Sub Tema 4: FORMAS ANORMALES DE CONCLUSIÓN DE UN PROCESO PRESENTACIÓN Si bien !a sentencia es ei modo que denominaremos normal de que un proceso concluya, existen otras figuras procesales que pueden lograr el mismo resultado, entre las cuales podemos señalar al desistimiento. conciliación, transacción, abandono etc. Y dado que poseen sus propias características la doctrina les otorga un tratamiento separado. PREGUNTAS GUÍA: ¿Qué es el desistimiento? ¿Qué es el allanamiento? ¿Qué es la transacción? ¿Qué es la caducidad? 414 DE LA OLIVA, ANDRES " TERMINACION ANORMAL DEL PROCESO". EN: DERECHO PROCESAL CIVIL, VOL. II, EDITORIAL CENTRO DE ESTUDIOS RAMÓN ARECES, 1996. Generalidades En lugar del final del proceso con una sentencia sobre el fondo pronunciaba tras la prevista contradicción entre las partes, sentencia susceptible de alcanzar fuerza de cosa juzgada formal y material (cfr. Art. 27°, passim), caben ciertos fenómenos, aludidos en parágrafos precedentes, que dan origen a otros modos de terminación del proceso, ya porque no hay sentencia (desistimiento, transacción y caducidad), ya que porque no hay, antes de la sentencia, contradicción relevante entre las partes (renuncia, allanamiento), y bien sea que la resolución final del proceso no contenga pronunciamiento relativo a su objeto (caducidad, desistimiento) o que no produzca cosa juzgada material (desistimiento). La anormalidad de estos especiales fenómenos y de sus consecuentes desenlaces especiales del proceso no significa (Cfr. supra, ad 37°, núm. 1 ) disconformidad con las normas jurídicas relativas a la terminación del proceso. Aunque, como veremos, la legislación procesal española presenta grandes lagunas en punto a renuncia del actor, desistimiento, allanamiento e incluso respecto a la transacción judicial, el Derecho procesal (que no es sólo la legislación) contempla esos fenómenos sin considerarlos insólitos y/o perturbadores. Su anormalidad ha de entenderse, pues, en el sentido de que la sentencia de fondo dictada a consecuencia de una contradicción, mayor o menor, entre las partes es, de hecho, lo más frecuente y habitual y, de Derecho, lo que la ley procesal considera ordinario y común (hasta el extremo de incurrir en las lagunas aludidas). Somos conscientes de que esta presentación de los ternas 3. que han de ocuparnos (renuncia, allanamiento, desistimiento, etc.) es perfectamente discutible no vemos que preferir otra formulación distinta (por ejemplo, no calificar como anormal la correspondiente terminación del proceso) signifique desconocer o contradecir la esencia o sustancia de lo que ahora debe comunicarse al lector. Se trata, por tanto, de una 415 opción sistemática de carácter casi convencional. Lo que sí entendernos conveniente, en todo caso, por diversos motivos, es el tratamiento agrupado y no disperso de renuncia, allanamiento, desistimiento y transacción. Renuncia del actor Con el fundamento y los límites de la ordinaria renunciabilidad de los derechos (art 6. 2 C.C.), se admite pacíficamente por los autores y por la jurisprudencia, la renuncia del actor o demandante 19 a obtener la tutela jurisdiccional que pretendía, con el efecto de una sentencia absolutoria sobre el fondo provista de fuerza de cosa juzgada material.20 Ninguna norma procesal positiva se ocupa, en nuestro Derecho, de la renuncia del demandante. Lo que se acaba de decir y lo 19 Salvo Guasp todos los autores refieren la renuncia al actor o demandante. "el proceso — dice Guasp- puede terminar anormalmente, esto es, extinguirse por renuncia que haga alguna de las partes, demandantes o demandados, a su derecho, es decir, al fundamento sustantivo de su pretensión o de su oposición a la pretensión . Renuncia es, por tanto, la declaración de voluntad del demandante o del demandado por la que se abandona (?) el derecho alegado como fundamento de la pretensión o de la oposición a la pretensión procesal. No siendo posible concebir una pretensión ni una oposición sin fundamento, la renuncia del derecho lleva consigo la renuncia a la pretensión o a la oposición misma" (Cfr. Guasp, Derecho Procesal Civil, 1, págs. 527 y 528, Madrid, 1968) (la cursiva es nuestra). A parte de que aquí se plantea ya el tema del objeto de la renuncia- y como se verá después, no podemos estar plenamente conformes con la tesis guaspiana al respecto -, parece como si nuestro autor hubiese olvidado que la oposición del demandado a la pretensión del actor no tiene necesariamente que fundarse en ningún derecho, de suerte que puede consistir y, de hecho, consiste con frecuencia, en la simple negación del fundamento de la pretensión del actor. La pretendida simetría de los fundamentos de la pretensión y de la oposición a la pretensión es, pues , un nuevo error de a arquitectura formal guaspiana. Por lo demás, la renuncia al derecho que, en su caso, fundamente la oposición, no equivale al allanamiento, que veremos más adelante. Cfr. nuestro trabajo "En torno a la renuncia del actor en el proceso civil", dentro de Escritos en homenaje a PrietoCastro, vol. II, passim y, para ese punto, pág. 619, Madrid, 1979. 20 A nuestro entender, la cosa juzgada material puede predicarse ya de la sentencia de primera instancia, puesto que el demandado, absuelto, carece de la legitimación para recurrir y el demandante no puede recurrir sin ir contra su propio acto. Esto vale también para los casos de renuncia parcial: en ellos, la cosa juzgada material ha de predicarse respecto de lo renunciado solamente, como es obvio. 