Autor: Báez, Julio C. Publicado en: Sup.Act 21/08/2003, 1 SUMARIO: I. Introducción. - II. Concepto de arrepentido. - III. Figuras que se le relacionan en las técnicas de investigación encubiertas. - IV. Orígenes y antecedentes del delator judicial. - V. El delator judicial en el derecho nacional. - VI. El derecho premial. - VII. Argumentos contrarios a la recepción normativa de la figura. - VIII. Ambito de aplicación de la figura. - IX. La ausencia del resultado esperado. - X. Breve reseña del arrepentido en el derecho comparado. - XI. Cuestiones procesales del arrepentido. - XII. El Estado: su poder y su vinculación con el delator judicial. XIII. La valoración judicial del testimonio del arrepentido. - XIV. Nuestra posición. I. Introducción El arrepentido en la legislación nacional y en la flamante ley 25.742 La aparición en el elenco normativo de la ley 25.742 (sancionada el 4 de junio del 2003, promulgada el 19 de junio del 2003 -Adla, Bol. 16/2003, p. 13-) vinculada el secuestro de personas ha consagrado -siguiendo una tendencia ya anunciada por las leyes 24.424 y 25.521 (Adla, LV-A, 27; LXII-A, 29)- al delator judicial. El fenómeno del secuestro de personas ha germinado en nuestra sociedad actual como una peligrosa habitualidad. Tal extremo alentó en el ánimo del legislador a perfilar ciertas inclinaciones normológicas entre la que se destaca el agravamiento de las penas en la figura de la privación ilegal de la libertad, en el secuestro extorsivo y la figura que desbrozaremos. Bien nos recuerda Aboso ("Comentario de la ley 25.742 para la prevención del secuestro de personas", La Ley, 2003/07/01, p. 1) que mediante el dec. 1651/02 (Adla, LXII-D, 4124) el Poder Ejecutivo Nacional creo una comisión asesora para la prevención del secuestro de personas integradas por jueces, fiscales, abogados legisladores y especialistas de nuestro foro a la que se le asignó la delicada misión de analizar la problemática de la privación ilegitima de la libertad y proponer los paliativos necesarios para contener esta modalidad delictiva que en nuestros días alcanza ribetes de auténtica criminalidad organizada. A poco que se repase la reciente ley 25.742 vemos que el arrepentido se introduce en la legislación nacional, aunque con modalidades propias, que la distingue de sus antecesoras. En efecto, la misma luce en un agregado al art. 41 del del C.P. pero, contrariamente a aquéllas, subordina la aplicación del instituto a dos prismas bien diferenciados: a) El delator debe revestir la calidad de partícipe o encubridor. b) La persona delatada debe tener un ascendiente en la estructura vertical de la organización respecto del confesor. Las modalidades que se avizora en el "nuevo arrepentido" fácilmente infieren que la comisión ha querido evitar la delación de los llamados " perejiles" es decir evitar que los jefes u organizadores de las mismas se beneficien delatando para ello a personas que se encuentran sujetas a su comandancia (Aboso). Por otra parte, la ley no habla de exención total de pena sino de una reducción en las escalas punitivas. II. Concepto de arrepentido La figura del delator judicial ha suscitado diversas ponencias en torno a su aceptación como herramienta válida para la represión del delito y las objeciones que en el marco constitucional a ella se le formulan. La misma, permite una rebaja o exención de la pena a los imputados que brinden datos útiles a efectos de dilucidar las investigaciones judiciales. Moscato ("El agente encubierto", p. 2, Ed. La Ley, Bs. As., 2000) lo ha definido como aquella persona a la que se le imputa un delito y que brinda a la autoridad judicial información significativa sobre la identidad de los autores, coautores, partícipes o encubridores, para beneficiarse en la reducción o en la eximición de la pena. Para Montoya ("Informantes y técnicas de investigación encubiertas", p. 202, Ed. Ad Hoc., Bs. As., 1998) el concepto se circunscribe a los favores procesales que se le acuerdan a quienes colaboran con la investigación para cierto tipo de delitos. A poco que analicemos la evolución etimológica del vocablo fácil es inferir que "el arrepentido" encuentra su fuente en la expresión italiana "pentito" y esta relacionada con beneficios procesales que se les conceden a quienes brinden su colaboración con las pesquisas judiciales. Es decir, que el Estado -a cambio de dichos favores- obtiene información que permite luchar contra el crimen organizado. Este instituto tuvo su simiente en la necesidad de aquél de contar con una herramienta que le permitiera munirse de información vinculada con delitos llevados adelante por agrupaciones mafiosas y sobre los datos filiatorios de sus integrantes (Báez, Julio C. - Cohen, Jessica, "El delator judicial", La Ley, 2000-C, 1125; Montoya, Mario Daniel, ob.cit., p. 202). En opinión de Neira ("Arrepentido y agente encubierto", La Ley, 1997-B, 1431) el arrepentido se erige en circunstancias atenuantes para la graduación de la pena, la cual trasunta a que el delator abandone las actividades peligrosas que lleva a cabo y ayude a las investigaciones criminales. III. Figuras que se le relacionan en las técnicas de investigación encubiertas Analizaremos ahora sendas figuras que poseen como común denominador con el arrepentido que se le vinculan a ella en el género "técnicas de investigación encubiertas". Los institutos que desbrozaremos seguidamente amalgaman formas de investigación autoritarias que lesionan bienes jurídicos pero encarnan, como norte de su actuación, la política criminal del Estado en delitos de gravedad y vinculados con comportamientos mafiosos. III. a) El agente encubierto Moscato (ob. cit. p. 1) siguiendo los parámetros de la ley 24.424 define al instituto señalando que el agente encubierto es un funcionario policial o de las fuerzas de seguridad que hace una investigación