El bosque protector Alcornocales: la última selva El macizo del Aljibe, hoy Parque Natural de los Alcornocales, alberga uno de los ecosistemas mejor conservados de la Península Ibérica. Situado entre las provincias de Cádiz y Málaga, representa no sólo un ejemplo de gestión sostenible de los recursos naturales, sino también el último reducto de la vegetación tropical mediterránea de la Era Terciaria. © Luis G. Esteban El Parque, con una superficie de 170.000 se extiende hasta el propio Estrecho de Gibraltar y se compone de un conjunto de modestas elevaciones aunque de acusadas pendientes. Destaca entre todas, la Sierra del Aljibe, donde predominan areniscas y arcillas, que con sus más de mil metros de altura se erige en el techo del Parque. Dentro del Parque Natural el agua discurre por dos cuencas diferenciadas; la de los ríos Guadalete y Barbate que vierten al Atlántico, y la del Guadiaro que lo hace al Mediterráneo. Estos ríos y sus afluentes no son muy caudalosos. Pre- sentan su máximo en invierno y un marcado descenso durante el estiaje. A pesar de encontrarse en una zona de clima mediterráneo típico, la proximidad del mar se traduce en un microclima caracterizado por la suavidad y regularidad de las temperaturas. Durante la época de lluvias, los frentes atlánticos se ven frenados por las elevaciones de este sistema montañoso, y descargan intensos aguaceros que hacen que se superen al año los ochocientos litros por metros cuadrado. En verano, los vientos húmedos y cálidos procedentes del Mediterráneo quedan atrapados entre estas montañas y crean un ambiente de nieblas propicio para el desarrollo de una flora exuberante. El alcornocal es la comunidad vegetal más extendida del Parque Natural y la que le otorga su carácter emblemático. Las características del suelo y la bondad del clima, junto al interés humano por el corcho, han propiciado su mantenimiento y desarrollo en estas sierras. La extracción del corcho es una labor tradicional, que aún hoy se realiza manualmente. Cuadrillas de obreros especializados realizan la «pela» y apilan las «panas» que serán trasladadas mediante caballería para más tarde pesarlas y clasificarlas. El período de descorche debe coincidir con la máxima actividad vegetativa, al principio del verano, para asegurar una extracción que no dañe al árbol. Estos tratamientos han supuesto una profunda transformación del bosque natural que aún así continúa albergando una rica fauna. En los terrenos donde la actividad humana ha cesado, madroños, brezos y jaras han recuperado el lugar perdido. La heterogeneidad ambiental del territorio diversifica la vegetación y rompe el manto continuo de alcornoques. Los suelos arcillosos, o «tierras de bujeos» como se denominan en la región, limitan el desarrollo del alcornocal y favorecen la colonización del acebuchal con su rico sotobosque. En las umbrías y vaguadas de suelos profundos y elevada humedad, el quejigo se adueña del territorio y se presenta en formaciones densas que originan una cerrada cubierta. El sotobosque queda reducido a un corto número de plantas umbrosas con acebos y helechos salpicados entre la abundante hojarasca. En las laderas montanas azotadas por los vientos, sobre suelos empobrecidos, el matorral de brezo, jara, robledilla y brecina se hace dominante. Pero hay una vegetación característica y única en Europa que define al Parque Natural de Los Alcornocales: los canutos. Los canutos suponen auténticos bosques subtropicales localizados en lo más recóndito de estos montes. En las angostas vaguadas las cabeceras de los arroyos el agua se precipita en tajos que esculpen el relieve. En ocasiones esta vegetación excede los barrancos y se extiende por áreas con especiales condiciones de umbría y humedad debidas a las constantes nieblas. Laureles, rododendros, hiedras, y madreselvas se entremezclan con los alisos y sauces típicos del bosque de ribera y, junto a helechos y lianas, tejen uno de los bosques más sombríos del continente: la última selva mediterránea.. El musgo adquiere un papel protagonista en el suelo del bosque. Tapiza rocas y raíces, y en algunas zonas llega a encaramarse por los troncos de los árboles para colgar en verdes jirones que adquieren un aspecto confuso a través de la niebla. La diversidad de ecosistemas presentes, junto