Libres y felices

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OPINION / Precariedad laboral
Libres y felices
En una carta apócrifa se enumeran las supuestas ventajas del desempleo.
PISA.- (El País)
Señor director:
SOMOS un grupo de desempleados comunitarios felices y nos dirigimos a su periódico en
defensa de nuestros derechos. El nuestro es un grupo interclasista, de variada edad (de
20 a 70 años) y sexualmente mixto. Contamos con representantes de las más diversas
categorías laborales, desde obreros mecánicos a obreros y obreras textiles y de la
pequeña industria en general, pasando por oficinistas, empleados y empleadas, ejecutivos
y altos cargos de empresas, trabajadores de multinacionales, profesores (sobre todo de la
enseñanza privada), intelectuales, etcétera. Nos une un rasgo común e ideológico,
transversal y fraterno: todos hemos sido despedidos.
No fue por nuestra voluntad ni por méritos propios: siempre fuimos óptimos trabajadores,
fiables, diligentes, puntuales. En ciertos casos, el empresario de la fábrica en la que
algunos trabajaban se declaró en quiebra y se trasladó a las Bahamas, donde el clima es
mejor; hubo quien vio cómo la multinacional a la que amaba como una madre cambiaba
de país; a otros, en cambio, les sucedió que sus colegios se sintieron amenazados en los
fundamentos de sus propias doctrinas por las opiniones que ellos expresaban, etcétera,
etcétera, etcétera. Para abreviar, digamos que así lo quiso el Destino o la Providencia
(depende del punto de vista).
En un primer momento, cada uno de nosotros pensó que había llegado el final de su vida.
Llevábamos una vida normal, para algunos más acomodada, para otros más modesta,
pero de la que todos nos considerábamos satisfechos. Un sueldo mensual, para algunos
excelente, para otros tirando a estrecho, pero que nos permitía salir adelante. Teníamos,
incluso los más modestos, algunos días de vacaciones pagados y por Navidad una paga
algo más abultada. Nuestros hijos iban al colegio, quien a uno público, quien a uno
privado de ideología bien determinada. Y creíamos ser felices. En realidad, las nuestras
no eran más que vidas tediosas, tediosísimas. Sólo que no nos habíamos dado cuenta.
Descubrimos, gracias a los despidos, que la vida es aventura. Y que hay que vivirla
intrépidamente, día a día, como el dios del amor que te alcanza con sus dardos y te
arrastra a donde menos te lo esperas. En resumidas cuentas, no habíamos descubierto el
encanto del hazard , de la Casualidad, como decían los surrealistas franceses, y que en
nuestro caso era realmente objectif . Nuestras vidas cambiaron radicalmente de la noche
al día. Nuestra tediosa rutina cotidiana se hizo pedazos. Nuestras tediosas familias se
deshicieron. Nuestras tediosas mujeres y/o maridos se largaron. Nuestros tediosos hijos,
en vez de seguir rompiéndose la cabeza con inútiles nociones y fórmulas científicas o
reuniéndose en inútiles asambleas de protesta para mejorar sus escuelas,
buscaron trabajillos , tal vez menos intelectuales pero ciertamente más en línea con las
exigencias de la vida moderna, basada en la creatividad y el esfuerzo individual. ¿Y
nosotros? Nosotros, entre tanto, ¡adelante!, hacia la aventura: un trabajillo en negro hoy
aquí, otro para sobrevivir mañana allí, como sólo el mercado libre puede ofrecer. O bien la
sencilla y aún más libre Nada: los cruces, los semáforos, los puentes. En resumen, el
ingenio individual.
Nuestra serenidad ha empezado a tambalearse el año último, al conmemorarse el
cincuentenario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Es cierto que no
faltaban constituciones, aquí y allá en Europa, que recordaban en sus artículos el llamado
"derecho al trabajo", pero en la práctica casi nadie se había dado cuenta. Con este
dichoso cincuentenario se ha empezado a hablar del artículo 23, que reza: "Todos tendrán
derecho al trabajo". Entre nosotros cundió el pánico. Por si fuera poco, ciertos juristas del
derecho internacional, acaso queriendo hacer gala de su prestigio, han empezado a
declarar que tal derecho es un derecho fundamental. Pero, ¿cómo se permiten algo así?
¿Es que han perdido la cabeza? ¿Qué es lo que pretenden, impedir a las empresas y a
las multinacionales los despidos, devolviéndonos de nuevo a la esclavitud de la que el
Destino nos ha librado, a la odiosa producción? Por fortuna, algunos economistas, que
junto a nuestra fundamental libertad defienden también el mercado libre, han salido en
nuestra defensa. En ellos confiamos, alentándolos para que resistan, para que no se
dejen seducir por estas nuevas ideologías legalistas, que podrían situarlos en contra de la
ideología y la economía de las escuelas donde enseñan, poniendo en peligro su propio
puesto de trabajo. Podrían ser despedidos fulminantemente y hallarse en nuestro grupo. Y
entonces, ¿quién nos defendería? Tal vez en su inconsciente aspiren a esa libertad que
nosotros hemos conquistado, pero deben saber sacrificarse con heroísmo. Para que la
humanidad llegue a ser libre, hay quien, por desgracia, debe seguir siendo esclavo.
Reciba de antemano el agradecimiento de un grupo de desempleados libres y felices.
Por Antonio Tabucchi
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