Simiente Ednica Ya era casi noche. Me encontraba sentada en el

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Simiente
Ednica
Ya era casi noche. Me encontraba sentada en el último vagón del tren que me regresaría,
luego de un eterno cautiverio, a casa. El ticket collector me había sugerido acomodar bien mi
espaldar y tomar una siesta, pues el tren se demoraría entre 35 a 40 minutos en partir. En mi
mente tronaba la voz de mi madre recordando la promesa que le hice antes de su muerte.
Pensaba una y otra vez en tomar mi maleta, volver a ese campo minado y abrazar a mis
estudiantes, pero ya le había ordenado a mi corazón dejar de sentir, por lo menos, hasta llegar
a Basilea.
En mis manos estaba una planilla con el nombre de los 59 estudiantes a los que les dicté
clase, sus notas y un celular que vibraba cada tres segundos recordando que no había tomado
las morfina, producto de un atentado en mi contra, por enseñarles a los niños a cambiar las
armas por unos lápices hechos en piedra. Me resigné y decidí dejar de pensar en ello,
entonces pasé tiempo mirando cómo unos ancianos, que tenía al lado, contaban más de 70
monedas para pagar el ticket. Maldita pobreza la de este país, fue lo primero que se me vino a
la mente.
Ya habían pasado más de 45 minutos y el tren seguía inmóvil. Por vagones, noté que los
pasajeros se bajaron para ver qué ocurría. Aparentemente, la guerrilla amenazó con detonar
cuatro explosivos si el tren salía de la Estación Arauquita. Yo me quedé sentada y, en medio
de la gritería y el bullicio, me percaté que los ancianos habían dejado una libreta en el sillón.
Durante más de cinco meses, les dije, todos los días, a mis estudiantes que nunca tocaran algo
si no era de ellos, que si dudaban no lo hicieran y que respeten lo ajeno. Pero, sentí como si el
libro me llamara y me pidiera lo que lo leyera, entonces esperé los más largos cinco minutos
de mi vida, para asegurarme que los ancianos se demorarían. Lo tomé, lo olí y me agaché
para simular que estaba durmiendo sobre mis piernas, por si llegaban los propietarios del
libro.
El destino sabía que yo no podía negarme, y lo abrí. Esperé en encontrarme, tal vez, con una
serie de garabatos o cuentas de cobro, típico de los campesinos de ese lugar, pues el 70%
llevaban en su sangre una maldición llamada analfabetismo. Lo que tenía el libro por dentro,
apartó por completo la quietud de lo que era esa noche y me olvidé que ya habían pasado dos
horas y nadie tenía respuestas sobre cuándo saldríamos.
--x-Todo el libro estaba en blanco, excepto su primera página. Por la tinta, aseguraría que fue
escrito hace más de 10 años. Decía algo como:
—¡Etamos ogullososs de sumeret mijo!
—En cuatro meses le llegamos al comando
—Ya toy preparando tamalitos pa' que coma con sus amijos
—Santafecito lindo gano copa mijo
Al rato, luego de leer una y otra vez esas palabras, empecé a reír como loca. En mi mente
solo pasaba la idea de darle unos cursos de redacción a estos ancianos que no sabían nada de
la vida.
En la mitad del libro, al parecer escondido, encontré una carta manchada y con olor a
guardado, la abrí lentamente.
--x-— Guenas tardes presidente le quería contar a su merce que hoy nos llegaron las cenizas de
nuestro hijito camilo estamos muy tristes y lloramos todo el tiempo pero queremos decirle en
nombre de rogelia mi esposita y de mio juan jose que no aceptamos el exilio en ese lugar
llamao basilea too pago que ni sabemos si es país o municipio pues le jemos preguntao a
nuestros amigos de la erea y no conocen ese lugar
uste se preguntara las razones y es que a pesar que toos por aca digan que el pais esta joido
nosotros amamos esta tierra pues nos da tooo y tenemos comiita y salu que es lo importante
nosotros sabemos que la paz en jeste país solo se lograra con todos junidos y no unos
echando pa aca y otros pa lla por eso s'que no queremos ver ma mamas y papas llorando a sus
hijitos como nosotros vea presidente esta carta es pa que le meta toa y cuenta con nosotros ps
si nejesita papa y yuca que es lo que con la esposita y mi persona trabajamos toos dias gracias
presidente
--x-Me sequé las lágrimas y de inmediato noté que alguien me estaba mirando. Me contempló
con una mirada llena de amor y misericordia. Nunca antes nadie me había mirado así.
—Perdón, no sé qué pasaba por mi cabeza, tome, esto es suyo…
—Tranquila, mija. Si Dios le dijo que lo leyera, es por algo. Mi esposita y yo lo habíamos
guardado desde hace mucho —me dijo el anciano. Nunca había escuchado de Dios, pero ese
señor tenía mucho de él, de seguro.
Estaba muy tensa, no sabía qué hacer, entonces le pregunté la razón por la que viajaba a
Basilea
—Mija, ya habrá leído, el presidente nos invitó hace más de 10 años y hasta ahorita
decidimos aceptar, pero no para quedarnos, nosotros queremos traer jóvenes para que ayuden
al país. Solo nos quedaremos tres meses, nosotros amamos nuestro campo, mija.
Se dio vuelta y se marchó caminando con paso decidido. No había andado más que unos
cuantos metros cuando reaccioné, llamándolo.
Él se detuvo al instante. Se volvió hacia mí.
—Me tengo que quedar, no puedo irme de acá, yo pertenezco a estos niños que tanto me
necesitan —le grité llena de lágrimas pero con felicidad.
—Tranquila, mija. Dios ya no lo había dicho, por eso no dejamos que saliera el tren. Y mi
esposa se inventó un cuento de vaqueros, jaja, dizque la guerrilla había puesto ni se cuantos
explosivos— se reía a carcajadas el anciano.
Todavía estaba impactada. Ni me despedí. Tomé mi maleta, me bajé y el tren avanzó. Al otro
día, fredissyto, mi mejor estudiante, me entregó dos fotos. En ella aparecía mi mamá
entregando unas cenizas a una hombre y a una mujer y en la otra esa misma mujer junto a mi
mamá riendo mientras ese hombre escribía una carta.
Le pregunté a Fredissyto de dónde había sacado esas fotos, y me respondió que se las había
dado una señora, hace cinco años en un hospital, pidiéndole que se las entregara a una mujer
que vendría en unos años a poner una nueva semilla de esperanza para todos ellos.
No quería ser esa mujer, pero, Colombia me lo pidió.
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