda ritual, Simeón parece sugerir María que realice ese gesto para contribuir al rescate de la humanidad. De hecho, no habla con José ni de José: sus palabras se dirigen a María, a quien asocia al destino de su H 3. La prioridad cronológica del gesto de María no oscurece e primado de Jesús. El concilio Vaticano II, al definir el papel d María en la economía de la salvación, recuerda que ella «se entregó totalmente a sí misma (...) a la persona y a la obra de Hijo. Con él y en dependencia de él, se puso (...) al servicio d misterio de la redención» (Lumen gentium, 56). En la presentación de Jesús en el templo, María se pone a servicio del misterio de la Redención con Cristo y en dependencia de él: en efecto, Jesús, el protagonista de la salvación, es quien debe ser rescatado mediante la ofrenda ritual. María está unida al sacrificio de su Hijo por la espada q le atravesará el alma. El primado de Cristo no anula, sino que sostiene y exige el papel propio e insustituible de la mujer. Implicando a su mad en su sacrificio, Cristo quiere revelar las profundas raíces humanas del mismo y mostrar una anticipación del ofrecimien sacerdotal de la cruz. La intención divina de solicitar la cooperación específica de mujer en la obra redentora se manifiesta en el hecho de que profecía de Simeón se dirige sólo a María, a pesar de que también José participa en el rito de la ofrenda. 4. La conclusión del episodio de la presentación de Jesús en templo parece confirmar el significado y el valor de la presenc femenina en la economía de la salvación. El encuentro con u mujer, Ana, concluye esos momentos singulares, en los que Antiguo Testamento casi se entrega al Nuevo. Al igual que Simeón, esta mujer no es una persona socialmen importante en el pueblo elegido, pero su vida parece posee gran valor a los ojos de Dios. San Lucas la llama «profetisa» probablemente porque era consultada por muchos a causa d su don de discernimiento y por la vida santa que llevaba bajo inspiración del Espíritu del Señor. Ana era de edad avanzada, pues tenía ochenta y cuatro años era viuda desde hacía mucho tiempo. Consagrada totalmente Dios, «no se apartaba del templo, sirviendo a Dios noche y d en ayunos y oraciones» (Lc 2,37). Por eso, representa a todo los que, habiendo vivido intensamente la espera del Mesías, s capaces de acoger el cumplimiento de la Promesa con gran júbilo. El evangelista refiere que, «como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios» (Lc 2,38). Viviendo de forma habitual en el templo, pudo, tal vez con mayor facilidad que Simeón, encontrar a Jesús en el ocaso d una existencia dedicada al Señor y enriquecida por la escuch de la Palabra y por la oración. En el alba de la Redención, podemos ver en la profetisa Ana todas las mujeres que, con la santidad de su vida y con su actitud de oración, están dispuestas a acoger la presencia d Cristo y a alabar diariamente a Dios por las maravillas que realiza su eterna misericordia. 5. Simeón y Ana, escogidos para el encuentro con el Niño, viv intensamente ese don divino, comparten con María y José l alegría de la presencia de Jesús y la difunden en su ambient De forma especial, Ana demuestra un celo magnífico al habl de Jesús, testimoniando así su fe sencilla y generosa, una f que prepara a otros a acoger al Mesías en su vida. La expresión de Lucas: «Hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén» (Lc 2,38), parece acreditarla como símbolo de las mujeres que, dedicándose a difusión del Evangelio, suscitan y alimentan esperanzas de salvación. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua españo del 10-I- Jesús entre los doctores Relato del Evangelio según San Lucas (Lc 2,41-52) Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero a no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos p su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hec esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.» Él les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabía que yo debía estar en la casa de mi Padre?» Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su mad conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres. Jesús, perdido y hallado en el templo Catequesis de Juan Pablo II (15-I-97) 1. Como última página de los relatos de la infancia, antes de comienzo de la predicación de Juan el Bautista, el evangelis Lucas pone el episodio de la peregrinación de Jesús adolescente al templo de Jerusalén. Se trata de una circunstancia singular, que arroja luz sobre los largos años de vida oculta de Nazaret. En esa ocasión Jesús revela, con su fuerte personalidad, la conciencia de su misión, confiriendo a este segundo «ingreso en la «casa del Padre» el significado de una entrega completa Dios, que ya había caracterizado su presentación en el temp Este pasaje da la impresión de que contradice la anotación d Lucas, que presenta a Jesús sumiso a José y a María (cf. L 2,51). Pero, si se mira bien, Jesús parece aquí ponerse en un consciente y casi voluntaria antítesis con su condición normal hijo, manifestando repentinamente una firme separación de María y José. Afirma que asume como norma de su comportamiento sólo su pertenencia al Padre, y no los víncul familiares terrenos. 2. A través de este episodio, Jesús prepara a su madre para misterio de la Redención. María, al igual que José, vive en es tres dramáticos días, en que su Hijo se separa de ellos para permanecer en el templo, la anticipación del triduo de su pasi muerte y resurrección. Al dejar partir a su madre y a José hacia Galilea, sin avisarles su intención de permanecer en Jerusalén, Jesús los introduc en el misterio del sufrimiento que lleva a la alegría, anticipand lo que realizaría más tarde con los discípulos mediante el anuncio de su Pascua. Según el relato de Lucas, en el viaje de regreso a Nazaret, María y José, después de una jornada de viaje, preocupados angustiados por el niño Jesús, lo buscan inútilmente entre su parientes y conocidos. Vuelven a Jerusalén y, al encontrarlo el templo, quedan asombrados porque lo ven «sentado en medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles» (L 2,46). Su conducta es muy diversa de la acostumbrada. Y seguramente el hecho de encontrarlo al tercer día revela a su padres otro aspecto relativo a su persona y a su misión. Jesús asume el papel de maestro, como hará más tarde en vida pública, pronunciando palabras que despiertan admiració «Todos los que lo oían estaban estupefactos por su inteligenc y sus respuestas» (Lc 2,47). Manifestando una sabiduría qu asombra a los oyentes, comienza a practicar el arte del diálog que será una característica de su misión salvífica. Su madre le pregunta: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando» ( 2,48). Se podría descubrir aquí el eco de los «porqués» de tantas madres ante los sufrimientos que les causan sus hijos así como los interrogantes que surgen en el corazón de tod hombre en los momentos de prueba. 3. La respuesta de Jesús, en forma de pregunta, es densa d significado: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?» (Lc 2,49). Con esa expresión, Jesús revela a María y a José, de modo inesperado e imprevisto, el misterio de su Persona, invitándol a superar las apariencias y abriéndoles perspectivas nueva sobre su futuro. En la respuesta a su madre angustiada, el Hijo revela ensegu el motivo de su comportamiento. María había dicho: «Tu padr designando a José; Jesús responde: «Mi Padre», refiriéndose Padre celestial. Jesús, al aludir a su ascendencia divina, más que afirmar que templo, casa de su Padre, es el «lugar» natural de su presenc lo que quiere dejar claro es que él debe ocuparse de todo lo q atañe al Padre y a su designio. Desea reafirmar que sólo la voluntad del Padre es para él norma que vincula su obedienc El texto evangélico subraya esa referencia a la entrega total proyecto de Dios mediante la expresión verbal «debía», que volverá a aparecer en el anuncio de la Pasión (cf. Mc 8,31) Así pues, a sus padres se les pide que le permitan cumplir s misión donde lo lleve la voluntad del Padre celestial. 4. El evangelista comenta: «Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio» (Lc 2,50). María y José no entienden el contenido de su respuesta, ni e modo, que parece un rechazo, como reacciona a su preocupación de padres. Con esta actitud, Jesús quiere reve los aspectos misteriosos de su intimidad con el Padre, aspect que María intuye, pero sin saberlos relacionar con la prueba q estaba atravesando. Las palabras de Lucas nos permiten conocer cómo vivió Mar en lo más profundo de su alma este episodio realmente singu «Conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón (Lc 2,51). La madre de Jesús vincula los acontecimientos a misterio de su Hijo, tal como se le reveló en la Anunciación, ahonda en ellos en el silencio de la contemplación, ofreciend su colaboración con el espíritu de un renovado «fiat». Así comienza el primer eslabón de una cadena de acontecimientos que llevará a María a superar progresivamen el papel natural que le correspondía por su maternidad, para ponerse al servicio de la misión de su Hijo divino. En el templo de Jerusalén, en este preludio de su misión salvífica, Jesús asocia a su Madre a sí; ya no será solamente madre que lo engendró, sino la Mujer que, con su obediencia plan del Padre, podrá colaborar en el misterio de la Redenció De este modo, María, conservando en su corazón un evento t rico de significado, llega a una nueva dimensión de su cooperación en la salvación. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua españo del 17-I- María en la vida oculta de Jesús Catequesis de Juan Pablo II (29-I-97) 1. Los evangelios ofrecen pocas y escuetas noticias sobre lo años que la Sagrada Familia vivió en Nazaret. San Mateo refi que san José, después del regreso de Egipto, tomó la decisió de establecer la morada de la Sagrada Familia en Nazaret (c Mt 2,22-23), pero no da ninguna otra información, excepto qu José era carpintero (cf. Mt 13,55). Por su parte, san Lucas ha dos veces de la vuelta de la Sagrada Familia a Nazaret (cf. L 2,39.51) y da dos breves indicaciones sobre los años de la niñ de Jesús, antes y después del episodio de la peregrinación Jerusalén: «El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él» (Lc 2,40), y «Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ant Dios y ante los hombres» (Lc 2,52). Al hacer estas breves anotaciones sobre la vida de Jesús, sa Lucas refiere probablemente los recuerdos de María acerca d ese período de profunda intimidad con su Hijo. La unión entr Jesús y la «llena de gracia» supera con mucho la que normalmente existe entre una madre y un hijo, porque está arraigada en una particular condición sobrenatural y está reforzada por la especial conformidad de ambos con la volunt divina. Así pues, podemos deducir que el clima de serenidad y paz q existía en la casa de Nazaret y la constante orientación hacia cumplimiento del proyecto divino conferían a la unión entre l madre y el hijo una profundidad extraordinaria e irrepetible. 2. En María la conciencia de que cumplía una misión que Dio le había encomendado atribuía un significado más alto a su v diaria. Los sencillos y humildes quehaceres de cada día asumían, a sus ojos, un valor singular, pues los vivía como servicio a la misión de Cristo. El ejemplo de María ilumina y estimula la experiencia de tant mujeres que realizan sus labores diarias exclusivamente ent las paredes del hogar. Se trata de un trabajo humilde, oculto repetitivo que, a menudo, no se aprecia bastante. Con todo, l muchos años que vivió María en la casa de Nazaret revelan s enormes potencialidades de amor auténtico y, por consiguien de salvación. En efecto, la sencillez de la vida de tantas ama de casa, que consideran como misión de servicio y de amor encierra un valor extraordinario a los ojos del Señor. Y se puede muy bien decir que para María la vida en Nazaret estaba dominada por la monotonía. En el contacto con Jesú mientras crecía, se esforzaba por penetrar en el misterio de s Hijo, contemplando y adorando. Dice san Lucas: «María, por parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19; cf. 2,51). «Todas estas cosas» son los acontecimientos de los que ell había sido, a la vez, protagonista y espectadora, comenzand por la Anunciación, pero sobre todo es la vida del Niño. Cad día de intimidad con él constituye una invitación a conocerlo mejor, a descubrir más profundamente el significado de su presencia y el misterio de su persona. 3. Alguien podría pensar que a María le resultaba fácil creer dado que vivía a diario en contacto con Jesús. Pero es precis recordar, al respecto, que habitualmente permanecían oculto los aspectos singulares de la personalidad de su Hijo. Aunqu su manera de actuar era ejemplar, él vivía una vida semejante la de tantos coetáneos suyos. Durante los treinta años de su permanencia en Nazaret, Jesú no revela sus cualidades sobrenaturales y no realiza gestos prodigiosos. Ante las primeras manifestaciones extraordinaria de su personalidad, relacionadas con el inicio de su predicaci sus familiares (llamados en el evangelio «hermanos») se asumen -según una interpretación- la responsabilidad de devolverlo a su casa, porque consideran que su comportamie no es normal (cf. Mc 3,21). En el clima de Nazaret, digno y marcado por el trabajo, María esforzaba por comprender la trama providencial de la misión su Hijo. A este respecto, para la Madre fue objeto de particul reflexión la frase que Jesús pronunció en el templo de Jerusa a la edad de doce años: «¿No sabíais que debo ocuparme d las cosas de mi Padre?» (Lc 2,49). Meditando en esas palabr María podía comprender mejor el sentido de la filiación divina Jesús y el de su maternidad, esforzándose por descubrir en comportamiento de su Hijo los rasgos que revelaban su semejanza con Aquel que él llamaba «mi Padre». 4. La comunión de vida con Jesús, en la casa de Nazaret, lle a María no sólo a avanzar «en la peregrinación de la fe» (Lum gentium, 58), sino también en la esperanza. Esta virtud, alimentada y sostenida por el recuerdo de la Anunciación y d las palabras de Simeón, abraza toda su existencia terrena, pe la practicó particularmente en los treinta años de silencio y ocultamiento que pasó en Nazaret. Entre las paredes del hogar la Virgen vive la esperanza de forma excelsa; sabe que no puede quedar defraudada, aunqu no conoce los tiempos y los modos con que Dios realizará s promesa. En la oscuridad de la fe, y a falta de signos extraordinarios que anuncien el inicio de la misión mesiánica su Hijo, ella espera, más allá de toda evidencia, aguardando Dios el cumplimiento de la promesa. La casa de Nazaret, ambiente de crecimiento de la fe y de l esperanza, se convierte en lugar de un alto testimonio de la caridad. El amor que Cristo deseaba extender en el mundo s enciende y arde ante todo en el corazón de la Madre; es precisamente en el hogar donde se prepara el anuncio del evangelio de la caridad divina. Dirigiendo la mirada a Nazaret y contemplando el misterio de vida oculta de Jesús y de la Virgen, somos invitados a medit una vez más en el misterio de nuestra vida misma que, com recuerda san Pablo, «está oculta con Cristo en Dios» (Col 3,3 A menudo se trata de una vida humilde y oscura a los ojos d mundo, pero que, en la escuela de María, puede revelar potencialidades inesperadas de salvación, irradiando el amor la paz de Cristo. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua españo del 31-I- María en la vida pública de Jesús Catequesis de Juan Pablo II Las bodas de Caná Relato del Evangelio según San Juan (Jn 2,1-12) Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, porque se hab acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: «No tie vino.» Jesús le responde: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? . Todavía no ha llegado mi hora.» Dice su madre a los sirviente «Haced lo que él os diga.» Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificacion de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús «Llenad las tinajas de agua.» Y las llenaron hasta arriba. «Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala.» Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al nov le dice: «Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya está bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora.» Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos Después bajó a Cafarnaúm con su madre y sus hermanos y s discípulos, pero no se quedaron allí muchos días. María en las bodas de Caná Catequesis de Juan Pablo II (26-II-97) 1. En el episodio de las bodas de Caná, san Juan presenta primera intervención de María en la vida pública de Jesús y p de relieve su cooperación en la misión de su Hijo. Ya desde el inicio del relato, el evangelista anota que «estab la madre de Jesús» (Jn 2,1) y, como para sugerir que esa presencia estaba en el origen de la invitación dirigida por l esposos al mismo Jesús y a sus discípulos (cf. Redemptoris M 21), añade: «Fue invitado a la boda también Jesús con su discípulos» (Jn 2,2). Con esas palabras, san Juan parece ind que en Caná, como en el acontecimiento fundamental de Encarnación, María es quien introduce al Salvador. El significado y el papel que asume la presencia de la Virgen manifiestan cuando llega a faltar el vino. Ella, como experta solícita ama de casa, inmediatamente se da cuenta e intervi para que no decaiga la alegría de todos y, en primer lugar, p ayudar a los esposos en su dificultad. Dirigiéndose a Jesús con las palabras: «No tienen vino» (Jn María le expresa su preocupación por esa situación, espera una intervención que la resuelva. Más precisamente, segú algunos exégetas, la Madre espera un signo extraordinario, d que Jesús no disponía de vino. 2. La opción de María, que habría podido tal vez conseguir en parte el vino necesario, manifiesta la valentía de su fe porq hasta ese momento, Jesús no había realizado ningún milagr en Nazaret ni en la vida pública. En Caná, la Virgen muestra una vez más su total disponibilid Dios. Ella que, en la Anunciación, creyendo en Jesús antes verlo, había contribuido al prodigio de la concepción virginal, confiando en el poder de Jesús aún sin revelar, provoca s «primer signo», la prodigiosa transformación del agua en vi De ese modo, María precede en la fe a los discípulos que, c refiere San Juan, creerán después del milagro: Jesús «manif su gloria, y creyeron en él sus discípulos» (Jn 2,11). Más aú obtener el signo prodigioso, María brinda un apoyo a su fe 3. La respuesta de Jesús a las palabras de María: «Mujer, ¿ nos va a mí y a ti? Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4 expresa un rechazo aparente, como para probar la fe de su m Según una interpretación, Jesús, desde el inicio de su misió parece poner en tela de juicio su relación natural de hijo, ant intervención de su madre. En efecto, en la lengua hablada ambiente, esa frase da a entender una distancia entre las personas, excluyendo la comunión de vida. Esta lejanía no el el respeto y la estima; el término «mujer», con el que Jesús dirige a su madre, se usa en una acepción que reaparecerá e diálogos con la cananea (cf. Mt 15,28), la samaritana (cf. Jn 4 la adúltera (cf. Jn 8,10) y María Magdalena (cf. Jn 20,13), e contextos que manifiestan una relación positiva de Jesús con interlocutoras. Con la expresión: «Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti?», Jesús d poner la cooperación de María en el plano de la salvación q comprometiendo su fe y su esperanza, exige la superación d papel natural de madre. 4. Mucho más fuerte es la motivación formulada por Jesús «Todavía no ha llegado mi hora» (Jn. 2,4). Algunos estudiosos del texto sagrado, siguiendo la interpreta de San Agustín, identifican esa «hora» con el acontecimiento Pasión. Para otros, en cambio, se refiere al primer milagro en se revelaría el poder mesiánico del profeta de Nazaret. Hay o por último, que consideran que la frase es interrogativa y prol la pregunta anterior: «¿Qué nos va a mí y a ti?, ¿no ha llegad mi hora?» (Jn 2,4). Jesús da a entender a María que él ya depende de ella, sino que debe tomar la iniciativa para realiz obra del Padre. María, entonces, dócilmente deja de insistir a y, en cambio, se dirige a los sirvientes para invitarlos a cumpl órdenes. En cualquier caso, su confianza en el Hijo es premiada. Jesú que ella ha dejado totalmente la iniciativa, hace el milagro reconociendo la valentía y la docilidad de su madre: «Jesús dice: "Llenad las tinajas de agua". Y las llenaron hasta el bor (Jn 2,7). Así, también la obediencia de los sirvientes contribu proporcionar vino en abundancia. La exhortación de María: «Haced lo que él os diga», conserv valor siempre actual para los cristianos de todos los tiempo está destinada a renovar su efecto maravilloso en la vida de uno. Invita a una confianza sin vacilaciones, sobre todo cuand se entienden el sentido y la utilidad de lo que Cristo pide De la misma manera que en el relato de la cananea (cf. Mt 15 26) el rechazo aparente de Jesús exalta la fe de la mujer, tam las palabras del Hijo «Todavía no ha llegado mi hora», junto c realización del primer milagro, manifiestan la grandeza de la la Madre y la fuerza de su oración. El episodio de las bodas de Caná nos estimula a ser valiente la fe y a experimentar en nuestra vida la verdad de las palab del Evangelio: «Pedid y se os dará» (Mt 7,7; Lc 11,9). [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 28- En Caná, María induce a Jesús a realizar el primer milagr Catequesis de Juan Pablo II (5-III-97) 1. Al referir la presencia de María en la vida pública de Jesú concilio Vaticano II recuerda su participación en Caná con oc del primer milagro: «En las bodas de Caná de Galilea (...), mo por la compasión, consiguió, intercediendo ante él, el primer los milagros de Jesús el Mesías (cf. Jn 2,1-11)» (Lumen gent 58). Siguiendo al evangelista Juan, el Concilio destaca el pape discreto y, al mismo tiempo, eficaz de la Madre, que con s palabra consigue de su Hijo «el primero de los milagros». Ella ejerciendo un influjo discreto y materno, con su presencia es último término, determinante. La iniciativa de la Virgen resulta aún más sorprendente si s considera la condición de inferioridad de la mujer en la socie judía. En efecto, en Caná Jesús no sólo reconoce la dignidad papel del genio femenino, sino que también, acogiendo la intervención de su madre, le brinda la posibilidad de participa su obra mesiánica. El término «Mujer», con el que se dirige María (cf. Jn 2,4), no contradice esta intención de Jesús, pue encierra ninguna connotación negativa y Jesús lo usará de nu refiriéndose a su madre, al pie de la cruz (cf. Jn 19,26). Seg algunos intérpretes, el título «Mujer» presenta a María como nueva Eva, madre en la fe de todos los creyentes. El Concilio, en el texto citado, usa la expresión: «Movida po compasión», dando a entender que María estaba impulsada p corazón misericordioso. Al prever el posible apuro de los esp y de los invitados por la falta de vino, la Virgen compasiva su a Jesús que intervenga con su poder mesiánico. A algunos la petición de María les parece desproporcionad porque subordina a un acto de compasión el inicio de los mila del Mesías. A la dificultad responde Jesús mismo, quien, al ac la solicitud de su madre, muestra la superabundancia con qu Señor responde a las expectativas humanas, manifestand también el gran poder que entraña el amor de una madre 2. La expresión «dar comienzo a los milagros», que el Conc recoge del texto de san Juan, llama nuestra atención. El térm griego árxé, que se traduce por inicio, principio, se encuentra en el Prólogo de su evangelio: «En el principio existía la Pala (Jn 1,1). Esta significativa coincidencia nos lleva a establece paralelismo entre el primer origen de la gloria de Cristo en eternidad y la primera manifestación de la misma gloria en misión terrena. El evangelista, subrayando la iniciativa de María en el prim milagro y recordando su presencia en el Calvario, al pie de la ayuda a comprender que la cooperación de María se extiend toda la obra de Cristo. La petición de la Virgen se sitúa dentr designio divino de salvación. En el primer milagro obrado por Jesús los Padres de la Iglesia vislumbrado una fuerte dimensión simbólica, descubriendo, e transformación del agua en vino, el anuncio del paso de la an alianza a la nueva. En Caná, precisamente el agua de las tin destinada a la purificación de los judíos y al cumplimiento de prescripciones legales (cf. Mc 7,1-15), se transforma en el v nuevo del banquete nupcial, símbolo de la unión definitiva e Dios y la humanidad. 