Ese día me di cuenta que existía esa vida detrás de las cosas, y esa fuerza increíblemente benévola me hizo saber que no había razón para temer. Nunca. El video es una pobre excusa. Lo sé. Pero me ayuda a recordar. Necesito recordar. A veces hay tanta belleza en el mundo que siento que no la puedo tomar; entonces, mi corazón se derrumba. (American Beauty) Este es el monólogo de Ricky frente a la filmación de una bolsa de plástico danzando en un rincón urbano, un día de invierno, justo antes de nevar. Sólo en algunos momentos de extrema sensibilidad algunos seres humanos pueden alcanzar este estado de percepción profunda. Los poros se abren, el alma resplandece, y uno es uno con el universo. Un estado de Suprema Sensibilidad, diría Kasimir Malevich, invocando su Cuadrado blanco sobre fondo blanco. Las fotos de Ricardo Bacalor son algo así como el souvenir de aquel estado de gracia. La serie que aquí presenta se llama Misterios y es un generoso recorrido por los paisajes y las gentes de México. El medio de expresión es un tradicional blanco y negro. No hay alardes técnicos ni digitalización, ni nada que distraiga la atención del tema. En las fotos no hay estridencia sino recogimiento. El punto de vista es humano. No hay escorzos atrevidos ni simetrías exageradas. Hay un cortejo de imágenes mudas como la sabiduría de un anciano. Rostros de paciencia infinita. Diálogos entre árboles y campanarios, entre aguas y arcadas, entre luces y barandas. Todo - o casi todo - lo que Ricardo fotografía está quieto. No hay prisa, nada se puede escapar. ¿Adonde podría escaparse algo?. Hasta las mismas personas pertenecen a esa otra dimensión. A ojos de un profano, las imágenes son profanas. Pero para aquel que abra su suprema sensibilidad serán un portal para otra dimensión. No es casual que abunden las puertas. No es casual que haya árboles, escaleras y torres. Todos antiquísimos símbolos de elevación; puentes que unen la tierra con el cielo, la materia con el espíritu. La intención de ir más allá de lo que está ahí se desnuda en los títulos de las obras. Vemos un columna oscura que sostiene una baranda iluminada, pero el título nos lleva a El hueco. Descubrimos un viejo vendedor de cestas observado por un grupo de niños delante de una puerta gigantesca. Sin embargo, el título destaca otra cosa: Cesta con mancha en la pared. Nos conmovemos con la imagen sufriente de un Cristo que carga su cruz. Hasta que leemos un latín pretencioso en la aureola de un querubín de piedra: Aqua Benedicta. Esos mismo títulos ubican al espectador en otra perspectiva. En La Bendición, no hay un hombre que reza, sino un santo que bendice a su devoto. En Chichen Itzá hay un célebre observatorio tomado por la cámara de nuestro artista. Pero a Ricardo no le importa tanto la ruina antiquísima y el saber sepultado, como La nube observada, que se oculta detrás. Es el agregado de dos o tres palabras lo que nos hace ver la imagen desde otro lugar. En las fotos de Ricardo el tiempo se desvanece. La historia no existe; ¡Zapata Vive, todavía! Ellas tejen como en un mural de Diego Rivera. Un perro observa, no sabemos si un automóvil que pasa o el brillo de la coraza de un conquistador español. En el pueblo de Zinacantan le dan la bienvenida al 2000 un año después, sin temor a la debacle cibernética. Como un recuerdo del futuro, un cartel prohíbe estacionar donde ningún vehículo parece existir. Las fotos no se suman en un tiempo cotidiano. Susurran un espacio sin tiempo. Las fotos son de México, de este mundo; tienen sus raíces bien aferradas. Pero son un conducto a otra realidad. Una súper realidad que nos acerca a una y otra dimensión. No puede ser casualidad que esta serie se llame Misterios. Etimológicamente la palabra remite a los iniciados, a aquellos que pueden ser admitidos a la ceremonia secreta. Las fotos de Ricardo pueden ser vistas por profanos, por aquellos que vean y disfruten de las fotos de un viaje. Pero también pueden ser vistas por iniciados. Por hombres y mujeres de suprema sensibilidad; por aquellos que saben que detrás de las cosas existe una fuerza increíblemente benévola. Por aquellos que saben que no hay razón para temer. Nunca. Las fotos de Ricardo son una gran excusa. Julio Sánchez Licenciado en Historia del Arte