EL ABONADO EN AGRICULTURA ECOLÓGICA Mariano Bueno. Autor de “Como hacer un buen compost” Nutrición vegetal y fertilidad de la tierra La vida –toda vida- es el resultado de un largo proceso evolutivo basado en constantes y sinérgicas interacciones. En ese complejo proceso (podemos interpretarlo como una constante lucha por la sobrevivencia, ó como una permanente colaboración), las plantas crecen sanas y son productivas cuando el suelo es rico en materia orgánica en una constante descomposición que es propiciada por una pujante vida microbiana.. El ejemplo más claro de ello son las exuberantes selvas tropicales, como la selva amazónica. La tierra sobre la que crecen verdes y frondosos árboles y todo tipo de vegetación es una estructura mineral aparentemente inerte, compuesta de minerales casi cristalinos y lixiviada de nutrientes por efecto de las constantes lluvias. En cambio, en ese medio poco propicio, la vida vegetal y animal se desarrolla en abundancia y ello es posible gracias a la permanente gran capa de materia orgánica en continua descomposición que cubre toda la superficie boscosa. Si partimos de que las plantas no pueden absorber por sí solas los minerales y los nutrientes de la tierra, y tenemos presente que necesitan el apoyo de bacterias, hongos y demás organismos vivos (insectos y otros animales incluidos) para transformar los minerales cristalinos en sustancias orgánicas asimilables o humus (y que además el mayor elemento constituyente de las plantas es el carbono –absorbido del aire-); ello nos obligara a cambiar el clásico concepto de que el agricultor debe por encima de todo alimentar las plantas que cultiva en sus huertos. Este concepto es en cierto modo erróneo -aunque este muy arraigado en nuestras mentes contaminadas por el reduccionismo de la química de síntesis-. “El agricultor no alimenta las plantas que cultiva en sus huertos”, de hecho, lo que hacemos al aportar materia orgánica o compost a la tierra es: “alimentar esa tierra y sus millones de microorganismos” y a partir de ahí, son ellos los que se encargan realmente de alimentar las plantas cultivadas. Resulta curioso que algo que incluso a los que nos dedicamos desde hace años a la practica de la agricultura ecológica, nos ha costado tanto de aprender y de comprender en su verdadera y trascendente magnitud, ya lo tuviera claro Rudolf Steiner en 1924, cuando, en unas conferencias a un grupo de agricultores que le planteaban cómo aumentar la fertilidad de la tierra sin recurrir a los abonos químicos, les respondió: “Al contrario de lo que sucede con los abonos químicos, la fertilización debe tener como objetivo principal conseguir un suelo lo más vivo posible y no solamente aportar alimentos minerales a las plantas. Todas las intervenciones llevadas a cabo en agricultura deben tener el objetivo primordial de aportar la máxima vida posible a la tierra y de contribuir a construir su fertilidad”. Rudolf Steiner también dejó claro algo que los muchos años de experiencia en agricultura ecológica ratifican constantemente: “La fertilidad de la tierra condiciona el desarrollo sano y vigoroso de las plantas, al tiempo que las hace resistentes a los ataques de hongos, parásitos, plagas o enfermedades”. Debe quedarnos muy claro este concepto, por lo que no nos cansaremos de repetirlo: no alimentamos las plantas, alimentamos la tierra en donde crecen y al hacerlo, alimentamos a los millones de seres vivos que en estrecha simbiosis, se encargan en definitiva de nutrirlas y darles vitalidad. Simbiosis entre animales, plantas, microorganismos y minerales En plena naturaleza, allí donde no interviene la acción directa de los seres humanos, el desarrollo vegetal se produce de forma continuada según un efecto de retroalimentación permanente: las hojas, las hierbas y los arbustos muertos se descomponen sobre la superficie del suelo generando una capa de compuestos orgánicos que van infiltrando nutrientes en el suelo y que resultan ser parte esencial del alimento de las plantas que allí crecen. Las plantas, desde la mas insignificante hierba hasta los grandes árboles, absorben del aire muchos de los nutrientes que emplean para su desarrollo (tengamos en cuenta que en una planta deshidratada, cerca del 85% de la materia seca, es carbono) y lo hacen merced al proceso de fotosíntesis del laboratorio foliar que es alimentado energéticamente por la radiación solar (con la combinación de las moléculas del carbono atmosférico y del hidrogeno del agua, se generan los hidratos de carbono que nos aportan la energía en los alimentos). Carbono, hidrógeno, nitrógeno u oxígeno, son elementos claves del desarrollo vegetal, y están presentes en grandes proporciones en el aire. Es evidente que la vegetación se desarrolla sin demasiados problemas en bosques y selvas, sin que sean necesarios aportes de