Tema 5. Rasgos del espíritu en la primera infancia

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Tema V.
Rasgos del espíritu en la primera infancia.
Inserción en el mundo: adaptación e inadaptación.
Asimilación y extrañeza. Memoria e identidad.
Observación e imitación.
En el tema anterior nos hemos centrado en la unidad especialísima
que el hijo da a la familia, y en la fidelidad que pide a los padres como
respuesta. Esa unidad, que debería ser característica natural de toda
familia, es el reflejo social de una característica propia de la criatura
humana. En efecto, en medio de la complejidad creciente del niño, su
desarrollo armónico va buscando la integración y relación de todas sus
capacidades físicas, intelectuales y morales. Por eso indicamos antes que la
unidad de los padres es el terreno donde arraigan los valores de los hijos;
porque de otro modo el desarrollo interior integrado del niño, recibe el
impacto de la desunión exterior de los padres, lo que provoca una
desestructuración en el crecimiento afectivo del hijo, empujado a amar por
separado a los que tendría que amar juntos. Los hijos de padres separados
rompen su matrimonio con más facilidad porque han integrado más
débilmente en su desarrollo el amor a la unidad, aunque tiendan a ella de
forma natural.
La integración en el desarrollo del niño se produce a todos los
niveles: neurológico (con los procesos de sinapsis, circuitos neuronales y
hemisferios cerebrales), sensible (los sentidos externos se integran en el
sensorio común), y personal (desarrollo de la conciencia del yo).
A continuación analizamos algunos rasgos del espíritu humano desde
su aparición; se nos presentan en forma paradójica, que no es sino una
manifestación de la riqueza de nuestro ser. Indicaremos las dos vertientes
de la realidad paradójica y, a continuación, las aplicaciones para hijos y
padres.
Inserción en el mundo adaptación e inadaptación.
a) Las dos vertientes.
El hombre es el animal –porque compartimos con otras criaturas esta
dimensión corporal- que se adapta más lentamente al medio. El niño recién
nacido está totalmente indefenso, y tiene un periodo muy largo de
dependencia hasta que se vuelve apto para sobrevivir con sus propios
recursos; está muy pobremente especializado respeto a su entorno. Tiene
que ir insertándose en el mundo paulatinamente y con mucha ayuda; pero
lo que pudiera parecer una carencia que le deja en inferioridad, pronto se
descubre que significa superioridad respecto a todas las criaturas, porque es
él quien empieza a adaptar el mundo a si mismo; lo cual quiere decir que el
mundo le está sometido; pero quiere también decir que él permanecerá
como un inadaptado al mundo a lo largo de su existencia terrena, porque el
mundo no es suficiente para colmar sus aspiraciones. Toda criatura de
naturaleza meramente mundana está sometida al mundo, y tiene valor en
función de la totalidad (ecología). Si la persona se mundaniza, se hace
esclava del mundo. Debe permanecer “inadaptada” porque sirve a una
realidad más alta (Dios) que es el único que puede darle su plenitud.
b) Para los niños.
Hay que ponerles siempre metas altas, un poco por encima de lo que
pueden conseguir. Hacerlos “inconformistas”, pero sin desánimos por los
fallos; ambiciosos pero no perfeccionistas, mostrándoles siempre lo que se
puede hacer si no nos encerramos en nosotros mismos.
c) Para los padres.
Como ha quedado apuntado antes, hay que estar alerta frente a uno
de los peligros más constantes e insidiosos: buscar una vida cómoda.
Cuando la mayor aspiración en la vida es esa, la persona queda sometida al
mundo, y abdica de su dignidad.
Las comodidades materiales, “materializan” al hombre; hay que
vivir austeramente y luchar por lo más noble: la vida del espíritu.
Asimilación y extrañeza.
Apliquemos lo anteriormente expuesto sobre la adaptación e
inadaptación al mundo al campo del conocimiento
a) Las dos vertientes.
El niño va asimilando las cosas y acostumbrándose a ellas. Tiene que
integrarse en el mundo, conociéndolo, porque de lo contrario no podría
actuar en él. Pasa por un largo periodo de acostumbramiento que se
manifiesta incluso en su mirada y en sus gestos.
