francesc maciá, “el militar civil”

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FRANCESC MACIÁ,
“EL MILITAR CIVIL”
INTRODUCCIÓN
L
a historia de Cataluña interesa no sólo a los catalanes sino a todos
cuantos se sienten atraídos por la historia de España y de Europa. En
estas páginas quiero hablar de una forma sencilla y por supuesto resumida, de los
avatares de la vida de este gran hombre que fue Francesc Maciá.
No podría faltar en una visión de Cataluña la figura de este personaje. Militar y
Civil, en el más noble sentido de la palabra, estaba atento siempre a cuanto ocurría
a su alrededor, lector infatigable, sensible a la injusticia y al desorden, le hacen ser
una gran figura dentro de la historia de Cataluña.
Ante tan semejante movimiento de personas e instituciones, nos cabría el
preguntarnos. ¿Quién fue y que hizo este hombre que tantos entusiasmos suscitó?.
EL COMIENZO DE SU VIDA
Francesc Maciá y Llussá nace el 21 de octubre de 1859 en la bonita población
costera de Vilanova i la Geltrú, aunque su familia, tanto por línea paterna como
materna, procedía de las ásperas tierras leridanas de Albi y Les Borges Blanques,
centros productores de un afamado aceite con cuya comercialización y transporte a
Barcelona, el padre de Maciá había reunido una cierta fortuna.
El muchacho se sintió atraído por la carrera de las armas, ingresando
rápidamente en la Academia de Ingenieros de Guadalajara, de la que salió con unas
muy brillantes calificaciones. Desempeña diversos destinos en la península, aunque
él le hubiera gustado en esos momentos ser trasladado a Cuba hasta que, recala en
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Lérida cuando ostenta ya la graduación de Teniente Coronel, poco después, es
ascendido al empleo de Coronel. En la capital del Segre conoce a Eugenia Lamarca,
hija de un terrateniente, la cual pronto se convertirá en la fiel y abnegada compañera
de su vida.
A últimos de 1905 se produce un suceso que imprimirá un cambio radical en
la existencia de Francesc Maciá: unos elementos de la guarnición de Barcelona,
uniformados, asaltan la imprenta y la redacción del semanario satírico catalán “CuCu!”, así como los locales donde se confecciona el periódico “La Veu de Catalunya”,
reacción desorbitada contra una caricatura aparecida en la revista primeramente
mencionada y que los asaltantes estiman injuriosa para la milicia. En la Ciudad
Condal, en toda Catalunya, aquella arbitrariedad cometida ante la indiferencia de las
autoridades causa estupor e indignación pero, en cambio, el sentir de buena parte
del estamento militar es de aprobación y aplauso para aquellos que dicen haber
actuado en defensa de su honor y por patriotismo.
Por los cuarteles de España circulan pliegos de firmas para que la oficialidad
pueda expresar su adhesión a los autores de aquella tropelía. Cuando Maciá es
requerido por sus compañeros de armas para que públicamente manifestase su
apoyo a los asaltantes, rechaza con violencia refrendar aquello que considera como
una intolerable injerencia del Ejército en la vida política del país, gesto que le hará
merecedor del calificativo de “el militar civil” que le aplica Eugeni d´Ors en su
habitual sección “Glosari” del diario regionalista barcelonés.
El gobierno liberal en el poder, lejos de sancionar a los responsables de los
hechos, hizo aprobar una ley que sancionaba el delito contra la unidad de la patria
en tan variadas formas que esa disposición -denominada corrientemente “Ley de
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Jurisdicciones”- atentaba contra muchas de las libertades cuyo ejercicio era
garantizado a los ciudadanos por la Constitución.