dentro de una organización criminal, muchas veces, bajo una identidad modificada, a fin de tomar conocimiento de la comisión de delitos, su preparación e información sobre dichas circunstancias para así proceder a su descubrimiento y, en algunos casos, se encuentra autorizado a participar de la actividad delictiva. Zysman Bernando de Quiros ("El agente encubierto en el nuevo régimen estupefaciente", La Ley, 1997-B, 1077) recogiendo a Montoya explica que propósito que orienta al agente es adquirir evidencias contra sospechosos. encontrarían dentro de ellos los agentes secretos de la policía y que realizan trabajo encubierto. de el Se un De las definiciones ensayadas fácil es colegir que si bien ambas figuras participan del género de las técnicas de investigación encubiertas poseen marcadas diferencias. En primer lugar, el agente encubierto debe -indefectiblemente- ser miembro de las fuerzas de seguridad. Por el contrario, el arrepentido, puede ser un miembro de las mismas o un particular. En segundo término, el agente encubierto es un sujeto que se entromete en el delito que están llevando a cabo otros. En el sentido opuesto, el arrepentido es una persona sometida al derrotero del enjuiciamiento criminal -por su íntima vinculación con el injusto- que cambia el aporte de información por prebendas procesales. III. b) El informante Es en líneas generales la persona que sin pertenecer a las fuerzas de seguridad esta dispuesto a colaborar en forma confidencial en el esclarecimiento de los delitos brindando información realizando, a tal fin, un acuerdo con dichas autoridades (Moscato, ob. cit., p. 1). Trátase, pues, de personas que prestan ayuda a las autoridades policiales acerca de diversos delitos. Para Montoya (ob. cit. p. 189) el gobierno tiene el privilegio de negarse a descubrir la identidad de quienes brindaron información sobre los injustos a las autoridades. El citado autor nos recuerda el caso Roviaro donde la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos estableció que el gobierno Federal tiene un importante, pero no un total, privilegio, en proteger sus fuentes e informantes (Roviaro vs. United States, 353 U.S. 53, 1957). Por otra parte, fue el mismo Tribunal americano en el caso Mc Gray vs. Illinois (386, U.S. 300, 312) el que sostuvo la necesidad del revelado de la identidad del informante en el enjuiciamiento federal. Entonces, fácil es diferenciar ambos institutos en cuanto a que el informante es un colaborador de las fuerzas del orden, pero, por el contrario, el delator es un sujeto que ha cometido un delito, una persona vinculado con el espectro criminal y que efectúa un trueque de su colaboración por favores procesales. III. c) El agente provocador Zaffaroni, Alagia y Slokar ("Derecho Penal. Parte General", p. 764/766, Ed. Ediar, Bs. As., 2002) enseñan que como principio general debe considerarse que el agente provocador actúa típicamente. Al abordar el delito experimental, señalan que éstos se vinculan con investigaciones policiales las cuales no siempre coinciden con el agente provocador. Acuden a la opinión de Bettiol, para quien la policía debe perseguir delitos ya cometidos, y no suscitar comportamientos delictuales nuevos, pese a señalar que el principio cincelado por el maestro italiano cede cuando se trata de un peligro concreto y actual para los bienes jurídicos fundamentales en que la dignidad ética del Estado no sufre detrimento sino resta otra solución que el delito experimental y, por ende, éste pasa a ser un deber jurídico para los agentes del Estado. Ante la inminencia de un gravísimo delito contra la vida de una o más personas, especialmente, en los casos de delincuencia serial o masiva, la apelación a este recurso en modo alguno pone en cuestión la imagen de la ética estatal. Mir Puig ("Derecho Penal. Parte General", p. 404/405) señala que en España se concluye en la imposibilidad de sindicar al agente provocador como partícipe del delito habida cuenta de la ausencia del dolo inductor del mismo, destacando que la falta de punibilidad subyace cuando el autor ha eliminado de antemano cualquier posibilidad de consumación. Para Donna ("Autoría y participación criminal", p. 131, Ed Rubinzal Culzoni) a falta de voluntad del resultado será impune aquel agente provocador que exhorte a la comisión de un delito con la firme intención de no permitir su comisión y con el solo objeto de poner a prueba al inducido. Ahora bien, excede el derrotero de este trabajo el tratamiento dogmático de esta modalidad de técnica encubierta. No obstante ello, se impone trazar un paralelo con la figura en debate, ya que las diferencias arrojan correspondencia con las analizadas. En efecto, el agente provocador es una persona que carece de dolo delictual toda vez que su comportamiento se limita a crear una situación criminal disimulada, la que jamás ha de ver la luz en los contornos fácticos, habida cuenta que quien ha provocado se ha asegurado que el delito jamás llegue a su consumación y, muchos menos, al agotamiento. Distinta es la situación del arrepentido. El mismo es quien ha evidenciado otrora la comisión de un injusto y aporta a la investigación su relevamiento de datos y sujetos del delito a cambio del pacto que sella con el Estado. III. d) El testigo de identidad reser-vada El testigo de identidad reservada es aquella persona que depone en forma juramentada ante el director de la investigación ocultando a los actores procesales su origen filiatorio. La reserva de identidad -como técnica de investigación encubierta- permite al fiscal o al juez de instrucción que lleva adelante la pesquisa mantener en secreto los datos de individualización de los testigos cuyos dichos - seguramente- han de constituir importantes indicios de cargo y que -sin acudir al ocultamiento de este extremo- difícilmente vuelque una deposición