a la situación geográfica tan peculiar en la cercanía del Estrecho, paso obligado de las aves en sus migraciones anuales, explican la riqueza faunística de este espacio natural. Dos veces al año, en primavera y otoño, millones de aves aguardan a que el viento cambie de dirección para cruzar el estrecho de Gibraltar, en uno de los espectáculos migratorios más importantes de Europa. Desaparecidos hace siglos el oso y el lobo por la persecución humana, sólo subsisten los carnívoros menores, como el zorro, la gineta, el meloncillo o el tejón. La presencia humana en estas tierras se remonta al Paleolítico, unos sesenta mil años atrás, tal como lo demuestran los yacimientos de la Laguna Alcornocales: la última selva 2 de la Janda o la presencia del denominado "Hombre de Gibraltar" de raza Neandertal. Desde esas remotas fechas se encuentra este territorio sometido a la acción del hombre. Fenicios, griegos y romanos llegaron atraídos por la favorable situación estratégica y las innumerables riquezas naturales que el país atesoraba. Durante la ocupación musulmana, la comarca del Aljibe, situada en la zona fronteriza occidental del reino de Granada, alcanzó su máximo esplendor. Vacas, ovejas, cabras y caballos disponían de inmejorables pastos. La riqueza era tal, que los musulmanes, próximos a la frontera, arrendaban sus pastos a los ganaderos castellanos. Tras el fin de la Reconquista, las oligarquías ganaderas tomaron las riendas de la política local. La importancia ganadera de la comarca se ha mantenido a través de los siglos a costa de llevar a muchas zonas de sus sierras la desolación. El pastoreo abusivo acelera las etapas regresivas del tapiz vegetal. Provoca en un corto plazo de tiempo que desaparezcan hasta las especies más frugales, y ya no quepa pensar en la posible reconstrucción de la cubierta forestal predecesora. Los siglos posteriores al descubrimiento de América suponen la consolidación de la economía gaditana, impulsada aún más por la importancia comercial del puerto marítimo. En la época de los grandes navíos, el quejigo fue el único afectado por la industria naval, más interesada en especies que no se encontraban en estas sierras. El carboneo con alcornoque, quejigo y brezo debió de ser de grandes proporciones como lo atestiguan los restos de numerosos hornos repartidos por toda la comarca. La montanera y los aprovechamientos vecinales de leñas y casca acompañaron durante este período a la ganadería pero siempre sometidos a los intereses del pastoreo. La funesta ley desamortizadora de mil ochocientos cincuenta y cinco fue la mayor amenaza para la continuidad de los alcornocales. La adquisición a precio irrisorio de enormes latifundios supuso pingües beneficios para unos pocos adinerados y aprovechados compradores, a costa de millares de hectáreas de alcornocal destruido. En los veinte años posteriores a la promulgación de la ley se cortaron a mata rasa más de un millón de alcornoques de los que se aprovechaban tanto el corcho como la madera para la obtención del valioso carbón. Los intereses creados en torno al corcho desplazaron a la ganadería y al carboneo en importancia. Los primeros aprovechamientos de corcho se ejecutaron de manera desordenada, convirtiéndolos en verdaderas explotaciones. Grandes extensiones de alcornocal fueron descortezadas sin acometer labores de defensa y dejaron los montes en pésimas condiciones para resistir los frecuentes incendios. Esos últimos años del siglo diecinueve fueron en los que se vivió el mayor retroceso del bosque. La necesidad de asegurar el continuado abastecimiento industrial de corcho se tradujo en las primeras normas © A. San Miguel Alcornocales: la última selva 3 encaminadas a limitar y regular los aprovechamientos. Con todo ello, se estaban sentando las bases legales y territoriales para posibilitar una explotación sostenida de los montes a partir de los principios de la selvicultura y la ordenación. Los alcornocales en manos públicas comenzaron a ser ordenados según los criterios de los ingenieros de montes, atendiendo fundamentalmente a la producción de corcho. Se redujo la espesura del alcornocal, para dar mayor iluminación y ventilación del tronco y conseguir un corcho de superior calidad. Los planes de descorche establecidos entonces, basados en