Asimilar significa hacer algo semejante a uno mismo; lo que el niño
asimila lo va incorporando, pero sabiendo que no es suyo. El mundo es
para él algo maravilloso, una fiesta a la que ha sido invitado; por eso
permanece en un asombro más o menos intenso, con momentos que llegan
a la fascinación; especialmente cuando va descubriendo las mil facetas de
la realidad, o cuando –a partir de los tres años- se le cuentan historias que
le hacen explorar verbalmente el mundo.
b) Para los niños.
Hay que procurar que los niños estén en contacto con la Naturaleza,
que es fuente inacabable de descubrimientos y belleza, al tiempo que
experimentan la necesidad del esfuerzo para descubrir sus secretos.
El mundo técnico, que da un dominio rápido y artificial de las cosas,
debe ser utilizado con moderación. La alegría que produce es la alegría del
dominio, que es de inferior calidad a la alegría del descubrimiento; por eso,
las diversas “pantallas” que los niños manejan pueden ser muy nocivas por
la pasividad que provocan, impidiendo el enriquecimiento y la creatividad
que surge de una relación directa con la realidad.
c)Para los padres.
La admiración es el principio de la sabiduría verdadera, y el
reflejo intelectual de la inadaptación vital. No debe perderse nunca,
sino –al contrario- incrementarse con las nuevas perspectivas que la
inteligencia descubre.
El mundo físico, personal y cultural está lleno de riqueza; la pobreza
busca cobijo en nuestro interior cuando nos dejamos llevar por la pereza.
Memoria e identidad.
Tomamos en préstamo el título del último libro de Juan Pablo II,
para referirnos a un tema de gran interés en el desarrollo del niño y de toda
la vida de la persona.
Dice Siegel (‘La presencia de los padres para una correcta formación
neurológica’): “La memoria es la forma según la cual la experiencia
pasada modela el funcionamiento presente y futuro. Los procesos de la
memoria y del desarrollo van, de hecho, juntos. Durante el primer año de
vida, el niño dispone de una forma «implícita»de memoria (…).
La memoria implícita encierra también las generalizaciones de
experiencias reiteradas, llamadas «modelos mentales» o esquemas. La
manera en que actúa el cerebro para recuperar ciertos recuerdos,
respondiendo a señales específicas, es también parte de la memoria
implícita y se denomina «selección». Cuando se activan los recuerdos
implícitos, no dan la sensación interior de que se está evocando algo. Ellos
influyen simplemente en nuestras emociones, comportamientos y
percepciones en forma directa, aquí y ahora, sin que seamos conscientes
de su conexión con alguna experiencia del pasado.
Es decir, desde el comienzo de nuestra historia vamos siendo
“modelados” aunque en el primer año esas determinaciones que vamos
recibiendo no sean “visibles” para nosotros. Sigamos con el desarrollo de la
memoria:
“A mediados del segundo año de edad, se comienza a desarrollar en
los niños una segunda forma de memoria: la memoria «explícita». Esta
presenta dos formas principales: objetiva (semántica) y autobiográfica
(episódica). En ambos tipos de memoria, el recuerdo está asociado a una
sensación interior: «estoy recordando algo, ahora». Por lo que se refiere a
la memoria autobiográfica, existe también un sentido del yo en un
momento del pasado”.
Entramos en una fase que se alargará el resto de nuestra vida, salvo
que la facultad de la memoria se vea afectada por alguna enfermedad. Esta
nueva situación de nuestro vivir es importantísima, porque mediante la
memoria explícita podemos revivir y, por tanto, modificar la vida ya
vivida. Esta posibilidad se constituye como substrato de la libertad (“la
vida en nuestras manos”).
Se puede objetar que “lo hecho, hecho está”, y que no es posible
reescribir la historia. Es cierto que un hecho acaecido no cambia; pero en la
memoria explícita, ese hecho pasado, sigue influyendo en el presente, y esa
influencia es la que puede ser modificada ahora. Desde el presente se puede
aceptar de otra manera el hecho pasado; esto dará paso a una valoración
distinta del mismo, y a partir de ese momento su influencia en nuestro
presente cambia.
Un hecho pasado puede influir en nuestro presente negativa o
positivamente.
Detengámonos primero en las influencias negativas, y pongamos el
ejemplo de unos hechos pasados que condujeron a un “complejo”, o
valoración negativa de uno mismo sin base objetiva alguna: es decir, sin
culpa propia; si uno es capaz de reconocer los elementos de aquella
situación y valorarlos objetivamente desde el presente, el complejo se
queda en el pasado y nos sentimos liberados de él a partir de ese momento.
