En la Apología de Sócrates (en griego, "Απολογια Σωκρατους" Apologia Socratus), diálogo compuesto entre 393 y 389 a.C., Platón (c. 427 - 347 a.C.) ofrece una versión de la defensa que hizo de sí mismo Sócrates frente al jurado de Atenas tras ser acusado de corromper a los jóvenes y despreciar a los dioses. El diálogo, perteneciente al ciclo platónico de obras socráticas o de juventud, además de rescatar el texto de la apología (defensa) ante el tribunal, constituye la apología (elogio) que hace Platón de su maestro. Sócrates comienza el diálogo diciendo que no sabe si los atenienses han sido ya persuadidos por los que le acusan. Este inicio resulta crucial para establecer el tema del discurso, pues es frecuente que Platón comience sus diálogos socráticos exponiendo la idea general del texto. Sócrates pide al jurado que no atienda a sus virtudes oratorias, sino a la verdad que éstas convocan. A su vez, asegura que no va a utilizar ornamentos retóricos ni frases cuidadosamente preparadas, sino que dirá lo que se le pase por la cabeza, las mismas palabras que utilizaría en el ágora y en las reuniones; pero demuestra ser un maestro en retórica, no sólo elocuente y persuasivo, sino hábil con el jurado. Aun así, este discurso, que durante más de dos milenios se ha ganado el favor de los lectores, no consigue ganar el juicio. Sócrates fue condenado a muerte, y desde entonces se le ha admirado por su serena aceptación de la sentencia. Más concretamente, la presente edición viene introducida por el enorme y magníficamente esclarecedor prólogo elaborado por el profesor y doctor Alejandro G. Vigo, que facilitará al lector el entendimiento del desarrollo de la obra a través de una explicación clara y verdaderamente transparente, sin prescindir no obstante de la precisión y de la profundidad analítica propias de un entendido en el tema como es G. Vigo. Platón Apología de Sócrates Diálogos de juventud I ePUB v2.1 jcastro94 20.07.12 Título original: Απολογια Σωκρατους Platón, 393 - 389 a.C. Traducción: laeditorialvirtual.com.ar Diseño/retoque portada: jcastro94 Editor original: jcastro94 (v1.0 a v2.1) Corrección de erratas: Clash_63 ePub base v2.0 Cuatro características corresponden al juez: escuchar cortésmente, responder sabiamente ponderar prudentemente y decidir imparcialmente. Sócrates, cita atribuida por Platón Es peor cometer una injusticia que padecerla porque quien la comete se convierte en injusto y quien la padece no. Sócrates, cita atribuida por Platón Sólo sé que no sé nada; y esto cabalmente me distingue de los demás filósofos, que creen saberlo todo. Sócrates, cita atribuida por Platón Sólo hay un bien: el conocimiento. Sólo hay un mal: la ignorancia. Sócrates, cita atribuida por Platón Prefacio Sobre esta edición La presente edición de la obra Apología de Sócrates, cuyo autor es el filósofo griego Aristocles, más conocido por su sobrenombre Platón, surgió de una idea, que a su vez, nació fruto de una necesidad. Dicho requerimiento no es otro que el menester de obtener las obras más relevantes de los autores más representativos de la historia de la filosofía, todo ello con el requisito de conseguirlas de forma gratuita a ser posible. Sin embargo, las versiones de la obra que se podían encontrar en el amplísimo almacén de recursos que constituye Internet dejaban mucho que desear, básicamente en cuanto a lo que el formato o el diseño se refiere, pero también en lo concerniente a los errores ortográficos y gramaticales, cuya ausencia no puedo sin embargo garantizar en la presente maquetación del clásico ante la que nos encontramos. Así pues, tras diversas aunque no demasiado profundas búsquedas por la red, y ante la no precisamente agradable sorpresa que me producía la indisponibilidad de la Apología platónica con una mediana calidad en relación con los factores comentados, me decidí a tratar de elaborar una maquetación del escrito en cuestión que fuese al menos lo bastante digna como para albergar en sí una obra de tamaño nivel y trascendencia como la Apología de Platón. En fin, he aquí el resultado. Para la elaboración del presente ePub, me he valido de diversas fuentes, las cuales me gustaría citar a continuación con el objeto de que, si es de su agrado, el lector de estas líneas no sólo compare las diferencias con respecto al presente producto final, sino que pueda tener una referencia a partir de la cual pueda criticar y más positivamente sugerir algún tipo de mejora que pueda implementar la calidad de esta edición, lo cual no es ni mucho menos improbable. De tal forma, aquí resumo mediante un esquema las fuentes utilizadas: Citas: Wikiquote (Sócrates). Para acceder, haga clic aquí. Información acerca del Prof. Dr. Alejandro G. Vigo, autor del prólogo seleccionado: Nota biográfica de la web de la Universidad de Navarra. Para acceder, haga clic aquí. Información acerca de Sócrates: Artículo de webdianoia sobre Sócrates. Para acceder, haga clic aquí. Información acerca de Platón: Reseña de laeditorialvirtual.com.ar sobre Platón. Para acceder, haga clic aquí. Prólogo: Introducción a la Apología de Sócrates de Platón, incluida en la versión de Alejandro G. Vigo, concretamente en la edición de la Editorial Universitaria de 2005. Para acceder, haga clic aquí. Notas del prólogo: Notas de la misma introducción a la Apología de Sócrates de Platón, incluida en la versión de Alejandro G. Vigo, concretamente en la edición de la Editorial Universitaria de 2005. Texto de la obra: Traducción de laeditorialvirtual.com.ar datada en 2004, Buenos Aires. Para acceder, haga clic aquí. Notas de la obra: Notas de la misma traducción de laeditorialvirtual.com.ar datada en 2004, Buenos Aires. Más notas de la obra: Notas de la edición de la Apología de Sócrates de librodot.com. Para acceder, haga clic aquí. Distinción entre los diferentes apartados según la traducción de Enrique Estéfano (París, 1578): Diferenciación de los mismos en la propia edición de la Apología de Sócrates de librodot.com. Una vez establecido esto, sólo resta añadir que, tras las sucesivas reseñas referidas al Prof. Dr. Alejandro G. Vigo, a Sócrates (cuya mención aquí es, quizá, más justificada que con respecto a cualquier otra obra platónica) y a Platón, se presentará el prólogo introductor a la obra y finalmente la Apología de Sócrates propiamente dicha. Así pues, que el lector disfrute de este magnífico tesoro literario, tanto como lo ha hecho un servidor al escribir estas líneas. Jesús Castro Martín, 26 de marzo de 2012 Breve nota biográfica de Alejandro G. Vigo Alejandro G. Vigo, nacido en Buenos Aires, Argentina, en 1958, es Profesor en Filosofía (1984) y Licenciado en Filosofía (1988) por la Universidad de Buenos Aires, y Doctor en Filosofía (1994) por la Universidad de Heidelberg. Ha sido becario del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET) (Argentina), el Deutscher Akademischer Austauschdienst (DAAD) (Alemania) y la Alexander von Humboldt Stiftung (Alemania). Entre 1982 y 1988 se desempeñó como Docente Auxiliar de Griego y de Historia de la Filosofía Antigua en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (Argentina). Entre 1993 y 2001 ha sido Profesor de Filosofía Antigua y de Seminarios de Textos en el Instituto de Filosofía de la Universidad de los Andes (Santiago de Chile). Entre 2002 y 2006 ha sido Profesor Adjunto Ordinario del Instituto de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Chile (Santiago de Chile). Como profesor visitante ha enseñado en diversas universidades de Hispanoamérica y Europa. Desde 2006 es Profesor Ordinario del Departamento de Filosofía, de la Universidad de Navarra. Ha publicado, entre otros, los siguientes libros: Aristóteles, Física, Libros III-IV (introducción, traducción y comentario; Buenos Aires 1995); Zeit und Praxis bei Aristoteles. Die Nikomachische Ethik und die zeitontologischen Voraussetzungen des vernunftgesteuerten Handelns (Freiburg – München 1996); La concepción aristotélica de la felicidad. Una lectura de ‘Ética a Nicómaco’ I y X 6-9 (Santiago de Chile 1997); Platón, Apología de Sócrates (traducción anotada con introducción y análisis; Santiago de Chile 1998; 3ra. edición corregida y ampliada 2001); Estudios aristotélicos (Pamplona 2006). Ha publicado también unos 70 artículos en volúmenes colectivos y revistas especializadas de Iberoamérica, Europa y EEUU. Es coeditor de Méthexis. International Journal for Ancient Philosophy (Academia Verlag, Sankt Augustin, Alemania) y Miembro Titular del Institut International de Philosophie, École Normal Supérieur – CNRS, París. Vida y obra de Sócrates (470 - 399 a.C.) Biografía Sócrates nació en Atenas el año 470 a.C. de una familia, al parecer, de clase media. Su padre era escultor y su madre comadrona, lo que ha dado lugar a alguna comparación entre el oficio de su madre y la actividad filosófica de Sócrates. Los primeros años de la vida de Sócrates coinciden, pues, con el período de esplendor de la sofística en Atenas. El interés de la reflexión filosófica se centraba entonces en torno al ser humano y la sociedad, abandonando el predominio del interés por el estudio de la naturaleza. Probablemente Sócrates se haya iniciado en la filosofía estudiando los sistemas de Empédocles, Diógenes de Apolonia y Anaxágoras, entre otros. Pero pronto orientó sus investigaciones hacia los temas más propios de la sofística. Pensamiento Sócrates no escribió nada y, a pesar de haber tenido numerosos seguidores, nunca creó una escuela filosófica. Las llamadas escuelas socráticas fueron iniciativa de sus seguidores. Acerca de su actividad filosófica nos han llegado diversos testimonios, contradictorios entre ellos, como los de Jenofonte, Aristófanes o Platón, que suscitan el llamado problema socrático, es decir la fijación de la auténtica personalidad de Sócrates y del contenido de sus enseñanzas. Si creemos a Jenofonte, a Sócrates le interesaba fundamentalmente la formación de hombres de bien, con lo que su actividad filosófica quedaría reducida a la de un moralista práctico: el interés por las cuestiones lógicas o metafísicas sería algo completamente ajeno a Sócrates. Poco riguroso se considera el retrato que hace Aristófanes de Sócrates en "Las nubes", donde aparece como un sofista jocoso y burlesco, y que no merece mayor consideración. Más problemas plantea la interpretación del Sócrates platónico: ¿Responden las teorías puestas en boca de Sócrates en los diálogos platónicos al personaje histórico, o al pensamiento de Platón? La posición tradicional es que Platón puso en boca de Sócrates sus propias teorías en buena parte de los diálogos llamados de transición y en los de madurez, aceptándose que los diálogos de juventud reproducen el pensamiento socrático. Esta posición se vería apoyada por los comentarios de Aristóteles sobre la relación entre Sócrates y Platón, quien afirma claramente que Sócrates no "separó" las Formas, lo que nos ofrece bastante credibilidad, dado que Aristóteles permaneció veinte años en la Academia. El rechazo del relativismo de los sofistas llevó a Sócrates a la búsqueda de la definición universal, que pretendía alcanzar mediante un método inductivo; probablemente la búsqueda de dicha definición universal no tenía una intención puramente teórica, sino más bien práctica. Tenemos aquí los elementos fundamentales del pensamiento socrático. Los sofistas habían afirmado el relativismo gnoseológico y moral. Sócrates criticará ese relativismo, convencido de que los ejemplos concretos encierran un elemento común respecto al cual esos ejemplos tienen un significado. Si decimos de un acto que es "bueno" será porque tenemos alguna noción de "lo que es" bueno; si no tuviéramos esa noción, ni siquiera podríamos decir que es bueno para nosotros pues, ¿cómo lo sabríamos? Lo mismo ocurre en el caso de la virtud, de la justicia o de cualquier otro concepto moral. Para el relativismo estos conceptos no son susceptibles de una definición universal: son el resultado de una convención, lo que hace que lo justo en una ciudad pueda no serlo en otra. Sócrates, por el contrario, está convencido de que lo justo ha de ser lo mismo en todas las ciudades, y que su definición ha de valer universalmente. La búsqueda de la definición universal se presenta, pues, como la solución del problema moral y la superación del relativismo. ¿Cómo proceder a esa búsqueda? Sócrates desarrolla un método práctico basado en el diálogo, en la conversación, la "dialéctica", en el que a través del razonamiento inductivo se podría esperar alcanzar la definición universal de los términos objeto de investigación. Dicho método constaba de dos fases: la ironía y la mayéutica. En la primera fase el objetivo fundamental es, a través del análisis práctico de definiciones concretas, reconocer nuestra ignorancia, nuestro desconocimiento de la definición que estamos buscando. Sólo reconocida nuestra ignorancia estamos en condiciones de buscar la verdad. La segunda fase consistiría propiamente en la búsqueda de esa verdad, de esa definición universal, ese modelo de referencia para todos nuestros juicios morales. La dialéctica socrática irá progresando desde definiciones más incompletas o menos adecuadas a definiciones más completas o más adecuadas, hasta alcanzar la definición universal. Lo cierto es que en los diálogos socráticos de Platón no se llega nunca a alcanzar esa definición universal, por lo que es posible que la dialéctica socrática hubiera podido ser vista por algunos como algo irritante, desconcertante o incluso humillante para aquellos cuya ignorancia quedaba de manifiesto, sin llegar realmente a alcanzar esa presunta definición universal que se buscaba. Esa verdad que se buscaba ¿Era de carácter teórico, pura especulación o era de carácter práctico? Todo parece indicar que la intencionalidad de Sócrates era práctica: descubrir aquel conocimiento que sirviera para vivir, es decir, determinar los verdaderos valores a realizar. En este sentido es llamada la ética socrática "intelectualista": el conocimiento se busca estrictamente como un medio para la acción. De modo que si conociéramos lo "Bueno", no podríamos dejar de actuar conforme a él; la falta de virtud en nuestras acciones será identificada pues con la ignorancia, y la virtud con el saber. En el año 399 Sócrates, que se había negado a colaborar con el régimen de los Treinta Tiranos, se vio envuelto en un juicio en plena reinstauración de la democracia bajo la doble acusación de "no honrar a los dioses que honra la ciudad" y "corromper a la juventud". Al parecer dicha acusación, formulada por Méleto, fue instigada por Ánito, uno de los dirigentes de la democracia restaurada. Condenado a muerte por una mayoría de 60 o 65 votos, se negó a marcharse voluntariamente al destierro o a aceptar la evasión que le preparaban sus amigos, afirmando que tal proceder sería contrario a las leyes de la ciudad, y a sus principios. El día fijado bebió la cicuta. La influencia de Sócrates Sócrates ejercería una influencia directa en el pensamiento de Platón, pero también en otros filósofos que, en mayor o menor medida, habían sido discípulos suyos, y que continuarían su pensamiento en direcciones distintas, y aun contrapuestas. Algunos de ellos fundarían escuelas filosóficas conocidas como las "escuelas socráticas menores", como Euclides de Mégara (fundador de la escuela de Mégara), Fedón de Elis (escuela de Elis), el ateniense Antístenes (escuela cínica, a la que pertenecería el conocido Diógenes de Sinope) y Aristipo de Cirene (escuela cirenaica). Vida y obra de Platón (427 - 347 a.C.) Reseña Platón (ca. 427 a.C./428 a.C. – 347 a.C.) fue un filósofo griego, alumno de Sócrates y maestro de Aristóteles, de familia nobilísima y de la más alta aristocracia. Su influencia como autor y sistematizador ha sido incalculable en toda la historia de la filosofía, de la que se ha dicho con frecuencia que alcanzó identidad como disciplina gracias a sus trabajos. Durante su juventud luchó como soldado en las guerras del Peloponeso de las cuales Atenas salió derrotada, y el poder y la economía que ostentaba sobre el mundo griego cayó en las manos de Esparta. Entre sus obras más importantes se cuentan los diálogos La República (en griego politeia, "forma de gobernar - ciudad"), en la cual elabora la filosofía política de un estado ideal; el Fedro, en el que desarrolla una compleja e influyente teoría psicológica; el Timeo, un influyente ensayo de cosmología racional influida por las matemáticas pitagóricas; y el Teeteto, el primer estudio conocido sobre filosofía de la ciencia. Las narraciones alegóricas de algunas de sus obras, entre ellas el Timeo y el Critias, dieron origen al mito de la Atlántida. Fue fundador de la Academia de Atenas, donde estudió a Aristóteles. Participó extensivamente en la enseñanza en la Academia y escribió sobre muy diversos temas filosóficos, especialmente los que trataban de la política, ética, metafísica y epistemología. Las obras más famosas de Platón fueron sus diálogos; si bien varios epigramas y cartas también han sobrevivido. Se cree que todos los diálogos de Platón que se conocen son auténticos. Los diálogos de Platón tienen mucha vitalidad y frecuentemente incluyen humor e ironía. Se considera que Platón es el filósofo más ameno de todos. A Sócrates lo menciona frecuentemente en los