PRESENTACIÓN

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Sub Tema 4: FORMAS ANORMALES DE CONCLUSIÓN DE
UN PROCESO
PRESENTACIÓN
Si bien !a sentencia es ei modo que denominaremos normal de
que un proceso concluya, existen otras figuras procesales que pueden
lograr el mismo resultado, entre las cuales podemos señalar al
desistimiento. conciliación, transacción, abandono etc.
Y dado que poseen sus propias características la doctrina les
otorga un tratamiento separado.
PREGUNTAS GUÍA:
¿Qué es el desistimiento?
¿Qué es el allanamiento?
¿Qué es la transacción?
¿Qué es la caducidad?
414
DE LA OLIVA, ANDRES " TERMINACION ANORMAL DEL
PROCESO". EN: DERECHO PROCESAL CIVIL, VOL. II, EDITORIAL
CENTRO DE ESTUDIOS RAMÓN ARECES, 1996.
Generalidades
En lugar del final del proceso con una sentencia sobre el
fondo pronunciaba tras la prevista contradicción entre las partes,
sentencia susceptible de alcanzar fuerza de cosa juzgada formal y
material (cfr. Art. 27°, passim), caben ciertos fenómenos, aludidos en
parágrafos precedentes, que dan origen a otros modos de terminación
del proceso, ya porque no hay sentencia (desistimiento, transacción y
caducidad), ya que porque no hay, antes de la sentencia, contradicción
relevante entre las partes (renuncia, allanamiento), y bien sea que la
resolución final del proceso no contenga pronunciamiento relativo a su
objeto (caducidad, desistimiento) o que no produzca cosa juzgada
material (desistimiento).
La anormalidad de estos especiales fenómenos y de sus
consecuentes desenlaces especiales del proceso no significa (Cfr. supra,
ad 37°, núm. 1 ) disconformidad con las normas jurídicas relativas a la
terminación del proceso. Aunque, como veremos, la legislación procesal
española presenta grandes lagunas en punto a renuncia del actor,
desistimiento, allanamiento e incluso respecto a la transacción judicial,
el Derecho procesal (que no es sólo la legislación) contempla esos
fenómenos sin considerarlos insólitos y/o perturbadores. Su anormalidad
ha de entenderse, pues, en el sentido de que la sentencia de fondo
dictada a consecuencia de una contradicción, mayor o menor, entre las
partes es, de hecho, lo más frecuente y habitual y, de Derecho, lo que la
ley procesal considera ordinario y común (hasta el extremo de incurrir
en las lagunas aludidas).
Somos conscientes de que esta presentación de los ternas
3.
que han de ocuparnos (renuncia, allanamiento, desistimiento, etc.) es
perfectamente discutible no vemos que preferir otra formulación distinta
(por ejemplo, no calificar como anormal la correspondiente terminación
del proceso) signifique desconocer o contradecir la esencia o sustancia
de lo que ahora debe comunicarse al lector. Se trata, por tanto, de una
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opción sistemática de carácter casi convencional. Lo que sí entendernos
conveniente, en todo caso, por diversos motivos, es el tratamiento
agrupado y no disperso de renuncia, allanamiento, desistimiento y
transacción.
Renuncia del actor
Con el fundamento y los límites de la ordinaria renunciabilidad
de los derechos (art 6. 2 C.C.), se admite pacíficamente por los autores
y por la jurisprudencia, la renuncia del actor o demandante 19 a obtener
la tutela jurisdiccional que pretendía, con el efecto de una sentencia
absolutoria sobre el fondo provista de fuerza de cosa juzgada material.20
Ninguna norma procesal positiva se ocupa, en nuestro
Derecho, de la renuncia del demandante. Lo que se acaba de decir y lo
19
Salvo Guasp todos los autores refieren la renuncia al actor o demandante. "el proceso
— dice Guasp- puede terminar anormalmente, esto es, extinguirse por renuncia que
haga alguna de las partes, demandantes o demandados, a su derecho, es decir, al
fundamento sustantivo de su pretensión o de su oposición a la pretensión . Renuncia
es, por tanto, la declaración de voluntad del demandante o del demandado por la
que se abandona (?) el derecho alegado como fundamento de la pretensión o de la
oposición a la pretensión procesal. No siendo posible concebir una pretensión ni
una oposición sin fundamento, la renuncia del derecho lleva consigo la renuncia a
la pretensión o a la oposición misma" (Cfr. Guasp, Derecho Procesal Civil, 1, págs.
527 y 528, Madrid, 1968) (la cursiva es nuestra).
A parte de que aquí se plantea ya el tema del objeto de la renuncia- y como se verá
después, no podemos estar plenamente conformes con la tesis guaspiana al
respecto -, parece como si nuestro autor hubiese olvidado que la oposición del
demandado a la pretensión del actor no tiene necesariamente que fundarse en
ningún derecho, de suerte que puede consistir y, de hecho, consiste con frecuencia,
en la simple negación del fundamento de la pretensión del actor. La pretendida
simetría de los fundamentos de la pretensión y de la oposición a la pretensión es,
pues , un nuevo error de a arquitectura formal guaspiana.
Por lo demás, la renuncia al derecho que, en su caso, fundamente la oposición, no
equivale al allanamiento, que veremos más adelante. Cfr. nuestro trabajo "En torno
a la renuncia del actor en el proceso civil", dentro de Escritos en homenaje a PrietoCastro, vol. II, passim y, para ese punto, pág. 619, Madrid, 1979.
20
A nuestro entender, la cosa juzgada material puede predicarse ya de la sentencia
de primera instancia, puesto que el demandado, absuelto, carece de la legitimación
para recurrir y el demandante no puede recurrir sin ir contra su propio acto. Esto
vale también para los casos de renuncia parcial: en ellos, la cosa juzgada material
ha de predicarse respecto de lo renunciado solamente, como es obvio.
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sucesivo es construcción doctrinal, avalada por la jurisprudencia del
Tribunal Supremo en la medida en que a este órgano jurisdiccional se le
han presentado casos que requerían sus pronunciamientos.
La renuncia del demandante 21 puede producirse en sus actos
de alegaciones posteriores a la demanda (la réplica, la contestación a
la reconvención, las conclusiones, etc.), pero, a nuestro juicio, no existe
ningún motivo para negar la posibilidad de una renuncia mediante un
acto "ad hoc", generalmente escrito, en cualquier momento del proceso
(salvo, quizás, tras la citación de las partes para sentencia). Por su
transcendencia, la renuncia debe ser expresa, aunque pueda implicar,
según se verá, algunas consecuencias no expresamente manifestadas
como queridas.
