Conflicto, pos acuerdos y plan de desarrollo. Un llamado urgente a

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Conflicto, pos acuerdos y plan de desarrollo.
Un llamado urgente a la coherencia
Pilar Ramos Quintero
Abogada e investigadora
En el marco de la coyuntura de paz en los 90 y de la aparente democratización
del régimen político alcanzada con la nueva constitución de 1991, la sociedad y
las ideas reformadoras, chocaron de frente con la política económica y social
adoptada por los gobiernos de turno en respuesta a la directriz neoliberal, y con
el recrudecimiento y degradación de la guerra; situaciones que aportaron en la
consolidación del proyecto paramilitar y limitaron notoriamente la acción
colectiva y la implementación de políticas sociales, que sin ser el horizonte,
permitieran mínimos de vida digna para las mayorías.
Las dinámicas del despojo y acaparamiento de tierras, la apertura y entrega del
sector servicios al capital multinacional, la financiarización de la vida cotidiana,
el ciclo de privatizaciones y los pilares de la reprimarización de la economía en
general, conformaron el contexto socioeconómico y político de la última década
del siglo XX y las bases de proyecto de país que viniera a consolidarse durante
los dos gobiernos de Uribe Vélez y el primer gobierno de Santos. Las
propuestas de gobierno actuales en materia económica y de reforma política,
no nos muestran que exista una ruta radicalmente distinta.
La experiencia indica entonces que la terminación de un conflicto armado es
apenas uno de los elementos en el proceso de construcción de la paz; más allá
de lo que pueda ser acordado en la Habana y en las negociaciones con el ELN
(y eventualmente con el EPL), y de reconocer la firma de los acuerdos, es
necesario reconocer también, que ahí no se resuelven los conflictos
estructurales (económicos, culturales, sociales) que subyacen a la guerra y que
la guerra hereda a la sociedad que la ha vivido.
En este sentido la agenda de transición y la etapa de implementación de los
acuerdos pasa por enormes retos: la construcción de un nuevo modelo de
desarrollo que confronte la concentración de la riqueza y los bienes comunes y
supere el modelo primario exportador, replanteando, en consecuencia, el
extractivismo como sustento social y económico del país; la reforma política
que garantice la participación de las comunidades en las decisiones públicas,
respete proyectos de país diversos y permita la oposición sin represión y
exterminio; la infraestructura administrativa y política para una paz con
transformaciones reales; la verdad, justicia y reparación a las víctimas; el paso
de la seguridad para la guerra a una seguridad para la paz y la solución de los
profundos y estructurales conflictos por el uso y tenencia de la tierra, los
territorios y la biodiversidad, entre otros que transversalizan cualquier
posibilidad real de construir el escenario y los hechos que permitan “concretar”
la paz que Colombia necesita, una paz con justicia social y democracia real.
Alguien escribió en las paredes bogotanas que lo que no se negocie en La
Habana debe ser ganado en las calles y es cierto, la sociedad debe exigir
sostenidamente los cambios estructurales que se requieren para la Paz y
seguir construyendo las alternativas para ello; pero esa movilización, que no es
de ahora, también debe ser escuchada por el gobierno en su conjunto y por los
sectores no guerreristas del Congreso de la República, tienen la
responsabilidad y la obligación de hacerlo. Un paso en ese sentido es
promover la participación popular y la consulta en la formulación del Plan de
Desarrollo Nacional, documento estratégico de política pública que resulta
fundamental para sentar las bases de esas transformaciones ineludibles y de la
agenda de transición, sobre cimientos concretos y tangibles: políticas públicas
coherentes y por supuesto, presupuestos y recursos financieros para su
ejecución.
Dentro de ese amplio espectro y contexto que se derivarían de la planeación
estratégica de una nueva economía y un “otro” desarrollo para la etapa de pos
acuerdos, se resaltan dos dimensiones de la transición que están íntimamente
ligadas: la primera, la necesaria ruptura y transformación del modelo de
desarrollo para la guerra que impera actualmente (extractivismo,
desterritorialización, concentración de las tierras y los territorios, privatización
de la naturaleza, crisis ambiental, despojo y desplazamiento, exclusión y
pobreza) y la segunda, la participación real, decisiva, amplia y protagónica de
los sectores históricamente excluidos y marginados, que para el caso
colombiano son las mayorías y que está causalmente relacionada con la
negación, represión y marginamiento/explotación de las regiones y los
territorios que hoy resultan tan costosas para la posibilidad de la Paz.