416 sucesivo es construcción doctrinal, avalada por la jurisprudencia del Tribunal Supremo en la medida en que a este órgano jurisdiccional se le han presentado casos que requerían sus pronunciamientos. La renuncia del demandante 21 puede producirse en sus actos de alegaciones posteriores a la demanda (la réplica, la contestación a la reconvención, las conclusiones, etc.), pero, a nuestro juicio, no existe ningún motivo para negar la posibilidad de una renuncia mediante un acto "ad hoc", generalmente escrito, en cualquier momento del proceso (salvo, quizás, tras la citación de las partes para sentencia). Por su transcendencia, la renuncia debe ser expresa, aunque pueda implicar, según se verá, algunas consecuencias no expresamente manifestadas como queridas. La renuncia puede ser total o parcial, con una consiguiente absolución total o parcial (objetiva y/o subjetivamente). La renuncia parcial está ligada natural y lógicamente a la pluralidad de objetos procesales, esto es, a la acumulación de acciones. El carácter parcial de la renuncia no plantea problemas si las acciones acumuladas no tienen en común otro elemento que el subjetivo. Demandando X a Y en reclamación de tres sumas de dinero pretendidamente debidas en virtud de tres distintos negocios jurídicos, no hay óbice para una renuncia a obtener la condena relativa a una o dos de dichas sumas. Podría pensarse, en cambio, que a renuncia parcial está subordinada a la inexistencia de conexión entre las acciones acumuladas. A nuestro entender, tal límite no siempre existe si, como luego veremos, aquello a o que propia y verdaderamente se renuncia es a la acción. Cierto que la renuncia no puede limitarse a una acción si ésta (la renunciada) es prejudicial de la no renunciada; cabe, sin embargo la renuncia parcial cuando, existiendo conexión entre las acciones, por ser un mismo derecho subjetivo privado parte 21 Lo que se dice del demandante o actor cabe decirlo, congrua congruis referendo, del demandado reconviniente. También éste puede renunciar a obtener la tutela jurisdiccional pedida en la reconvención, con la consecuencia de que al demandante se le absuelva de dicha reconvención. Pero, a nuestro juicio, no se produce de inmediato una sentencia separada para tal absolución, sino que, continuando el proceso respecto del objeto originario, la absolución del demandante reconvenido se contendrá en la sentencia definitiva que resuelva sobre dicho objeto. 417 esencial de su fundamento, no se da la prejudicialidad indicada: la renuncia a la acción no implica necesariamente renuncia al derecho subjetivo privado que fundamentó aquélla. Así, por ejemplo, no cabe renuncia parcial verdadera a una acción declarativa de un parentesco, manteniendo la acción de condena a la satisfacción de alimentos basada en dicho parentesco. Es admisible y eficaz, en cambio, que habiendo A demandado a B, C y D en virtud de acciones nacidas del mismo título o causa de pedir (art. 156 L.e.c.), renuncie válida y eficazmente a la condena de B y D. Asunto en aparien-cia más problemático es el de la 8. admisibilidad de la renuncia parcial en caso de unidad de objeto del proceso, es decir, de que nada más sea una la pretensión o la acción. A nuestro juicio, la renuncia parcial cabe perfectamente, pero sólo cuando la única pretension revista dimensiones cuantitativas. Si se ha pedido una condena a pagar 100 millones a entregar 200 toneladas, nada impide, de ordinario, que el actor, muestre su voluntad de renunciar a obtener 50 de los 100 millones o 30 de las 200 toneladas. Se modificará uno de los términos comparativos que entran en juego para cumplir el requisito de la congruencia en la sentencia definitiva sobre el fondo. Tan sólo resultaría inadmisible esa peculiar renuncia parcial si la nueva configuración de la pretensión del demandante sorprendiese a demandado en su planteamiento defensivo, con lesión del principio de igualdad. Si la acción o pretensión es una sola y no ofrece un quantum susceptible de división, la renuncia parcial resulta imposible. Que el demandante exprese su voluntad de no hacer valer uno de los varios fundamentos que, en su caso, pueda haber alegado inicialmente en apoyo de su pretensión es admisible si la legislación le ofrece oportunidad alegatoria para ello. Esta impropia renuncia — porque, en rigor, no se renuncia a obtener la tutela solicitada, sino sólo a hacer uno de los fundamentos de la solicitud- deberá tener consecuencias en punto a la con g ruencia de la sentencia. Y también en este caso habrá que atender al principio de igualdad, porque no es del todo descartable que ese cambio de planteamiento del demandante sorprenda injustamente al demandado, 418 pese a que, en apariencia, le sea favorable una "disminución", por así decirlo, de los apoyos y argumentos del actor. De ordinario, será suficiente conceder audiencia al demandado. Es dudoso que la renuncia parcial en sentido propio suponga un imposible vencimiento total por parte del demandante y, en consecuencia, impida la especial condena en costas al demandado. Para el final hemos dejado la cuestión acerca del objeto de la renuncia. Aunque resulte extraño, el fenómeno de la renuncia procesal ha sido, durante años, expuesto y aprendido, en su más elemental estructura y significado (voluntad de no obtener la tutela, sentencia absolutoria sobre el fondo-cosa juzgada), sin acuerdo —más aún: convino desacuerdo- de los autores respecto de aquello a lo que, en verdad y en rigor, se renuncia. Y desde luego, tampoco los demandantes (o sus abogados) han determinado con precisión a que renunciaban exactamente. Como ya hemos visto, Guaso sólo se plantea la renuncia al derecho alegado como fundamento de su pretensión. Prieto-Castro, por su parte, entiende que el actor renuncia a la pretensión misma. Gómez Orbaneja, aunque presenta el tema como renuncia del actor a la acción aunque ésta es considerada acertadamente como un derecho subjetivo público de contenido concreto, acaba sosteniendo que dicha renuncia "a la acción" (dice expresamente) es el reconocimiento por el demandante de que su pretensión es infundada. Esto equivale a mantener que la renuncia a un derecho es el reconocimiento de la inexistencia de tal derecho, lo que reputamos inaceptable, porque sólo cabe renunciar de verdad a lo que se tiene. Renunciar a lo que no se tiene no es renunciar. No hay, s.e.u.o. jurisprudencia del Tribunal Supremo sobre este punto del objeto de la renuncia. La respuesta a la precedente cuestión parece que reclama una recapitulación acerca de lo que el actor o demandante puede tener o se le puede atribuir y a lo que, en consecuencia, se diría, a primera vista, que podría renunciar. Muy sucintamente, recordamos que el actor puede tener o a él se puede atribuir: 419 1°) Un derecho subjetivo privado, e ha sido lesionado, insatisfecho o desconocido. 2°) Un derecho subjetivo público a obtener una tutela jurisdiccional concreta, que llamamos acción (cfr. Art. 6°, núms. 3 a 10). 3°) La pretensión, que es un acto con una importante eficacia jurídica (cfr. Art. 6°, núms. 14 y ss.). Pretensión y afirmación de la acción son inseparables. Pretensión y acción, sin embargo, son elementos diferentes que deben distinguirse: la pretensión es un acto y la acción, un derecho. 