La renuncia puede ser total o parcial, con una consiguiente
absolución total o parcial (objetiva y/o subjetivamente). La renuncia
parcial está ligada natural y lógicamente a la pluralidad de objetos
procesales, esto es, a la acumulación de acciones.
El carácter parcial de la renuncia no plantea problemas si las
acciones acumuladas no tienen en común otro elemento que el
subjetivo. Demandando X a Y en reclamación de tres sumas de dinero
pretendidamente debidas en virtud de tres distintos negocios jurídicos,
no hay óbice para una renuncia a obtener la condena relativa a una o
dos de dichas sumas. Podría pensarse, en cambio, que a renuncia
parcial está subordinada a la inexistencia de conexión entre las
acciones acumuladas. A nuestro entender, tal límite no siempre existe
si, como luego veremos, aquello a o que propia y verdaderamente se
renuncia es a la acción. Cierto que la renuncia no puede limitarse a
una acción si ésta (la renunciada) es prejudicial de la no renunciada;
cabe, sin embargo la renuncia parcial cuando, existiendo conexión
entre las acciones, por ser un mismo derecho subjetivo privado parte
21 Lo que se dice del demandante o actor cabe decirlo, congrua congruis referendo,
del demandado reconviniente. También éste puede renunciar a obtener la tutela
jurisdiccional pedida en la reconvención, con la consecuencia de que al demandante
se le absuelva de dicha reconvención. Pero, a nuestro juicio, no se produce de
inmediato una sentencia separada para tal absolución, sino que, continuando el
proceso respecto del objeto originario, la absolución del demandante reconvenido
se contendrá en la sentencia definitiva que resuelva sobre dicho objeto.
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esencial de su fundamento, no se da la prejudicialidad indicada: la
renuncia a la acción no implica necesariamente renuncia al derecho
subjetivo privado que fundamentó aquélla.
Así, por ejemplo, no cabe renuncia parcial verdadera a una acción
declarativa de un parentesco, manteniendo la acción de condena a la
satisfacción de alimentos basada en dicho parentesco. Es admisible y
eficaz, en cambio, que habiendo A demandado a B, C y D en virtud de
acciones nacidas del mismo título o causa de pedir (art. 156 L.e.c.),
renuncie válida y eficazmente a la condena de B y D.
Asunto en aparien-cia más problemático es el de la
8.
admisibilidad de la renuncia parcial en caso de unidad de objeto del
proceso, es decir, de que nada más sea una la pretensión o la acción. A
nuestro juicio, la renuncia parcial cabe perfectamente, pero sólo cuando
la única pretension revista dimensiones cuantitativas. Si se ha pedido
una condena a pagar 100 millones a entregar 200 toneladas, nada
impide, de ordinario, que el actor, muestre su voluntad de renunciar a
obtener 50 de los 100 millones o 30 de las 200 toneladas. Se modificará
uno de los términos comparativos que entran en juego para cumplir el
requisito de la congruencia en la sentencia definitiva sobre el fondo. Tan
sólo resultaría inadmisible esa peculiar renuncia parcial si la nueva
configuración de la pretensión del demandante sorprendiese a
demandado en su planteamiento defensivo, con lesión del principio de
igualdad.
Si la acción o pretensión es una sola y no ofrece un quantum
susceptible de división, la renuncia parcial resulta imposible.
Que el demandante exprese su voluntad de no hacer valer uno de
los varios fundamentos que, en su caso, pueda haber alegado
inicialmente en apoyo de su pretensión es admisible si la legislación le
ofrece oportunidad alegatoria para ello.
Esta impropia renuncia — porque, en rigor, no se renuncia a obtener
la tutela solicitada, sino sólo a hacer uno de los fundamentos de la
solicitud- deberá tener consecuencias en punto a la con g ruencia de la
sentencia. Y también en este caso habrá que atender al principio de
igualdad, porque no es del todo descartable que ese cambio de
planteamiento del demandante sorprenda injustamente al demandado,
418
pese a que, en apariencia, le sea favorable una "disminución", por así
decirlo, de los apoyos y argumentos del actor. De ordinario, será
suficiente conceder audiencia al demandado.
Es dudoso que la renuncia parcial en sentido propio suponga
un imposible vencimiento total por parte del demandante y, en
consecuencia, impida la especial condena en costas al demandado.
Para el final hemos dejado la cuestión acerca del objeto de
la renuncia. Aunque resulte extraño, el fenómeno de la renuncia procesal
ha sido, durante años, expuesto y aprendido, en su más elemental
estructura y significado (voluntad de no obtener la tutela, sentencia
absolutoria sobre el fondo-cosa juzgada), sin acuerdo —más aún: convino
desacuerdo- de los autores respecto de aquello a lo que, en verdad y en
rigor, se renuncia. Y desde luego, tampoco los demandantes (o sus
abogados) han determinado con precisión a que renunciaban
exactamente.
Como ya hemos visto, Guaso sólo se plantea la renuncia al
derecho alegado como fundamento de su pretensión. Prieto-Castro,
por su parte, entiende que el actor renuncia a la pretensión misma.
Gómez Orbaneja, aunque presenta el tema como renuncia del actor a
la acción aunque ésta es considerada acertadamente como un derecho
subjetivo público de contenido concreto, acaba sosteniendo que dicha
renuncia "a la acción" (dice expresamente) es el reconocimiento por el
demandante de que su pretensión es infundada. Esto equivale a
mantener que la renuncia a un derecho es el reconocimiento de la
inexistencia de tal derecho, lo que reputamos inaceptable, porque sólo
cabe renunciar de verdad a lo que se tiene. Renunciar a lo que no se
tiene no es renunciar.
No hay, s.e.u.o. jurisprudencia del Tribunal Supremo sobre este
punto del objeto de la renuncia.
La respuesta a la precedente cuestión parece que reclama una
recapitulación acerca de lo que el actor o demandante puede tener o se
le puede atribuir y a lo que, en consecuencia, se diría, a primera vista,
que podría renunciar.
Muy sucintamente, recordamos que el actor puede tener o a él se
puede atribuir:
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1°) Un derecho subjetivo privado, e ha sido lesionado,
insatisfecho o desconocido.
2°) Un derecho subjetivo público a obtener una tutela
jurisdiccional concreta, que llamamos acción (cfr. Art. 6°, núms. 3 a 10).