3. El contexto de un banquete de bodas, que Jesús eligió par primer milagro, remite al simbolismo matrimonial, frecuente e Antiguo Testamento para indicar la alianza entre Dios y su pu (cf. Os 2,21; Jr 2,1-8; Sal 44; etc.) y en el Nuevo Testamento significar la unión de Cristo con la Iglesia (cf. Jn 3,28-30; Ef 5 32; Ap 21,1-2; etc.). La presencia de Jesús en Caná manifiesta, además, el proy salvífico de Dios con respecto al matrimonio. En esa perspec la carencia de vino se puede interpretar como una alusión a la de amor, que lamentablemente es una amenaza que se cier menudo sobre la unión conyugal. María pide a Jesús que intervenga en favor de todos los esposos, a quienes sólo un a fundado en Dios puede librar de los peligros de la infidelidad, incomprensión y de las divisiones. La gracia del sacramento o a los esposos esta fuerza superior de amor, que puede robus su compromiso de fidelidad incluso en las circunstancias difíc Según la interpretación de los autores cristianos, el milagro Caná encierra, además, un profundo significado eucarístico realizarlo en la proximidad de la solemnidad de la Pascua jud Jn 2,13), Jesús manifiesta, como en la multiplicación de los p (cf. Jn 6,4), la intención de preparar el verdadero banquet pascual, la Eucaristía. Probablemente, ese deseo, en las bod Caná, queda subrayado aún más por la presencia del vino, alude a la sangre de la nueva alianza, y por el contexto de banquete. De este modo María, después de estar en el origen de la presencia de Jesús en la fiesta, consigue el milagro del vin nuevo, que prefigura la Eucaristía, signo supremo de la prese de su Hijo resucitado entre los discípulos. 4. Al final de la narración del primer milagro de Jesús, que h posible la fe firme de la Madre del Señor en su Hijo divino, evangelista Juan concluye: «Sus discípulos creyeron en él» 2,11). En Caná María comienza el camino de la fe de la Igle precediendo a los discípulos y orientando hacia Cristo la aten de los sirvientes. Su perseverante intercesión anima, asimismo, a quienes lleg encontrarse a veces ante la experiencia del «silencio de Dio Los invita a esperar más allá de toda esperanza, confiand siempre en la bondad del Señor. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 7- La participación de María en la vida pública de Jesús Catequesis de Juan Pablo II (12-III-97) 1. El concilio Vaticano II, después de recordar la intervención María en las bodas de Caná, subraya su participación en la pública de Jesús: «Durante la predicación de su Hijo, acogió palabras con las que éste situaba el Reino por encima de l consideraciones y de los lazos de la carne y de la sangre, proclamaba felices (cf. Mc 3,35 par.; Lc 11,27-28) a los qu escuchaban y guardaban la palabra de Dios, como ella lo ha fielmente (cf. Lc 2,19.51)» (Lumen gentium, 58). El inicio de la misión de Jesús marcó también su separación Madre, la cual no siempre siguió al Hijo durante su peregrina por los caminos de Palestina. Jesús eligió deliberadamente separación de su Madre y de los afectos familiares, como demuestran las condiciones que pone a sus discípulos pa seguirlo y para dedicarse al anuncio del reino de Dios. No obstante, María escuchó a veces la predicación de su Hijo puede suponer que estaba presente en la sinagoga de Naza cuando Jesús, después de leer la profecía de Isaías, comentó texto aplicándose a sí mismo su contenido (cf. Lc 4,18-30 ¡Cuánto debe de haber sufrido en esa ocasión, después de h compartido el asombro general ante las «palabras llenas de g que salían de su boca» (Lc 4,22), al constatar la dura hostilida sus conciudadanos, que arrojaron a Jesús de la sinagoga incluso intentaron matarlo! Las palabras del evangelista Luc ponen de manifiesto el dramatismo de ese momento: «Levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada ciudad, para despeñarlo. Pero él, pasando por medio de ello marchó» (Lc 4,29-30). María, después de ese acontecimiento, intuyendo que vend más pruebas, confirmó y ahondó su total adhesión a la volun del Padre, ofreciéndole su sufrimiento de madre y su soled 2. De acuerdo con lo que refieren los evangelios, es posible María escuchara a su Hijo también en otras circunstancias. A todo en Cafarnaúm, adonde Jesús se dirigió después de las b de Caná, «con su madre y sus hermanos y sus discípulos» 2,12). Además, es probable que lo haya seguido también, c ocasión de la Pascua, a Jerusalén, al templo, que Jesús de como casa de su Padre, cuyo celo lo devoraba (cf. Jn 2,16-1 Ella se encuentra asimismo entre la multitud cuando, sin log acercarse a Jesús, escucha que él responde a quien le anunc presencia suya y de sus parientes: «Mi madre y mis hermano aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8,2 Con esas palabras, Cristo, aun relativizando los vínculos familiares, hace un gran elogio de su Madre, al afirmar un vín mucho más elevado con ella. En efecto, María, poniéndose escucha de su Hijo, acoge todas sus palabras y las cump fielmente. Se puede pensar que María, aun sin seguir a Jesús en su ca misionero, se mantenía informada del desarrollo de la activi apostólica de su Hijo, recogiendo con amor y emoción las no sobre su predicación de labios de quienes se habían encontr con él. La separación no significaba lejanía del corazón, de la mism manera que no impedía a la madre seguir espiritualmente a Hijo, conservando y meditando su enseñanza, como ya hab hecho en la vida oculta de Nazaret. En efecto, su fe le perm captar el significado de las palabras de Jesús antes y mejor sus discípulos, los cuales a menudo no comprendían sus enseñanzas y especialmente las referencias a la futura pasió Mt 16,21-23; Mc 9,32; Lc 9,45). 3. María, siguiendo de lejos las actividades de su Hijo, particip su drama de sentirse rechazado por una parte del pueblo ele Ese rechazo, que se manifestó ya desde su visita a Nazaret hace cada vez más patente en las palabras y en las actitude los jefes del pueblo. De este modo, sin duda habrán llegado a conocimiento de Virgen críticas, insultos y amenazas dirigidas a Jesús. Inclus Nazaret se habrá sentido herida muchas veces por la incredu de parientes y conocidos, que intentaban instrumentalizar a J (cf. Jn 7,2-5) o interrumpir su misión (cf. Mc 3,21). A través de estos sufrimientos, soportados con gran dignidad forma oculta, María comparte el itinerario de su Hijo «haci Jerusalén» (Lc 9,51) y, cada vez más unida a él en la fe, en esperanza y en el amor, coopera en la salvación. 4. La Virgen se convierte así en modelo para quienes acoge palabra de Cristo. Ella, creyendo ya desde la Anunciación e mensaje divino y acogiendo plenamente a la Persona de su nos enseña a ponernos con confianza a la escucha del Salva para descubrir en él la Palabra divina que transforma y renu nuestra vida. Asimismo, su experiencia nos estimula a acepta pruebas y los sufrimientos que nos vienen por la fidelidad a C teniendo la mirada fija en la felicidad que ha prometido Jesú quienes escuchan y cumplen su palabra. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 14María en el Calvario Catequesis de Juan Pablo II María al pie de la cruz Evangelio según San Juan (Jn 19,25-30) Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de s madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, . dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplid para que se cumpliera la Escritura, dice: «Tengo sed.» Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisop una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido.» E inclinando la cabeza entregó el espíritu. María, al pie de la cruz, partícipe del drama de la Redención Catequesis de Juan Pablo II (2-IV-97) 1. Regina caeli laetare, alleluia! ¡Reina del cielo, alégrate, aleluya! Así canta la Iglesia durante este tiempo de Pascua, invitando los fieles a unirse al gozo espiritual de María, madre del Resucitado. La alegría de la Virgen por la resurrección de Cri es más grande aún si se considera su íntima participación e toda la vida de Jesús. María, al aceptar con plena disponibilidad las palabras del án Gabriel, que le anunciaba que sería la madre del Mesías, comenzó a tomar parte en el drama de la Redención. Su participación en el sacrificio de su Hijo, revelado por Simeón durante la presentación en el templo, prosigue no sólo en e episodio de Jesús perdido y hallado a la edad de doce años sino también durante toda su vida pública. Sin embargo, la asociación de la Virgen a la misión de Crist culmina en Jerusalén, en el momento de la pasión y muerte d Redentor. Como testimonia el cuarto evangelio, en aquellos d ella se encontraba en la ciudad santa, probablemente para l celebración de la Pascua judía. 2. El Concilio subraya la dimensión profunda de la presencia la Virgen en el Calvario, recordando que «mantuvo fielmente unión con su Hijo hasta la cruz» (Lumen gentium, 58), y afirm que esa unión «en la obra de la salvación se manifiesta desde momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte (ib., 57). Con la mirada iluminada por el fulgor de la Resurrección, no detenemos a considerar la adhesión de la Madre a la pasión redentora del Hijo, que se realiza mediante la participación e su dolor. Volvemos de nuevo, ahora en la perspectiva de la Resurrección, al pie de la cruz, donde María «sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazó de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima» (ib., 58). Con estas palabras, el Concilio nos recuerda la «compasión María», en cuyo corazón repercute todo lo que Jesús padece el alma y en el cuerpo, subrayando su voluntad de participar el sacrificio redentor y unir su sufrimiento materno a la ofrend sacerdotal de su Hijo. Además, el texto conciliar pone de relieve que el consentimien que da a la inmolación de Jesús no constituye una aceptació pasiva, sino un auténtico acto de amor, con el que ofrece a s Hijo como «víctima» de expiación por los pecados de toda l humanidad. Por último, la Lumen gentium pone a la Virgen en relación co Cristo, protagonista del acontecimiento redentor, especificand que, al asociarse «a su sacrificio», permanece subordinada a Hijo divino. 3. En el cuarto evangelio, san Juan narra que «junto a la cruz Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena» (Jn 19,25). Con el ver «estar», que etimológicamente significa «estar de pie», «esta erguido», el evangelista tal vez quiere presentar la dignidad y fortaleza que María y las demás mujeres manifiestan en su dolor. En particular, el hecho de «estar erguida» la Virgen junto a l cruz recuerda su inquebrantable firmeza y su extraordinaria valentía para afrontar los padecimientos. En el drama del Calvario, a María la sostiene la fe, que se robusteció durante acontecimientos de su existencia y, sobre todo, durante la vid pública de Jesús. El Concilio recuerda que «la bienaventurad Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmen la unión con su Hijo hasta la cruz» (Lumen gentium, 58). A los crueles insultos lanzados contra el Mesías crucificado, e que compartía sus íntimas disposiciones, responde con la indulgencia y el perdón, asociándose a su súplica al Padre: «Perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Partícipe del sentimiento de abandono a la voluntad del Padr que Jesús expresa en sus últimas palabras en la cruz: «Padre tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46), ella da así, co observa el Concilio, un consentimiento de amor «a la inmolac de su Hijo como víctima» (Lumen gentium, 58). 4. En este supremo «sí» de María resplandece la esperanza confiada en el misterioso futuro, iniciado con la muerte de s Hijo crucificado. Las palabras con que Jesús, a lo largo del camino hacia Jerusalén, enseñaba a sus discípulos «que el H del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancian los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar los tres días» (Mc 8,31), resuenan en su corazón en la hora dramática del Calvario, suscitando la espera y el anhelo de l Resurrección. La esperanza de María al pie de la cruz encierra una luz má fuerte que la oscuridad que reina en muchos corazones: ante sacrificio redentor, nace en María la esperanza de la Iglesia y la humanidad. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua españo del 4-IV- La Virgen María, cooperadora en la obra de la Redención Catequesis de Juan Pablo II (9-IV-97) 1. A lo largo de los siglos la Iglesia ha reflexionado en la cooperación de María en la obra de la salvación, profundizan el análisis de su asociación al sacrificio redentor de Cristo. Y san Agustín atribuye a la Virgen la calificación de «colaboradora» en la Redención (cf. De Sancta Virginitate, 6; 40, 399), título que subraya la acción conjunta y subordinada María a Cristo redentor. La reflexión se ha desarrollado en este sentido, sobre todo desde el siglo XV. Algunos temían que se quisiera poner a María al mismo nivel de Cristo. En realidad, la enseñanza de Iglesia destaca con claridad la diferencia entre la Madre y el H en la obra de la salvación, ilustrando la subordinación de la Virgen, en cuanto cooperadora, al único Redentor. Por lo demás, el apóstol Pablo, cuando afirma: «Somos colaboradores de Dios» (1 Co 3,9), sostiene la efectiva posibilidad que tiene el hombre de colaborar con Dios. La cooperación de los creyentes, que excluye obviamente toda igualdad con él, se expresa en el anuncio del Evangelio y en aportación personal para que se arraigue en el corazón de lo seres humanos. 2. El término «cooperadora» aplicado a María cobra, sin embargo, un significado específico. La cooperación de los cristianos en la salvación se realiza después del acontecimien del Calvario, cuyos frutos se comprometen a difundir median la oración y el sacrificio. Por el contrario, la participación de María se realizó durante el acontecimiento mismo y en calida de madre; por tanto, se extiende a la totalidad de la obra salvífica de Cristo. Solamente ella fue asociada de ese modo sacrificio redentor, que mereció la salvación de todos los hombres. En unión con Cristo y subordinada a él, cooperó pa obtener la gracia de la salvación a toda la humanidad. El particular papel de cooperadora que desempeñó la Virge tiene como fundamento su maternidad divina. Engendrando Aquel que estaba destinado a realizar la redención del hombr alimentándolo, presentándolo en el templo y sufriendo con é mientras moría en la cruz, «cooperó de manera totalmente singular en la obra del Salvador» (Lumen gentium, 61). Aunq la llamada de Dios a cooperar en la obra de la salvación se dirige a todo ser humano, la participación de la Madre del Salvador en la redención de la humanidad representa un hec único e irrepetible. A pesar de la singularidad de esa condición, María es tambié destinataria de la salvación. Es la primera redimida, rescatad por Cristo «del modo más sublime» en su concepción inmaculada (cf. bula Ineffabilis Deus, de Pío IX: Acta 1,605), llena de la gracia del Espíritu Santo. 3. Esta afirmación nos lleva ahora a preguntamos: ¿cuál es significado de esa singular cooperación de María en el plan d la salvación? Hay que buscarlo en una intención particular d Dios con respecto a la Madre del Redentor, a quien Jesús llam con el título de «mujer» en dos ocasiones solemnes, a saber, Caná y al pie de la cruz (cf. Jn 2,4; 19,26). María está asocia a la obra salvífica en cuanto mujer. El Señor, que creó al hombre «varón y mujer» (cf. Gn 1,27), también en la Redenci quiso poner al lado del nuevo Adán a la nueva Eva. La pareja los primeros padres emprendió el camino del pecado; una nueva pareja, el Hijo de Dios con la colaboración de su Madr devolvería al género humano su dignidad originaria. María, nueva Eva, se convierte así en icono perfecto de la Iglesia. En el designio divino, representa al pie de la cruz a l humanidad redimida que, necesitada de salvación, puede da una contribución al desarrollo de la obra salvífica. 4. El Concilio tiene muy presente esta doctrina y la hace suy subrayando la contribución de la Virgen santísima no sólo a nacimiento del Redentor, sino también a la vida de su Cuerp místico a lo largo de los siglos y hasta el ésxaton: en la Iglesi María «colaboró» y «colabora» (cf. Lumen gentium, 53 y 63) la obra de la salvación. Refiriéndose misterio, de la Anunciaci el Concilio declara que la Virgen de Nazaret, «abrazando la voluntad salvadora de Dios (...), se entregó totalmente a sí misma, como esclava del Señor, a la persona y a la obra de Hijo. Con él y en dependencia de él, se puso, por la gracia d Dios todopoderoso, al servicio del misterio de la Redención» (ib., 56). Además, el Vaticano II no sólo presenta a María como la «madre del Redentor», sino también como «compañera singularmente generosa entre todas las demás criaturas», qu colabora «de manera totalmente singular a la obra del Salvad con su obediencia, fe, esperanza y ardiente amor». Recuerd asimismo, que el fruto sublime de esa colaboración es la maternidad universal: «Por esta razón es nuestra madre en orden de la gracia» (Lumen gentium, 61). Por tanto, podemos dirigirnos con confianza a la Virgen santísima, implorando su ayuda, conscientes de la misión singular que Dios le confió: colaboradora de la redención, mis que cumplió durante toda su vida y, de modo particular, al pie la cruz. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua españo del 11-IV***** «Mujer, he ahí a tu hijo» Catequesis de Juan Pablo II (23-IV-97) 1. Después de recordar la presencia de María y de las demá mujeres al pie de la cruz del Señor, san Juan refiere: «Jesús viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, d a su madre: "Mujer, he ahí a tu hijo". Luego dice al discípulo "He ahí a tu madre"» (Jn 19,26-27). Estas palabras, particularmente conmovedoras, constituyen u «escena de revelación»: revelan los profundos sentimientos d Cristo en su agonía y entrañan una gran riqueza de significad para la fe y la espiritualidad cristiana. En efecto, el Mesías crucificado, al final de su vida terrena, dirigiéndose a su madr al discípulo a quien amaba, establece relaciones nuevas de amor entre María y los cristianos. Esas palabras, interpretadas a veces únicamente como manifestación de la piedad filial de Jesús hacia su madre, encomendada para el futuro al discípulo predilecto, van much más allá de la necesidad contingente de resolver un problem familiar. En efecto, la consideración atenta del texto, confirma por la interpretación de muchos Padres y por el común sent eclesial, con esa doble entrega de Jesús, nos sitúa ante uno los hechos más importantes para comprender el papel de la Virgen en la economía de la salvación. Las palabras de Jesús agonizante, en realidad, revelan que s principal intención no es confiar su madre a Juan, sino entreg el discípulo a María, asignándole una nueva misión materna Además, el apelativo «mujer», que Jesús usa también en la bodas de Caná para llevar a María a una nueva dimensión d su misión de Madre, muestra que las palabras del Salvador n son fruto de un simple sentimiento de afecto filial, sino que quieren situarse en un plano más elevado. 2. La muerte de Jesús, a pesar de causar el máximo sufrimien en María, no cambia de por sí sus condiciones habituales d vida. En efecto, al salir de Nazaret para comenzar su vida pública, Jesús ya había dejado sola a su madre. Además, la presencia al pie de la cruz de su pariente María de Cleofás permite suponer que la Virgen mantenía buenas relaciones c su familia y sus parientes, entre los cuales podía haber encontrado acogida después de la muerte de su Hijo. Las palabras de Jesús, por el contrario, asumen su significad más auténtico en el marco de la misión salvífica. Pronunciad en el momento del sacrificio redentor, esa circunstancia les confiere su valor más alto. En efecto, el evangelista, después las expresiones de Jesús a su madre, añade un inciso significativo: «Sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido» 19,28), como si quisiera subrayar que había culminado su sacrificio al encomendar su madre a Juan y, en él, a todos lo hombres, de los que ella se convierte en Madre en la obra de salvación. 3. La realidad que producen las palabras de Jesús, es decir, maternidad de María con respecto al discípulo, constituye u nuevo signo del gran amor que impulsó a Jesús a dar su vid por todos los hombres. En el Calvario ese amor se manifiesta entregar una madre, la suya, que así se convierte también e madre nuestra. Es preciso recordar que, según la tradición, de hecho, la Virg reconoció a Juan como hijo suyo; pero ese privilegio fue interpretado por el pueblo cristiano, ya desde el inicio, como signo de una generación espiritual referida a la humanidad entera. La maternidad universal de María, la «Mujer» de las bodas d Caná y del Calvario, recuerda a Eva, «madre de todos los vivientes» (Gn 3,20). Sin embargo, mientras ésta había contribuido al ingreso del pecado en el mundo, la nueva Eva María, coopera en el acontecimiento salvífico de la Redenció Así, en la Virgen, la figura de la «mujer» queda rehabilitada y maternidad asume la tarea de difundir entre los hombres la vi nueva en Cristo. Con miras a esa misión, a la Madre se le pide el sacrificio, pa ella muy doloroso, de aceptar la muerte de su Unigénito. La palabras de Jesús: «Mujer, he ahí a tu hijo», permiten a Mar intuir la nueva relación materna que prolongaría y ampliaría anterior. Su «sí» a ese proyecto constituye, por consiguiente una aceptación del sacrificio de Cristo, que ella generosamen acoge, adhiriéndose a la voluntad divina. Aunque en el design de Dios la maternidad de María estaba destinada desde el ini a extenderse a toda la humanidad, sólo en el Calvario, en virt del sacrificio de Cristo, se manifiesta en su dimensión univers Las palabras de Jesús: «He ahí a tu hijo», realizan lo que expresan, constituyendo a María madre de Juan y de todos l discípulos destinados a recibir el don de la gracia divina. 4. Jesús en la cruz no proclamó formalmente la maternidad universal de María, pero instauró una relación materna concre entre ella y el discípulo predilecto. En esta opción del Señor s puede descubrir la preocupación de que esa maternidad no s interpretada en sentido vago, sino que indique la intensa y personal relación de María con cada uno de los cristianos. Ojalá que cada uno de nosotros, precisamente por esta maternidad universal concreta de María, reconozca plenamen en ella a su madre, encomendándose con confianza a su am materno. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua españo del 25-IV- «He ahí a tu madre» Catequesis de Juan Pablo II (7-V-97) 1. Jesús, después de haber confiado el discípulo Juan a Mar con las palabras: «Mujer, he ahí a tu hijo», desde lo alto de l cruz se dirige al discípulo amado, diciéndole: «He ahí a tu madre» (Jn 19,26-27). Con esta expresión, revela a María la cumbre de su maternidad: en cuanto madre del Salvador, también es la madre de los redimidos, de todos los miembro del Cuerpo místico de su Hijo. La Virgen acoge en silencio la elevación a este grado máxim de su maternidad de gracia, habiendo dado ya una respuesta fe con su «sí» en la Anunciación. Jesús no sólo recomienda a Juan que cuide con particular am de María; también se la confía, para que la reconozca como propia madre. Durante la última cena, «el discípulo a quien Jesús amaba» escuchó el mandamiento del Maestro: «Que os améis los un a los otros como yo os he amado» (Jn 15,12) y, recostando s cabeza en el pecho del Señor, recibió de él un signo singular amor. Esas experiencias lo prepararon para percibir mejor en palabras de Jesús la invitación a acoger a la mujer que le fu dada como madre y a amarla como él con afecto filial. Ojalá que todos descubran en las palabras de Jesús: «He ah tu madre», la invitación a aceptar a María como madre, respondiendo como verdaderos hijos a su amor materno. 