11. Debemos sentar de inmediato que !a pretensión, en sí misma, no puede ser objeto de renuncia. Los actos no son renunciables, sin revocables. Puede renunciarse, por tanto, al derecho subjetivo privado y a la acción. La renuncia al derecho, antes y fuera del proceso, es a) esgrimible por el demandado como excepción perentoria material si el actor afirma en la demanda una acción que se basa en el derecho renunciado. Acreditada la renuncia y la consiguiente carencia de acción, habrá de dictarse sentencia absolutoria sobre el fondo. Mas el proceso sigue un curso normal y termina también normalmente, a menos que el demandante desista y el demandado — en improbabilísimo supuesto, por ilógico- preste su conformidad. Mas, en tal caso, sería el desistimiento, y no la renuncia, el fenómeno determinante de la anormal terminación del proceso. La renuncia intraprocesal al derecho que fundamenta la acción y la pretensión envuelve necesariamente una renuncia al derecho a obtener la tutela jurisdiccional concreta que se ha solicitado. No es pensable que un actor manifieste que renuncia a su derecho de crédito — en el que se basa, no únicamente, pero si del modo fundamental, la acción de condena- y se empecine en obtener una sentencia que condene al demandado a entregar el capital y los intereses. Volviendo sobre anteriores ideas, cuando los demandantes renuncian, aunque no especifiquen exactamente a qué renuncian, sí saben que, desde la recepción por el Juez y la homologación por éste" de la declaración de Pues. como parece innegable, el tribunal ha de apreciar si la renuncia es admisible. 420 voluntad en que la renuncia consiste, determinan con ello —sin más controversia- una sentencia absolutoria sobre el fondo, que puede obtener fuerza de cosa juzgada formal y material inmediata. 12. b) Pero, además de la renuncia al derecho subjetivo privado, sostenemos que se puede renunciar a la acción, derecho subjetivo público, distinto del primero. Y diremos que, así como no cabe renunciar al derecho dentro de un proceso sin renunciar al propio tiempo a la acción que (se dice que) se tiene, es a nuestro juicio defendible, en puridad de conceptos, la posibilidad de una renuncia a la acción que no implique renuncia al derecho que constituye uno de sus presupuestos. ¿Quién se atreverá a negar, por ejemplo, que la renuncia a una acción meramente declarativa de dominio no comporta la renuncia al derecho real de dominio, de manera que cabe posteriormente ejercitar, en un supuesto diferente, aunque con relación a la misma cosa, una acción reinvidicatoria? Solamente quien entendiera que la renuncia a la acción lleva implícita la renuncia al derecho. Pero tal renuncia implícita no es admisible sin disposición legal expresa que no existe. Acontece en la práctica, como ya se ha repetido, que son pocos los litigantes que actúan con claridad, especificando que ellos renuncian sólo a la acción —y no al derecho- que tampoco está introducida esta distinción en la Magistratura y mucho menos en la Jurisprudencia del Tribunal Supremo. Sin embargo, cabe imaginar algunos supuestos en que, aun en el estado actual de la cuestión, los tribunales admitirían muy probablemente la diferencia entre acción y derecho a efectos de renuncia. Así, en el ejemplo que se acaba de proponer: si en un proceso entablado como consecuencia de a afirmación de una acción meramente declarativa del dominio se renuncia a ésta por el actor y se dicta sentencia absolutoria, nos parece que no triunfaría siempre la excepción perentoria de fondo que, en un ulterior proceso, también sobre acción meramente declarativa, adujera el demandado, sobre todo si se tratara de distinta persona. Evidentemente, no podría eficazmente alegarse la excepción de cosa juzgada, por faltar al menos una de las identidades procesales. 23 Y ¿no 23 Faltaría casi siempre el elemento fáctico de la causa petendi (los hechos de perturbación) y con frecuencia, además, la identidad del elemento subjetivo. 421 admitiría un Juez que la renuncia a la acción, llevada a cabo tal vez hace tiempo, no implicó renuncia al derecho de dominio? Veamos ahora las consecuencias de la renuncia a la acción, sin renuncia al derecho. 13. Lo primero que conviene señalar —y algún lector lo habrá pensado ya al leer las precedentes líneas- es que tales consecuencias parecen que han de ser muy diferentes según los muy diversos tipos de acciones o, para decirlo con exactitud quizá mayor, según los diferentes tipos de derechos que fundamentan las acciones. Acciones basada en derechos reales. Por los ejemplos ya utilizados cabría admitir —al tratarse de derechos cuya efectividad judicial no se agota normalmente en una acción- que la renuncia a la acción en absoluto implica la del derecho real subyacente. Así es, en efecto, pero tampoco conviene simplificar el asunto. Aun sin ánimo de exhaustividad, es preciso advertir las diferencias que existen entre el caso de una acción meramente declarativa del dominio y el de una acción reivindicatoria. En ésta, si verdaderamente se renuncia a ella, es decir, si se renuncia a un derecho que se tiene, significa ello que el bien que en principio se ha reinvidicado queda en poder del demandado y nunca más podrá el actor renunciante recuperarlo. ¿Sucede entonces que se ha renunciado en realidad al derecho de dominio? Cabe seguir respondiendo negativamente, pero tal respuesta habrá de darse con plena conciencia de sus complejas consecuencias: en el orden jurídico-material, la situación del poseedor respecto de la cosa no quedará innovada por la sentencia absolutoria, ni, lo que es más importante, tampoco variaría la posición jurídica del actor renunciante, que podría afirmar su dominio frente a otras personas, por ejemplo, adquirentes a non dominio. Que estas consecuencias sean admisibles, o no, en un orden de política legislativa, por razones de seguridad jurídica u otras, es asunto diferente a que sean consecuencias lógicamente deducibles de modo impecable en un orden de técnica jurídica. Acciones basadas en derechos de crédito. Al producirse en estos casos el fenómeno inverso al anterior —cada derecho de crédito 422 se agota, en principio, 24 en una acción declarativa- podría considerarse, a primera vista, que la renuncia a este tipo de acciones conlleva la renuncia al derecho correspondiente. Pero semejante conclusión es precipitada. Porque, ¿acaso no se han definido las obligaciones naturales como aquellas que carecen de mecanismos jurisdiccionales para lograr el equivalente a su cumplimiento, o lo que es igual, aquellas que no están acompañadas por una acción? Pensamos que si se renuncia a obtener la tutela jurisdiccional consistente en que se condene a pagar una determinada cantidad en concepto de principal e intereses, a consecuencia de un contrato de préstamo, no se renuncia al derecho subjetivo de crédito. Se sigue teniendo derecho a que se devuelva el capital y los intereses, aunque se carezca de acción. Y este fenómeno tiene o puede tener consecuencias prácticas: no nacimiento, en caso de pago, de la condictio indebiti, por ejemplo. 