3°) La pretensión, que es un acto con una importante eficacia
jurídica (cfr. Art. 6°, núms. 14 y ss.). Pretensión y afirmación de la acción
son inseparables. Pretensión y acción, sin embargo, son elementos
diferentes que deben distinguirse: la pretensión es un acto y la acción,
un derecho.
11. Debemos sentar de inmediato que !a pretensión, en sí misma,
no puede ser objeto de renuncia. Los actos no son renunciables, sin
revocables. Puede renunciarse, por tanto, al derecho subjetivo privado
y a la acción.
La renuncia al derecho, antes y fuera del proceso, es
a)
esgrimible por el demandado como excepción perentoria material si el
actor afirma en la demanda una acción que se basa en el derecho
renunciado. Acreditada la renuncia y la consiguiente carencia de acción,
habrá de dictarse sentencia absolutoria sobre el fondo. Mas el proceso
sigue un curso normal y termina también normalmente, a menos que el
demandante desista y el demandado — en improbabilísimo supuesto,
por ilógico- preste su conformidad. Mas, en tal caso, sería el
desistimiento, y no la renuncia, el fenómeno determinante de la anormal
terminación del proceso.
La renuncia intraprocesal al derecho que fundamenta la acción y
la pretensión envuelve necesariamente una renuncia al derecho a
obtener la tutela jurisdiccional concreta que se ha solicitado. No es
pensable que un actor manifieste que renuncia a su derecho de crédito
— en el que se basa, no únicamente, pero si del modo fundamental, la
acción de condena- y se empecine en obtener una sentencia que
condene al demandado a entregar el capital y los intereses. Volviendo
sobre anteriores ideas, cuando los demandantes renuncian, aunque no
especifiquen exactamente a qué renuncian, sí saben que, desde la
recepción por el Juez y la homologación por éste" de la declaración de
Pues. como parece innegable, el tribunal ha de apreciar si la renuncia es admisible.
420
voluntad en que la renuncia consiste, determinan con ello —sin más
controversia- una sentencia absolutoria sobre el fondo, que puede
obtener fuerza de cosa juzgada formal y material inmediata.
12. b) Pero, además de la renuncia al derecho subjetivo privado,
sostenemos que se puede renunciar a la acción, derecho subjetivo
público, distinto del primero. Y diremos que, así como no cabe renunciar
al derecho dentro de un proceso sin renunciar al propio tiempo a la
acción que (se dice que) se tiene, es a nuestro juicio defendible, en
puridad de conceptos, la posibilidad de una renuncia a la acción que no
implique renuncia al derecho que constituye uno de sus presupuestos.
¿Quién se atreverá a negar, por ejemplo, que la renuncia a una
acción meramente declarativa de dominio no comporta la renuncia al
derecho real de dominio, de manera que cabe posteriormente ejercitar,
en un supuesto diferente, aunque con relación a la misma cosa, una
acción reinvidicatoria? Solamente quien entendiera que la renuncia a la
acción lleva implícita la renuncia al derecho. Pero tal renuncia implícita
no es admisible sin disposición legal expresa que no existe.
Acontece en la práctica, como ya se ha repetido, que son pocos
los litigantes que actúan con claridad, especificando que ellos renuncian
sólo a la acción —y no al derecho- que tampoco está introducida esta
distinción en la Magistratura y mucho menos en la Jurisprudencia del
Tribunal Supremo.
Sin embargo, cabe imaginar algunos supuestos en que, aun en el
estado actual de la cuestión, los tribunales admitirían muy probablemente
la diferencia entre acción y derecho a efectos de renuncia. Así, en el
ejemplo que se acaba de proponer: si en un proceso entablado como
consecuencia de a afirmación de una acción meramente declarativa del
dominio se renuncia a ésta por el actor y se dicta sentencia absolutoria,
nos parece que no triunfaría siempre la excepción perentoria de fondo
que, en un ulterior proceso, también sobre acción meramente declarativa,
adujera el demandado, sobre todo si se tratara de distinta persona.
Evidentemente, no podría eficazmente alegarse la excepción de cosa
juzgada, por faltar al menos una de las identidades procesales. 23 Y ¿no
23 Faltaría casi siempre el elemento fáctico de la causa petendi (los hechos de
perturbación) y con frecuencia, además, la identidad del elemento subjetivo.
421
admitiría un Juez que la renuncia a la acción, llevada a cabo tal vez
hace tiempo, no implicó renuncia al derecho de dominio?
Veamos ahora las consecuencias de la renuncia a la acción, sin
renuncia al derecho.
13. Lo primero que conviene señalar —y algún lector lo habrá
pensado ya al leer las precedentes líneas- es que tales consecuencias
parecen que han de ser muy diferentes según los muy diversos tipos de
acciones o, para decirlo con exactitud quizá mayor, según los diferentes
tipos de derechos que fundamentan las acciones.
Acciones basada en derechos reales. Por los ejemplos ya
utilizados cabría admitir —al tratarse de derechos cuya efectividad judicial
no se agota normalmente en una acción- que la renuncia a la acción en
absoluto implica la del derecho real subyacente.
Así es, en efecto, pero tampoco conviene simplificar el asunto.
Aun sin ánimo de exhaustividad, es preciso advertir las diferencias
que existen entre el caso de una acción meramente declarativa del
dominio y el de una acción reivindicatoria. En ésta, si
verdaderamente se renuncia a ella, es decir, si se renuncia a un
derecho que se tiene, significa ello que el bien que en principio se
ha reinvidicado queda en poder del demandado y nunca más podrá
el actor renunciante recuperarlo. ¿Sucede entonces que se ha
renunciado en realidad al derecho de dominio? Cabe seguir
respondiendo negativamente, pero tal respuesta habrá de darse con
plena conciencia de sus complejas consecuencias: en el orden
jurídico-material, la situación del poseedor respecto de la cosa no
quedará innovada por la sentencia absolutoria, ni, lo que es más
importante, tampoco variaría la posición jurídica del actor
renunciante, que podría afirmar su dominio frente a otras personas,
por ejemplo, adquirentes a non dominio. Que estas consecuencias
sean admisibles, o no, en un orden de política legislativa, por
razones de seguridad jurídica u otras, es asunto diferente a que
sean consecuencias lógicamente deducibles de modo impecable
en un orden de técnica jurídica.
