El Tour de Francia y el enigma Godot

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Del 21 de julio al 31 de agosto de 2005 // CULTURAS // 7
(29)
DEPORTES
HIPÓTESIS CICLISTA DE UNA OBRA “HORRIBLEMENTE CÓMICA”
LA CUNETA
El Tour de Francia y el enigma Godot
PABLO ELORDUY
{
No es fácil quedar último. Requiere alcanzar la meta sin poner pie a tierra, esquivando
a los primeros que ya descienden hacia el hotel, dejándose empujar sin ser visto, dialogando
con los compañeros de penuria para generar grupos repescables en caso de llegar fuera
de control... Mientras Armstrong exhibe otra vez su generosidad en la victoria, por detrás
se libra una competición invisible en la que quedar penúltimo no sirve de nada.
JAVIER DE FRUTOS
i la anécdota es
cierta, Samuel Beckett se detuvo una
tarde ante un grupo de personas que continuaban esperando junto al
asfalto cuando la caravana
del Tour ya había pasado.
Al preguntarles el dramaturgo irlandés por el motivo de su espera, la respuesta fue tajante: “Estamos esperando a Godot”. ¿Quién
era Godot? ¿“El más lento y
veterano de los ciclistas”?,
¿el ídolo regional que tras
una caída luchaba por reengancharse al pelotón?,
¿un esteta de la derrota?:
en cualquier caso, un ciclista que dio título a Esperando a Godot, “un retrato
artístico de la existencia absurda del hombre”, según
Rechstein, estrenado en
París en 1953.
Es cierto que la hipótesis
ciclista convive con otras
no menos sugerentes: Godot une a Dios (God) y a
Charlot reflejando la dimensión cómica de la tragedia; rue Godot es una calle
de París, próxima al boulevard des Capucines, que entonces era frecuentada por
prostitutas; Godot deriva
del francés coloquial godillot (bota) porque los pies y
los zapatos tienen una gran
importancia en la obra;
¿Godot era De Gaulle?... En
algún momento el propio
Beckett quiso zanjar el divertimento asegurando que
si hubiera sabido quién era
Godot lo habría dejado escrito en la obra. No tuvo éxito, las elucubraciones continuaron. En concreto, la que
hablaba del ciclista Godot
adquirió cierto peso sin que
nadie se molestara en contrastarla.
En otro tiempo hubiéramos viajado hasta París para
revisar en recónditos anaqueles los archivos del Tour
y descubrir borroso el nombre de Godot mecanografiado con una Olivetti; hoy, sin
embargo, basta con teclear y
S
llegar. Y Goussot no llegó,
no pudo ser el 44º de aquella edición de posguerra ganada por Gino Bartali.
acudir a la ‘g’ en el listado de
participantes para encontrar
el vacío entre el francés
Marcel Godivier –tres participaciones, en 1908, 1911 y
1914– y el luxemburgués
Johnny Goedert –una participación en 1952–. Descartado el primero, pues Beckett apenas contaba nueve
años cuando Godivier llegó
a París ocupando la 30ª plaza, Goedert se perfilaba como una tibia esperanza para resolver el enigma: un
año antes del estreno de
Esperando a Godot, un más
que discreto ciclista luxemburgués pudo ser esperado
por no se sabe muy bien
quién en una cuneta francesa; momento en el que aparece Beckett y formula su
pregunta.
Tourmalet
Un cuaderno escolar
Cuando la ‘solución Goedert’ arrojaba conclusiones
un tanto imprecisas a la investigación, ‘el tiempo’ vino
a sacarnos del error. El manuscrito autógrafo original
de Esperando a Godot, escrito en un cuaderno escolar corriente, está fechado
el 9 de octubre de 1948 en
la primera página y el 29 de
enero de 1949 en la última.
De modo que Beckett sólo
pudo contemplar dos Tours
después de instalarse definitivamente en Francia, a
partir de 1945, y antes de
pergeñar la obra en el citado cuaderno: la ronda de
1947, la primera tras el
obligado paréntesis de la
Segunda Guerra Mundial, y
la de 1948. En ambas, un
único apellido guarda cierto
parecido con Godot entre
los participantes, Raymond
Goussot. Su hoja de servicios es impecable: una única participación en el Tour
de 1948, que no concluyó,
ninguna victoria de etapa,
ninguna noticia sobre sus
méritos.