incriminatoria o reveladora de datos en función del temor cierto para su vida. En primer lugar, la declaración en el sumario penal ha sido concebida para los delitos previstos en la ley 23.737 (Adla, XLIX-D, 3692) (CCC, sala V, "Cabello, Sebastián", en Revista del Colegio Público de Abogados N° 7, agosto del 2001 -DJ, 2000-1-585-). Pero, se han alzado argumentos que ponen en jaque su constitucionalidad. Si bien -aun dentro de la ley que reprime el narcotráfico- este instituto aparece como una necesidad de política criminal cuyo norte se endereza a la represión de la deletérea influencia de la creciente difusión actual de la toxicomanía, calamidad social comparable a las guerras que asuelan a la humanidad o las pestes que en tiempo pretérito la diezmaban (CSJN Fallos: 300:254) termina afectando los principios del garantismo procesal, valor supremo de nuestra realidad normológica. En tanto las partes no tengan un efectivo contralor en la producción de las declaraciones de cargo y de descargo resulta imposible estimar que se trate de una prueba en el proceso criminal, a la vez que en cuanto evolucione la causa, difícilmente será posible mantener el anonimato del testigo de cargo. Por otra parte, la regulación del instituto colisiona con el art. 8° inc. 2 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos "en cuanto a que dentro de las garantías judiciales reconocidas se encuentra el derecho de la defensa a interrogar a los testigos presentes en el tribunal y de obtener la comparecencia, como testigos o peritos de otras personas que puedan arrojar luz sobre los hechos" (conf. Báez, Julio C. - Cohen, Jessica, "El debido proceso ha sido garantizado", Suplemento Revista del Colegio Público de Abogados, N° 7, Agosto del 2001). También esta técnica de investigación se vincula respecto del arrepentido -en cuanto a sus diferencias- con las ya analizadas toda vez que el deponente sombrío no ha participado en el delito y no anhela un galardón procesal. Como tercero ajeno al proceso, manifiesta cuanto sabe del grave delito que se perquiere pero sólo anhela impedir la reacción mafiosa, razón por la cual la autoridad procede al silencio de su identidad. IV. Orígenes y antecedentes del delator judicial La delación existió en los orígenes mismos de la civilización. Durante la antigüedad era común la existencia de los "soplones" personas éstas que se infiltraban en los ejércitos y obtenían información del enemigo, la cual le era arrimada a su cuerpo de origen. Cornejo ("El arrepentido en el sistema penal argentino" en Revista de la Asociación de Magistrados, año XII, N° 25, enero-julio de 2000), citando a Mommsen, refiere que el sistema de premios a los denunciantes y acusadores existían en el derecho penal romano, que al eximir de pena a aquellos delincuentes que, previo acuerdo entre ellos y los jueces penales, confesaran el delito, y con su confesión allanaran el camino para poder condenar a sus cómplices y compañeros de delincuencia, era un mal desde luego, pero un mal que no pocas veces se puso en práctica cuando la colectividad atravesaba situaciones de apuro. Más recientemente en el tiempo la figura que analizamos cobra fisonomía en Italia. En ese sentido señala Montoya (ob. cit p. 202/203) que en la península ha resultado un arma idónea para lograr condenas y penetrar en el mundo mafioso dándonos el ejemplo del primer gran desertor en la mafia italiana -Tomasso Buscetta- conocido arrepentido del juez Falcone quien revelara la estructura organizada de "Cosa Nostra". Este togado -también referido por Montoya en su excelente estudio- nos dice que la pentito, a diferencia del clásico informante anónimo, colaborador de la policía utilizado en una investigación y dejado a la sombra, trae problemas nuevos y diversos a la magistratura y a la opinión pública. El individuo se acusa a sí mismo en el momento en que delata a los otros y reclama protección. En nuestro país algunos autores señalan que la consagración normativa del instituto en estudio vio la luz con el proyecto de ley remitido por el ex presidente Menem a la Cámara Alta para modificar la ley 23.737. Aunque, tal afirmación, no es del todo cierta habida cuenta que la norma que ulteriormente fuera la modificatoria del art. 29 ter de la ley 23.737 reconoce su fuente en el proyecto del diputado Hernández. Posteriormente, el arrepentido amplia su marco de actuación, ya que la ley 25.521 la prevé para los actos de terrorismo allí descritos, maguer de lo cual, ésta fue introducida en nuestro país como medida excepcional para esclarecer los atentados contra las sedes judías (Báez, Julio C. - Cohen Jessica, ob. cit) y también en la flamante ley 25.742 -conocida en la la jerga judicial como "ley antisecuestro" que la adopta -aunque con modalidades propias- para la represión de este tipo de injustos. V. El delator judicial en el derecho nacional V. a) Introducción y naturaleza jurídica Con la sanción de las leyes 24.424, 25.521 y 25.742 la figura del arrepentido ha encontrado el pináculo de su consagración normativa. En materia de delitos relacionados con estupefaciente, o su contrabando, los que se vinculan con actos de terrorismo y los atingentes al secuestro de personas, el Estado nacional ha acudido a figuras controvertidas que lo habilitan para pactar con los delincuentes reduciéndoles o eximiéndolos de pena- a efectos que los mismos brinden información relevante de las organizaciones criminales que le permitan desbaratar a las mismas. Fácil es colegir que esta figura es un instrumento de política criminal, adaptado al proceso penal, lugar donde brinda la información el delator, la cual es harto sensible para el mismo y para sus cofrades. De ello se infiere, que la figura en cuestión poco tiene que ver con quien desiste en el injusto según las previsiones del 43 del C.P. Desde ese hontanar, nos