El romancero Se trata de un fenómeno europeo: la tradición de

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El romancero
Se trata de un fenómeno europeo: la tradición de baladas (breves cantares líriconarrativos, con frecuencia de estructura estrófica); el Romancero español se destaca por
su calidad, su amplia aceptación social, su larga vida y su influencia en otros géneros
literarios.
Clasificación: históricos (inspirados directamente de un acontecimiento
histórico); épicos y literarios (procedentes de un cantar de gesta o de otra fuente ya
elaborada literariamente) y novelescos o de aventuras (a menudo relacionado con
leyendas y elementos de la tradición internacional). Excepto el primer grupo, la datación
es difícil; en cuanto a los romances históricos se supone una creación contempóranea al
acontecimiento histórico al que se refieren (el más antiguo – la rebelión del prior Fernán
Rodríguez en 1328). Las guerras civiles de mediados del s. XIV dieron lugar a romancer
propagandísticos y también a los fronterizos. Los romancies épicos y literarios son
difícilmente fechables – no sabremos si derivan de la épica y ofrecieron así un modelo
para los históricos y después para los novelescos o al contrario, se hicieron
posteriormente a los romances históricos. La métrica del romance está muy próxima a la
de la épica (versos asonantes de 16 sílabas, con cesura) y esto indica verosímilmente el
origen épico de la forma, pero no ocurre lo mismo con el contenido.
Aparecen escritos apenas en la segunda mitad del s. XV, por motivo del interés
por este género popular en los medios cortesanos. En el s. XIV aparecen ya amplias
colecciones de canciones de romances pero en el s. XV éstas se abrevian (muchas veces
incrementando la calidad poética). El estilo de los romances cambió con el paso del
tiempo, pero apenas a finales del s. XVI se puede hablar de una distinción clara entre
romances viejos (que perduraron en el pueblo) y los romances nuevos (obra de poetas
cultos – Góngora, Quevedo, Rivas, García Lorca). En el s. XIX se recogen y estudian los
romances viejos por Manuel Milá y Fontanals, Menéndez Pelayo pero apenas en el s. XX
aparecen estudios serios. Es Ramón Menéndez Pidal quien observa la perduración de
este género en el pueblo y decide recoger el mayor número posible de textos, tarea a la
cual se dedicó más de medio siglo en compañía de su mujer; también se descubre el
tesoro romanceril de los sefardíes expulsados en 1492 que se destaca por su
conservadurismo y asimismo por las modificaciones respecto a la ideología, pues ellos
eliminan los elementos cristianos.
Según Menéndez Pidal, los caracteres específicos de los romances serían cuatro:
esencialidad, intensidad: el trabajo tradicional es una continua
selección; no sólo se eligen las creaciones más afortunadas pero
también se escogen los fragmentos más afortunados añadiendo en
cambio modificaciones que resaltan la calidad y “en esta busca de
sencillez y viveza el romance gana una esencial intensidad”;
naturalidad: amoldamiento a la más natural manera de la colectividad;
intuición, liricidad, dramatismo (rechazo de la expresión rebuscada y
“tiende a una visión intuitiva, instantánea, inmediata” y de aquí su
carácter “épico-lírico” o “lírico-épico”, al cual se añade el recurso a los
diálogos (“dramatismo”) : “por eso pudiéramos adoptar con ventaja la
denominación de estilo « épico-intuitivo” ;
impersonalidad, arte intemporal: toda personalidad de autor desaparece
sumergida en la colectividad). “La escena o situación presentada en los
romances tradicionales no se narra objetiva y discursivamente, sino que
se actualiza ante los ojos”. Se puede observar que hay pocas
descripciones, sobre todo en los romances fronterizos, y en general se
tiende a actualizar los sucesos utilizándose el verbo ver o del adverbio
ya ; también hay la costumbre de entrar en la acción in media res ; otra
característica es la fragmentación, para que el público goce de la belleza
de solo una escena, aislada de su contexto en general conocido por
todos. La principal figura retórica es la repetición (repetición
exclamativa “Velá velá veladores” ; “Afuera, afuera, buen rey” ; o
repetición narrativa “A caza iban, a caza los cazadores del rey / ni
fallaban ellos caza, ni fallaban qué traer”).
Desde el punto de vista temático, podríamos remitir a la clasificación defendida
por Giuseppe Di Stefano : romances noticieros ; romances sobre temas épicos nacionales
y extranjeros ; romances cortesanos ; romances religiosos (muy poco frecuentes porque
“el conjunto del romancero es esencialmente profano, son pasiones netamente humanas y
terrenales las que en él se debaten e incluso podemos decir que falta un sentido de lo
transcendente”). Los móviles pasionales más frecuentes son: el amor (desde el erotismo
un poco pícaro y despreocupado hasta la sombría tragedia conyugal, situaciones
“triangulares”); el conflicto rey-vasallo; la caída de los príncipes.