3) Acciones consecutivas, basadas en los llamados derechos potestativos al cambio jurídico. Según opinión común, lo que define a las acciones constitutivas consiste en que el efecto jurídico de la declaración de su existencia (es decir, de la sentencia estimatoria de la demanda) es la producción del efecto jurídico pretendido, que no puede lograrse fuera el proceso. Parece, por tanto, que, o se trata de una acción y un derecho absolutamente inescindible o de una acción sin verdadero derecho subjetivo en el ámbito jurídico- material. Es esto último lo que sucede y los "derechos potestativos al cambio" no son otra cosa que las acciones constitutivas mismas. Puede objetarse a lo que sugerimos, con ánimo de apuntar que si hay distinción entre acción derecho subjetivo privado —y si hay verdadera distinción, existiría dos entidades y no una sola-, que no es válida la renuncia general al "derecho potestativo" y, en cambio, sí es admisible, en bastantes casos, la renuncia a la acción constitutiva. Pero tal vez exista en esta observación el fallo de hablar de invalidez de la renuncia cuando lo exacto sería hablar de imposibilidad. Cierto que es inaceptable —utilicemos este adjetivo, que no prejuzgarenunciar al derecho general a separarse. Pero es inaceptable porque, en abstracto, tal derecho no 24 "En principio", porque no ignoramos que en esos derechos puede fundarse mas de una acción. 423 existe. Y, en concreto. el "derecho a separarse" que nace. por ejemplo, de las sevicias físicas X, es una concreta acción de separación. Si esa acción de separación es objeto de renuncia, eso no significa que no pueda tener con posterioridad acción de separación con base en las sevicias morales Z, pero no porque subsista —al ser irrenunciable- el derecho potestativo al cambio jurídico, sino porque nuevos hechos, puestos en relación con una norma del Derecho objetivo, otorgan una nueva acción. En cualquier caso, aunque se adopte otra posición doctrinal que sostenga la existencia de un verdadero derecho subjetivo privado, la consecuencia, en cuanto a la renuncia procesal, es la misma: no cabe separar efectos propios de la renuncia a la acción y otros propios de la renuncia al derecho. 14.c) Sobre la renovación de la pretensión. Con lo anterior queda dicho cuanto es posible y conveniente decir aquí sobre la renuncia a la acción y a la renuncia al derecho subjetivo privado. Pero queda también sin explicación mínima un fenómeno procesal que quizá sea, según avanzábamos ya en líneas anteriores, el más frecuente en la práctica: el de aquellos actos del demandante en los que, sin precisar los límites del ejercicio de su poder de disposición y sin señalar las causas, "renuncia" a obtener una sentencia condenatoria para el demandado e, indirectamente, se conforma con una sentencia absolutoria sobre el fondo con fuerza de cosa juzgada, ya sea porque no sostiene la pretención, o porque la abandona, con independencia de si semejante acto se funda en el reconocimiento de no tener el derecho afirmado o en la voluntad de no hacerlo efectivo, etc. Con otras palabras: ¿qué caracterización jurídica debe recibir la actuación del actor consistente en declarar su voluntad de no obtener la tutela solicitada, sin expresar con claridad que renuncia al derecho subjetivo privado ni a la acción como derecho subjetivo público de contenido concreto? Si el actor no renuncia expresamente a la acción o al derecho, pero sí viene a renunciar a una sentencia en el sentido que primitivamente pidió y se conforma con la absolución del demandado sobre el fondo, con fuerza de cosa juzgada, puede acontecer que estemos, sencillamente, ante la revocación del acto de afirmación de la acción o, mejor aún, la retirada de su petición de tutela, es decir, la revocación del acto que denominábamos pretensión: por los motivos o causas que sean —no importan-, el actor ya no pretende lo que pretendía. 424 Podría decirse, pues, lo mismo que ya dijimos antes: cabe revocar la pretensión, sin más, sin referencias a la acción ni al derecho. Pero rápidamente se puede comprender que la revocación de la pretensión no explica las consecuencias aludidas —sentencia absolutoria sobre el fondo, con fuerza de cosa juzgada- porque cabe que el actor ya no quiera obtener una determinada tutela en el proceso que el mismo inicio, pero si quiera poder iniciar posteriormente otro proceso para obtener idéntica tutela respecto del mismo demandado. Y a esto se le llama desistimiento, que se somete a una condiciones que, según veremos, provienen de la necesidad de proteger a los demandados de una veleidad desprovista de causa y tal vez injustamente perjudicial para sus derechos e intereses. De manera que, como mínimo, habría que distinguir dos tipos de renovación de la pretensión. La simple —que implica abandono del concreto proceso iniciado —y la que llamaríamos definitiva- que implica renuncia a todo proceso para alcanza la satisfacción de la pretensiónque sería, sin ningún género de dudas, la que ahora nos interesa: una renovación irrevocable, por así decirlo, de la pretensión. Lo que sucede, a nuestro juicio, es que tal revocación de la pretensión necesariamente ha de implicar una renuncia a la acción si se quiere que tenga la eficacia que hemos expuesto y que de hecho tiene, puesto que sería ya excesivo conceptualismo predicar una distinción entre la renuncia al derecho de acción y la renuncia absoluta al ejercicio de ese derecho. En cambio, la revocación definitiva de la pretensión no tendría por qué implicar renuncia al derecho subjetivo privado que tal vez fundamentase. 