recuerda Maurach ("Derecho Penal", t. 2, p. 72/73, Ed Astrea) que la antigua teoría del perdón encontró numerosos adeptos después de la publicación del revolucionario artículo de Bockleman en NWJW55, 1417. Esta teoría expresa el correcto razonamiento de que el desistimiento hace que la tentativa merecedora de pena evite su amonestación, lo que habla a las claras que la exención se funda en razones de la consumación del delito. El reo ha hecho todo lo necesario con el objeto de evitar la consumación y es en la externalización de esa conducta donde se ve patente el arrepentimiento. Por el contrario, el arrepentimiento, como galardón procesal, no se vincula con una situación introspectiva del beneficiario quien desaprueba su accionar. Si partimos de la base que el injusto ya se ha cometido, o se está cometiendo, el aporte de información se vincula más con la exención que con su ánimo. Por ello, la figura del arrepentido nada tiene que ver con el desistimiento regulado en el art. 43 de C.P. Este es un "puente de plata" que se otorga al delincuente que está desarrollando el injusto, que no se consumó y, mucho menos, se agotó y es la propia norma la que alienta el regreso al campo de lo lícito. Al analizar la figura del delator judicial, la situación de arrepentimiento aparece de la realidad introspectiva, ya que cuando exterioriza la confesión que vierte al delator poco le importa lo extrínsecamente disvalioso de su accionar sino que su finalidad primaria es la reducción de la pena. Se ha dicho con acierto que el delator se en-globa en el genero de las causas personales del levantamiento de la pena que eliminan, con carácter retroactivo, la punibilidad ya surgida, que no se confunde con una de sus especies: el arrepentimiento activo (Arce, Enrique - Marum Elizabeth, "La figura del informador", ps. 323/326 en Cuaderno de Doctrina y Jurisprudencia Penal, Año III, N° 6). V. b) Finalidad del instituto: el esclarecimiento del delito Los institutos de política criminal alientan la represión del delito. El flagelo de las drogas, el terrorismo y el secuestro de personas sólo es comparable con las pestes que en tiempos pretéritos diezmaban a la humanidad. La rápida expansión del fenómeno de la comercialización de drogas ha generado grandes activos a punto tal que el producido por los carteles es superior al Producto Bruto Interno de algunos de los países en vías de desarrollo. Los actos de terrorismo y el secuestro de personas van cambiado los hábitos y las relaciones sociales, siendo que los ciudadanos comienzan a verse impotentes frente a estos delitos. Ahora bien, entre otros efectos, la globalización trajo aparejado el achicamiento del Estado y del concepto de soberanía. Nace otra modalidad de interdependencia de las naciones, el descenso de los controles fronterizos, la libre circulación de bienes y servicios entre las naciones fundadas en la interdependencia global. Ello dio pábulo, también, a la expansión de los distintos ámbitos de la criminalidad. El superlativo avance de estos injustos, en oposición a los cada vez más vetustos métodos de contención tradicional del crimen, hizo pensar a los gobernantes de turno que correspondía abrir camino a nuevas formas de represión del crimen. En particular, el narcotráfico posee la característica de delito "supra nacional" mueve colosales sumas de dinero y frente a ello las herramientas tradicionales lucían insuficientes para contener el flagelo. Algo parecido ocurrió en el sur de Italia. Allí fue necesario controlar los grupos mafiosos. En nuestro país se fueron consagrando legislativamente sendos institutos tales como el arrepentido -que venimos desbrozando- el testigo de identidad reservada, etc. los que vienen a establecer un punto de inflexión en las persecuciones tradicionales. Estas nuevas formas son rayanas con una actividad ilícita del estado. Este es la propia personificación del orden normativo -como dice Kelsen- y es quien pacta con los delincuentes y los autoriza a la ejecución de delitos: en fin, convive con el mundo de hampa. Entonces el legislador comienza a sopesar dos tendencias contrapuestas: la estricta legalidad o su "coqueteo" con alguno de los integrantes de las organizaciones mafiosas. Su entrometimiento en ellas, su negociación con los delincuentes, los galardones procesales que concede, nos avizora pensar que se instala un nuevo debate, por demás inextricable, y enderezado a no encontrar una solución interpretativa definitiva y vinculada con la política criminal del Estado. Se alzan dos posiciones bien definidas. Se respeta a rajatabla las garantías del debido proceso o, por el contrario, se viabilizan estos institutos con los cuales el Estado se mune de armas que le permiten poseer más herramienta en su lucha. VI. El derecho premial El Estado ha confesado hallarse impotente para combatir los delitos de mención con los métodos tradicionales. Ello vio germinar la introducción de nuevos institutos que se tradujeran en lo que hoy se denomina "derecho premial". Podemos definirlo como un conjunto de normas que regulan los galardones procesales que reciben quienes colaboraron con las investigaciones criminales revelando datos de interés para desbaratar organizaciones mafiosas. En opinión de Cabrera Peña el interés político criminal que alienta el derecho premial es importante puesto que permite obtener efectos devastadores para las asociaciones criminales, con doble resultado, por un lado, el desaliento para la formación misma de las organizaciones criminales, ya que están expuestas al peligro de la delación. Por el otro, impedir que las ya existentes lleven a cabo sus deseos criminales. Pero llevado al campo del derrotero del proceso, es allí donde se infiere cuando se acude a estas investigaciones inquisidoras, que se desestabiliza la relación causal entre delito y pena