Acciones basadas en derechos de crédito. Al producirse en
estos casos el fenómeno inverso al anterior —cada derecho de crédito
422
se agota, en principio, 24 en una acción declarativa- podría considerarse,
a primera vista, que la renuncia a este tipo de acciones conlleva la
renuncia al derecho correspondiente. Pero semejante conclusión es
precipitada. Porque, ¿acaso no se han definido las obligaciones
naturales como aquellas que carecen de mecanismos jurisdiccionales
para lograr el equivalente a su cumplimiento, o lo que es igual, aquellas
que no están acompañadas por una acción? Pensamos que si se
renuncia a obtener la tutela jurisdiccional consistente en que se condene
a pagar una determinada cantidad en concepto de principal e intereses,
a consecuencia de un contrato de préstamo, no se renuncia al derecho
subjetivo de crédito. Se sigue teniendo derecho a que se devuelva el
capital y los intereses, aunque se carezca de acción. Y este fenómeno
tiene o puede tener consecuencias prácticas: no nacimiento, en caso
de pago, de la condictio indebiti, por ejemplo.
3)
Acciones consecutivas, basadas en los llamados derechos
potestativos al cambio jurídico. Según opinión común, lo que define a
las acciones constitutivas consiste en que el efecto jurídico de la
declaración de su existencia (es decir, de la sentencia estimatoria de la
demanda) es la producción del efecto jurídico pretendido, que no puede
lograrse fuera el proceso. Parece, por tanto, que, o se trata de una
acción y un derecho absolutamente inescindible o de una acción sin
verdadero derecho subjetivo en el ámbito jurídico- material. Es esto último
lo que sucede y los "derechos potestativos al cambio" no son otra cosa
que las acciones constitutivas mismas.
Puede objetarse a lo que sugerimos, con ánimo de apuntar que si
hay distinción entre acción derecho subjetivo privado —y si hay verdadera
distinción, existiría dos entidades y no una sola-, que no es válida la
renuncia general al "derecho potestativo" y, en cambio, sí es admisible,
en bastantes casos, la renuncia a la acción constitutiva. Pero tal vez
exista en esta observación el fallo de hablar de invalidez de la renuncia
cuando lo exacto sería hablar de imposibilidad. Cierto que es inaceptable
—utilicemos este adjetivo, que no prejuzgarenunciar al derecho general
a separarse. Pero es inaceptable porque, en abstracto, tal derecho no
24
"En principio", porque no ignoramos que en esos derechos puede fundarse mas de
una acción.
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existe. Y, en concreto. el "derecho a separarse" que nace. por ejemplo, de
las sevicias físicas X, es una concreta acción de separación. Si esa acción
de separación es objeto de renuncia, eso no significa que no pueda tener
con posterioridad acción de separación con base en las sevicias morales
Z, pero no porque subsista —al ser irrenunciable- el derecho potestativo al
cambio jurídico, sino porque nuevos hechos, puestos en relación con una
norma del Derecho objetivo, otorgan una nueva acción.
En cualquier caso, aunque se adopte otra posición doctrinal que
sostenga la existencia de un verdadero derecho subjetivo privado, la
consecuencia, en cuanto a la renuncia procesal, es la misma: no cabe
separar efectos propios de la renuncia a la acción y otros propios de la
renuncia al derecho.
14.c) Sobre la renovación de la pretensión. Con lo anterior queda
dicho cuanto es posible y conveniente decir aquí sobre la renuncia a la
acción y a la renuncia al derecho subjetivo privado. Pero queda también sin
explicación mínima un fenómeno procesal que quizá sea, según
avanzábamos ya en líneas anteriores, el más frecuente en la práctica: el de
aquellos actos del demandante en los que, sin precisar los límites del ejercicio
de su poder de disposición y sin señalar las causas, "renuncia" a obtener
una sentencia condenatoria para el demandado e, indirectamente, se
conforma con una sentencia absolutoria sobre el fondo con fuerza de cosa
juzgada, ya sea porque no sostiene la pretención, o porque la abandona,
con independencia de si semejante acto se funda en el reconocimiento de
no tener el derecho afirmado o en la voluntad de no hacerlo efectivo, etc.
Con otras palabras: ¿qué caracterización jurídica debe recibir la actuación
del actor consistente en declarar su voluntad de no obtener la tutela
solicitada, sin expresar con claridad que renuncia al derecho subjetivo
privado ni a la acción como derecho subjetivo público de contenido concreto?
Si el actor no renuncia expresamente a la acción o al derecho, pero
sí viene a renunciar a una sentencia en el sentido que primitivamente
pidió y se conforma con la absolución del demandado sobre el fondo, con
fuerza de cosa juzgada, puede acontecer que estemos, sencillamente,
ante la revocación del acto de afirmación de la acción o, mejor aún, la
retirada de su petición de tutela, es decir, la revocación del acto que
denominábamos pretensión: por los motivos o causas que sean —no
importan-, el actor ya no pretende lo que pretendía.
424
Podría decirse, pues, lo mismo que ya dijimos antes: cabe revocar
la pretensión, sin más, sin referencias a la acción ni al derecho. Pero
rápidamente se puede comprender que la revocación de la pretensión
no explica las consecuencias aludidas —sentencia absolutoria sobre el
fondo, con fuerza de cosa juzgada- porque cabe que el actor ya no
quiera obtener una determinada tutela en el proceso que el mismo inicio,
pero si quiera poder iniciar posteriormente otro proceso para obtener
idéntica tutela respecto del mismo demandado. Y a esto se le llama
desistimiento, que se somete a una condiciones que, según veremos,
provienen de la necesidad de proteger a los demandados de una veleidad
desprovista de causa y tal vez injustamente perjudicial para sus derechos
e intereses.
De manera que, como mínimo, habría que distinguir dos tipos de
renovación de la pretensión. La simple —que implica abandono del
concreto proceso iniciado —y la que llamaríamos definitiva- que implica
renuncia a todo proceso para alcanza la satisfacción de la pretensiónque sería, sin ningún género de dudas, la que ahora nos interesa: una
renovación irrevocable, por así decirlo, de la pretensión. Lo que sucede,
a nuestro juicio, es que tal revocación de la pretensión necesariamente
ha de implicar una renuncia a la acción si se quiere que tenga la eficacia
que hemos expuesto y que de hecho tiene, puesto que sería ya
excesivo conceptualismo predicar una distinción entre la renuncia al
derecho de acción y la renuncia absoluta al ejercicio de ese derecho.
En cambio, la revocación definitiva de la pretensión no tendría por qué
implicar renuncia al derecho subjetivo privado que tal vez
fundamentase.
