Martes – 3ª semana T.O. ª semana T.O. – 2016

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Mart es – 3 ª semana T.O. – 201 6
Timoteo y Tito (siglo I)
2 Samuel 6, 12-15.17-19 / Salmo 39 / Marcos 3, 31-35
(Liturgia de la fiesta) →→→ 2 Timoteo 1, 1-8 / Salmo 95 / Lucas 10, 1-9
Oración inicial
Dios todopoderoso, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha paternalmente la oración de tu pueblo,
y haz que los días de nuestra vida se fundamenten en tu paz. Por nuestro Señor. Amén.
† Lectura del santo Evangelio según san Marcos (3,31-35)
La madre y los hermanos de Jesús
(Mt 12,46-50; Lc 8,19-21)
31
Llegaron su madre y sus hermanos, se detuvieron fuera y lo mandaron llamar.
La gente estaba sentada en torno a él y le dijeron: “Mira, tu madre y tus hermanos [y hermanas]
están fuera y te buscan”.
33
Él les respondió: “¿Quién es mi madre y [mis] hermanos?”
34
Y mirando a los que estaban sentados en círculo alrededor de él, dijo: “Miren, éstos son mi madre y
mis hermanos.
35
[Porque] el que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.
32
CLAVES para la LECTURA
- En el capítulo 3 del evangelio de Marcos se agrupa en torno a Jesús un movimiento en cuyo interior, con la
elección de los Doce, se va caracterizando cada vez más el grupo de los discípulos. Nuestra perícopa va
precedida por una clara distinción entre aquellos a quienes elige Jesús y aquellos que se le oponen: sus
enemigos, que “le acusaban de estar poseído por un espíritu inmundo” (Mc 3,30). En los vv.31-35
vienen a buscarlo “su madre y sus hermanos”: éste es el único pasaje de Marcos en el que aparece la
madre del Señor, a la que ni siquiera se cita de una manera explícita entre las mujeres que estaban
presentes en la crucifixión y en el sepulcro. Se habla, asimismo, de manera genérica, de “hermanos”, un
término más bien vago que puede designar simplemente a personas de la misma parentela. La
indeterminación de la expresión parece atribuirle un valor especialmente simbólico: poco importa la
identificación de los personajes y la historicidad o no historicidad del hecho de que algunos miembros de la
familia de Jesús hubieran venido en un determinado momento a buscarlo, no sabemos bien por qué motivo;
en cambio, sí importa, y mucho, establecer en virtud de qué característica se entra a formar parte de su
verdadera familia.
- Bajo esta luz, la dureza de la respuesta de Jesús (v.33) se suaviza mucho: no se trata de una ingratitud con
su madre, ni de un despego respecto a los afectos humanos. Marcos no se ocupa de estos afectos; se apoya
simplemente en ellos para crear una situación paradójica que proporciona mayor relieve a los vv. 34ss, cima
del episodio. Madre y hermanos de Jesús son todos los que le rodean; ahora bien, entre ellos hay simples
curiosos, discípulos titubeantes, apóstoles que se esforzarán por comprender hasta el final... Ser hermano de
Jesús no es una cuestión de sangre ni de mérito, sino de gracia: “cumplir la voluntad de Dios” es algo
que está al alcance de todos y que habilita para convertirse en “hijos de Dios”.
CLAVES para la VIDA
- En ese camino de Jesús, una de las tareas más claras y definidas, aparece su empeño de crear en torno a
Él mismo un grupo, que en estos momentos (como el texto de hoy) se le denomina NUEVA FAMILIA. Según
el evangelista, está claro que hay quienes se quedan en la periferia; otros, más bien, son contrarios a Jesús
y su propuesta: ahí están los letrados y demás; y hay también, -aunque con ciertas dificultades-, quienes
van entendiendo todo eso y lo van asumiendo.
- El criterio que propone para participar y pertenecer a esa familia es claro: “cumplir la voluntad de Dios”.
Porque éste es precisamente el objetivo del caminar del mismo Jesús. Toda su vida, sus enseñanzas y
cuantas acciones realiza están animadas y motivadas por esa voluntad del Padre. Y aquí nos encontramos
NOSOTROS: podemos quedar en puros curiosos y mirones; puedo posicionarme en contra o en actitud
despectiva; o puedo entrar de lleno en esa dinámica y, entonces, la consecuencia es que me convierto en
hijo del mismo Padre-Dios. Soy miembro del pleno derecho en esta nueva realidad y... ¡por supuesto!, soy
un privilegiado por haber tenido la suerte de conocerlo, disfrutarlo y poderlo COMPARTIR. ¡Soy de la familia
de Dios!
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
“Señor, enséñame a ver y amar a los demás como Tú los ves y los amas”.