15. Cometeríamos ingenuidad mayúscula sino fuésemos conscientes de que las dificultades para la eficacia de las distinciones expuestas sólo pueden superarse mediante su expresa clarificación legal o, como mínimo, jurisprudencial. Con otras palabras: para que la diferencia entre renuncia a la acción y renuncia al derecho fuese efectiva, haría falta, en primer término, que se expresase con toda claridad a qué se renuncia , en segundo lugar (aunque el orden tal vez debiera ser inverso), que claramente se acogiese, por la ley o al menos por la jurisprudencia, la posibilidad abstracta de renunciar a un derecho y/o al otro. 425 En efecto: si un demandante no declara con mediana precisión cuál es el objeto de su renuncia, sería notoriamente injusto que posteriormente lograra un resultado favorable mediante precisiones tal vez sorprendentes para otro sujeto jurídico para los tribunales de justicia. Cuando no se sabe que el actor ha renunciado a la acción sin renunciar por ello al derecho subjetivo privado, la actuación ulterior basada en la subsistencia de ese derecho subjetivo resulta cuando menos sospechosa. La eficacia de distinciones ulteriores debe basarse, ante todo en la claridad de una distinción anterior. Por lo que respecta al reconocimiento legal o jurisprudencia! de la diferencia, su necesidad no ha de resultar dudosa: si la distinción no va a ser aceptada en sus consecuencias, pocos litigantes —demandantes- se arriesgarán a establecerla. Y, antes aun: si la ley o la jurisprudencia no acogen la diferencia entre acción y derecho —al menos en los casos que parecen más claros- pocos demandantes sabrán hacer esa distinción. La precedente exposición sobre la renuncia del actor se ha efectuado pensando en la primera instancia de los proceso declarativos civiles. La renuncia del apelante, en la segunda instancia, no es igual necesariamente a la renuncia del actor en la primera: piénsese, por ejemplo, que el apelante es el primitivo demandado (porque, al menos en parte, fue condenado). Es obvio que su "renuncia" no provoca una sentencia absolutoria para el recurrido, ni, por supuesto, tampoco para el propio apelante y "renunciante". Figura similar a la renuncia del actor examinada sólo se presenta si, por absolución del demandado en la primera instancia, apelante y renunciante es el propio actor. Se dirá que, en tal caso, lo que de veras sucede es que deviene firme a la sentencia de la primera instancia. A nuestro entender, no es así: debe dictarse, en la segunda instancia, sentencia sobre el fondo, que acoja y haga eficaz la renuncia efectuada. Cosa distinta es que esta segunda sentencia pueda tener, en algunos casos, un contenido igual a la primera. Mas ésta se produjo a consecuencia de alegaciones y, en su caso, prueba, mientras que aquélla deberá su contenido a la renuncia. Allanamiento El allanamiento, que se predica del demandado con total unanimidad, es, en cierto modo, el reverso de la renuncia del actor. 426 Mediante el allanamiento, el demandado declara su voluntad de que, respecto de él mismo, al actor se le otorgue la tutela solicitada. El allanamiento constituye una "declaración de voluntad del demandado por la que éste muestra su conformidad con la pretensión del actor" (Gómez Orbaneja), en el sentido, no sólo de estar de acuerdo y no hacer objeciones a los fundamentos fácticos y jurídicos de la demanda —aun tendrían, en tal caso, que ser reconocidos como acertados dichos fundamentos en relación con lo que se pide-, sino en el de querer que se dicte sentencia según la pretensión del actor respecto de quien se allana, incluso sin expresión de la causa de tal voluntad: por tanto, incluso sin ninguna consideración sobre los repetidos fundamentos. El allanamiento determina, por sí mismo, una sentencia condenatoria del allanado. Y hemos repetido que el allanamiento afecta al allanado —y sólo a él-, porque en caso de litisconsorcio pasivo, el allanamiento de un único demandado no puede perjudicar a los demás y, por ende, únicamente surtirá efectos respecto del que manifieste su voluntad de allanarse si la condena subjetivamente parcial para nada prejuzga desfavorablemente la decisión sobre las pretensiones relativas a los restantes litisconsortes pasivos. Con otras palabras: el allanamiento de un codemandado no resulta admisible cuando la res in indicio deducta es indivisible y habría peligro de pronunciamientos contradictorios, que lesionasen la seguridad jurídica y el principio de audiehcia (no, a nuestro entender, en los supuestos de eventuales pronunciamientos contradictorios sólo en el plano lógico), Como acto de disposición que es, el allanamiento precisa de poder especial (arg. art. 41, in fine del D. 21 de noviembre de 1952) y es válido y eficaz si afecta a materia jurídica sustantiva de carácter disponible (no se trata sólo de disponer del ejercicio del derecho procesal de defensa) y no contraría el interés o el orden público ni resulta perjudicial para tercero ("tercero" en sentido no estrictamente procesal). La sentencia condenatoria del allanado en los términos de la demanda y del propio allanamiento debe producirse en virtud de los fundamentos más radicales del principio dispositivo, no pudiendo el juzgador civil, salvo en los supuestos mencionados, hacer caso omiso del acto de disposición del demandado. Si, fuera de dichas excepciones, no dictara el Juez o tribunal la referida sentencia condenatoria, incurriría en 427 infracción de las normas relativas a la sentencia, que sería considerada incongruente. El allanamiento no se debe confundir con el reconocimiento o admisión de hechos por parte del demandado respecto de lo alegado por el actor en la demanda (y, eventualmente, en la réplica). El reconocimiento o la admisión de hechos no determinan necesariamente una condena del demandado que reconoce o admite: fijados los hechos admitidos como ciertos, aún es posible que su subsunción en las normas jurídicas no conduzcan a la sentencia condenatoria. El único efecto de la admisión de hechos es fijarlos como ciertos y exentos de prueba. Tampoco es el allanamiento igual a la confesión judicial que aboca, según lo expuesto en su lugar (cfr. supra, art. 33°, núms. 2 y ss.), a tener unos hechos como probados, pero sin que la condena del confesante resulte siempre inexorable. Por lo demás, la admisión y la confesión pueden considerarse por el Juez tácitamente producidas en casos de silencio o de respuestas evasivas, mientras que el allanamiento, al igual que la renuncia, ha de ser expuesto y, salvo algún caso especial (cfr. art. 1.541 L.e.c.), no se puede deducir ni de la incomparecencia ni del silencio del demandado ante la demanda. Dando por supuestos los requisitos y las limitaciones del allanamiento en caso de