Si, por el contrario, en un hecho pasado que afecta negativamente en
el presente, se reconoce, además, culpa propia, es necesaria la petición de
perdón para la “purificación de la memoria”.
De este modo, nuestra vida se convierte en “biografía”, escritura de
nuestra propia historia; y no simplemente en “biología”, desarrollo de una
vida sin características propiamente humanas.
Pero volvamos por un momento a Siegel, antes de pasar a la
consideración de la memoria explícita positiva :“Como podemos ver, los
niños pequeños tendrán únicamente formas implícitas de recuerdo. Nunca
podrán, por tanto, recuperar, en la edad adulta, lo que fue modelado en
sus mentes en los primeros meses de su vida. Este es el descubrimiento
común, universal, de la «amnesia de la infancia», y se cree que se debe al
tiempo, genéticamente determinado, de despliegue de la estructura
cerebral, necesario para la formación de la memoria explícita. En
particular, la maduración del hipocampo en el lóbulo temporal central no
se realiza sino después de cumplido el primer año de edad y parece ser
esencial para la codificación explícita.
Más tarde, la parte delantera de las regiones frontales neocorticales
(parte superior del cerebro) -la zona llamada corteza prefrontal- madurará
lo suficiente para permitir que comience la memoria autobiográfica.
Esos descubrimientos nos dicen, entre otras cosas importantes, que,
aunque nunca podamos recordar «conscientemente» lo que nos sucedió de
muy pequeños, las experiencias que tuvimos con las personas que cuidaron
de nosotros tienen un impacto fuerte y duradero en nuestros procesos
implícitos. Dichas experiencias, lo hemos visto, abarcan nuestras
emociones, comportamientos, percepciones y modelos mentales del mundo
de los otros y de nuestro propio mundo. Los recuerdos implícitos codifican
lo primero que aprendimos del mundo y modelan directamente nuestras
experiencias de aquí y ahora, sin que haya huellas de su origen en los
acontecimientos pasados”.
Teniendo en cuenta la influencia, aquí señalada, de todas las
experiencias implícitas, nos interesa ahora subrayar la importancia de las
experiencias positivas explícitas; es decir, de aquellas que proviene de un
recto uso de las condiciones innatas que abren al niño a la realidad y le van
madurando según su edad, ya que se puede decir que cada momento de la
vida tiene su propia madurez, y que la vida lograda, plena, consiste en ir
pasando de una etapa a otra sin dejar atrás nada de lo positivo que se ha ido
alcanzado; esto es propiamente el crecimiento: avanzar sin perder.
En ese sentido, tenemos que avanzar hasta la muerte, que sería la
auténtica plenitud de la vida terrena, cuando cada uno ha dado finalmente
los frutos que tenía que dar. Por eso decía Fray Luis de León que los malos
–aquellos que se resisten a darse- “siempre mueren verdes”.
La auténtica madurez nos pide, por tanto, que conservemos todos los
rasgos, disposiciones y capacidades infantiles que supongan una relación
positiva con la realidad, enriqueciéndolas con el paso del tiempo.
Observación e imitación.
a) Las dos vertientes.
Es continua y progresiva la observación en el niño cuando, a partir
de los pocos meses, el sentido de la vista le permite dar el “primer gran
salto” en la ampliación de su mundo.
La observación no tiene solamente la función de reconocimiento y
situación espacial (en el plano cognoscitivo), sino también la de posibilitar
la imitación (en el plano social y moral)
El niño aprende en gran medida imitando. Su gran capacidad
mimética y de reproducción es un enorme recurso de economía vital.
Ahorra un enorme esfuerzo copiando lo que ve. Esta capacidad se
desarrolla mucho antes de lo que los padres suelen pensar.
b) Para los niños.
Es importante cuidar las compañías y ambientes en que los niños se
van desenvolviendo, por la influencia que reciben a través del proceso de
imitación. Especialmente de las personas que trabajan en el hogar, aunque
sean unas horas los fines de semana.
c) Para los padres.
Los hijos son observadores y examinadores continuos de los
padres. Los miran con cariño como padres, y con frialdad como
modelos. Si los modelos responden a sus expectativas de imitación, el
cariño se enriquece con el respeto. Si el modelo no responde a las
expectativas, desaparece el respeto en primer lugar y después el cariño.
Los hijos necesitan modelos que imitar, y el ejemplo de los
padres aporta más a su crecimiento que el resto de las influencias
educativas.
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