turnos de diez años, han sido la espina dorsal de las sucesivas revisiones realizadas hasta la actualidad. Los propietarios de los montes privados, vistos los rentables resultados, adoptaron las medidas propuestas por los ingenieros para reconstruir el deteriorado vuelo forestal de sus tierras. Las repoblaciones de alcornoque se generalizaron en toda la región, no sólo en las zonas que antaño ocupaban sino también en las de quejigos y encinas que vieron mermar sus áreas naturales de distribución. La ganadería aunque seguía presente, disminuyó su presión al estar acotados la mayor parte de los repoblados. En los años sesenta, la emigración masiva hacia los núcleos industriales y la generalización del uso de combustibles fósiles despoblaron los campos e hicieron cesar el carboneo. La desaparición de esta actividad ha significado el fin de una amenaza para el monte pero el inicio de otras nuevas, quizás aún más peligrosas. La falta de limpias, podas y aclareos tras la decadencia del carboneo y la consecuente acumulación de combustible vegetal trajo consigo el aumento de los focos infecciosos del alcornocal y un incremento de los incendios forestales. El desarrollo de la caza mayor, al que se dedica hoy día gran parte de las fincas de la serranía, dio lugar a la introducción de especies que vinieron a sustituir a la ganadería extensiva en su presión sobre las formaciones vegetales. El ciervo, desaparecido en el siglo dieciocho, ha sido reintroducido recientemente, así como el gamo y la cabra montés que, aunque no habitaban estos parajes, poseen un elevado interés cinegético © A. San Miguel Alcornocales: la última selva 4 La caza ha dejado de ser un aprovechamiento esporádico practicado por los propietarios de las fincas y cazadores furtivos, para convertirse en un recurso rentable y compatible con el corcho. La abundancia de cercados y la superpoblación de la cabaña cinegética, han generado la aparición de enfermedades y problemas de consanguinidad. En la actualidad, la situación del alcornocal puede considerarse estabilizada, aunque han aparecido problemas debido al fenómeno de la “seca” relacionado estrechamente con el envejecimiento de las masas. La mayoría de las regeneraciones logradas han sido de origen natural pero la escasez de brotes, recomidos por el ganado, hace inviable la utilización de este sistema en el futuro. La realización de repoblaciones de cierta intensidad está supliendo con éxito la regeneración natural del alcornocal. Aunque se hallen acotados al ganado, la presencia del ciervo, con densidades muy superiores a la ideal condiciona la supervivencia de estas plantaciones. Para protegerlas se deben combinar medidas cinegéticas más contundentes con la utilización de protectores individuales y cercados transitorios. Un siglo después de las primeras ordenaciones se puede afirmar que se han logrado los objetivos esenciales inicialmente planteados. Estos alcornocales representan un claro ejemplo de aprovechamiento sostenido, en el que el hombre ha sabido compatibilizar la biodiversidad, y la extracción de corcho. Muchos pueblos de la comarca todavía hoy siguen aprovechando los recursos naturales que ofrecen estos montes, convirtiéndose cada uno de ellos en los verdaderos guardianes del bosque. El monte no debe contemplarse solamente como un mero objeto turístico de lujo para la simple contemplación o curiosidad de los visitantes, sino una forma de vida Las corrientes que abogan por la no intervención chocan con la experiencia adquirida a lo largo de siglos de convivencia de hombre y alcornocal. Con seguridad el cese de la intervención convertiría los actuales alcornocales en formaciones monótonas de matorrales degradados por incendios, en los que la vegetación arbórea entraría en regresión. Los costes sociales y culturales serían incalculables y conllevaría la desaparición de muchas poblaciones rurales con todo su ancestral bagaje cultural. Estamos obligados a mantener modelos de gestión activa, compatibilizando la conservación de la flora y la fauna con el tradicional aprovechamiento del alcornocal. El bosque seguirá dándonos sus frutos pidiendo sólo una cosa a cambio: respeto. La obligación de tomar la cantidad justa para permitir su supervivencia está en nuestras manos. Alcornocales: la última selva 5