variando el lógico desarrollo procesal, volviendo al inquisitivo, siendo allí lo más grave la disminución de la defensa ya que queda subordinada a la acusación condicionando la estructura triangular del proceso regresando a los tipos penales de autor más que de acto (Báez, Julio C. - Cohen, Jessica, ob. cit.). Ercolini, ("La conducta procesal en la determinación de la pena", Cuadernos de Doctrina y Jurisprudencia Penal, Ed Ad Hoc, Año III, N° 6 361/404) muestra particular encono con el derecho premial, ya que el arrepentido trastoca las garantías constitucionales básicas que, por promover comportamientos inmorales, rompe con los principios superiores de la política criminal de un Estado y, para colmo, resulta ineficiente por lo que necesariamente debemos esperar un panorama desolador para la seguridad jurídica. En igual ponencia se enrola Ziffer ("Lineamientos de la determinación de la pena", p. 173/75) para quien los arrepentidos o "testigos corona" germinan una armonía aparente en el proceso o bien plagada de un alto costo para el derecho de defensa. Convertir la confesión en una atenuación de la pena, en objeto de trueque, puede tener efectos nefastos, pues, hacerle saber al imputado que su confesión posiblemente lo libere de pena, reduce su libertad. Las propias palabras del juez ofreciendo una reducción de pena a cambio de una autoincriminación, de por sí tiene un efecto coactivo que ataca la voluntariedad del imputado. En la vereda opuesta se coloca Spolansky ("El llamado arrepentido en materia penal", La Ley, 2001-F, 1434) quien, en un inteligente desarrollo, se pronuncia por la validez de la figura. En el trabajo apuntado señala, básicamente, que tres son las críticas que se le efectúan a la figura: a) que alienta la delación. b) que constituye un modo contemporáneo de la vuelta a la tortura. c) que el delator judicial es conminado a la elección de la pena más leve cuando en un debate oral y público puede obtener una admonición menor. Rechaza el jurista todas estas objeciones señalando que la adopción del instituto permite el descubrimiento de estos delitos, que no es posible concebir a la negociación como una suerte de tortura moderna sino de indicarle al imputado un criterio utilitario y, en cuanto a la elección de la pena menor, es un álea que debe afrontar producto de un debate oral. Concluye, a nuestro juicio acertadamente, que el instituto sería de gran utilidad para la sociedad en lo atingente a delitos de difícil prueba. VII. Argumentos contrarios a la recepción normativa de la figura VII a) El principio de legalidad Se ha sostenido que la introducción del arrepentido en la legislación nacional trastroca el principio de legalidad. Esta ponencia parte de que no hay nada en términos de derecho penal ordinario y conforme los principios que rigen la cuantificación de la pena que permitiría mitigar la sanción al delincuente por su delación introducida como un beneficio (Ercolini, ob. cit. p 400), así también quiebra el principio de igualdad ante la ley. El monto de la pena subyace como medida de la culpabilidad y no con la revelación de datos que vierte el delincuente. VII. b) La ética estatal Excede el derrotero de este trabajo analizar los contenidos etizantes del derecho penal. Sentado ello, se ha criticado la figura del delator judicial, ya que, contradice los principios superiores de la política criminal de Estado toda vez que en la delación, los beneficios del Estado se ponderan como un sistema de "toma y daca" y no guardan relación con la seriedad que debe guiar la labor estatal. Por otra parte, no esta bien visto que el Estado pacte con los delincuentes a cambio de favores a los mismos. VII. c) La afectación al derecho de defensa y al principio de inocencia Otro de los argumentos que se han alzado contra la figura del arrepentido es que el mismo colisiona con el art. 18 de C.N. en cuanto a que nadie puede ser obligado a declarar contra sí mismo y que el proceso termina no con una sentencia condenatoria que destruye el estado de inocencia, sino que concluye con una negociación -delación por medio- que le da finiquito a éste. Es decir, que el imputado pasa a ser objeto de prueba y el mismo no reivindica su posición frente a la socie-dad sino que el proceso culmina en forma "oscura" mediante un cambio de favores. VIII. Ambito de aplicación de la fi-gura La figura del arrepentido tiene un limitado campo de aplicación. En efecto, a poco de auscultar la legislación nacional vemos que la misma se encuentra consagrada en la ley 24.424 -que modifica la 23.737- y la admite para los delitos relacionados con el narcotráfico y con el contrabando de drogas según las previsiones del art. 866 del Código Aduanero. La ley 25.521 la recepta para actos de terrorismo. Respecto de esta última cuadra señalar que en el mensaje de elevación del 27 de enero del 2000, el propio Ministerio de Justicia estimó aplicable la figura, pero sólo para los actos de terrorismo. La norma finalmente fue sancionada con estos alcances, maguer de lo cual los miembros del justicialismo propiciaron la extensión de la figura a otras modalidades delictivas. Ello vio germinar, con el decurso del tiempo, la existencia de la ley 25.742 sancionada a efectos de paliar uno de los tumores que azotan a la sociedad actual: el secuestro de personas. Visto así el panorama, se concluye en nuestra afirmación primaria en cuanto a que el delator judicial encuentra limitada aceptación. IX. La ausencia del resultado espe-rado ¿Corresponde interrogarnos acerca de si una vez dada la información no se logra el resultado esperado y se encuentra verificada la idoneidad de aquélla? Entendemos que si la finalidad con que se plasmara el acuerdo se trunca por negligencia de los órganos encargados de la persecución penal, o por el azar, jamás esta circunstancia puede morigerar la situación