Curso Práctico de INTELIGENCIA EMOCIONAL Módulo 2 Lectura de Profundización LOS SEIS MITOS ACERCA DE LAS EMOCIONES Formulados por el Dr. Melvyn Kinder “Pensemos en las emociones no como buenas o malas, sino como guías, indicadores”. Existen seis mitos psicológicos difundidos que, en conjunto, definen un nivel estrecho de emoción ‘normal’ y salud emocional. Esos mitos llegan a asentarse e interiorizarse en nuestra temprana infancia y nos hacen juzgar nuestros sentimientos, causando daño: 1. EL MITO DE LA UNIFORMIDAD. Todos somos iguales en nuestra composición emocional. Toda la gente ‘normal y saludable’ tendría que sentir y responder de la misma manera. 2. EL MITO DE LO BUENO Y LO MALO. Los sentimientos son buenos o malos, los sentimientos desagradables son malos y se los debe eliminar. 3. EL MITO DEL CONTROL. Podemos y debemos esforzarnos por controlar nuestras emociones. 4. EL MITO DE LA PERFECTIBILIDAD. Podemos y debemos esforzarnos por la perfección psicológica. 5. EL MITO DE LA ENFERMEDAD EMOCIONAL: la inquietud emocional es un signo de enfermedad emocional o mental. 6. EL MITO DEL PENSAMIENTO POSITIVO. Creamos lo que sentimos mediante lo que pensamos. Creemos que ‘está todo en nuestra mente’ y la fuerza de voluntad puede cambiar nuestras emociones. EL MITO DE LA UNIFORMIDAD Todos somos iguales en nuestra composición. Toda la gente ‘normal’ o ‘saludable’ debe sentir y responder de la misma manera. La creencia común es que los humanos están formados de la misma manera, que hay una variedad de sentimientos normales. La gente normal y saludable responde de la misma manera. Pensamos que debemos estar volviéndonos locos o perdiendo la razón si nuestros sentimientos son diferentes o más intensos de cuando hemos observado como normal en la propia experiencia. El hombre que llora o se abate cuando se enfrenta a una pérdida o a un inconveniente parece del todo diferente del hombre que actúa de inmediato. ¿Es débil un hombre y fuerte el otro, o es que sólo son diferentes? El hombre más emocional puede ser más comprensivo, más compasivo. También tiene acceso a la dicha intensa así como a la tristeza. El hombre más estoico puede encarar inicialmente mejor una pérdida, pero puede no experimentar nunca las emociones intensas que residen en los extremos. El mito de la uniformidad también nos lleva a acusar a los otros de responder de manera incorrecta cuando no lo hacen como lo haríamos nosotros. Hay una enorme brecha entre géneros en esta área. Las mujeres critican a los hombres por no ser más expresivos con sus sentimientos, los hombres acusan a las mujeres de ser excesivamente emocionales. ‘¿Cómo no te emocionas con esto...? ¡A ti no te importa!’, se quejan las mujeres. ‘¿Por qué no eres racional?’, piden los hombres en su frustración. EL MITO DE LO BUENO Y DE LO MALO ‘No tendría que enojarme tanto con Bárbara por esto, no está a mi altura’ (El enojo es malo) ‘Soy tonta por sentirme tan rechazada porque Kevin no ha vuelto a llamarme’. (Sentirse herido es malo). ‘Me siento culpable por no detenerme a conversar con esa mujer mayor, Melanie, que vive al otro lado del pasillo. Bueno, ¿por qué sentir culpa? Ya es demasiado tarde’. (La culpa es mala). En lugar de rechazar ciertas emociones, propongo que se las respete como a maestras. Las emociones son guías que posibilitan reformular las reacciones mencionadas antes, de las siguientes maneras: ‘Tengo razón al enojarme con Bárbara. La próxima vez que tengamos un enfrentamiento, impondré reglas claras para que ella sepa que no está bien que se aproveche de mi tiempo’. ‘Estoy triste porque Kevin no ha vuelto a llamarme. Me siento decepcionada, porque él realmente me gusta. ¿Por qué no le llamo y soy cálida y amistosa, y le hago saber que me gusta?’ ‘Tengo remordimientos por rechazar los esfuerzos de Melanie por ser agradable conmigo. Fui ruda y tal vez haya herido sus sentimientos. Esa es una de las cosas que más detesto en la ciudad, cómo nadie conoce a sus vecinos. Compraré un poco de pan fresco y se lo llevaré cuando vuelva del trabajo. Tal vez ella resulte una maravillosa amiga’. Como los adultos, los niños necesitan que se les diga que está bien sentirse como uno se siente. Una de las cosas más inteligentes y afectuosas que puede hacer un padre por su hijo es reconocer y respetar la variedad de sentimientos del niño. El padre que inadvertidamente impone el mito de los sentimientos buenos y malos a un niño está distorsionando las respuestas naturales y honestas del niño. Acicatear o criticar al niño por expresar emociones tristes, ansiosas o ‘negativas’ desvía el papel importante que tienen las emociones en nuestra vida. Para cuando llegan a ser adultos, el mito de los sentimientos buenos y malos ha hecho un daño considerable a las respuestas naturales de la persona promedio. La vergüenza es la fuerza impulsora más poderosa y difundida de la que hablan mis pacientes. No sólo sienten enojo, temor o depresión, sino que también les da vergüenza sentir esas ‘malas’ emociones asociadas con rasgos de carácter ‘malos’. La vergüenza es una respuesta aprendida a los estados a los estados emocionales naturales. Puede proceder de los padres, de los maestros o de las enseñanzas religiosas que elogian las ‘buenas’ emociones tales como el amor y la compasión, y condenan las ‘malas’ como la envidia y el enojo. El enojo puede ser auténtico, justificado y catártico. Sin duda, hay mucho por lo cual enojarse en el mundo. EL MITO DEL CONTROL Se nos enseña que la vida debe estar en el terreno emocional medio: tranquila, equilibrada, controlada. Se nos advierte: ‘Cálmate’, si nos desviamos en cualquier dirección desde el terreno medio de la expresión emocional. ¿Pero qué es lo verdaderamente normal y que está fuera de control? Lo ‘normal’ cambia según el contexto social, la clase, la cultura y el papel que desempeñamos. En general, cuanto más público y formal es el contexto, cuanto más educados y de clase alta son los individuos, más contenida y controlada es la expresión emocional. La conducta racional, sensata, sana, esclarecida y civilizada son palabras codificadas para la represión emocional. Cuanto más alto están los individuos en la escala social, más desdeñan el flujo poco civilizado y ruidoso de la expresión emocional. Reconsideremos el mito de los controles. Aceptar las emociones en lugar de atenuarlas es el único modo en que se aprende a orquestarlas y, de esa manera, a manejarlas. EL MITO DE LA PERFECTIBILIDAD Podemos y debemos esforzarnos por la perfección psicológica. La ideología y las técnicas terapéuticas han promovido la perfectibilidad de hombres y mujeres, estableciendo niveles aun más altos de crecimiento personal que llevan inevitablemente a un hombre o mujer esclarecido, autorrealizado que se caracteriza por su apertura, espontaneidad y expresividad emocional. Los altos niveles e ideales pueden ser maravillosamente motivadores: buscar desafíos, correr riesgos, obligarnos a hacer todo lo posible, así como elegir el camino más duro pero correcto en lugar del camino más fácil pero incorrecto. El mito de la perfectibilidad, sin embargo, establece niveles inalcanzables y nos expone al fracaso y al descontento. El interminable autoperfeccionamiento puede ser un esfuerzo frustrante, generador de perpetuo descontento en el futuro: ‘No estoy bien ahora, pero estaré bien cuando cambie esto, aprenda aquello, etc.’ Hay límites para el cambio personal. Es como el caballo que sufre porque no es un pájaro: ¿por qué no ser el caballo más feliz que se puede ser? EL MITO DE LA ENFERMEDAD MENTAL La angustia emocional es un signo de enfermedad mental o emocional. Este mito empezó a surgir en la década de los treinta, cuando los bien intencionados profesionales de la salud mental trataron de eliminar el estigma de la enfermedad mental. La gente que anteriormente había sido ‘insana’ (un estado incurable) ahora estaba ‘mentalmente enferma’ (tenía una enfermedad que podía curarse). Aun con el nuevo rótulo, era tal el estigma social que rodeaba a la enfermedad mental que sólo hombres y mujeres muy disfuncionales con definidas psicosis, fobias o neurosis era probable que buscaran la ayuda de los profesionales de la salud mental. La mayoría de las perturbaciones ahora llamadas enfermedades están, en realidad, dentro de la variedad normal de las emociones y experiencias humanas. Somos muchos en la profesión terapéutica los que estamos de acuerdo en que la mayoría de los estados que llevan al sufrimiento no son enfermedades, perturbaciones ni problemas médicos que requieren tratamiento. La ansiedad es un estado normal, no una enfermedad, y otro tanto sucede con la tristeza. Por supuesto, cuando la ansiedad o la depresión se vuelven tan debilitantes que la persona ya no puede funcionar en el hogar o en el trabajo, esos sentimientos pueden entrar correctamente bajo el encabezamiento de perturbación. No obstante, como lo sabe todo terapeuta, hay muchas variaciones de miseria humana que son igualmente inhabilitantes y sin embargo ni siquiera son tratadas como perturbaciones. Un buen ejemplo es la angustia del divorcio. El mito de la enfermedad emocional nos está haciendo un flaco servicio a todos. Los sentimientos y los estados de ánimo humanos normales son definidos erróneamente como enfermedades. Ya estamos sufriendo; el rótulo de la enfermedad agrega sufrimiento. Alimenta nuestra sensación de vergüenza y deficiencia. Más destructivamente, clasificarnos como enfermos (si necesitamos que nos trate un médico) elimina nuestro sentido de responsabilidad respecto de nuestros estados de ánimo y emociones. EL MITO DEL PENSAMIENTO POSITIVO Creamos lo que sentimos mediante lo que pensamos. Creemos que ‘todo está en nuestra mente’ y que la fuerza de la voluntad puede cambiar nuestras emociones. La versión sofisticada del mito dice que si se tiene una sensación dolorosa o incómoda, ha sido generada por una creencia negativa o irracional sobre uno mismo o el propio mundo. Cuando uno descubre y se libera de las creencias emocionales negativas, uno se libra de sentimientos dolorosos. La versión no sofisticada es crítica: ‘¿No te das cuenta de que todo está en tu cabeza, estúpido? ¿Por qué simplemente no lo superas? ¡Usa el cerebro! ¡Ejerce tu fuerza de voluntad!’ La implicación es que nos estamos aferrando a los sentimientos por perversa obstinación, pero sabemos que eso está mal y debemos emplear la cabeza. Este mito tiene poder porque en parte es cierto. El modo en que pensamos afecta al modo en que sentimos al respecto. Entender la relación entre nuestros pensamientos y sentimientos es un elemento crucial del autoconocimiento. La falsedad de ese mito deriva de la aseveración de que nuestros sentimientos son generados enteramente por nuestros pensamientos. Sin embargo, como veremos, los nuevos descubrimientos sobre la química del cerebro sugieren una teoría radicalmente diferente: que las emociones son desencadenadas biológicamente (no por el ambiente). Y que el intérprete del cerebro experimenta una emoción, luego asocia esa emoción con un conjunto de datos del ambiente para explicar la emoción. En otras palabras, las emociones pueden crear pensamientos. Combatir nuestras emociones, usando la fuerza del cerebro o la fuerza de voluntad para superarlas, no es la respuesta para enfrentar sentimientos perturbadores. A menudo, eso sólo consigue intensificarlas. No obstante, uno puede emplear la inteligencia y la voluntad para entender el temperamento y finalmente hallar el deseado alivio o equilibrio emocional. Creer fuertemente en uno mismo ayuda a sentirse mejor.