diálogos. Cuánto del contenido y de los argumentos es obra de Sócrates o de Platón, es difícil decir, por cuanto Sócrates no dejó evidencia escrita de sus enseñanzas. Esta ambigüedad es la que se conoce como el "problema socrático". No hay duda, sin embargo, que Platón fue influido profundamente por las enseñanzas de Sócrates; de hecho sus primeras ideas y ensayos lucen como adaptaciones de las de Sócrates. Biografía Platón, que realmente se llamaba Aristocles Podros, y cuyo seudónimo Platón significa "el de los hombros anchos", era hijo de una familia que pertenecía a la más rancia aristocracia ateniense, concretamente a la familia denominada Glaucón. Su padre se llamaba Aristón y su madre Perictione. Durante su juventud vivió las consecuencias de la guerra del Peloponeso. A los 21 años pasó a formar parte del círculo de Sócrates, el cual produjo un gran cambio en sus orientaciones filosóficas. Tras la muerte de Sócrates en el 399 a.C., Platón se refugió en Megara durante un breve espacio de tiempo, donde comenzó a escribir sus diálogos filosóficos. Sus conocimientos y habilidades eran tales que los griegos lo consideraron como hijo de Apolo y decían que en su infancia las abejas habían anidado en sus labios como profecía de las palabras melosas que salían de ellos. Platón fue discípulo de Sócrates en su juventud y de acuerdo a sus propias palabras, estuvo presente durante su juicio, pero no en su ejecución. El trato que Atenas dio a Sócrates afectó profundamente a Platón y mucho de sus primeros trabajos registran la memoria de su maestro. Se dice que mucho de sus escritos sobre la ética estaban dirigidos a evitar que injusticias como la sufrida por Sócrates volvieran a ocurrir. Después de la muerte de Sócrates, Platón viajó extensamente por Italia, Sicilia, Egipto y Cirene en busca de conocimientos. En el 396 a.C. emprendió un viaje de diez años por Egipto y diferentes lugares de África e Italia. En Cirene conoció a Aristipo y al matemático Teodoro. En Magna Grecia se hizo amigo de Arquites de Tarento y conoció las ideas de los seguidores de Parménides. En el 388 a.C. viajó a Sicilia y en Siracusa, donde quiso influir en la política de Dionisio I y aprendió mucho de las formas de gobierno que plasmaría después en La República (en griego politeia que significa ciudadanía o forma de gobierno). Sus manifestaciones políticas, que en algunos casos eran irreverentes con la clase dominante, lo llevaron a prisión . Aníceris de Círene reconoció a Platón en la venta de esclavos y le compró para devolverle la libertad. En el 361 a.C., tras recobrar su libertad, Platón compró una finca en las afueras de Atenas, donde fundó un centro especializado en la actividad filosófica y cultural, al cual llamó Academia. El nombre procede del anterior dueño de la finca llamado Academo y dicha academia funcionó ininterrumpidamente hasta su clausura por Justiniano I en el 529 dC, pues veía en esta una amenaza para la propagación del cristianismo. Muchos filósofos e intelectuales estudiaron en esta academia, incluyendo a Aristóteles. Platón también recibió influencias de otros filósofos, como Pitágoras, cuyas nociones de armonía numérica se hacen eco en la noción de Platón sobre las Formas; también Anaxágoras, quien enseñó a Sócrates y que afirmaba que la inteligencia o la razón penetra o llena todo; y Parménides, que argüía acerca de la unidad de todas las cosas y quien influyó sobre el concepto de Platón acerca del alma. Murió en el 347 a.C., dedicándose en sus últimos años a la Academia. Obra La obra de Platón está escrita en forma de diálogos y puede dividirse en cuatro etapas: 1. Primeros diálogos o diálogos socráticos o de juventud. Se caracterizan por sus preocupaciones éticas. Están plenamente influidos por Sócrates. Las más destacadas son: Apología de Sócrates, Critón, Protágoras, Cármides, Laques y Eutifrón. 2. Época de transición. Esta fase se caracteriza también por cuestiones políticas, además, aparece un primer esbozo de la Teoría de la Reminiscencia y trata sobre la filosofía del lenguaje. Destacan: Gorgias, Menón, Crátilo, Menéxeno, Eutidemo, Hipias Menor e Hipias Mayor. 3. Época de madurez o diálogos críticos. Platón introduce explícitamente la Teoría de las Ideas recién en esta fase y desarrolla con más detalle la de la Reminiscencia. Igualmente se trata de distintos mitos. Destacan: El Banquete, Fedón, La República y Fedro. 4. Diálogo de vejez o diálogos críticos. En esta fase revisa sus ideas anteriores e introduce temas sobre la naturaleza y la medicina. Destacan: Teeteto, Parménides, Sofista, Político, Filebo, Timeo y Leyes. Los personajes de los diálogos son generalmente personajes históricos, como Sócrates, Parménides o Gorgias, aunque a veces también aparecen algunos de los que no se tiene ningún registro histórico aparte del testimonio platónico. Cabe destacar, además, que si bien en muchos diálogos aparecen discípulos de Sócrates, Platón no aparece nunca como personaje. Solamente es nombrado en Apología de Sócrates y en Fedón, pero nunca aparece discutiendo con su maestro ni con ningún otro. En la actualidad se cree que Platón escribió cuarenta y dos diálogos, recopilados por sus discípulos y otros escritores contemporáneos (que también escribieron sobre él). Además de los diálogos, se conservan algunas cartas que Platón supuestamente escribió en sus años de vejez. Si bien el carácter de algunas de ellas es apócrifo, otras, como la Carta Séptima, son consideradas auténticas y resultan muy importantes para reconstruir parte de la vida y el pensamiento ulterior de Platón. Su teoría más conocida es la de las Ideas o Formas. En ella se sostiene que todos los entes del mundo sensible son imperfectos y deficientes, y participan de otros entes, perfectos y autónomos (Ideas) de carácter ontológico muy superior y de los cuales son pálida copia, que no son perceptibles mediante los sentidos. Cada Idea es única e inmutable, mientras que, las cosas del mundo sensible son múltiples y cambiantes. La contraposición entre la realidad y el conocimiento es descrita por Platón en el célebre mito de la caverna, en La República. Para Platón, la única forma de acceder a la realidad inteligible era mediante la razón y el entendimiento; el papel de los sentidos queda relegado y se considera engañoso. Es importante resaltar que la dicotomía entre un mundo inteligible y otro mundo sensible es más bien un recurso pedagógico que suele usarse para ilustrar la diferencia ontológica entre los entes inteligibles y los sensibles. En el Timeo menciona también lo que ahora conocemos como los sólidos platónicos. Temas A diferencia de Sócrates, Platón escribió profusamente acerca de sus puntos de vista filosóficos, dejando un considerable número de manuscritos. En los escritos de Platón se pueden ver conceptos acerca de la mejor forma de gobierno, incluyendo la aristocracia, la democracia y la monarquía. Un tema central de su obra es el conflicto entre la naturaleza y las creencias de la época concernientes al rol de la herencia y del medio ambiente en el desarrollo de la personalidad y la inteligencia del hombre mucho antes que el debate sobre la naturaleza y la crianza del Hombre comenzara en la época de Thomas Hobbes y John Locke. Otro tema que Platón trató profusamente fue la dicotomía entre el saber y la opinión, que anticipaba los debates más modernos entre empirismo y racionalismo, y que posteriormente trataron los post-modernistas y su oponentes al argüir sobre la distinción entre objetivo y subjetivo. Inclusive la historia de la ciudad o continente perdido de la Atlántida nos llegó como una historia ilustrativa de Platón en su obra Timeo y Critias. Formas y bases Platón escribió principalmente en forma de diálogo. En sus primeros diálogos, diferentes caracteres discuten un tópico haciendo preguntas el uno al otro. Sócrates figura prominentemente de aquí que se denominen como "Diálogos Socráticos". La naturaleza de estos diálogos cambió sustancialmente en el curso de la vida de Platón. Es reconocido generalmente que las primeras obras de Platón estaban basadas en el pensamiento de Sócrates, mientras que las posteriores se van alejando de las ideas de su antiguo maestro. En los últimos diálogos, que más bien tienen la forma de tratados, Sócrates está callado o ausente, mientras que en los inmediatamente anteriores es la figura principal y los interlocutores se limitan a responder "si", "por supuesto" y "muy cierto". Se asume que si bien los primeros diálogos están basados en conversaciones reales con Sócrates, los subsecuentes son totalmente la obra e ideas de Platón. La ostensible puesta en escena de un diálogo distancia a Platón de sus lectores de la filosofía que se está discutiendo; uno puede elegir dos opciones de percepción; una es participar en el diálogo y las ideas que se discuten o simplemente leer las respuestas de las personalidades que intervienen en el diálogo. El formato del diálogo le permitió a Platón expresar opiniones impopulares en la boca de caracteres antipáticos, tales como "Thraysymachus" (Trasímaco) en La República. Metafísica Se ha interpretado tradicionalmente al Platonismo como una forma de dualismo metafísico, a veces referido como Realismo Platónico o Exagerado. De acuerdo a esto, la metafísica de Platón divide al mundo en dos distintos aspectos; el mundo inteligible —el mundo del auténtico ser—, y el mundo que vemos alrededor nuestro en forma perceptiva — el mundo de la mera apariencia. El mundo perceptivo consiste en una copia de las formas inteligibles o Ideas. Estas formas no cambian y sólo son comprensibles a través del intelecto o entendimiento – es decir, la capacidad de pensar las cosas abstrayéndolas de como se nos dan a los sentidos. En los Libros VI y VII de La República, Platón utiliza diversas metáforas para explicar sus ideas metafísicas y epistemológicas: las metáforas del sol, la muy conocida "alegoría de la caverna" y, la más explícita, la de la línea dividida. En su conjunto, estas metáforas transmiten teorías complejas y difíciles. Está, por ejemplo, la Idea del Bien, a la que tiene como principio de todo ser y de todo conocer. La Idea del Bien realiza esto de manera similar a la del sol que emana luz y permite la visión de las cosas y la generación de éstas en el mundo perceptivo (ver la alegoría del sol). En el mundo perceptivo, las cosas que vemos a nuestro alrededor no son sino una ligera resemblanza con las formas más reales y fundamentales que representa el mundo inteligible de Platón. Es como si viéramos una sombra de las cosas, sin ver las cosas mismas. Estas sombras son una representación de la realidad, pero no la realidad misma (ver la alegoría de la cueva en La República, libro VII). Podemos imaginarnos que todo en el mundo está representado por una línea donde la realidad va apareciendo gradualmente. La primer parte de la línea representa la diferencia entre el mundo perceptivo y el inteligible. A su vez el mundo perceptivo está dividido en segmentos representado por cosas y también por sombras, reflejos y representaciones de éstos. Similarmente, el mundo inteligible esta divido en segmentos que representan los principios y formas generales y por otra parte, formas más derivativas o reflejadas. La metafísica de Platón, y particularmente el dualismo entre lo inteligible y lo perceptivo, inspiró posteriormente a los pensadores Neoplatónicos, tales como Plotinus y Gnostis, y a otros realistas metafísicos. Si bien las interpretaciones de las escrituras de Platón (particularmente La República) han tenido una inmensa popularidad en la larga historia de la filosofía occidental, también es posible interpretar sus ideas en una forma más conservadora que favorece la lectura desde un punto de vista epistemológico más que metafísico como sería el caso de la metáfora de la Cueva y la Línea Dividida. Existen obvios paralelos entre la alegoría de la Cueva y la vida del maestro de Platón, Sócrates, quien fue ejecutado en su intención de abrir los ojos a los atenienses. Este ejemplo revela la dramática complejidad que frecuentemente se encuentra bajo la superficie de los escritos de Platón (no hay que olvidar que en La República, quien narra la historia es Sócrates). Epistemología Las opiniones de Platón también tuvieron mucha influencia en la naturaleza del conocimiento y la enseñanza. La primer pregunta que surge es la de si la virtud puede ser enseñada. Platón procede a exponer los conceptos de la memoria y el aprendizaje como un descubrimiento de conocimientos previos y opiniones correctas que son correctas pero no tienen una clara justificación. Afirmaba que el conocimiento está basado esencialmente en creencias verdaderas justificadas; una creencia influyente que más adelante llevó al desarrollo de la epistemología. En el "Theaetetus" (Teeteto), Platón distingue entre la creencia y el conocimiento por medio de la justificación. Muchos años después, Edmund Gettier demostraría los problemas de las creencias verdaderas justificadas en el contexto del conocimiento. El Estado Las ideas filosóficas de Platón tuvieron muchas implicaciones sociales, particularmente en cuanto al estado o gobierno ideal. Hay discrepancias entre sus ideas iniciales y las que expuso posteriormente. Algunas de sus más famosa doctrinas están expuestas en La República. Platón decía que las sociedades debieran tener una estructura tripartita que respondía a una estructura, según la inclinación, el espíritu y la razón del alma de cada individuo: Productores – Eran nos trabajadores y correspondían a la parte de "apetito" o "inclinación" del alma. Protectores – Eran los guerreros aventureros, fuertes, valientes y que formaban el "espíritu" del alma. Gobernantes – Eran aquellos que eran inteligentes, racionales, apropiados para tomar decisiones válidas para toda la comunidad. Éstos formaban la "razón" del alma. De acuerdo con este modelo, los principios de la democracia ateniense resultaban rechazados ya que allí, en realidad, muy pocos estaban en capacidad de gobernar. En lugar de retórica y persuasión, lo que Platón dice es que deben gobernar la razón y la sabiduría. Sin embargo, esto no equivale a tiranía, despotismo u oligarquía, pues, como Platón decía: Hasta que los filósofos no gobiernen como reyes, o aquellos que ahora son llamados reyes y los dirigentes o líderes puedan filosofar debidamente; es decir: hasta tanto el poder político y el filosófico no concuerden, mientras las diferentes naturalezas busquen uno solo de estos poderes exclusivamente, las ciudades no tendrán paz, ni tampoco la tendrá la raza humana en general. Platón describe a estos "reyes filósofos" como aquellos que "aman ver la verdad esté donde esté, con los medios de que se disponen" y apoya su idea con la analogía de un capitán y su navío, o un médico y su medicina. Navegar y curar no son prácticas que todo el mundo está en condiciones de ejecutar. Gran parte de La República está dedicada a indicar el proceso educacional necesario para formar a estos "reyes filósofos". Prólogo de Alejandro G. Vigo 1. Sócrates, la Apología y los escritos tempranos de Platón Se ha dicho con razón que Sócrates goza del raro privilegio de haber sido elevado a través de la historia al rango de representante de la humanidad como tal1 . Desde posiciones muy diversas, y en épocas muy diferentes, la figura de Sócrates ha sido vista casi unánimemente como el ejemplo paradigmático de un cierto tipo de actitud frente a los problemas fundamentales de la vida humana, particularmente, en su dimensión ética, religiosa y también política. Esto vale no sólo para los muchos y diversos adherentes a la figura y la actitud socráticas, sino del mismo modo también para quienes, como Nietzsche y en su tiempo ya Aristófanes, se convirtieron en radicales críticos de Sócrates, precisamente por estar convencidos de que encarnaba de modo ejemplar los rasgos de una actitud decadente, dotada de un enorme potencial disolutorio. Este carácter indiscutiblemente paradigmático de su figura explica también, en buena medida, el hecho de que el caso de Sócrates siga teniendo hoy para nosotros un interés que no se reduce al plano meramente histórico, sino que se conecta también, de modo directo, con nuestras propias dudas y convicciones respecto de los problemas fundamentales que el caso pone en juego. Ahora bien, la permanente presencia de la figura de Sócrates, un filósofo que no dejó nada escrito, como un eje de referencia básico a lo largo de un proceso de recepción histórica que lleva ya bastante más de dos mil años, no habría sido ni remotamente posible sin la mediación de una tradición literaria que, partiendo de la experiencia histórica inmediata, conservó, configuró y estilizó los rasgos del personaje, hasta elevarlos a la categoría de arquetipo. A esa tradición literaria pertenecen, entre otros, escritores como Jenofonte, un seguidor e incondicional admirador de Sócrates, y Aristófanes, uno de sus más incisivos críticos de la Antigüedad, mencionado como tal ya en la Apología escrita por Platón. Pero la figura principal es aquí, sin duda, Platón mismo2 . Puede decirse que el Sócrates que influyó de modo directo y decisivo en la recepción histórica posterior fue, casi siempre, el Sócrates conservado y recreado por Platón. Como se sabe, la fascinación por la figura