2. A la luz de esta consigna al discípulo amado, se puede comprender el sentido auténtico del culto mariano en la comunidad eclesial, pues ese culto sitúa a los cristianos en l relación filial de Jesús con su Madre, permitiéndoles crecer en intimidad con ambos. El culto que la Iglesia rinde a la Virgen no es sólo fruto de un iniciativa espontánea de los creyentes ante el valor excepcion de su persona y la importancia de su papel en la obra de la salvación; se funda en la voluntad de Cristo. Las palabras: «He ahí a tu madre» expresan la intención de Jesús de suscitar en sus discípulos una actitud de amor y confianza en María, impulsándolos a reconocer en ella a su madre, la madre de todo creyente. En la escuela de la Virgen, los discípulos aprenden, como Jua a conocer profundamente al Señor y a entablar una íntima y perseverante relación de amor con él. Descubren, además, alegría de confiar en el amor materno de María, viviendo com hijos afectuosos y dóciles. La historia de la piedad cristiana enseña que María es el cam que lleva a Cristo y que la devoción filial dirigida a ella no qui nada a la intimidad con Jesús; por el contrario, la acrecienta y lleva a altísimos niveles de perfección. Los innumerables santuarios marianos esparcidos por el mun testimonian las maravillas que realiza la gracia por intercesió de María, Madre del Señor y Madre nuestra. Al recurrir a ella, atraídos por su ternura, también los hombres las mujeres de nuestro tiempo encuentran a Jesús, Salvador Señor de su vida. Sobre todo los pobres, probados en lo más íntimo, en los afectos y en los bienes, encontrando refugio y paz en la Mad de Dios, descubren que la verdadera riqueza consiste para todos en la gracia de la conversión y del seguimiento de Cris 3. El texto evangélico, siguiendo el original griego, prosigue: « desde aquella hora el discípulo la acogió entre sus bienes» ( 19,27), subrayando así la adhesión pronta y generosa de Jua las palabras de Jesús, e informándonos sobre la actitud que mantuvo durante toda su vida como fiel custodio e hijo dócil d la Virgen. La hora de la acogida es la del cumplimiento de la obra de salvación. Precisamente en ese contexto, comienza la maternidad espiritual de María y la primera manifestación de nuevo vínculo entre ella y los discípulos del Señor. Juan acogió a María «entre sus bienes». Esta expresión, má bien genérica, pone de manifiesto su iniciativa, llena de respe y amor, no sólo de acoger a María en su casa, sino sobre tod de vivir la vida espiritual en comunión con ella. En efecto, la expresión griega, traducida al pie de la letra «en sus bienes», no se refiere a los bienes materiales, dado que Juan -como observa san Agustín (In Ioan. Evang. tract., 119,3 «no poseía nada propio», sino a los bienes espirituales o don recibidos de Cristo: la gracia (Jn 1,16), la Palabra (Jn 12,48 17,8), el Espíritu (Jn 7,39; 14,17), la Eucaristía (Jn 6,32-58). Entre estos dones, que recibió por el hecho de ser amado po Jesús, el discípulo acoge a María como madre, entablando c ella una profunda comunión de vida (cf. Redemptoris Mater, 4 nota 130). Ojalá que todo cristiano, a ejemplo del discípulo amado, «aco a María en su casa» y le deje espacio en su vida diaria, reconociendo su misión providencial en el camino de la salvación. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua españo del 9-VMaría, miembro eminente y modelo de la Iglesia Catequesis de Juan Pablo II María, miembro muy eminente de la Iglesia Catequesis de Juan Pablo II (30-VII-97) 1. El papel excepcional que María desempeña en la obra de salvación nos invita a profundizar en la relación que existe e ella y la Iglesia. . Según algunos, María no puede considerarse miembro de Iglesia, pues los privilegios que se le concedieron: la inmacu concepción, la maternidad divina y la singular cooperación e obra de la salvación, la sitúan en una condición de superiori con respecto a la comunidad de los creyentes. Sin embargo, el concilio Vaticano II no duda en presentar a M como miembro de la Iglesia, aunque precisa que ella lo es modo «muy eminente y del todo singular» (Lumen gentium, María es figura, modelo y madre de la Iglesia. A pesar de s diversa de todos los demás fieles, por los dones excepciona que recibió del Señor, la Virgen pertenece a la Iglesia y e miembro suyo con pleno título. 2. La doctrina conciliar halla un fundamento significativo en sagrada Escritura. Los Hechos de los Apóstoles refieren que M está presente desde el inicio en la comunidad primitiva (cf. H 1,14), mientras comparte con los discípulos y algunas muje creyentes la espera, en oración, del Espíritu Santo, que ven sobre ellos. Después de Pentecostés, la Virgen sigue viviendo en comun fraterna en medio de la comunidad y participa en las oracione la escucha de la enseñanza de los Apóstoles y en la «fracció pan», es decir, en la celebración eucarística (cf. Hch 2,42 Ella, que vivió en estrecha unión con Jesús en la casa de Naz vive ahora en la Iglesia en íntima comunión con su Hijo, pres en la Eucaristía. 3. María, Madre del Hijo unigénito de Dios, es Madre de l comunidad que constituye el Cuerpo místico de Cristo y l acompaña en sus primeros pasos. Ella, al aceptar esa misión, se compromete a animar la vid eclesial con su presencia materna y ejemplar. Esa solidarid deriva de su pertenencia a la comunidad de los rescatados. efecto, a diferencia de su Hijo, ella tuvo necesidad de ser redi pues «se encuentra unida, en la descendencia de Adán, a to los hombres que necesitan ser salvados» (Lumen gentium, 5 privilegio de la inmaculada concepción la preservó de la man del pecado, por un influjo salvífico especial del Redentor María, «miembro muy eminente y del todo singular» de la Igl utiliza los dones que Dios le concedió para realizar una solida más completa con los hermanos de su Hijo, ya convertido también ellos en sus hijos. 4. Como miembro de la Iglesia, María pone al servicio de l hermanos su santidad personal, fruto de la gracia de Dios y d fiel colaboración. La Inmaculada constituye para todos lo cristianos un fuerte apoyo en la lucha contra el pecado y u impulso perenne a vivir como redimidos por Cristo, santifica por el Espíritu e hijos del Padre. «María, la madre de Jesús» (Hch 1,14), insertada en la comu primitiva, es respetada y venerada por todos. Cada uno comprende la preeminencia de la mujer que engendró al Hijo Dios, el único y universal Salvador. Además, el carácter virgin su maternidad le permite testimoniar la extraordinaria aporta que da al bien de la Iglesia quien, renunciando a la fecundid humana por docilidad al Espíritu Santo, se consagra totalmen servicio del reino de Dios. María, llamada a colaborar de modo íntimo en el sacrificio de Hijo y en el don de la vida divina a la humanidad, prosigue su materna después de Pentecostés. El misterio de amor que encierra en la cruz inspira su celo apostólico y la comprome como miembro de la Iglesia, en la difusión de la buena nue Las palabras de Cristo crucificado en el Gólgota: «Mujer, he a tu Hijo» (Jn 19,26), con las que se le reconoce su función d madre universal de los creyentes, abrieron horizontes nuevo ilimitados a su maternidad. El don del Espíritu Santo, que rec en Pentecostés para el ejercicio de esa misión, la impulsa ofrecer la ayuda de su corazón materno a todos los que está camino hacia el pleno cumplimiento del reino de Dios. 5. María, miembro muy eminente de la Iglesia, vive una rela única con las personas divinas de la santísima Trinidad: con Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. El Concilio, al llam «Madre del Hijo de Dios y, por tanto, (...) hija predilecta del P y templo del Espíritu Santo» (Lumen gentium, 53), recuerda efecto primario de la predilección del Padre, que es la divin maternidad. Consciente del don recibido, María comparte con los creyente actitudes de filial obediencia y profunda gratitud, impulsand cada uno a reconocer los signos de la benevolencia divina e propia vida. El Concilio usa la expresión «templo» (sacrarium) del Espír Santo. Así quiere subrayar el vínculo de presencia, de amor colaboración que existe entre la Virgen y el Espíritu Santo. Virgen, a la que ya san Francisco de Asís invocaba como «es del Espíritu Santo» (cf. Antífona, del Oficio de la Pasión), esti con su ejemplo a los demás miembros de la Iglesia a encomendarse generosamente a la acción misteriosa del Par y a vivir en perenne comunión de amor con él. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 1-V ***** María, tipo y modelo de la Iglesia Catequesis de Juan Pablo II (6-VIII-97) 1. La constitución dogmática Lumen gentium concilio Vaticano II, después de haber presen a María como «miembro muy eminente y del singular de la Iglesia», la declara «prototipo y modelo destacadísimo en la fe y en el amor» (n. 53). Los padres conciliares atribuyen a María la función de «tipo» decir, de figura «de la Iglesia», tomando el término de san Ambrosio, quien, en el comentario a la Anunciación, se expr así: «Sí, ella [María] es novia, pero virgen, porque es tipo de Iglesia, que es inmaculada, pero es esposa: permaneciendo v nos concibió por el Espíritu, permaneciendo virgen nos dio a sin dolor» (In Ev. sec. Luc., II, 7: CCL 14, 33, 102-106). Por ta María es figura de la Iglesia por su santidad inmaculada, s virginidad, su «esponsalidad» y su maternidad. San Pablo usa el vocablo «tipo» para indicar la figura sensibl una realidad espiritual. En efecto, en el paso del pueblo de Isr través del Mar Rojo vislumbra un «tipo» o imagen del bautis cristiano; y en el maná y en el agua que brota de la roca, un « o imagen del alimento y de la bebida eucarística (cf. 1 Co 10,1 El Concilio, al referirse a María como tipo de la Iglesia, nos in reconocer en ella la figura visible de la realidad espiritual de Iglesia y, en su maternidad incontaminada, el anuncio de maternidad virginal de la Iglesia. 2. Además, es necesario precisar que, a diferencia de las imágenes o de los tipos del Antiguo Testamento, que son s prefiguraciones de realidades futuras, en María la realida espiritual significada ya está presente, y de modo eminent El paso a través del mar Rojo, que refiere el libro del Éxodo, e acontecimiento salvífico de liberación, pero no era ciertamen bautismo capaz de perdonar los pecados y de dar la vida nu De igual modo, el maná, don precioso de Yahveh a su pue peregrino en el desierto, no contenía nada de la realidad futu la Eucaristía, Cuerpo del Señor, y tampoco el agua que brotab la roca tenía ya en sí la sangre de Cristo, derramada por l multitud. El Éxodo es la gran hazaña realizada por Yalveh en favor de pueblo, pero no constituye la redención espiritual y definitiva, llevará a cabo Cristo en el misterio pascual. Por lo demás, refiriéndose al culto judío, san Pablo recuerd «Todo esto es sombra de lo venidero; pero la realidad es el cu de Cristo» (Col 2,17). Lo mismo afirma la carta a los Hebreos desarrollando sistemáticamente esta interpretación, present culto de la antigua alianza como «sombra y figura de realida celestiales» (Hb 8,5). 3. Así pues, cuando el Concilio afirma que María es figura d Iglesia, no quiere equipararla a las figuras o tipos del Antig Testamento; lo que desea es afirmar que en ella se cumple modo pleno la realidad espiritual anunciada y representad En efecto, la Virgen es figura de la Iglesia, no en cuanto prefiguración imperfecta, sino como plenitud espiritual, que manifestará de múltiples maneras en la vida de la Iglesia. L particular relación que existe aquí entre imagen y realidad representada encuentra su fundamento en el designio divino, establece un estrecho vínculo entre María y la Iglesia. El pla salvación que establece que las prefiguraciones del Antigu Testamento se hagan realidad en la Nueva Alianza, determ también que María viva de modo perfecto lo que se realiza sucesivamente en la Iglesia. Por tanto, la perfección que Dios confirió a María adquiere significado más auténtico, si se la considera como preludio d vida divina en la Iglesia. 4. Tras haber afirmado que María es «tipo de la Iglesia», e Concilio añade que es «modelo destacadísimo» de ella, y eje de perfección que hay que seguir e imitar. María es, en efect «modelo destacadísimo», puesto que su perfección supera l todos los demás miembros de la Iglesia. El Concilio añade, de manera significativa, que ella realiza e función «en la fe y en el amor». Sin olvidar que Cristo es el p modelo, el Concilio sugiere de ese modo que existen disposic interiores propias del modelo realizado en María, que ayuda cristiano a entablar una relación auténtica con Cristo. En efe contemplando a María, el creyente aprende a vivir en una comunión más profunda con Cristo, a adherirse a él con fe viv poner en él su confianza y su esperanza, amándolo con l totalidad de su ser. Las funciones de «tipo y modelo de la Iglesia» hacen referen en particular, a la maternidad virginal de María, y ponen de re el lugar peculiar que ocupa en la obra de la salvación. Est estructura fundamental del ser de María se refleja en la maternidad y en la virginidad de la Iglesia. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 8-V ***** La Virgen María, modelo de la maternidad de la Iglesia Catequesis de Juan Pablo II (13-VIII-97) 1. En la maternidad divina es precisamente donde el Conc descubre el fundamento de la relación particular que une a M con la Iglesia. La constitución dogmática Lumen gentium afi que «la santísima Virgen, por el don y la función de ser Madr Dios, por la que está unida al Hijo Redentor, y por sus singul gracias y funciones, está también íntimamente unida a la Igle (n. 63). Ese mismo argumento utiliza la citada constitució dogmática para ilustrar las prerrogativas de «tipo» y «mode que la Virgen ejerce con respecto al Cuerpo místico de Cris «Ciertamente, en el misterio de la Iglesia, que también es llam con razón madre y virgen, la santísima Virgen María fue p delante mostrando de forma eminente y singular el modelo virgen y madre» (ib.). El Concilio define la maternidad de María «eminente y singu dado que constituye un hecho único e irrepetible: en efecto, M antes de ejercer su función materna con respecto a los homb es la Madre del unigénito Hijo de Dios hecho hombre. En cam la Iglesia es madre en cuanto engendra espiritualmente a Cris los fieles y, por consiguiente, ejerce su maternidad con respe los miembros del Cuerpo místico. Así, la Virgen constituye para la Iglesia un modelo superio precisamente por su prerrogativa de Madre de Dios. 2. La constitución Lumen gentium, al profundizar en la matern de María, recuerda que se realizó también con disposicion eminentes del alma: «Por su fe y su obediencia engendró e tierra al Hijo mismo del Padre, ciertamente sin conocer varó cubierta con la sombra del Espíritu Santo, como nueva Ev prestando fe no adulterada por ninguna duda al mensaje de D y no a la antigua serpiente» (n. 63). Estas palabras ponen claramente de relieve que la fe y la obediencia de María en la Anunciación constituyen para la Ig virtudes que se han de imitar y, en cierto sentido, dan inicio itinerario maternal en el servicio a los hombres llamados a salvación. La maternidad divina no puede aislarse de la dimensión unive atribuida a María por el plan salvífico de Dios, que el Concilio duda en reconocer: «Dio a luz al Hijo, al que Dios constituyó mayor de muchos hermanos (cf. Rm 8,29), es decir, de lo creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con amo madre» (Lumen gentium, 63). 3. La Iglesia se convierte en madre, tomando como modelo María. A este respecto, el Concilio afirma: «Contemplando misteriosa santidad, imitando su amor y cumpliendo fielment voluntad del Padre, también la Iglesia se convierte en madre p palabra de Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hi concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios» (ib., 6 Analizando esta descripción de la obra materna de la Igles podemos observar que el nacimiento del cristiano queda un aquí, en cierto modo, al nacimiento de Jesús, como un reflejo mismo: los cristianos son «concebidos por el Espíritu Santo» su generación, fruto de la predicación y del bautismo, se ase a la del Salvador. Además, la Iglesia, contemplando a María, imita su amor, su acogida de la Palabra de Dios y su docilidad al cumplir la volu del Padre. Siguiendo el ejemplo de la Virgen, realiza una fecu maternidad espiritual. 4. Ahora bien, la maternidad de la Iglesia no hace superflua a María que, al seguir ejerciendo su influjo sobre la vida de l cristianos, contribuye a dar a la Iglesia un rostro materno. A l de María, la maternidad de la comunidad eclesial, que pod parecer algo general, está llamada a manifestarse de modo concreto y personal hacia cada uno de los redimidos por Cri Por ser Madre de todos los creyentes, María suscita en ell relaciones de auténtica fraternidad espiritual y de diálogo incesante. La experiencia diaria de fe, en toda época y en todo lugar, po relieve la necesidad que muchos sienten de poner en manos María las necesidades de la vida de cada día y abren confiad corazón para solicitar su intercesión maternal y obtener s tranquilizadora protección. Las oraciones dirigidas a María por los hombres de todos l tiempos, las numerosas formas y manifestaciones del cult mariano, las peregrinaciones a los santuarios y a los lugares recuerdan las hazañas realizadas por Dios Padre mediante Madre de su Hijo, demuestran el extraordinario influjo que ej María sobre la vida de la Iglesia. El amor del pueblo de Dios Virgen percibe la exigencia de entablar relaciones personales la Madre celestial. Al mismo tiempo, la maternidad espiritua María sostiene e incrementa el ejercicio concreto de la matern de la Iglesia. 5. Las dos madres, la Iglesia y María, son esenciales para la cristiana. Se podría decir que la una ejerce una maternidad m objetiva, y la otra más interior. La Iglesia actúa como madre en la predicación de la palabra Dios, en la administración de los sacramentos, y en particular bautismo, en la celebración de la Eucaristía y en el perdón d pecados. La maternidad de María se expresa en todos los campos de difusión de la gracia, particularmente en el marco de las relac personales. Se trata de dos maternidade inseparables, pues ambas lleva reconocer el mismo amor divino desea comunicarse a los homb [L'Osservatore Romano, ed semanal en lengua española, d V ***** La Virgen María, modelo de virginidad de la Iglesia Catequesis de Juan Pablo II (20-VIII-97) 1. La Iglesia es madre y virgen. El Concilio, después de afirm que es madre, siguiendo el modelo de María, le atribuye el t de virgen, y explica su significado: «También ella es virgen guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo, e imit a la Madre de su Señor, con la fuerza del Espíritu Santo, cons virginalmente la fe íntegra, la esperanza firme y la caridad sin (Lumen gentium, 64). Así pues, María es también modelo de la virginidad de la Igles este respecto, conviene precisar que la virginidad no pertene la Iglesia en sentido estricto, dado que no constituye el estad vida de la gran mayoría de los fieles. En efecto, en virtud d providencial plan divino, el camino del matrimonio es la cond más general y, podríamos decir, la más común de los que han llamados a la fe. El don de la virginidad está reservado a u número limitado de fieles, llamados a una misión particular de de la comunidad eclesial. Con todo, el Concilio, refiriendo la doctrina de san Agustín sostiene que la Iglesia es virgen en sentido espiritual de integ en la fe, en la esperanza y en la caridad. Por ello, la Iglesia n virgen en el cuerpo de todos sus miembros, pero posee la virginidad del espíritu («virginitas mentis»), es decir, «la fe ínt la esperanza firme y la caridad sincera» (In Ioannem Tractatu 12: PL 35, 1.499). 2. La constitución Lumen gentium recuerda, a continuación, q virginidad de María, modelo de la de la Iglesia, incluye tambié dimensión física, por la que concibió virginalmente a Jesús obra del Espíritu Santo, sin intervención del hombre. María es virgen en el cuerpo y virgen en el corazón, como manifiesta su intención de vivir en profunda intimidad con el S expresada firmemente en el momento de la Anunciación. P tanto, la que es invocada como «Virgen entre las vírgenes constituye sin duda para todos un altísimo ejemplo de pureza entrega total al Señor. Pero, de modo especial, se inspiran en las vírgenes cristianas y los que se dedican de modo radica exclusivo al Señor en las diversas formas de vida consagra Así, después de desempeñar un papel importante en la obra salvación, la virginidad de María sigue influyendo benéficam en la vida de la Iglesia. 3. No conviene olvidar que el primer ejemplar, y el más excels toda vida casta es ciertamente Cristo. Sin embargo, Marí constituye el modelo especial de la castidad vivida por amo Jesús Señor. Ella estimula a todos los cristianos a vivir con especial esme castidad según su propio estado, y a encomendarse al Seño las diferentes circunstancias de la vida. María, que es po excelencia santuario del Espíritu Santo, ayuda a los creyente redescubrir su propio cuerpo como templo de Dios (cf. 1 Co 6 y a respetar su nobleza y santidad. A la Virgen dirigen su mirada los jóvenes que buscan un am auténtico e invocan su ayuda materna para perseverar en pureza. María recuerda a los esposos los valores fundamentales d matrimonio, ayudándoles a superar la tentación del desalient dominar las pasiones que pretenden subyugar su corazón. entrega total a Dios constituye para ellos un fuerte estímulo a en fidelidad recíproca, para no ceder nunca ante las dificulta que ponen en peligro la comunión conyugal. 4. El Concilio exhorta a los fieles a contemplar a María, para imiten su fe «virginalmente íntegra», su esperanza y su carid Conservar la integridad de la fe representa una tarea ardua pa Iglesia, llamada a una vigilancia constante, incluso a costa sacrificios y luchas. En efecto, la fe de la Iglesia no sólo se amenazada por los que rechazan el mensaje del Evangelio, sobre todo por los que, acogiendo sólo una parte de la verd revelada, se niegan a compartir plenamente todo el patrimon fe de la Esposa de Cristo. Por desgracia, esa tentación, que se encuentra ya desde l orígenes de la Iglesia, sigue presente en su vida, y la impuls aceptar sólo en parte la Revelación o a dar a la palabra de D una interpretación restringida y personal, de acuerdo con mentalidad dominante y los deseos individuales. María, qu aceptó plenamente la palabra del Señor, constituye para la Ig un modelo insuperable de fe «virginalmente íntegra», que ac con docilidad y perseverancia toda la verdad revelada. Y, co constante intercesión, obtiene a la Iglesia la luz de la esperan el fuego de la caridad, virtudes de las que ella, en su vida terr fue para todos ejemplo inigualable. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 22-V ***** La Virgen María, modelo de la santidad de la Iglesia Catequesis de Juan Pablo II (3-IX-97) 1. En la carta a los Efesios san Pablo explica la relación espo que existe entre Cristo y la Iglesia con las siguientes palabr «Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, pa santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtu la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea sant inmaculada» (Ef 5,25-27). El concilio Vaticano II recoge las afirmaciones del Apóstol recuerda que «la Iglesia en la santísima Virgen llegó ya a perfección», mientras que «los creyentes se esfuerzan todav vencer el pecado para crecer en la santidad» (Lumen gentiu 65). Así se subraya la diferencia que existe entre los creyentes y M a pesar de que tanto ella como ellos pertenecen a la Iglesia s que Cristo hizo «sin mancha ni arruga». En efecto, mientras creyentes reciben la santidad por medio del bautismo, María preservada de toda mancha de pecado original y redimid anticipadamente por Cristo. Además, los creyentes, a pesar estar libres «de la ley del pecado» (Rm 8,2), pueden aún cae la tentación, y la fragilidad humana se sigue manifestando e vida. «Todos caemos muchas veces», afirma la carta de San (St 3,2). Por esto, el concilio de Trento enseña: «Nadie pued su vida entera evitar todos los pecados, aun los veniales» ( 1.573). Con todo, la Virgen inmaculada, por privilegio divino, c recuerda el mismo Concilio, constituye una excepción a esa r (cf. ib.). 