15. Cometeríamos ingenuidad mayúscula sino fuésemos
conscientes de que las dificultades para la eficacia de las distinciones
expuestas sólo pueden superarse mediante su expresa clarificación
legal o, como mínimo, jurisprudencial. Con otras palabras: para que
la diferencia entre renuncia a la acción y renuncia al derecho fuese
efectiva, haría falta, en primer término, que se expresase con toda
claridad a qué se renuncia , en segundo lugar (aunque el orden tal
vez debiera ser inverso), que claramente se acogiese, por la ley o al
menos por la jurisprudencia, la posibilidad abstracta de renunciar a
un derecho y/o al otro.
425
En efecto: si un demandante no declara con mediana precisión
cuál es el objeto de su renuncia, sería notoriamente injusto que
posteriormente lograra un resultado favorable mediante precisiones tal
vez sorprendentes para otro sujeto jurídico para los tribunales de justicia.
Cuando no se sabe que el actor ha renunciado a la acción sin renunciar
por ello al derecho subjetivo privado, la actuación ulterior basada en la
subsistencia de ese derecho subjetivo resulta cuando menos
sospechosa. La eficacia de distinciones ulteriores debe basarse, ante
todo en la claridad de una distinción anterior.
Por lo que respecta al reconocimiento legal o jurisprudencia! de la
diferencia, su necesidad no ha de resultar dudosa: si la distinción no va a
ser aceptada en sus consecuencias, pocos litigantes —demandantes- se
arriesgarán a establecerla. Y, antes aun: si la ley o la jurisprudencia no
acogen la diferencia entre acción y derecho —al menos en los casos que
parecen más claros- pocos demandantes sabrán hacer esa distinción.
La precedente exposición sobre la renuncia del actor se ha
efectuado pensando en la primera instancia de los proceso declarativos
civiles. La renuncia del apelante, en la segunda instancia, no es igual
necesariamente a la renuncia del actor en la primera: piénsese, por
ejemplo, que el apelante es el primitivo demandado (porque, al menos
en parte, fue condenado). Es obvio que su "renuncia" no provoca una
sentencia absolutoria para el recurrido, ni, por supuesto, tampoco para
el propio apelante y "renunciante". Figura similar a la renuncia del actor
examinada sólo se presenta si, por absolución del demandado en la
primera instancia, apelante y renunciante es el propio actor. Se dirá
que, en tal caso, lo que de veras sucede es que deviene firme a la
sentencia de la primera instancia. A nuestro entender, no es así: debe
dictarse, en la segunda instancia, sentencia sobre el fondo, que acoja y
haga eficaz la renuncia efectuada. Cosa distinta es que esta segunda
sentencia pueda tener, en algunos casos, un contenido igual a la primera.
Mas ésta se produjo a consecuencia de alegaciones y, en su caso,
prueba, mientras que aquélla deberá su contenido a la renuncia.
Allanamiento
El allanamiento, que se predica del demandado con total
unanimidad, es, en cierto modo, el reverso de la renuncia del actor.
426
Mediante el allanamiento, el demandado declara su voluntad de que,
respecto de él mismo, al actor se le otorgue la tutela solicitada. El
allanamiento constituye una "declaración de voluntad del demandado
por la que éste muestra su conformidad con la pretensión del actor"
(Gómez Orbaneja), en el sentido, no sólo de estar de acuerdo y no
hacer objeciones a los fundamentos fácticos y jurídicos de la demanda
—aun tendrían, en tal caso, que ser reconocidos como acertados dichos
fundamentos en relación con lo que se pide-, sino en el de querer que
se dicte sentencia según la pretensión del actor respecto de quien se
allana, incluso sin expresión de la causa de tal voluntad: por tanto, incluso
sin ninguna consideración sobre los repetidos fundamentos.
El allanamiento determina, por sí mismo, una sentencia
condenatoria del allanado. Y hemos repetido que el allanamiento afecta
al allanado —y sólo a él-, porque en caso de litisconsorcio pasivo, el
allanamiento de un único demandado no puede perjudicar a los demás
y, por ende, únicamente surtirá efectos respecto del que manifieste su
voluntad de allanarse si la condena subjetivamente parcial para nada
prejuzga desfavorablemente la decisión sobre las pretensiones relativas
a los restantes litisconsortes pasivos. Con otras palabras: el allanamiento
de un codemandado no resulta admisible cuando la res in indicio deducta
es indivisible y habría peligro de pronunciamientos contradictorios, que
lesionasen la seguridad jurídica y el principio de audiehcia (no, a nuestro
entender, en los supuestos de eventuales pronunciamientos
contradictorios sólo en el plano lógico),
Como acto de disposición que es, el allanamiento precisa
de poder especial (arg. art. 41, in fine del D. 21 de noviembre de 1952)
y es válido y eficaz si afecta a materia jurídica sustantiva de carácter
disponible (no se trata sólo de disponer del ejercicio del derecho procesal
de defensa) y no contraría el interés o el orden público ni resulta
perjudicial para tercero ("tercero" en sentido no estrictamente procesal).
La sentencia condenatoria del allanado en los términos de la demanda
y del propio allanamiento debe producirse en virtud de los fundamentos
más radicales del principio dispositivo, no pudiendo el juzgador civil,
salvo en los supuestos mencionados, hacer caso omiso del acto de
disposición del demandado. Si, fuera de dichas excepciones, no dictara
el Juez o tribunal la referida sentencia condenatoria, incurriría en
427
infracción de las normas relativas a la sentencia, que sería considerada
incongruente.
El allanamiento no se debe confundir con el reconocimiento
o admisión de hechos por parte del demandado respecto de lo alegado
por el actor en la demanda (y, eventualmente, en la réplica). El
reconocimiento o la admisión de hechos no determinan necesariamente
una condena del demandado que reconoce o admite: fijados los hechos
admitidos como ciertos, aún es posible que su subsunción en las normas
jurídicas no conduzcan a la sentencia condenatoria. El único efecto de
la admisión de hechos es fijarlos como ciertos y exentos de prueba.
Tampoco es el allanamiento igual a la confesión judicial que aboca,
según lo expuesto en su lugar (cfr. supra, art. 33°, núms. 2 y ss.), a
tener unos hechos como probados, pero sin que la condena del
confesante resulte siempre inexorable.
Por lo demás, la admisión y la confesión pueden considerarse por
el Juez tácitamente producidas en casos de silencio o de respuestas
evasivas, mientras que el allanamiento, al igual que la renuncia, ha de
ser expuesto y, salvo algún caso especial (cfr. art. 1.541 L.e.c.), no se
puede deducir ni de la incomparecencia ni del silencio del demandado
ante la demanda.