litisconsorcio pasivo (acumulación subjetiva de acciones), hay que considerar válido y eficaz, en principio, el allanamiento parcial del demandado respecto de alguna o algunas pretensiones acumuladas. Ante el silencio legal sobre el allanamiento (y, a fortiori, sobre el allanamiento parcial) y disponiéndose, en cambio, que acerca de las acciones o pretensiones acumuladas se dicte una sola sentencia, no es posible defender, con eficaces resultados prácticos, la tesis, bien razonable, sin embargo, de que el allanamiento parcial comporte una inmediata sentencia condenatoria respecto del objeto del allanamiento, prosiguiendo el proceso tan sólo sobre las restante res in indicio deducta. Sería preciso regular expresamente este punto. En cuanto a lo que cabría denominar allanamiento parcial respecto de la acción o pretensión que fuese objeto único del proceso, lo estimamos admisible, en la medida en que el demandado tenga expedito 428 el ejercicio de su derecho de disposición, por no contrariar ni al orden ni al interés público ni causar perjuicio a tercero. Si el actor pide que se condene a B a pagar 500, ¿qué razón hay para admitir que B puede allanarse por completo, vinculando así al Juez a condenarle a pagar 500 y para no admitir, por el contrario, que se allane a ser condenado a pagar 400, determinando con ello, una condena al menos al pago de dicha cantidad? El demandado que puede disponer de 500, puede disponer de 400, sin que ello perjudique en nada al actor. Al contrario, ese allanamiento parcial envuelve una respuesta judicial positiva acerca de si se debe (an debeatur), circunscribiendo el proceso a discutir cuánto se debe (quantum debeatur), si 400 —ya admitidos- o 500. La laguna legal en punto a allanamiento —que es, dicho sea de paso, un poco frecuente fenómeno- impide responder rotundamente a la cuestión de si este allanamiento debe provocar o no, una inmediata sentencia condenatoria sobre lo allanado. Nos inclinamos por la negativa. La posible conexión entre las diversas acciones o pretensiones y el eventual carácter prejudicial de alguna o algunas sobre otras, puesto en relación, en su caso, con el litisconsorcio, ha de tomarse en consideración para resolver sobre la admisibilidad del allanamiento parcial, en términos muy semejantes a los expuestos a propósito de la renuncia parcial. Así lo entendieron los Profesores de Derecho Procesal, en su Corrección y Actualización de la Ley de Enjuiciamiento Civil, vol. 1, Madrid, 1972, pág. 187, al proponer un párrafo 11 de su art. 18 en los siguientes términos: "En el supuesto de allanamiento parcial, el tribunal, a petición del actor, dictará sentencia en cuanto a lo que sea objeto del mismo, siempre que, en el caso de acumulaciones de acciones, no exista conexión entre ellas, o si existiera, no impida un pronunciamiento por separado y la sentencia a dictar no prejuzgue lo que haya de recaer sobre los restantes objetos". Así como la renuncia, al determinar una absolución del demandado, conduce a al imposición de las costas al actor (salvo los supuestos de renuncia parcial y, claro es, la apreciación de que concurren "circunstancias excepcionales"), el allanamiento y la consiguiente condena provocaría, de ordinario, la condena en costas del demandado. 429 Pero prevé expresamente el nuevo art. 523, pfo. tercero L.e.c. que "si el demandado se allanare a la demanda antes de contestarla, no procederá la imposición de costas, salvo que el Juez, razonándolo debidamente, aprecie mala fe en el demandado". La ratio del precepto es evitar la condena automática de quienes, al haber desaparecido la obligatoriedad de la conciliación previa, pueden encontrar en la demanda la primera reclamación —o la primera reclamación solemne y seria- del demandante respecto de ellos. Ha parecido excesivo al legislador aplicar en tales casos el criterio objetivo o del vencimiento. Aquí —digámoslo de pasada, corno simple recordatorio de otras semejantes observaciones- vuelve a ponerse de manifiesto que la Ley de reforma Urgente de la L.e.c., de 1984, si g ue considerando como más perfecto, en el fondo, el criterio de la temeridad. Desistimiento El desistimiento es la declaración del actor en el sentido de no querer la prosecución del proceso por él iniciado. Esta declaración de voluntad envuelve la de que se dicte resolución final sin juzgar sobre el objeto procesal, y, por tanto, sin fuerza de cosa juzgada material. Consecuentemente, el demandante no tendría obstáculo alguno en reiterar después, más o menos exactamente, su demanda frente al mismo o los mismos sujetos demandados en el proceso terminado antes por desistimiento. Resulta razonable y justo —con independencia del fundamento doctrinal que se prefiera- que, con tales efectos, el desistimiento no deba ser siempre eficaz por decisión unilateral del actor. Aun cuando no se reconociera que desde cierto momento procesal el demandado tiene un derecho a que se pronuncie sentencia sobre el fondo, como sin duda le corresponde al actor (cfr. supra, art. 6°, núms. 11-17), habría, cuando menos, que admitir para el demandado el legítimo interés, digno de protección, en obtener dicha sentencia: el demandado —que ya se ha visto convertido en tal por decisión unilateral del actorpuede haber realizado esfuerzos y gastos conducentes, en principio, a su absolución definitiva, con fuerza de cosa juzgada material. En todo caso, el demandado que se halle en tales condiciones está 430 plenamente legitimado para expresar eficazmente su oposición a un final del proceso que deja sin resolver el fondo del asunto y puede mantener una situación de inseguridad o duda jurídica, pese a las preocupaciones y dispendios ya empeñados Por estas poderosísimas razones, mucho más que por haberse perfeccionado una discutible litiscontestatio o por la virtualidad misma del estado de litispendencia, etc., es unánime la convicción de que la terminación del proceso sin sentencia sobre el fondo (un sobreseimiento, en rigor) a causa del desistimiento del actor exige, desde cierto momento, que el demandado preste su conformidad a la iniciativa del demandante (bilateralidad del desistimiento). 