Pero, ni lo primero, ni lo segundo se ve reflejado con seriedad en las políticas
anunciadas por el gobierno para este nuevo periodo presidencial ni en el
presupuesto Nacional presentado para el 2015, pese a la buena intención y los
lineamientos expuestos por el director de Planeación durante la audiencia
pública del pasado 22 de septiembre, en dónde el enfoque de Derechos sería
el eje del Plan de Desarrollo y su solicitud a Estados Unidos de cambiar el
“Plan Colombia”, creado para la profundización de la guerra y para alimentar a
algunos sectores económicos y políticos nacionales y foráneos, por un “Plan
Colombia Social” pensado para el “posconflicto”, conflicto que el mismo plan
ayudó a recrudecer.
Basta con retomar y observar con un poco más de detenimiento algunas de las
“cifras” del presupuesto 2015, para resaltar su incoherencia con el propósito de
la Paz estable y duradera que está buscando y promoviendo este gobierno,
pero que de mantenerse así, no será la paz que espera y necesita este país.
Un plan de desarrollo para la paz con un presupuesto para la guerra
El Ministro de Hacienda y el DNP han insistido en que la prioridad del
presupuesto para el 2015 es lo social. Es bien recibido el aumento del
presupuesto en Educación, en salud y la inversión en inclusión social y
reconciliación, pese a que en esta área exista una marcada política
asistencialista que no toca el fondo de las causas de la pobreza en Colombia.
Sin embargo, como lo señalaron algunos analistas en espacios de opinión, el
gasto social se mantiene, porque es una obligación constitucional no reducirlo y
la cuestión aquí es si ese gasto social responde a la necesidad de pensar las
políticas públicas para el pos acuerdo con la (s) insurgencia (s) y para la
construcción de la paz. La respuesta inicial es NO.
Para empezar hay un faltante de 12.5 billones de pesos en el presupuesto
requerido para el próximo año, debido, entre otras razones, al mantenimiento
de privilegios a las rentas de capital y empresas y al desmonte de los
parafiscales cuyo recaudo representaba importantes ingresos que dejó de
percibir la nación ; sumado a esto, se da la disminución de los ingresos
petroleros, la inocultable reducción de las exportaciones y aumento de las
importaciones y la sostenida devaluación del peso frente al dólar, panorama
preocupante en materia económica en el corto y mediano plazo, que nos lleva
a una primera y casi elemental reflexión: el gobierno no está pensando, mejor,
planeando estratégicamente, es decir a mediano y largo plazo una economía
para la paz y sigue anclado en una economía para la guerra.
Esto es más que evidente cuando revisamos la distribución del gasto. Contrario
al propósito del Ministro de asignar equitativamente los recursos y promover la
austeridad en el gasto, encontramos inequidades abismales.
Desde una mirada general, veamos que subió, que bajó y que quedo igual en
el presupuesto, en perspectiva del énfasis social anunciado y requerido.
Educación, salud e inclusión social, como ya lo dijimos, suben, pero la inclusión
subsidiada y asistida, no es una política seria contra la pobreza ni para la
reparación de las víctimas; el presupuesto en el sector agropecuario, causa
central del conflicto y primer punto de la agenda de La Habana sigue siendo
precario pese a su reducido aumento (siendo aún más precaria la asignación
para restitución de tierras, como veremos); paradójicamente baja el
presupuesto en Ambiente y Desarrollo con una participación de apenas 0,3%
del total del presupuesto, buena parte dedicado a seguimiento a las licencias
ambientales (esperamos que a favor de los intereses comunes y no de los
intereses corporativos) y en cultura, que representa solamente un 0,2% del
presupuesto. La pregunta frente a estas reducciones presupuestales, que se
consideran estratégicas para la paz, es ¿y entonces con que respondemos a la
tan mencionada paz territorial que abandera este gobierno? ¿Cuándo en las
regiones y territorios la crisis ambiental es rampante y arrasadora y la
locomotora minera se extiende? ¿Y cómo construimos y fortalecemos la cultura
para la paz cuando el eje cultural, en toda su complejidad, sigue siendo la
cenicienta y en vez de crecer se reduce? Obviamente la cultura para la paz no
es un asunto de un ministerio o un sector pero en alguien debe recaer el
liderazgo institucional para emprender esa tarea y el sector de educación y
cultura están llamados hacerlo.