2. A pesar de los pecados de sus miembros, la Iglesia es, a todo, la comunidad de los que están llamados a la santidad esfuerzan cada día por alcanzarla. En este arduo camino hacia la perfección, se sienten estimul por la Virgen, que es «modelo de todas las virtudes». El Con afirma que «la Iglesia, meditando sobre ella con amor y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena d veneración, penetra más íntimamente en el misterio supremo Encarnación y se identifica cada vez más con su Esposo» (Lu gentium, 65). Así pues, la Iglesia contempla a María. No sólo se fija en el maravilloso de su plenitud de gracia, sino que también se esfu por imitar la perfección que en ella es fruto de la plena adhes mandato de Cristo: «Sed, pues, perfectos como es perfec vuestro Padre celestial» (Mt 5,48). María es la toda santa Representa para la comunidad de los creyentes el modelo d santidad auténtica, que se realiza en la unión con Cristo. La terrena de la Madre de Dios se caracteriza por una perfec sintonía con la persona de su Hijo y por una entrega total a la redentora que él realizó. La Iglesia, reflexionando en la intimidad materna que se estab en el silencio de la vida de Nazaret y se perfeccionó en la hor sacrificio, se esfuerza por imitarla en su camino diario. De e modo, se conforma cada vez más a su Esposo. Unida, com María, a la cruz del Redentor, la Iglesia, a través de las dificultades, las contradicciones y las persecuciones que renu en su vida el misterio de la pasión de su Señor, busca constantemente la plena configuración con él. 3. La Iglesia vive de fe, reconociendo en «la que ha creído qu cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor» 1,45), la expresión primera y perfecta de su fe. En este itiner de confiado abandono en el Señor, la Virgen precede a lo discípulos, aceptando la Palabra divina en un continuo «crescendo», que abarca todas las etapas de su vida y s extiende también a la misión de la Iglesia. Su ejemplo anima al pueblo de Dios a practicar su fe, y a profundizar y desarrollar su contenido, conservando y medita en su corazón los acontecimientos de la salvación. María se convierte, asimismo, en modelo de esperanza par Iglesia. Al escuchar el mensaje del ángel, la Virgen orient primeramente su esperanza hacia el Reino sin fin, que Jesús enviado a establecer. La Virgen permanece firme al pie de la cruz de su Hijo, a la es de la realización de la promesa divina. Después de Pentecost Madre de Jesús sostiene la esperanza de la Iglesia, amenaz por las persecuciones. Ella es, por consiguiente, para la comunidad de los creyentes y para cada uno de los cristiano Madre de la esperanza, que estimula y guía a sus hijos a la e del Reino, sosteniéndolos en las pruebas diarias y en medio d vicisitudes, algunas trágicas, de la historia. En María, por último, la Iglesia reconoce el modelo de su car Contemplando la situación de la primera comunidad cristian descubrimos que la unanimidad de los corazones, que se manifestó en la espera de Pentecostés, está asociada a l presencia de la Virgen santísima (cf. Hch 1,14). Precisame gracias a la caridad irradiante de María es posible conserva todo tiempo dentro de la Iglesia la concordia y el amor frater 4. El Concilio subraya expresamente el papel ejemplar qu desempeña María con respecto a la Iglesia en su misión apostólica, con las siguientes palabras: «En su acción apostó la Iglesia con razón mira hacia aquella que engendró a Cris concebido del Espíritu Santo y nacido de la Virgen, para que medio de la Iglesia nazca y crezca también en el corazón de creyentes. La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor madre que debe animar a todos los que colaboran en la mis apostólica de la Iglesia para engendrar a los hombres a una nueva» (Lumen gentium, 65). Después de cooperar en la obra de la salvación con su maternidad, con su asociación al sacrificio de Cristo y con ayuda materna a la Iglesia que nacía, María sigue sosteniend comunidad cristiana y a todos los creyentes en su generos compromiso de anunciar el Evangelio. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 5-I ***** La Virgen María, modelo de la Iglesia en el culto divino Catequesis de Juan Pablo II (10-IX-97) 1. En la exhortación apostólica Ma cultus el siervo de Dios Pablo VI, venerada memoria, presenta a la V como modelo de la Iglesia en e ejercicio del culto. Esta afirmaci constituye casi un corolario de la ve que indica en María el paradigma pueblo de Dios en el camino de santidad: «La ejemplaridad de santísima Virgen en este campo dimana del hecho que ella reconocida como modelo extraordinario de la Iglesia en el or de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo, esto e aquella disposición interior con que la Iglesia, Esposa amadís estrechamente asociada a su Señor, lo invoca y por su me rinde culto al Padre eterno» (n. 16). 2. Aquella que en la Anunciación manifestó total disponibilida proyecto divino, representa para todos los creyentes un mod sublime de escucha y de docilidad a la palabra de Dios. Respondiendo al ángel: «Hágase en mí según tu palabra» 1,38), y declarándose dispuesta a cumplir de modo perfecto voluntad del Señor, María entra con razón en la bienaventura proclamada por Jesús: «Dichosos (...) los que escuchan la pa de Dios y la cumplen» (Lc 11,28). Con esa actitud, que abarca toda su existencia, la Virgen indi camino maestro de la escucha de la palabra del Señor, mom esencial del culto, que caracteriza a la liturgia cristiana. Su eje permite comprender que el culto no consiste ante todo en exp los pensamientos y los sentimientos del hombre, sino en pon a la escucha de la palabra divina para conocerla, asimilarla hacerla operativa en la vida diaria. 3. Toda celebración litúrgica es memorial del misterio de Cris su acción salvífica por toda la humanidad, y quiere promove participación personal de los fieles en el misterio pascua expresado nuevamente y actualizado en los gestos y en la palabras del rito. María fue testigo de los acontecimientos de la salvación en desarrollo histórico, culminado en la muerte y resurrección Redentor, y guardó «todas estas cosas, y las meditaba en corazón» (Lc 2,19). Ella no se limitaba a estar presente en cada uno de los acontecimientos; trataba de captar su significado profundo adhiriéndose con toda su alma a cuanto se cumplía misteriosamente en ellos. Por tanto, María se presenta como modelo supremo de participación personal en los misterios divinos. Guía a la Igles la meditación del misterio celebrado y en la participación en acontecimiento de salvación, promoviendo en los fieles el de de una íntima comunión personal con Cristo, para cooperar c entrega de la propia vida a la salvación universal. 4. María constituye, además, el modelo de la oración de la Ig Con toda probabilidad, María estaba recogida en oración cua el ángel Gabriel entró en su casa de Nazaret y la saludó. E ambiente de oración sostuvo ciertamente a la Virgen en s respuesta al ángel y en su generosa adhesión al misterio de Encarnación. En la escena de la Anunciación, los artistas han representado siempre a María en actitud orante. Recordemos, entre todos beato Angélico. De aquí proviene, para la Iglesia y para tod creyente, la indicación de la atmósfera que debe reinar en celebración del culto. Podemos añadir asimismo que María representa para el pueb Dios el paradigma de toda expresión de su vida de oración. particular, enseña a los cristianos cómo dirigirse a Dios pa invocar su ayuda y su apoyo en las varias situaciones de la v Su intercesión materna en las bodas de Caná y su presencia cenáculo junto a los Apóstoles en oración, en espera de Pentecostés, sugieren que la oración de petición es una for esencial de cooperación en el desarrollo de la obra salvífica e mundo. Siguiendo su modelo, la Iglesia aprende a ser auda pedir, a perseverar en su intercesión y, sobre todo, a implora don del Espíritu Santo (cf. Lc 11,13). 5. La Virgen constituye también para la Iglesia el modelo de participación generosa en el sacrificio. En la presentación de Jesús en el templo y, sobre todo, al pie cruz, María realiza la entrega de sí, que la asocia como Mad sufrimiento y a las pruebas de su Hijo. Así, tanto en la vida d como en la celebración eucarística, la «Virgen oferente» (Ma cultus, 20) anima a los cristianos a «ofrecer sacrificios espiritu aceptos a Dios por mediación de Jesucristo» (1 P 2,5). [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 12-I María, Madre de la Iglesia y Mediadora de la gracia Catequesis de Juan Pablo II Presencia de María en el origen de la Iglesia Catequesis de Juan Pablo II (6-IX-95) 1. Después de haberme dedicado en las anteriores cateques profundizar la identidad y la misión de la Iglesia, siento ahor necesidad de dirigir la mirada hacia la santísima Virgen, que perfectamente la santidad y constituye su modelo. Es lo mismo que hicieron los padres del concilio Vaticano . después de haber expuesto la doctrina sobre la realidad histó salvífica del pueblo de Dios, quisieron completarla con la ilustración del papel de María en la obra de la salvación. En e el capítulo VIII de la constitución conciliar Lumen gentium tie como finalidad no sólo subrayar el valor eclesiológico de l doctrina mariana, sino también iluminar la contribución que figura de la santísima Virgen ofrece a la comprensión del mis de la Iglesia. 2. Antes de exponer el itinerario mariano del Concilio, deseo d una mirada contemplativa a María, tal como, en el origen de Iglesia, la describen los Hechos de los Apóstoles. San Lucas comienzo de este escrito neotestamentario que presenta la vi la primera comunidad cristiana, después de haber recordado por uno los nombres de los Apóstoles (Hch 1,13), afirma: «To ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu e compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, sus hermanos» (Hch 1,14). En este cuadro destaca la persona de María, la única a quie recuerda con su propio nombre, además de los Apóstoles. E representa un rostro de la Iglesia diferente y complementario respecto al ministerial o jerárquico. 3. En efecto, la frase de Lucas se refiere a la presencia, en cenáculo, de algunas mujeres, manifestando así la importanc la contribución femenina en la vida de la Iglesia, ya desde l primeros tiempos. Esta presencia se pone en relación directa la perseverancia de la comunidad en la oración y con la conco Estos rasgos expresan perfectamente dos aspectos fundamentales de la contribución específica de las mujeres vida eclesial. Los hombres, más propensos a la actividad exte necesitan la ayuda de las mujeres para volver a las relacion personales y progresar en la unión de los corazones. «Bendita tú entre las mujeres» (Lc 1,42), María cumple de m eminente esta misión femenina. ¿Quién, mejor que María, im en todos los creyentes la perseverancia en la oración? ¿Qu promueve, mejor que ella, la concordia y el amor? Reconociendo la misión pastoral que Jesús había confiado a Once, las mujeres del cenáculo, con María en medio de ellas unen a su oración y, al mismo tiempo, testimonian la presenc la Iglesia de personas que, aunque no hayan recibido una mi son igualmente miembros, con pleno título, de la comunida congregada en la fe en Cristo. 4. La presencia de María en la comunidad, que orando espe efusión del Espíritu (cf. Hch 1,14), evoca el papel que desem en la encarnación del Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo Lc 1,35). El papel de la Virgen en esa fase inicial y el que desempeña ahora, en la manifestación de la Iglesia en Pentecostés, están íntimamente vinculados. La presencia de María en los primeros momentos de vida d Iglesia contrasta de modo singular con la participación basta discreta que tuvo antes, durante la vida pública de Jesús. Cu el Hijo comienza su misión, María permanece en Nazaret, au esa separación no excluye algunos contactos significativos, c en Caná, y, sobre todo, no le impide participar en el sacrificio Calvario. Por el contrario, en la primera comunidad el papel de María c notable importancia. Después de la ascensión, y en espera Pentecostés, la Madre de Jesús está presente personalment los primeros pasos de la obra comenzada por el Hijo. 5. Los Hechos de los Apóstoles ponen de relieve que María encontraba en el cenáculo «con los hermanos de Jesús» (H 1,14), es decir, con sus parientes, como ha interpretado siemp tradición eclesial. No se trata de una reunión de familia, sino hecho de que, bajo la guía de María, la familia natural de Je pasó a formar parte de la familia espiritual de Cristo: «Quie cumpla la voluntad de Dios -había dicho Jesús-, ése es m hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,34). En esa misma circunstancia, Lucas define explícitamente a M «la madre de Jesús» (Hch 1,14), como queriendo sugerir que de la presencia de su Hijo elevado al cielo permanece en presencia de la madre. Ella recuerda a los discípulos el rostr Jesús y es, con su presencia en medio de la comunidad, el s de la fidelidad de la Iglesia a Cristo Señor. El título de Madre, en este contexto, anuncia la actitud de dilig cercanía con la que la Virgen seguirá la vida de la Iglesia. Ma abrirá su corazón para manifestarle las maravillas que Dio omnipotente y misericordioso obró en ella. Ya desde el principio María desempeña su papel de Madre d Iglesia: su acción favorece la comprensión entre los Apóstole quienes Lucas presenta con un mismo espíritu y muy lejano las disputas que a veces habían surgido entre ellos. Por último, María ejerce su maternidad con respecto a la comunidad de creyentes no sólo orando para obtener a la Ig los dones del Espíritu Santo, necesarios para su formación y futuro, sino también educando a los discípulos del Señor en comunión constante con Dios. Así, se convierte en educadora del pueblo cristiano en la orac en el encuentro con Dios, elemento central e indispensable p que la obra de los pastores y los fieles tenga siempre en el S su comienzo y su motivación profunda. 6. Estas breves consideraciones muestran claramente que relación entre María y la Iglesia constituye una relación fascin entre dos madres. Ese hecho nos revela nítidamente la mis materna de María y compromete a la Iglesia a buscar siempr verdadera identidad en la contemplación del rostro de la Theotókos. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 8-I María, Madre de la Iglesia Catequesis de Juan Pablo II (17-IX-97) 1. El concilio Vaticano II, después de haber proclamado a M «miembro muy eminente», «prototipo» y «modelo» de la Igle afirma: «La Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, la h como a madre amantísima con sentimientos de piedad filia (Lumen gentium, 53). A decir verdad, el texto conciliar no atribuye explícitamente Virgen el título de «Madre de la Iglesia», pero enuncia de m irrefutable su contenido, retornando una declaración que hi hace más de dos siglos, en el año 1748, el Papa Benedicto (Bullarium romanum, serie 2, t. 2, n. 61, p. 428). En dicho documento, mi venerado predecesor, describiendo sentimientos filiales de la Iglesia, que reconoce en María a madre amantísima, la proclama, de modo indirecto, Madre d Iglesia. 2. El uso de dicho apelativo en el pasado ha sido más bien r pero recientemente se ha hecho más común en las enseñan del Magisterio de la Iglesia y en la piedad del pueblo cristiano fieles han invocado a María ante todo con los títulos de «Mad Dios», «Madre de los fieles» o «Madre nuestra», para subray relación personal con cada uno de sus hijos. Posteriormente, gracias a la mayor atención dedicada al mis de la Iglesia y a las relaciones de María con ella, se ha comen a invocar más frecuentemente a la Virgen como «Madre de Iglesia». La expresión está presente, antes del concilio Vaticano II, e magisterio del Papa León XIII, donde se afirma que María ha «con toda verdad madre de la Iglesia» (Acta Leonis XIII, 15, 3 Sucesivamente, el apelativo ha sido utilizado varias veces en enseñanzas de Juan XXIII y de Pablo VI. 3. El título de «Madre de la Iglesia», aunque se ha atribuido t a María, expresa la relación materna de la Virgen con la Igles como la ilustran ya algunos textos del Nuevo Testamento María, ya desde la Anunciación, está llamada a dar su consentimiento a la venida del reino mesiánico, que se cump con la formación de la Iglesia. María, en Caná, al solicitar a su Hijo el ejercicio del pode mesiánico, da una contribución fundamental al arraigo de la f la primera comunidad de los discípulos y coopera a la instaur del reino de Dios, que tiene su «germen» e «inicio» en la Igl (cf. Lumen gentium, 5). En el Calvario María, uniéndose al sacrificio de su Hijo, ofrece obra de la salvación su contribución materna, que asume la f de un parto doloroso, el parto de la nueva humanidad. Al dirigirse a María con las palabras «Mujer, ahí tienes a tu h el Crucificado proclama su maternidad no sólo con respecto apóstol Juan, sino también con respecto a todo discípulo. mismo Evangelista, afirmando que Jesús debía morir «para r en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Jn 11,5 indica en el nacimiento de la Iglesia el fruto del sacrificio rede al que María está maternalmente asociada. El evangelista san Lucas habla de la presencia de la Madre Jesús en el seno de la primera comunidad de Jerusalén (cf. 1,14). Subraya, así, la función materna de María con respecto Iglesia naciente, en analogía con la que tuvo en el nacimiento Redentor. Así, la dimensión materna se convierte en eleme fundamental de la relación de María con respecto al nuevo pu de los redimidos. 4. Siguiendo la sagrada Escritura, la doctrina patrística recono maternidad de María respecto a la obra de Cristo y, por tanto la Iglesia, si bien en términos no siempre explícitos. Según san Ireneo, María «se ha convertido en causa de salva para todo el género humano» (Adv. haer., III, 22, 4: PG 7, 95 el seno puro de la Virgen «vuelve a engendrar a los hombre Dios» (Adv. haer., IV, 33, 11: PG 7, 1.080). Le hacen eco s Ambrosio, que afirma: «Una Virgen ha engendrado la salvació mundo, una Virgen ha dado la vida a todas las cosas» (Ep. 63 PL 16, 1.198); y otros Padres, que llaman a María «Madre d salvación» (Severiano de Gabala, Or. 6 de mundi creatione, PG 54, 4; Fausto de Riez, Max Bibl. Patrum VI, 620-621) En el medievo, san Anselmo se dirige a María con estas pala «Tú eres la madre de la justificación y de los justificados, la m de la reconciliación y de los reconciliados, la madre de la salv y de los salvados» (Or. 52, 8: PL 158, 957), mientras que ot autores le atribuyen los títulos de «Madre de la gracia» y «M de la vida». 5. El título «Madre de la Iglesia» refleja, por tanto, la profun convicción de los fieles cristianos, que ven en María no sólo madre de la persona de Cristo, sino también de los fieles. Aq que es reconocida como madre de la salvación, de la vida y d gracia, madre de los salvados y madre de los vivientes, con derecho es proclamada Madre de la Iglesia. El Papa Pablo VI habría deseado que el mismo concilio Vatica proclamase a «María, Madre de la Iglesia, es decir, Madre de el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores» hizo él mismo en el discurso de clausura de la tercera sesi conciliar (21 de noviembre de 1964), pidiendo, además, que, ahora en adelante, la Virgen sea honrada e invocada por tod pueblo cristiano con este gratísimo título» (AAS 56 [1964], 3 De este modo, mi venerado predecesor enunciaba explícitam la doctrina ya contenida en el capítulo VIII de la Lumen gent deseando que el título de María, Madre de la Iglesia, adquirie puesto cada vez más importante en la liturgia y en la piedad pueblo cristiano. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 19-I ***** La intercesión celestial de la Madre de la divina gracia Catequesis de Juan Pablo II (24-IX-97) 1. María es madre de la humanidad en el orden de la gracia concilio Vaticano II destaca este papel de María, vinculándolo cooperación en la redención de Cristo. Ella, «por decisión de la divina Providencia, fue en la tierra excelsa Madre del divino Redentor, la compañera más gene de todas y la humilde esclava del Señor» (Lumen gentium, 6 Con estas afirmaciones, la constitución Lumen gentium prete poner de relieve, como se merece, el hecho de que la Virg estuvo asociada íntimamente a la obra redentora de Cristo haciéndose «la compañera» del Salvador «más generosa todas». A través de los gestos de toda madre, desde los más senci hasta los más arduos, María coopera libremente en la obra d salvación de la humanidad, en profunda y constante sintonía su divino Hijo. 2. El Concilio pone de relieve también que la cooperación de M estuvo animada por las virtudes evangélicas de la obedienci fe, la esperanza y la caridad, y se realizó bajo el influjo del Es Santo. Además, recuerda que precisamente de esa cooperac deriva el don de la maternidad espiritual universal: asociada Cristo en la obra de la redención, que incluye la regeneraci espiritual de la humanidad, se convierte en madre de los hom renacidos a vida nueva. Al afirmar que María es «nuestra madre en el orden de la gra (ib.), el Concilio pone de relieve que su maternidad espiritual limita solamente a los discípulos, como si se tuviese que interpretar en sentido restringido la frase pronunciada por Jes el Calvario: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26). Efectivam con estas palabras el Crucificado, estableciendo una relació intimidad entre María y el discípulo predilecto, figura tipológic alcance universal, trataba de ofrecer a su madre como mad todos los hombres. Por otra parte, la eficacia universal del sacrificio redentor y cooperación consciente de María en el ofrecimiento sacrificia Cristo, no tolera una limitación de su amor materno. Esta misión materna universal de María se ejerce en el cont de su singular relación con la Iglesia. Con su solicitud hacia cristiano, más aún, hacia toda criatura humana, ella guía la fe Iglesia hacia una acogida cada vez más profunda de la palab Dios, sosteniendo su esperanza, animando su caridad y s comunión fraterna, y alentando su dinamismo apostólico 3. María, durante su vida terrena, manifestó su maternida espiritual hacia la Iglesia por un tiempo muy breve. Sin emba esta función suya asumió todo su valor después de la Asunci está destinada a prolongarse en los siglos hasta el fin del mu El Concilio afirma expresamente: «Esta maternidad de Ma perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y qu mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización ple definitiva de todos los escogidos» (Lumen gentium, 62). Ella, tras entrar en el reino eterno del Padre, estando más ce de su divino Hijo y, por tanto, de todos nosotros, puede ejerce el Espíritu de manera más eficaz la función de intercesión ma que le ha confiado la divina Providencia. 4. El Padre ha querido poner a María cerca de Cristo y en comunión con él, que puede «salvar perfectamente a los que él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder e favor» (Hb 7,25): a la intercesión sacerdotal del Redentor h querido unir la intercesión maternal de la Virgen. Es una fun que ella ejerce en beneficio de quienes están en peligro y tie necesidad de favores temporales y, sobre todo, de la salvac eterna: «Con su amor de madre cuida de los hermanos de su que todavía peregrinan y viven entre angustias y peligros ha que lleguen a la patria feliz. Por eso la santísima Virgen e invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliado Socorro, Mediadora» (Lumen gentium, 62). Estos apelativos, sugeridos por la fe del pueblo cristiano, ayud comprender mejor la naturaleza de la intervención de la Madr Señor en la vida de la Iglesia y de cada uno de los fieles 5. El título de «Abogada» se remonta a san Ireneo. Tratando desobediencia de Eva y de la obediencia de María, afirma qu el momento de la Anunciación «la Virgen María se convierte Abogada» de Eva (Adv. haer. V, 19, 1: PG VII, 1.175-1.176 Efectivamente, con su «sí» defendió y liberó a la progenitora las consecuencias de su desobediencia, convirtiéndose en ca de salvación para ella y para todo el género humano. María ejerce su papel de «Abogada», cooperando tanto con Espíritu Paráclito como con Aquel que en la cruz intercedía sus perseguidores (cf. Lc 23,34) y al que Juan llama nuest «abogado ante el Padre» (cf. 1 Jn 2,1). Como madre, ella def a sus hijos y los protege de los daños causados por sus mis culpas. Los cristianos invocan a María como «Auxiliadora», reconoci su amor materno, que ve las necesidades de sus hijos y es dispuesto a intervenir en su ayuda, sobre todo cuando está juego la salvación eterna. La convicción de que María está cerca de cuantos sufren o hallan en situaciones de peligro grave, ha llevado a los fiele invocarla como «Socorro». La misma confiada certeza se exp en la más antigua oración mariana con las palabras: «Bajo amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bi líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendi (Breviario romano). Como mediadora maternal, María presenta a Cristo nuestr deseos, nuestras súplicas, y nos transmite los dones divino intercediendo continuamente en nuestro favor. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 26-I María Mediadora Catequesis de Juan Pablo II (1-X-97) 1. Entre los títulos atribuidos a María en el culto de la Iglesia capítulo VIII de la Lumen gentium recuerda el de «Mediador Aunque algunos padres conciliares no compartían plenament elección (cf. Acta Synodalia III, 8, 163-164), este apelativo incluido en la constitución dogmática sobre la Iglesia, confirm el valor de la verdad que expresa. Ahora bien, se tuvo cuidad no vincularlo a ninguna teología de la mediación, sino sólo enumerarlo entre los demás títulos que se le reconocían a M Por lo demás, el texto conciliar ya refiere el contenido del títu «Mediadora» cuando afirma que María «continúa procurándo con su múltiple intercesión los dones de la salvación etern (Lumen gentium, 62). Como recuerdo en la encíclica Redemptoris Mater, «la media de María está íntimamente unida a su maternidad y posee carácter específicamente materno que la distingue del de l demás criaturas» (n. 38). Desde este punto de vista, es única en su género y singularm eficaz. 2. El mismo Concilio quiso responder a las dificultades manifestadas por algunos padres conciliares sobre el térmi «Mediadora», afirmando que María «es nuestra madre en el o de la gracia» (Lumen gentium, 61). Recordemos que la media de María es cualificada fundamentalmente por su maternid divina. Además, el reconocimiento de su función de mediad está implícito en la expresión «Madre nuestra», que propon doctrina de la mediación mariana, poniendo el énfasis en maternidad. Por último, el título «Madre en el orden de la gra aclara que la Virgen coopera con Cristo en el renacimient espiritual de la humanidad. 3. La mediación materna de María no hace sombra a la únic perfecta mediación de Cristo. En efecto, el Concilio, después haberse referido a María «mediadora», precisa a renglón seg «Lo cual, sin embargo, se entiende de tal manera que no qui añada nada a la dignidad y a la eficacia de Cristo, único Mediador» (ib., 62). Y cita, a este respecto, el conocido texto primera carta a Timoteo: «Porque hay un solo Dios, y tambié solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hom también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos Tm 2,5-6). El Concilio afirma, además, que «la misión maternal de María con los hombres de ninguna manera disminuye o hace somb la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficaci (Lumen gentium, 60). Así pues, lejos de ser un obstáculo al ejercicio de la única mediación de Cristo, María pone de relieve su fecundidad y eficacia. «En efecto, todo el influjo de la santísima Virgen en salvación de los hombres no tiene su origen en ninguna nece objetiva, sino en que Dios lo quiso así. Brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en s mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda eficacia» (ib.). 4. De Cristo deriva el valor de la mediación de María, y, po consiguiente, el influjo saludable de la santísima Virgen «favo y de ninguna manera impide, la unión inmediata de los creye con Cristo» (ib.). La intrínseca orientación hacia Cristo de la acción de la «Mediadora» impulsa al Concilio a recomendar a los fieles q acudan a María «para que, apoyados en su protección mate se unan más íntimamente al Mediador y Salvador» (ib., 62 Al proclamar a Cristo único Mediador (cf. 1 Tm 2,5-6), el text la carta de san Pablo a Timoteo excluye cualquier otra media paralela, pero no una mediación subordinada. En efecto, ante subrayar la única y exclusiva mediación de Cristo, el auto recomienda «que se hagan plegarias, oraciones, súplicas acciones de gracias por todos los hombres» (1 Tm 2,1). ¿No acaso, las oraciones una forma de mediación? Más aún, se san Pablo, la única mediación de Cristo está destinada a prom otras mediaciones dependientes y ministeriales. Proclamand unicidad de la de Cristo, el Apóstol tiende a excluir sólo cualq mediación autónoma o en competencia, pero no otras form compatibles con el valor infinito de la obra del Salvador. 5. Es posible participar en la mediación de Cristo en vario ámbitos de la obra de la salvación. La Lumen gentium, despu afirmar que «ninguna criatura puede ser puesta nunca en el m orden con el Verbo encarnado y Redentor», explica que la criaturas pueden ejercer algunas formas de mediación en dependencia de Cristo. En efecto, asegura: «Así como en sacerdocio de Cristo participan de diversa manera tanto lo ministros como el pueblo creyente, y así como la única bonda Dios se difunde realmente en las criaturas de distintas mane así también la única mediación del Redentor no excluye sino suscita en las criaturas una colaboración diversa que particip la única fuente» (n. 62). En esta voluntad de suscitar participaciones en la única medi de Cristo se manifiesta el amor gratuito de Dios que quier compartir lo que posee. 6. ¿Qué es, en verdad, la mediación materna de María sino u del Padre a la humanidad? Por eso, el Concilio concluye: « Iglesia no duda en atribuir a María esta misión subordinada experimenta sin cesar y la recomienda al corazón de sus fie (ib.). María realiza su acción materna en continua dependencia d mediación de Cristo y de él recibe todo lo que su corazón qu dar a los hombres. La Iglesia, en su peregrinación terrena, experimenta «continuamente» la eficacia de la acción de la «Madre en el o de la gracia». [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español 3- EL TEMA MARIANO EN LOS ESCRITOS DE FRANCISCO DE por Sebastián López, o.f.m. Cuando Francisco quiere expresar su opción fundamental . cristiana, dice así: «Yo, el hermano Francisco, pequeñuelo, qu seguir la vida y pobreza de nuestro altísimo Señor Jesucristo y su santísima Madre y perseverar en ella hasta el fin» (UltVol 1 Con esto dice y proclama dos cosas: la centralidad del seguim de Jesucristo en su experiencia cristiana, referida además y enteramente, como veremos, al Padre, al Hijo y al Espíritu Sa protagonistas decisivos y principales de la salvación, y la inev y forzosa implicación de la Virgen en la persona, vida y destin Jesús. Desde esta doble constatación toman camino precisamente e páginas, que quieren acercarse al tema mariano en los escrito Francisco. Y dos etapas tendrá nuestro caminar por las peque y humildes páginas de los textos del Pobrecillo: en la primera, que dedicamos este artículo, haremos el inventario de lo que l escritos dicen sobre la Señora, teniendo en cuenta además el contexto mariológico del siglo XII y también algunas de las instancias mariológicas de hoy. En la segunda, que será objet un próximo artículo, presentaremos la contemplación mariana Francisco dentro de su confesión y experiencia cristiana, a la de estas palabras de la Exhortación Apostólica de Pablo VI Marialis cultus, n. 25: «Ante todo, es sumamente conveniente los ejercicios de piedad a la Virgen María expresen clarament nota trinitaria y cristológica que les es intrínseca y esencial. En efecto, el culto cristiano es por su naturaleza culto al Padre, al y al Espíritu Santo, o, como se dice en la liturgia, al Padre por Cristo en el Espíritu». En los escritos de Francisco encontramos, además de las dos oraciones dirigidas a la Virgen (SalVM y OfP Ant), las siguient referencias a ella: -- «Salve, María, llena de gracia, el Señor está contigo (Lc 1,2 (ExhAD 4). -- «... y por los méritos e intercesión de la beatísima Virgen...» (ParPN 7). -- «... y nació de la bienaventurada Virgen santa María» (OfP 1 -- «Este Verbo del Padre, tan digno, tan santo y glorioso, anunciándolo el santo ángel Gabriel, fue enviado por el mismo altísimo Padre desde el cielo al seno de la santa y gloriosa Vir María, y en él recibió la carne verdadera de nuestra humanida fragilidad. Y, siendo Él sobremanera rico, quiso, junto con la bienaventurada Virgen, su Madre, escoger en el mundo la pobreza» (2CtaF 4-5). -- «... si la bienaventurada Virgen es tan honrada, como es jus porque lo llevó en su santísimo seno...» (CtaO 21). -- «Además, yo confieso todos los pecados al Señor Dios..., a bienaventurada María, perpetua virgen...» (CtaO 38). -- «Ved que diariamente se humilla (el Hijo de Dios), como cua desde el trono real descendió al seno de la Virgen» (Adm 1,16 -- «Y (nuestro Señor Jesucristo) fue pobre y huésped y vivió d limosna tanto Él como la Virgen bienaventurada y sus discípul (1 R 9,5). -- «Y los ministros... vendrán al capítulo de Pentecostés junto iglesia de Santa María de la Porciúncula» (1 R 18,2). -- «Y te damos gracias porque... quisiste que Él, verdadero Di verdadero hombre, naciera de la gloriosa siempre Virgen beat santa María» (1 R 23,3). -- «Y a la gloriosa madre y beatísima siempre Virgen María, a bienaventurados..., les suplicamos humildemente, por tu amor que, como te agrada, por estas cosas te den gracias a ti, sum Dios...» (1 R 23,6). -- «... porque cada una será reina en el cielo coronada con la Virgen María» (ExhCl 6). -- «Y tampoco estamos obligadas a ayunar en las Pascuas, co lo ordena el escrito de san Francisco; ni en las festividades de Santa María y de los santos apóstoles...» (3CtaCl 36). -- «Yo, el hermano Francisco, pequeñuelo, quiero seguir la vid pobreza de nuestro altísimo Señor Jesucristo y de su santísim Madre...» (UltVol 1). La lectura de las oraciones y de los textos que acabamos de transcribir nos permiten hacer ya las siguientes constatacione 1. María desde la fe y en lo esencial de su misterio En contraste con el siglo XII, tan abundante y fervoroso en su contemplación mariana, la referencia a la Virgen en los escrito Francisco, según se desprende de los textos que acabamos d transcribir y exceptuadas las oraciones, es rápida, de pasada y como de quien recita el Credo que sólo quiere decir su fe y l esencial de la misma. Ateniéndonos por tanto a lo que dicen lo escritos que poseemos de Francisco, éstas serían las dos not más principales que caracterizan su contemplación mariana: Contemplación desde la fe. Francisco nombra, celebra y conte a la Virgen en cuanto tiene que ver con Dios y su salvación, e cuanto relacionada con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en comunicación, por nosotros y por nuestra salvación, en Jesuc quien tomó la verdadera carne de nuestra humanidad y fragilid en el seno de María (2CtaF 4). Las demás posibles contemplaciones de la Virgen (como personaje histórico, como mujer o como ideal de perfección, etc.), aun afirmándolas y proclamándolas como veremos, están vistas y contempladas desde el santo amor del Padre, que quiso que su Hijo naciera nuestra salvación, de la gloriosa siempre Virgen beatísima san María (1 R 23,3), resumen de toda la fe y de todo el Credo cristiano. Lo mismo hay que decir de la relación de Francisco la Virgen que los escritos recogen y señalan. Cuando Francisc alaba, confía y se encomienda a María, lo hace también desde fe que sabe que ella está presente y cercana en lo que llamam la comunión de los santos: en la comunión de todos con Cristo la fe y el Espíritu Santo, de la que ella fue la primera y principa beneficiaria por su vinculación a su Hijo en el Espíritu Santo y sí de su fe y de su entrega. Para Francisco, que tanto en el tema mariano como en los de de su confesión cristiana «remite indefectiblemente a la fe», é es el espacio en el que la Virgen tiene interés y sentido, está presente e interviene a nuestro favor. Y la fe es también la que le permitió ver y contemplar lo esenc del misterio mariano, segundo punto que queríamos destacar como característica general de su visión de María. Desde la fe Francisco ha acertado a contemplar a la Virgen en su relación vinculación, única e insuperable, con Jesucristo, la Palabra de Padre que recibió en su seno la verdadera carne de nuestra humanidad y fragilidad; y, desde ella, en su relación con la Trinidad, y en su relación con los hombres. Y aunque no se entretenga en su desarrollo, como sucede con otros temas de confesión cristiana que contienen sus escritos y como además lógico en quien no intenta exponer un capítulo de teología sino expresar, junto con sus hermanos, la fe que vivían y que respaldaba su vida de seguimiento de Jesús, la verdad es que tema mariano está vinculado en sus escritos con los temas ra y fundamentales de su vida al estilo y forma de Jesús: el seguimiento, la vida en desapropiación y desinstalación de los pobres, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo en su acción y comunicación salvadora en Jesucristo, y la obligada respuesta la criatura en acción de gracias y operación. Por supuesto que es todo lo que, desde la fe, cabe decir de la Virgen; pero es lo fundamental y lo más principal del misterio de la que, con el á Francisco saluda: «Salve, María, llena de gracia, el Señor está contigo». 2. Títulos de la Virgen En las oraciones y textos a que nos estamos refiriendo se encuentran trece títulos o nombres de la Virgen, que aparecen total de veintiséis veces en sólo seis de los escritos de Francis Los siguientes: Virgen, Madre, Hija, Esclava, Esposa, Señora, Reina, Virgen hecha Iglesia, Palacio de Dios, Tabernáculo de Casa de Dios, Vestidura de Dios. Once de ellos en el Saludo d Virgen María; cuatro en la Antífona del Oficio de la Pasión; cu en la primera Regla; tres en la segunda Carta a los Fieles; dos la Carta a toda la Orden, y uno en la primera Admonición. La imagen que dichos títulos o nombres esbozan de María acent sobre todo lo que Dios ha hecho en ella y con ella; lo que ella desde la acción de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y desde relación con ellos, más que su actitud acogedora y responsiva que neguemos que también esta dimensión está presente en Imagen que está en línea con la primacía y anterioridad de la acción de Dios, de lo objetivo sobre lo subjetivo, que Francisc confiesa tantas veces en sus escritos. En ellos, como es sabid Señor es el que da la gracia de hacer penitencia, el que condu los leprosos, el que da la fe, o el que hace y dice todo bien. 3. Los adjetivos que coronan su nombre El nombre y los títulos a que nos hemos referido en el número anterior van acompañados en los escritos, como sucede cuan nombra a Dios, a las personas de la Trinidad y a Jesucristo, d o más adjetivos que los califican. Los siguientes: Santa, Glorio Beatísima, Bienaventurada, Perpetua Virgen, siempre Virgen, Santísima, santísimo seno. Francisco proclama con ellos, como hace la Iglesia en su liturg gloria, la bienaventuranza y la santidad de la Virgen por su referencia a Jesucristo bienaventurado, santo y glorioso, y, de Él y por Él, a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo que sin principi fin es bendito y glorioso. Sólo desde la fe en Jesús, Hijo de Di Hijo de María, se llega a descubrir la grandeza y dignidad de María, su Madre, viene a decir Francisco. 4. Privilegios y misterios marianos Las oraciones y los textos de los escritos a que nos venimos refiriendo recogen los siguientes privilegios y misterios marian maternidad divina, la perpetua virginidad, la plenitud de gracia mediación. Pero los recogen sin entretenerse en precisar su contenido y significado como hacía la teología de su tiempo, e que san Bernardo, por ejemplo, se detiene en explicar el senti de la maternidad divina, los distintos momentos de su virginida su plenitud de gracia y su mediación. No se recogen, sin embargo, otros privilegios marianos como Inmaculada Concepción, su glorificación corporal en la Asunci su maternidad espiritual. En cuanto a los distintos misterios de la vida de la Virgen o de vida de Jesús en los que ella está presente, y de los cuales la liturgia de la Iglesia celebraba ya algunos en aquel tiempo, Francisco en sus escritos sólo se refiere a la Anunciación y al Nacimiento de Jesús. Poco o muy poco en comparación con l los Evangelios presentan y sobre todo con lo que el siglo XII, t rico y generoso en obras mariológicas, ofrece. 5. La dimensión humana e histórica de María Los escritos subrayan la dimensión humana e histórica de la Virgen con la alusión a su nacimiento, al colocarla entre las mujeres de este mundo, con la repetición, por nueve veces, de nombre; al referirse a su realidad corporal con la expresión «in útero»; y al contemplarla ligada al destino de pobreza de su H Sin ser mucho, es suficiente como testimonio de que la Virgen la contemplación de Francisco era de carne y hueso, vivió en nuestro mundo y fue parte de nuestra historia y no algo irreal o mítico. Contemplación de María en su real e histórica humanid que tiene que ver con la preocupación de Francisco por subra verdadera carne de nuestra humanidad y fragilidad que la Pal del Padre recibió en su seno (2CtaF 4). Aspecto de su confesi cristológica repetidamente proclamado en sus escritos y con u clara postura anticátara además. 6. Primacía y principalidad de la maternidad divina Los escritos se refieren a ella, con el nombre expreso de «Ma en cinco lugares; cuatro textos hablan del descenso del Hijo d Dios al seno de la Virgen o de su nacimiento del seno de Marí texto llama a Jesucristo, dirigiéndose a María, «tu Hijo»; en ot dos la cercanía de la Virgen a su Hijo está suponiendo, nos parece, la maternidad; y, por fin, el Saludo a la Virgen está polarizado en el título y en la realidad de Madre del Señor que según los comentaristas, constituye la cumbre de todo el escr lo que los distintos «ave» después cantan y admiran. Francisc confiesa con ello, y de una forma además sencilla y concreta, que la teología no ha dejado de proclamar, más o menos claramente, desde el principio: la maternidad divina de María, relación única que, desde ella, tiene con Jesucristo, el Hijo am del Padre, es la raíz y la razón de la Virgen en lo cristiano y es también su explicación. María está vinculada para siempre a l persona de Jesús. María tiene toda su razón de ser en Jesús. María está ligada y comprometida con su vida, condición y de María manifiesta a Jesús. María es la gloria de Jesús. 7. Subrayado de su maternidad fisiológica El repetido «in útero» (en el útero, o en el seno), al que ya nos hemos referido, lo proclama con claridad y con la intención ad de confesar, como también hemos indicado ya, la real e histór humanidad del Hijo de Dios, frente a los cátaros, única forma confesar uno de los artículos fundamentales de su cristología: Hijo de Dios es nuestro hermano. 8. El título de Virgen Es uno de los títulos que los escritos dan con más frecuencia María. Catorce veces. Frecuencia debida, con toda probabilida influjo en Francisco de la liturgia, uno de los caminos más principales de su profundización en la confesión y experiencia cristiana. Para G. Lauriola, sin embargo, el repetido uso del tít de Virgen en los escritos se debería a que Francisco consider don de la virginidad, más como una función o signo de la divin del Hijo de Dios encarnado, que como un estado o manera de sobre todo teniendo en cuenta el contexto en el que dicho títu aparece. 9. Funcionalidad de la Virgen santa y gloriosa La fe y la teología saben gozosamente que también la Virgen, persona, vida y destino, es para la salvación, como lo es Jesucristo, nacido de su seno, que por nosotros y por nuestra salvación bajó del cielo. Ni Jesús ni María, su Madre, son para Son para los demás, para la salvación de todos. Francisco ha acertado a presentar a María como la encrucijada en la que se encuentran la Palabra del Padre que desciende de su seno, y verdadera carne de nuestra humanidad y fragilidad que recibe seno de la Virgen. María es, aunque no se diga expresamente para la salvación que realiza y es Jesús, que quiso el Padre q naciera del seno de la Virgen. Con ello afirma Francisco la fundamental funcionalidad de María, además de señalar las o dos que realiza en la comunión de los santos: dar gracias al P e interceder por nosotros. 10. Relación de María con la Trinidad En las dos oraciones de Francisco a la Señora, su contemplac se centra fundamentalmente en la relación del Padre, del Hijo Espíritu Santo con la Virgen, a quien el Padre elige, y con el H amado y el Espíritu Santo Paráclito consagra (SalVM 2); y en relación de la Virgen con el Padre, de quien es esclava e Hija; el Hijo, de quien es Madre, y con el Espíritu Santo, de quien e Esposa (OfP Ant 2). Dicha contemplación es frecuente en los autores del Siglo XII. En Francisco tiene además un contexto abundante de textos trinitarios. Y, aunque no sea posible seña hasta qué punto dichos textos responden a una experiencia re la Trinidad en su vida cristiana y evangélica, sí es cierto que, t en ellos como en las dos oraciones a la Virgen, Francisco asu proclama la fe de la Iglesia en lo que es «lo específicamente cristiano», la Trinidad. Sus escritos permiten además afirmar q lectura o la escucha del Evangelio de san Juan, el capítulo XV sobre todo, le ha servido para ahondar y profundizar su fe en Trinidad por el camino de la contemplación de las relaciones d Padre y del Hijo que dicho Evangelio tanto destaca y que son, parecer, la fuente de su visión de la vida cristiana, de la vida d penitentes, como vida de relación con el Padre, con el Hijo en Espíritu Santo, el Espíritu del Señor que mora en ellos. El tem referido a santa Clara y sus hermanas, aparece ya en la Form vida para santa Clara, primer escrito que se nos conserva de Francisco (1212-1213). Indudable la importancia en Francisco la confesión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo como orig principio de todo; de la contemplación de Jesús en su relación el Padre; del Espíritu Santo como Espíritu del Señor y como q habitando en nosotros, nos relaciona con el Padre como hijos con el Hijo como hermanos, madres y esposos. De ahí que la contemplación de la Virgen en sus relaciones con la Trinidad e en consonancia con una de las dimensiones más principales d confesión y experiencia cristiana de Francisco. 11. Señora pero cercana Por razones sociológicas y por el redescubrimiento de la verda carne de nuestra humanidad y fragilidad que el Hijo de Dios re del seno de la Virgen y que lo hizo hermano nuestro, existe ho como una especie de alergia a todo lo que aparezca con ribet singularidad y eminencia. Así se llamaban precisamente dos d principios mariológicos de los que se servían los teólogos en s estudio de la Virgen. Hoy preferimos la igualdad y nivelación d todos en todo. Desde aquí, entre otras causas, hemos descub a la Virgen mujer y hermana; a la Virgen de la noche oscura d fe; a la Virgen de quien el Señor miró su humillación. En cuanto a Francisco, ya lo hemos indicado, hay en él una decidida contemplación de María desde el quehacer salvador Dios que se le entrega en la comunión de personas de la Trini eligiéndola y consagrándola como habitación y morada suya, puede dar la impresión de que la aleja y distancia de nosotros Pero los títulos del Saludo a la Virgen, como los de la Antífona Oficio de la Pasión, además de ser antes florones de Dios que María, aunque por supuesto la coronen de gloria y de bienaventuranza, son también, aunque en otro orden, gloria y bienaventuranza de todos los elegidos que, por la habitación d Espíritu del Señor en ellos, son hijos del Padre, y esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (2CtaF 48-53 Teniendo en cuenta, además, que Francisco contempla a la V ligada y comprometida en la vida de pobreza de su Hijo, hay q decir que los títulos de Señora, Reina, y los demás que se contienen en el Saludo a la Virgen y en la Antífona del Oficio d Pasión, no le han hecho olvidar la cercanía y vecindad que tie con nosotros por su vinculación con el que, «siendo sobreman rico, quiso, junto con la bienaventurada Virgen, su Madre, esc en el mundo la pobreza» (2CtaF 5). 12. Más Madre que Reina Así decía santa Teresa del Niño Jesús que se figuraba a la Vi Francisco, que tenía por delante casi un siglo de fervor marian el que los nombres de Madre de misericordia y Madre nuestra repetían con frecuencia, nunca da a la Virgen el nombre de M de los hombres. Pero, creemos que tampoco se puede afirma prevalezca en él una visión de María como Reina y Señora, ya sólo una vez recibe María en los escritos dichos nombres. Por teniendo en cuenta la imagen de la Virgen que intercede por nosotros, imagen dos veces presente en sus escritos, el paralelismo entre la Antífona del Oficio de la Pasión y 2CtaF 4 junto con FVCl 1, y que, según el Saludo a la Virgen, nos hace participar en sus virtudes (SalVM 6), nos inclinamos a pensar la actitud maternal de María hacia nosotros no está ausente d escritos de Francisco. 