nutrientes y “fertilizantes” desde el exterior. A menudo pensamos que el desarrollo vegetal depende tan sólo de la riqueza mineral de la tierra en la que se asienta, pero la realidad nos muestra casos en los que no es así. Por ejemplo, como ya comentábamos, los suelos y la tierra de las selvas amazónicas están muy empobrecidos, debido en gran medida a que las constantes lluvias arrastran o lavan constantemente los nutrientes solubles. De hecho, casi toda la riqueza vital y nutricional está encima de la tierra, en ese manto vivo que es la capa de materia orgánica en descomposición constante, generada por la muerte de plantas (y animales) y la continua caída de hojas -en una continua actividad degradadota-, y merced al inestimable trabajo de millones de bacterias aerobicas “nitrificadoras” y “carboníferas” que pueden realizar su labor protegidos del sol y a la sombra de la capa de acolchado natural de las hojas recién caídas. Es un complejo y a la vez mágico proceso que se ve favorecido por las abundantes lluvias y las elevadas temperaturas reinantes, sin el cual la fertilidad desaparece. Esto se constata claramente en aquellas zonas que han sido quemadas para pastos de ganado o deforestadas con talas masivas para realizar cultivos intensivos con agroquímicos y “a tierra desnuda”; la radiación ultravioleta destruye la vida microbiana superficial y las lluvias arrastran la escasa cubierta orgánica superficial y las cenizas que quedan tras el incendio, convirtiendo la zona en estéril e improductiva en muy poco tiempo. Otro ejemplo de este proceso de retroalimentación lo tenemos en los bosques templados y en las grandes praderas, en donde la capa fértil está formada por la masa vegetal viva y en descomposición superficial y una abundante masa orgánica mezclada con la tierra y las raíces a varios centímetros de profundidad. La presencia de animales, también ejerce su papel como trituradores, aunque resulta vital la acción que se ejerce a través del orín y los excrementos. Los vegetales son predigeridos por los estómagos y los intestinos animales, ricos en enzimas que atacan la celulosa y el resto de compuestos orgánicos. Con ello se aceleran los procesos de descomposición de la materia orgánica (restos vegetales y animales muertos) ayudando a la producción de humus y de nutrientes y elementos asimilables por las raíces. En la naturaleza todo este proceso se realiza en un circuito cerrado en donde las pérdidas por lixiviación -arrastre de nutrientes solubilizados por acción del agua de lluvia y su filtración hacia las capas profundas-, se compensan por el aporte atmosférico y la fotosíntesis. Los animales devuelven en forma de abono orgánico la parte de vegetales que consumen y a la muerte de los mismos le sigue una descomposición que termina nutriendo a las plantas. El circuito es cerrado y se retroalimenta a sí mismo. Este proceso de retroalimentación no suele suceder en los cultivos que realizamos los humanos, pues arrancamos vegetales de un suelo determinado para exportarlos o llevarlos lejos del lugar de origen. Al ser consumidos estos productos fuera de la zona de producción y en la mayoría de casos ser acumulados en vertederos de basuras, incinerados o eliminados por el alcantarillado, no se produce la restitución o la retroalimentación imprescindible para el equilibrio del suelo fértil. La aportación atmosférica requiere su tiempo y por ello en los cultivos intensivos es claramente insuficiente para compensar las pérdidas constantes a las que sometemos a ese suelo. Esto nos obliga a restituir con cierta regularidad las pérdidas o las exportaciones de materia orgánica y nutrientes del suelo. Y para hacerlo correctamente, existe toda una serie de procedimientos y técnicas, cuya función última será mantener la capa fértil, restituir la disponibilidad de nutrientes básicos necesarios para el desarrollo vegetal y alimentar a la microflora y microfauna de bacterias, hongos –micorrizas-, lombrices, etc. del suelo, que son los verdaderos trabajadores del campo, pues ellos se encargan de disgregar los componentes orgánicos y minerales y convertirlos en nutrientes asimilables por las raíces. En un solo gramo de estiércol o de compost en descomposición, hay millones de microbios. Y su presencia no es casual, aleatoria o intrascendente; están ahí y son irreemplazables para llevar a cabo las múltiples funciones asociadas a la fertilización vegetal. Por ello, la principal labor de todo agricultor consciente de su importancia debe consistir en propiciar y estimular su trabajo. Perpetuando su constante presencia y obteniendo como resultado una tierra sana y fértil, sobre la cual crecerán a su vez, plantas sanas, vigorosas y productivas. Importancia del Compost en el huerto ecológico En ese, a la vez, simple y complejo proceso de propiciar la nutrición de las plantas