1884 VILLAGARCIA, AUGUSTO. Elementos de la civilización moderna. VILLAGARCIA, AUGUSTO Elementos de la civilización moderna / Augusto Villagarcía. – Lima, 1884. 13 p.; 34 cm. Texto manuscrito. Tesis (Bach.) – UNMSM, Facultad de Letras, 1884. Contenido: “La conservación de los elementos de progresar que legaba el mundo antiguo, como los que encerraba en su seno de la nueva religión y los que tratan de las nuevas del norte, la espléndida civilización moderna”. Ubicación: Archivo Histórico, UNMSM. Caja: 78(179/223) Folio: 444-450 ELEMENTOS DE LA CIVILIZACION MODERNA1 TESIS LEIDA POR AUGUSTO VILLAGARCIA AL OPTAR EL GRADO DE BACHILLER EN LA FACULTAD DE LETRAS -LIMA-1884- 1 Caja 78 (179/223) Inicio de folio 444 Señor Decano2 Señores: En la marcha de la humanidad veía Bousset la acción directa de la Providencia. Y en verdad que, y sin desconocer por esto la libertad del hombre, no puede menos de descubrirse la intervención divina en la coordinada sucesión de los acontecimientos. Así vemos a Roma reunir bajo su cetro a todos los pueblos conocidos, al cristianismo propagarse merced a esta unidad y a los bárbaros destruir la sociedad antigua para contribuir a la regeneración de un mundo cuya reforma moral había anunciado Jesús. Con la invasión comienza un periodo terrible en la Historia: se ven desaparecer las ciudades y los pueblos y reinar por doquier el espanto y la disolución; y sin embargo, como dice Cantú, “nunca se muestra en mas claridad el orden visible de la Providencia que en aquella época en que redundaron en provecho de la humanidad indecibles desventuras”- En efecto, la combinación de los elementos de progreso que legaba en mundo antiguo, con los que encerraba en su seno la nueva religión y los que trazan las naciones del norte ha dado por resultado, merced a esos acontecimientos, la espléndida civilización moderna. Averiguar cuales fueron los elementos civilizadores, es el objeto de la siguiente tesis. I Sorprendente es la fortuna de Roma. Asilo de bandoleros y de fugitivos en un principio y teniendo que recurrir a un rapto para aumentar su población, la ciudad de Rómulo extiende bien pronto en dominación todas las comarcas de la Italia. Cartago le disputa la supremacía y Aníbal, llegando hasta sus puertas, hace dudar por un instante de su destino, pero Zama decide de la suerte del mundo y las legiones victoriosas que no pueden detener el afeminado oriente ni la degradada Grecia, llevan sus gloriosos estandartes hasta las mas apartadas regiones. Y es que Roma tiene que llevar una misión providencial. Por eso el pueblo romano es el más atrevido a la vez que el más paciente de todos los pueblos, por eso también, no se limita a vencer sino que trata de asegurar su 2 Inicio de folio 445 ídem. dominación atrayéndose, por medio de una hábil política, el afecto de las naciones conquistadas. Pero los bellos tiempos de la Republica pasan y viene la guerra civil con los horrores de las presunciones de Mario y Sila, de Octavio y Marco Antonio; la corrupción y el desorden toman proporciones alarmantes. Entonces se establece el Imperio. Otro mal amenazaba también el poder de Roma. Sabido es que cuando éste apareció no existían, al menos en occidente, sino ciudades por doquiera; imperaba el régimen municipal; Roma3 misma no era sino una ciudad, así es que sus conquistas no fueron sino la conquista de muchas ciudades por una ciudad. Quedó pues, subsistente ese régimen en virtud del que cada pueblo, cada común administraba por sí lo relativo a los intereses de la localidad. Por consiguiente, y a pesar de las sabias medidas tomadas por Roma, no había vínculo de una unión sólida entre las diferentes partes del inmenso cuerpo romano, todas ellas tendían a volver a su primitivo estado. El despotismo administrativo que implantó el imperio, el respeto que inspiraba la suprema autoridad, el poder central, pudo impedir por algunos siglos la disolución y aun hubiera días de gloria y esplendor, pero los dos vicios incurables: la falta de cohesión y la corrupción general, debían dar por resultado la ruina del imperio, cuyos despojos repartió Odoacro entre sus herúlos. ¿Qué dejó tras de sí el gran coloso? Desde luego, dos ideas, dos hechos, dos instituciones: el municipio y el poder imperial. Yo he dicho cual era la constitución íntima del mundo romano. Pues bien, cuando la ciudad eterna cayó, no quedaron sino ciudades, y por lo mismo, reapareció el antiguo régimen. De otro lado, quedó el recuerdo de ese poder que había hecho el prodigio de conservar la unidad donde contendría a la disolución, de ese poder supremo que por varios siglos había luchado por prolongar la existencia de un imperio que encerraba en su seno los gérmenes de la destrucción- He aquí, los dos legados del mundo romano: el principio de libertad y el principio de autoridad, representados respectivamente por el régimen municipal y por la idea o el recuerdo del poder absoluto. Roma además, había llenado su misión merced a sus conquistas, todos los pueblos no formaban sino un pueblo; no hablaban sino un idioma, y uno de sus emperadores había cerrado el Templo de Sano, para que en el silencio de la paz, resonase la sublime palabra que debía regenerar al mundo. 