PEZ SIN FRONTERA Por Sibylla Brodzinsky Independiente Fotografías de la autora TUCUNARE, PUTUMAYO. Recuerdan los pescadores tradicionales que en los buenos tiempos las negras aguas de las afluentes del río Putumayo casi borboteaban de peces. Uno en particular, la arawana plateada, saltaba de las aguas con tal fuerza que podía tumbar a los pescadores desprevenidos de sus lanchas, al golpearlas con su poderoso cuerpo que puede llegar a medir casi un metro de largo. Recuerdan que cazar las crías de las arawanas para venderlas como peces para acuarios lejanos era la forma más fácil de ganarse la vida en esta región selvática de Colombia donde la vida siempre ha tenido que lucharse. Pero hoy la arawana casi no se ve por estas aguas y los pescadores tanto del lado colombiano como del peruano del río Putumayo –cuyas anchas y abundantes aguas marcan el límite entre estos dos países– recuerdan con algo de nostalgia al gran pez escamaso cuya boca arqueada y barba bifurcada le dan aspecto de gruñón. Lo que a ojo de algunos es un pez con poca gracia y algo burdo, para los asiáticos es la encarnación de los míticos dragones de su imaginario colectivo. Como los dragones simbolizan prosperidad en las culturas del lejano oriente, tenerlos en la casa trae suerte. La arawana asiática que existe en llamativos tonos rojos, dorados y verdes fue declarada en peligro de extinción a mediados de los años setenta y su captura en estado natural está prohibida. Ya para los años ochenta había empezado un frenesí en la región amazónica por la arawana plateada, cuyo brillo evoca el destello de la plata, un reemplazo aceptable de las arawanas asiáticas. Un pez que antes nadie miraba dos veces se convirtió en fuente de vida de miles de familias. Harol Magno, el cacique murui del cabildo de Tucunare dentro del Parque Natural La Paya, es un hombre de poco pelo, sonrisa generosa y hablar pausado. Echado en un chinchorro al lado de la cocina sin muros de su palafito al borde del río Caucayá, dice que la demanda por la arawana coincidió con la presión de las autoridades para combatir los cultivos de coca de la región. “Se fue complicando eso y ya mirando que no había trabajo, todo el mundo se fue a la pesca. En esa época se dedicaban papá, mamá e hijos a coger ese bicho”, dice. La oferta era abundante y el mercado asiático no saciaba su apetito de arawanas. Los pescadores se dedicaron a capturar las pequeñas crías del pez –los alevinos– por cientos y miles para venderlos a comerciantes de peces ornamentales. “Eso era entregando y pagando. Siempre nos compraban todo lo que llevábamos. Esa era la ventaja”, dice Magno. Con uno de los pocos aeropuertos de la región, Puerto Leguízamo, que en ese entonces era un pequeño pueblo de calles polvorientas, se convirtió en uno de los principales centros de acopio del pez. Cuentan que en las mejores épocas, los exportadores enviaban aviones de carga directo a Puerto Leguízamo para llevarse las arawanas hasta Bogotá y de ahí a los acuarios de Asia, Europa y Estados Unidos, en donde también se desarrollo una demanda por el exótico pez. La región amazónica de Perú nunca agarró la fiebre de la coca que por esas épocas invadía el lado colombiano. Pero la de la arawana sí. Sonriendo con algo de vergüenza traviesa, Belisario Romero –un cacique quechua que vive en una pequeña aldea sobre el río Peneya, territorio peruano adonde se llega a hora y media en lancha río abajo de Puerto Leguízamo–, dice: “Antes esto estaba lleno de arawanas. Las cogíamos con malla, chuzo, a tiros, como fuera”. Todo lo llevaban a vender a Puerto Leguízamo. *** A cualquiera que pregunta por el negocio de la arawana en Puerto Leguízamo lo mandan a hablar con Gregorio Rey, el más importante comercializador de peces ornamentales de la región. Recibe a extraños con la cautela cordial de quien ha estado metido en el mundo de la ilegalidad, aunque ya no pertenezcan a él. En 1988, la Corporación Autónoma del Putumayo, autoridad ambiental de la época, prohibió la captura, comercialización, transporte y venta de la arawana. Tanto pescadores como comercializadores del pez ornamental recuerdan que la prohibición hizo poco para frenar su captura y posterior venta. “Sencillamente había que pasarle algo al policía en el aeropuerto”, confiesa Rey. En 1993, El Tiempo publicó un artículo que describía el negocio ilícito de la arawana en Puerto Leguízamo como más rentable incluso que el de la coca, tomando en cuenta la inversión y esfuerzo necesario de cada uno. En 1996 se levantó la prohibición de la pesca de la arawana, en parte como estrategia de sustitución del negocio de la coca. Recuerdan los pescadores y los comerciantes que, sin embargo, la medida no tuvo mayor impacto en ninguno de los dos negocios. Pero sí impactó a la especie. Desde el año 2000 los pescadores peruanos y colombianos notaron que cada año escaseaba más la arawana. Hasta que ya no volvieron a verlas en la cuenca donde vive Magno, el cacique murui, ni en la de Romero en Perú. Ambos dicen que hace más de seis años que no capturan arawana y Rey, el comprador, asegura que se le dañó el negocio. Rey tiene una bodega al lado de su casa en la orilla del río Putumayo, donde recibe, compra y almacena los peces ornamentales que le llevan. En unos estanques rudimentarios de madera forrados con tela de caucho, nadan rayas, cuchas y estrigatas. Una compuerta en el piso revela un estanque de concreto donde nada un solitario pirarucú de más de un metro de largo. “Ese es mi mascota”, dice Rey. Aunque lo tiene hace tres