de Sócrates y el duro impacto producido por la experiencia de su juicio y condena a muerte dieron el impulso inicial a la carrera literaria de Platón, quien se dedicó, en un principio, a escribir obras que retrataran la verdadera figura de su maestro y el carácter de su indagación filosófica, con el fin de defenderlo y reivindicarlo de las imputaciones que llevaron a su ejecución. De hecho, tres de los primeros escritos de Platón —a saber, la Apología, el Critón y, de modo menos directo, el Eutifrón— están conectados en el proceso y la condena de Sócrates. Y aunque los demás diálogos del período temprano, que tienen a Sócrates como personaje principal, no muestran la misma vinculación con el tema, el motivo del juicio y la condena a Sócrates reaparece todavía, con renovada fuerza, en un diálogo del período de madurez tan importante como el Fedón, compuesto unos diez años más tarde que la Apología, cuya escena principal, tras un breve diálogo introductorio, está situada, a modo de recuerdo, en los momentos que preceden inmediatamente a la ejecución de Sócrates en la prisión. Respecto a la Apología hay que suponer que fue compuesta no muchos años después de la muerte de Sócrates, ocurrida en el 399 a.C. El argumento habitual para poner el 393 como fecha límite de la composición (terminus ante quem) remite al hecho de que el escrito platónico no replica de modo directo a los cargos realizados contra Sócrates por el sofista Polícrates en su Acusación contra Sócrates, publicada casi seguramente en ese año3 . En todo caso, la Apología, que es el único de los escritos publicados por Platón que no presenta la forma literaria del diálogo, se halla en vecindad inmediata, tanto desde el punto de vista cronológico como desde el punto de vista del contenido, con los escritos del período socrático más temprano como Critón, Ion, Eutifrón, Cármides y Laques4 . Sin embargo, aunque emparentada estrechamente con los otros escritos referidos al proceso de Sócrates, la Apología tiene, sin duda, una especial importancia como fuente para el conocimiento de aspectos fundamentales de la figura de Sócrates. El escrito provee un rico y vívido retrato del modo en que Sócrates enfrentó la instancia decisiva, en la que debió probar la firmeza de sus propias convicciones frente a la amenaza cierta de muerte. Como nos informa el escrito (cf. 34a, 38b), Platón estuvo presente en el juicio. Y tradicionalmente se ha argumentado, con razón, que necesariamente tiene que haberse ceñido, al menos, en general a lo efectivamente ocurrido, tratándose de hechos de dominio público y estando interesado el propio Platón, sobre todo, en mostrar la injusticia del juicio y castigo a su maestro. Con todo, la versión de Platón seguramente no puede verse como una simple crónica de los acontecimientos, que pretenda ser históricamente fiel hasta en sus mínimos detalles. Constituye, más bien, una recreación genial, que apunta, sobre todo, a rescatar y poner de manifiesto el significado de lo acontecido5 . Pero justamente por eso puede sernos, tal vez, de mayor utilidad, a la hora de intentar establecer, desde un punto de vista más puramente filosófico que histórico, en qué consistía realmente el sentido nuclear de la actitud y la indagación de Sócrates. 2. El juicio a Sócrates Desde el punto de vista del contenido, la Apología de Sócrates escrita por Platón constituye en su parte fundamental una reproducción no literal del alegato de descargo pronunciado por Sócrates ante el tribunal ateniense, tras los alegatos pronunciados por sus acusadores. El juicio tuvo lugar en el año 399 a.C., a comienzos del mes de Anthesterion, es decir, en época cercana al inicio de la primavera boreal (febrero-marzo). Este hecho tuvo consecuencias posteriores importantes, pues durante ese mes Atenas enviaba todos los años un navío a la isla de Delos para dar gracias en el santuario de Apolo, y hasta el regreso de la delegación no podían realizarse ejecuciones. Esto hizo que, tras el juicio, Sócrates debiera aguardar en prisión un tiempo bastante prolongado, más o menos un mes, antes de ser ejecutado, mientras que normalmente las ejecuciones judiciales se realizaban de modo inmediato, por lo general, al día siguiente del juicio. Las conversaciones que proveen la trama de los diálogos Critón y Fedón están situados, precisamente, en los días de cautiverio previos a la ejecución de la sentencia. Todo indica que el proceso contra Sócrates se inició y desarrolló de acuerdo con el curso normal de las causas judiciales de este tipo. El procedimiento se iniciaba con la presentación formal de cargos ante el rey-arconte, quien, tras evaluar los argumentos de las partes, dictaminaba acerca de si las imputaciones tenían o no el mérito suficiente como para dar lugar a un juicio. En caso afirmativo, el caso era remitido a la corte que entendía en la materia correspondiente: en procesos por impiedad, a la corte denominada Eliaia. El tribunal era colegiado, y no unipersonal. Los jueces eran elegidos por sorteo entre los ciudadanos que se postulaban voluntariamente cada año para desempeñar el cargo. El número de jueces designados para cada proceso era elevado y, al parecer, podía oscilar fuertemente: desde unos pocos cientos hasta miles, según la importancia y la seriedad del caso6 . No conocemos con certeza cuál fue el número exacto de los jueces en el juicio contra Sócrates. Pero la opinión mayoritariamente aceptada, la cual se basa en una serie de conjeturas a partir de indicaciones de fuentes antiguas, fija su número en 5017 . Los juicios eran públicos. En la Apología Sócrates alude marginalmente a la presencia de oyentes, además de los jueces encargados de dictar sentencia (cf. 24e; véase también 33d-34a). Una vez reunido el jurado en el tribunal, se procedía a leer el texto de la acusación. A partir de allí, el proceso comprendía una secuencia fija de tres bloques de igual duración, destinados a los alegatos de las partes. En el primer turno presentaba sus argumentos la parte acusadora, es decir, el promotor formal de la acusación y quienes hacían causa común en él. En el caso del juicio a Sócrates, además de Méleto parecen haber alegado formalmente a favor de la acusación también Ánito y Licón (cf. 36a-b). A continuación, como segundo turno, se otorgaba el mismo tiempo a la defensa para hacer su alegato de descargo. También en este caso podían hablar, además del acusado, quienes cooperaban en su defensa. Sin embargo, la Apología platónica implica que Sócrates asumió en soledad la tarea de defenderse8 . A estos primeros alegatos de las partes seguía una primera votación del jurado, en la que se decidía exclusivamente por el veredicto de culpabilidad o inocencia. Tras el anuncio del veredicto se abría, en caso de culpabilidad, un tercer tiempo, de igual longitud que los dos anteriores, destinado a establecer el tipo y / o el monto de la pena a aplicar. Primero tomaba la palabra la parte acusadora para proponer una determinada pena. Luego la defensa hacía una contrapropuesta. Para comprender algunos aspectos de la lógica interna del proceso contra Sócrates resulta importante recordar que, cuando la ley no fijaba expresamente un tipo de penalidad para el delito que era materia del juicio, el tribunal podía fijar por sí mismo la pena, pero con la importantísima restricción de que para ello debía limitarse a escoger entre la propuesta de la parte acusadora y la contrapropuesta de la defensa, sin posibilidad de modificarlas. En casos que quedaban encuadrados en esta situación, si la parte acusadora lograba un veredicto de culpabilidad, quedaba de inmediato en posición favorable para forzar determinadas salidas proponiendo determinados tipos de penas. En el caso concreto del juicio a Sócrates, hay buenas razones para suponer que el pedido de condena a muerte de parte de la acusación tenía como genuino objetivo forzar a Sócrates a una contrapropuesta de exilio, a fin de lograr así, de modo indirecto, una salida elegante, que resultara más o menos aceptable para todos9 . Después de oír las proposiciones de ambas partes en torno al tipo y / o monto de la pena, el jurado procedía a votar para decidir en favor de una de ellas. Con esto, el proceso quedaba formalmente concluido. Pero no es improbable que, en ciertos casos especiales, se concediera al ya condenado la posibilidad de dirigirse nuevamente a los jueces. Así acontece, de hecho, en la Apología platónica. Y es razonable suponer que, fuera o no realmente cierto que Sócrates dispuso efectivamente de tal posibilidad, Platón no hubiera incluido en su escrito un nuevo discurso de Sócrates con posterioridad a la proclamación de la decisión sobre la modalidad de la condena, si no hubiera habido ciertos precedentes al respecto en la práctica forense de la época10 . Considerada esta última posibilidad, el acusado estaba entonces, al menos en ciertos casos, en condiciones de tomar la palabra en tres oportunidades a lo largo del proceso. La estructura de la Apología platónica refleja directamente esta secuencia de pasos. El contenido del escrito está dado por los tres discursos que habría pronunciado Sócrates a lo largo del proceso. La parte más extensa de la obra (17a-35d) está dedicada a la primera intervención de Sócrates, al hacer su alegato de descargo frente a las imputaciones de la parte acusadora. El segundo discurso (35e-38b) contiene la contrapropuesta de Sócrates frente al pedido de pena de muerte realizado por los acusadores, tras conocerse el veredicto de culpabilidad. Por último, el tercer discurso (38c-42a) contiene las palabras que Sócrates habría dirigido a los jueces tras la proclamación de la sentencia a muerte. 3. La actitud de Sócrates. Piedad, saber e ignorancia El juicio a Sócrates tomó la forma de un proceso por impiedad (asébeia)11 . Sabemos de varios procesos de este tipo contra intelectuales y personas públicas en Atenas, y sabemos también que, en general, solían encubrir tras la motivación alegadamente religiosa razones de otra índole, predominantemente políticas. En muchos casos, el proceso por impiedad constituía, en la práctica, un recurso para forzar la salida al exilio del acusado, fin respecto del cual la motivación propiamente religiosa jugaba un papel secundario o incluso meramente instrumental. En este aspecto, el juicio a Sócrates puede no haber sido la excepción, al menos, en la intención de quienes lo iniciaron. Sin embargo, el curso que tomaron posteriormente los acontecimientos lo convirtió, finalmente, en un caso completamente excepcional. De hecho, no sabemos de ningún otro caso en el cual el resultado de un proceso por impiedad haya sido la condena a muerte y la ejecución del acusado. A este resultado excepcional e inesperado contribuyeron, sin duda, muchos factores, entre ellos, también el peculiar tipo de actitud que Sócrates adoptó y puso de manifiesto en su defensa. Pues, distanciándose críticamente de muchas prácticas habituales en los alegatos de este tipo, Sócrates optó por realizar una defensa a través de la cual se mostraba intransigente en cuestiones de principios, presentando su actividad pública como fundada directamente en un conjunto de premisas y convicciones fundamentales, respecto de las cuales se mostraba completamente reacio a todo tipo de concesión y negociación. No se trataba simplemente del rechazo a una actitud pragmática que abandonara determinadas convicciones en favor de una supuesta utilidad más inmediata. Por el contrario, Sócrates creía estar obrando del único modo que le aseguraba, finalmente, no causar un verdadero daño, a sí mismo y a la ciudad toda. Lo que estaba en juego era, en definitiva, la oposición entre dos conjuntos de convicciones acerca del bien y de la felicidad —las de Sócrates, por un lado, y las de la mayoría de quienes debían juzgar su conducta, por el otro—, oposición en virtud de la cual las razones alegadas por cada una de las partes así como sus respectivas representaciones acerca de lo que podría contar como una salida razonable resultaban, de algún modo, inconmensurables. En dicha actitud de Sócrates frente a sus jueces juega, sin duda, un papel especialmente relevante el componente ético y religioso. Un aspecto importante para comprender la actitud general adoptada por Sócrates frente a los jueces reside en el hecho de que, en el marco de un proceso por impiedad, Sócrates presenta su actividad, precisamente, como un servicio al dios Apolo, es decir, como una peculiar forma de la piedad frente a los dioses. Platón explota esta situación en todo su potencial, a la vez, trágico e irónico. Las actividades por las que se lo acusa de impiedad constituyen en su motivación inicial y básica, explica Sócrates, la respuesta a una exigencia del dios, expresada a través del oráculo. Con todo, no es casual que haya podido tener lugar aquí un malentendido tan profundo entre las partes, ya que el tipo de servicio piadoso al dios que Sócrates cree necesario llevar a cabo tiene poco o nada que ver con las formas habituales de la piedad cívica ateniense. En tal sentido, Sócrates encarna, de hecho, una nueva forma de religiosidad vinculada a las tendencias centrales del movimiento cultural y espiritual de la Ilustración del siglo V12 . Uno de los componentes esenciales de esta peculiar actitud socrática está dado por la conexión inmediata que Sócrates establece entre el respeto piadoso ante lo divino, por un lado, y la actitud crítica frente al saber y el conocimiento, propia de la reflexión filosófica, por el otro. Sócrates explica el origen de su actividad filosófica de indagación como un intento por interpretar el sentido de la sentencia del oráculo de Delfos, que declaraba, para su asombro, que no había ningún hombre que lo superase en sabiduría, mientras que él mismo creía estar consciente de los límites de su saber y se tenía a sí mismo por ignorante. Justamente era el contraste entre lo que afirmaba el oráculo, por un lado, y lo que Sócrates mismo creía saber respecto de sí mismo, por el otro, lo que hacía imperioso que Sócrates se dedicara a establecer qué quería decir realmente el oráculo, sobre la base de la convicción de que el dios, en algún sentido, debía estar diciendo de verdad. Su actividad de indagación y cuestionamiento de aquellos que parecían, en principio, ser más sabios que él mismo, por poseer algún conocimiento especializado o, al menos, una cierta reputación pública de sabios, lo llevó finalmente a constatar que en todos los casos el saber —real o aparente— de sus interlocutores iba acompañado de una clara falta de conciencia de los límites de la competencia que dicho saber —real o supuestamente— les proporcionaba. Sobre esta base, Sócrates concluyó que la superioridad en sabiduría que le atribuía el oráculo sobre el resto de sus conciudadanos no aludía a la posesión de un peculiar saber de contenidos, que él mismo estaba consciente de no tener, sino más bien precisamente a su consciencia de los límites del propio saber. La conciencia de los límites del propio saber constituye un modo peculiar de referirse de modo expreso a dicho saber, un modo situado en un plano de reflexión más alto que el correspondiente a la mera posesión y ejercicio de ese saber como tal. A falta de dicho componente reflexivo, piensa Sócrates, toda posesión de saber constituye potencialmente —al menos, en el caso del hombre, cuyo saber es siempre limitado— también una forma peculiar de error e ignorancia, pues lleva tendencialmente al sujeto a arrogarse conocimiento y competencia también en áreas y materias respecto de las cuales ya no sabe realmente nada. Liberar al sujeto que se halla en tales condiciones de esta peculiar —y pertinaz— forma de error e ignorancia, haciéndole advertir precisamente los límites de su propio saber, es uno de los objetivos fundamentales del método refutatorio puesto en práctica por Sócrates. En este sentido, interpreta Sócrates, el dios lo ha puesto como ejemplo de un tipo peculiar de sabiduría. Esta sabiduría está caracterizada ante todo, precisamente, por la conciencia de los límites del propio saber, y es como tal una sabiduría propiamente humana, por oposición al conocimiento acabado y perfecto, que sería más bien exclusivo de los dioses. Por lo mismo, la sabiduría humana involucra, a la vez, una peculiar forma de piedad. El que reconoce los límites del propio saber queda preservado del error de creerse sabio en el sentido habitual del término y permanece, a la vez, abierto a la debida actitud de respeto frente a aquello que, como lo divino mismo, lo supera en sabiduría. Pero la función de Sócrates en la ciudad no queda adecuadamente descrita por referencia exclusivamente a la tarea de producir en sus interlocutores el reconocimiento de la propia ignorancia. Sócrates mismo presenta su tarea en la Apología como una tarea de exhortación a una vida verdaderamente humana, que dé más importancia a la virtud y los bienes del alma que al bienestar material y las posesiones exteriores. Junto a la conciencia de los límites del propio saber, la actitud socrática aparece así, al mismo tiempo, como fundada en ciertas convicciones sólidas acerca de lo que es mejor o más valioso como también acerca del modo de vida que resulta preferible para el hombre. Y tales convicciones son lo suficientemente fuertes como para que Sócrates