26. Las divergencias entre los autores se refieren precisamente al dies a quo de tal bilateralidad. Las posiciones oscilan entre los extremos (desde la demanda ya debería darse esa bilateralidad; o desde la contestación a la demanda, como, con base en el cuasicontrato de litiscontestatio, sostuvo el TS en diversas sentencias), pasando por propuestas más templadas: desde el emplazamiento del demandado (según el art. 42 D. 21 de noviembre de 1952) o desde la comparecencia del demandado, como propusieron los Profesores de Derecho Procesal en su "Corrección y Actualización de la L.E.C.". Nos parecen más razonable estas últimas opiniones y, de entre ellas, estimamos preferible seguir el criterio recogido, para el juicio de cognición, en el precepto legal citado: hay que tener en cuenta, a nuestro entender, que comparecencia y contestación se producen en un solo acto en la mayoría de los procesos y que la contestación implica serios esfuerzos y gastos. De este modo, el cuadro de posibilidades resultante, para la primera instancia, 25 sería el siguiente: Hasta antes del emplazamiento, expresado el desistimiento por el actor, el Juez debe, inaudita altera parte, sobreseer el proceso. Una vez emplazado el demandado, se le dará traslado del escrito o de la declaración de desistimiento por un breve plazo de tiempo. Si presta su conformidad o no se opone expresamente al desistimiento dentro del plazo aludido, el Juez sobreseerá el proceso. 25 Del desistimiento en la segunda instancia o en recursos extraordinarios y excepcionales, sustancialmente distinto del que ahora consideramos, nos ocuparemos más adelante. 431 La aplicación analógica del art. 42 D. 21 de noviembre de c) 1952 muestra que, en caso de disconformidad entre el actor y demandado, el Juez resolverá lo que estime oportuno, mediante auto, susceptible de recurso de apelación, que será en ambos efectos si el auto dispusiese el sobreseimiento, de modo que el proceso pueda seguir su curso en tanto no se resuelva la apelación (con lo posible consecuencia de que el sobreseimiento se confirme cuando la primera instancia del proceso ya haya finalizado o esté a punto de finalizar, resultado que, en no pocos casos, sería absurdo). Para resolver en caso de disconformidad, el Juez ha de tomar en consideración el interés o causa del desistimiento y de la oposición al mismo, ligados, las más de las veces, con el estado de los autos.26 La STC 187/1990 trata del desistimiento, su finalidad y la bilateralidad, declarando que no hay imperativo constitucional por el que en todo momento el desistimiento deba ser bilateral. No se precisa capacidad especial para desistir y para aceptar el desistimiento. En cambio, se ha estimado por muchos autores que el desistimiento mediante Procurador requiere que éste se encuentre especialmente apoderado (también para renuncia y allanamiento) o que el litigante ratifique personalmente el desistimiento efectuado por su Procurador. La verdad es que los poderes generales para pleitos suelen incluir facultades para allanarse, renunciar, transigir, desistir, etc., con lo que el poder especial carecería de sentido. Sobreseyéndose el proceso sin vencimiento de ninguno de los litigantes, no cabría condenar en costas a ninguno de ellos según el nuevo art. 523 L,e.c. (que ha contemplado el caso de allanamiento, pero no el del fenómeno que ahora nos ocupa). El criterio de la temeridad en absoluto resulta aplicable según la nueva normativa ni según el art. 1.902 C.c. Una de dos: o el Juez estaba legalmente obligado a sobreseer 26 Si el proceso está en sus inicios y ese dato resulta decisivo para resolver el sobreseimiento, pero éste se recurre en apelación, la decisión de ésta se producirá con arreglo a datos distintos de los tomados en consideración para dictar el auto recurrido (con el proceso ya muy avanzado) o conscientemente a espaldas de dichos datos, lo que tampoco parece conveniente. Por eso hemos dicho que puede ser absurdo confirmar el sobreseimiento cuando el proceso, que ha seguido adelante por el efecto suspensivo de la apelación, esté muy avanzado o incluso ya terminado. 432 (y eso acontece porque se estima que al demandado no puede perjudicarle el sobreseimiento unilateral o porque las dos partes están conformes) o, pese a la discrepancia entre éstos, el Juez sobresee por no advertir perjuicio para el demandado y sí causa o interés en la declaración de voluntad del demandante (en cuyo caso, la temeridad de éste no puede apreciarse existente y sin que tampoco la oposición del demandado, perfectamente prevista por el Derecho, quepa considerarla temeraria). En cambio, pensamos que procede una condena en costas de/ incidente abierto por el desistimiento y la oposición del demandado, si finalmente no se decreta el sobreseimiento, porque sobre esta petición del actor hay, entonces, un vencimiento total. Pero no debemos ocultar que, hasta la Ley de Reforma Urgente, la praxis, avalada por la jurisprudencia, ha sido la condena en todas las costas del demandante que desistía. El (así llamado) desistimiento en la segunda instancia o en recursos ulteriores, que puede formular, según se dice, el recurrente (tal vez por tanto, no el primitivo actor), es cosa bien distinta del sobreseimiento hasta ahora analizado. Quien "desiste" en la segunda instancia no expresa una voluntad de que el proceso termine sin sentencia sobre el fondo (que, de ordinario, ya existe), carente de cosa juzgada material y reservándose, por tanto, la posibilidad de reiterar eficazmente una pretensión. El que desiste en la segunda instancia o en un recurso lo que expresa es su voluntad de no impugnar la resolución recurrida, que, en consecuencia, deviene firme y, eventualmente, adquiere también fuerza de cosa juzgada material. Como para recurrir ha de padecerse algún gravamen por la resolución recurrida y, además, querer verla sustituida por otra, el desistimiento en los recursos no puede perjudicar injustamente a los recurridos y no requiere su conformidad Es justa la condena en costas, en tales casos, al recurrente que ha desistido: se encuentra en situación de vencimiento y ha sido él quien ha provocado los actos procesales propios de la segunda instancia o del recurso de que se trate. Ni que decir tiene, por último, que el desistimiento de un solo demandante litisconsorte o la conformidad de un solo litisconsorte pasivo no surten ningún efecto, se trate del desistimiento en primera instancia o del que acabamos de examinar (pluralidad de recurrentes). 