El apasionado e ineficaz debate parlamentario promovido por la discusión del
proyecto determinó la unión de todos los políticos catalanes no dinásticos
(exceptuando el que obedecía a las consignas del radical Alejandro Lerroux), que se
agruparon bajo la presidencia de Nicolás Salmerón, diputado republicano por
Barcelona, en un movimiento denominado “Solidaritat Catalana”. Los directivos de
éste, que decidieron presentar su candidatura en todas las circunspecciones de
Cataluña en las elecciones parlamentarias de abril de 1907, estimaron que sería un
buen diputado aquel Coronel Francesc Maciá que tan dignamente había repudiado
el “cuartelazo” de 1905, y su nombre fue incluido en las listas de Barcelona y en las
del distrito de Les Borges Blanques. La actitud de este “militar civil”, que sin ninguna
duda aceptaba el presentarse a la contienda electoral bajo un signo netamente
catalán, sentó muy mal a muchos de sus compañeros de las armas que le
presionaron para que de una manera contundente renunciara a la candidatura,
amenazándole incluso, con la formación de un tribunal de honor caso de persistir en
su empeño. Mal le conocían. Era un hombre empecinado, con un gran sentido de la
dignidad personal y muy patriota. Trató inútilmente de acudir a Alfonso XIII. Su
destino a Santoña para supervisar la construcción de un nuevo penal tuvo toda la
apariencia de una sanción.
En aquella población santanderina recibió la noticia de su triunfo electoral.
Había salido ganador por Barcelona en quinto lugar (en una lista de siete
candidatos) con un total de 37.113 votos y en Les Borges su triunfo era todavía más
arrollador: por 7.162 votos frente a los 612 que pudo reunir el candidato “del
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Gobierno” (posteriormente optaría por el acta de la población leridana de donde
procedía su familia). Arreciaron las presiones en este sentido incluso en periódicos
de gran tirada de aquel entonces, donde se decía que “el señor Maciá debe de elegir
entre el Ejército o la Solidaridad. Es imposible pertenecer a los dos a un mismo
tiempo”.
Y el militar vilanovés que repetidamente había proclamado su gran amor al
Ejército y su devoción a la persona del monarca, contestaba a los compañeros que
le habían planteado resueltamente el dilema entre salir de la milicia o someterse a
un tribunal de honores:
“Me exigen ustedes un doloroso sacrificio y lo acepto: remito la instancia
solicitando el retiro”.
EL DIPUTADO MACIÁ
Francesc Maciá, después de la disolución del movimiento de “Solidaritat
Catalana”, no quería repetir su experiencia parlamentaria al ser convocadas las
elecciones generales de 1910. No hizo campaña alguna, pero los fieles electores de
Les Borges le designaron como representante suyo en el Congreso y ochocientos
de ellos viajaron expresamente a Madrid para depositar en la mesa de la Cámara
Legislativa las actas por las cuales él resultaba elegido por una mayoría
abrumadora; algo parecido ocurrió en las elecciones de 1914, y en las de 1916
(después de haber anunciado, en pleno hemiciclo, en noviembre de 1915, su
propósito de retirarse de la vida política, asqueado de las intrigas y la ineficacia de
aquella. Volvió a ser elegido de nuevo en 1918, en 1919, en 1920 y en 1923, no
defraudando nunca a quienes habían puesto confianza en su persona, ya que, de un
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modo especial, defendió los intereses materiales de la comarca eminentemente
agrícola que representaba. En un plano más general, la actuación parlamentaria de
Francesc Maciá se caracterizó por la reivindicación de los derechos políticos de
Cataluña y por la llamada de atención que repentinamente hizo a los gobernantes
respecto a las necesidades de la clase obrera, cuestiones que a su parecer,
deberían de ser atendidas a la vez: “Por eso, en Cataluña están unidos el problema
social y el problema nacionalista y por eso, también, no se puede resolver uno sin
resolver el otro”, proclamó con énfasis en la sesión del Congreso de los Diputados el
21 de febrero de 1918.
Con esa idea de hallar una solución armónica a ambos problemas, Maciá
había tratado de aunar, en julio de 1917, las tendencias regeneracionistas de la
“Asamblea de Parlamentarios” que convocó la “Lliga Regionalista”, la inquietud
sindical exteriorizada con la huelga general que estalló poco después y el
descontento del estamento militar que desafiaba el poder civil con las denominadas
“Juntas de la Defensa”, pero sus esfuerzos resultaron vanos. Al ver también
malograda la campaña “Pro Autonomía” iniciada por la Mancomunidad de Cataluña
en 1918 y al ser rechazadas sus propuestas maximalistas en la “Conferencia
Nacional Catalana” que habían promovido los elementos jóvenes del partido
regionalista, Maciá se fue radicalizando en su catalanismo hasta constituir una
“Federació Democrática Nacionalista” y, más tarde, el partido “Estat Catalá”
netamente separatista; pero el golpe de Estado de Primo de Rivera le impulsó a la
expatriación.