La poesía del siglo XV
Hemos visto que durante casi dos siglos, con pocas excepciones, la poesía
trovadoresca se escribía en galaico-portugués ; apenas en la segunda mitad del s. XIV un
grupo de trovadores empezó a cultivar paulatinamente la lírica culta (amorosa, de burlas,
doctrinal etc.) en castellano. Exceptuando al Canciller de Ayala (más viejo y más
chapado a la antigua), este grupo se desarrolla alrededor de Alfonso Álvarez de
Villasandino (m. hacia 1424) quien escribe primero en portugués y después en
castellano. Se nota el incremento del refinamiento de la lírica : las cortes de Juan II de
Castilla (1406-1454), monarca amante de las letras (prerrenascentista) y de Alfonso V de
Aragón (1410-1458), quien invitaba a los mayores humanistas de Italia. De hecho es un
hecho certero de que en España se hacía notar la influencia italiana, y los modelor
preferidos son las tres grandes figuras del Trecento: Dante (1256-1321), Boccacio (13131375) y Petrarca (1304-1375)]
La obra de la generación anterior, coetánea y posterior a Villasandino está
representada especialmente por el Cancionero de Baena (segunda mitad del s. XV): Juan
Alfonso de Baena, lo ofrece al rey Juan II de Castilla en 1445 y aquí se recopilan las
producciones líricas en castellano de poetas que pertenecieron a las cortes de Henrique
II, Juan I, Henrique III y Juan II. En el Cancionero de Stúñiga (recopilado por Stúñiga,
poeta de la corte de Alfonso V de Aragón), se recopilan poemas aragoneses. La serie
culmina en el voluminoso Cancionero general (publicado por Hernán del Castillo en
1511).
Observamos pues que si el s. XIII es el siglo de la clerecía y el XIV el siglo de la
burguesía, el s. XV, sobre todo en la primera mitad, presenta un tono cortesano (es el
siglo de la aristocracia). No se puede pasar por alto el enorme número de poetas
documentado en Castilla en la Edad Media tardía (entre 1380 y 1520 más o menos) –
más de 700, lo que supera con creces otros países. Un estudio de Roger Boase enlaza ese
“renacimiento” trovadoresco con la crisis de la nobleza castellana, que veía disminuir sus
funciones prácticas al tiempo que aumentaba el número de títulos nobiliarios: componer
versos de ocasión se convertía así en un ornamento, en un sustituto del poder.
Autores del Cancionero de Baena : Francisco Imperial (m. hacia 1409), genovés
avecindado en Sevilla que introdujo en la poesía castellana la alegoría dantesca, el
endecasílabo y otros elementos italianos que sólo más de un siglo después se aclimatarán
y arraigarán en España . En la primera mitad del siglo XV se destaca también Íñigo
López de Mendoza, marqués de Santillana (1398-1458) y Juan de Mena (1411-1456). Si
el primero se destaca por la variedad de su obra (sonetos, alegorías, piezas didácticas,
lírica cortesana, invectivas políticas y serranillas), el segundo – considerado por sus
contemporáneos el mayor poeta del Cuatrociento – se destaca por la profundidad de la
extensa alegoría política, innovadora e intensa, de su Laberinto de la Fortuna (Las
Trescientas). Otros dos poemas son igualmente importantísimo en este siglo : Dança
general de la Muerte (¿mediados del s. XV?) y Coplas que fizo por la muerte de su
padre Jorge Manrique (1440-1479).
Don Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana fue considerado un
brillante anticipo de lo que iba a ser el tipo ideal del cortesano en el siglo XVI. Soldado y
letrado, coleccionista de libros (es famosa su biblioteca), impulsor de las traducciones
(de Platón, Virgilio, Ovidio y Séneca). De su variada obra son muy conocidas : 1) El
Prohemio y Carta, prólogo castellano a sus poesías donde se resumen sus conocimientos
sobre la poesía castellana, gallega, catalana, francesa e italiana) ; 2) Refranes que dizen
las viejas tras el fuego (primera recopilación de este tipo de producción popular) ; 3) una
producción poética de influencia italiana penetrada por las corrientes principales de la
época : poesía alegórica, didáctico-moral, galaico-portuguesa : canciones, dezires y
serranillas. En las últimas, el marqués intenta armonizar la lírica popular y la culta, por lo
cual están consideradas sus obras maestras por su “fresco lirismo y su gracia aérea”. Dice
Rafael Lapesa: “Las serranillas de Santillana muestran una evolución de líneas bien
claras. Partiendo del tema y versificación heredados, el poeta los somete a una
transformación gradual: pronto suprime los rasgos más crudos y eleva estéticamente a
sus heroínas. Redime la sensualidad a fuerza de poesía o ennoblece los comportamientos,
ya sea mediante la resistencia de las serranas, ya con la propia fidelidad a la señora
ausente. Al mismo tiempo, la combinación estrófica se modifica, sujetándose a una
disciplina más rigurosa”; 4) intentos de adaptar los metros italianos (Sonetos fechos al
itálico modo), que no lo consiguen por completo.
