INAUGURACIÓN DEL EDIFICIO DE LA ACADEMIA DIPLOMÁTICA Y CONSULAR “CARLOS ANTONIO LÓPEZ” Palabras del Ministro SALVADOR MEDEN PELÁEZ Director General interino de la Academia Diplomática y Consular “Carlos Antonio López” Excelentísimo Señor Presidente de la República, Dr. Federico Franco, Su Excelencia, Señor Ministro de Relaciones Exteriores, Embajador José Félix Fernández Estigarribia, Honorables Autoridades de los tres poderes del Estado, Director paraguayo de la Itaipú Binacional, Ing. Franklin Boccia, Embajadores y miembros del Cuerpo Diplomático, Ex cancilleres de la República, Invitados especiales, Profesores y alumnos de la Academia, Señoras y Señores: Esta tarde, cobijados aún al calor de la vieja casona de arquitectura neoclásica y renacentista, que albergaba a nuestra ya añeja Academia Diplomática y Consular Carlos Antonio López, se yergue el nuevo edificio que alojará las aulas, la administración y la biblioteca del alma mater de la diplomacia paraguaya. El contraste entre lo antiguo y lo nuevo, que a partir de hoy convivirán a través de este patio con aljibe, pareciera que nos quisiera señalar en acertada metáfora que la diplomacia nacional, a través del extenso derrotero de los años, está alcanzando una madura modernidad, aunque conservando la solera de las más señeras tradiciones de la patria. A todos aquellos que han tenido la visión y determinación de concebir, continuar y concluir estas extraordinarias instalaciones para la Academia Diplomática y Consular de la Cancillería, nuestro reconocimiento, no solo en nombre de esta casa de estudios, sino en el de todos los que pertenecemos al escalafón diplomático nacional, ya que dignifica nuestra carrera y refleja de manera material la jerarquía que debe tener la institución que selecciona y forma a los diplomáticos nacionales. Nuestra Academia lleva el nombre de Don Carlos Antonio López, en homenaje al hombre a quien le cupo abrir el Paraguay al mundo, tomando la iniciativa de establecer relaciones con las principales potencias de aquel entonces. El mismo que aconsejaba que las diferencias fuesen siempre solventadas, antes que con la acerada espada, con la inteligente pluma de la diplomacia. Nuestra Biblioteca lleva el nombre de Manuel Gondra, uno de los más brillantes estadistas del país, dos veces presidente y una canciller de la República, y el único paraguayo en crear una doctrina del derecho internacional, la que lleva justamente su nombre. Permítanme la ocasión para señalar cuán incomprensible nos parece que existan voces en la sociedad nacional que aún sugieran la creación de una Academia Diplomática en el Paraguay, cuando ésta ya lleva más de 40 años de existencia. Parece un sinsentido que haya sectores que reclamen la conformación de un plantel diplomático profesional para el país, 1 cuando la total profesionalización de la carrera diplomática paraguaya lleva más de 13 años de vigencia, al amparo de la ley 1335; o cuán injusto vemos que se demande que no se incorporen más personas a la carrera diplomática sin la debida solvencia intelectual o profesional, cuando esta Academia ya ha realizado cinco Concursos de Oposición y Méritos para el ingreso al escalafón diplomático y consular, con procedimientos absolutamente blindados contra cualquier tipo de injerencias y con los más altos estándares de transparencia y rigor académico. Ha sido una labor tesonera y silenciosa y, quizá, ese ha sido el error: el haberlo hecho sin demasiadas estridencias. Hoy, pues, queda claro que para ingresar a la carrera diplomática en el Paraguay solo son necesarias tres cosas: estudiar, estudiar y estudiar. Y creemos que paulatinamente la sociedad nacional va entendiendo que ninguna gestión marginal va a ser capaz de apartar a esta Academia del propósito de que ingresen solo los mejores, por la simple y poderosa razón de que el Paraguay no puede permitirse improvisar o condescender en la tutela de sus altos intereses. La mejor