prefiera morir perseverando en ellas, antes que seguir viviendo a costa de sacrificarlas y dañar así su propia alma. Al menos en un primer nivel de análisis, hay una tensión manifiesta entre dos componentes esenciales de la actitud socrática, la conciencia de los límites del propio saber y la convicción fuerte en materias de crucial relevancia moral. De hecho, buena parte de la investigación más reciente en torno a la filosofía de Sócrates ha girado en torno de las paradojas que involucraría la actitud socrática: Sócrates no sabe, pero es sabio porque sabe que no sabe; Sócrates no sabe cómo definir las nociones morales básicas como la piedad, la justicia y la valentía, que son objeto habitual de sus indagaciones, pero sabe que lo más importante son la virtud y los bienes del alma, al punto de estar dispuesto a morir, con tal de no actuar de modo contrario a sus convicciones, etcétera13 . No es claro hasta qué punto Sócrates mismo estuvo en condiciones de diagnosticar y, eventualmente, de resolver satisfactoriamente todas las dificultadas vinculadas con este complejo entramado de problemas. Pero hay razones para pensar que, lejos de ver como incompatibles la búsqueda de la virtud y el reconocimiento de la propia ignorancia, Sócrates apuntaba más bien hacia una dimensión en la cual ambos aspectos resultaban tendencialmente convergentes. Pues si la ignorancia es un mal para el alma, tanto más lo será allí donde no es reconocida como tal y puede así incluso pasar falsamente por conocimiento. Donde el saber es finito y falible, como en el caso del hombre, todo genuino conocimiento se obtiene por el camino de la superación del error y la ignorancia. Y el primer paso para ello consiste, en definitiva, en reconocer como tales el error y la ignorancia mismos. Tal es, al menos, en parte también el significado de la famosa sentencia socrática, según la cual la vida humana no debe sustraerse a la necesidad de ser sometida a permanente examen, si es que de veras pretende ser una vida genuinamente humana (Apología 38a)14 . Primera parte Introducción Introducción 17a0 ¡Ciudadanos atenienses! Ignoro qué impresión habrán despertado en vosotros las palabras de mis acusadores. Han hablado de forma tan seductora que, al escucharlas, casi han conseguido deslumbrarme a mí mismo. Cualidades de orador Sin embargo, quiero demostraros que no han dicho ninguna cosa que se ajuste a la realidad. Aunque de todas las falsedades que han urdido, hay una que me deja lleno de asombro: la que dice que tenéis que precaveros de mí y no dejaros embaucar, porque soy una persona muy hábil en el arte de hablar. 17b Y ni siquiera la vergüenza les ha hecho enrojecer ante la sospecha de que les voy a desenmascarar con hechos y no con unas simples palabras. A no ser que ellos consideren orador habilidoso al que sólo dice y se apoya en la verdad. Si es eso lo que quieren decir, gustosamente he de reconocer que soy orador, pero jamás en el sentido y en la manera usual entre ellos. Aunque vuelvo a insistir en que poco, por no decir nada, han dicho que sea verdad. 17c Y, ¡por Zeus!, que no les seguiré el juego compitiendo con frases redondeadas ni con bellos discursos bien estructurados, como es propio de los de su calaña, sino que voy a limitarme a decir llanamente lo primero que se me ocurra, sin rebuscar mis palabras, como si de una improvisación se tratara, porque estoy tan seguro de la verdad de lo que digo, que tengo bastante con decir lo justo, de la manera que sea. Por eso, que nadie de los aquí presentes espere de mí, hoy, otra cosa. Porque, además, a la edad que tengo sería ridículo que pretendiera presentarme ante vosotros con rebuscados parlamentos, propios más bien de los jovenzuelos con ilusas aspiraciones de medrar. Estilo del alegato Tras este preámbulo, debo haceros, y muy en serio, una petición. Y es la de que no me exijáis que use en mi defensa un tono y estilo diferente del que uso en el ágora, curioseando las mesas de los cambistas o en cualquier sitio donde muchos de vosotros me habéis oído. Si estáis advertidos, después no alborotéis por ello. 17d Pues ésta es mi situación: hoy es la primera vez que en mi larga vida comparezco ante un tribunal de tanta categoría como éste. Así que —y lo digo sin rodeos— soy un extraño a los usos de hablar que aquí se estilan. Y si en realidad fuera uno de los tantos extranjeros que residen en Atenas, me consentiríais, e incluso excusaríais el que hablara con la expresión y acento propios de donde me hubiera criado. 18a Por eso, debo rogaros, aunque creo tener el derecho a exigirlo, que no os fijéis ni os importen mis maneras de hablar y de expresarme (que no dudo de que las habrá mejores y peores) y que, por el contrario, pongáis atención exclusivamente en si digo cosas justas o no. Pues, en esto, en el juzgar, consiste la misión del juez, y en el decir la verdad, la del orador. Así, pues, lo correcto será que pase a defenderme. En primer lugar, de las primeras acusaciones propaladas contra mí por mis antiguos acusadores; después pasaré a contestar las más recientes1 . Las primeras acusaciones Las primeras acusaciones 18b Todos sabéis que, tiempo ha, surgieron detractores míos que nunca dijeron nada cierto, y es a éstos a los que más temo, incluso más que al propio Ánito y a los de su comparsa, aunque también ésos sean de cuidado. Pero lo son más, atenienses, los que tomándoos a muchos de vosotros desde niños os persuadían y me acusaban mentirosamente diciendo que hay un tal Sócrates, sabio, que se ocupa de las cosas celestes, que investiga todo lo que hay bajo la tierra y que hace más fuerte el argumento más débil. Éstos, son, de entre mis acusadores, a los que más temo, por la mala fama que me han creado y porque los que les han oído están convencidos de que quienes investigan tales asuntos tampoco creían que existan dioses. 18c Y habría de añadir que estos acusadores son muy numerosos y que me están acusando desde hace muchos años, con la agravante de que se dirigieron a vosotros cuando erais niños o adolescentes y, por ello, más fácilmente manipulables, iniciando un auténtico proceso contra mí, aprovechándose de que ni yo, ni nadie de los que hubieran podido defenderme, estaban presentes. Los acusadores anónimos 18d Y lo más desconcertante es que ni siquiera dieron la cara, por lo que es imposible conocer todos sus nombres, a excepción de cierto autor de comedias2 . Ésos, pues, movidos por envidias y jugando sucio, trataron de convenceros para, que una vez convencidos, fuerais persuadiendo a otros. Son, indiscutiblemente, difíciles de desenmascarar, pues ni siquiera es posible hacerles subir a este estrado para que den la cara y puedan ser interrogados, por lo que me veo obligado, como vulgarmente se dice, a batirme contra las sombras y a refutar sus argumentos sin que nadie me replique. 18e Convenid, pues, conmigo, que dos son los tipos de acusadores con los que debo enfrentarme: unos, los más antiguos, y otros, los que me han acusado recientemente. Por ello, permitidme que empiece por desembarazarme primero de los más antiguos, pues fueron sus acusaciones las que llegaron antes a vuestro conocimiento y durante mucho más tiempo que las recientes. Aclarado esto, es preciso que pase a iniciar mi defensa para intentar extirpar de vuestras mentes esa difamación que durante tanto tiempo os han alimentado, y debo hacerlo en tan poco tiempo como se me ha concedido. 19a Esto es lo que pretendo con mi defensa, confiado en que redunde en beneficio mío y en el vuestro, pero no se me escapa la dificultad de la tarea. Sin embargo, que la causa tome los derroteros que sean gratos a los dioses. Lo mío es obedecer a la ley y abogar por mi causa. 19b Remontémonos, pues, desde el principio para ver qué acusación3 dio origen a esta mala fama de que gozo y que ha dado pie a Méleto para iniciar este proceso contra mí. El origen de la mala fama Imaginémonos que se tratara de una acusación formal y pública y oímos recitarla delante del tribunal4 : "Sócrates es culpable porque se mete donde no le importa, investigando en los cielos y bajo la tierra. Practica hacer fuerte el argumento más débil5 e induce a muchos otros para que actúen como él". 19c Algo parecido encontraréis en la comedia de Aristófanes, donde un tal Sócrates se pasea por la escena, vanagloriándose de que flotaba por los aires, soltando mil tonterías sobre asuntos de los que yo no entiendo ni poco ni nada. Y no digo eso con ánimo de menosprecio, no sea que entre los presentes haya algún aficionado hacia tales materias y lo aproveche Méleto para entablar nuevo proceso contra mí, por tan grave crimen. 19d La verdad es, oh, atenienses, que no tengo nada que ver con tales cuestiones. Y reto a la inmensa mayoría para que recordéis si en mis conversaciones me habéis oído discutir o examinar sobre tales asuntos; incluso, que os informéis los unos de los otros, entre todos los que me hayan oído alguna vez, y publiquéis vuestras averiguaciones. Y así podréis comprobar que el resto de las acusaciones que sobre mí se han propalado son de la misma calaña. Referencia a los sofistas Pero nada de cierto hay en todo esto, ni tampoco si os han contado que yo soy de los que intentan educar a las gentes y que cobran por ello6 ; también puedo probar que esto no es verdad. 19e Y no es que no encuentre hermoso el que alguien sepa dar lecciones a los otros, si lo hacen como Gorgias de Leontinos o Pródicos de Ceos o Hipias de Élide7 , que van de ciudad en ciudad, fascinando a la mayoría de los jóvenes y a muchos otros ciudadanos, que podrían escoger libremente y gratis la compañía de muchos otros ciudadanos y que, sin embargo, prefieren abandonarles para escogerles a ellos para recibir sus lecciones, por las que deben pagar y, aun más, quedarles agradecidos. 20a Y me han contado que corre por ahí uno de esos sabios, natural de Paros, que precisamente ahora está en nuestra ciudad. Coincidió que me encontré con el hombre que más dinero se ha gastado con estos sofistas, incluso mucho más él solo que todos los demás juntos. A éste —que tiene dos hijos, como sabéis— le pregunté: 20b —Calias8 , si en lugar de estar preocupado por dos hijos, lo estuvieras por el amaestramiento de dos potrillos o dos novillos, nos sería fácil, mediante un jornal, encontrar un buen cuidador: éste debería hacerlos aptos y hermosos, según posibilitara su naturaleza, y seguro que escogerías al más experto conocedor de caballos o a un buen labrador. Pero, puesto que son hombres, ¿a quién has pensado confiarlos? ¿Quién es el experto en educación de las aptitudes propias del hombre y del ciudadano? Pues me supongo que lo tienes todo bien estudiado, por amor de esos dos hijos que tienes. ¿Hay alguien preparado para tal menester? —Claro que lo hay —respondió. —¿Quién?, ¿y de dónde?, ¿y cuánto cobra? —le acosé. —¡Oh, Sócrates! Se llama Eveno9 , es de Paros y cobra cinco minas. Y me pareció que este tal Eveno puede sentirse feliz, si de verdad posee este arte y enseña de forma tan convincente. Pues si yo poseyera este don, me satisfaría y orgullosamente lo proclamaría. Pero, en realidad, no entiendo nada sobre eso. 20c Acaso ante eso alguno de vosotros me interpele: "Pero entonces, Sócrates, ¿cuál es tu auténtica profesión? ¿De dónde han surgido estas habladurías sobre ti? Porque si no te dedicaras a nada que se salga de lo corriente, sin meterte en lo que no te concierne, no se habría originado esta pésima 10 reputación y tan contradictorias versiones sobre tu conducta. Explícate de una vez, para que no tengamos que darnos nuestra propia versión". 20d Esto sí me parece razonable y sensato, y por ser cuerdo, voy a contestarlo, para dejar bien claro de dónde han surgido esas imposturas que me han hecho acreedor de una notoriedad tan molesta. La sabiduría de Sócrates es simplemente humana Escuchadlo. Quizá alguno se crea que me lo tomo a guasa; sin embargo, estad seguros de que sólo os voy a decir la verdad. Yo he alcanzado este popular renombre por una cierta clase de sabiduría que poseo. ¿De qué sabiduría se trata? Ciertamente, de una sabiduría propia de los humanos. Y en ella es posible que yo sea sabio, mientras que, por el contrario, aquellos a los que acabo de aludir quizá también sean sabios, pero en relación a una sabiduría que quizá sea extrahumana, o no sé con qué nombre calificarla. 20e Hablo así porque yo, desde luego, ésa no la poseo ni sé nada de ella, y el que propale lo contrario o miente o lo dice para denigrarme. El testimonio del dios de Delfos Atenienses, no arméis barullo porque parezca que me estoy dando autobombo. No voy a contaros valoraciones sobre mí mismo, sino que os voy a remitir a las palabras de alguien que merece vuestra total confianza y que versan precisamente sobre mi sabiduría, si es que poseo alguna, y cuál sea su índole. Os voy a presentar el testimonio del propio dios de Delfos. Conocéis sin duda a Querefonte11 , amigo mío desde la juventud, compañero de muchos de los presentes, hombre democrático. 21a Con vosotros compartió el destierro y con vosotros regresó. Bien conocéis con qué entusiasmo y tozudez emprendía sus empresas. Pues bien, en una ocasión, mirad a lo que se atrevió: fue a Delfos12 a hacer una especial consulta al oráculo, y os vuelvo a pedir calma, ¡oh, atenienses! y que no me alborotéis. Le preguntó al oráculo si había en el mundo alguien más sabio que yo. Y la pitonisa respondió que no había otro superior. Toda esta historia la puede avalar el hermano de Querefonte, aquí presente, pues sabéis que él ya murió. 21b Veamos con qué propósito os traigo a relación estos hechos: mostraros de dónde arrancan las calumnias que han caído sobre mí. Cuando fui conocedor de esta opinión del oráculo sobre mí, empecé a reflexionar: ¿Qué quiere decir realmente el dios? ¿Qué significa este enigma? Porque yo sé muy bien que sabio no soy. ¿A qué viene, pues, el proclamar que lo soy? Y que él no miente, no sólo es cierto, sino que incluso ni las leyes del cielo se lo permitirían. La ignorancia de los políticos Durante mucho tiempo me preocupé por saber cuáles eran sus intenciones y qué quería decir en verdad. Más tarde y con mucho desagrado me dediqué a descifrarlo de la siguiente manera. Anduve mucho tiempo pensativo y al fin entré en casa de uno de nuestros conciudadanos que todos tenemos por sabio, convencido de que éste era el mejor lugar para dejar esclarecido el vaticinio, pues pensé: "Éste es más sabio que yo y tú decías que yo lo era más que todos". 21c No me exijáis que diga su nombre; baste con decir que se trataba de un renombrado político. Y al examinarlo, ved ahí lo que experimenté: tuve la primera impresión de que parecía mucho más sabio que otros y que, sobre todo, él se lo tenía creído, pero que en realidad no lo era. Intenté hacerle ver que no poseía la sabiduría que él presumía tener. Con ello, no sólo me gané su inquina, sino también la de sus amigos. 21d Y partí, diciéndome para mis cabales: ninguno de los dos sabemos nada, pero yo soy el más sabio, porque yo, por lo menos, lo reconozco. Así que pienso que en este pequeño punto, justamente, sí que soy mucho más sabio que él: que lo que no sé, tampoco presumo de saberlo. Y de allí pase a saludar a otro de los que gozaban aún de mayor fama que el anterior y llegué a la misma conclusión. Y también me malquisté con él y con sus conocidos. 21e Pero no desistí. Fui entrevistando uno tras otro, consciente de que sólo me acarrearía nuevas enemistades, pero me sentía obligado a llegar hasta el fondo para no dejar sin esclarecer el mensaje del dios. Debía llamar a todas las puertas de los que se llamaban sabios con tal de descifrar las incógnitas del oráculo. 22a Y ¡voto al perro! —y juro porque estoy empezando a sacar a la luz la verdad— que ésta fue la única conclusión: los que eran reputados o se consideraban a sí mismos como los más sabios, fue a los encontré más carentes de sabiduría, mientras que otros que pasaban por inferiores, los superaban. Permitid que os relate cómo fue aquella mi peregrinación, que, cual emulación de los trabajos de Hércules13 , llevé a cabo para asegurarme de que el oráculo era irrefutable. La ignorancia de los poetas 22b Tras los políticos, acosé a los poetas; me entrevisté con todos: con los que escriben poemas, con los que componen ditirambos o practican cualquier género literario, con la persuasión de que aquí sí me encontraría totalmente superado por ser yo muchísimo más ignorante que uno cualquiera de ellos. Así, pues, escogiendo las que me parecieron sus mejores obras, les iba preguntando qué querían decir. Intentaba descifrar el oráculo y, al mismo tiempo, ir aprendiendo algo de ellos. Pues sí, ciudadanos, me da vergüenza deciros la verdad, pero hay que decirla: cualquiera de los allí presentes se hubiera explicado mucho mejor sobre ellos que sus mismos autores. 