13. La enteramente fiel El Padre santo y justo..., que quiso que su Hijo naciera de la gloriosa siempre Virgen beatísima santa María (1 R 23,3), no sirvió de ella como si fuese sólo un mero instrumento útil para fines salvadores. «El santísimo Padre del cielo la eligió y la consagró con su santísimo Hijo amado y el Espíritu Santo Paráclito» (SalVM 2), pero también habló con ella: «Esta Pala del Padre, tan digna, tan santa y gloriosa, la anunció el altísim Padre desde el cielo, por medio de su santo ángel Gabriel, en seno de la santa y gloriosa Virgen María, de cuyo seno recibió verdadera carne de nuestra humanidad y fragilidad» (2CtaF 4 María respondió, nos dice la revelación en palabras de Lucas Hubo por tanto un diálogo entre el Padre y la Virgen, revelado respeto de Dios frente a la libertad de María y de la respuesta consciente y responsable de ella a Dios. Así lo ha destacado desde el principio la reflexión de la fe de la Iglesia. El tema de Virgen, nueva Eva, subraya precisamente, desde san Justino Ireneo, la fe y obediencia de María frente a la desobediencia d Eva. Y el tema de la Virgen que concibe la carne de Cristo en tan repetido por san Agustín y otros, proclama lo mismo. Tem que encontramos también, ampliamente desarrollados, en los autores del siglo XII, entre ellos san Bernardo. El Concilio Vati II recoge ambos temas, consagrándolos con su autoridad y proclamando en consecuencia la importancia de la fe de María acoge y consiente, libre y conscientemente, a la Palabra de D en este estupendo texto: «Pero el Padre de la misericordia qu que precediera a la encarnación la aceptación de la Madre predestinada... Así María, hija de Adán, al aceptar el mensaje divino, se convirtió en Madre de Jesús, y al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Se a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con Él y bajo Él, con la gracia de Dios omnipotente. Con razón, pues, piensan los santos padres que María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos d Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres» (LG 56). Los escritos de Francisco no son demasiado explícitos en señalar el asentimiento y consentimie de María al anuncio del Padre. Ciertamente lo apuntan al llam esclava e hija del Padre, madre del Hijo y esposa del Espíritu Santo (OfP Ant), teniendo en cuenta, sobre todo, los lugares paralelos de 2CtaF 48-53 y FVCl, en los que la respuesta del hombre a la acción de Dios se indica con toda claridad; tambié presentar a María vinculada y comprometida en la vida y desti de pobreza de su Hijo, con lo que extiende y alarga expresam su consentimiento más allá del momento de la anunciación. T la vida de María es comunión con la persona y la vida de la Palabra del Padre que recibió en su seno la verdadera carne d nuestra humanidad y fragilidad. Pero, además, pocas cosas h acentuado Francisco tanto en la vida del Evangelio de sus hermanos como la respuesta en adoración, alabanza, fe- esperanza-caridad y en operación, a la comunicación salvado Dios Trino en Jesucristo, que tiene en los temas fundamentale la vida del Evangelio su expresión mayor: el seguimiento, la observancia del Evangelio y el deseo del Espíritu del Señor y santa operación, coreada por otros muchos textos de sus escr como, por ejemplo, la segunda Carta a los fieles, vv. 14-62, y capítulo 23 de la primera Regla. 14. María en la comunión de los santos A lo largo de estas páginas hemos destacado varias veces, en contemplación mariana de Francisco, la relación que María tie que además la constituye, con Jesucristo y, desde Él y por Él, la Trinidad y con los hombres, dentro del designio de salvació santo amor del Padre, de su generosidad. Pero hay en los esc unas pocas frases que lo subrayan con una fuerza especial y nos obligan a insistir en ello. Éstas: «Con la santísima Virgen, Madre» (2CtaF 5); «Ruega por nosotros junto con el arcángel Miguel y todas las virtudes del cielo y con todos los santos, an santísimo Hijo amado, Señor y maestro» (OfP Ant 2); «Y a la gloriosa Madre y beatísima siempre Virgen María... y a todos l santos... les suplicamos humildemente que... por estas cosas den gracias a ti, sumo Dios verdadero... con tu queridísimo Hi nuestro Señor Jesucristo y el Espíritu Santo Paráclito» (1 R 23 Frases en las que la preposición «con» señala claramente la compañía, la unión, la comunión, al fin, de María con Jesucris con el Espíritu Santo y con todos los santos: lo que llamamos comunión de los santos, que tiene una espléndida expresión e último texto citado. Texto en el que María aparece, junto con todos los santos que fueron, y serán, y son, arrastrada en la acción de gracias del queridísimo Hijo, Jesucristo, y del Espíritu Santo al Padre porq envuelta antes en el santo amor del Padre que ha querido nue salvación por el nacimiento de Jesucristo de su seno (1 R 23,3 Así ve Francisco a la Virgen y también todas las cosas: envue en la luz del amor con que el Padre ama al Hijo (1 R 23,54), y acción de gracias con que el Hijo, junto con el Espíritu Santo, responde al Padre (1 R 23,5). Francisco es el hombre comuni hombre con los demás. Y así ha visto también a la Virgen: con Jesús, con el Espíritu Santo, con los santos y con los hombres desde su mediación. La Virgen solidaria, fraterna, en comunió por eso precisamente, la Virgen Iglesia, la Virgen acogedora d gloria de Dios, manifestada en la humillación del camino y vida Jesús, que la convierte en templo suyo. 15. María y la capilla de Santa María de los Ángeles La capilla de Santa María de los Ángeles fue para Francisco c para expresar su devoción a María, y medio también para profundizar en su piedad hacia ella. De lo primero dan fe sus biógrafos, y de lo segundo tenemos como testimonio comprob el Saludo a la Virgen compuesto precisamente en honor de nu Señora de los Ángeles, la de la ermita de la Porciúncula. Síntesis conclusiva Nos habíamos propuesto ofrecer en esta primera parte un inventario del tema mariano en los escritos de Francisco: texto que se refieren a la Virgen, títulos que se le dan, misterios principales de su vida que se contemplan, aspectos y detalles se subrayan. Recoger, al fin, todo lo que en los escritos hace referencia a la Señora. Resumiendo nuestro camino por las páginas de los escritos, cabe recoger en los siguientes puntos ideas principales: a) La imagen de la Virgen que en ellos se perfila: La Virgen co mujer de nuestro mundo y de nuestra historia; la Virgen como Madre en la doble dimensión de su maternidad, la biológica y divina; la Virgen en su vinculación singular con Jesucristo y en seguimiento de lo que resume y define la vida de su Hijo, la pobreza; la Virgen en su relación con la Trinidad y en su relac con nosotros, desde la comunión de los santos. b) El desde dónde de su contemplación mariana: Desde la fe, como única forma de descubrir su relación singular con Jesuc como salvador y, desde Él y por Él, con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en su comunicación salvadora a nosotros; y de descubrir también su comunión con nosotros que, como ella, aunque después de ella y gracias a su maternidad, hemos sid admitidos también, por el Espíritu del Señor, a ser hijos del Pa hermanos y madres de Jesús. Y desde la gratuidad del santo del Padre que le obligó a contemplarla como obra de la gracia como la que tampoco puede gloriarse sino en su Señor. c) La conexión del tema mariano con los temas mayores de su experiencia cristiana: La Trinidad, en su comunicación salvado hombre; Jesucristo, en su realidad humana e histórica, en su camino de pobreza y humillación; Jesucristo, en la dimensión divina de su filiación; y Jesucristo, en su triunfo que lo constitu Señor y Rey, y al que asocia a la Virgen, la Señora y santa Re la Iglesia, como la comunión de los que creen, se convierten y siguen a Cristo, de la que María forma parte, en la que alaba y gracias al Padre, y en la que intercede por nosotros. [Sebastián López, O.F.M., El tema mariano en los escrit Francisco de Asís, en Selecciones de Franciscanismo, vol. X 47 (1987) 171-186.- En esta versión electrónica hemos supr las notas y muchas de las citas que lleva el or MARÍA, SIGNO DEL AMOR DEL PADRE 1. Una estrella en el camino El camino de la fe es el camino de la vuelta al Padre. Es el ca que recorremos todos los creyentes, desde el momento en qu Padre nos regala el don de la vida y deja inscrita en nosotros, como su firma, el ansia de regresar a su seno para verle cara . cara: «Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti» (San Agustín, Confesiones, 1,1). Ese camino, revelado en plenitud por Cristo, ha sido recorrido María, la primera discípula, que ya ha llegado a la casa del Pa nos muestra la posibilidad del seguimiento desde la debilidad condición humana. Pero, al realizar este camino de forma ejemplar, María nos ha desvelado también en su misterio cotidiano un lado inédito y c inexplorado del mismo Dios, cuyas entrañas se describen en e Antiguo Testamento con las imágenes de una mujer que se conmueve, agita, gime y da a luz, quedando atada para siemp su criatura. María nos muestra permanentemente el rostro maternal del Padre amoroso y compasivo, cuya misericordia ll a sus fieles de generación en generación. Por saber ser hija, D le ha concedido ser testigo e icono de su paternidad. De ahí que los cristianos, al recorrer ese itinerario, largo y a ve incomprensible, de nuestra fe personal y también de la fe de nuestra comunidad eclesial, necesitemos volver nuestra mirad María, testigo de la misericordia de Aquel que está al final del camino. Ella nos hace comprender también nuestro destino de hijos y testigos. 2. «Lanza gritos de gozo, hija de Sión» (Sof 3,14; Lc 1,46-55) María nace en el seno de una comunidad creyente, es hija de Israel. Su historia es la historia concreta de un pueblo que con la esclavitud, la tribulación por el desierto, su infidelidad, el destierro… Pero, sobre todo, de un pueblo que conoce la Alia de Dios, su promesa de salvación universal y su fidelidad misericordiosa de generación en generación. Desde pequeña aprendido a conocer y esperar en Yahvé como su salvador. E heredera de una tradición que ha visto cómo el designio salvíf de Dios se revelaba en sus mujeres, Sara, Rebeca, Raquel, Miriam, Débora, Ana, Judit, Esther… como anuncio del cumplimiento de la promesa hecha a Eva. En María se encarna y condensa, sobre todo, la historia del R de Israel, de esos pobres de Yahvé que ya no tienen nada que perder y por ello lo esperan todo del Señor; que no tienen dón agarrarse y por ello están siempre abiertos a la acción de Dios sus vidas: «Yo dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobr en el nombre de Yahvé se cobijará el resto de Israel. Lanza gr de gozo, hija de Sión, lanza clamores, Israel, alégrate y exulta todo corazón, hija de Jerusalén» (Sof 3,12-14). María representa el ansia de plenitud del cumplimiento de la promesa, ansia generada en ese pequeño rebaño que ha creí en Yahvé. Ella ha experimentado el amor de Dios, ese amor misericordioso que la hace siempre nueva, convirtiéndola en l joven virgen con quien el mismo Dios quiere desposarse. Por en María se va a suprimir el pasado adúltero de Israel y va a comenzar una historia nueva, virgen; un pueblo nuevo, la Igles Dice una profecía de Oseas: «Yo te desposaré conmigo para siempre, te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en am en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conoce Yahvé» (Os 2,21-22). Este anuncio se cumple en María, quien proclama con gozo en el Magníficat (cf. Lc 1,46-55). María nos hace ver que nosotros, como creyentes, somos tam hijos de un pueblo, del pueblo de Dios; y además, de lo mejor ese pueblo: del amor de Dios creído y experimentado, de la confianza en él a través de todas las dificultades. Una larga cadena de creyentes, la mayoría anónimos y sencillos, nos ha transmitiendo la experiencia de Dios. De ahí que digamos con Pablo: «Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho comp la herencia del pueblo santo en la luz» (Col 1,12). Pero tambié como sucedió en María, se espera de nosotros que seamos capaces de asumir esa tradición, purificarla y transmitirla a otr Dios espera de nosotros que seamos capaces de hacer una Ig más esposa fiel del Señor, una Iglesia que reconozca el amor responda con amor. 3. «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,26-38) En el momento histórico de la Anunciación, la promesa se hac historia; la Palabra se hace carne. Ese momento histórico y concreto, que acontece en el corazón y en la carne de María, comienzo en el tiempo de la misión del Hijo y del Espíritu San Por eso María, en la encarnación, es la primera que conoce a Yahvé como misterio trinitario; y, durante un tiempo, sólo ella conocerá este misterio. Yahvé es el Padre de Aquel que ella h aceptado llevar en su seno. Y el poder del Altísimo que la fecu es el Espíritu Santo. La respuesta confiada y libre de María no abre al conocimiento de la intimidad de Dios: la comunión trini Y este conocimiento tan profundo de Dios implica el descubrimiento de la riqueza insondable de su amor, que no s se realiza en las relaciones intradivinas, sino que desea encontrarse también con cada ser humano. El encuentro con revela el misterio del amor de Dios: «Porque tanto amó Dios a mundo que dio a su Hijo único para que todo el que crea en é perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). Ante la revelación suprema del amor, María responde también amor total. Porque ella no dice simplemente «sí», sino «hágas voluntad», como una aceptación de lo desconocido, como un de entrega incondicional a Aquél por quien es amada. María p decir «hágase tu voluntad», no porque la conoce, sino porque mucho. Su respuesta es posible porque, ante la llamada del P no se mira a sí misma, ni mide sus fuerzas, sino que se fía de en este diálogo amoroso se va gestando una armonía de voluntades que permite que el abandono y la confianza en el O se encarne en lo cotidiano. Es la aceptación de un itinerario no marcado, donde la entrega mutua se renueva en cada instante se entremezcla con un discernimiento no exento de dudas y dificultades. En María comprendemos que todo nuestro itinerario es tambié una historia de amor. Una historia en la que la iniciativa ha sid otro, que se nos revela y nos invita a la confianza. En la medid que somos capaces de fiarnos de Él y nos abandonamos a su designios, Él nos va descubriendo cada día más el insondable misterio de su amor. Pero no somos nosotros los que hemos d marcar ni el modo ni el ritmo: hemos de aceptar «ser llevados además, por caminos no siempre previstos ni comprendidos. Y que el amor siempre exige morir a mí mismo. 4. «Y a ti misma una espada te atravesará el alma» (Lc 2,33-3 Durante la gestación, la Palabra que habita en el seno de Mar cubriéndose de huesos, nervios, carne, piel. Pero la maternida María no acaba en el parto. La maternidad de María es un «sí constante, una continua donación, no sólo de vida física, sino algo más. Es la donación de un modo de ser humano. María e aquella que enseña a Jesús a ser humano: le enseña a sonre hablar, a responder, a rezar… le enseña la intimidad, la ternur le enseña a mirar y a vivir. Jesús aprende a querer. Es Dios q deja ser humano por y en un ser humano. Esta historia rutinaria propia de cualquier madre, en María va entrelazada con la experiencia de saberse elegida por Dios pa una misión que no siempre entiende. El «no temas» del anunc del ángel recorre toda esta historia desde Nazaret hasta la cru Porque a María le alcanzará también la espada de la prueba y duda. Así se lo profetiza Simeón: «Y a ti misma, una espada t atravesará el alma» (Lc 2,35). En efecto, la experiencia de su maternidad es una experiencia ambivalente en el tiempo. Por parte, durante el largo tiempo que dura la gestación y después vida oculta de Jesús, María descubre muchas veces cómo se ratifica la elección de Dios. Pero por otra parte, el tiempo pare jugar en contra: a medida que el acontecimiento de la anuncia se aleja, el tiempo se convierte en desierto, y como en la histo de Abrahán o del Éxodo, la voluntad de Dios se desdibuja a p de la promesa. El período que transcurre desde la promesa ha el cumplimiento, es un tiempo de prueba y también, como Jes el desierto, el tiempo de la tentación. Entre los momentos de desconcierto por las maneras de cump la voluntad del Padre, se encuentran las tres ocasiones en qu Jesús, en presencia de María, cambia los parentescos. La prim es el episodio de Jesús adolescente en el Templo: «Mira, tu p y yo, angustiados, te andábamos buscando. Él les dijo: Y ¿po me buscabais? ¿No sabíais que yo debo estar en la casa de m Padre?» (Lc 2,48-49). La segunda sucede en pleno ministerio público de Jesús: «Llegan su madre y sus hermanos, y quedándose fuera, le envían a llamar… Le dicen: "Oye, tu ma tus hermanos están fuera y te buscan". Él les responde: "¡Qui mi madre y mis hermanos?" Y mirando en torno a los que esta sentados a su alrededor, dice: "Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi herm mi hermana y mi madre"» (Mc 3,31-35). Este aparente despeg Jesús, que imaginamos muy duro para su madre, nos descub una maternidad vivida en tensión: un hijo que es y no es al mi tiempo. Y este cuestionamiento de las certezas más profunda los lazos de la carne por las exigencias de la voluntad del Pad avanza de modo progresivo hasta alcanzar su culmen en el Calvario. «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26). Y María acep cambio. A los pies de la cruz, María, unida perfectamente a C en su despojamiento, manifiesta el amor incondicional que no abandona nunca. Toda la obra de la redención tiene como finalidad el hacernos verdaderos hijos. María es la hija perfecta del Padre, que nos enseña a ser hijos por su identificación total de su Hijo en la c Allí se inaugura un orden nuevo, en el que los que aman y cum la voluntad de Dios son la madre y los hermanos de Jesús, y donde la madre de Jesús es la madre de los que la cumplen. Como su Hijo, María «aprendió sufriendo a obedecer» (Hb 5,8 enseñándonos así que sólo la cruz hace verdaderos hijos. Y también en esto, por saber ser hija, se convertirá en madre: hija dolorosa se convertirá en madre de todos los que sufren. 5. «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,1-12) Las bodas de Caná se sitúan en la primera semana del minist de Jesús, y prefiguran la última. En Caná, María cumple la mis de acercar el Salvador a los necesitados de salvación. Por un parte, muestra a Jesús la necesidad del mundo: «No tienen vi es decir, son incapaces de amar porque les falta el Espíritu. P por otra, dirige la mirada de los hombres hacia el dador de la v autor de la salvación: «Haced lo que él os diga». De este mod propicia el encuentro salvador convirtiéndose en intercesora, e «Madre de misericordia». Pero sólo al pie de la cruz descubrirá el costo de esta sublime misión: la restauración de la amistad entre Dios y los hombres va a suponer a María, como a Jesús, ser víctima. Para ser ma de amor es preciso convertirse en ofrenda de amor. El proceso que vemos en María, su paso de hija a madre, de receptora del amor de Dios a transmisora del mismo amor, se cumple también en cada uno de los creyentes. Todos somos llamados a ser hijos de Dios e instrumentos de su paternidad. Pero, como en María, la participación en la paternidad de Dios exige «darlo todo», hasta el extremo; nadie puede dar vida sin «su» vida. Es la ley que hemos descubierto en Jesús: si no qu sufrir, no ames, pero, si no amas… ¿para qué quieres vivir? 6. Reunidos con María (Hch 1,12-14) «Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espír compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y sus hermanos» (Hch 1,14). Después de haber visto al Resucit los discípulos esperan en oración la llegada del Espíritu. Y no saben hacerlo sin la presencia de María, recuerdo vivo, image perfecta de Jesús. En Caná, en el Calvario, en Pentecostés, María aparece acompañando a los discípulos. Y, de escena en escena, su fu se va desvelando y enriqueciendo. En Caná comenzó como m humana de Jesús y acabó siendo intermediaria de la salvación el Calvario, al identificarse con la suprema entrega de Jesús, s convirtió en madre de los discípulos, engendradora de creyen En Pentecostés, cuando el Espíritu que ella poseía desde el principio se difunde sobre los apóstoles, se transforma en portadora del Espíritu para los demás, en «Madre de la Iglesia Toda esta trayectoria personal de María nos descubre la funci de la Iglesia, a la que ella encarna y representa: ser mediador madre de creyentes, transmisora de la vida del Espíritu. Pero desde el servicio y la entrega, desde la asociación a la muerte Jesús. La Iglesia, como María, está llamada a ser fuente de am canal por el que llega el amor del Padre. Y, para ello, necesita también testigo y ejemplo de amor. María, la excelsa hija de Sión, ayuda a todos los hijos, donde como quiera que vivan, a encontrar en Cristo el camino hacia casa del Padre; ella es «Hodoghitria», «indicadora del camino como expresa bellamente la iconografía de Oriente y Occiden Pero es también algo más: icono de la meta, signo y representación viva del amor del Padre que nos espera. Oración (Juan Pablo II) Oh Virgen santísima, madre de Cristo y madre de la Iglesia, con alegría y admiración nos unimos a tu Magníficat, a tu canto de amor agradecido. Tú que has sido, con humildad y magnanimidad, «la esclava del Señor», danos tu misma disponibilidad para el servicio de Dios y para la salvación del mundo. En tu corazón de madre están siempre presentes los muchos peligros y los muchos males que aplastan a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Pero también están presentes tantas iniciativas de bien, las grandes aspiraciones a los valores, los progresos realizados en el producir frutos abundantes de salvación. Virgen valiente, inspira en nosotros fortaleza de ánimo y confianza en Dios, para que sepamos superar todos los obstáculos que encontremos en el cumplimiento de nuestra misión. Virgen madre, guíanos y sosténnos para que vivamos siempre como auténticos hijos e hijas de la Iglesia de tu Hijo y podamos contribuir a establecer sobre la tierra la civilización de la verdad y del amor, según el deseo de Dios y para su gloria. Amén. ***** Sugerencias para la oración personal ¿Orar a la Virgen? ¿Por qué no? Los cristianos del siglo II ya dirigían a María, con esta hermosa plegaria, la más antigua qu conocemos: «Bajo tu protección nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades; antes bien, líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita». María, es nuestra madre; María está junto a su Hijo y junto al Padre; ¿cómo no les va a pedir por nosotros? Y cuando las mujeres se empeñan… Ya lo vimos en las Bodas de Caná. ¿Y a los santos? En una de las visiones del cielo que aparece el libro del Apocalipsis se dice: «Los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero. Tenía cada uno una cítara y co de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santo (Ap 5,8). Los que ya disfrutan de la gloria de Dios participan plenamente de su amor hacia todos los hombres y, por ello, interceden constantemente por ellos. A nosotros nos es dado invocarles para que suplan la pobreza de nuestra oración. De modo, se hace efectivo ese intercambio maravilloso de mérito la Iglesia llama «comunión de los santos LA MADRE DE JESÚS María no es una especie de añadidura piadosa y sentimental al evangelio. Su persona forma parte esencial de la vida de Jesús y de su misión. En ella Dios ha realizado cosas que nos afectan a todos. Y, además, a través de ella Dios nos quiere decir cosas que importan mucho a nuestra vida. En una palabra, María es también, junto a Jesús, evangelio de Dios para nuestra salvación, «Buena Noticia» para la humanidad. Ante todo, porque es la madre de Jesús y, como tal, el lugar donde se realizó el misterio de la encarnación. Su función maternal nos permite descubrir la verdad del Verbo de Dios que asume la naturaleza humana, sin destruirla, en la unidad de la persona divina. Y por esta relación tan íntima con el misterio de Cristo, María ocupa también un lugar privilegiado y único en la vida de la Iglesia y de cada uno de los creyentes. Ella es la primera y la más perfecta discípula de Cristo, modelo de fe y espejo en que se mira todo el pueblo de Dios. Ella, por voluntad expresa de Cristo, es también la madre de todos los discípulos, a los que acompaña en su peregrinación por este mundo hasta la identificación plena con Cristo. 