Tal vez fuera definitivamente Goussot nuestro
hombre. Un corredor gris
}
OTROS TIEMPOS. Imagen del Tour de Francia de 1925, cuando las rutas de
la cita ciclista no contaban ni con asfalto, ni con asistencia técnica a los
corredores, ni con la abrumadora presencia de público o prensa.
Ese ciclista
deliberadamente
lento, que se
descuelga del
grupo tratando de
llegar último para
ocupar la gloria
al que espera un nutrido
grupo de familiares que
confía en que Raymond no
se retire, en que sea capaz
de concluir esa carrera insensata que puede aliviar el
futuro económico de la familia, quizás sea Goussot
ese ciclista lento, deliberadamente lento, que se descuelga del grupo con la calculadora en los pies, tratando de llegar último para
ocupar la gloria del farolillo
rojo. Pero si en efecto fuera
Goussot el deportista beckettiano, su fracaso fue absoluto, pues no hay mayor
humillación para quien espera llegar último que no
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Godivier, Goeder, Goussot... improbables orígenes del drama. Dispuestos
a renunciar a la anécdota y
a la osadía de desentrañar
su falso enigma, tomábamos aire en el Tourmalet
antes del descenso cuando
un modesto busto requirió
nuestra atención. En el pedestal, una sencilla leyenda recuerda a Jacques
Goddet, director del Tour
de Francia entre 1947 y
1988, inventor del prestigio
de la carrera, de sus puertos míticos –Tourmalet incluido–, de la explotación
televisiva: inventor de casi
todo.
“Yo mismo..., en su lugar,
si tuviera una cita con un
Godin... Godet... Godot... en
fin, ya saben ustedes a
quien me refiero, esperaría
a que se hiciera de noche
antes de partir”, afirma el
personaje de Pozzo en un
momento de la obra. Beckett espera junto al grupo
que acaba de encontrar a la
orilla de la carretera en el
verano de 1948. Y, en efecto, el último en pasar cerrando la carrera es Goddet. El público lo conoce,
ha sido un reputado periodista deportivo antes de
embarcarse en la resurrección del Tour. Beckett también lo espera y apenas intuye su rostro en el coche
cuando pasa levantando
una nube de polvo.
Este año, los aficionados
al Tour celebran el centenario del nacimiento de
Jacques Goddet; el año que
viene el centenario de
Beckett inundará las citas
culturales que viven bajo el
dictado de los aniversarios.
Para los dadores de cursos
de verano sugerimos un título: “Godot: director de
carrera”.
Elogio de
Mancebo
qué si no se alimenta ya con los bocatas de foie gras,
¿acaso los demás no van
igual? Mira Ullrich, parece
que piensa en un concierto
de Kraftwerk, un juguete
roto, un BMW defectuoso.
El italiano también se hunde poco a poco, latido a latido, y ahí está Mancebo,
mordiéndose el labio, con
las sienes a punto de reventar debajo del casco,
agarrado a la rueda del
cowboy que cabecea y da
pedales como un poseso.
Allá va Paco Mancebo, con
un danés con aspecto de
suicida. Va también su
compañero con la cara relajada, la estrella en ciernes, Alejandro Valverde, la
esperanza murciana. Un
latido más, una arrancada
más del capo del pelotón.
“Don´t mess with Texas”
parece decirte cuando le
niegas un relevo, pero te
mira y tu cara le da lástima, pareces exhausto. Ya
verás, piensas, y te mantienes sentado, no me habéis reventado, te sonríes.
“Aupa Pakito”, grita un
chaval con una ikurriña.
Los franceses, decepcionados, también gritan algo.
“Mancebo es un diesel, un
sufridor”, dicen todos, vamos Paco. Y sigue, es el
único de los del año pasado que no ha empeorado.
Vamos, bebe un poco, olvida ese fragor pálido del
fondo de tu cerebro, Paco,
olvida el ruido mudo de los
latidos, aprieta los dientes,
devuélvele el aire a tus
piernas. Paco sigue, los kilómetros pasan y el vaquero no se decide. Le aguantas hasta la meta. Gana el
chaval de Murcia. Sonríes.
Será que Armstrong no
puede más, piensas. Pero
mañana podrá más que tú.
En la crono volverá a volar
para redondear su mito. Tú
volverás a la comarca, en
Ávila, entrarás al mesón,
besarás a la gente y saludarás a los amigos. Te olvidarás casi de esas moles de
piedra y asfalto, de las rampas con curvas como herraduras, de las caídas, de
los mohosos sueños de gloria… Tratarás de olvidarte
de París y del amarillo.
Y
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