Dando por supuestos los requisitos y las limitaciones del
allanamiento en caso de litisconsorcio pasivo (acumulación subjetiva
de acciones), hay que considerar válido y eficaz, en principio, el
allanamiento parcial del demandado respecto de alguna o algunas
pretensiones acumuladas. Ante el silencio legal sobre el allanamiento
(y, a fortiori, sobre el allanamiento parcial) y disponiéndose, en cambio,
que acerca de las acciones o pretensiones acumuladas se dicte una
sola sentencia, no es posible defender, con eficaces resultados prácticos,
la tesis, bien razonable, sin embargo, de que el allanamiento parcial
comporte una inmediata sentencia condenatoria respecto del objeto del
allanamiento, prosiguiendo el proceso tan sólo sobre las restante res in
indicio deducta. Sería preciso regular expresamente este punto.
En cuanto a lo que cabría denominar allanamiento parcial respecto
de la acción o pretensión que fuese objeto único del proceso, lo
estimamos admisible, en la medida en que el demandado tenga expedito
428
el ejercicio de su derecho de disposición, por no contrariar ni al orden ni
al interés público ni causar perjuicio a tercero. Si el actor pide que se
condene a B a pagar 500, ¿qué razón hay para admitir que B puede
allanarse por completo, vinculando así al Juez a condenarle a pagar
500 y para no admitir, por el contrario, que se allane a ser condenado a
pagar 400, determinando con ello, una condena al menos al pago de
dicha cantidad? El demandado que puede disponer de 500, puede
disponer de 400, sin que ello perjudique en nada al actor. Al contrario,
ese allanamiento parcial envuelve una respuesta judicial positiva acerca
de si se debe (an debeatur), circunscribiendo el proceso a discutir cuánto
se debe (quantum debeatur), si 400 —ya admitidos- o 500.
La laguna legal en punto a allanamiento —que es, dicho sea de
paso, un poco frecuente fenómeno- impide responder rotundamente a
la cuestión de si este allanamiento debe provocar o no, una inmediata
sentencia condenatoria sobre lo allanado. Nos inclinamos por la negativa.
La posible conexión entre las diversas acciones o
pretensiones y el eventual carácter prejudicial de alguna o algunas
sobre otras, puesto en relación, en su caso, con el litisconsorcio, ha de
tomarse en consideración para resolver sobre la admisibilidad del
allanamiento parcial, en términos muy semejantes a los expuestos a
propósito de la renuncia parcial.
Así lo entendieron los Profesores de Derecho Procesal, en su
Corrección y Actualización de la Ley de Enjuiciamiento Civil, vol. 1,
Madrid, 1972, pág. 187, al proponer un párrafo 11 de su art. 18 en los
siguientes términos: "En el supuesto de allanamiento parcial, el tribunal,
a petición del actor, dictará sentencia en cuanto a lo que sea objeto del
mismo, siempre que, en el caso de acumulaciones de acciones, no exista
conexión entre ellas, o si existiera, no impida un pronunciamiento por
separado y la sentencia a dictar no prejuzgue lo que haya de recaer
sobre los restantes objetos".
Así como la renuncia, al determinar una absolución del
demandado, conduce a al imposición de las costas al actor (salvo los
supuestos de renuncia parcial y, claro es, la apreciación de que concurren
"circunstancias excepcionales"), el allanamiento y la consiguiente
condena provocaría, de ordinario, la condena en costas del demandado.
429
Pero prevé expresamente el nuevo art. 523, pfo. tercero L.e.c. que "si el
demandado se allanare a la demanda antes de contestarla, no procederá
la imposición de costas, salvo que el Juez, razonándolo debidamente,
aprecie mala fe en el demandado". La ratio del precepto es evitar la
condena automática de quienes, al haber desaparecido la obligatoriedad
de la conciliación previa, pueden encontrar en la demanda la primera
reclamación —o la primera reclamación solemne y seria- del demandante
respecto de ellos. Ha parecido excesivo al legislador aplicar en tales
casos el criterio objetivo o del vencimiento.
Aquí —digámoslo de pasada, corno simple recordatorio de otras
semejantes observaciones- vuelve a ponerse de manifiesto que la Ley
de reforma Urgente de la L.e.c., de 1984, si g ue considerando como
más perfecto, en el fondo, el criterio de la temeridad.
Desistimiento
El desistimiento es la declaración del actor en el sentido de
no querer la prosecución del proceso por él iniciado. Esta declaración
de voluntad envuelve la de que se dicte resolución final sin juzgar sobre
el objeto procesal, y, por tanto, sin fuerza de cosa juzgada material.
Consecuentemente, el demandante no tendría obstáculo alguno en
reiterar después, más o menos exactamente, su demanda frente al
mismo o los mismos sujetos demandados en el proceso terminado antes
por desistimiento.
Resulta razonable y justo —con independencia del
fundamento doctrinal que se prefiera- que, con tales efectos, el
desistimiento no deba ser siempre eficaz por decisión unilateral del
actor. Aun cuando no se reconociera que desde cierto momento procesal
el demandado tiene un derecho a que se pronuncie sentencia sobre el
fondo, como sin duda le corresponde al actor (cfr. supra, art. 6°, núms.
11-17), habría, cuando menos, que admitir para el demandado el legítimo
interés, digno de protección, en obtener dicha sentencia: el demandado
—que ya se ha visto convertido en tal por decisión unilateral del actorpuede haber realizado esfuerzos y gastos conducentes, en principio, a
su absolución definitiva, con fuerza de cosa juzgada material.
En todo caso, el demandado que se halle en tales condiciones está
430
plenamente legitimado para expresar eficazmente su oposición a un final
del proceso que deja sin resolver el fondo del asunto y puede mantener
una situación de inseguridad o duda jurídica, pese a las preocupaciones
y dispendios ya empeñados Por estas poderosísimas razones, mucho
más que por haberse perfeccionado una discutible litiscontestatio o por la
virtualidad misma del estado de litispendencia, etc., es unánime la
convicción de que la terminación del proceso sin sentencia sobre el fondo
(un sobreseimiento, en rigor) a causa del desistimiento del actor exige,
desde cierto momento, que el demandado preste su conformidad a la
iniciativa del demandante (bilateralidad del desistimiento).
26.