De otro lado aumenta la inversión en minas y energía (un aumento superior al
otorgado al agro) justificándose en la necesidad de sostener el abastecimiento
interno de petróleo y alimentar los ingresos para inversión social, lo que resulta
a todas luces incoherente si se mantiene la política petrolera actual, las
modalidades contractuales con las empresas, las exenciones tributarias a la
Inversión Extranjera y el sistema de regalías, que no le dejan al país las rentas
justas y sí aportan significativamente con la degradación ambiental, el despojo
territorial y la permanencia de la violencia en las regiones productoras.
Lo que no deja de preocupar, pese a que se ha dicho cientos de veces, es la
enorme partida presupuestal asignada al sector defensa y policía. Es claro que
la firma de acuerdos con la insurgencia cerraría el conflicto armado con uno de
los actores de la guerra (las guerrillas, cuyo combate ha justificado durante
años el altísimo gasto en defensa, según los gobiernos) y que las
negociaciones se dan en medio de la confrontación armada; además siguen
vivas diversas estructuras criminales que no han sido desvertebradas ni
atacadas y que además mutan y se dividen/ fusionan en nuevos actores o al
menos en nuevas denominaciones, es el caso de las estructuras paramilitares
que siguen operando y controlando los territorios y las economías.
Sin embargo, la lógica de mantener la importante asignación de recursos al
sector defensa, en un escenario de posconflicto, como el planteado por el
gobierno, no responde a la necesidad de combatir a las organizaciones
neoparamilitares, narcotraficantes y otras más que reproducen la violencia,
disputan el dominio de los territorios y las poblaciones y manejan dinámicas
económicas que transitan entre la legalidad y la ilegalidad.
No, lamentablemente la voluntad política de este gobierno no ha sido certera ni
radical frente a la criminalidad, empezando por la que está dentro del mismo
Estado, y menos aún la voluntad del ejército y la policía, que continúan
participando de prácticas, estructuras y políticas contrarias a los Derechos
Humanos y la legalidad. Tampoco se puede seguir justificando en el combate a
las guerrillas, especialmente a las FARC cuyo accionar militar se ha reducido
en el marco de las negociaciones, han manifestado su voluntad de un cese al
fuego bilateral y según el mismo Estado, se encontrarían menguadas
militarmente; entonces, ¿porque el gobierno no muestra siquiera la intención de
reducir o limitar progresivamente el presupuesto para la defensa? La urdimbre
de intereses económicos, estratégicos y políticos que se relacionan con el
sector defensa podría dar una respuesta.
Por eso resulta necesario volver a insistir en tres aspectos que deben
evaluarse si se quiere verdaderamente pensar en una economía para la paz y
unas políticas de desarrollo coherentes con ella: el primero, que no será
debatido por este gobierno y seguramente tampoco lo harán los que vengan, a
menos que se dé un cambio político sustancial, es el pago de la deuda y la
necesidad de revisar los mecanismos, lógicas y consecuencias que este gasto
entraña en lo social (para 2015 casi 50 billones de pesos van a pago del
servicio de la deuda de los cuales 19 billones corresponden a intereses);
El segundo aspecto, factible y que ya ha empezado a discutirse, es la política
tributaria. El gobierno propone encontrar los 12.5 billones que le hacen falta al
presupuesto y que se supone son los que tendrían una destinación específica
en los pos acuerdos, a partir de la extensión del 4 por mil y del impuesto al
patrimonio. A los gremios les preocupa que el impuesto al patrimonio
“desestimule” la Inversión Extranjera Directa, pero a otros analistas y
organizaciones sociales nos preocupa que el Gobierno no haya dado pasos
más decididos hacia la tributación de los grandes capitales. La lógica
económica y el sentido común, en clave de equidad y redistribución de la
riqueza, nos indicaría que en materia tributaria deberían “endurecerse” los
impuestos a los capitales golondrina, que como lo indican Edna Bonilla y Jorge
Iván González no fueron grabados en el periodo de gobierno pasado, en
cambio sí lo fueron los sectores medios y las clases trabajadoras.