diplomacia del mundo, que recurrentemente exige la sociedad a la Cancillería, no puede construirse sino con los mejores hombres y mujeres que tienen la capacidad y determinación de estudiar, estudiar y estudiar. Por todo ello, la próxima vez que escuchen sugerir la tardía idea de profesionalizar a los diplomáticos del Paraguay, no duden en recomendar que se acerquen a este hermoso edificio a la sombra de la cúpula de la imponente Iglesia de la Encarnación, para que constaten por sí mismos que en esta casa de altos estudios hace tiempo que analizamos a Woodrow Wilson, Briand, Talleyrand, Jean Monnet, Morgenthau, Isidro Fabela, Juan Andrés Gelly, José Berges, Benjamín Aceval, Justo Pastor Benítez, Fulgencio R. Moreno y otros. Aquí veneramos la nota del 20 de julio de 1811, primera nota diplomática del Paraguay independiente. Aquí reconocemos al Brigadier General Francisco Solano López, quien como Ministro Plenipotenciario ejecutó una magistral gestión diplomática logrando el Pacto de San José de Flores que permitió la unidad de la hermana nación argentina. Aquí enseñamos que se debe al jurista y diplomático paraguayo Juan José Soler, la denominación de la conocida doctrina Estrada, del derecho internacional, que orgullosa y justamente exhibe México. Manuel Gondra en un homenaje a Alberdi, en Buenos Aires en el año 1899, dijo: “…el Paraguay anhela porque lleguen días en que deje de ser una verdad la amarga frase, según la cual, el derecho internacional no hace otra cosa que recoger los resultados de la historia”. Las circunstancias internacionales que envuelven al Paraguay en estos momentos, vuelven a recordarnos cuán vigentes siguen estos anhelos. Hoy no basta con tener razón, sino que debemos persuadir al mundo de que ella está del lado del Paraguay. Hoy no basta con que el Derecho respalde al Paraguay, hoy debemos hacer que él predomine sobre la fuerza de los hechos. No en vano, el mismo Gondra sentenciaba en su célebre doctrina, pronunciada en Santiago de Chile en 1923, que “no pudiendo hacer que los justos sean siempre fuertes, había que empeñarse porque los fuertes sean siempre justos”. En esta Academia no hay astilleros, no hay hangares, no hay parques de tanques ni almacén de cañones. Solo hay aulas y una biblioteca. No hay pertrechos ni armas. Hay papel, lápiz, computadoras y pizarras. No usamos casco ni cartucheras, y nuestra vestimenta de trabajo 2 es el discreto traje de calle. Sin embargo, aquí, al igual que en las Fuerzas Armadas, nos regimos bajo una jerarquía y un escalafón. Igual que en la milicia, estudiamos estrategias y tácticas. Buscamos alianzas, flancos, accesos. Pero aquí trabajamos para la paz. Aquí se diseñan maniobras para la prosperidad del país. Nuestra única arma es el derecho y la pluma, aquella que aconsejaba usar Don Carlos Antonio. Aquí buscamos la justicia internacional, aquella que pedía Gondra y que hoy volvemos a reclamar para el Paraguay. Aquí se forman los cuadros profesionales del ejército civil de la patria que labora en silencio y con discreción, en defensa de los intereses nacionales y de nuestros compatriotas en todos los confines del planeta. Allí donde haya un interés nacional involucrado o un connacional en dificultades, allí hay y habrá siempre un diplomático presto a la gestión en aras del país y del ciudadano, porque esta Academia enseña a formar hombres y mujeres al servicio del Estado. En estas aulas se forman estadistas. Permítanme, en fin, la licencia, de usar este patio asunceno de antaño como improvisado paraninfo de esta Academia, para recordar al escritor y filósofo Miguel de Unamuno, quien decía: “Solo el que sabe es libre, y más libre el que más sabe... Solo la cultura da libertad... No proclaméis la libertad de volar, sino dad alas; no la de pensar, sino dad pensamiento. La libertad que hay que dar al pueblo es la cultura.” He aquí el alma de esta Academia: alas para volar y pensamiento para ser libres. Muchas gracias. 3