"LOS TRASVASES NO SON LA SOLUCIÓN" La oposición al trasvase del Ebro - España "Una riada de gente para salvar el Ebro" Texto: Marisancho Menjón En el año 2000 el Gobierno de España hizo público el Plan Hidrológico Nacional, un proyecto que incluía, como pieza clave, un trasvase del Ebro a Barcelona, al Levante y al Sureste de la Península Ibérica de 1.080 hm³ anuales. La noticia generó un fuerte debate social, técnico y político. Sin embargo, no era un proyecto nuevo. Como dice Manel Tomás, de la Plataforma en Defensa del Ebro, "la lucha contra los trasvases tiene más de treinta años. La primera propuesta data del año 73. Pero esta vez tuvimos la sensación de que iba en serio". Tanto en Aragón como en el Delta, en las Tierras del Ebro, la oposición que suscitó el PNH fue masiva. Cientos de miles de ciudadanos salieron a la calle una y otra vez a manifestar su rechazo al proyecto. Existía una sensación generalizada de postergación de unas comunidades respecto de otras, que aquel trasvase no iba sino a profundizar. Más allá de este sentimiento, por otro lado, emergió un potente movimiento en defensa del río. Científicos y especialistas le dieron cuerpo argumental, con razones sólidas y bien fundamentadas, al tiempo que ofrecieron alternativas más razonables desde el punto de vista ambiental, económico y social. La lucha contra el trasvase del Ebro fue un auténtico fenómeno sociológico en el que se combinaron diversos frentes: el debate científico-técnico, las movilizaciones ciudadanas (manifestaciones multitudinarias, las mayores de la historia del país) y la estrategia política desarrollada con tesón ante los parlamentarios de la Unión Europea. Esta última actividad dio lugar a una nueva movilización de gran calado: la "Marcha Azul a Bruselas", que convocó no sólo a miles de ciudadanos, sino a las organizaciones internacionales en defensa de los ríos. Una Marcha que, en una actitud sin precedentes, acudió al corazón de la Unión Europea para pedir que no se dieran fondos para un proyecto de estas características. Aquella oposición frontal de la ciudadanía fue, en sí misma, un duro golpe para el PHN, que esperaba la financiación europea para llevarlo adelante. El Gobierno necesitaba refrendar legislativamente cuanto antes aquel Plan Hidrológico, pues estaba a punto de entrar en vigor la Directiva Marco Europea en Materia de Aguas, aprobada en el año 2000 e incompatible con las obras que proponía el PHN. De hecho, toda la tramitación del PHN se realizó con carácter de urgencia y el propio Estudio de Impacto Ambiental, su evaluación y declaración positiva subsiguientes se solventaron en un plazo de seis meses. Los beneficiarios, sobre todo en Valencia y Murcia, argumentaban que necesitaban el trasvase del Ebro para mantener su próspera agricultura de exportación y para no sufrir restricciones en el abastecimiento urbano. Barcelona, sin embargo, pronto se descolgó de esas reivindicaciones, asumiendo nuevas estrategias para satisfacer sus demandas de agua. Desde las comunidades de la cuenca cedente se argumentaba que la verdadera justificación del trasvase radicaba en intereses inmobiliarios y empresariales de corte especulativo. Se aducía, además, que nunca los trasvases habían servido para solucionar problemas de déficit, puesto que la mera expectativa de recibir más agua disparaba los proyectos de urbanizaciones y nuevos regadíos, con lo cual el agua trasvasada acaba, a la postre, siendo insuficiente y generando mayores “déficits”. Se prevenía también acerca de los elevados costes energéticos y financieros que supondría bombear el agua a lo largo de 800 km y construir las grandes presas que debían almacenar el agua a trasvasar, y que no eran otras que las de Itoiz, Yesa, Biscarrués y Santaliestra (además de los demás embalses contemplados en el Pacto del Agua de Aragón). Estos proyectos eran clave para el PHN, especialmente el recrecimiento de Yesa, capaz de albergar los 1.000 hm³ a travasar. "El de Yesa es un proyecto que se revitaliza cada vez que se impulsa un trasvase", insisten los afectados desde el Pirineo aragonés. La detracción de aguas del Ebro para trasvasarla a lo largo del litoral mediterráneo acababan por pagarla más cara que nadie los territorios del Pirineo y del Delta: el Pirineo habría de soportar nuevas piezas de regulación que lo desvertebraban y despoblaban aún más; y el Delta vería reducidos drásticamente los caudales de agua y los nutrientes, acelerando la crisis generada por colapso masivo de sedimentos, retenidos en las presas. "El Ebro es la arteria del Delta, lo que le da vida. Si el agua dejara de llegar al mar, se perderían los cultivos de arroz, los criaderos de moluscos y la pesca del litoral. Debemos todo esto al agua salobre, a la mezcla de río y mar que crea el hábitat ideal para peces y crustáceos. Una riqueza natural que da sustento a miles de personas", afirma Ramón Carles, acuicultor del Delta. Entre la cabecera del río y su desembocadura, mientras tanto, las posibilidades de desarrollo de los territorios de la cuenca peligraban, al priorizarse las expectativas de agua para un litoral mediterráneo arrasado, y al tiempo enriquecido, por un desarrollo urbanístico y agrícola insostenible y sin control. En los primeros meses del 2004, desde el Parlamento Europeo comenzaron a llegar noticias: los informes de las comisiones encargadas de evaluar el PHN eran contrarios a proporcionarle financiación. No dio tiempo, sin embargo, a que Europa pronunciase una negativa oficial: los resultados de las elecciones de marzo de ese año en España supusieron la formación de un nuevo Gobierno que derogó inmediatamente la parte del PHN que incluía el trasvase del Ebro. La amenaza que había pesado en los últimos años sobre el río se alejaba. Los movimientos sociales habían ganado la batalla. Sin embargo, mucha gente a lo largo de toda la cuenca no tiene intención de bajar la guardia. Han vivido ya varias amenazas de trasvase y no se arriesgan a que el futuro les coja desprevenidos, pues "la filosofía trasvasista no se ha derogado".