Las divergencias entre los autores se refieren precisamente
al dies a quo de tal bilateralidad. Las posiciones oscilan entre los
extremos (desde la demanda ya debería darse esa bilateralidad; o desde
la contestación a la demanda, como, con base en el cuasicontrato de
litiscontestatio, sostuvo el TS en diversas sentencias), pasando por
propuestas más templadas: desde el emplazamiento del demandado
(según el art. 42 D. 21 de noviembre de 1952) o desde la comparecencia
del demandado, como propusieron los Profesores de Derecho Procesal
en su "Corrección y Actualización de la L.E.C.". Nos parecen más
razonable estas últimas opiniones y, de entre ellas, estimamos preferible
seguir el criterio recogido, para el juicio de cognición, en el precepto
legal citado: hay que tener en cuenta, a nuestro entender, que
comparecencia y contestación se producen en un solo acto en la mayoría
de los procesos y que la contestación implica serios esfuerzos y gastos.
De este modo, el cuadro de posibilidades resultante, para la primera
instancia, 25 sería el siguiente:
Hasta antes del emplazamiento, expresado el desistimiento
por el actor, el Juez debe, inaudita altera parte, sobreseer el proceso.
Una vez emplazado el demandado, se le dará traslado del
escrito o de la declaración de desistimiento por un breve plazo de tiempo.
Si presta su conformidad o no se opone expresamente al desistimiento
dentro del plazo aludido, el Juez sobreseerá el proceso.
25
Del desistimiento en la segunda instancia o en recursos extraordinarios y
excepcionales, sustancialmente distinto del que ahora consideramos, nos
ocuparemos más adelante.
431
La aplicación analógica del art. 42 D. 21 de noviembre de
c)
1952 muestra que, en caso de disconformidad entre el actor y
demandado, el Juez resolverá lo que estime oportuno, mediante auto,
susceptible de recurso de apelación, que será en ambos efectos si el
auto dispusiese el sobreseimiento, de modo que el proceso pueda seguir
su curso en tanto no se resuelva la apelación (con lo posible
consecuencia de que el sobreseimiento se confirme cuando la primera
instancia del proceso ya haya finalizado o esté a punto de finalizar,
resultado que, en no pocos casos, sería absurdo).
Para resolver en caso de disconformidad, el Juez ha de tomar en
consideración el interés o causa del desistimiento y de la oposición al
mismo, ligados, las más de las veces, con el estado de los autos.26
La STC 187/1990 trata del desistimiento, su finalidad y la
bilateralidad, declarando que no hay imperativo constitucional por el
que en todo momento el desistimiento deba ser bilateral.
No se precisa capacidad especial para desistir y para aceptar
el desistimiento. En cambio, se ha estimado por muchos autores que el
desistimiento mediante Procurador requiere que éste se encuentre
especialmente apoderado (también para renuncia y allanamiento) o que
el litigante ratifique personalmente el desistimiento efectuado por su
Procurador. La verdad es que los poderes generales para pleitos suelen
incluir facultades para allanarse, renunciar, transigir, desistir, etc., con
lo que el poder especial carecería de sentido.
Sobreseyéndose el proceso sin vencimiento de ninguno de
los litigantes, no cabría condenar en costas a ninguno de ellos según el
nuevo art. 523 L,e.c. (que ha contemplado el caso de allanamiento, pero
no el del fenómeno que ahora nos ocupa). El criterio de la temeridad en
absoluto resulta aplicable según la nueva normativa ni según el art.
1.902 C.c. Una de dos: o el Juez estaba legalmente obligado a sobreseer
26
Si el proceso está en sus inicios y ese dato resulta decisivo para resolver el
sobreseimiento, pero éste se recurre en apelación, la decisión de ésta se producirá
con arreglo a datos distintos de los tomados en consideración para dictar el auto
recurrido (con el proceso ya muy avanzado) o conscientemente a espaldas de dichos
datos, lo que tampoco parece conveniente. Por eso hemos dicho que puede ser
absurdo confirmar el sobreseimiento cuando el proceso, que ha seguido adelante
por el efecto suspensivo de la apelación, esté muy avanzado o incluso ya terminado.
432
(y eso acontece porque se estima que al demandado no puede
perjudicarle el sobreseimiento unilateral o porque las dos partes están
conformes) o, pese a la discrepancia entre éstos, el Juez sobresee por
no advertir perjuicio para el demandado y sí causa o interés en la
declaración de voluntad del demandante (en cuyo caso, la temeridad
de éste no puede apreciarse existente y sin que tampoco la oposición
del demandado, perfectamente prevista por el Derecho, quepa
considerarla temeraria). En cambio, pensamos que procede una condena
en costas de/ incidente abierto por el desistimiento y la oposición del
demandado, si finalmente no se decreta el sobreseimiento, porque sobre
esta petición del actor hay, entonces, un vencimiento total. Pero no
debemos ocultar que, hasta la Ley de Reforma Urgente, la praxis, avalada
por la jurisprudencia, ha sido la condena en todas las costas del
demandante que desistía.
El (así llamado) desistimiento en la segunda instancia o en
recursos ulteriores, que puede formular, según se dice, el recurrente
(tal vez por tanto, no el primitivo actor), es cosa bien distinta del
sobreseimiento hasta ahora analizado. Quien "desiste" en la segunda
instancia no expresa una voluntad de que el proceso termine sin
sentencia sobre el fondo (que, de ordinario, ya existe), carente de cosa
juzgada material y reservándose, por tanto, la posibilidad de reiterar
eficazmente una pretensión. El que desiste en la segunda instancia o
en un recurso lo que expresa es su voluntad de no impugnar la resolución
recurrida, que, en consecuencia, deviene firme y, eventualmente,
adquiere también fuerza de cosa juzgada material. Como para recurrir
ha de padecerse algún gravamen por la resolución recurrida y, además,
querer verla sustituida por otra, el desistimiento en los recursos no puede
perjudicar injustamente a los recurridos y no requiere su conformidad
Es justa la condena en costas, en tales casos, al recurrente que ha
desistido: se encuentra en situación de vencimiento y ha sido él quien
ha provocado los actos procesales propios de la segunda instancia o
del recurso de que se trate.
Ni que decir tiene, por último, que el desistimiento de un
solo demandante litisconsorte o la conformidad de un solo litisconsorte
pasivo no surten ningún efecto, se trate del desistimiento en primera
instancia o del que acabamos de examinar (pluralidad de recurrentes).