del imputado. Por ello, el órgano que lleva adelante la investigación y anhela el desbaratamiento de las organizaciones mafiosas o los efectos del delito debe efectuar una prudente valoración acerca de la información que se le suministra. Si la misma es rayana con la fabulación, poco crédito debe dársele y, menos aún conceder los galardones. Si la misma es atinada entonces debe el Estado cumplir con lo pactado -reduciendo o eximiendo de pena al delatoraun cuando no se hubiese logrado el fin propuesto sin perjuicio de las responsabilidades que correspondieren deslindar. X. Breve reseña del arrepentido en el derecho comparado El buceo que efectuáramos del derecho comparado trasunta a considerar que existen sendas legislaciones en el mundo que amalgaman la recepción de la figura. Tales son los casos de Alemania, Italia, España, Costa Rica, Portugal, Colombia, Bolivia Francia, de entre otras. Dada la extensión del presente sólo analizaremos las legislaciones consagradas en los tres primeros países que mencionáramos. En la madre patria, la aún vigente ley orgánica 3/1998 -que reforma el art. 57 del C.P. -sobre terrorismo regula la disminución de pena a cambio que el delator brinde información y desista en las actividades que lleva a cabo. En el derecho alemán, el arrepentido fue introducido en la legislación antiterrorismo contemplando penas atenuadas para el delito cometido. También, se amalgama la ausencia de admonición cuando el partícipe de la asociación criminal impida con su aporte la perduración de aquélla (art. 129, IV y 129 a, V, Stgb). A su hora el art. 31 establece que el juez puede según su discrecionalidad, atenuar la pena o abstenerse de pena si el partícipe ha revelado al funcionario sus conocimientos acerca del delito para que éste sea descubierto. Por su parte, en la legislación italiana sobre el pentismo la figura que venimos analizando posee una importancia cardinal. En otros tramos de este esbozo habíamos señalado que el origen delator yacía en la legislación sobre el pentismo. De ello se infiere que el legislador peninsular ha tomado de cardinal importancia la disociación de las organizaciones mafiosas recompensando a quienes colaboren en las mismas para lograr su desbaratamiento. La recompensa con que son galardonados los delatores son mensuradas según la naturaleza de la colaboración, la cual puede transformarse en beneficios procesales o exención de la pena. XI. Cuestiones procesales del arrepentido XI. a) I. La confesión y el consentimiento voluntario para el acto Con la erudición que lo caracteriza ha dicho Clariá Olmedo ("Tratado de Derecho Penal", t. V, p. 90) que se da el instituto cuando el imputado narra voluntariamente o acepta el hecho que se le atribuye. La declaración del imputado ha sido tradicionalmente concebida por la doctrina como un medio de defensa y ha sido permanentemente nulificada -por ser repugnante al garantismo procesal- cuando la misma fuere prestada bajo los efectos coactivos y estando ausente la voluntariedad de quien confiesa. En lo que al arrepentido respecta, el reconocimiento de la culpabilidad se nutre de una negociación explícita la cual debe estar rodeada de diversos requisitos. La Suprema Corte de los Estados Unidos ha establecido que la admisión de la culpabilidad por parte del acusado dependía de la comprensión de los elementos de la ofensa y las consecuencias de ese reconocimiento porque eran requisitos necesarios que conformaban la elección voluntaria por parte del imputado, recordando la recomendación de las reglas federales en cuanto a que el juez debe dirigirse personalmente al acusado a fin de determinar si su reconocimiento era voluntario con la debida comprensión de la naturaleza del cargo y sus consecuencias (Mc Carthy c. United States 394. U.S. 459.1969). Por ello, ha establecido dicho tribunal que el punto paracéntrico reside en la libertad de elección (voluntariedad) que es necesario garantizar. En las causas Brady c. United States 397 U.S. 742. 1.70; Mcman Richardson 397 U.S 790 1907; "Parker c North Carolina 397 U.S. 759.1970 el Alto Tribunal Americano estableció que el estándar utilizado para lograr la confesión debe emanar de un acto libre y voluntario. Es cierto que el Estado alienta de algún modo la admisión de culpabilidad por parte de los imputados en el proceso penal y mucho más, en lo que a delitos de narcotráfico y terrorismo respecta. Pero bajo ningún concepto la confesión debe ser "arrancada" bajo amenazas de daño o coerción psíquica que domine la voluntad de los acusados. Por ello, antes del acuerdo, los imputados deben evaluar un abanico de posibilidades antes de la negociación y no ser inducidos a ello merced a manifestaciones groseras del estado de policía. No obstante ello, la confesión surte plenos efectos legales cuando es efectuada bajo las condiciones reseñadas y no son pasibles de nulificación posterior. XI. b).¿A quiénes se pueden delatar? Las normas sancionatorias obran como un efecto reductor del estado de policía. Sabido es que el derecho penal es la "ultima ratio", último recurso y a la luz de nuestro derecho liberal cada norma que se sanciona es una porción de libertad que se restringe, que se conmina, ello en aras de garantizar el orden publico (Báez, Julio C., "Lineamientos de la Estafa Procesal", p. 36, Ed. El Foro, Bs As., 2001). Ahora bien, la naturaleza transgresora del exorbitante poder estatal puesto en manos de la persecución penal nos lleva a meditar si el principio de la delación consagrado en el hogaño de la legislación nacional es tan amplio que permite al delator incriminar a cualquier persona. Por nuestra parte entendemos que la delación reconoce un criterio limitado. En efecto, el delator es definido como aquella persona que revela la identidad de los coautores, partícipes o encubridores de un delito. Haciendo un análisis