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SU ÉPOCA EN EL EXILIO
Instalado ya Maciá en Francia emprende una infatigable tarea de conspirador
con grandes sacrificios de su fortuna personal, tratando de enlazar con las fuerzas
políticas españolas en el exilio; pero, finalmente queda reducido a sus
incondicionales del “Estat Catalá”. Emite un empréstito de 8.750.000 pesetas que
lleva el nombre de “Pau Claris” para financiar sus actividades de oposición a la
Primera Dictadura y que tiene mayor acogida entre las comunidades catalanas de
América que en el interior de Cataluña, como era de esperar.
El fracaso no le arredra y decide viajar a Moscú con la esperanza de que el
Gobierno soviético, que se jactan de haber resuelto el problema de las
nacionalidades, ayude, de algún modo, a su campaña. Le sirve de guía e intérprete
en la capital de la URSS el catalán Andre Nin, allí residente y funcionario de la
internacional sindical. Maciá es recibido por Zinoviev, con mucha deferencia pero las
dilaciones de las autoridades comunistas provocan su desengaño y su precipitada
salida de Rusia. Al abordar en España en 1926 el complot denominado de la
“sanjuanada”, en el que había tenido una cierta participación el político catalán,
resuelve actuar aisladamente movilizando los elementos de “Estat Catalá”
adiestrados en diversos puntos de Francia, para que cruzasen la frontera por Prats
de Molló.
Deberían apoderarse de Olot, donde estaban concentrados unos mozos a
punto de entrar en quintas, los cuales -según los planes de Francesc Maciáprobablemente se unirían a las fuerzas infiltradas, al mismo tiempo que se
declararían en toda Cataluña, una huelga general respondiendo a las consignas de
la CNT clandestina.
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Sin embargo, Ricciotti Garibaldi -jefe de unos italianos antifascistas sumados
a los de “Estat Catalá” -resultó ser un agente de Mussolini que delató al “militar civil”
y a sus hombres a las autoridades francesas, las cuales impidieron el paso de la
frontera y detuvieron a Maciá y a sus incondicionales.
La causa criminal seguida contra ellos en París terminó con la condena de
Maciá y Garibaldi a dos meses de reclusión y a su expulsión del territorio francés por
el delito de tenencia ilícita de armas. En cierto modo, sirvió para dar una difusión
internacional a las aspiraciones políticas de Cataluña.
Francesc Maciá se instala en Bruselas, pero su inquietud le impulsa a visitar,
junto con su fiel colaborador, el poeta Ventura Gassol, las asociaciones catalanas de
América, que han sabido responder a sus apelaciones patrióticas. Su periplo
constituye un éxito salpicado de episodios de un cierto dramatismo, como el que
marcó la entrada de ambos políticos en la Argentina sin contar con el
correspondiente permiso, por cuanto el presidente electo de aquella República no
quiso indisponerse con el régimen primorriverista de España.
Maciá
y
Gassol
son
expulsados
del
país,
pero
unas
influyentes
personalidades argentinas -entre ellas el diputado socialista Palacios- interponen un
recurso que es fallado favorablemente por la Corte Suprema. No obstante, sin
esperar su resolución, los catalanes vuelven a entrar clandestinamente en la
Argentina, siendo recibidos triunfalmente por sus compatriotas exiliados.
A comienzos de 1930, cuando la “dictadura” del General Berenguer, Maciá se
planta inesperadamente en Barcelona; pero el gobernador civil, General Despujol,
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que en aquellos meses agitados no quiere añadir otra complicación más a las
muchas que le depara su cargo, ordena detenerle y custodiarle hasta la frontera.