22c Pues pronto descubrí que la obra de los poetas no es fruto de la sabiduría, sino de ciertas dotes naturales, y que escriben bajo inspiración, como les pasa a los profetas y adivinos, que pronuncian frases inteligentes y bellas, pero nada es fruto de su inteligencia y muchas veces lanzan mensajes sin darse cuenta de lo que están diciendo. Algo parecido opino que ocurre en el espíritu de los poetas. Sin embargo, me percaté de que los poetas, a causa de este don de las musas, se creen los más sabios de los hombres y no sólo en estas cosas, sino en todas las demás, pero que, en realidad, no lo eran. Y me alejé de allí, convencido de que también estaba por encima de ellos, lo mismo que ya antes había superado a los políticos. La ignorancia de los artesanos 22d Para terminar, me fui en busca de los artesanos, plenamente convencido de que yo no sabía nada y que en éstos encontraría muchos y útiles conocimientos. Y ciertamente que no me equivoqué: ellos entendían en cosas que yo desconocía, por tanto, en este aspecto, eran mucho más expertos que yo, sin duda. Pero pronto descubrí que los artesanos adolecían del mismo defecto que los poetas: por el hecho de que dominaban bien una técnica y realizaban bien un oficio, cada uno de ellos se creía entendido no sólo en esto, sino en el resto de las profesiones, aunque se tratara de cosas muy complicadas. Y esta petulancia, en mi opinión, echaba a perder todo lo que sabían. 22e Estaba hecho un lío, porque intentando interpretar el oráculo, me preguntaba a mí mismo si debía juzgarme tal como me veía —ni sabio de su sabiduría, ni ignorante de su ignorancia— o tener las dos cosas que ellos poseían. Y me respondí a mí mismo y al oráculo, que me salía mucho más a cuenta permanecer tal cual soy. La verdad del oráculo 23a En fin, oh atenienses, como resultado de esta encuesta, por un lado, me he granjeado muchos enemigos y odios profundos y enconados como los haya, que han sido causa de esta aureola de sabio con que me han adornado y que han encendido tantas calumnias. En efecto, quienes asisten accidentalmente a alguna de mis tertulias se imaginan quizá que yo presumo de ser sabio en aquellas cuestiones en que someto a examen14 a los otros, pero, en realidad, sólo el dios es sabio, y lo que quiere decir el oráculo es sólo que la sabiduría humana poco o nada vale ante su sabiduría. Y si me ha puesto a mí como modelo es porque se ha servido de mi nombre como para poner un ejemplo, como si dijera15 : "Entre vosotros es el más sabio, ¡oh hombres!, aquél que como Sócrates ha caído en la cuenta de que en verdad su sabiduría no es nada". 23b Por eso, sencillamente, voy de acá para allá, investigando en todos los que me parecen sabios, siguiendo la indicación del dios, para ver si encuentro una satisfacción a su enigma, ya sean ciudadanos atenienses o extranjeros. Y cuando descubro que no lo son, contribuyo con ello a ser instrumento del dios. Ocupado en tal menester, da la impresión de que me he dedicado a vagar y que he dilapidado mi tiempo, descuidando los asuntos de la ciudad, e incluso los de mi familia, viviendo en la más absoluta pobreza por preferir ocuparme del dios. Los discípulos 23c Por otra parte, ha surgido un grupo de jóvenes que me siguen espontáneamente, porque disponen de más tiempo libre, por preceder de familias acomodadas, disfrutando al ver cómo someto a interrogatorios a mis interlocutores, y que en más de una ocasión se han puesto ellos mismos a imitarme examinando a las gentes. Y es cierto que han encontrado a un buen grupo de personas que se pavonean de saber mucho pero que, en realidad, poco o nada saben. Y en consecuencia, los ciudadanos examinados y desembaucados por éstos se encoraginan contra mí —y no contra sí mismos, que sería lo más lógico—, y de aquí nace el rumor de que corre por ahí un cierto personaje llamado Sócrates, de lo más siniestro y malvado, corruptor de la juventud de nuestra ciudad. 23d Cuando alguien les pregunta qué enseño en realidad, no saben qué responder, pero para no hacer el ridículo echan mano de los tópicos sobre los nuevos filósofos: "que investigan lo que hay sobre el cielo y bajo la tierra, que no creen en los dioses y que saben hostigar para hacer más fuerte los argumentos más débiles". Todo ello, antes que decir la verdad, que es una y muy clara: que tienen un barniz de saber, pero que en realidad no saben nada de nada. Y como, en mi opinión, son gente susceptible y quisquillosa, amén de numerosa, que cuando hablan de mí se apasionan y acaloran, os tienen los oídos llenos de calumnias graves durante largo tiempo alimentadas. El origen de las denuncias 23e De entre éstos es de donde han surgido Méleto y sus cómplices, Ánito y Licón. Méleto, en representación de los resentidos poetas; Ánito, en defensa de los artesanos y políticos, y Licón, en pro de los oradores. 24a Así, pues, me maravillaría —como ya dije antes— de que en el poco tiempo que se me otorga para mi defensa fuera capaz de desvanecer calumnias tan bien arraigadas. Ésta es, oh atenienses, la pura verdad de lo sucedido, y os he hablado sin ocultar ni disimular nada, sea importante o no. Sin embargo, estoy seguro que con ello me estoy granjeando nuevas enemistades; la calumnia me persigue y éstas son sus causas. Y si ahora, o en otra ocasión, queréis indagarlo, los hechos os confirmarán que es así. 24b Por lo que hace referencia a las acusaciones aducidas por mis primeros detractores16 , con lo dicho basta para mi defensa ante vosotros. El interrogatorio a Méleto El interrogatorio a Méleto Ahora, pues, toca defenderme de Méleto, el honrado y entusiasta patriota Méleto, según el mismo se confiesa, y con él, del resto de mis recientes acusadores. La acusación de corrupción Veamos cuál es la acusación jurada de éstos —y ya es la segunda vez que nos la encontramos— y démosle un texto, como a la primera. El acta diría así: "Sócrates es culpable de corromper a la juventud, de no reconocer a los dioses de la ciudad y, por el contrario, sostiene extrañas creencias y nuevas divinidades". La acusación es ésta. Pasemos, pues, a examinar cada uno de los cargos. 24c Se me acusa, primeramente, de que corrompo la juventud. Yo afirmo, por el contrario, que el que delinque es el propio Méleto, al actuar tan a la ligera en asuntos tan graves como es convertir en reos a ciudadanos honrados; abriendo un proceso so capa de hombre de pro y simulando estar preocupado por problemas que jamás le han preocupado. Y que esto sea así, voy a intentar hacéroslo ver. ¿Quién hace mejores a los hombres? Acércate17 , Méleto, y respóndeme: ¿No es verdad que es de suma importancia para ti el que los jóvenes lleguen a ser lo mejor posible? —Ciertamente. 24d —Así sea, pues, y de una vez: explica a los jueces, aquí presentes, quién es el que los hace mejores. Porque es evidente que tú lo sabes, ya que dices tratarse de un asunto que te preocupa. Y, además, presumes de haber descubierto al hombre que los ha corrompido, que, según dices, soy yo, haciéndome comparecer ante un tribunal para acusarme. Vamos, pues, diles de una vez quién es el que los hace mejores. Veo, Méleto, que sigues callado y no sabes qué decir. ¿No es esto vergonzoso y una prueba suficiente de que a ti jamás te han inquietado estos problemas? Pero vamos, hombre, dinos de una vez quién los hace mejores o peores. —Las leyes. 24e —Pero, si no es eso lo que te pregunto, amigo mío, sino cuál es el hombre, sea quien sea, pues se da por supuesto que las leyes ya se conocen. —Ah sí, Sócrates, ya lo tengo. Ésos son los jueces18 . —¿He oído bien, Méleto? ¿Qué quieres decir? ¿Que estos hombres son capaces de educar a los jóvenes y hacerlos mejores? —Ni más ni menos. —¿Y cómo? ¿Todos? ¿O unos sí y otros no? —Todos, sin excepción. 25a —¡Por Hera!, que te expresas de maravilla. ¡Qué grande es el número de los benefactores, que según tú sirven para este menester...! Y el público aquí asistente, ¿también hace mejores o peores a nuestros jóvenes? —También. —¿Y los miembros del Consejo? —Ésos también. —Veamos, aclárame una cosa: ¿serán entonces, Méleto, los que se reúnen en asamblea, los asambleístas, los que corrompen a los jóvenes? ¿O también ellos, en su totalidad, los hacen mejores? —Es evidente que sí. —Parece, pues, evidente que todos los atenienses contribuyen a hacer mejores a nuestros jóvenes. Bueno; todos, menos uno, que soy yo, el único que corrompe a nuestra juventud. ¿Es eso lo que quieres decir? —Sin lugar a dudas. —Grave es mi desdicha, si ésa es la verdad. ¿Crees que sería lo mismo si se tratara de domar caballos y que todo el mundo, menos uno, fuera capaz de domesticarlos y que uno sólo fuera capaz de echarlos a perder? 25b O, más bien, ¿no es todo lo contrario? ¿Que uno sólo es capaz de mejorarlos, o muy pocos, y que la mayoría, en cuanto los montan, pronto los envician? ¿No funciona así, Méleto, en los caballos y en el resto de los animales? Sin ninguna duda, estéis o no estéis de acuerdo, Ánito y tú. ¡Qué buena suerte la de los jóvenes si sólo uno pudiera corromperlos y el resto ayudarles a ser mejores! 25c Pero la realidad es muy otra. Y se ve demasiado que jamás te han preocupado tales cuestiones y que son otras las que han motivado que me hicieras comparecer ante este Tribunal. Pero, ¡por Zeus!, dinos todavía: ¿qué vale más, vivir entre ciudadanos honrados o entre malvados? Así pues, hombre, responde, que tampoco te pregunto nada del otro mundo. ¿Verdad que los malvados son una amenaza y que pueden acarrear algún mal, hoy o mañana, a los que conviven con ellos? —Sin lugar a duda. 25d —¿Existe algún hombre que prefiera ser perjudicado por sus vecinos, o todos prefieren ser favorecidos? Sigue respondiendo, honrado Méleto, porque, además, la ley te exige que contestes: ¿hay alguien que prefiera ser dañado? —No, desde luego. El daño hecho, ¿fue voluntario o involuntario? —Veamos pues: me has traído hasta aquí con la acusación de que corrompo a los jóvenes y de que los hago peores. Y esto, ¿lo hago voluntaria o involuntariamente? —Muy a sabiendas de lo que haces, sin lugar a duda. —Y tú, Méleto, que aún eres tan joven, ¿me superas en experiencia y sabiduría hasta el punto de haberte dado cuenta de que los malvados producen siempre algún perjuicio a las personas que tratan, y los buenos, algún bien? ¿Y me consideras en tal grado de ignorancia, que no sepa si convierto en malvado a alguien de los que trato diariamente, corriendo el riesgo de recibir a la par algún mal de su parte, y que incluso haga este daño tan grande de forma intencionada? 25e Esto, Méleto, a mí no me lo haces creer y no creo que encuentres quien lo acepte: yo no soy el que corrompe a los jóvenes y, en caso de serlo, sería involuntariamente y, por tanto, en ambos casos, te equivocas o mientes. 26a Y si se probara que yo los corrompo, desde luego tendría que concederse que lo hago de manera involuntaria. Y en este caso, la ley ordena advertir al presunto autor en privado, instruirle y amonestarle, y no, de buenas a primeras, llevarle directamente al Tribunal. Pues es evidente, que una vez advertido y entrado en razón, dejaría de hacer aquello que inconscientemente dicen que estaba haciendo... Pero tú has rehuido siempre el encontrarte conmigo, aunque fuera sólo para conversar o para corregirme, y has optado por traerme directamente aquí, que es donde debe traerse a quienes merecen un castigo y no a los que te agradecerían una corrección. Es evidente, Méleto, que no te han importado ni mucho ni poco estos problemas que dices te preocupan. ¿Existen los dioses? 26b Aclaremos algo más: explícanos cómo corrompo a los jóvenes. ¿No es — si seguimos el acta de la denuncia— enseñando a no honrar a los dioses que la ciudad venera y sustituyéndolos por otras divinidades nuevas? ¿Será, por esto, por lo que los corrompo? —Precisamente eso es lo que afirmo. 26c —Entonces, y por esos mismos dioses de los que estamos hablando, explícate con claridad ante esos jueces y ante mí, pues hay algo que no acabo de comprender. O yo enseño a creer que existen algunos dioses y, en este caso, en modo alguno soy ateo ni delinco, o bien dices que no creo en los dioses del Estado, sino en otros diferentes, y por eso me acusas o, más bien, sostienes que no creo en ningún dios y que, además, estas ideas las inculco a los demás. —Eso mismo digo: que tú no aceptas ninguna clase de dioses19 . 26d —Ah, sorprendente Méleto, ¿para qué dices semejantes extravagancias? ¿O es que no considero dioses al Sol y la Luna, como creen el resto de los hombres? —¡Por Zeus! Sabed, oh jueces, lo que dice: el Sol es una piedra y la Luna es tierra. —¿Te crees que estás acusando a Anaxágoras20 , mi buen Méleto? ¿O desprecias a los presentes hasta el punto de considerarlos tan poco eruditos que ignoren los libros de Anaxágoras el Clazomenio, llenos de tales teorías? Y, más aún, ¿los jóvenes van a perder el tiempo escuchando de mi boca lo que pueden aprender por menos de un dracma, comprándose estas obras en cualquiera de las tiendas que hay junto a la orquesta21 y poder reírse después de Sócrates si éste pretendiera presentar como propias estas afirmaciones, sobre todo y, además, siendo tan desatinadas? 26e Pero, ¡por Júpiter!, ¿tal impresión te he causado que crees que yo no admito los dioses, absolutamente ningún dios? —Sí. ¡Y también, por Zeus!: tú no crees en dios alguno. —Increíble cosa la que dices, Méleto. Tan increíble que ni tu mismo acabas de creértela. Me estoy convenciendo, atenienses, de que este hombre es un insolente y un temerario y que en un arrebato de intemperancia, propio de su juvenil irreflexión, ha presentado esta acusación. Se diría que nos está formulando un enigma para probarnos: "A ver si este Sócrates, tan listo y sabio, se da cuenta de que le estoy tendiendo una trampa, y no sólo a él, sino también a todos los aquí presentes, pues en su declaración, yo veo claramente que llega a contradecirse". 27a Es como si dijera: "Sócrates es culpable de no creer en los dioses, pero cree que los hay". Decidme, pues, si esto no parece una broma y de muy poca gracia. Examinad conmigo, atenienses, el porqué me parece que dice esto. Tú, Méleto, responde, y a vosotros —como ya os llevo advirtiendo desde el principio— os ruego que prestéis atención, evitando cuchicheos porque siga usando el tipo de discurso que es habitual en mí. 27b ¿Hay algún hombre en el mundo, oh Méleto, que crea que existen cosas humanas, pero que no crea en la existencia de hombres concretos? Que conteste de una vez y que deje de escabullirse refunfuñando. ¿Hay alguien que no crea en los caballos, pero sí que admita, por el contrario, la existencia de cualidades equinas? ¿O quien no crea en los flautistas, pero sí que haya un arte de tocar la flauta? No hay nadie, amigo mío. Y puesto que no quieres, o no sabes contestar, yo responderé por ti y para el resto de la Asamblea: ¿Admites o no, y contigo el resto, que puedan existir divinidades sin existir al mismo tiempo dioses y genios concretos? —Imposible. 27c —¡Qué gran favor me has hecho con tu respuesta, aunque haya sido arrancada a regañadientes! Con ella afirmas que yo creo en cualidades divinas, nuevas o viejas, y que enseño a creer en ellas, según tu declaración, sostenida con juramento. Luego, tendrás que aceptar que también creo en las divinidades concretas, ¿no es así? Puesto que callas, debo pensar que asientes. Y ahora prosigamos el razonamiento. ¿No es verdad que tenemos la creencia de que los genios son dioses o hijos de los dioses? ¿Estás de acuerdo, sí o no? —Lo estoy. 27d —En consecuencia, si yo creo en las divinidades, como tú reconoces, y las divinidades son dioses, entonces queda bien claro que tú pretendes presentar un enigma y te burlas de nosotros, pues afirmas, por una parte, que yo no creo en los dioses y, por otra, que yo creo en los dioses, puesto que creo en las divinidades. Y si éstas son hijas de los dioses, aunque fueran sus hijas bastardas, habidas de amancebamiento con ninfas o con cualquier otro ser — como se acostumbra a decir—, ¿quién, de entre los sensatos, admitiría que existen hijos de dioses, pero que no existen los dioses? Sería tan disparatado como admitir que pueda haber hijos de caballos y de asnos, o sea, mulos, pero que negara, al mismo tiempo, que existen caballos y asnos. 27e Lo que pasa, Méleto, es que, o bien pretendías engañarnos, probándonos con tu enigma, o que, de hecho, no habías encontrado nada realmente serio de qué acusarme. Y dudo que encuentres algún tonto por ahí, con tan poco juicio, que piense que una persona pueda creer en demonios y dioses y, al mismo tiempo, no creer en demonios o dioses o genios. Es absolutamente imposible. 28a Así, pues, creo haber dejado bien claro que no soy culpable, si nos atenemos a la acusación de Méleto. Con lo dicho, basta y sobra22 . La conducta de Sócrates Pero, como he dicho machaconamente, hay mucha animadversión contra mí, y son muchos los que la sustentan. Podéis estar seguros de que eso sí es verdad. Y eso es lo que va a motivar mi condena23 . No esas incongruencias de Méleto y Ánito, sino la malevolencia y la envidia de tanta gente. Cosas que ya han hecho perder demasiadas causas a muchos hombres de bien y que las seguirán perdiendo, pues estoy seguro de que esta plaga no se detendrá con mi condena. 28b Quizá alguno de vosotros, en su interior, me esté recriminando: "¿No te avergüenza, Sócrates, verte metido en estos líos a causa de tu ocupación, que te está llevando al extremo de hacer peligrar tu propia vida?". A éstos les respondería, y muy convencido por cierto: "Te equivocas completamente, amigo mío; un hombre con un mínimo de valentía no debe estar preocupado por esos posibles riesgos de muerte, sino que debe considerar sólo la honradez de sus acciones, si son fruto de un hombre justo o injusto. 