Dos enfoques sobre cultura organizacional Esta lectura presenta dos aportes claramente diferenciados sobre el modo de considerar la cultura empresaria para hacerla compatible con los factores clave de éxito de los negocios en que opera la empresa. Cambiar las conductas, no la cultura por Peter Drucker Cambiar la cultura corporativa se ha convertido en la última moda de management. Todas las revistas de negocios traen artículos al respecto y no pasa una semana sin que me soliciten dictar un seminario sobre el tema. Sin duda, en muchas empresas existe la necesidad de modificar ciertos hábitos profundamente arraigados. Las compañías de electricidad y de teléfonos, que siempre habían tenido utilidades aseguradas gracias a la regulación pública, hoy enfrentan una competencia a muerte. Los consumidores exigen una entrega puntual y se vuelven cada vez más quisquillosos en cuanto a calidad y servicio. Los empleados, ante el más mínimo problema, entablan demandas por discriminación o acoso sexual. Y como la vida útil de los productos es cada vez más corta en la mayoría de las industrias mecánicas de Estados Unidos (e incluso más en las europeas) crece la urgencia de efectuar cambios drásticos en la concepción, el diseño, la fabricación y la comercialización de nuevos productos y nuevos modelos, reduciendo a meses un proceso que duraba años. Estas necesidades requieren cambios de conducta, pero ello no se va a lograr “cambiando la cultura”. La cultura, de cualquier forma como se la defina, es algo muy persistente. Hace casi cincuenta años, Japón y Alemania sufrieron las peores derrotas de la historia y vieron desacreditados sus valores, sus instituciones y su cultura. Sin embargo, las culturas de Japón y de la Alemania de hoy son indudablemente japonesa y alemana. De hecho, para que los cambios de conducta sean eficaces, deben basarse en la “cultura” existente. Japón es el mejor ejemplo. Es el único país no occidental que ha logrado tener una sociedad moderna, porque hace ya cien años sus reformadores conscientemente basaron sobre la cultura tradicional japonesa el nuevo comportamiento “occidentalizado”. Las sociedades anónimas y las universidades niponas modernas son profundamente “occidentales” en su forma. No obstante, por así decirlo, se utilizaron como “contenedores” para la cultura tradicional de una sociedad de clanes en que se respetan la lealtad y las obligaciones mutuas. Esto se ve, por ejemplo, en el compromiso de por vida de una empresa hacia sus empleados y de los empleados hacia la empresa, o bien, en la organización de la industria en keiretsu, grupos de empresas autónomas que se mantienen unidas como “vasallos”, mediante la dependencia y la lealtad mutuas. 1 Los reformadores de la India y de China, por el contrario, creían que debían cambiar la cultura de su país. El único resultado ha sido la frustración, las fricciones y la confusión y ningún cambio de conducta. Otro ejemplo es Konrad Adenauer, quien, en los años veinte, fue un abierto crítico de la Alemania de Weimar por sus valores “burgueses”, su codicia, su materialismo y su culto al dinero y a los negocios. Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se convirtió en canciller de una Alemania derrotada, luchó en forma deliberada e incansable por restaurar la Alemania “burguesa” pre hitleriana que tanto detestaba. Ante las críticas y los fuertes ataques de “progresistas” bien intencionados tanto de Alemania como de Occidente, Adenauer contestaba: “La Alemania pre hitleriana, sin importar cuán deficiente sea, es la única cultura que los alemanes saben que aún funciona; no tenemos otra alternativa que emplearla para construir la nueva Alemania post hitleriana”. Pero también existe un buen ejemplo norteamericano: los ferrocarriles. A fines de los años cuarenta, perdían dinero a manos llenas y, peor aún, perdían participación de mercado, superados por la competencia camionera y aérea. Sin embargo, era un hecho que sus servicios eran necesarios, por lo que todos estuvieron de acuerdo en que el Tío Sam tendría que hacerse cargo de ellos. Y, en efecto, el Estado debió hacerse cargo de la mayor parte del servicio de transporte de pasajeros. No obstante, el negocio de los pasajeros nunca representó mas de la décima parte del tráfico de ferrocarriles. Estados Unidos es el único país en el mundo donde el verdadero negocio de los ferrocarriles, el transporte de carga, quedó exclusivamente en manos privadas. Es más, los ferrocarriles norteamericanos son los únicos rentables. Todos los demás sistemas de ferrocarriles están prácticamente quebrados. Los ferrocarriles de Estados Unidos transportan una parte considerable de la carga del país, poco más de la tercera parte del tráfico de larga distancia, y no hay otro sistema que transporte más del 5 al 8%. El cambio en los ferrocarriles de Estados Unidos se basó en los valores existentes entre sus empleados; por ejemplo, en su dedicación a mantener altos estándares técnicos. Si hay que cambiar hábitos, no es necesario cambiar la cultura: hay que cambiar hábitos. Y sabemos cómo hacerlo. Aquí se hace así por Alberto Levy Toda organización tiene una cultura propia. En realidad, toda vez que dos personas interactúen entre sí durante algún tiempo para lograr un objetivo común, habrán de desarrollar una cultura propia, reflejada en ciertas creencias y normas compartidas que emergerán de esa interacción. 