exegético esta ponencia entraría en colisión con la solución que propiciamos. Maguer de ello, estimamos que la norma prevista en el art. 178 del Cód. Procesal Penal de la Nación en cuanto prohíbe la denuncia respecto del cónyuge, ascendiente o hermano -a menos que el delito aparezca ejecutado en perjuicio del denunciante o de un pariente suyo de grado igual o más próximo que el que lo liga con el denunciadopermanece incólume en la figura que analizamos. El objeto de la prohibición establecida en la norma es la preservar la cohesión familiar o la protección integral de la familia (Navarro Guillermo Rafael - Daray, Roberto Raúl, "Código Procesal Penal de la Nación", t. I, p. 370). A no dudarlo, que la delación de las personas alcanzadas por la norma es atentatoria de la estabilidad familiar siendo que la familia es la simiente de toda sociedad. Desde ese hontanar, entendemos que se encuentra nulificada la delación de los parientes, ya que efectuado un prudente balance de los objetivos del Estado en los fines de su política criminal ceden ante la tutela de la familia, la cual ya ha sido reconocida en sendas convenciones internacionales. XII. El Estado: su poder y su vinculación con el delator judicial El poder penal no siempre estuvo en manos del Estado. Hasta la Edad Media éste sólo se limitaba a fijar un marco normativo que regulara las disputas entre los particulares. Fue a la luz de la evolución cultural de la sociedad que el poder penal ha sido transferido de las manos de un individuo o de un grupo de ellos, en favor de una instancia política central: el Estado. Al expropiarle a los particulares la latitud de la reacción penal monopolizó el poder y se hizo cargo de un poderoso control social (Maier, Julio, "Derecho Procesal Penal", t. I "Fundamentos", p. 478; Zaffaroni, Eugenio Raúl, "En busca de las penas perdidas", p. 20), entendido este término como una categoría vinculada al orden de una sociedad (Virgolini, Julio E.S., "El control social y su articulación en el sistema penal argentino" en "El sistema penal argentino", ps. 75/76, Ed. Ad Hoc). Ninguna duda cabe que en hogaño la persecución pertenece exclusivamente al Estado -por imperio del interés públicoextremo que ha erigido que la promoción de la acción penal constituya un imperativo para el encargado de esa tarea: el Ministerio Público Fiscal, el cual vio su aparición ante la necesidad de erigir un acusador distinto de los jueces encargados de ejercer ante ellos la acción penal pública (Báez, Julio C. "Acerca del Ministerio Público Fiscal y de la necesidad de fundamentar sus requerimientos", La Ley, 2003A, 1071; Báez, Julio C., "La prueba de la defensa y la obligación de evacuar las citas", La Ley, 2003/06/18, p. 8). Ahora bien, cierto es que la introducción de la figura del arrepentido trasunta a colocar en manos de las agencias judiciales una suerte de "cheque en blanco" para llevar adelante la política criminal del Estado y que éste de alguna manera alienta las admisiones de la culpabilidad como pasaporte para acceder al descubrimiento de delitos. Por ello, las manifestaciones del estado de derecho deben obrar como efecto reductor del estado de policía. El descubrimiento y el desbaratamiento de las organizaciones vinculadas con el narcotráfico y con el terrorismo nacional internacional no deben alentar por parte de los funcionarios estaduales -ontológicamente transgresores- ninguna conducta que lesione la ética estatal en aras de munirse de información vinculada con estos delitos. Los estándares de negociación plasmados en los procedentes jurisprudenciales emanados del Alto Tribunal Americano permanecen inalterables. No debemos olvidar que -como dijéramos antes- no es del todo bien visto que el Estado selle acuerdo con los delincuentes. Así las cosas, el Estado debe hacer gala del poder penal que se lo enviste con limitación y prudencia y no cercenar derechos fundamentales. XIII. La valoración judicial del testimonio del arrepentido Terragni ("El arrepentido", La Ley, 1994-E, 1450) señala que el llamado "testimonio" que pueda prestar un imputado en contra de otras personas, también imputada en la misma causa, debe lucir ausente de valoración por parte del juez habida cuenta que estas declaraciones están motivadas por la idea de la reducción de la pena. Montoya (ob. cit. p. 234) se pronuncia por la validez de este tipo de declaraciones pero señala que es sólo un medio para recrear la verdad. Nuestra ordenanza procesal nada dice acerca de la ponderación de los dichos del delator judicial. Estimamos que los mismos deben ser evaluados según los principios generales de la valoración probatoria. La sana crítica -que es el sistema actual de valoración probatoria- radica en que la ley no vincula al juez consagrando normas que cercenen su arbitrio para determinar la forma en que se acreditan los hechos ni le anticipa el valor de los elementos de prueba. El órgano jurisdiccional tiene la amplia atribución para seleccionar dichos medios con muy pocas excepciones para apreciarlas, ya que se debe someter a las conclusiones de la regla de la lógica y las experiencia común (D'Albora, Francisco, "Código Procesal Penal de la Nación", p 287, Carreras, Eduardo, "La sana crítica y el testimonio del coprocesado", JA, 151972-629). De lo expuesto fácil es inferir que los dichos del arrepentido en modo alguno pueden desembocar en una suerte de "prueba privilegiada", sino que deben ser evaluados en conjunto con la totalidad de diligencias tendientes a dilucidar el hecho constitutivo del proceso. En ese sentido, ha dicho la sala V de la Excelentísima Cámara del Crimen que ninguna prueba se erige en superior respecto de otras, sino que sólo constituye un aporte más a la investigación y no puede -ni debe- ser aislada de los restantes elementos probatorios (CCC, sala V, "Miele Fernando", 21/11/2002, La