A principios de 1931, el Gobierno del Almirante Aznar, decide convocar
elecciones municipales para el 12 de abril, como primera medida para el
restablecimiento de la normalidad constitucional. En toda España, las fuerzas
políticas se aprestan a la lucha. En Cataluña, la “Lliga Regionalista”, los escindidos
de este partido (“Acció Catalana Republicana”), los republicanos españolistas
seguidores de Lerroux y otras formaciones menores afilan sus armas, mientras el 17,
18 y 19 de marzo, en un local de la barriada barcelonesa de Sans, se celebran unas
reuniones de las que surge un nuevo partido político denominado “Ezquerra
Republicana de Catalunya”. Se trata de una amalgama en torno a la figura
prestigiosa y mítica de Francesc Maciá, integrada por elementos de “Estat Catalá”,
por miembros de entidades republicanas de comarcas de viejo historial catalanista o
federal y por los componentes de un núcleo pequeño pero de mayor enjundia que,
en Barcelona, edita el semanario (transformado en diario en la víspera de las
elecciones) que lleva el título de “L´Opinió”.
A última hora, el flamante partido decide presentarse a las municipales
coaligados con la minúscula “Unió Socialista de Catalunya”, que agrupa intelectuales
como Rafael Campalans, Joaquín Xirau, Manuel Serra i Moret. Y ocurre lo
inesperado: la lista en cuestión obtiene un triunfo arrollador, ganando 25 puestos en
el Consistorio barcelonés mientras que la “lliga” sólo obtiene 12, los lerrouxistas
otros 12 y los independientes, 11. “Acció Catalana Republicana” no obtiene ningún
concejal.
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MACIÁ COMO PRESIDENTE
Al mediodía del 14 de abril, Luis Companys, miembro de la directiva de la
“Ezquerra Republicana de Catalumya”, que ha salido elegida, se persona en el
ayuntamiento acompañado de un reducido grupo de amigos y no sólo se posesiona,
por sí y ante sí, de la alcaldía barcelonesa, sino que, saliendo al balcón principal del
edificio, izando una bandera tricolor, proclama la República española, mucho antes
de que se realizara tal proclamación en Madrid. Francesc Maciá se entera por la
radio del gesto audaz de Companys y se entiende muy contrariado por aquella
iniciativa que no responde, en modo alguno, a su modo de pensar. Va a la Casa
Consistorial, increpa a su compañero de partido y también desde la misma tribuna
proclama el Estado catalán dentro de una República federal española, acto que
repite en el vecino Palacio de la Diputación.
Los componentes del gobierno provisional de la República española formado
en Madrid, a última hora de la tarde del 14, bajo la autoridad de Niceto Alcalá
Zamora, están desconcertados por cuanto no han determinado todavía si el nuevo
régimen será unitario o federal. Se suceden las comunicaciones telefónicas entre
ambos presidentes. Ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo, se desplazan a
Barcelona por vía aérea el día 17 tres ministros: De los Ríos, Domingo y Nicolau
d´Olwer (los dos últimos catalanes). Las negociaciones son muy duras y por fin se
llega a un acuerdo -ratificado por decreto del 21 de abril- de que el Estado catalán
proclamado el 14 se transforme en una entidad regional cuyo órgano de gobierno
adoptará la denominación prestigiosa de “Generalitat de Catalunya”, que en otro
tiempo utilizaba el cuerpo político actuante como diputación
permanente de las
Cortes catalanas en los intervalos en que aquéllas no funcionaban. Se pactó que
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Cataluña debería regirse por un Estatuto de Autonomía, refrendado por el pueblo, y
que debería ser aprobado por las Cortes constituyentes de la República.
Mediante sufragio se designaron los componentes de una “Diputación
provincial” o Asamblea destinada a elaborar el texto estatutario. Al reunirse aquellos
por vez primera, Francesc Maciá les exhortó solemnemente a que, con la labor que
emprendían, plasmasen las aspiraciones seculares de Cataluña a fin de que hicieran
posible “una Pátria liberal, democrática i socialment justa”.
Este órgano legislativo que debía funcionar paralelamente al ejecutivo
presidido por Maciá, designó, pronto, de su seno, a una ponencia que, reunida en el
hotel del valle pirenaico de Nuria, realizó, de un modo efectivo, su tarea presentando
a la Asamblea el texto que fue aprobado el día 14 de julio, refrendado por el 98 por
ciento de los municipios catalanes y plebiscitado, el 2 de agosto, por el 75 por ciento
del censo electoral con un 98 por ciento de votos favorables.
