Tema 1 La ilustración francesa Literatura Universal 2015/16 François Marie Arouet, Voltaire (París, 21 de noviembre de 1694 – 30 de mayo de 1778) Escritor francés, de nombre François-Marie Arouet. Era hijo de un notario retirado de Chatelet y de María Margarita Daumast, perteneciente a una familia burguesa de excelente reputación. Muy pronto saltó su carácter audaz e irreligioso, conquistando reputación de indisciplinado ante sus profesores. En el colegio trabó amistad con compañeros que luego llegarían a ser grandes señores de Francia. Terminada la escuela pasó a estudiar Leyes por imposición de su padre, aunque nunca asistió a clase, yéndose a teatros y salones que frecuentaban artistas y literatos. De esta época es su obra Oedipe. Su padre, desesperado, le intentó colocar infructuosamente en infinidad de oficios, pero la rebeldía del joven Voltaire pudo más y las puertas del mundo se le abrieron gracias a sus amistades. Su segunda obra, Henriade, salió a la luz. Pasó un tiempo encerrado en La Bastilla, en 1717, por escribir una sátira contra el regente. En 1724 escribio la tragedia Mariamme y en 1725 L‘indiscret. Los rumbos que tomaba la vida de Voltaire eran de un libertinaje atroz y contra toda estructura, sobre todo las religiosas, llegando incluso a atacar con sus publicaciones a Juana de Arco por su religiosidad, acusándosele por ello de antipatriota. Se enemistó con toda clase de personas, pero, a la vez, adquiría una gran fortuna con sus escritos. En 1731 escribe Historia de Carlos XII y Cartas filosóficas: organizaron tal escándalo que fueron condenadas por el Parlamento y quemadas por el verdugo. Otro tumulto supuso Pandora, que nunca se representó. Todos sus escritos provocaron críticas y amenazas contra él. Se rodeó de gran lujo, viviendo alejado de París, cerca de la frontera suiza, en villas que compraba y ornamentaba con ostentación; sin embargo, debido a su carácter filantrópico, donaba dinero para obras sociales. En el año 1756 escribe Cándido o el optimismo. Su fisonomía moral ha sido discutidísima, pues según sus detractores corrompía escandalosamente a la juventud y era irrespetuoso e irreverente con las autoridades y la Iglesia, llegando incluso a escribir blasfemias. No obstante, desde el terreno puramente humanista, consiguió desembarazarse de la superstición y el fanatismo existentes. Fue también filósofo e historiador, interesándole, en el primer aspecto, el lado pragmático de la vida, más que el razonamiento especulativo y los dogmas e inspiraciones que debían desecharse por completo según él. En cuanto historiador, predicaba que había que ser crítico y estar bien informado. Sus ideas políticas fueron las de propugnar como ideal el sistema de gobierno inglés, que emparentaba la Monarquía con leyes de rango republicano. También, como buen burgués, aceptaba la desigualdad social. Alegaba que la revolución debía hacerse desde arriba, ya que el pueblo no tenía preparación. La figura de este personaje es complejísima por todas las facetas que desarrolló. Entre las numerosas personas con quienes llegó a tener una verdadera lucha dialéctica se encuentra Jean Jacques Rousseau, del que fue amigo y a quien atacó en numerosos artículos. En 1752, cuando Voltaire todavía estaba apreciando las delicias de Potsdam, dos notables pensadores franceses, Diderot y d’Alembert, lanzaban el primer volumen de una obra que señalaría una época: la Enciclopedia. El grupo de intelectuales que trabajó en ella, inclusive Voltaire, sería más tarde conocido como los enciclopedistas. La obra era tremendamente ambiciosa. Intentaba sintetizar en una serie de artículos todo el conocimiento humano, tal como la ciencia de ese .entonces y los pensadores más avanzados de la época lo podían transmitir. Colaboraban en los diversos temas empiristas y librepensadores. Los cinco primeros volúmenes de la Enciclopedia fueron sistemáticamente confiscados a pedido de la Iglesia y se convirtieron en rarezas bibliográficas desde los primeros días de su aparición. A pesar de ello, fueron muy leídos. Desde Ferney, Voltaire contribuyó asiduamente con una serie de artículos. También escribió individualmente un Diccionario filosófico (1764) completo. En 1761, a la mitad de ese trabajo, Voltaire continuaba con la sonrisa pesimista en los labios y su «contemplación superior» sobre el mundo. Hasta que recibió en su casa la visita de una familia atemorizada, que le relató la tremenda historia de su persecución. Un muchacho de Toulouse se había suicidado. Existía una ley por la cual el cuerpo del suicida debía ser arrastrado por las calles y después colgado. Para evitar ese horror, Jean Calas, el padre, un comerciante protestante, consiguió que algunos amigos atestiguasen una muerte natural. Pero, entre tanto, corrió el rumor de que se ocultaba un asesinato, y de que el padre había matado al hijo para impedir que se convirtiese al catolicismo. Calas fue aprisionado, torturado y muerto. La familia, arruinada, huyó a Ferney, donde narró a Voltaire la horrenda historia. En 1765, el joven caballero de la Barre, de dieciséis años, otro protestante, es acusado