3 Inicio de folio 446 ídem. II En un establo de un sencillo pueblo de Judea, nació el autor de la revolución más grande y benéfica para la humanidad. Triste era la condición de ésta cuando apareció Jesucristo: no había otra religión que el más grosero politeísmo, la moral no existía, la corrupción de las costumbres era general, y la sociedad se veía trabajada por un estado perpetuo de guerra y por el odio reciproco entre señores y esclavos, siendo estos últimos, considerados como cosas. Para realizar su divina misión, el Redentor se propone regenera el espíritu humano y sin combatir directamente al mal, ni tocar para nada la constitución política de la sociedad, se limita a establecer la verdadera idea de la divinidad, a proclamar la libertad del alma y otros sublimes principios de moral, y a predicar la fraternidad de los hombres, sin igualdad ante Dios, la caridad y el respeto y proteccion4 de la mujer cuya dignidad realza condenando la poligamia. La simple enumeración de las verdades proclamadas por Jesús, está para que se comprenda la gran influencia del cristianismo en el individuo y en la sociedad y, por consiguiente, en la civilización. Consumado el gran crimen del calvario, la nueva religión se propaga tan rápidamente, que en treinta años, digo pues, la Buena Nueva ha sido vida por todos los pueblos del mundo conocido. Entonces empieza a organizarse la iglesia. En un principio no fue sino la asociación de los que tenían las mismas creencias y los mismos sentimientos, los que se reunían para tributar homenaje a la Divinidad, pero sin que hubiese un poder organizado, ni siquiera verdadera jerarquía. Más tarde se va formando un verdadero cuerpo de doctrina y aparecen los sacerdotes, los obispos y los diáconos, si bien debe notarse que en este periodo conserva toda su influencia la asociación, pues al cuerpo de los fieles, es al que corresponde la elección de los magistrados y lo relativo a la disciplina; la organización de la iglesia era pues democrática- Pero cuando el reinado de Constantino, solo de las catacumbas, los obispos establecen la jerarquía eclesiástica y fijan el dogma y la disciplina en los concilios generales que entonces se celebran con regularidad y por medio de los que se robustece la autoridad episcopal: el gobierno de la iglesia en aristocrático y se marca perfectamente la distinción entre el pueblo y los cristianos. Ya en este tercer periodo, el cristianismo no es una simple creencia, sino una institución, una sociedad completamente organizada, con todas las condiciones 4 Inicio del folio 447 ídem. necesarias para tener una existencia propia: debido a esto pudo resistir el destructor empuje de los bárbaros. En esta época calamitosa, prestó la Iglesia grandes señoríos a la causa de la humanidad. Conmovido el alto clero por las desgracias que afligían a los pueblos, procuró aliviarlas y con solicita abnegación, intervinieron sus miembros en los negocios del común, tomando asiento en la curia y desempeñando el oficio de defensores. La gran influencia que adquirieron por este medio y el respeto que inspiraban a los mismos bárbaros por su saber y sus virtudes, los pusieron en condición de mediar con éxito entre acusadores y acusados y de mejorar la triste situación de éstos-Formaban las letras y las ciencias, hallaron un seguro asilo en los monasterios-De este modo la Iglesia, por el gran influjo moral que le daba la sublimidad de su doctrina y por su sabia organización, fue una barrera poderosa, la única que pudo impedir que la fuerza bruta lo destruya todo. Últimamente, para salvar del naufragio general y conservar ella misma su independencia, la Iglesia proclamó el principio de separación de los poderes espiritual y temporal, principio5 que en definitiva no era otro que el de libertad de conciencia, que tantos bienes debía producir. He aquí, los materiales que la Iglesia ha puesto en la gran obra de la civilización. III Hacia el siglo 3º de la era cristiana, los pueblos del norte, perfectamente organizados, se lanzan sobre el imperio romano y de después de larga lucha, los destruyen, realizando así, una revolución que, aunque sangrienta, ha contribuido al progreso de la humanidad. Cierto es que el cristianismo había llevado a cabo una