433
30 bis. Aunque el desistimiento se predica ordinariamente del
proceso, no vernos inconveniente alguno para admitir que, en caso de
un proceso con pluralidad de objetos (de acciones afirmadas o
pretensiones), el demandante, mediando la conformidad del demandado
—o sin ella, antes del dies a quo de la bilateralidad-, puede desistir de
una de esas pretensiones, manteniendo otra u otras, siempre que ese
desistimiento —distinto de la renuncia: quedaría la acción imprejuzgadano sea jurídicamente incoherente, como lo sería, v. gr., si se desistiera
de la acción principal, prejudicial, y se pretendiera mantener el proceso
respecto de la acción accesoria. Pero si, por ejemplo, las dos acciones
acumuladas no guardan más relación entre sí que la identidad de las
partes, este desistimiento parcial es admisible.
Transacción
31.
Es un precepto del Código Civil. el art. 1.809, la norma jurídica
que define este fenómeno productos de una anormal terminación del
proceso: la transacción es un "contrato por el cual las partes, dando,
prometiendo o reteniendo cada una alguna cosa, evitan la provocación
de un pleito o ponen termino al pleito ya comenzado".
La precedente definición legal presenta con claridad dos tipos de
transacción: aquélla anterior a un posible proceso y que precisamente
tiende a evitarlo y la que se produce estando ya pendiente un pleito y
que le pone fin. Pero la doctrina ha acuñado una distinción, aún más
precisa, entre transacción judicial y transacción extrajudicial, según que
el llamado "contrato" se someta al órgano jurisdiccional y por su
homologación adquiera fuerza termine el proceso o que se trate de un
pacto producido fuera del proceso y con influjo simplemente indirecto
sobre éste. Unicamente de la transacción judicial nos ocuparemos aquí.
Es extrajudicial, no sólo la transacción que se produce antes del
proceso para evitarlo, sino también la que se produzca pendiente un
proceso y para ponerle fin, pero que se negocie y concluya fuera del
proceso, influyendo luego en su terminación en forma de desistimiento,
allanamiento, renuncia o dejándolo caducar. Además, cabe que una
transacción extrajudicial resulte ser objeto —principal o accesorio- de un
proceso, precisamente cuando es incumplida. Y cabe hacerla valer
procesalmente como fundamento de una acción o como excepción.
434
La transacción judicial supone, ante todo, un negocio jurídicomaterial, que, no sólo, como se ha dicho, se documenta en un acta
mediante el correspondiente acto procesal, sino que ha de ser
homologada por el tribunal (comprobación de los requisitos y
presupuestos formales y materiales), con la consecuencia inexorable
de una resolución judicial (un auto, a nuestro entender) que recoge los
pactos transaccionales, les confiere fuerza ejecutiva y dispone, sin
posibilidad de recurso alguno, el sobreseimiento del proceso.
Pese a la literalidad del art. 1.816 C.c., consideramos más
que dudoso que en un proceso ulterior se pueda oponer, con fuerza
equivalente a la de auténtica excepción de cosa juzgada (la cosa
transigida), unos pactos transaccionales extrajudiciales. A nuestro
entender, es la homologación judicial el elemento que confiere a dichos
pactos su especial virtualidad y es en el auto correspondiente donde
constará fehacientemente qué proceso o qué procesos se han querido
evitar mediante la transacción. Además, sólo la homologación judicial
puede convertir en judicialmente indiscutible la transacción misma.
Caducidad
34.
La litispendencia, en el sentido de situación de pendencia
de un proceso civil, no debe prolongarse indefinidamente, dados algunos
de sus efectos y, en general, el clima de inseguridad que comporta, así
como los trastornos para la Administración de Justicia que la
multiplicación de esas situaciones originaría. Así pues, la L.e.c. (arts.
411 a 420) se ocupo de la llamada "caducidad de la instancia", esto es,
de la terminación de los procesos y del archivo de sus respectivos autos
en caso de que transcurriesen ciertos períodos de tiempo sin que se
registrase avance de las actuaciones procesales. La terminación del
proceso, mediante auto, sin otros recursos que los de reposición o
súplica, no extingue la acción (art. 419), salvo, claro es, que lo que
caduque sea la segunda instancia o el recurso de casación, casos en
los que las sentencias recurridas devendrían firmes, afectando a la acción
afirmada si se hubiesen dictado sobre el fondo
Los mencionados recursos de reposición y de súplica sólo pueden
basarse en error en la aplicación o cómputo del respectivo plazo. A
nuestro entender, el recurso podría también fundarse en la aplicabilidad
435
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(
BIBLIOTEGh
la,iDaplicatilidad, a un caso concreto, del art. 412 L.e.c.
La caducidad, sin embargo. no puede contemplarse hoy del
mismo modo que antes del R.D. de 2 de abril de 1924, que, instauró el
impulso procesal de oficio (cf r. supra art. 4°, núm.25). Porque, como aún
reza literalmente el art. 411 L.e.c., la caducidad se preveía respecto de
"las instancias en toda clase de juicios..., sino se insta su curso" durante
ciertos plazos, mas, según se sabe, desde 1924 resulta innecesario, en
Derecho, que los litigantes insten el desarrollo sucesivos de los actos
procesales. Cabría pensar, incluso, que, a tenor del art. 412 L.e.c..
excluyente de la caducidad cuando el proceso se paralice "por fuerza
mayor o por cualquier otra causa independiente de la voluntad de los
litigantes", la institución que no ocupa ha dejado de tener sentido, pues
la voluntad de las partes no determina ya aquella paralización. A tal
extremo, sin embargo, no se debe llegar —porque, de hecho, caben
paralizaciones de los proceso por el querer concurrente de las partes-,
pero es cierto que la caducidad, resulta, hoy en día, casi una curiosidad,
difícil de explicar en su antigua y todavía vigente estructura legal. Una
curiosidad que no descartamos, sino que seguirnos tornando en
consideración, sobre todo porque la realidad y la experiencia desbordan,
con fenómenos imprevisibles, cualesquiera resultados de la imaginación.
De hecho, por tanto, hay paralizaciones que duran más de
cuatro años (en primera instancia), mas de dos (en segunda instancia)
y más de uno (en casación) y que producen caducidad. Por expresa
disposición legal (art. 418 L.e.c.) la ejecución de sentencias no caduca.
Cuando se produce la caducidad en la primera instancia,
sin que ninguna de las partes haya instado su curso habiendo podido
hacerlo, se impondrán a cada una de ellas las costas causadas a su
instancia (art. 414. 11, L.e.c.).
En cambio, cuando se produce la caducidad en apelación o
casación, se impondrán las costas al apelante o recurrente (art. 415.
11, L.e.c.).
436
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