de mutilar crucifijos. Tras confesar, después de ser torturado, fue decapitado, quemado, y con él un libro de Voltaire, que estaba en su poder cuando fue apresado: el Diccionario filosófico. A d’Alembert, igualmente disgustado con esos hechos, y quien le escribía acerca de la necesidad de ridiculizar las persecuciones religiosas, Voltaire le respondió que ya no era momento para hacer bromas. «El espíritu no rima bien con las matanzas. ¿Es éste el país de la filosofía y del placer? Diría mejor que es el país de la matanza de San Bartolomé». Y, por primera vez en su vida, Voltaire se queda serio. «Durante todo ese tiempo —escribiría más tarde— no reí una sola vez sin que me pareciese un crimen.» Protestó contra el rigor de las penas establecidas en nombre de la religión, exigió más respeto por la vida humana, llamó públicamente a sus colegas Diderot y d’Alembert a la batalla. «Aplasten a los fanáticos y-a los malvados, sus insípidas declaraciones, sus miserables sofismas, la historia mentirosa…, el amontonamiento de absurdos. No permitamos que los poseedores de inteligencia sean dominados por los que no la tienen, y la generación venidera nos deberá la razón y la libertad.» Voltaire defendió a los amigos de Calas y la Barre cuando fueron perseguidos, y a los campesinos del FrancoCondado y de Gex, inundando a Francia con un torrente de escritos incendiarios —como el Tratado sobre la tolerancia—, la mayoría anónimos (aunque todos sabían quién era el autor). Sus enemigos intentan responder por otros métodos: primero, desprestigiándolo. Sus libros fueron quemados en la plaza pública, pero era imposible impedir su lectura. Jamás la pluma de un intelectual fue instrumento político más importante. Algunos de sus panfletos llegaron a la cifra de 300.000 copias, monumental para la época. Estaban escritos en un lenguaje claro y cortante, y cada uno de sus sarcasmos —en un público predispuesto a aceptarlos— valía por un ejército de verdugos. Como era imposible acallar a ese viejo demonio, decidieron comprarlo. Madame de Pompadour intenta una vez más intervenir en el curso de su vida, y le ofrece un cargo de cardenal a cambio de su silencio. Voltaire ni siquiera se dignó responder. Por fin, sus adversarios fueron reducidos al silencio, y gente de todas las clases sociales —incluso del clero y la nobleza— salió en defensa de Voltaire. El había resumido en forma inteligente y aguda aquello que millones de personas estaban sintiendo y que no tenían capacidad ni coraje para decirlo. Voltaire —excepto en sus trabajos históricos— nunca creó ideas nuevas. Fue, eso sí, un extraordinario vulgarizador y propagandista, el vehículo por el cual las nuevas ideas llegaron a las multitudes. En 1770 sus amigos iniciaron una suscripción pública para erigirle un monumento en París. Fue tal la lista de contribuciones, que decidieron limitar la cantidad de cada donación a una sola corona, para que todos pudiesen participar. A los 83 años, la victoria estruendosa de los enciclopedistas le devolvió la sonrisa. No todo estaba perdido. Sabía que las nuevas generaciones lo aclamaban y que las futuras reconocerían su papel reformador. Pero sabía también que había llegado su fin. Quiso volver a París, incluso contra los consejos médicos, y hacia allí se encaminó. Al día siguiente de llegar, quebrantado por el cansancio del viaje, recibió visitas: casi trescientas personas invadieron sus aposentos, entre ellas Benjamín Franklin, representante de la revolución norteamericana. Trajo a su nieto para que Voltaire le diese su bendición. Un sacerdote también vino a verlo para la confesión: —¿Quién lo envió, señor cura? —Dios en persona… —Bien, bien…, veamos entonces sus credenciales… Más tarde pidió al abate Gauthier que viniese a confesarlo. Gauthier le rehusó la absolución, a menos que Voltaire confirmara públicamente su fe en la doctrina católica. El moribundo lo despachó y dictó a su secretario esta declaración: «Muero adorando a Dios, amando a mis amigos, sin odiar a mis enemigos y detestando la superstición. Febrero 28, 1778». Casi a la muerte, hizo una visita a la Academia Francesa, donde habló y recibió tremenda ovación de su público aglomerado dentro y fuera del edificio. Fue a ver su pieza Irene en el teatro, mientras el médico imploraba que se cuidase. Voltaire le pidió que al menos lo dejase morir en paz. Quería morir exactamente así: rodeado por sus amigos y disfrutando de la vida. Murió el 30 de mayo de 1778. Y sobre su tumba pidió que sólo escribiesen: «El defendió a Calas». Era la acción de la cual más se enorgulleció en la vida. En París rehusaron darle sepultura cristiana. Los amigos cargaron el cuerpo en un carruaje, haciendo creer que todavía estaba vivo, y consiguieron enterrarlo en Salliers. Doce años después, la Asamblea Nacional de la Revolución Francesa obligó a un disgustado Luis XVI a traer sus restos al Panteón de París. Setecientas mil personas acompañaron el cortejo. Sobre su féretro puede leerse: «Combatió el fanatismo, inspiró la tolerancia y reclamó los derechos humanos». Esta información ha sido extraída de Historiaybiografias.com