Juan de Mena es poeta de la corte de Juan II; encarna el tipo de intelectual puro,
de escritor independizado de la tutela de la Iglesia. Los críticos han puesto de manifiesto
en las poesías amorosas su refinamiento a la hora de manejar los conceptos de la época
(escolásticos, teológicos más que religiosos, el fin amor) y la refinada técnica
introspectiva (“Muchas muertes he buscado / pensando hallar la vida / no hallé muerte
complida / mas ellas hanme hallado”). Su obra más importante, El laberinto de la
fortuna (Las trescientas – de hecho 297 coplas), es una obra alegórica, a imitación de la
Divina Comedia que tiene un marcado carácter épico-nacional, donde se hace la apología
del rey castellano y de su valido don Álvaro de Luna. No faltan, por supuesto, los
elementos históricos, morales, mitológicos. El argumento gira alrededor del viaje del
poeta que, guiado por la Providencia, llega al Palacio de la Fortuna. Allí contempla las
tres ruedas de la historia, que corresponden al pasado, al presente y al futuro (sólo la
mediana está en movimiento); cada una de ellas consta de 7 círculo influidos por 7
planetas; en la rueda del pasado aparecen varios personajes mitológicos e históricos; al
aparecer la rueda del futuro, la visión se desvanece. El tema es medieval (la influencia de
la fortuna, o providencia, sobre la vida humana) pero también hay crítica social y
protesta moral contra la época. Al pasado regido por la Providencia se sustituye el
presente dominado por el desorden de la Fortuna, así como en lugar del predominio del
ética se ahonda en la actuación según los criterios prácticos, lo que contribuye a la
instauración de la confusión (laberinto de la fortuna). Dice Philip O. Gericke : “El
conflicto queda claramente expuesto en términos alegóricos : éticamente, podemos
admitir la supremacía temporal de la Fortuna, esquivar sus mudanzas y obrar seguros en
la certidumbre de que la virtud siempre se ve recompensada. Sin embargo, desde el
punto de vista práctico eso no es satisfactorio. Entonces aparecen dos posibles
soluciones: evitar a la Fortuna negándose a tentarla, llevando una vida virtuosa sobre la
que ella no tiene ningún poder, lejos de la “pública cosa”, o enfrentarse con ella cara a
cara y vencerla”. El lenguaje es latinizante (el verbo al final de la frase, como en latino),
y abundan los neologísmos (se han quedado en la lengua : diáfano, ígneo) y se destaca el
uso del hipérbaton.
Jorge Manrique ha cobrado la mayor resonancia por uno de sus poemas, Coplas a
la muerte de su padre, escrito al morir su padre Rodrigo Manrique. 40 coplas, cada una
formada por dos sextillas de pie quebrado. Temas: la brevedad de la vida, el tema del
“ubi sunt” (recuento nostálgico del tiempo pasado y exaltación de los valores espirituales
que perecen); sigue la relación poética de las hazañas de don Rodrigo, que es comparado
por los varones más iluestrs de la historia y de la Antigüedad; evocación de la muerte de
don Rodrigo, mediante un diálogo entre éste y la Muerte, destacándose su actitud
resignada y serena. Los tópicos de la literatura medieval están tratados con bastante
originalidad. Se puede observar el reflejo de una visión sobre el mundo jerarquizado en
la presentación de la corte (el rey, los infantes, los herederos y la nobleza y una
aceptación serena de la muerte (en un mundo perfectamente cristiano); el empleo de los
ejemplos, el fin moralizador. El poema pone de relieve con particular fuerza la sociedad
medieval. La muerte en esta sociedad era ambivalente: por un lado, espanto y dolor
(como lo delatan las numerosas Danzas de la muerte), por otro lado, serenidad debida a
la certeza de la conquista del cielo, así como debida a la idea de “la tercera vida”, que es
la vida de la fama. Se destaca una clara actitud individualista, que fue relacionada con
una mentalidad prerrenascentista.
Se ha alabado la perfecta estructura del poema, donde – aunque se distinguen
varias partes – entre ellas no hay una independencia total, sino que cada una está
relacionada a la siguiente. Las estrofas se apoyan la una en la otra hasta llegar a la
última, que representa la condensación climática. La estructura de la estrofa se adapta
perfectamente al tono solemne y reposado de la elegia. Uno de los mayores logros del
poema consiste en el abandono del retoricismo pesado y la adopción de una tonalidad
natural, armónica, mesurada. La lengua está depurada del elemento latinizante, siendo
considerada por eso una muestra del español preclásico.
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