LA ÉTICA EN EL EJERCICIO DE LA AUDITORÍA INTERNA ALGUNAS VECES DEJADA DE LADO Por: Lic. Juan de Dios Araya Navarro. MAPED,CRM,NIA Auditor Interno Ministerio de Seguridad Pública En el complejo trabajo que tenemos encomendado como auditores internos, continuamente debemos estar reiterando en los auditados o fiscalizados la necesidad de que ajusten sus actuaciones como funcionario ya sea público o privado, a los principios éticos de transparencia, eficiencia, eficacia y racionalidad, en la administración de los recursos que se les han encomendado, sean físicos, tecnológicos o el talento humano. Somos conocedores, que ya sea los administrados (ciudadanos) o los accionistas (dueños de las empresas) exigen y esperan que los recursos que son puestos en manos de los responsables de las operaciones y transacciones en las instituciones y empresas, se utilicen con criterios de responsabilidad y probidad, así como que existan mecanismos de exigir la rendición de cuentas por las acciones que se ejecutan en el cotidiano acontecer. En el Sector Público, la Ley Contra la Corrupción y el Enriquecimiento Ilícito de los Funcionarios Públicos Nº 8422, contiene en los artículos 3 y 4, unos importantes conceptos que quizá hemos dejado de lado, no solo en el momento de auditar a los fiscalizados, sino, en las propias actuaciones como auditores internos, en las oficinas que tenemos a cargo. Es contunde dicha normativa que en cumplimiento del “Deber de probidad” el funcionario público estará obligado a orientar su gestión a la satisfacción del interés público y no el personal o que le guste a él para llenar sus necesidades y expectativas personales, orientando su gestión, a atender las necesidades colectivas prioritarias, de manera planificada, regular, eficiente, continua y en condiciones de igualdad para los habitantes de la República; asimismo, al demostrar rectitud y buena fe en el ejercicio de las potestades que le confiere la ley; asegurándose que las decisiones y acciones que adopte se ajustan a la imparcialidad y a los objetivos de la institución en la que se desempeña y, finalmente, al administrar los recursos públicos con apego a los principios de legalidad, eficacia, economía y eficiencia, rindiendo cuentas satisfactoriamente. La violación al “Deber de Probidad” debidamente comprobados puede acarrear para el infractor responsabilidades civiles y penales y constituyen justa causa para la separación del cargo público sin responsabilidad patronal, como se puede observar, echar por la borda toda una carrera pública que el funcionario ha desarrollado en su profesión. Complementario a lo anterior, la Ley General de Control Interno, la que continuamente los auditores internos del Sector Público le recetamos en todo su articulado a los administrados, dispone prohibiciones especiales para nuestra especialidad profesional en el artículo el artículo 34, que tienen diverso alcance, que en ocasiones a lo interno de nuestras oficinas la dejamos de lado, no por desconocimiento sino, lamentablemente por falta de algo que creemos en ocasiones que nos sobra llamada “integridad”, uno de los valores más relevantes que debemos proyectar a los fiscalizados. Si hablamos del sistema de control interno a lo interno de la Auditoría Interna, probablemente podríamos tener “techo de cristlal. En el ejercicio de nuestra labor, con mucha mayor razón, debemos de proyectar a quienes auditamos que nuestro accionar debe siempre estar apegado a los mejores valores y principios éticos y morales y que predicamos con el ejemplo verdadero. En este contexto, cuestiono en forma respetuosa a nivel de reflexión, ¿conocemos los principios y valores de nuestra profesión?, ¿Cuáles son?, ¿Qué piensan los administrados o los sujetos de nuestra fiscalización de nuestra ética?, ¿Qué piensan nuestros colaboradores del ejemplo que les damos a lo interno de las auditorías internas en nuestro comportamiento ético?. Las respuestas cada uno las debe aportar, en su análisis autocritico para que tenga una retroalimentación efectiva.