1. Elegida desde toda la eternidad «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, para que recibieran la filiación adoptiva (Gál 4,4-5). Con estas palabras, que constituyen el texto mariano más antiguo del Nuevo Testamento, San Pablo explica el cumplimiento del plan divino de salvación; un plan concebido desde toda la eternidad, que abarca a todos los hombres y en el que María ocupa un lugar privilegiado. En efecto, si es verdad que Dios «nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor» (Ef 1,4), estas palabras se aplican de manera especial a la mujer destinada a ser madre del Autor de la salvación. Desde toda la eternidad Dios escogió a una hija de Israel para ser la madre de su Hijo. 2. Hija de Sión «Al sexto mes, envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una joven prometida a un hombre llamado José, de la estirpe de David; el nombre de la joven era María» (Lc 1,2627). En esta joven judía de Nazaret se cumplen todas las promesas de esa etapa preparatoria, prevista en el plan divino de salvación, que es el Antiguo Testamento. Así lo reconoce la propia Virgen cuando, al dar gracias a Dios por las maravillas que ha obrado en ella, afirma que, de este modo, Dios «auxilia a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia para siempre» (Lc 1,54-55). No es extraño, pues, que la misión de María la veamos anunciada y preparada a lo largo de toda la Antigua Alianza. Ya en los albores de la humanidad es insinuada proféticamente en la promesa dada a nuestros primeros padres caídos en el pecado (cf. Gén 3,15). Será también prefigurada en todas aquellas historias de mujeres en las que Dios muestra la fidelidad a su promesa escogiendo lo que se consideraba impotente y débil: Sara, Ana, Débora, Rut, Judit, Ester… En ella se reflejará la fe contra toda esperanza de Abraham y la fidelidad de David, sus antepasados. Ella será la verdadera «virgen que concebirá y dará a luz un hijo, cuyo nombre será Emmanuel» (Is 7,14). Y ella encarnará la humildad y la confianza de los «pobres de Yahvé», que todo lo esperaban de Dios. Por todo ello, María es la excelsa «hija de Sión» en la que, después de la larga espera de la promesa, se cumple el plazo y se inaugura el nuevo plan de salvación. En María culmina el Antiguo Testamento y comienza el Nuevo. 3. Llena de gracia «Y entrando el ángel a donde ella estaba, le dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). Para ser la Madre del Salvador, María fue dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante. El Padre la ha bendecido «con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo» (Ef 1,3), más que a ninguna persona creada. Cuando el ángel Gabriel la llama «llena de gracia», como si este fuera su verdadero nombre, está manifestándole una predilección especial de Dios, que ha elevado su ser por la participación plena en la vida divina, convirtiéndola en «mujer nueva». Y como esta plenitud de vida divina es incompatible con el pecado, María fue preservada de la herencia del pecado original en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente. Esta santidad singular que recibió desde el principio de su ser, le vino toda ella de Cristo. Ella fue redimida de la manera más sublime en atención a los méritos futuros de su Hijo. De modo que María recibió la vida sobrenatural de Aquel al que ella misma iba a dar la vida natural. 4. Madre de Dios «El ángel le dijo: No temas, María, pues Dios te ha concedido su favor. Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús. Él será grande, será llamado Hijo del Altísimo» (Lc 1,30-32). El que María concibe como hombre y se hace verdaderamente su hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda Persona de la Santísima Trinidad. Con ello Dios realiza la plenitud de su donación, ya que se da a sí mismo haciéndose uno de nosotros. El Verbo, que desde siempre estaba en Dios y era Dios, se hizo carne y habitó entre nosotros (cf. Jn 1,1-14). Y esto sucedió en las entrañas de María, que vivió el privilegio misterioso y tremendo de «engendrar a quien la creó», como canta la Iglesia. Por eso, ya Isabel la saludó como «la Madre de mi Señor» (Lc 1,43), y la Iglesia confiesa que es verdaderamente «Madre de Dios». La maternidad divina de María es el origen y la explicación de todos sus privilegios, y el fundamento de su misión única en la historia de la salvación. Para ser Madre de Dios, el Eterno la predestinó, la eligió y le concedió la plenitud de gracia. Por ser Madre de Dios, María es instrumento y cauce de la entrega de Dios a la humanidad, portadora de la salvación, Madre de los hombres, y especialmente de los creyentes. 5. Siempre Virgen «María dijo al ángel: ¿Cómo será esto, si yo no conozco varón? El ángel le contestó: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios» (Lc 1,34-35). Jesús fue concebido sin intervención de varón, por obra del Espíritu Santo, como explicó también un ángel a José, con quien María estaba prometida: «Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo» (Mt 1,20). Las palabras del ángel sugieren la explicación de esta obra divina que sobrepasa toda comprensión y toda posibilidad humana: la concepción virginal de Jesús es el signo de que es verdaderamente el Hijo de Dios el que ha venido en una humanidad como la nuestra, y, además, por iniciativa absoluta de Dios. Por eso Jesús no tiene más Padre que a Dios: es Hijo de Dios en sus dos naturalezas, la divina y la humana. Con ello se anuncia también el nuevo nacimiento de los hijos de Dios por adopción, que somos nosotros. Nuestra participación en la vida divina tampoco nace «de la sangre, ni de deseo carnal, ni de deseo de hombre, sino de Dios» (Jn 1,13). La profundización de la fe en la maternidad virginal ha llevado también a la Iglesia a confesar la virginidad real y perpetua de María: «Virgen antes del parto, en el parto y después del parto.» Esta virginidad perpetua es un signo de la fe de María, es decir, de su entrega total y exclusiva a Dios. 6. Modelo de fe «Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor» (Lc 1,45). La plenitud de gracia, anunciada por el ángel, significa el don de Dios; la fe de María, proclamada en estas palabras de Isabel en la visitación, indica cómo ha respondido a este don la Virgen de Nazaret. Ya en el momento de la anunciación María responde a la palabra divina proclamada por el ángel con la entrega de todo su ser: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Por medio de la fe, María se confió a Dios sin reservas y se consagró totalmente a sí misma, como esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo. Esto fue como su bautismo. Pero ese momento culminante de la anunciación no fue más que el inicio de todo un camino de fe, en el que María tuvo que ir reconociendo progresivamente con humildad «cuán insondables son los designios de Dios e inescrutables sus caminos» (Rom 11,13). Así, en el anuncio de Simeón (cf. Lc 2,34-35), en la persecución de Herodes (cf. Mt 2,13), en el exilio (cf. Mt 2,15) y en la pérdida del niño (cf. Lc 2,41-52), María aprende, meditando los acontecimientos en lo hondo de su corazón, que tendrá que vivir su obediencia de fe en el sufrimiento, al lado del Salvador que sufre, y que su misión será oscura y dolorosa. Y este abandono total en el Dios imprevisible culminará para ella al pie de la cruz, cuando tenga que acoger con fe el desconcertante misterio del total rebajamiento de Dios en la muerte de su Hijo. Aquí vivió de forma plena la verdad de su bautismo: la participación en la muerte de Cristo. Esta fe de María, que la convirtió en Madre del Hijo, hizo también de ella la primera discípula de Jesús y el modelo viviente para la Iglesia y para todo cristiano. Como ella y con ella, todos los demás discípulos, incorporados por el bautismo al destino de Cristo, escuchamos con fe la palabra de Dios, la acogemos, la proclamamos y la testimoniamos, e interpretamos a su luz los acontecimientos de la vida, entregándonos con total confianza en manos de Aquel que, por caminos oscuros y muchas veces dolorosos, nos construye y conduce. 7. Madre de todos los hombres «Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo a quien tanto quería, dijo a la madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dijo al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió como suya» (Jn 19,26-27). Esta escena emocionante nos descubre otra gran verdad sobre María: de su maternidad divina ha surgido su maternidad respecto a todos los hombres en el orden de la gracia. Ella, en efecto, colaboró de manera totalmente singular en la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres; y esta maternidad perdura hasta la plena realización de todos los escogidos, como nos enseña la misma palabra de Dios. Ya en el primer episodio de la actividad pública de Jesús, las bodas de Caná, la vemos incorporada a la misión salvífica de Jesús abogando en favor de las necesidades y privaciones de los hombres, «No tienen vino» (Jn 2,3), e indicando las exigencias que deben cumplirse para que pueda manifestarse el poder de Jesús, «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5). Pero es al pie de la cruz, en el momento culminante de la salvación, donde María es entregada por Jesús como madre a todos y a cada uno de sus discípulos, y, en ellos, a todos los hombres, destinatarios de la entrega sacrificial de Jesús. Esta nueva maternidad de María es fruto del nuevo amor que maduró en ella junto a la cruz por medio de su participación en el amor redentor de su Hijo. Porque la misión maternal de María hacia los hombres no oscurece ni disminuye la única mediación de Cristo, sino que muestra su eficacia, como proclamó el Concilio Vaticano II: «Todo el influjo de la Santísima Virgen en la salvación de los hombres brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia» (Lumen gentium, 60). En otras palabras, es Cristo quien nos ama y nos salva a través de la solicitud maternal de María. 8. Aclamada por todas las generaciones «Todas las generaciones me llamarán bienaventurada» (Lc 1,48). Esta predicción de la misma Virgen en el «Magníficat» se cumple efectivamente en el amor y la veneración con que el pueblo cristiano de todos los tiempos y latitudes ha honrado a María. La piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano. Ciertamente, este culto se dirige fundamentalmente al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo, reflejando así el mismo plan salvador de Dios. Pero, como María ocupa un puesto singular dentro de este plan salvador, el culto cristiano dedica también una atención singular a la Virgen María. Manifestación de este culto mariano son las numerosas fiestas litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios, las bellísimas oraciones con que la tradición se ha dirigido constantemente a ella, y las múltiples devociones con que el pueblo cristiano honra la presencia y protección de la que considera su Abogada. La devoción a María es, ante todo, derivación del culto al único Mediador, Cristo, y, a su vez, es instrumento eficaz para incrementarlo. Este es el sentido de esa doble fórmula acuñada por una espiritualidad ya secular: «A Jesús por María y a María por Jesús»; expresión sencilla y admirable de la unidad inseparable de Madre e Hijo. Sólo desde María entendemos el misterio de Jesús, y sólo desde Jesús entendemos la importancia de María. Por otra parte, el culto y devoción a María nos hace recordar constantemente la misión del Espíritu Santo, autor de la encarnación, de su santificación y de la nuestra. Francisco de Asís tuvo el atrevimiento sublime de llamar a María «Esposa del Espíritu Santo». Y, por último, el amor a María contribuye a fortalecer en nosotros el amor a la Iglesia, ya que nos hace sentir más profundamente los lazos que nos unen a todos los creyentes y percibir la misión de la Iglesia en el mundo como continuación de la solicitud maternal de María. El Concilio Vaticano II la proclamó como «miembro muy eminente y del todo singular de la Iglesia», como «prototipo y modelo de la Iglesia» y como «Madre de la Iglesia». Es decir, lo que fue María en el hogar de Nazaret, lo sigue siendo en esta nueva familia universal que reúne a todos los hermanos de Jesús. Historia del dogma de la Inmaculada Concepción por Pascual Rambla, o.f.m. 1.- ¿Evolucionan los dogmas de la Iglesia? Tal podría ser la pregunta que se formulase el lector. Sí y no. No evolucionan su contenido, es decir, lo que hoy es verdadero, mañana o dentro de un siglo no vendrá a ser falso; pero sin evolucionar lo que afirman o niegan, pueden evolucionar y evolucionan en conciencia que de ellos va adquiriendo la misma Iglesia. Par poner una comparación, cada dogma (que vale lo mismo qu una verdad revelada por Dios) es una semillita que el mism Cristo ha sembrado en el campo fecundo de su Iglesia; semi . que germina, crece y se desarrolla cuando las circunstancias favorecen. Sino que, en nuestro caso, el tempero lo da el mis Espíritu Santo, aquel espíritu de verdad del que decía Cristo los Apóstoles: «Cuando yo me vaya, Él os guiará y os enseña toda verdad, recordándoos cuanto os dije». No todo lo que Je hizo o dijo quedó escrito, ni tampoco cuanto enseñaron los Apóstoles que de Él recibieron el depósito de la fe. Pero nada perdió. Parte de sus enseñanzas, las no escritas, quedaron como en el subconsciente de la Iglesia, y aflora cuando suena hora de la Providencia, en forma tan clara y patente, que muc veces no puede ser ahogada ni por la autoridad de los Doctor como en el caso de nuestro dogma. 2.- Porque el dogma de la Inmaculada Concepción de María de los clásicos para demostrar la fuerza inmanente que llev toda doctrina divina depositada en la parcela de Dios, que es reunión de los fieles con sus Pastores y el Sumo Pontífice romano, que los preside. 3.- Lo vamos a constatar en la Historia del dogma. No siend éste de los que la Sagrada Escritura consigna con claridad absoluta, fue necesario, para llegar a la definición del mismo escudriñar lo que enseñó la tradición y acudir al común sentir la Iglesia. I.- La Inmaculada Concepción en los primeros siglos En los primeros siglos del cristianismo, los Santos Padres no propusieron el problema de la Concepción Inmaculada de Ma Recuérdese lo que hemos dicho en el capítulo primero de nuestro Tratado, al propósito. Pero la doctrina sobre el privile de María está contenida, como el árbol en la semilla, en las enseñanzas de los mismos Padres al contraponer la figura d María a la de Eva en relación con la caída y la reparación de género humano; al exaltar, con palabras sumamente encomiásticas, la pureza admirable de la Virgen; y al tratar so la realidad de su maternidad divina. Tres principios de la cien sobre María que dejaron firmísimamente sentados los primer Doctores de la Iglesia. 1.º El principio de recapitulación 1.- Con estas palabras: principio de recapitulación, recirculaci o reversión, es conocida la doctrina patrística sobre el plan div de la salvación del género humano. 2.- A los antiguos Padres llamó poderosísimamente la atenció no menos que a nosotros, el bello vaticinio sobre la Redenció humana contenido en el Protoevangelio. Y habiendo escrito S Pablo que Cristo es el nuevo Adán, completaron sin esfuerzo paralelismo, contraponiendo María a Eva. Apenas podrá halla un Santo Padre que no eche mano de este recurso al hablar la Redención. Y es tan constante la doctrina, tan universal e principio, que no es posible no admitir que arranque de la mis tradición apostólica. 3.- Citemos, por todos, a San Ireneo: «Así como aquella Eva teniendo a Adán por varón, pero permaneciendo aún virgen desobediente, fue la causa de la muerte, así también María teniendo ya un varón predestinado, y, sin embargo, virgen obediente, fue causa de salvación para sí y para todo el géne humano... De este modo, el nudo de la desobediencia de Ev quedó suelto por la obediencia de María. Lo que ató por su incredulidad la virgen Eva, lo desató la fe de María Virgen». E decir, que como un nudo no se desata sino pasando los cabo por el mismo lugar, pero a la inversa, así la redención se obró modo idéntico, pero a la inversa de la caída. 4.- Este paralelismo, que contiene dos aspectos, semejanza contraposición, está repetido, según acabamos de decir, com un principio básico al tratar de María. Y como es fácil comprender, no alcanza toda su fuerza sino poniendo los extremos de la contraposición en igualdad de circunstancias Eva, virgen e inocente, es causa de la ruina del género huma María, Virgen e inocente también, causa de su salvación; Ev adornada desde el momento de su existencia de la gracia, reclama, en la comparación, a María, también con la gracia desde el primer momento de su ser. La legitimidad del principio de recapitulación ha sido declarad por el Papa Pío IX en su Bula dogmática sobre la Inmaculad 2.º Exaltación de la pureza de María 1.- Un coro unánime de voces proclama a María purísima, s mancha, la más sublime de las criaturas, etc. En esta univers aclamación de la pureza de María ha de haber, necesariamen un principio general que la impulse. Los Santos Padres de l antigüedad no estaban mucho más informados que nosotro sobre la vida de la Virgen. ¿Qué les mueve, pues, a afirmar c tanto énfasis, con tanta seguridad, que María no admite comparación en su grandeza y elevación moral con criatura alguna? Su divina Maternidad. Evidentemente, sus alabanza arrancan del principio que más tarde formuló San Anselmo: « Madre de Dios debía brillar con pureza tal, cual no es posibl imaginar mayor fuera de la de Dios». Ahora bien, para admitir Concepción Inmaculada, caso de proponerse la pregunta, n necesitaban cambiar de rumbo. Bastaba sacar las consecuencias del principio sentado y admitido. 2.- Leamos algo de estas loas dedicadas a la Virgen. San Hipólito, mártir, dice: «Ciertamente que el arca de mader incorruptibles era el mismo Salvador. Y por esta arca, exenta podredumbre y corrupción, se significa su tabernáculo, que n engendró corrupción de pecado. Pues el Señor estaba exento pecado y estaba, en cuanto hombre, revestido de maderas incorruptibles, es decir, de la Virgen y del Espíritu Santo, po dentro y por fuera, como de oro purísimo del Verbo de Dios». en otra parte llama a María, «toda santa, siempre Virgen, san inmaculada Virgen». En las actas del martirio de San Andrés, apóstol, se leen esta palabras que el Santo dirigió al Procónsul: «Y puesto que d tierra fue formado el primer hombre, quien por la prevaricació del árbol viejo trajo al mundo la muerte, fue necesario que, d una virgen Inmaculada, naciera hombre perfecto el Hijo de Di para que restituyera la vida eterna que por Adán perdieron lo hombres». Aunque estas actas, como algunos opinan, no se genuinas, es decir, contemporáneas de San Andrés, tienen u venerable antigüedad y nos atestiguan lo que entonces se pensaba de la Santísima Virgen. San Efrén de Siria, apellidado Arpa del Espíritu Santo, canta este modo a la Virgen: «Ciertamente tú (Cristo) y tu Madre so los únicos que habéis sido completamente hermosos; pues en Señor, no hay defecto, ni en tu Madre mancha alguna». Y e otras partes llama a María, Inmaculada, incorrupta, santa, alejada de toda corrupción y mancha, mucho más resplandeciente que el sol, etc. San Ambrosio pone en labios del pecador: «Ven, pues, Seño Jesús, y busca a tu cansada oveja, búscala, no por los siervos por los mercenarios, sino por ti mismo. Recíbeme, no en aque carne que cayó en Adán. No de Sara, sino de María, virgen incorrupta, íntegra y limpia de toda mancha de pecado». Y San Jerónimo: «Proponte por modelo a la gloriosa Virgen cuya pureza fue tal, que mereció ser Madre del Señor». La lista podría alargarse muchísimo más. La conclusión es l siguiente: los Santos Padres no se proponen la pregunta sob la Inmaculada Concepción, pero son tales las alabanzas qu dirigen a la pureza de María, que, caso de plantearse la cuestión, hubieran llegado a la verdad por el mismo camino q seguían. Y desde luego, lo que les impulsa a la alabanza ta unánime y fervorosa de la pureza de María es la existencia d una tradición que puede calificarse de apostólica, derivada de enseñanzas de los Apóstoles. II.- La Inmaculada Concepción hasta la Edad Media A partir del siglo IV, la Iglesia occidental no corre parejas con oriental en profesar la Concepción Inmaculada de María. La herejía nestoriana que atacó directamente, única en la historia prerrogativa máxima de la Virgen, su divina maternidad, y qu iba extendiéndose en el siglo V, ofreció más frecuente ocasió aun necesidad de exaltar la soberana figura de la Bienaventurada Madre de Dios; al paso que en Occidente, e esta misma época, el hereje Pelagio desfiguraba el concepto pecado original y sus funestas consecuencias en los hombre por lo que los Padres se ven constreñidos a tratar antes de l universalidad del pecado que de la gloriosa excepción que representa la Virgen. Leamos algunos testimonios de una y otra Iglesia. 1.º La Iglesia oriental 1.- En la Iglesia oriental encontramos el esforzado defensor de maternidad divina de María, San Cirilo, que escribe: «¿Cuán se ha oído jamás que un arquitecto se edifique una casa y l deje ocupar por su enemigo?». No se puede expresar más claramente la idea de la Concepción Inmaculada. Y Teodoto de Ancira: «Virgen inocente, sin mancha, santa d alma y cuerpo, nacida como lirio entre espinas». Y en otra pa «María aventaja en pureza a los serafines y querubines». Proclo, secretario de San Juan Crisóstomo, en el mismo siglo dice de María que está formada «de barro limpio», es decir, d naturaleza humana, pero incontaminada. 2.- En el siglo VI, leemos en un himno compuesto por San Jai Nisibeno: «Si el Hijo de Dios hubiera encontrado en María un mancha, un defecto cualquiera, sin duda se escogiera una madre exenta de toda inmundicia». Y a la santidad de María califica de «Justicia jamás rota». San Teófanes alaba así a María: «Oh, incontaminada de tod mancha». Y en otra parte: «El purísimo Hijo de Dios, como t hallase a Ti sola purísima de toda mancha, o totalmente inmu de pecado, engendrado de tus entrañas, limpia de pecados a creyentes». San Andrés de Creta: «No temas, encontraste gracia ante Dio la gracia que perdió Eva... Encontraste la gracia que ningún o encontró como Tú jamás». Y en la carta a Sergio, aprobada por el Concilio Ecuménico V Sofronio dice de María: «Santa, inmaculada de alma y cuerp libre totalmente de todo contagio». En adelante, la palabra Inmaculada, Purísima, ya no se refie directamente a la sola virginidad de María. A medida que va adelantando los siglos se va perfilando con mayor precisión idea de la Concepción Inmaculada. Y así en el siglo VIII podemos leer estas palabras tan claras San Juan Damasceno: «En este paraíso (María) no tuvo entra la serpiente, por cuyas ansias de falsa divinidad hemos sido asemejados a las bestias». En los siglos IX y X se contornea aún con mayor claridad la Concepción sin mancha de María. San José el Himnógrafo «Inmune de toda mancha y caída, la única Inmaculada, sin mancha, sola sin mancha», dice de la Virgen. Y San Juan el Geómetra en un hermoso verso: «Alégrate, T que diste a Cristo el cuerno mortal; alégrate, Tú, que fuiste lib de la caída del primer hombre». No es necesario proseguir porque en adelante la palabra Inmaculada, entre los orientales, ya tiene un significado precis concreto: la exención de María del pecado original. Además desde el siglo VII la Iglesia oriental celebraba la fiesta de la Inmaculada Concepción, aunque no fuera universalmente. So el significado de la fiesta oigamos a San Juan de Eubea: «Si celebra la dedicación de un nuevo templo, ¿cómo no se celebrará con mayor razón esta fiesta tratándose de la edificación del templo de Dios, no con fundamentos de piedra por mano de hombre? Se celebra la concepción en el seno d Ana, pero el mismo Hijo de Dios la edificó con el beneplácito Dios Padre, y con la cooperación del santísimo y vivificante Espíritu». Como se observará, en estas palabras se menciona creación de María y, asimismo, su santificación, como insinúa alusión al Espíritu Santo a quien se apropia. 2.º En la Iglesia occidental 1.