Ley, 2003/04/07, p. 4; CCC, sala V, causa N° 12.708, "Leporace , Gustavo", rta el 23/12/99; Báez, Julio C. - Cohen, Jessica, "Peritos y prueba pericial en el proceso penal nacional", La Ley, 2003/04/07, p. 3). XIV. Nuestra posición Crimen organizado y la aceptación limitada de la figura Los efectos de una sociedad globalizada, donde los Estados -en particular aquellos en vía de desarrollo- han perdido concepto de soberanía de otrora y la capacidad de manejar las elementales variables, ha favorecido la proliferación de las organizaciones mafiosas. Entendemos por crimen organizado la existencia de una convergencia de voluntades tendientes a agruparse en asociaciones cuyo fin es cometer delito. Las estructuras celulares, con que se cimientan formando verdaderas asociaciones ilícitas, no son otra cosa que la reunión de tres o más personas que se ponen de acuerdo -en forma organizada, permanente y estable- para cometer delitos a la vez que existe entre sus miembros un vínculo de comunidad y pertenencia que son los que dan vida a toda la sociedad (Báez, Julio C. - Gorini Jorge, "La desnaturalización del delito de asociación ilícita y el principio de legalidad", JA, del 8 de mayo del 2002). Entrando de lleno en el instituto en debate, vemos que el mismo ha tenido una amplia aceptación en el derecho comparado merced a la confesión estatal de encontrarse desbordado para combatir estos sofisticados injustos con los métodos tradicionales. En lo que a la legislación nacional atañe, fácil es colegir que la misma se encuentra normada en el art. 29 de la ley 23.737, modificada por la ley 24.242 en la ley 25.241 sobre terrorismo y en la reciente ley 25.742. Se ha dejado a la apreciación del magistrado que conoce en los mismos la aplicación del instituto. Si bien es de acertada técnica legislativa permitir márgenes de movimiento a los intérprete ésta no debe ser de una magnitud tal que permita extender este atractivo instrumento procesal a los casos que no justifiquen su utilización. La represión del narcotráfico, los actos de terrorismo y el secuestro de personas podrán verse alcanzado por la figura. Su gravedad y trascendencia alientan la utilización de ella, pero no más allá (Puricelli, La Ley, 1998-E, 946). No debe nunca perderse de vista que el Estado sella un acuerdo con los delincuentes con miras a munirse de información- y que éste anhela la exención admonitoria. En ese sendero, las manifestaciones del delator deben ser ponderadas con extrema prudencia por parte del magistrado, ya que aquél busca, como fin directo e inmediato, liberarse del proceso. Para ser válida la renuncia a sus derechos debe obrar inexorablemente el principio de voluntariedad. El incuso debe ser informado acerca de la naturaleza de la acusación, comprender cabalmente ella, ser anoticiado acerca del monto de la pena menor y mayor incluyendo la posibilidad de diferentes o adicionales castigos a causa de condenas anteriores, debiendo indefectiblemente encontrarse asistido técnicamente por un letrado de su confianza, o por la defensa oficial, al momento de sellarse el acuerdo por el cual reconoce su culpabilidad y renuncia a sus derechos. El Tribunal Oral -que dicte sentencia definitiva-, ateniéndose a la reducción legal prevista, se encontrará constitucionalmente obligado a controlar que el reconocimiento de la culpabilidad sea voluntario antes de emitir el veredicto (este fue el criterio aceptado por la Suprema Corte de los Estados Unidos en "Shelton vs United States y Martin vs. United States"). Sin ese minucioso control puede verse afectada la máxima constitucional en cuanto a que nadie puede ser obligado a declarar contra sí mismo. Cierto es que quien confiesa hace algo que el derecho no le exige: colaborar con su imputación, por lo que negarse a declarar, en uso de las facultades que le acuerda la ley, lo coloca en peor situación que delatando. Para finalizar, fácil es concluir que la recepción del arrepentido en la legislación nacional se encuentra en una situación rayana con la lesión al debido proceso. Pero si este instituto es utilizado en forma excepcionalísima -para delitos de narcotráfico, terrorismo y secuestro de personas- con la plena conformidad del imputado y su defensor en el acuerdo que desemboca en el reconocimiento de la culpabilidad, el cual no debe hallarse impregnado de la menor coacción física o moral, para que el encausado manifieste ante el juez del procedimiento su participación en el hecho y coadyuve al desbaratamiento de organizaciones terroristas y secuestradoras de personas o el esclarecimiento de los sucesos de narcotráfico, es un instrumento válido para la política criminal del Estado. Ya hemos dicho que cabe a la ontología del enjuiciamiento que el imputado se oponga a los fines del proceso. Pero, procediendo con el criterio de excepcionalidad postulado, y con los resguardos que ya hemos señalado, estimamos que no se ve afectada la máxima constitucional reseñada y se vuelve plausible para echar por tierra este tipo de delitos que son un verdadero flagelo para la sociedad. Estas son las razones que nos llevan a aceptar -con limitaciones- la figura, ya que si bien somos garantistas -no lo somos en su ortodoxia más radicalizada- de lo que colegimos que las garantías constitucionales tienen también su limitación y éstos yacen cuando la sociedad queda presa de ellas. No obstante ello, entendemos que no sólo con el agravamiento de penas, ni con enjundiosas reformas legislativas, han de mermar los graves delitos que asuelan la sociedad y que permiten la utilización del arrepentido. Por el contrario, aquellas deben ir acompañadas de una optimización de los recursos de prevención del delito, de una capacitación constante de las agencias policiales y, por su puesto, de la asignación de la partida presupuestaria suficiente. © La Ley S.A. 2007