28c Pues, según tu razonamiento, habrían sido vidas indignas las de aquellos semidioses que murieron en Troya, sobre todo el hijo de la diosa Tetis24 , para quien contaba tan poco la muerte, si había que vivir vergonzosamente; éste despreciaba tanto los peligros que, en su ardiente deseo de matar a Héctor para vengar la muerte de su amigo Patroclo, no hizo caso a su madre, la diosa, cuando le dijo: ‘Hijo mío, si vengas la muerte de tu compañero Patroclo y matas a Héctor, tú mismo morirás, pues tu destino está unido al suyo’. 28d Al contrario, tuvo a poco la muerte y el peligro y, temiendo mucho más el vivir cobardemente que el morir por vengar a un amigo, replicó: ‘Prefiero morir aquí mismo, después de haber castigado al asesino, que seguir vivo, objeto de burlas y desprecios, siendo carga inútil de la tierra, arrastrándome junto a las cóncavas naves’. ¿Se preocupó, pues, de los peligros y de la muerte?". El honor Y así debe ser, atenienses. Quien ocupa un lugar de responsabilidad, por creerse que es mejor, o bien porque allá le han colocado los que tienen autoridad, debe mantenerse firme, resistiendo los peligros, sin tener en cuenta para nada la muerte ni otro tipo de preocupaciones, excepto su propia honra. Así, pues, vergonzosa y mucho peor sería mi conducta, si yo, que siempre permanecí en el puesto que mis jefes me asignaron, que afronté el riesgo de morir, como tantos otros hicieron, obedientes a los estrategas que vosotros elegisteis en las campañas de Potidea, Anfipolis y Delión25 , ahora, que estoy plenamente convencido de que es un dios el que me manda vivir buscando la sabiduría, examinándome a mí mismo y a los demás, precisamente ahora, me hubiera dejado vencer por el miedo a la muerte o cualquier otra penuria y hubiera desertado del puesto asignado. 28e α 29a Sería, sin discusión, mucho más deshonroso, y con ello sí que me haría merecedor de que alguien me arrastrara ante los tribunales de justicia por no creer en los dioses, porque desobedecía al oráculo, por temer a la muerte y por creerme sabio sin serlo. El temor a la muerte En efecto, el temor a la muerte no es otra cosa que creerse sabio sin serlo: es presumir de saber algo que se desconoce. Pues nadie conoce qué sea la muerte ni si, en definitiva, se trata del mayor de los bienes que pueden acaecer a un ser humano. A pesar de ello, los hombres la temen como si en verdad supieran que es el peor de los males. ¿Y cómo no va a ser reprensible esta ignorancia por la que uno afirma lo que no sabe? 29b Pero yo, atenienses, quizá también en este punto me diferencio del resto de los mortales, y si me obligaran a decir en qué soy más sabio, me atrevería a decir esto: me siento más sabio porque, desconociendo lo que en verdad acaece en el Hades26 , no presumo de saberlo. Antes, por el contrario, sé y me atrevo a proclamar que es malo y vergonzoso vivir injustamente y desobedecer a un ser superior, sea dios o sea hombre. Temo, pues, los males que sé positivamente que son tales, pero las cosas que no sé si son bienes o males, no las temeré, ni rehuiré afrontarlas. Sócrates no reniega de su conducta 29c Así que, aunque me absolvierais, desestimando las acusaciones de Ánito, que ha exigido mi comparecencia ante este Tribunal y ha pedido mi condena a muerte, diciéndoos que, si salía absuelto, vuestros hijos correrían el peligro de practicar mis enseñanzas y todos caerían en la corrupción; si a mí, después de todo esto, me dijerais: "Sócrates, nosotros no queremos hacer caso a Ánito y te absolvemos, pero con la condición de que no molestes a los ciudadanos y abandones tu filosofar; si en otra ocasión te encontramos ocupado en tales menesteres, entonces te condenaremos a morir". 29d Si vosotros me absolvierais con esta condición, os replicaría: "Agradezco vuestro interés y os aprecio, atenienses, pero prefiero obedecer antes al dios que a vosotros, y mientras tenga aliento y las fuerzas no me fallen, tened presente que no dejaré de inquietaros con mis interrogatorios y de discutir sobre todo lo que me interese, con cualquiera que me encuentre, a la usanza que ya os tengo acostumbrados". Y aún añadiría: "Oh tú, hombre de Atenas y buen amigo, ciudadano de la polis más grande y renombrada por su intelectualidad y su poderío, ¿no te avergüenzas de estar obsesionado por aumentar al máximo tus riquezas y, con ello, tu fama y honores, y de descuidar las sabiduría y la grandeza de tu espíritu, sin preocuparte de engrandecerlas?". 29e Y si alguno de vosotros me lo discute y presume de preocuparse por tales cosas, no le dejaré marchar, ni yo me alejaré de su lado, sino que le someteré a mis preguntas y le examinaré, y si me parece que no está en posesión de la virtud, aunque afirme lo contrario, le haré reproches porque valora en poco o en nada lo que más estima merece, y a ello prefiere las cosas más viles y despreciables. 30a Éste será mi modo de obrar con todo aquel que se me cruce por nuestras calles, sea joven o viejo, forastero o ateniense, pero preferentemente con mis paisanos, por cuanto tenemos una sangre común. Sabed que esto es lo que me manda el dios. Enteraos bien: estoy convencido de que no ha acaecido nada mejor a esta polis que mi labor al servicio del dios. 30b En efecto, yo no tengo otra misión ni oficio que el de deambular por las calles para persuadir a jóvenes y ancianos de que no hay que inquietarse por el cuerpo ni por las riquezas, sino, como ya os dije hace poco, por conseguir que nuestro espíritu sea el mejor posible, insistiendo en que la virtud no viene de las riquezas, sino al revés, que las riquezas y el resto de bienes y la categoría de una persona vienen de la virtud, que es la fuente de bienestar para uno mismo y para el bien público. Y si por decir esto corrompo a los jóvenes, mi actividad debería ser condenada por perjudicial; pero si alguien dice que yo enseño otras cosas, se engaña y pretende engañaros. Resumiendo, pues, oh atenienses, creáis a Ánito o no le creáis, me absolváis o me declaréis culpable, yo no puedo actuar de otra manera, aunque mil veces me condenarais a morir. Sócrates se define como el tábano 30c No os pongáis nerviosos, atenienses, y dejad de alborotar, por favor, como os he repetido tantas veces, para que podáis escucharme, pues sigo convencido de que os beneficiaréis si no me interrumpís. Tengo que añadir aún algo que quizá os provoque tanto que tengáis que manifestaros gritando, pero evitadlo si podéis. Si me matáis por ser lo que soy, no es a mí a quien castigáis ni infringís el más mínimo daño, sino a vosotros mismos. Pues a mi, ni Méleto ni Ánito pueden ocasionarme ningún mal, aunque se lo propusieran. ¿Cómo pueden hacerlo, si estoy plenamente convencido de que un hombre malvado jamás puede perjudicar a un hombre justo? 30d No niego que puedan lograr mi condena a muerte, el destierro, o la pérdida de derechos ciudadanos; penas que para muchos de ellos puedan tratarse de grandes males, pero yo pienso que no lo son en modo alguno. Más bien creo que es mucho peor hacer lo que él hace ahora: intentar condenar a un hombre inocente. Por eso estoy muy lejos de lo que alguno quizá se haya creído: de que estoy intentando hacer mi propia defensa. Muy al contrario, lo que hago es defenderos a vosotros para que, al condenarme, no cometáis un error desafiando el don del dios. 30e Porque, si me matáis, difícilmente encontraréis otro hombre como yo, a quien el dios ha puesto sobre la ciudad, aunque el símil parezca ridículo, como el tábano que se posa sobre el caballo, remolón, pero noble y fuerte, que necesita un aguijón para arrearle. Así, creo que he sido colocado sobre esta ciudad por orden del dios para teneros alerta y corregiros, sin dejar de estimular a nadie, deambulando todo el día por calles y plazas. 31a Un hombre como yo no lo volveréis a encontrar, atenienses, por lo que, si me hicierais caso, me conservaríais. Si, enojados y como sobresaltados por el aguijón de un molesto tábano, dóciles a las insinuaciones de Ánito me matáis impulsivamente de una fuerte palmada, pasaréis el resto de vuestra vida tranquilos sin que nadie perturbe vuestros sueños, a no ser que el dios, preocupado por vosotros, os mande a otro como yo. La prueba de pobreza 31b Os podéis convencer de que yo soy un don del dios para esta ciudad por lo siguiente: no parece muy humano el que haya vivido descuidado de todos mis asuntos e intereses y que durante tantos años haya tenido abandonados mis bienes y, en cambio, haya estado siempre ocupándome de lo vuestro, interesándome para que cada uno se ocupe del bien y de la virtud, como si yo fuese su padre o hermano mayor. Y si de estas actividades sacara alguna ganancia o hiciera estas exhortaciones mediante paga, aún tendría algún sentido que justificaría lo que hago. 31c Pero vosotros mismos podéis comprobar que a pesar de tantos reproches acumulados contra mí por esa caterva de acusadores, no han tenido el atrevimiento de insinuar que yo haya cobrado alguna vez remuneración alguna. Y de que estoy diciendo la verdad presento al mejor y al más fidedigno de los testigos: mi pobreza y la de los míos. La voz del daimon Quizá encontréis un contrasentido el que yo me haya pasado la vida exhortando a los ciudadanos en privado y que me haya metido en tantos líos, sin haberme atrevido a intervenir en la vida pública ni a participar en vuestras asambleas por el bien de la ciudad. La explicación está en lo que me habéis oído decir tantas veces y en tan diversos sitios: se da en mí una voz, manifestación divina o de cierto genio27 , que me sobreviene muchas veces. Incluso se habla de ella en la acusación de Méleto, despectivo. aunque sea en tono 31d Es una voz que me acompaña desde la infancia y se hace sentir para desaconsejarme algunas acciones, pero jamás para impulsarme a emprender otras. Ésta es la causa que me ha impedido intervenir en la política, cosa que me ha desaconsejado, creo yo, muy razonablemente. Porque lo sabéis muy bien: si me hubiera metido en política, hace tiempo ya que estaría muerto y, así, no habría sido útil, ni a vosotros, ni a mí mismo. El apartamiento de la política 31e Y no os irritéis contra mí porque os diga la verdad, una vez más. No hay nadie que pueda salvar su vida, si se opone con valentía a vosotros o a cualquier otra asamblea y se empeña en impedir las múltiples injusticias e irregularidades que se cometen en cualquier ciudad. En consecuencia, quien quiera luchar por la justicia debe tener muy presente, si quiere vivir muchos años, que se conforme con una vida retirada y que no se ocupe de los asuntos públicos. 32a Y voy a daros pruebas contundentes de ello, no con palabras, sino con lo que tiene mayor fuerza ante cualquier auditorio, con los hechos. Dejadme contaros un episodio de mi vida, que pondrá de manifiesto que yo nunca cedería a la injusticia por temor a la muerte y que el miedo a morir es impotente para hacerme desistir de algo que sea contrario a la justicia. Os voy a relatar cosas tal vez pesadas y aburridas, a la manera de los abogados, pero todas ciertas. El caso de las Arginusas 32b Yo no he ejercido cargos públicos más que en una ocasión: fui miembro del Consejo28 cuando mi tribu, la de Antióquida, presidía el juicio contra los diez estrategas que no habían recogido los cuerpos de los soldados caídos en la batalla de Arginusa29 ; vosotros queríais juzgarlos a todos juntos, lo cual estaba en contra de nuestras leyes, como después se demostró. Entonces yo solo y en contra de todos los Prítanos, me opuse a que hicierais algo en contra de la ley y voté en contra de todos. 32c Y a pesar de que los oradores, alentados por vuestras protestas y vuestro apasionamiento, exigían abrirme un proceso para llevarme ante los tribunales, creí que era mucho mejor estar de parte de la ley y de la justicia, aunque eso me supusiera graves peligros, que ponerme de vuestra parte en busca de seguridades, si por ello debía ir en contra de la justicia o era movido por el temor de la muerte o del encarcelamiento. Esto ocurrió cuando Atenas era gobernada por un régimen democrático. El caso de León de Salamina Más tarde, bajo el régimen oligárquico de los Treinta30 , fui requerido, juntamente con otros cuatro, a que me presentara en el Tolos; allí nos ordenaron que fuéramos a Salamina para buscar a León, el estratega, y colaborar así en su muerte. Misiones de este tipo encomendaban a muchos otros para comprometer a cuantos más pudieran en su criminal gestión de gobierno. 32d Y entonces volví a demostrar, no con palabras, sino con los hechos, que la muerte, lo digo sin ambages, no me importa lo más mínimo, mientras que no cometer acciones injustas es para mí lo más importante. Ni siquiera aquel régimen, que presumía de duro, y en verdad lo era, pudo doblegarme para que cometiera un acto injusto. Cuando salimos del Tolos, los otros cuatro se dirigieron a Salamina para cumplir tan injusta orden y traer a León, pero yo me fui tranquilamente a mi casa. Por este motivo es muy posible que ya hubiera encontrado entonces la muerte, pero aquel régimen cayó poco después. De todo esto muchos de vosotros sois testigos. La tarea educativa 32e Y bien: ¿acaso creéis que yo hubiera vivido muchos años si me hubiera dedicado a la política, si, portándome como es propio de quien antepone su honradez a sus intereses, hubiera hecho de la defensa de la justicia mi compromiso, poniéndolo, como debe ser, por encima de todo? Ni mucho menos, atenienses, como tampoco ningún otro que lo intente de esta manera. 33a Pero yo, durante toda mi vida, tanto en las cuestiones de interés público en que he intervenido como en las privadas, he sido siempre el mismo y jamás he actuado contra la justicia, ni les he permitido hacerlo a los que mis acusadores denominan mis discípulos, ni a los demás. 33b Pero, aunque jamás he sido maestro de nadie, si alguien, joven o mayor, ha sentido deseos de oírme u observarme, nunca se lo he rehusado. No soy hombre que hable por dinero o que calle si me lo dan. Estoy a total disposición tanto del rico como del pobre, para que me pregunten cuanto deseen, y todos podéis contrastar lo que digo. Jamás me he negado a dialogar. Y si alguno, por todo ello, se convierte en un hombre mejor o peor, no se me adjudique a mí el mérito ni la culpa, ya que jamás prometí a nadie ningún tipo de enseñanza ni de hecho la impartí. Por ello, si alguien dice que ha aprendido algo porque ha recibido lecciones mías, sean particulares o públicas, podéis estar seguros que os está mintiendo. 33c Pero me preguntaréis: "¿Por qué a las personas les gusta conversar conmigo?". Ya os los he dicho, atenienses, y ésta es la única verdad: les resulta intrigante ver cómo interrogo a los que presumen de sabios, pero que de hecho no lo son. Sostengo que ése es el mandato que he recibido del genio, en sueños, por medio de oráculos o por cualquiera de los medios normales de los suele servirse un dios para asignar a un hombre una misión. Ésa es la verdad y no es nada difícil probarla. 33d Pues si yo hubiera dejado una estela de jóvenes corrompidos, y aún ahora los fuera corrompiendo, es natural que alguno, o todos, estarían aquí presentes para acusarme y exigir el castigo; y si ellos no se atreviesen, sus padres o hermanos vendrían en su lugar, por considerar que se ha causado daño a alguien de su familia. Testimonio de los familiares 33e Por el contrario, veo a muchos de ellos sentados entre vosotros: primero a Critón, de mi misma edad y del mismo demos, padre de Critóbulo, también aquí presente; después a Lisanias, del distrito de Esfeto, padre de Esquines, que está aquí también; ved a Antifonte, del distrito de Cefisia, padre de Epigenes, y a esos otros cuyos hermanos han estado presentes en las conversaciones aludidas: Nicóstrato, hijo de Teozótides, y hermano de Teódoto —Teódoto murió y, por tanto, no puede testimoniar—; Paralio, hijo de Demódoco, cuyo hermano era Téages; Adimanto, hijo de Aristón, hermano de Platón, ahí presente, y Ayantodoro, hermano de Apolodoro, ahí presente31 . 34a Y podría citaros a muchos más, que incluso el propio Méleto hubiera podido presentar como testigos de su pleito, y si no lo hizo por descuido o por olvido, que lo haga ahora, a ver si encuentra a alguien que corrobore alguno de sus puntos. Pero comprobaréis todo lo contrario, atenienses: todos están dispuestos a declarar a favor del que ha sido su corruptor, el que ha destrozado sus familias, según Ánito y Méleto aseguran. 34b Cabría la posibilidad de que los ya corrompidos tuvieran alguna secreta razón para auxiliarme y compartir mi responsabilidad, pero los no corrompidos y que tienen más edad que ellos, sus parientes, ¿qué motivos pueden tener para ayudarme, sino que Ánito y Méleto están mintiendo y que yo estoy en la verdad? Ya he dicho bastante, atenienses. Todo lo que pueda añadir en defensa propia no añadiría nada a lo ya expuesto; podría añadir otras cosas pero, más o menos, serían del mismo estilo32 . Sócrates se niega a emplear recursos sentimentales 34c Quizá alguno se indigne al recordar que en otros casos de menos monta el acusado rogó y suplicó a los jueces con lágrimas, haciendo comparecer ante el Tribunal a sus hijos para despertar compasión, y si se terciaba, a sus parientes y familiares33 , mientras que yo, en cambio, no hago ninguna de estas cosas, a pesar de que estoy corriendo, como se ve, el mayor de los peligros. 