EL ESTATUTO EN LAS CORTES
El presidente de la “Generalitat” y una nutrida representación de políticos
catalanes se desplazaron a Madrid a mediados de agosto para hacer solemne
entrega a Alcalá Zamora de lo que, en lo sucesivo, se conocerá como el “Estatut de
Nuria”. El presidente de la República recibe con suma cortesía a Maciá, y el 17 de
agosto Alcalá Zamora lo presenta a las Cortes Constitucionales, las cuales también
el 14 de julio habían iniciado sus sesiones para elaborar, con apasionados debates,
la Ley Fundamental del Estado, que es sancionada el 9 de diciembre de 1931. Entre
otros preceptos, la Constitución republicana definía España como un “Estado
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integral compatible con la autonomía de los municipios y las regiones”, fórmula de
compromiso entre el unitarismo y el federalismo.
En medio de un crisis económica y de unas convulsiones sociales muy
acentuadas (revistió gran violencia la insurrección anarco-sindicalista de la cuenca
minera del Alto Llobregat), los catalanes seguían ansiosos el proceso de
estructuración de su autonomía. El 6 de mayo de 1932 empezó, en las
Constituyentes, el examen del texto de Nuria al que ya se había dado el referendo
popular. La discusión fue viva y apasionada. Las mínimas aspiraciones de Cataluña
encontraron oposición por parte de personalidades notables como el ex ministro de
la Gobernación, Miguel Maura, o los universitarios Melquíades Álvarez, Miguel de
Unamuno, Antonio Royo Vilanova, Felipe Sánchez Román o José Ortega y Gasset.
El fracaso del General Sanjurjo, que se había levantado el 10 de agosto
contra la República invocando, entre otros motivos, la complacencia del Gobierno
hacia las aspiraciones catalanas, dieron pie al presidente del Consejo, Manuel
Azaña, para recomendar que fuese agilizada la prolija discusión del Estatuto que él
patrocinaba, texto que fue aprobado el 12 de septiembre por 334 votos a favor y 24
en contra y sancionado por Niceto Alcalá Zamora, el día 15 en San Sebastián, la
ciudad donde, en el verano de 1930, algunos políticos republicanos y otros
catalanistas habían pactado dar satisfacción a Cataluña en el nuevo régimen a
implantar.
Al aprobarse el Estatuto y extinguirse en consecuencia el régimen provisional,
se convocaron elecciones para el Parlamento, que se celebraron el 18 de noviembre
de 1932, en las que el partido “Esquerra Republicana de Catalunya” obtuvo gran
mayoría. Constituido el “Parlament”, se procede a la elección que recae, casi sin
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discusión, en la persona de Francesc Maciá. En el primer gobierno o “Consell
Executiu” por él formado, se atribuye el puesto de consejero delegado a Joan Lluhí i
Vilaseca, destacado elemento de aquel grupo del periódico “L´Opinió”, que dentro
del partido dominante pretendía asumir funciones rectoras, aspiración que
ocasionaría a Maciá serias preocupaciones. Los componentes del citado núcleo
acabarían por escindirse de “Ezquerra Republicana de Catalunya”, por lo que a
últimos de enero de 1933 Francesc Maciá constituyó un segundo gobierno que tenía
como “Conseller delegat” a Carles Pi i Sunyer (posteriormente ministro de las
Repúblicas y Alcalde de Barcelona). Este había ingresado tarde en el partido de
Maciá, junto con otras personalidades: Pere Corominas, Jaime Serra i Hunter y
Antoni Rovira i Virgili, respondiendo a la invitación que desde la ciudad de Lérida su
presidente había hecho a los catalanistas de izquierdas no militantes.
SU MUERTE CONSTERNÓ A TODA CATALUÑA
Su muerte se produce en la mañana de la Navidad de 1933, teniendo en ese
momento setenta y cuatro años y habiendo dedicado veintiocho de su vida a la
causa catalana, abnegadamente e indiferente a las persecuciones y a la
incomprensión de algunos pero, eso sí, con la gratitud y el afecto de los que
creyeron en el, la gran mayoría de sus ciudadanos.
Francesc Maciá, fue un luchador idealista que renunció a una brillante carrera
militar para emprender el heroico camino político que había de llevarle finalmente, en
abril de 1931, a la presidencia de la Generalitat catalana.