cultivadas, generando vida y manteniendo -e incluso incrementando- la fertilidad de la tierra, el compost juega un papel esencial, puesto que tanto su acción y presencia en el entorno natural –allí donde no interviene el ser humano-, como en los agrosistemas productores de alimentos y materias primas, el compost interviene como elemento propiciador y modulador de la descomposición y el reciclado de la materia orgánica –lo que permite generar vida a partir de la muerte continua de seres vivos-, además de resultar el eslabón imprescindible en la generación de suelo fértil a partir de elementos minerales primarios. Si bien todos tenemos claro o hemos oído que el compost es la base de la correcta fertilización de la tierra y uno de los principales pilares de la Agricultura Ecológica, lo que para muchos no está claro es el concepto mismo de compost, por lo que quizás lo primero que debe aclararse es que compost no es ni más ni menos que materia orgánica descompuesta o en fase de descomposición. La materia orgánica podemos considerarla como la sustancia vital para la perpetuación de la vida y la fertilidad de la tierra, aunque, por desgracia (o tal vez por ignorancia), ha sido sistemáticamente desdeñada, ignorada, olvidada, despreciada o destruida. Hasta tal punto llega la ignorancia y el desprecio hacia un elemento tan vital, que hoy dia, la mayoría de materia orgánica que pasa por nuestras manos, es desechada, mezclándola con el resto de materiales plásticos y residuos inorgánicos que componen el contenido de nuestras bolsas de basura. Resultando insignificante o meramente testimonial, la proporción de materia orgánica que se recicla o composta para su uso en agricultura o jardinería. En las condiciones que hallamos en plena naturaleza y en los sistemas de compostage horizontal o en superficie (con acolchado) se produce un proceso continuo de compostage y disponibilidad de nutrientes y no se requiere una prehumificación o un compostage tal como lo realizamos al elaborar compost en montón o en compostador. El proceso de compostage horizontal, seria la forma mas racional y provechosa de utilizar la materia orgánica en agricultura y de hecho, en la practica es fácilmente adaptable al cultivo de árboles frutales, setos y algunas plantas ornamentales plurianuales o perennes, pero resulta algo más complejo en los cultivos hortícolas, en donde la sucesión continua y relativamente rápida de cultivos –de uno a tres por año–, algunos de los cuales no pueden ser trasplantados y deben sembrarse las semillas sobre una tierra (no acolchada con paja o materia orgánica en descomposición, como sucede con judías, habas, zanahorias, remolachas, etc.) obliga a la mayoría de hortelanos a recurrir al compostage en montón o en composteros; si no de toda, al menos de una parte de la materia orgánica disponible. Por otro lado, el compostage en composteros, nos permite reciclar los desechos orgánicos de la cocina y muchos otros materiales orgánicos (hierbas, restos de cosechas, de podas...) difíciles de usar en los sistemas de compostage directo horizontal o de superficie. Compostar (descomponer) la materia orgánica en montones o composteros, permite un control sobre todas las fases del proceso y la opción de disponer de una materia orgánica con características específicas para usos concretos: el abonado de fondo se realiza con compost fresco o poco descompuesto; el compost descompuesto es de rápida absorción y sirve para aplicar en la fase productiva del cultivo, y el mantillo se usa para cubrir sembrados y para la preparación de los semilleros. Tradicionalmente, en nuestro país –aunque la mayoría de los agricultores convencionales actuales ya lo hayan olvidado-, el montón de compost ha sido el montón de estiércol del estercolero, en el que además de las deyecciones de los animales estabulados, se mezclaban los restos de las cosechas (no existían los potentes “rotovators” y era preciso arrancar las plantas cultivadas una vez terminado su ciclo productivo para poder labrar la tierra) y los restos orgánicos de la casa y se los dejaba fermentar y descomponer ayudando al proceso con volteos regulares, hasta obtener un fertilizante idóneo para los cultivos. Incluso, para quienes llevamos a nuestras espaldas muchos años de practica agrícola ecológica, la elaboración y manejo del compost no siempre ha resultado tarea fácil, puesto que la información e indicaciones aparecidas en los libros al uso, a menudo resultaban complejas o contradictorias, por lo que la experiencia personal y el continuo intercambio de experiencias con otros practicantes terminaban siendo de vital importancia para la obtención de un buen compost. Hace veinte años el termino compost nos sonaba raro, lo veíamos como una practica extraña y compleja que nos venia del extranjero. Por suerte, hoy día el arte de