34d Puede ser que alguno, recordando esos casos, tome hacia mí una actitud de despecho e, irritado por mi forma de actuar, deposite su voto con cólera. Pues bien: si en alguno de vosotros se da esta situación (no afirmo que se dé, sólo analizo esta posibilidad), ya tengo preparada la respuesta. "Amigo mío —le diría—, también yo tengo una familia y también puedo aplicarme aquello de Homero: ‘No he nacido ni de una encina ni de las rocas’, sino de hombres. Tengo familiares e, incluso, tres hijos, uno adolescente y dos de corta edad. Y, sin embargo, a ninguno de ellos permitiré que suba a este estrado para suplicar vuestro voto absolutorio". 34e ¿Por qué no quiero hacer nada de todo esto? No es por fanfarronería ni, mucho menos, por falta de consideración hacia vosotros. Que después afronte la muerte con firmeza o con flaqueza, ésa es otra cuestión. Pero, por mi buen nombre y por el vuestro, que es el de nuestra ciudad, a mi edad no me parece honrado echar mano de ninguno de estos recursos, y menos todavía frente a la opinión generalizada de que Sócrates se diferencia de la mayoría de los hombres. 35a Si alguno de los que destacan por su valentía o por su inteligencia o por cualquier otra virtud se comportase de este modo, cosa fea sería. Alguna vez he visto a algunos de los que son considerados importantes, cuando se les está juzgando y temen sufrir alguna pena o la misma muerte: su conducta me resulta inexplicable, pues parece que están convencidos de que, si logran que no se les condene a muerte, después ya serán por siempre inmortales. 35b Éstos son la deshonra y el oprobio de nuestra ciudad, porque pueden hacer creer a los extranjeros que los ciudadanos que distinguimos con honores y que elegimos para que ocupen las magistraturas no se diferencian en nada de las mujeres. Esas escenas, atenienses, no debemos hacerlas los que tenemos cierto prestigio, y en caso que ocurran, vosotros no debéis permitirlas: más bien debéis estar dispuestos a demostrar que condenaréis a quien ofrezca el triste espectáculo de suplicar la compasión de sus jueces, dejando en ridículo a la ciudad. 35c Pero, aparte de la cuestión de mi buen nombre, tampoco me parece digno suplicar a los jueces y salir absuelto por la compasión comprada; hay que limitarse a exponer los hechos y tratar de persuadir, no de suplicar. Pues el jurado no está puesto para repartir la justicia como si de favores se tratara, sino para decidir lo que es justo en cada caso; y los que tienen que juzgar han jurado interpretar rectamente las leyes, no favorecer a los que les caigan bien. 35d Por tanto, no podemos permitirnos el perjurio a nosotros mismos, ni a los demás, porque nos convertiríamos en reos de impiedad. No esperéis, pues, de mí que recurra a artimañas o acciones que no sean rectas ni justas, y menos ahora, ¡oh, por Zeus!, que estoy aquí acusado de impiedad por Méleto. Pues es evidente que si con súplicas llegara a convenceros u os forzara a faltar a vuestro juramento, os enseñaría a pensar que no hay dioses y, así, con mi defensa, lo que haría de hecho sería condenarme a mí mismo por no creer en los dioses. Pero no es así, ni mucho menos: yo creo en los dioses, como cualquiera de mis acusadores. Por eso, atenienses, dejo en vuestras manos y en las de los dioses el decidir lo que va a ser mejor para mí y para vosotros. Segunda parte Sócrates es declarado culpable Comentario de la sentencia 35e No me ha sorprendido ni indignado, oh atenienses, esta condena que acabáis de sellar con vuestro voto. 36a Entre otras muchas razones, porque no me ha resultado inesperada; más bien me sorprende que haya habido un número tan elevado de votos a mi favor; no sospechaba que se resolvería así, sino que esperaba muchos más votos en mi contra. Podéis ver que los resultados se habrían trastocado si sólo treinta34 personas más hubieran votado mi absolución. Por de pronto, de la acusación de Méleto, según las cuentas que yo me he hecho, he quedado plenamente absuelto; no sólo eso: sin la comparecencia de Ánito y Licón, parece evidente que Méleto habría sido condenado a pagar la multa de mil dracmas por no haber alcanzado la quinta parte de los votos exigidos. La contrapropuesta La contrapropuesta 36b Ahora, este hombre propone la pena de muerte para mí. Bien, ¿y qué contrapropuesta os voy a hacer, atenienses35 ? Ciertamente, voy a proponer la que creo merecer. ¿Que cuál es? ¿Qué pena o castigo tengo que sufrir por haberme empeñado tozudamente en no querer una vida tranquila y cómoda, por descuidar lo que preocupa a la mayoría de las personas -sus bienes, sus intereses personales, la dirección de los ejércitos, los discursos en la Asamblea, el ejercicio de cargos públicos-, por permanecer neutral ante coaliciones y revueltas, por considerar que soy demasiado honrado para poder salir ileso si intervengo en la política? 36c Jamás me he ocupado de cosas que no pudieran reportar alguna utilidad a vosotros o a mí, y siempre he preferido hacer el máximo bien a cada uno, tratando de convencerle de que aplicara sus energías a buscar la sabiduría antes que sus propios intereses, y que se ocupara del Estado antes que de los intereses del Estado, y que así procediera en todos los asuntos. Mantenimiento a costa del estado 36d Ahora bien, ¿qué debo sufrir por todo esto? Ciertamente, algún bien, atenienses, si de verdad hay que ser ecuánimes y actuar con arreglo a los merecimientos. ¿Y qué bien puede ser más apropiado para un pobre benefactor que necesita todo el tiempo posible para dar consejos a sus conciudadanos? Sin duda sólo hay una recompensa que haga justicia a esos merecimientos: mantenerle a costa del Estado en el Pritaneo36 , y con mayores merecimientos que cualquiera de los ganadores de alguna carrera de caballos o de carros por parejas o de cuadrigas que se celebran en Olimpia. 36e Pues mientras éstos os hacen creer que os dan la felicidad, yo os hago felices de verdad y, por otro lado, ellos no necesitan vuestras pensiones y yo sí. En resumen, si de verdad debo proponer la condena que merezco según la justicia, ésa es la que propongo: ser mantenido a costa del Estado en el Pritaneo. ¿Cuál sería el castigo justo? 37a Tal vez al oír esta proposición y ver el tono que uso, se repita en vosotros la misma impresión que cuando hablaba de recurrir a lágrimas y súplicas: que os parezca arrogante mi comportamiento. Pero no es esta mi intención, atenienses; ésta es la única verdad: no tengo conciencia de haber hecho nunca voluntariamente mal a nadie, aunque no he podido convenceros a la mayoría de vosotros, porque no ha habido tiempo suficiente para ello. 37b Pues creo que si entre vosotros fuera ley lo que es costumbre en otros pueblos, es decir, en cuestiones de pena capital no dictar sentencia en el mismo día del juicio, sino uno o varios días después, estoy persuadido de que os lograría convencer; pero ahora no es fácil rechazar tan graves cargos en tan corto espacio de tiempo. Estando convencido, como estoy, de no haber hecho mal a nadie injustamente, es lógico que tampoco me lo haga a mí mismo hablando como si mereciera un castigo o me condenara a mí mismo. 37c ¿Qué tengo que temer? ¿Tal vez sufrir lo que Méleto propone contra mí, cosa que, repito, aún no sé si es un bien o un mal? ¿Voy a decantarme hacia las cosas que sé que son malas y proponer contra mí algún castigo concreto? ¿Tal vez la cárcel? ¿Y por qué tengo que encerrarme en una cárcel, a merced de los que vayan ocupando anualmente el cargo de los Once, que son los vigilantes? ¿O debo tal vez proponer una multa y prisión hasta que no haya pagado el último plazo? Estamos en lo mismo: debería estar siempre en la cárcel, pues no tengo con qué pagar. 37d ¿Me condenaré al exilio? Quizá sea ésta la pena que a vosotros más os satisfaga37 . Pero debería estar muy apegado a la vida y muy ciego para no ver que si vosotros, mis paisanos, no habéis podido soportar mis interrogatorios ni mis tertulias, sino que os han resultado molestos hasta el extremo de querer libraros de ellos, ¿cómo voy a esperar que unos extraños los soporten con más generosidad? 37e Es evidente que no lo soportarían, atenienses. Y, ¡vaya espectáculo el mío! A mis años escapando de Atenas, vagando de ciudad en ciudad, convirtiéndome en un pobre desterrado. Bien sé que en cualquier parte vendrían los jóvenes a escucharme con agrado, igual que aquí. Pero si los rechazara, serían ellos los que rogarían a sus ancianos que me exiliaran de su ciudad, y si los acogiera, serían sus padres y familiares los que no pararían hasta hacerme la vida imposible y tendría que volver a huir. Oigo la voz de alguien que me recomienda: "Pero Sócrates, ¿no serás capaz de vivir tranquilamente, en silencio, lejos de nosotros?". Éste es el sacrificio mayor que podéis pedirme, pues se trataría de desobedecer al dios y yo jamás podría quedarme tranquilo si renunciara a mi misión. 38a Y aunque no me creáis y penséis que hablo con evasivas, debo deciros que el mayor bien para un humano es mantener los ideales de la virtud con sus palabras y tratar de los diversos temas, examinándome a mí mismo y a los demás, pues una vida sin examen propio y ajeno no merece ser vivida por ningún hombre, me creáis o no. Las cosas son así, aunque sé lo difícil que es convenceros. Oferta de una multa 38b Tampoco soy de los que aceptan con agrado condenas injustas. Si me sobrara el dinero, me habría puesto una multa soportable, que no representara un perjuicio para mí. Pero como no lo tengo, sois vosotros los que debéis tasar la multa. Tal vez, rebuscando, podría pagaros hasta una mina de plata38 . Ésta es la suma que os propongo. Algunos de los presentes, como Platón, Critón y Critóbulo, me instan a elevar la multa hasta treinta minas, de las que ellos se hacen fiadores. Propongo, pues, esta nueva suma. Y tendréis en ellos a unos fiadores de total solvencia. Tercera parte Sócrates es condenado a muerte Valoración de la sentencia 38c Por no querer aguardar un poco más de tiempo, os llevaréis, atenienses, la mala fama de haber hecho morir a Sócrates39 , un hombre sabio, pues para avergonzaros os dirán que yo era un sabio, aunque no lo soy. Si hubierais esperado un poquito más, habría llegado el mismo desenlace, aunque de un modo natural; considerad la edad que tengo y cuán recorrido tengo el camino de la vida y qué cercana ronda la muerte. Lo dicho no va para todos, sino sólo para los que me habéis condenado a morir. 38d Y a éstos aún tengo algo más que decirles: quizá penséis, atenienses, que he sido condenado por falta de razones o por la pobreza de mi discurso; me refiero a la clase de discurso que no he usado, aquel que se sirve de todo tipo de recursos con tal de escapar del peligro. Nada más lejos de la realidad. Sí, me he perdido por una carencia, pero no de palabras, sino de audacia y osadía40 , y por negarme a hablar ante vosotros de la manera que os hubiera gustado, entonando lamentaciones y diciendo otras muchas cosas indignas e inesperadas en mí, aunque estéis acostumbrados a oírlas en otros. 38e Pero yo nunca he creído que hacía falta llegar a la deshonra para evitar los peligros, y ahora no me arrepiento de haberme defendido así; pues prefiero morir por haberme defendido como lo he hecho que vivir recurriendo a medios indignos en mi defensa. 39a Es evidente que muchos en los combates se escapan de la muerte porque abandonan sus armas e imploran el perdón de los enemigos. Todos los peligros pueden evitarse de muchas maneras, sobre todo por quienes están dispuestos a claudicar. Pero lo más difícil no es escapar de la muerte, sino evitar la maldad, que corre mucho más deprisa que la muerte. 39b A mí, que ya soy viejo y ando algo torpe, me ha pillado la muerte, mientras que mis acusadores, que aún son jóvenes y ágiles, van a ser atrapados por la maldad. Yo voy a salir de aquí condenado a muerte por vuestro voto, pero vosotros marcharéis llenos de maldad y vileza, acusados por la verdad. Yo me atengo a mi condena, pero vosotros deberéis soportar también la vuestra. Tal vez así tenían que suceder las cosas; y pienso que así están bien, tal como están. La predicción 39c Ahora dejadme predecir lo que os va a suceder a vosotros que me habéis condenado, pues estoy a punto de morir y en estos momentos es cuando los hombres están más dotados del don de profetizar41 . Os predigo que después de mi muerte caerá sobre vosotros, ¡por Zeus!, un castigo mucho más duro que el que me acabáis de infringir. Me habéis condenado con la esperanza de quedar libres de responder de vuestros actos, pero os profetizo que las cuentas os van a salir muy al revés: cada día aumentará el número de los que exijan explicación de vuestros actos, a quienes hasta ahora yo he podido contener, aunque vosotros no lo advertíais, y tanto más duros serán cuanto más jóvenes y, por ello, más exigentes; por eso viviréis aún mucho más enojados. 39d Estáis muy equivocados si creéis que la mejor manera de desembarazaros de los que os recriminan es matarlos. No es éste el modo más honrado de cerrar la boca a quienes os inquietan; hay otro mucho más fácil: no perjudicar a los demás y mejorar la propia conducta en todo lo posible. 39e Con estas predicciones, como si fueran de un oráculo, me despido de los que han votado mi muerte. Y ahora quiero dirigirme a quienes me han absuelto, conversando sobre lo que aquí ha sucedido, a la espera de que los magistrados acaben de trajinar con estos asuntos y me conduzcan al lugar donde debo esperar la muerte. 40a Permaneced, atenienses, conmigo el tiempo que esto dure, pues nada nos impide platicar. Querría comentar con vosotros, como amigos que sois, mi interpretación de lo que acabamos de vivir. El último mensaje El último mensaje ¡Oh jueces!, y os llamo jueces con toda propiedad, por haberlo sido conmigo. Algo sorprendente me ha sucedido hoy: aquella voz del daimon, que antes se me presentaba con tanta frecuencia para oponerse a cuestiones, incluso mínimas, si creía que iba a actuar a la ligera, hoy no me ha alertado de la presencia de ningún mal, a pesar de que me he encontrado con la muerte, que según la mayoría es lo peor que puede ocurrir a una persona. 40b Ni al salir de casa esta mañana, ni cuando subía al Tribunal, ni en ningún momento de mi apología me ha impedido seguir hablando, dijera lo que dijera, cuando en otras ocasiones llegó a quitarme la palabra en mitad del razonamiento, según lo que estuviera hablando. ¿Cómo se explica todo esto? Dejadme daros mi interpretación: considero esto una prueba de que lo que me acaba de suceder es para mí un bien y que, por tanto, no son válidas nuestras conjeturas cuando consideramos la muerte como el peor de los males. Ésta es la razón de más peso para convencerme de ello; de lo contrario, si lo que me iba a ocurrir fuera un mal y no un bien, esa voz del genio se habría opuesto al curso de los acontecimientos. ¿Qué es la muerte? 40c Todavía puedo añadir nuevas razones para convenceros de que la muerte no es una desgracia, sino una ventura. Una de dos: o bien la muerte nos deja reducidos a la nada, sin posibilidad de ningún tipo de sensación, o bien, de acuerdo con lo que algunos dicen, simplemente se trata de un cambio o mudanza del alma de este lugar hacia otro. 40d Si la muerte es la extinción de todo deseo y como una noche de sueño profundo, pero sin ensoñaciones, ¡qué maravillosa ganancia sería! En mi opinión, si nos obligaran a escoger entre una noche sin sueños pero plácidamente dormida, y otras noches con ensoñaciones u otros días de su vida; si después de una buena reflexión tuviéramos que decidir qué días y qué noches han sido los más felices, pienso que todos, y no sólo cualquier persona normal, sino incluso el mismísimo rey de Persia42 , encontrarían pocos momentos comparables con la primera. 40e Si la muerte es algo parecido, sostengo que es la mayor de las ganancias, pues toda eternidad se nos aparece como una noche de ésas. Por otro lado, si la muerte es una simple mudanza de lugar y si, además, es cierto lo que cuentan, que los muertos están todos reunidos, ¿sois capaces, oh jueces, de imaginar algún bien mayor? 41a Pues, al llegar al reino del Hades, liberados de los que aquí se hacen llamar jueces, nos encontraremos con los auténticos jueces, que, según cuentan, siguen ejerciendo allí sus funciones: Minos, Radamanto, Éaco y Triptólemo, y toda una larga lista de semidioses que fueron justos en su vida. ¿Y qué me decís de poder reunirnos con Orfeo, Museo, Hesíodo y Homero43 ? ¿Qué no pagaría cualquiera por poder conversar con estos héroes? En lo que a mí se refiere, mil y mil veces prefiero estar muerto, si tales cosas son verdad. 41b ¡Qué maravilloso sería para mí encontrarme con Palamedes44 , con Ayax, hijo de Telamón, y con todos los héroes del pasado, víctimas también ellos de otros tantos procesos injustos! Aunque sólo fuera para comparar sus experiencias con las mías, ya me daría por satisfecho. Mi mayor placer sería pasar los días interrogando a los de allá abajo, como he hecho con los de aquí durante mi vida terrena, para ver quiénes entre ellos son auténticos sabios y quiénes creen que lo son, sin serlo en la realidad. 