Aquel 27 de diciembre de 1933, los barceloneses, los catalanes, presenciaron
un acto memorable. A las diez de la mañana de un día que había amanecido gris
aunque luego se fuera aclarando, partía del histórico Palacio de la “Generalitat” el
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entierro de Francesc Maciá, tras haber desfilado una enorme cantidad de
ciudadanos ante su féretro
expuesto en el Salón de San Jorge, dignamente
arreglado por el decorador Santiago Marco, o haber dejado constancia, en una de
las dependencias del noble edificio, del testimonio escrito de su pesar.
El presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, se había desplazado
expresamente de Madrid para aquella ceremonia, que presidió flaqueado por dos
ministros del Gobierno: Rocha, de Marina, que en un tiempo fuese alcalde de
Barcelona, y el leridano Estadella que, en aquel entonces desempeñaba la cartera
de Trabajo.
También desde la capital de España acudieron a Barcelona, para rendir su
último homenaje al fallecido, delegados de las distintas minorías representadas en el
Congreso, entre ellos los diputados Indalecio Prieto, Santiago Casares Quiroga,
Manuel Irujo y Pere Róala. Seguían a los políticos madrileños los del gobierno
autónomo: el “Consell” de la Generalidad, encabezado interinamente por el
presidente del Parlamento, Joan Casanova; los componentes de la Mesa de la
Cámara legislativa catalana, y casi todos los parlamentarios y ex miembros del
Consejo ejecutivo, y representantes de la Administración central y local.
Los aparatos de la Aviación Militar evolucionaron sobre el cortejo y realizaron
un vuelo rasante por los espacios más amplios del recorrido; la calle de las Cortes o
la Gran Vía y el que entonces se llamaba “Salón de Fermín Galán” (parte baja del
paseo de San Juan).
La fúnebre comitiva, que siguió inicialmente por la calle de Fernando y la
Rambla, se detuvo un momento ante el Gran Teatro del Liceo para que la orquesta
titular de la ópera barcelonesa interpretara “Els segadors”, Himno Nacional de
Cataluña, cuyas notas se hicieron sentir, de nuevo, después del “Himno de Riego” y
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de la marcha fúnebre de Chopin a cargo de los músicos de la Banda Municipal,
situados al pie del Arco de Triunfo donde, oficialmente, se despidió el duelo, aunque
el féretro de Maciá recibió el postrer tributo ante la sede del cercano Parlamento,
donde los miembros de su Presidencia y Secretariado depositaron sobre el ataúd
una corona de broce simulando hojas de laurel y de olivo y que llevaba una
dedicatoria que decía: “al primer magistrado de Cataluña”.
En el mismo parque de la Ciudadela, donde estaba la Cámara legislativa y el
pie de la estatua ecuestre de otro gran militar catalán, el general Prim, se traspasó el
féretro a un coche funerario que lo traslado al cementerio del Sudoeste. Allí, en la
llamada plaza de la Fe, y en la reciente tumba que, de un modo muy sobrio, había
diseñado el escultor Clará, fueron sepultados los restos mortales de Francesc Maciá
y Llussá.
Se puede decir que Barcelona en esos momentos vivió una jornada luctuosa.
Sus ciudadanos y los forasteros, mujeres y hombres de toda condición, presenciaron
o participaron de alguna manera en la manifestación de duelo multitudinaria, como
las que habían sido constituidas, en 1902, los sepelios del poeta Verdaguer y del
médico, ex alcalde y político Robert y, en 1924, el del dramaturgo Ángel Guimerá.
Todos querían asociarse al hondo sentimiento de dolor por la gran pérdida de aquel
anciano de noble porte e intachable conducta personal que los catalanes llamaban
muy cariñosamente “L´avi” (El abuelo), a quien la condesa de Noailles, que le
conoció durante su exilio, designó como “el caballero ideal”. ´
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REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA
.- Libro de Historia y Vida. Barcelona 1987
.- Enciclopedia de Consulta Encarta 2005
.- Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española 2002
.- Diccionario Enciclopédico Ilustrado SOPENA, Tomo III, 1982
DIFERENTES PÁGINAS DE INTERNET
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