compostar es practicado cada vez por mas personas, que disponen de un espacio de cultivo hortícola u ornamental, y son conscientes de que con ello no solo reciclan los restos del cubo de basura junto a las hierbas del huerto o el jardín, los restos de cosechas, el césped segado o las podas, sino que además realizan una de las practicas mas respetuosas con la vida y con el entorno. Obviamente, además de todo ello, el compost obtenido proporciona un excelente material fertilizante, enriquecedor, protector y dinamizador de la vida de nuestros huertos y jardines. También empiezan a resultarnos familiares las opciones de compostage industrial de residuos agropecuarios o de residuos orgánicos urbanos. Incluso -como ya comentamos al principio-, en algunas ciudades hace tiempo que funciona con éxito la separación selectiva de los restos orgánicos domésticos (entre el 40 y el 50% de los desechos domésticos) con su posterior compostage en plantas especiales que permiten la producción de grandes cantidades de compost, el cual pasa a estar disponible para el abonado y mantenimiento de los jardines públicos y también a disposición de hortelanos y jardineros particulares e incluso para los cada vez mas populares “huertos urbanos” creados para personas jubiladas y para quienes no disponen de una parcela cultivable. Al compostar y reintegrar la materia orgánica en los ciclos vitales, estamos contribuyendo a perpetuar la vida y colaborando con la propia labor de la naturaleza, al tiempo que con la practica del compostage obtenemos el mejor elemento fertilizador y potenciador de la fertilidad de la tierra. Un buen compost, aparte de nutrir el suelo y las plantas que sobre el crecen, les aportara la salud y el vigor necesarios para que crezcan sanas y resistentes a cualquier posible problema. Como ya comentamos, con el compostage y la elaboración del compost reproducimos lo que de forma espontánea sucede cotidianamente en la naturaleza; allí donde el ser humano no interviene. Por ello, aparte de contribuir al reciclado de gran cantidad de residuos orgánicos, que de otro modo serian enterrados en vertederos o incinerados, el compostage es una de las mejores lecciones de ecología práctica y de perpetuación de la vida y la biodiversidad, que tenemos al alcance de nuestras manos. Al tiempo que se convierte en una herramienta indispensable para todo aquel que se plantea la practica de una agricultura (o jardinería) ecológica, sostenible o perdurable con el paso del tiempo. Razones para compostar Hay quienes plantean que podríamos prescindir de la engorrosa tarea de elaboración del compost y limitarnos a realizar el compostage en superficie. Fundamentando tal opción en que es el sistema que mantiene mayores similitudes con lo que sucede en plena naturaleza. En los sistemas de compostage en superficie -con acolchado-, se produce un proceso continuo de compostage y disponibilidad de nutrientes y no se requiere una prehumificación o un compostage tal como lo realizamos al elaborar compost en montón o en compostador. En teoría, el proceso de compostage en superficie, seria la forma más racional y provechosa de utilizar la materia orgánica en agricultura. Puestos en la practica, esta técnica se adapta fácilmente al cultivo de árboles frutales, setos y algunas plantas ornamentales plurianuales o perennes. Aunque, su practica resulta algo más compleja en los cultivos hortícolas, debido en parte a la sucesión continua y relativamente rápida de cultivos –de uno a tres por año–, y a que algunos de ellos no pueden ser trasplantados y deben sembrarse las semillas sobre una tierra, que no puede estar acolchada con paja o materia orgánica en descomposición (judías, habas, zanahorias, remolachas, etc.). Esto obliga a la mayoría de hortelanos a recurrir al compostage en montón o en composteros, ya sea de toda o de una gran parte de la materia orgánica disponible. Por otro lado, el compost (en montón o en compostador) nos permite reciclar los desechos orgánicos de la cocina y muchos otros materiales orgánicos (hierbas, restos de cosechas, de podas...) difíciles de usar en los sistemas de compostage directo horizontal o de superficie. Otra de las razones de peso para compostar en montón es que en compostages de grandes volúmenes de materia orgánica, se produce el ya citado fenómeno de elevación de temperatura (60-70 ºC) que “esteriliza” o “desinfecta” de semillas de hierbas adventicias y de la mayoría gérmenes patógenos (aunque se pierde gran parte de la “energía” contenida en la materia orgánica, que no estará ya disponible para nutrir microorganismos o plantas). También será necesario recurrir al compostage en montón o en compostadores, cuando se quiere obtener mantillo o sustratos para semilleros o compost muy descompuesto para abonar plantas que no toleran la materia orgánica fresca.