433 30 bis. Aunque el desistimiento se predica ordinariamente del proceso, no vernos inconveniente alguno para admitir que, en caso de un proceso con pluralidad de objetos (de acciones afirmadas o pretensiones), el demandante, mediando la conformidad del demandado —o sin ella, antes del dies a quo de la bilateralidad-, puede desistir de una de esas pretensiones, manteniendo otra u otras, siempre que ese desistimiento —distinto de la renuncia: quedaría la acción imprejuzgadano sea jurídicamente incoherente, como lo sería, v. gr., si se desistiera de la acción principal, prejudicial, y se pretendiera mantener el proceso respecto de la acción accesoria. Pero si, por ejemplo, las dos acciones acumuladas no guardan más relación entre sí que la identidad de las partes, este desistimiento parcial es admisible. Transacción 31. Es un precepto del Código Civil. el art. 1.809, la norma jurídica que define este fenómeno productos de una anormal terminación del proceso: la transacción es un "contrato por el cual las partes, dando, prometiendo o reteniendo cada una alguna cosa, evitan la provocación de un pleito o ponen termino al pleito ya comenzado". La precedente definición legal presenta con claridad dos tipos de transacción: aquélla anterior a un posible proceso y que precisamente tiende a evitarlo y la que se produce estando ya pendiente un pleito y que le pone fin. Pero la doctrina ha acuñado una distinción, aún más precisa, entre transacción judicial y transacción extrajudicial, según que el llamado "contrato" se someta al órgano jurisdiccional y por su homologación adquiera fuerza termine el proceso o que se trate de un pacto producido fuera del proceso y con influjo simplemente indirecto sobre éste. Unicamente de la transacción judicial nos ocuparemos aquí. Es extrajudicial, no sólo la transacción que se produce antes del proceso para evitarlo, sino también la que se produzca pendiente un proceso y para ponerle fin, pero que se negocie y concluya fuera del proceso, influyendo luego en su terminación en forma de desistimiento, allanamiento, renuncia o dejándolo caducar. Además, cabe que una transacción extrajudicial resulte ser objeto —principal o accesorio- de un proceso, precisamente cuando es incumplida. Y cabe hacerla valer procesalmente como fundamento de una acción o como excepción. 434 La transacción judicial supone, ante todo, un negocio jurídicomaterial, que, no sólo, como se ha dicho, se documenta en un acta mediante el correspondiente acto procesal, sino que ha de ser homologada por el tribunal (comprobación de los requisitos y presupuestos formales y materiales), con la consecuencia inexorable de una resolución judicial (un auto, a nuestro entender) que recoge los pactos transaccionales, les confiere fuerza ejecutiva y dispone, sin posibilidad de recurso alguno, el sobreseimiento del proceso. Pese a la literalidad del art. 1.816 C.c., consideramos más que dudoso que en un proceso ulterior se pueda oponer, con fuerza equivalente a la de auténtica excepción de cosa juzgada (la cosa transigida), unos pactos transaccionales extrajudiciales. A nuestro entender, es la homologación judicial el elemento que confiere a dichos pactos su especial virtualidad y es en el auto correspondiente donde constará fehacientemente qué proceso o qué procesos se han querido evitar mediante la transacción. Además, sólo la homologación judicial puede convertir en judicialmente indiscutible la transacción misma. Caducidad 34. La litispendencia, en el sentido de situación de pendencia de un proceso civil, no debe prolongarse indefinidamente, dados algunos de sus efectos y, en general, el clima de inseguridad que comporta, así como los trastornos para la Administración de Justicia que la multiplicación de esas situaciones originaría. Así pues, la L.e.c. (arts. 411 a 420) se ocupo de la llamada "caducidad de la instancia", esto es, de la terminación de los procesos y del archivo de sus respectivos autos en caso de que transcurriesen ciertos períodos de tiempo sin que se registrase avance de las actuaciones procesales. La terminación del proceso, mediante auto, sin otros recursos que los de reposición o súplica, no extingue la acción (art. 419), salvo, claro es, que lo que caduque sea la segunda instancia o el recurso de casación, casos en los que las sentencias recurridas devendrían firmes, afectando a la acción afirmada si se hubiesen dictado sobre el fondo Los mencionados recursos de reposición y de súplica sólo pueden basarse en error en la aplicación o cómputo del respectivo plazo. A nuestro entender, el recurso podría también fundarse en la aplicabilidad 435 <<z ( BIBLIOTEGh la,iDaplicatilidad, a un caso concreto, del art. 412 L.e.c. La caducidad, sin embargo. no puede contemplarse hoy del mismo modo que antes del R.D. de 2 de abril de 1924, que, instauró el impulso procesal de oficio (cf r. supra art. 4°, núm.25). Porque, como aún reza literalmente el art. 411 L.e.c., la caducidad se preveía respecto de "las instancias en toda clase de juicios..., sino se insta su curso" durante ciertos plazos, mas, según se sabe, desde 1924 resulta innecesario, en Derecho, que los litigantes insten el desarrollo sucesivos de los actos procesales. Cabría pensar, incluso, que, a tenor del art. 412 L.e.c.. excluyente de la caducidad cuando el proceso se paralice "por fuerza mayor o por cualquier otra causa independiente de la voluntad de los litigantes", la institución que no ocupa ha dejado de tener sentido, pues la voluntad de las partes no determina ya aquella paralización. A tal extremo, sin embargo, no se debe llegar —porque, de hecho, caben paralizaciones de los proceso por el querer concurrente de las partes-, pero es cierto que la caducidad, resulta, hoy en día, casi una curiosidad, difícil de explicar en su antigua y todavía vigente estructura legal. Una curiosidad que no descartamos, sino que seguirnos tornando en consideración, sobre todo porque la realidad y la experiencia desbordan, con fenómenos imprevisibles, cualesquiera resultados de la imaginación. De hecho, por tanto, hay paralizaciones que duran más de cuatro años (en primera instancia), mas de dos (en segunda instancia) y más de uno (en casación) y que producen caducidad. Por expresa disposición legal (art. 418 L.e.c.) la ejecución de sentencias no caduca. Cuando se produce la caducidad en la primera instancia, sin que ninguna de las partes haya instado su curso habiendo podido hacerlo, se impondrán a cada una de ellas las costas causadas a su instancia (art. 414. 11, L.e.c.). En cambio, cuando se produce la caducidad en apelación o casación, se impondrán las costas al apelante o recurrente (art. 415. 11, L.e.c.). 436