- En la Iglesia occidental, el proceso hasta llegar a la confes clara y paladina de la Concepción Inmaculada de María resu más lento debido a circunstancias especiales que lo entorpecieron. Pero el concepto que los Santos Padres manifiestan tener de la grandeza espiritual y moral de la exce Madre de Dios no desmerece ni cede en nada al de los orientales. La admisión de una mancha en María hubiera producido en Occidente, al igual que en el Oriente, un escánd entre los fieles, y hubiera chocado con la idea que se profesa sobre la santidad eximia de la Bienaventurada Virgen. Y en efecto, de ello echó mano el hereje Pelagio para atacar a su contrincante San Agustín, en la discusión sobre el pecado original que aquél negaba. Juliano, discípulo del hereje, escrib dirigiéndose al Obispo de Hipona: «Tú entregas a María al dia por razón del nacimiento», es decir, si afirmas que el pecad original se trasmite por generación natural, María fue súbdita diablo, porque de esta manera descendió y de este modo fu concebida por sus padres. A esto contestó el Santo Doctor: «La condición del nacimiento destruye por la gracia del renacimiento». Se discute si, con es palabras, el santo Obispo admitió la Inmaculada Concepción Pero es lo cierto que nuestro Doctor enseña que los pecado actuales tienen su origen en el pecado original. «Nadie, dice está sin pecado actual, porque nadie fue libre del original». Ahora bien, opina que María no tuvo pecado actual alguno. «Excepto la Virgen María, de la cual no quiero, por el hono debido al Señor, suscitar cuestión alguna cuando se trata d pecado... Si pudiéramos congregar todos los santos y santas cuando aquí vivían, ¿no es verdad que unánimemente hubier exclamado: Si dijésemos que no tenemos pecado, nos engañamos y no hay verdad en nosotros?». Así, según el principio que sienta el mismo Santo Doctor, hemos de conclu que María careció del pecado original. En esta misma época, hacia el 400, encontramos el máximo poeta cristiano Prudencio que, interpretando la fe de la Iglesia la pureza sin mancha de María, canta en escogidos versos: « víbora infernal yace, aplastada la cabeza, bajo los pies de la mujer. Por aquella virgen, que fue digna de engendrar a Dios, disuelto el veneno, y retorciéndose bajo sus plantas, vomita impotente su tóxico sobre la verde yerba». 2.- En el siglo V, San Máximo escribe estas palabras: «María digna morada de Cristo, no por la belleza del cuerpo, sino por gracia original». Al revés de lo que sucede en Oriente, en Occidente, a medid que van avanzando los siglos, se habla con mayor cautela so este asunto. No que se nuble por completo la creencia en la Concepción Inmaculada de María, pues sabemos que pront comenzó a celebrarse su fiesta, sino que los autores eclesiásticos, por la autoridad de San Agustín, cuya opinión sobre este misterio es dudosa, y ante la necesidad de defend el dogma cierto de la universalidad del pecado original y su consecuencias, se ven constreñidos antes a tratar de este pu que a establecer e ilustrar la excepción que constituye María a ley universal del pecado. Buena prueba de que la fe en este glorioso privilegio de María quedó ofuscada nos la suministra la Liturgia. Dícese que en siglo VII, y por obra de San Ildefonso, Arzobispo de Toledo, y se celebraba la fiesta de la Concepción Inmaculada en Españ Algunos, empero, dudan de la autenticidad del documento e que se apoyan los que lo defienden. Pero con toda seguridad se celebraba ya en el siglo IX, com aparece por el calendario de mármol de Nápoles, que reza: «D 9 de diciembre, la Concepción de la Santa Virgen María». L fecha de la celebración (la misma en que la celebran los orientales) indica que la fiesta transmigró de Oriente, con el q mantenía intensa relación comercial Nápoles. No es ésta la única constancia que queda de la celebración litúrgica. Por lo calendarios de los siglos IX, X y XI sabemos que se celebrab también en Irlanda e Inglaterra. 3.- Pero, a pesar de la celebración litúrgica, el significado de solemnidad no estaba teológicamente fijado. Y no deja de llam la atención que fuese el Santo quizá más devoto de María qu frenase los impulsos del pueblo cristiano, suscitando la discus teológica más enconada de la historia de los dogmas. Me refi a San Bernardo. Habiendo llegado a sus oídos que los monjes de Lyón, en 114 introdujeron la fiesta, el Santo Abad les escribió una carta vehementísima, reprobando lo que él llama una innovación «ignorada de la Iglesia, no aprobada por la razón y desconoc de la tradición antigua». La carta es uno de los mejores documentos para probar la gran devoción del Santo a María Cada vez que la nombra, la pluma le rezuma unción, y con l inimitable galanura de estilo que le caracteriza, convence a lector de que en todo el raciocinio no hay ni brizna de pasión Impugna el privilegio porque así cree deber hacerlo. A pesar del enorme prestigio del santo Doctor, su carta no que sin réplica. El primero que replicó a la misma, Pedro Comesto ya hace notar la confusión de San Bernardo en el asunto, y distingue entre la concepción del que concibe, es decir, el ac de los padres, y la concepción del ser concebido, vale decir, concepción activa y pasiva, que ya hemos definido antes. Ni fa tampoco, como en toda polémica, la frase dura y encendida d parte del contradictor: «Dos veces -escribió Nicolás, monje d San Albano- fue traspasada el alma de María: en la Pasión de Hijo y en la contradicción de su Concepción». Aunque la carta del Doctor Melifluo no pudo impedir la extens de la fiesta, que cada día cobró más auge, proyectó una influencia insospechada en las discusiones teológicas de lo siglos posteriores. III.- Controversia de los Escolásticos hasta el Beato Escoto 1.- Los siglos XIII y XIV son los del máximo esplendor de la ciencia divina llamada Teología. Los que la cultivaron se llam Escolásticos, y hubo varios centros de importancia, entre lo más ilustres, la Sorbona de París y la Universidad de Oxford, Inglaterra. Al comentar los Escolásticos el «Libro de las Sentencias» de Pedro Lombardo, que les servía como de manual y guía para dar sus lecciones, se toparon con la cuest de la Concepción de María. Los Doctores de París se inclinar por la opinión maculista, y los de Oxford por la inmaculista, e decir, excluyeron a María de la común caída del pecado de origen. La victoria quedó por éstos últimos, y concretamente p el Beato Escoto, su más alto exponente y representante. 2.- En París, los Maestros se plantean la cuestión en estos términos: ¿Cuándo fue santificada la Virgen María? Santifica aquí equivale, como se verá por el contexto de toda la cuestió a purificada. Por lo que en el mismo planteamiento del proble ya se da algo como presupuesto y seguro: que hubo en Mar algo que necesitaba purificación. Causa de proponerse el problema en esos términos es el error contenido en el «Libro las Sentencias» que comentaban. El error consistía en afirm que el pecado original se identifica con la concupiscencia de carne, que corrompe y mancha al alma. Y ponían un ejemplo Como la inmundicia del recipiente hace que el vino de suyo dulce se convierta en vinagre, así la concupiscencia de la car que se transmite por generación natural, mancha la pureza d alma. En su concepto, el pecado original tenía dos elemento uno material, que es la concupiscencia de la carne, y otro form lo propiamente llamado pecado, que es la carencia de la grac Partiendo, pues, del principio que la carne, inficionada por la generación natural, inficiona a su vez el alma, los Doctores d París se preguntan: ¿Cuándo fue santificada, es decir, purifica María de esta infección inherente a la carne? 3.- El primero en plantearse la cuestión en estos términos e Fray Alejandro de Halés. Sienta el principio de que a «María le otorgó cuando podía dársele», pero no saca todas las consecuencias que de él se derivan. Y siguiendo la opinión q acabamos de exponer sobre el pecado original, se pregunta María fue santificada en sus padres, respondiéndose que no pues aunque ellos fueran santísimos, su santidad no pudo trasfundirse a la carne que concibieron. Continúa investigando la carne de María fue purificada antes que su alma entrase fuese infundida en la misma, y resuelve que tampoco, porque carne no puede ser sujeto de santidad alguna ni de ninguna gracia. Prosigue interrogando si fue santificada en el mismo momento de infundirse el alma en el cuerpo, y se inclina tamb por la negativa. La conclusión es que fue santificada después la concepción, aunque antes de nacer, porque si esto se concedió a Jeremías y al Bautista, «no puede negarse a tan excelsa Virgen lo que a otros se concedió». 4.- Sigue por el mismo camino, y con una conclusión más enérgica, el Doctor San Alberto Magno. Este cree ser de fe q María fue concebida en pecado original, pues las Escrituras, el célebre texto de San Pablo, enseñan «que en Adán todos pecaron», y si todos, también Ella. 5.- Los dos colosos de la ciencia teológica, que continuaron labor de enseñanza de los dos ya mencionados, prosiguen aunque más expeditos, por el mismo sendero. Son Santo Tom y San Buenaventura. El Doctor Angélico, Santo Tomás, afirma y repite con insisten en varias partes de sus obras, escritas en diversas épocas, q María contrajo el pecado de origen. Citemos sólo lo que escri en su obra máxima, «La Suma». «A la primera pregunta de María fue santificada antes de recibir el alma», responde que porque la culpa no puede borrarse más que por la gracia, cu sujeto es sólo el alma. «A la segunda, es decir, si lo fue en e momento de recibir el alma», responde que ha de decirse qu «si el alma de María no hubiese sido jamás manchada con e pecado original, esto derogaría a la dignidad de Cristo que es en ser el Salvador universal de todos. Y así, bajo la dependen de Cristo, que no necesitó salvación alguna, fue máxima la pureza de la Virgen. Porque Cristo de ningún modo contrajo pecado original, sino que fue santo en su concepción misma según aquello de San Lucas: "El que ha de nacer de Ti, sant será llamado Hijo de Dios". Pero la Santísima Virgen contraj ciertamente el pecado original, si bien quedó limpia de él ant del nacimiento». Y en otra parte se pregunta cuándo fue santificada, y responde: «Poco después de su concepción» A estas palabras tan claras se les ha querido dar últimamente significado distinto, haciendo mil equilibrios para que signifiqu que Santo Tomas no negó el privilegio de María, como si nega entonces supusiese defecto alguno. El Santo y ponderadísim Doctor reiría de buena gana las acrobacias intelectuales de algunos de sus comentaristas. San Buenaventura insinúa tímidamente la solución verdadera la cuestión, pero se declara explícitamente partidario de la opinión maculista. Después de exponer la opinión común, escribe: «Algunos dicen que en el alma de la Santísima Virgen gracia de la santificación se adelantó a la mancha del pecad original... Esto significa, según ellos, lo que San Anselmo dice la Santísima Virgen: que María fue pura, con pureza tan alta, q mayor, fuera de la de Dios, no se puede imaginar. Esto no repugna a la fe cristiana, porque la misma Virgen fue liberada pecado original por la gracia que dependía y tenía su origen Cristo, como las demás gracias de los Santos. Estos fueron levantados después de caídos, la Virgen fue sostenida en el a de caer para que no cayera, según la referida opinión». Ningu había expuesto aún en París tan claramente, ni insinuado co tanta precisión, los argumentos a favor de la Inmaculada. Pe San Buenaventura se inclinó por la contraria. Tiranía de la raz que se impuso sobre los anhelos del amor. 4.- No estaba reservada a los Doctores de París la empresa defender el privilegio de María. Cuando la doctrina contraria a Inmaculada Concepción era corriente entre los teólogos, corroborada por la autoridad de los grandes maestros, «bajó a palestra el Doctor providencial que Dios mandó a la Iglesia pa este caso», decía el antiguo Oficio de la Inmaculada: el Bea Juan Duns Escoto. IV.- La intervención del Doctor Mariano 1.- El Beato Juan Duns Escoto nació en Maxton (Escocia), de noble familia Duns. Se formó en la Universidad de Oxford, y la misma y en París enseñó teología. Al llegar a París, la cuestión sobre la Concepción de María estaba definitivamen ventilada y resuelta en sentido negativo. Su doctrina sobre l exención de María de todo pecado chocó con el ambiente reinante en la Universidad, y, según el estilo de la época, tuv que defender su opinión en una disputa pública con los docto de la misma. El rotundo triunfo que alcanzó, midiendo su inge y saber con los Maestros más renombrados, hizo aquella discusión científica celebérrima en los anales de la Universida aun de la Iglesia. La leyenda y la tradición, como acostumbra con los hechos trascendentales, la han adornado con mil deta hermosos. Las crónicas eclesiásticas aseguran que, al pasar Doctor por los claustros de la Universidad para la discusión, postró ante una imagen de María, implorando su auxilio, y que marmórea imagen inclinó su cabeza. En el aula magna de l Universidad, aguardaban al Doctor todos los Maestros. Presid la Asamblea los Legados del Papa, presentes a la sazón en París para negociar ciertos asuntos con el Rey. Sea de ello que fuere, la tradición nos dice que se opusieron al Doctor Mariano doscientos argumentos, que él refutó y pulverizó después de recitarlos uno tras otro de memoria. El número d argumentos, aun sin llegar a los doscientos, fue grande, porq de los fragmentos de la disputa que han llegado hasta nosotr se pueden recoger cincuenta. La nobilísima Asamblea se leva aclamándole unánimemente vencedor. Una defensa similar d privilegio mariano tuvo lugar en Colonia, donde el triunfo alcanzado por el Defensor de María fue tal, que hasta los niñ le aclamaban por las calles: ¡Vencedor Escoto! Todos estos detalles de la leyenda demuestran la impresión q causó la defensa escotista en la imaginación de los contemporáneos que veían irremisiblemente perdida la causa el terreno intelectual. Pero si los detalles son legendarios, que en pie la historicidad del hecho conocido con el nombre de Disputa de la Sorbona, como ha probado con sus estudios e mariólogo P. Carlos Balic, conocido en todos los centros teológicos. 2.- Pasemos a exponer la doctrina del Doctor Mariano. Notem ante todo que el Beato Juan Duns Escoto se plantea la cuest de modo completamente diferente al de los que le precediero «¿Fue concebida María en pecado original?». Este modo d preguntar no presupone ni prejuzga nada, y tiene un sentido claro y terminante: ¿Tuvo o no tuvo el pecado original? Ello arranca de la idea que nuestro Doctor tiene del pecado de origen, hoy común a todos los teólogos. Para el Beato Escoto pecado original no consiste más que en la negación de la gra que se debiera poseer. Y por eso no ha de preguntarse nad sobre la carne, como hacían los anteriores. A la pregunta, pues, de si María fue concebida en pecado, responde: No. ¿Motivos? La perfectísima Redención de su Hi la honra y honor del mismo. Es decir, que la dificultad de los contrarios la esgrime él como argumento casi único. Resumámoslo: «Se afirma que en Adán todos pecaron y que Cristo y por Cristo todos fueron redimidos. Y que si todos, también Ella. Y respondo que sí, Ella también, pero Ella de mo diferente. Como hija y descendiente de Adán, María debía contraer el pecado de origen, pero redimida perfectísimamen por Cristo, no incurrió en él. ¿Quién actúa más eximiamente, médico que cura la herida del hijo que ha caído, o el que, sabiendo que su hijo ha de pasar por determinado lugar, se adelanta y quita la piedra que provocaría el traspié? Sin dud que el segundo. Cristo no fuera perfectísimo redentor, si por menos en un caso no redimiera de la manera más perfecta posible. Ahora bien, es posible prevenir la caída de alguno en pecado original. Y si debía hacerlo en un caso, lo hizo en su Madre». El Beato Escoto va aplicando el argumento ora desde el pun de vista de Cristo Redentor perfectísimo, ora desde el punto vista del pecado, ora desde el ángulo de María, llegando siem a la misma conclusión. Su argumento quedó sintetizado para posteridad con aquellas cuatro celebérrimas palabras: Potui decuit, ergo fecit, pudo, convino, luego lo hizo. Podía hacer a Madre Inmaculada, convenía lo hiciera por su misma honra luego lo hizo. De todo lo cual se deduce, escribe el Doctor Alastruey, en s conocida «Mariología»: 1.º Que el Doctor Mariano distingue perfectísimamente entre ley universal del pecado de origen, en la que entra María, y caída real. Es decir, entre el débito, como dicen los teólogos, contracción del pecado. María debía contraerlo por ser descendiente de Adán, pero no lo contrajo porque fue preservada. Por eso, su preservación se llama privilegio. 2.º Que el Doctor Mariano concilia a perfección la preservaci de María y su dependencia de la Redención de Cristo. Esto consigue distinguiendo entre la Redención curativa y la preservativa. Esta última es, en opinión suya y ante el testimo de la razón, redención más perfecta. Por lo que María, en s privilegio, lejos de menoscabar el honor de Cristo escapando su influjo, como temían los antiguos, depende de Él en form más brillante y más efectiva. 3.º Finalmente, Escoto consiguió pulverizar los principales argumentos de la opinión contraria y poner en claro que nad podía deducirse de los dogmas de la fe que fuera contrario a Concepción Inmaculada de María. Las páginas del Doctor Mariano vinieron a ser el arsenal en q recogían armas y argumentos los defensores del privilegio d María; y al cabo de tantos siglos de disquisiciones científicas, llegó a la definición dogmática sin que se pudiese añadir a su páginas ni una idea, ni un argumento, ni una distinción más Y para que no faltase al aguerrido defensor de la Virgen el testimonio de la opinión contraria, se lo propinó el Padre Gera Renier, que de enemigo doctrinal pasó, como muchos a lo lar de la historia del Dogma, a adversario personal del Beato Escoto, escribiendo a propósito de sus enseñanzas en París: primer sembrador de esta herética maldad (la Inmaculada Concepción) fue Juan Duns Escoto, de la Orden Franciscana Calificación teológica que, como es evidente, fue profética. No había visto jamás que un puñado de barro lanzado contra e adversario se convirtiera en el trayecto en un manojo de rosa lirios. V.- Hasta la definición dogmática 1.- Siguieron al Beato Escoto, como es fácil suponer, todos lo franciscanos, que le adoptaron por Maestro, y entre sus discípulos se pueden citar nombres tan ilustres como Francis Mayrón, Andrés de Neuchateu, Juan Basols, etc. Toda la Ord Franciscana en general, escribe Campana en María en el Dogma católico, aceptó la doctrina de su Maestro de modo qu al poco tiempo, a la Concepción Inmaculada se la llamó la opinión franciscana, nombre con que fue designada hasta la definición dogmática. 2.- Perdido ya el prestigio en la Universidad de París, la opini contraria apeló al Papa Juan XXII en su corte de Aviñón. Y pesar de que el Pontífice estaba en grave disensión con la Orden Franciscana a causa de las controversias sobre la pobreza, tras una disputa entre un franciscano y un dominico Papa se inclinó por la opinión inmaculista, y como conclusió mandó celebrar la fiesta en la capilla papal. La determinación Juan XXII significó un paso decisivo para el triunfo de la Inmaculada. Y nos hallamos en 1325, es decir, a unos veint años solamente de la Defensa de Escoto. 2.- Un incidente que revela los sentimientos y proceder de to una generación fue el sucedido en 1335. Juan de Monzón rec la investidura de Doctor. En su primera lección magistral sostu cuatro proposiciones contra la Inmaculada Concepción. La Universidad las reprobó y confió al franciscano Juan Vital que refutara, como hizo en su «Defensórium pro I. M. Conceptione Confirmada la sentencia o calificación de la Universidad por Obispo de París, el dominico apeló al Papa, ante el cual triun nuevamente la opinión inmaculista. Pero la lucha, escribe el Sola, S.J., en su libro «La Inmaculada Concepción», había llegado a su punto culminante. Como Escoto había arrastrad tras sí a toda su escuela, Monzón arrastró, asimismo, a toda tomista. Y si los discípulos de Escoto formularon el voto de defender el privilegio hasta la sangre, los contrarios formularo asimismo, el de defender la doctrina de Santo Tomás sobre e tema. 3.- No es necesario seguir ya más el curso de las discusione científicas, porque en adelante la opinión maculista va perdien sensiblemente terreno, y su actuación, interés. Ya es conocid que en el Concilio de Basilea se tuvo un largo debate entre maculistas e inmaculistas con el triunfo de éstos, pero la decis del Concilio quedó sin valor porque, al tomarla, el Concilio ya era canónico. Ante Sixto IV, y nos hallamos en el siglo XV, se sostuvo otra disputa entre el dominico Bandelli y el franciscano Francisco Brescia; la victoria de éste fue tan rotunda, que la Asamblea levantó aclamándole Sansón, nombre con que es conocido en Historia. Y de triunfo en triunfo, llegamos al Concilio de Trento que, a hablar de la universalidad del pecado original, aunque no defi el dogma de la excepción de María, significó su opinión con estas palabras: «Declara, sin embargo, este santo Concilio qu al hablar del pecado original, no intenta comprender a la bienaventurada e inmaculada Virgen María, sino que hay qu observar sobre esto lo establecido por Sixto IV». 4.- Las palabras del Concilio fueron decisivas para la extensi de la doctrina inmaculista y no tardó mucho en ser opinión universal. Apenas se hallará una Orden religiosa que no pueda present nombres ilustres de grandes teólogos que favorecieron la prerrogativa de la Virgen, contribuyendo a su triunfo. La Compañía de Jesús puede presentar a Diego Laínez, Alfons Salmerón, Toledo, Suárez, San Pedro Canisio, San Roberto Belarmino y otros muchos más. La gloriosa Orden Dominican el celebérrimo Ambrosio Catarino, Tomás Campanella, Juan Santo Tomás, San Vicente Ferrer, San Luis Beltrán y San Pío papa, etc. La Orden Carmelitana, ya en 1306, determinó celeb la fiesta en el Capítulo General reunido en Francia, y los agustinos defendieron también la prerrogativa de la Virgen ya 1350. 5.- La contribución de nuestra Patria [España] al triunfo del Dogma de la Inmaculada Concepción merece capítulo aparte por cierto bien nutrido y glorioso, pero ello nos apartaría de carácter puramente doctrinal que tienen estas breves notas históricas. Recordemos solamente, como tan significativas, la legaciones de nuestros reyes a los Sumos Pontífices pidiendo definición del dogma. Por eso Pío IX quiso que el monumento la Inmaculada, después de su definitivo oráculo, se levantara la romana Plaza de España. VI.- La definición dogmática de la Inmaculada 1.- El Papa Pío IX, de feliz memoria, se decidió a dar el últim paso para la suprema exaltación de la Virgen, definiendo e dogma de su Concepción Inmaculada. Dícese que en las tristísimas circunstancias por las que atravesaba la Iglesia, en día de gran abatimiento, el Pontífice decía al Cardenal Lambruschini: «No le encuentro solución humana a esta situación». Y el Cardenal le respondió: «Pues busquemos un solución divina. Defina S. S. el dogma de la Inmaculada Concepción». Mas para dar este paso, el Pontífice quería conocer la opinión parecer de todos los Obispos, pero al mismo tiempo le parec imposible reunir un Concilio para la consulta. La Providencia salió al paso con la solución. Una solución sencilla, pero efica definitiva. San Leonardo de Porto Maurizio había escrito un carta al Papa Benedicto XIV, insinuándole que podía conocer la opinión del episcopado consultándolo por correspondenci epistolar... La carta de San Leonardo fue descubierta en las circunstancias en que Pío IX trataba de solucionar el problema fue, como el huevo de Colón, perdónese la frase, que hizo exclamar al Papa: «Solucionado». Al poco tiempo conoció e parecer de toda la jerarquía. Por cierto que un obispo de Hispanoamérica pudo responderle: «Los americanos, con la católica, hemos recibido la creencia en la preservación de María». Hermosa alabanza a la acción y celo de nuestra Patr 2.- Y el día 8 de diciembre de 1854, rodeado de la solemne corona de 92 Obispos, 54 Arzobispos, 43 Cardenales y de un multitud ingentísima de pueblo, definía como dogma de fe e gran privilegio de la Virgen: «La doctrina que enseña que la bienaventurada Virgen María preservada inmune de toda mancha de pecado original en e primer instante de su Concepción por singular gracia y privile de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano, es revelada por Dios, y por lo mismo debe creerse firme y constantemente por todos los fieles». Estas palabras, al parecer tan sencillas y simples, están seleccionadas una por una y tienen resonancia de siglos. So eco, autorizado y definitivo, de la voz solista que cantaba e común sentir de la Iglesia entre el fragor de las disputas de lo teólogos de la Edad Media. Pascual Rambla, O.F. Tratado popular sobre la Santísima Virg Parte III, Cap. V: Historia del dogma de la Inmacula Concepc Barcelona, Ed. Vilamala, 1954, pp. 192-2