EL TRONO CAMBIA NOBLES POR JEQUES Por Ezequiel Fernández Moores La Nacion deportiva 10/09/2013 En 1925, las elecciones del Comité Olímpico Internacional (COI) tenían casi tantos candidatos como las que se celebran hoy en Buenos Aires. Eso sí, votaban apenas 27 miembros y la competencia estaba reservada a nobles europeos: dos condes, dos barones y un marqués. El conde belga Henri de Baillet-Latour ganó en segunda vuelta con 19 votos, seguido del barón suizo Godefroy de Blonay con 6 y del barón Pierre Fredi de Coubertin y del conde Justinien de Clary, 1 cada uno. Último, el marqués Melchior de Polignac, eliminado en primera ronda con apenas 1 voto. Fue el inicio del ocaso de Coubertin, padre del olimpismo moderno, un aristócrata educado por jesuitas que duró apenas dos meses en la escuela militar y un mes en Derecho, decepcionado por el conservadurismo monárquico y convertido en republicano, liberal y reformista, y creído que sus Juegos universales y el deporte servirían para educar hacia la tolerancia y la paz. Murió tras dramas de familia y con su fortuna dilapidada, buscando impulsar el deporte entre los obreros. En rigor, el primer presidente COI fue Demetrius Vikelas (1894-96), comerciante y escritor griego, designado porque Atenas fue sede de los primeros Juegos. Luego cedió el cargo a Coubertin (18961925), seguido por Baillet Latour (1925-42). El belga ejerció hasta su muerte, infartado al enterarse de que su hijo había muerto combatiendo en la Segunda Guerra Mundial. Seis años antes, Baillet-Latour había sido firme defensor de mantener a Berlín como sede de los Juegos de 1936, igual que Coubertin y que los dos presidentes siguientes del COI, el sueco Sigfried Edstroem (1946-52) y el estadounidense Avery Brundage (1952-72). El único miembro COI que pidió el boicot fue el estadounidense Ernest Lee Jahncke. Lo echaron por 49 votos contra 0 apenas dos días antes de que Hitler inaugurara su fiesta. "No tengo nada contra los judíos, pero es necesario mantenerlos dentro de ciertos límites", escribía Edstrom a Brundage, ambos ex atletas olímpicos. "Slavery" (Esclavitud) Brundage, como lo apodaron sus críticos, fue un cruzado anticomunista que sostenía que los Juegos perderían sentido si los atletas cobraban dinero. En México 68 echó de por vida a los atletas que subieron al podio rebelde del Black Power y en Munich 72 ordenó que los Juegos se reanudaran apenas después de la matanza de atletas israelíes. Brundage asumió derrotando por 30 votos a 17 a Lord David George Burghley, marqués de Exeter, el atleta furioso por su caricaturización de burgués que saltaba sobre copas de champagne en Carrozas de Fuego, el filme más amado por el olimpismo. A Brundage lo sucedió un opuesto: Lord Michael Killanin, irlandés, voluntario en la guerra contra el nazismo, periodista, liberal, bebedor y financista de El hombre tranquilo, de John Ford. Fue el que menos duró después de Vikelas. Lo reemplazó en 1980 Juan Antonio Samaranch, el ex franquista impulsado por Adidas que abrió los Juegos al profesionalismo. Jacque Rogge, el discreto cirujano belga que hoy deja el cargo, siguió en 2001. Hoy habrá un record de seis aspirantes al trono. Ninguno marqués, conde, barón o lord. Pero sí hay un jeque, el kuwaití Ahmad Al-Sabah, lobbysta central de Thomas Bach. Si su pollo no gana en primera rueda, la carrera, dicen los especialistas, podría ponerse divertida.ß Para subirse otra vez al "autobús olímpico", como lo llamó una vez el fallecido ex presidente Juan Antonio Samaranch, el deporte de la lucha apeló ayer a sus "tres mil años de historia", pero contó también con un lobbista de lujo: el líder ruso Vladimir Putin. La vuelta de la lucha, que derrotó la fusión acaso más lucrativa del béisbol/softbol, se produce tras algunas críticas que había recibido el COI por los últimos ingresos al programa olímpico del golf y del rugby (de siete), dos deportes con tarjeta de crédito asegurada. El estadounidense Robert Helmick resignó su puesto en el Comité Ejecutivo del COI en 1991, tras comprobarse que había recibido 50.000 dólares para ser lobbista del golf, cuya vuelta a los Juegos sigue provocando burlas en otros deportes más pobres. Rusia, potencia en la lucha, influyó decisivamente para imponer como nuevo presidente de la Federación al serbio Nenad Lalovic, felicitado por Putin apenas asumió el cargo. El objetivo era volver a los Juegos, bajo el argumento central de los "tres mil años de historia", invocado ayer por Lalovic en su exposición ante el COI. La lucha, es cierto, estuvo presente en los primeros Juegos de Atenas 1896. Los Juegos fueron reflotados bajo un ideal de paz, pero también para fortalecer la idea de que el deporte formaba cuerpos que luego eran aptos en caso de guerra. Curioso, pero en la Grecia antigua, podía no ser apto para el combate el luchador estrella Milón de Crotona, discípulo de Pitágoras, seis veces ganador en Olimpia, y que, según la leyenda, comía diariamente 10 kilos de carne y de pan, y tomaba 18 jarras de vino, y cuya fuerza descomunal le permitió sostener el techo de un edificio tras derrumbarse una columna. Solón, uno de los "siete sabios" de Grecia, pensaba que los luchadores, igual que otros campeones olímpicos, "nada digno de encomio aportaban para la salvación de las ciudades". La areté (excelencia) servía si era colectiva (en la guerra), no individual (en los Juegos). La opinión de intelectuales, críticos hacia la masificación que estaban teniendo los Juegos, era que los soldados eran más útiles que los atletas, aunque la popularidad de los campeones olímpicos era una vidriera irresistible. Por eso, en muchos casos, el premio al triunfador era mucho más que una corona de laurel. Por un lado, se criticaba la violencia que estaban alcanzando la lucha y el boxeo, más reflejada aún en el pancracio, una mezcla de ambos. Lo sufrió el atleta Arraquio de Phigalia, que murió estrangulado en la 54» Olimpíada, en el 546 a.C., según cuenta Carl Diem en su fabuloso Historia de los deportes . Y, por otro, el propio Galeno, médico y entrenador de luchadores, criticaba la deformación y el daño físico que producía el sobreentrenamiento. Es que lo importante era salir primero ( protós ) o ser el mejor ( aristós ) y así alcanzar la gloria ( timé ). El lema coubertiniano de que "lo importante es competir" habría "sido considerado una blasfemia por los griegos", cuenta el libro español Deporte y olimpismo . "Su vida -criticaba Galeno a los campeones olímpicos- se parece al modo de vivir de los mismísimos cerdos, excepto, eso sí, que los cerdos no se esfuerzan más de lo normal, ni comen por obligación. Los cerdos hacen todo esto y además se rascan el culo con el laurel."