Por MIRIAM PÉREZ HERNÁNDEZ M tos. ediante el bautismo Dios nos santifica, por lo cual, a partir de ese momento podemos llamarnos san- Cuando se inicia la entrada de esclavos africanos a Cuba da comienzo una situación sui géneris: la transculturación de deidades y fenómenos religiosos muy interesantes desde el punto de vista antropológico. Los esclavos son obligados a abandonar sus creencias para adoptar la religión católica de sus amos españoles. Así nace la sincretización de las deidades de los panteones de sus religiones con los santos del panteón católico. De esa manera, por ejemplo, Oshún, del panteón yorubá, es sincretizada con la virgen de la Nuestra Señora de la Caridad, mientras que Mama Chola, de la regla bantú o palo monte, también es homologada con la misma virgen. Después que una persona recibe el asentamiento del “santo” debe vestir rigurosamente de blanco durante un año. Este color significa pureza para los católicos. Pero hay ciertos aspectos que llaman la atención; para poder “hacerse santo”, el iniciado debe estar bautizado en la Iglesia católica; asimismo, reza el Padrenuestro, se persigna y le ofrece misas a sus difuntos en los templos católicos. Digamos a nuestros hermanos santeros que Dios es el padre santo (Juan 17, 11) que revela su santidad en la cruz de su hijo: Jesús, quien con su cruz y resurrección participa de la santidad de Dios, del mismo modo que los bautizados somos santos por participar de la resurrección de Cristo. La santidad constituye el fundamento del compromiso social del bautizado, que se debe manifestar en la cotidianidad de su trabajo, en la transformación del mundo, en su existencia. En la medida en que vivamos más cristianamente podemos llamarnos santos. Estos no albergan bajas pasiones en sus corazones. Revelan la armonía que debe tener el humano con la creación. Armonía es amor, y los que han vivido de esa forma los llamamos Santos y los veneramos en los altares de nuestras iglesias. La participación en la política “Los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política, es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinadas a promover orgánica e institucionalmente el bien común”. (Christifideles laici, 42) Mayo-junio 2003 3