años, no le ha puesto nombre. Pero en sus existencias de ornamentales, no hay ni una arawana. No es la temporada, explica, pero aun en el pico del período de captura son sumamente escasas. En los últimos tres años ha recibido entre 3000 y 4000 alevinos, cuando acostumbraba a mover unos 300.000 al año. “El negocio esta pésimo, hace seis años se acabó”, dice. “La gente dice que los culpables somos nosotros”. *** Contrario a los demás peces que en su mayoría ponen miles de huevos varias veces al año, la arawana solo pone de cien a doscientos una vez al año, y luego de fecundarlos, el macho los cuida y luego protege a las crías en su boca hasta que puedan valerse por sí mismas. Para la captura de las crías, las que más interesan al negocio de peces ornamentales, matan al macho con chuzos o a bala para que las suelte. “Lo importante era cogerlas” dice Magno, el cacique murui. “Se mataban cinco o seis animales de esos y se dejaban tirados por ahí. Era raro el que se los llevara para comérselos. A la gente no le gustaba eso”. Recuerda que en la época dorada de la arawana, los compradores les suministraban todos los insumos necesarios a los pescadores: gasolina, escopetas, balas y mallas. En una noche en el pico de la temporada que va de finales de febrero a abril, cuando los machos están criando y las aguas del río bajan, se podían capturar unos mil alevinos. Cada uno se vendía a sesenta pesos y los pescadores ganaban en unas cuantas horas el 73 por ciento de un salario mínimo mensual de la época. Ya en 2006, Oliver Coomes y Marie-Annick Moreau, expertos en manejo ambiental de la Universidad de McGill en Canadá, habían advertido del caso de la arawana plateada en un estudio de los riesgos del comercio internacional de peces ornamentales. “La práctica de matar a los machos reproductores por el comercio de ornamentales puede poner en riesgo la sostenibilidad a largo plazo de esta pesca”, escribieron. Biólogos y conservacionistas aseguran que la arawana no ha desaparecido del todo de la cuenca del Putumayo. Aún se ven en las áreas más remotas. “Pero en las áreas de más fácil acceso la especie está agotada por sobrecaptura”, dice César Bonilla, biólogo del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas, Sinchi, quien agrega que se podría hablar de una “extinción comercial” de la arawana. Está catalogada como especie vulnerable en Colombia, pero no en Perú, de donde parten casi todos los alevinos que hoy pasan por Puerto Leguízamo. “Las arawanas que están saliendo ahora salen del lado peruano. Del lado colombiano no hay nada”, dice el comprador Rey. Los pescadores colombianos se lamentan porque, por la misma escasez, los alevinos en Puerto Leguízamo se pagan muy bien: a 2500 ó 3000 pesos. “Pero, ¿quién los coge si no hay?” se queja Magno. “Nos dimos cuenta de que es verdad que las especies se acaban”. Ha habido algunos esfuerzos de manejo de la especie en Colombia, pero han dado muy pocos frutos. Por el año 2004 los pescadores tradicionales del Parque La Paya se unieron en una asociación de arawaneros para controlar la captura. “Nos concientizamos todos los pescadores de que si seguíamos exportando se nos iba a acabar”, dice Magno. “Decidimos que un año pescábamos alevinos y juveniles; al otro año nada. Pero para cuando empezamos eso la especie ya estaba demasiado agotada”. En la Zona Reservada de Gueppí en Perú, han tenido algo más de éxito, y la población del pez ha ido recuperándose desde que se prohibió su captura hace unos tres años. “Ya está volviendo la arawana al río”, dice Romero, pero no hay permiso de sacarlas. Hay esfuerzos incipientes para criar las arawanas en estanques artificiales o lagunas naturales llamadas cochas. El cacique huitoto Mauro Caimito López, de una aldea vecina a la de Romero, está encargado del manejo de dos lagunas que poblaron de arawanas para la reproducción y aprovechamiento. En Colombia también ha habido intentos de reproducción en cautiverio pero hasta ahora no han dado resultados comerciales. Arturo Zuleta, pescador, emprendedor y tres veces concejal de Puerto Leguizamo, habla rápido y fluido. Es un narrador innato. Él se ha propuesto la misión casi quijotesca de salvar el pez: “Yo aspiro a que de aquí a unos diez años las únicas arawanas que vayan a quedar vivas sean las que yo tenga porque voy a recoger las pocas que quedan y las voy a almacenar y guardar”. *** Un pez frío, resbaloso y silencioso es lo opuesto a los animales adorables y cálidos que normalmente se escogen para encarnar campañas ambientales. Pero la arawana se ha convertido precisamente en eso. Los viajeros que llegan al pequeño aeropuerto de Puerto Leguízamo se encuentran con un enorme mural de una arawana con el lema: “Su vida depende de ti”. Es una campaña de un proyecto llamado Putumayo Triple Frontera para la coordinación técnica y normativa entre las tres áreas protegidas en Colombia, Perú y Ecuador (donde curiosamente no existe el pez). Según Saulo Usma, experto en sistemas de agua dulce del Fondo Mundial para la Naturaleza que lidera el proyecto, se escogió la arawana no solo por su condición vulnerable, sino porque la presencia del pez refleja un ecosistema saludable y representa cómo un mismo recurso es manejado de diferentes maneras de un lado del río al otro. Perú y Colombia tienen diferentes épocas de veda para los peces, por ejemplo, y varía la cantidad de pesca permitida. Pero los peces, dice, no saben de fronteras. “Así como el río nos conecta, tenemos que contactar los esfuerzos de conservación”, concluye Usma.