reforma saludable, haciendo caer al paganismo y mejorando las costumbres: pero también lo es que la sociedad carcomida por los vicios, no ofrecía un campo fértil en que pudiesen justificar los principios proclamados por la nueva religión-Era pues, necesario un cambio radical, que una sociedad completamente nueva sustituyese a la que agonizaba, necesidad que está comprobada por la triste existencia del imperio del Oriente. Tal fue la obra que realizaron los bárbaros, en especial los germanos. Los pueblos jóvenes y vigorosos, que habitaban las selvas de la Germania y que debían regenerar materialmente la sociedad, estaban lejos de merecer, el dictado de salvajes 5 Inicio del folio 448 ídem. que les daban los romanos. Adoraban a la naturaleza, cuyo poder admiraban, pero su culto era más sencillo que el de los griegos y romanos y creían en la inmortalidad del alma y en la existencia de un ser supremo, conservador del universo. Bajo el aspecto político tenían una constitución sumamente sencilla que combinaba la unión con la libertad. Según ella, todo hombre libre, tomaba parte, en las mejorías publicas, asistía a las asambleas e intervenía en la elección de los jefes. En medio de esta sociedad general, existía, por decirlo así, una sociedad particular perfectamente voluntaria. Los guerreros, ansiosos de gloria, se unían a algún capitán famoso, bajo cuya potestad se ponían, sin menoscabar su libertad individual y al que guardaban fidelidad inquebrantable a la que por su parte correspondía repartiendo entre sus compañeros y vasallos las tierras conquistadas y cuidando de su bienestar. Tal asociación fue el principio de la asociación aristocrática de que más tarde nació el sistema feudal. Los germanos poseían también en alto grado el valor personal y el sentimiento de honor. Pero lo que distingue y caracteriza al bárbaro, es ése amor a la independencia, ese afán de gozar de su libertad, el placer de sentirse hombres y, aun6 cuando en esto se descubra cierto grado de brutalidad, de grosero materialismo, no puede desconocerse, como dice Guizot, que ese sentimiento es noble, moral y, que su poder procede de la humana inteligencia. Sin embargo, Balmes en su notable obra “El protestantismo comparado con el Catolicismo”, sostiene que tal sentimiento, llámasele amor propio, de ser de felicidad, egoísmo o individualismo, existe en todos los hombres, que también existió entre los romanos, que tal aparece entre los bárbaros es, al contrario, opuesto a la civilización y que es a la iglesia o al cristianismo al que se debe la elevación del hombre del bajo nivel en que se encontraba en la antigüedad. Evidente es la aserción del sabio filosofo español e incontestable la benéfica influencia del cristianismo; pero evidente, también es que cuando la invasión de los bárbaros se vivificó, ese sentimiento de libertad, de dignidad no existía; tal era el estado de degradación a que había llegado el hombre, estado que poco pudo mejorar la nueva creencia, por lo que fue necesario que apareciesen pueblos nuevos y robustos que pudiesen comprender y seguir las saludables predicas del Hombre-Dios, contribuyendo así a la regeneración de la humanidad. “Francia, Inglaterra, España, Alemania e Italia, dice Cantú, fundaron nuevos estados, y sacaron de las regiones septentrionales, un 6 Inicio del folio 449 ídem. elemento desconocido del mundo asiático, la libertad personal que los vencidos supieron conquistarse, cuando pasado apenas el tumulto de la invasión, les fue dado mirar cara a cara a sus vencedores”. Reducir a sus justos límites, hacer racional la libertad brutal de los bárbaros, fue la obra del cristianismo. En suma, lo que la civilización debe a los del mundo romano es esa unión de hombre a hombre, origen del feudalismo y el sentimiento de independencia personal que han dado brillante resultados. Tales fueron los elementos del progreso que se encontraron en la cuna de la sociedad moderna. No los seguiré en su desarrollo porque seria hacer demasiado largo este trabajo, bastándome decir, para terminar, que el de la fusión de ellos, salió la nueva civilización, como lo comprueba el carácter dominante que a ésta distingue y que la hace tan superior a la civilización antigua, en la variedad. Con la exposición que precede, queda también comprobada la intervención divina en los acontecimientos; verdad consoladora para los pueblos, que retemplará su valor en la7 adversidad, por la confianza en una Providencia, que sin destruir la libertad individual, hace de las calamidades, fuente de grandes bienes y no abandona jamás a la humanidad, a la que guía hacia su destino. Lima, Noviembre 19 de 1884 AUGUSTO VILLAGARCIA V. B. El Decano Sebastián Lorente 7 Inicio del folio 450 ídem.