También deberían eliminarse las exenciones tributarias a las empresas que
explotan los bienes comunes de la nación, los “recursos naturales” y al sector
financiero. Y también, teniendo en cuenta los índices de concentración de las
tierras y el usufructo del suelo y el subsuelo para la acumulación privada, en
gran parte foránea, debe implementarse la tributación para los grandes
propietarios y las grandes inversiones en agroindustria y otros sectores.
Finalmente el tercer aspecto y quizás el más difícil. La revisión seria del
presupuesto asignado a defensa y policía. Este sector recibirá más de 28
billones de pesos para el 2015, manteniendo su partida por encima de trabajo y
salud y por supuesto de Ambiente y Desarrollo (lo supera 56 veces) y del
sector agropecuario al que se le asignó cerca de la séptima parte del
presupuesto asignado a defensa. Pero, para ilustrar la magnitud de la
incoherencia y la poca pertinencia del presupuesto frente al propósito de un
plan de desarrollo para la Paz, mostraremos solo algunos datos comparados.
SECTORES Y ASIGNACIONES
Sector Agropecuario
Asignación 4,4 billones
Desarrollo y Competitividad del sector 3,4
billones
Reparación a víctimas
Formalización, titulación y restitución de
tierras 151 mil millones de pesos
Ayuda
Humanitaria
a
víctimas
y
desplazados DPS 885 mil millones
Fondo para reparación de víctimas 640 mil
millones
Fondo para población desplazada 685 mil
millones
SECTOR DEFENSA Y POLICIA
Sector defensa
Asignación 28 billones
Solo en Bienes y Servicios del sector 4,7
billones
Sumados todos los rubros señalados en
reparación a víctimas apenas alcanzan la
mitad del presupuesto asignado a Bienes y
Servicios del sector defensa.
Los gastos de personal del sector defensa 13
billones de pesos casi duplican la asignación
que el gobierno dice haber otorgado a las
víctimas
Con el presupuesto asignado a restitución de
tierras se busca adjudicar 250 mil Ha de 6
millones 142 mil Ha abandonadas o
despojadas. Difícilmente se cumplirá esa meta
así como no se cumplió mínimamente en el
cuatrienio anterior y si así fuere, en supuesto
ideal, con el presupuesto asignado se tardaría
varias décadas en cumplir con la restitución
El presupuesto del sector Minas y Energía,
Ambiente, Cultura y Agrario no alcanzan a
sumar los 13 billones asignados a personal
en el sector defensa
Otros datos que ilustran no sólo la inequidad en la distribución del gasto social
frente al sector defensa, son por ejemplo, las amplias diferencias entre los
recursos asignados al Congreso de la República en pensiones, cesantías y
vivienda, que ascienden a 264 mil millones, frente a los 151 mil millones
asignados para la restitución o lo asignado a la salud Pública para el próximo
año: solo el presupuesto de pensiones del Congreso supera 6 veces lo
destinado al Instituto Nacional de Salud y otro tanto o más, de lo destinado al
Instituto Cancerológico.
Como estas hay muchas más reflexiones en torno al presupuesto, a las
políticas públicas y sociales, así como a la institucionalidad para la paz que el
gobierno del presidente Juan Manuel Santos viene presentando a la sociedad
colombiana para el próximo año y el período posterior a la posible firma de los
acuerdos de paz; pero, pese a que los acuerdos se den, el camino para la
construcción de la paz con justicia social y con una política de Derechos
Humanos integral está lejos de lograrse si se continúa por la senda de la
incoherencia, el privilegio al sector privado y a los grandes capitales, la
contradicción y la poca concreción de la voluntad política de paz manifestada y
adelantada por este gobierno; la paz estable y duradera, la reparación integral
a las víctimas y la verdad, justicia y garantías de no repetición para el todo el
pueblo colombiano, pasa por la solución de las causas estructurales del
conflicto político, social y armado en Colombia y por el consecuente
replanteamiento del modelo de desarrollo para la guerra hacia un modelo de
desarrollo para la paz.
Edición N° 00418 – Semana del 26 de Septiembre al 2 de Octubre – 2014
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