DEL AGUJERO DEL DISCURSO AL SABER AGUJEREADO CLAUDIA HARTFIEL Muchos sujetos, en nuestra cultura, sospechan que tras la palabra proferida se oculta una verdad. Basta observar la utilización y repetición de los lapsus de los famosos y políticos en los medios masivos de comunicación, o las precauciones que toman algunos sujetos al hablar ante algún psicoanalista. Los sujetos saben que, cuando se habla, se miente… y saben que el psicoanalista... también lo sabe. Si se cree que la verdad está en otro lado, no en lo que se enuncia, y puede ser descifrada a través de la palabra, sin asumirlo completamente se cree en la existencia de algo parecido al inconsciente. La “peste freudiana” ha calado hondo en nuestra cultura. Cuando nada parece andar como se espera, o decididamente anda mal, una opción para muchos puede ser una entrada en un tratamiento psicoanalítico, dado que el psicoanálisis se presenta como un campo donde es posible encontrar la verdad que se desconoce y que, se espera, una vez encontrada, permitirá que la vida sea más llevadera. En el inicio de un análisis, los sujetos portan una sólida batería de creencias, valores, ideales y objetos a los que están fuertemente aferrados y que, por lo general, no están dispuestos a poner en cuestión, ya que tienen valor de verdad. Pueden estar referidos a su persona (“Yo soy de…”, “A mí siempre me gustó tal cosa…”) o a otros (“ella lo es todo para mí”). Pero, en tanto precisamente algo de esto vacila, en tanto una sombra de duda –y de angustia– se instala sobre las verdades que ya no alcanzan para ser felices, y falla el saber que se creía tener sobre sí, el mundo y sus cosas, se produce la posibilidad de la transferencia con el psicoanálisis, primero, y con un analista, luego. Si bien el sujeto seguirá defendiendo sus verdades, pondrá en suspenso su saber sobre ellas y transferirá su dominio al SSS, quien, espera, trabajará para hacerlo encontrar con LA verdad, sinónimo de felicidad perdida o no alcanzada. Iniciará, en su nueva posición de “no saber”, un camino donde la pérdida no estará ausente, pero tampoco, si lo continúa, el encuentro. En el trayecto el sujeto irá modificando, entre otras cosas, su posición sobre el saber y la verdad, aspectos que permiten constatar los efectos del trabajo analítico. Las formaciones del inconsciente, además de ser en nuestra cultura una vía posible de contacto con el psicoanálisis y de posterior entrada en un tratamiento, son centro del trabajo necesario para, precisamente, lograr la cura posible para ese sujeto. Eric Laurent (2009, pg. 61), afirma:“Lacan entonces nombra al inconsciente como el saber que se produce en la experiencia misma del psicoanálisis. Implica el sujeto supuesto saber. Este saber es un texto bajo el texto que se pone en marcha a partir de un agujero en la cadena del discurso corriente, de un equívoco”. Esos “agujeros en la cadena del discurso corriente” involucran las formaciones del inconsciente, exponentes del saber fantasmático con el que se presenta el sujeto al mundo y que da consistencia a su ser, su falso ser, su ser de goce originado en su identificación con ese objeto ficcional que ha intentado sin éxito tapar la falta en el Otro. El trabajo del analista consiste en ir erosionando, mediante la equivocidad del significante, a partir de las emergencias de estos “agujeros” del discurso corriente, este ser de goce que está cifrado en el texto inconsciente. Al respecto, Javier Aramburu (2000, pg. 201) afirma: “Hay un goce del hablar mismo, pero el hablar en el sentido de un lenguaje. [...] Porque trabajamos sobre las posibilidades que tiene un lenguaje, lalangue de ese sujeto, para producir un cambio en el goce, para metabolizar cierto goce en el juego significante”. Así, por la conexión del sujeto con su inconsciente, se irán produciendo las rectificaciones necesarias que lo llevarán hacia la separación de ese Otro –antes garantía del saber y la verdad, que se develará inconsistente e incompleto– y del padecimiento que su ser de objeto le depara. Para que esto se produzca, es necesario que el sujeto se implique en el trabajo de análisis, que ponga en funcionamiento una dimensión ética en relación con la responsabilidad, lo que implica un cambio en su posición respecto de lo que le tocó en suerte en la vida y de las elecciones forzadas para ser un parlêtre. Este trabajo es paralelo respecto del pasaje del Otro al otro, y del encuentro con su verdad: ser ese objeto creado sobre la nada, respuesta al agujero que constituye el deseo del Otro. Así, quien entró a un análisis en búsqueda de LA VERDAD, se encuentra con una verdad: que él creyó ser ese objeto causa del deseo del Otro y que “eso” no ha alcanzado (ni alcanzará) para tapar lo que ha creído perder pero que ha faltado desde siempre. Si no hay cobardía y hay consentimiento, el sujeto decidirá dejar de ser y de retener ese objeto, esa regulación del goce inscripta en su cuerpo por el Otro, deslucido en su inutilidad, porque el goce ha sido desgastado. En ese desgaste el sujeto ha encontrado esa cuota de verdad, esa verdad no-toda, para, en el desasimiento, volver a perderla: se encontrará con que, en el discurso psicoanalítico, la verdad es un lugar ocupado por el saber. Así, en estos momentos conclusivos de un análisis, el sujeto habrá alcanzado un saber: sabe que es un sujeto barrado; sabe que no sabía y que, en cambio, ha creído; sabe que el saber está agujereado; que al Otro siempre le ha faltado un significante que lo nombre –falta que él intentó taponar con un artificio montado sobre la nada–; y que no hay relación sexual, por lo que todo el goce es imposible. Ni en el medio ni al final la felicidad ha aparecido. En cambio, habrán advenido las vacilaciones, la irrupción de la angustia, el rechazo, la frustración, la decepción y, finalmente, la soledad que conlleva vivir sin el Otro. Sin embargo, el sujeto que continúa su apuesta algo sabrá… inventar, y de su propia cosecha, para que la vida adquiera la dignidad que nunca antes había tenido. BIBLIOGRAFÍA LAURENT, Eric, “Nacimiento del sujeto supuesto saber”, en: El goce sin rostro, Buenos Aires, Tres Haches, 2009. ARAMBURU, Javier, “Sobre el síntoma”, en: El deseo del analista, Buenos Aires, Tres Haches, 2000.