1. Para comprender el alcance de este episodio, hay que tener en cuenta, ante todo, la importancia que
tenía la familia (y el orden familiar) en el imperio romano y sus colonias. La familia era -sobre todo a
partir de Augusto- la base para el mantenimiento de la religión y del orden social. La casa era el templo
básico. Y el "paterfamilias" el sumo sacerdote, jefe, propietario y rector al que todos, desde la mujer y los
hijos hasta los esclavos, se sometían. Para mantener el status y el orden social. Así se perpetuaba el
Imperio (R. Turcan). Todos los instantes del día se cumplían sumisamente como un gran ritual (Plinio el
Viejo, 28,27). Esto era entonces decisivo.
2. Jesús -que no se identificó nunca con aquel orden social- lo primero que hizo fue dejar su casa y alejarse
de su familia. Por eso es tan fuerte el hecho de que sus parientes lo tuvieran por "loco" (Mc 3,21) hasta
"despreciarlo" (Mc 6,1-6). En este relato, Jesús afirma que no tiene otra familia que quienes anteponen la
voluntad de Dios a cualquier otra relación de parentesco o interés de estabilidad económica, política o
social.
3. Está claro que Jesús tomó en serio la voluntad de Dios. Las relaciones de parentesco, en el Imperio, se
regían por el sometimiento. Las relaciones que establece Jesús, para los humanos, se rigen por lo más
específicamente humano, el cariño, que no es posible sino desde la libertad. Lo que sucede es que somos
más fieles al status social y político, que nos suministra la familia, que a nuestra verdadera condición
humana, que nos señala Jesús con su forma de vida. Suele mandar más en nosotros la seguridad que la
fe.
José María Castillo - La religión de Jesús Ciclo C – Comentario al Evangelio diario – 2015-2016
Queridos hermanos:
Palabras duras de Jesús, que nos golpean: “Pero, ¿quiénes son mis madre y mis hermanos?”. Ya sabemos
que Jesús nunca tiene un estilo almibarado -¡Es profeta!-. Aun así, hay momentos en los que el choque es
más fuerte. Porque estaba allí su madre. De entrada, hacemos un quiebro y miramos a María, su madre.
¿Cómo va a tener un sentido “duro”, delante de ella? Ella, la mujer del sí en la encarnación, la mujer
creyente y discípula, abierta siempre al querer de Dios, que mantuvo la fe, aun en horas de noche oscura;
hasta lo había engendrado antes en su corazón, por la fe, que en su seno maternal. María es la Madre del
“Verbo”, de la Palabra, ¿cómo no iba a ser toda para la escucha, para el discipulado? Y, efectivamente,
miramos a María, y se allanan nuestras extrañezas.
En el sentir del pueblo judío la maternidad era la gloria suprema para la mujer. Una mujer estéril llevaba
un estigma. Cómo se repiten, en la Biblia, los milagros de Dios, que hacen germinar vida en un vientre seco.
Pues, a pesar de lo excelso de la maternidad biológica, Jesús apunta más alto. Sin rebajar su valor, nos hace
una pedagogía o catequesis de la nueva familia del Reino. Más que los valores de la sangre, está la fe, la
voluntad de Dios, escuchar y cumplir la palabra. Somos hijos del Padre de los creyentes, de Abraham. (No
hace falta repetir que, en la Biblia, bajo el nombre de hermanos, caben los primos, los tíos y otros
familiares).
Nosotros somos la nueva familia del Reino. Somos su familia, la familia de Jesús. Somos hermanos de
Jesús e hijos del Padre del cielo. Todos podemos rezar juntos el Padrenuestro. Ya sé, ¡Ay!, que todo pueda
quedar, a veces, en pura doctrina, en respuesta seca de catecismo. Invitémonos a vivirlo, a hacerlo carne. A
que se manifieste en nuestra palabra y obras. Solo así, este ser de la familia de Jesús nos colmará de
alegría, “Alegría del evangelio”. Poseemos muchas experiencias de comunidades que no vienen de la sangre
u otros intereses sino de buscar la voluntad de Dios, siguiendo más de cerca a Jesucristo. Ejemplo más claro
será la Vida Religiosa, presente en la Iglesia en todos los tiempos, en todas las geografías, y en cantidad
innumerable. La familia de Jesús hace de la Palabra su vida, sobre todo en la celebración de la Eucaristía
compartida. Como un corolario, se me ocurre decir: Si el título de madre biológica no es lo definitivo, ¿por
qué estaremos pegados, también los seguidores de Jesús, a otros títulos mundanos, de los que, ya hace
años, prometimos sacarlos de la Iglesia?
Pero quedémonos con el gusto de ser y llamarnos de la familia de Jesús.
Conrado Bueno, cmf
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