2 La cultura de la organización está fuertemente basada en la percepción que sus miembros tienen de lo que funcionó exitosamente en el pasado. Es decir, en las conductas que han sido aceptadas porque son percibidas como que ya han sido efectivas. Como han sido efectivas, entonces esas creencias y normas de conducta son enseñadas a los miembros nuevos, como las formas correctas de percibir, pensar y sentir el enfrentar problemas de adaptación externa e integración interna. Entonces, cuando se articula el complejo de supuestos sobre cuál es la mejor forma de operar con el medio externo (adaptación) y cuál es la mejor forma de dirigir el medio interno (integración), estos supuestos son pasados a los recién llegados. Este es el proceso de “socialización” o de “inducción” de la gente nueva. De la interacción cotidiana entre los miembros de la organización, inevitablemente se desarrolla un conocimiento colectivo de “lo que es y lo que no es”. Estas son las creencias. Y de “lo que debería ser y lo que no debería ser”. Estos son los valores. Estas creencias y valores son la plataforma sobre la que el grupo genera las “normas”. Las normas son las reglas aceptadas de conducta- muchas veces implícitas y hasta inconscientes- que prescriben cuáles son las actitudes y las conductas apropiadas e inapropiadas de los miembros del grupo. Estas reglas de comportamiento incluyen los estándares de desempeño esperado del grupo y cómo esos niveles de desempeño deben ser alcanzados. Las normas tienen una influencia particularmente fuerte sobre el comportamiento de la gente. Quien las viola recibe la presión de readaptación por parte del resto de los miembros y hasta puede ser socialmente eliminado (a no ser que las normas se modifiquen aceptando la desviación como una nueva orientación compartida). Al operar las normas de esta forma, actúan como el refuerzo de las creencias y los valores compartidos. Esto cierra el circuito de consolidación de la cultura de esa organización. Cuanto más exitosa haya sido esa organización con esa cultura, más consolidada estará la cultura. Veamos un ejemplo concreto. Uno de los valores compartidos en una empresa es la calidad. Una forma de definir este valor es cómo la convicción de que en la empresa toda tarea debe ser realizada con el objetivo de que sea cumplida de la forma mejor posible. Algunas normas que surgen de este valor pueden ser: “En nuestro grupo la gente siempre trata de mejorar a pesar de que se esté desempeñando bien”, o “aquí siempre tratamos de ser líderes; somos líderes y lo seguiremos siendo”. Algunos indicadores observables son la actitud de “podemos lograrlo”, la clara definición y aceptación de estándares de desempeño o que se ve a la gente con perseverancia y con ese espíritu de dar un paso de esfuerzo más del esperado. Las principales implicancias fenómeno son las siguientes: de este • La resistencia al cambio de la cultura de las organizaciones tiene que ver con 3 ese circuito cerrado con la que se desarrolla. A no ser que se intervenga en todos los elementos en forma simultánea cualquier modificación es muy difícil de ser lograda. • Los valores compartidos y las creencias y las normas y hábitos que se derivan de ellos son los determinantes principales de la conducta de los miembros de la organización. • El cambio cultural debe ser diferenciado del cambio en la conducta. Cuando el cambio en la cultura se produce, el cambio en la conducta viene atrás. El proceso inverso es más difícil. El cambio en la conducta sin cambio cultural requiere articular toda una serie de controles y de recompensas y castigos para que se mantenga. El cambio cultural es más duradero que el cambio en el comportamiento porque es autosostenido. • La cultura de la organización puede ser un activo o un pasivo dependiendo de si los valores compartidos y las creencias son compatibles con los factores clave de éxito de los negocios en los que opera esa organización y con los fines individuales de sus miembros. Todo negocio requiere que las empresas que lo practican dispongan de una o más características. Son esas cosas que hay que saber hacer bien sí o sí. Son los factores de clave de éxito de ese negocio. Los cambios bruscos en la economía mundial y en nuestro propio escenario hacen que los factores clave de éxito se modifiquen con cada vez mayor aceleración. Cuando esto es reconocido, es probable que la empresa intente una reorientación de su estrategia. Pero si este cambio de estrategia no está soportado por la cultura, esa estrategia está condenada al fracaso. 4