41c ¿Qué precio no pagaríais, oh jueces, para poder examinar a quien condujo aquel numeroso ejército contra Troya, o a Odiseo o Sísifo45 , o a tantos hombres y mujeres que ahora no puedo ni citar? Estar con ellos, gozar de su compañía e interrogarlos, ése sería el colmo de mi felicidad. En cualquier caso, creo que en el Hades no me llevarían a juicio ni me condenarían a muerte por ejercer mi oficio. Ellos son, allá, mucho más felices que los de aquí, entre otras muchas razones, por la de ser inmortales, si es verdad lo que se dice. 41d Vosotros también, oh jueces míos, debéis tener buena esperanza ante la muerte y convenceros de una cosa: que no hay mal posible para un hombre de bien, ni durante esta vida, ni después en el reinado de la muerte, y que los dioses jamás descuidan los asuntos de los hombres justos. Lo que me ha sucedido a mí no es fruto de la causalidad; al contrario, veo claramente que morir y quedar libre de ajetreos era lo mejor para mí. Por esa razón en ningún momento me ha disuadido la voz del genio; también por esa razón yo no estoy enojado contra mis acusadores ni contra los que me han condenado, aunque ninguno de ellos quería hacerme un bien, sino un mal, lo que les echo en cara. Petición por los hijos 41e Y ahora debo pediros un último favor: cuando mis hijos se hagan mayores, atenienses, castigadles, como yo os he incordiado durante toda mi vida, si pensáis que se preocupan más de buscar riquezas o negocios que de la virtud. Y si presumen de ser algo, sin serlo de verdad, reprochádselo como yo os he reprochado, y exigidles que se cuiden de lo que deben y que no se den importancia, cuando en realidad nada valen. Si hacéis esto, ellos y yo habremos recibido merecemos. el trato que 42a No tengo nada más que decir. Ya es la hora de partir: yo a morir, vosotros a vivir. ¿Quién va a hacer mejor negocio, vosotros o yo? Cosa oscura es para todos, salvo, si acaso, para el dios. Notas del prólogo de Alejandro G. Vigo [1] Cf. Jaeger (1957) p. 389. << [2] Un buen tratamiento del conjunto del problema relativo a las fuentes de nuestro conocimiento de Sócrates se encuentra en Guthrie (1988) p. 313-361. << [3] Cf. Görgemanns (1994) p. 45. Para los cargos formulados por Polícrates y su relación con la acusación de Méleto véase Eggers Lan (1966) p. 16 ss. << [4] Una tabla cronológica de los escritos platónicos se encuentra en Gómez-Lobo (1997) p. 80 ss. Para el estado de la cuestión relativa a la datación de los escritos platónicos puede verse Brandwood (1992). << [5] Para la cuestión de la historicidad de la Apología platónica véase BrickhouseSmith (1989) p. 2 ss.; de Strycker-Slings (1994) p. 1 ss. Véase también Guthrie (1990) p. 79-85. << [6] << Cf. Brickhouse-Smith (1989) p. 26. [7] Véase Riddell (1867) p. iv-vi; Brickhouse-Smith (1989) p. 26. El número habitual, según las fuentes, era de 500. Pero, sobre la base de datos referidos a épocas algo posteriores, los estudiosos suelen fijar el número más bien en 501, en la idea de que debía tratarse de un número impar, a fin de evitar la posibilidad de empate. << [8] En cambio, Jenofonte afirma que los amigos de Sócrates participaron en la defensa (cf. Apología 22). << [9] Véase abajo ... (a completar tras lectura). << [10] << Así lo sugiere Riddell (1867) p. VII. [11] El concepto de impiedad en el mundo clásico, siendo así compartido tanto por griegos como por romanos, no coincide con el correspondiente actual más extendido (hecho no piadoso, o cualidad de la persona no piadosa). Así pues, el hombre pío griego y romano (pius en latín) es aquel hombre que cumple con los tres elementos que harán de éste un auténtico griego o romano, respectivamente: los dioses, la patria y la familia. [Nota del editor] << [12] El contraste entre la actitud corporizada por Sócrates y el trasfondo de la religiosidad tradicional ha sido nítidamente elaborado por H. G. Gadamer en un excelente estudio. Véase Gadamer (1990). El componente religioso de la actitud de Sócrates ha sido enfatizado por Mondolfo (1963) p. 24 ss. << [13] Para una lúcida discusión crítica de las principales paradojas de la posición socrática con relación al conocimiento véase ahora Carone (1997). Sobre el tema de la declaración socrática de ignorancia véase también Vlastos (1994) p. 39-66, 67-88. << [14] Realmente, el prólogo tan magníficamente elaborado por el doctor Alejandro G. Vigo incluye un nuevo punto, siendo éste el cuarto y estando titulado "La presente traducción". De tal forma, al usar para esta edición una traducción distinta de la obra platónica con respecto a la incluida en la versión de G. Vigo, se ha creído conveniente suprimir dicho apartado. Para consultarlo, véase este enlace, el cual conduce a la versión de la obra de G. Vigo almacenada en el servicio Google Books. A pesar de que en un principio pueda aparecer la página del libro enlazada como no disponible, si se avanza y retrocede un par de veces, podrá visualizarse correctamente. << Notas de la obra [0] Probablemente este lugar inicial es el propio para indicar al lector que la numeración marginal, con cifras subdivididas en párrafos a-e, responde a las páginas o partes de ellas de la antigua edición platónica de Enrique Estéfano (París, 1578). << [1] Sócrates pretexta una razón cronólogica para hablar, primeramente, sobre los que han creado en la ciudad una imagen en la que se apoyan sus acusadores reales. Esta distinción entre primeros acusadores, que legalmente no existen, y últimos acusadores articula la primera parte de la Apología. << [2] Se refiere a Aristófanes, quien lo ridiculizó en varias de sus obras. << [3] La llama acusación, comparándola con la acusación legal. Tampoco el contenido de esta última puede ser referido a la verdadera personalidad de Sócrates, según él mismo ha indicado en sus primeras palabras ante los jueces. << [4] Sócrates resume los conceptos vertidos sobre él durante muchos años y les da la forma de una acusación. Se trata de burdas ideas, que calan bien entre los ignorantes, en las que se mezclan conceptos atribuibles a los filósofos de la naturaleza con los propios de los sofistas, en todo caso poco piadosos. Con estas ideas aparece Sócrates representado en las Nubes de Aristófanes. << [5] Ésta era la práctica habitual que enseñaban los sofistas quienes recibían una remuneración por sus enseñanzas. El objetivo no era encontrar la verdad sino construir argumentos sólidos para cualquier causa. << [6] Esta afirmación es también importante para distinguir a Sócrates de los sofistas. No profesa la enseñanza ni cobra por dejarse oír, lo que sí hacen aquéllos. << [7] En la Apología procura Platón ser muy escrupuloso en cuanto a las referencias de personas que, con certeza, aún vivían en la fecha del proceso. Al citar aquí a tres famosos sofistas, omite el nombre del creador y gran impulsor de la sofística: Protágoras de Abdera, que había muerto en 415. - Gorgias de Leontinos era el representante del Occidente griego en la sofística. Es, sin duda, el sofista más calificado después de Protágoras. Alcanzó una gran longevidad, pues debía de ser unos quince años mayor que Sócrates y murió algunos años después que él. Es un personaje muy interesante en otros muchos aspectos del pensamiento, pero sobre todo lo es por la manifiesta influencia de su estilo desde finales del siglo V. Esta influencia fue decisiva en la retórica y en la prosa artística. Su más caracterizado discípulo fue Ióócrates. - Pródico era jonio, de Yúlide de Ceos. Distinguido discípulo de Protágoras. Era hombre de poca salud y escasa voz, según lo presenta Platón en el Protágoras. Practicó sobre todo las distinciones léxicas, especialmente la sinonimia. Poco más joven que Sócrates, vivía aún, como los tres citados, a la muerte de éste. - Hipias de Élide es el más joven de los tres citados. Aunque no es comparable en méritos con Protágoras y Gorgias, es una personalidad muy interesante. Platón ha escrito dos diálogos en que Hipias es interlocutor de Sócrates. Es discutida la autenticidad del Hipias Mayor. << [8] Rico ateniense, veinte años más joven que Sócrates, cuya liberalidad para con los sofistas muestra Platón en el Protágoras. << [9] Eveno de Paros era poeta y sofista. Citado también por Platón en el Fedón y en el Fedro. << [10] Según otras traducciones, "fama", aunque en el sentido de una opinión generalizada que no responde a la realidad. << [11] Querefonte, cuya relación con Sócrates queda descrita, admiraba a éste profundamente. Aristófanes, en Las Nubes, hace figurar el nombre de ambos al frente del Pensatorio, palabra inventada por Aristófanes, también traducida como Pensadero, una especie de escuela donde enseñarían, por dinero o cosas de valor, los sofistas Sócrates y su amigo Querefonte. << [12] El famoso santuario de Apolo, de prestigio panhelénico y, también, entre los no griegos. La pitonisa, "pythía", que tenía un papel secundario en la jerarquía délfica, pronunciaba en trance frases inconexas que eran interpretadas por los sacerdotes. << [13] Pone su esfuerzo en la comparación de su viaje con los Doce trabajos de Heracles. << [14] Sócrates desea aclarar la diferencia entre conocer la verdad y conocer lo que no es verdad. << [15] No se refleja en la traducción un anacoluto sí presente en el texto griego original, cuya posible traducción es la que sigue: "Y parece que éste habla de Sócrates, se sirve de mi nombre poniéndome como ejemplo, como si dijera...". << [16] Termina aquí Sócrates la parte dedicada a explicar las causas de la falsa opinión que la gente tiene de él. A todos los que la han creado, bien dando origen a ella, bien difundiéndola intencionada o inintencionadamente, los llama "primeros detractores", para distinguirlos de los que realmente presentaron la acusación, cuyo texto se cita a continuación, en La acusación de corrupción. << [17] El acusado podía interrogar al acusador y presentar testigos. Durante la intervención de éstos no contaba el tiempo asignado al acusado para su defensa. << [18] Los jueces lo eran por sorteo entre los ciudadanos. Lo mismo sucedía con los miembros del Consejo. Los asistentes a la Asamblea eran todos los ciudadanos en plenitud de sus derechos. << [19] Aquí es donde Méleto cae en su contradicción fundamental. << [20] La fama de Anaxágoras debía de ser grande, puesto que, por estas fechas, hacía ya 29 años que había muerto en Lámpsaco. Había vivido muchos años en Atenas en el círculo de Pericles. Aunque Sócrates, en sus comienzos, se había interesado por el pensamiento de Anaxágoras, cuyas ideas le eran perfectamente conocidas, aprovecha esta ocasión para precisar que su pensamiento no tiene relación con el de los filósofos de la naturaleza. << [21] Probablemente un lugar en el ágora en el que se ejercía el comercio de libros. No se trata de la orquestra del teatro. << [22] Con estas palabras, da por terminada Sócrates su defensa frente a la acusación real presentada contra él. El resto del tiempo concedido para la defensa lo va a dedicar a justificar su forma de vida y a demostrar que es beneficiosa para la ciudad y digna de ser seguida por todos los hombres. << [23] n esta frase se puede apreciar claramente cómo Sócrates sabía de antemano que sería condenado. << [24] Aquiles, que conociendo que debía morir inmediatamente después de Héctor, obró como se indica a continuación. Las palabras de Tetis y de Aquiles, citadas en la Apología responden resumida y aproximadamente a Ilíada XVIII 96-104. Los héroes homéricos tenían valor de ejemplaridad entre los griegos. << [25] Potidea, Anfípolis y Delión son batallas en las que luchó Sócrates como hoplita y que tuvieron lugar, respectivamente, en 429, 422 y 424. Aunque para su presencia en Potidea y Delión hay otros testimonios, la referencia a Anfípolis se encuentra sólo aquí. Sócrates tenía a gala no haber abandonado Atenas más que en servicio de la patria. << [26] Aquí, a diferencia de 40e, donde tiene el sentido de morada de los muertos, expresa lo que sigue a la muerte. << [27] Sócrates justifica por qué ha ejercido privadamente su labor en beneficio de Atenas y no lo ha hecho desde la actividad política. Introduce la presencia de un espíritu disuasor (genio). << [28] El Consejo (llamado "Consejo de los Quinientos") estaba constituido por cincuenta miembros de cada una de las diez tribus. Se dividía el año en diez períodos, en cada uno de los cuales ejercía el gobierno y presidía el Consejo cada una de las tribus (tribu en pritanía). Los cincuenta miembros de la tribu en funciones se llamaban prítanes. En esta época, los cargos que ejercían los prítanes, algunos por un solo día, se asignaban por sorteo; también se había efectuado sorteo para nombrar a los cincuenta representantes de cada tribu. << [29] La batalla naval de las islas Arginusas en el año 406 terminó con la victoria de los generales atenienses sobre los espartanos. Una tormenta impidió recoger a los náufragos propios. A esta circunstancia se unieron intrigas políticas que determinaron la instrucción de un proceso y la condena a muerte de los generales victoriosos. Era ilegal juzgarlos en un solo juicio. Sócrates, con evidente peligro, fue el único de los prítanes que se opuso. Cf. I 6. de Helénicas de Jenofonte. << [30] "Los Treinta" es el nombre dado al duro gobierno de treinta oligarcas atenienses impuesto por Esparta poco después de la rendición de Atenas en 404. Se reunían en el Tolo. << [31] Las personas citadas eran amigos fieles de Sócrates. Critón está configurado en el diálogo que lleva su nombre: - Esquines de Esfeto estuvo también presente en la muerte de Sócrates. Tras la muerte del maestro se trasladó a Sicilia, donde residió muchos años antes de regresar a Atenas. - Epígenes, del demo de Cefisia, estuvo también presente en la muerte de Sócrates. - Nicóstrato no nos es conocido por otras referencias. - Téages, ateniense, hijo de Demódoco, está nombrado ya como fallecido en la fecha del proceso. Es interlocutor de Sócrates en el diálogo apócrifo de su nombre. - Adimanto, el hermano mayor de Platón, es interlocutor de Sócrates en la República. - Apolodoro aparece también en el Banquete 172b, y en el Fedón 59a y 117d. << [32] Las últimas palabras de Sócrates antes de votar los jueces tienen una creciente tensión dramática. Así como Ánito había dicho que no se debía haber procesado a Sócrates, o que, una vez procesado, era necesario condenarlo a muerte, así también Sócrates sabía que tenía que renunciar a toda su labor pasada adoptando una actitud suplicante o mantenerse firme, con el casi seguro riesgo de ser condenado a muerte. << [33] Se trata de prácticas que eran frecuentes en juicios en los que la sentencia podía ser la pena capital. << [34] Sócrates ha sido declarado culpable de la acusación. Para los datos numéricos, consultar el Prólogo. Si el acusador no conseguía la quinta parte de los votos de los jueces, debía pagar mil dracmas. << [35] Méleto ha propuesto la pena de muerte. El tribunal no puede más que elegir entre las dos propuestas. En las circunstancias del momento, Sócrates tenía que admitir una culpabilidad o exponerse a que el tribunal tuviera que elegir la pena de muerte. La decisión, que Sócrates seguramente tenía prevista desde antes del juicio, fue la de no aceptar la culpabilidad. << [36] En el Pritaneo, establecido en el Tolo, podían comer las personas a las que la ciudad juzgaba como sus benefactores. Este honor era muy estimado. << [37] En realidad ésta hubiera sido la pena lógica y la que, probablemente, esperaban los acusadores. Lo que sucedió es que Sócrates, al no humillarse ante los jueces ni ante la acusación, hizo que todo el juicio quedara fuera de control. << [38] Sus amigos en el público advirtieron en seguida que la oferta de una mina conducía directamente a que el tribunal aceptara la propuesta de Méleto. Sócrates aceptó proponer las treinta minas. No hay razón para pensar que esta oferta no se produjo. << [39] En nueva votación, el tribunal ha condenado a muerte a Sócrates. Casi ochenta jueces han cambiado de opinión y han dado su voto adverso a Sócrates. El juicio ha terminado, pero mientras los magistrados terminan sus diligencias para conducirlo a la prisión, Sócrates ha podido brevemente hablar con los jueces. Platón recoge estas palabras separando las dirigidas a los que le han condenado, de las que dedica a los que han votado su propuesta. << [40] Estas ideas expresadas aquí son las que, al parecer, han guiado el comportamiento de Sócrates durante el juicio. En ningún lugar expresa estos puntos de vista con mayor claridad. << [41] Era creencia común que, a la hora de la muerte, los hombres adquirían cualidades proféticas. << [42] Literalmente, el "Gran Rey", manera corriente de llamar al rey de los persas, cuya riqueza y lujo eran proverbiales. << [43] En Gorgias 523e, cita Platón a Minos, Éaco y Radamanto, pero no a Triptólemo. En el libro XI de la Odisea, el juez es Minos. Orfeo, Museo, Hesíodo y Homero están nombrados como seres extraordinarios con los que todo ser humano desearía hablar. << [44] Palamedes y Ayante fueron, como Sócrates, víctimas de un juicio injusto, ambos a causa de Odiseo. << [45] El nombre de Odiseo (traducido en esta versión por Ulises, mas restituido por el editor de la versión en ePub por clara incorrección, al ser éste el nombre dado a este héroe por los romanos, no por los griegos) viene atraído como pareja con Agamenón; el de Sísifo, como pareja de Odiseo, por urdidor de engaños. No tendría sentido nombrar aquí el castigo de Sísifo, ya conocido en Odisea XI 593. <<