NUMERO: 59 FECHA: Diciembre 1993 TITULO DE LA REVISTA: Economía Mexicana INDICE ANALITICO: Deuda Externa AUTOR: Guillermo Knochenhauer [*] TITULO: La Deuda Externa: Un Problema Nacional ABSTRACT: Es difícil olvidarse del tema de la deuda externa y de su servicio, como problema nacional. No es la magia monetarista la que lo va a resolver, sino la reestructuración y dinamismo de la planta productiva la que permitiría enfrentarlo. TEXTO: La deuda externa es, en el caso de los países subdesarrollados como México, la expresión: 1) De su industrialización tardía y parcial, basada en la sustitución de importaciones de bienes de consumo pero no de bienes de capital. Esta característica hace que al crecimiento del producto interno bruto, corresponda un aumento más que proporcional del déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos que obliga, más tarde, a refrenar el ritmo de expansión del PIB y en varias ocasiones, ha provocado crisis cambiarias. 2) De la globalización de la economía mundial propulsada por la revolución tecnológica en marcha, que elevó los coeficientes de productividad y competitividad anteriores a los años setentas en los países industrializados. La oferta en el mercado internacional de mercancías mejores y más baratas que las que se producen en los países subdesarrollados, hace que a éstos les parezca atractivo -y coyunturalmente irresistible- abrir sus fronteras a las compras externas. Por otra parte, la revolución tecnológica también aportó el desarrollo de nuevos materiales, lo que ha permitido que disminuya el consumo industrial de materias primas tradicionales con cuyas ventas, nuestros países solían pagar sus importaciones y equilibrar su balanza comercial externa. Ahora tienen que hacerlo con mayores exportaciones de manufacturas y con recursos que por otras vías, puedan captar del exterior. 3) La deuda también es reflejo del avance de la pobreza que genera el desempleo y subempleo en el espacio subdesarrollado de la economía mundial. Al interior de éste también se desarrollan enclaves en los sectores industrial y agropecuario que tratan de seguir los paradigmas tecnológicos internacionales y que, por un lado, ahorran y desplazan mano de obra y, por el otro, acentúan la ineficiencia y falta de competitividad de los sectores y unidades productivas que no se modernizan tecnológica, administrativa y comercialmente. Dos de esos elementos -la dependencia estructural de las importaciones de bienes de capital y la revolución tecnológica que la ha profundizado y además ampliado a bienes de consumo, en perjuicio del equilibrio comercial externo e, inclusive, del ahorro interno, plantea para México una estructura de dependencia del ahorro externo más profunda y rígida que antes. Por su parte, la atención de las necesidades que la sociedad no puede solventar por sí misma a través de lo sueldos y salarios de sus trabajadores, y que se le plantea como obligación ineludible al gobierno, reclama una proporción creciente del gasto público en cada país. En México, la disposición de recursos para ello se ha obtenido de un mayor ingreso fiscal, de la drástica disminución de los subsidios generalizados, de la contracción del gasto de inversión y del producto generado por el proceso de privatización y desincorporación de empresas públicas. Ahorro interno y ahorro externo Son muchas las facetas de la nueva situación de las finanzas nacionales. A parte de la estabilización alcanzada en cuanto a precios, paridad monetaria y equilibrio fiscal, destaca también la brecha cada vez mayor entre el ahorro interno -decreciente- y las necesidades -crecientes- de recursos para financiar la formación bruta de capital. Es un dato que el ahorro interno, el de los mexicanos, el que debería financiar el grueso del monto de las inversiones productivas, va en descenso. Fue equivalente al 16.5% del PIB en 1992 y para crecer siquiera al 4% anual se requieren recursos para inversión del orden del 22% al 24% del PIB. Seis años antes, el ahorro de los nacionales representó el 19% del PIB. Su disminución refleja el impacto que ha tenido en las pautas de consumo -tanto empresarial como personal- la apertura comercial al exterior, la cual puso a disposición de la industria insumos y bienes de capital a menores precios que los nacionales y al alcance de los consumidores, mercancías variadas y también, más baratas. El aumento del consumo interno de bienes importados ha provocado, además de la disminución del ahorro la ampliación del déficit comercial externo, que llegó al 7% del PIB en 1992, el más grande de la historia. Ambos déficit -el del ahorro y el comercial externo- hacen que se profundice nuestra dependencia del ahorro foráneo en cualquiera de sus formas: las inversiones directas en el aparato productivo, los depósitos en renta fija y variable, la colocación de valores empresariales, bonos gubernamentales y otras obligaciones en los mercados bursátiles extranjeros, el propio déficit comercial y el conocido expediente de la deuda pública y privada. Al país deben llegar más de 20 mil millones de dólares cada año en cualquiera de sus formas de inversión, monto equivalente al déficit comercial en período de crecimiento y en un contexto de economía abierta. De interrumpirse o disminuir drásticamente esos flujos, no habría con qué pagar las importaciones, la industria se paralizaría (al dejar de comprar lo que se producía en el país de insumos y bienes de capital, han dejado de producirse aquí) y los mercados y supermercados de consumo final los veríamos desabastecidos. Sin duda, una de las formas de captación de ahorro externo más dinámicas en los últimos años, fueron las inversiones extranjeras directas, que superaron los 26 mil millones de dólares entre 1989 y 1992. Mayores aún han sido las inversiones que fueron atraídas por los elevados rendimientos en renta fija y variables, activos de extranjeros en esos instrumentos que hoy se elevan a unos 150 mil millones de dólares. El crecimiento de las inversiones externas ha sido 3.2 veces mayor que el del PIB. Como proporción de éste, pasaron de representar el 1.7% al 8% en los últimos cuatro años. Informes recientes del Banco de México establecen que los recursos provenientes del exterior -inversiones extranjeras directas y en cartera y, el endeudamiento público y privado- financiaron el 37% del total de la inversión realizada en la economía mexicana durante 1992 (N$217,200 millones). La deuda externa Es claro que esos flujos de capital sólo se reiniciaron cuando se concluyó la renegociación de la deuda externa. El alivio financiero del acuerdo de reestructuración de una parte de la deuda pública con los bancos comerciales, fue menos importante que sus implicaciones en favor de la confianza del capital externo en la política económica del país. La deuda que se contrata con el exterior, otra forma en que entra al país el ahorro externo, ha tenido, al igual que las anteriores, un crecimiento dinámico: al cierre del primer semestre de 1993, entre el sector público y el privado de México adeudaban al exterior 121 mil millones de dólares según la SHCP, cifra muy crecida con respecto al total de la deuda externa del país al término de 1990 cuando, de acuerdo con el Banco Mundial, se debían 98,810 millones de dólares. En dos años y medio, el monto total de la deuda (pública, privada, con el FMI y con bancos comerciales) se elevó en 24,190 millones de dólares. No debe pasar desapercibido que el endeudamiento externo aumenta su aceleración al mismo tiempo -en los mismos años- en que baja la proporción del ahorro interno con relación al producto interno bruto y en los que también pierde dinamismo el crecimiento del PIB, la amplitud de la apertura comercial externa y unilateral responde por ello. Un problema que hay que dilucidar es el de la proporción de la deuda con respecto al PIB. Si se compara la deuda en dólares con el PIB expresado en pesos corrientes y a una paridad sobrevaluada, la proporción de aquella con éste disminuye, tal como lo afirman las versiones oficiales. La fórmula es válida por cuanto que la convertibilidad del peso actual a dólares lo permite, empero, si se elimina de los cálculos la sobrevaluación de nuestra moneda, la proporción deuda/PIB sería otra. Lo que hace aparecer las cifras de la deuda como elevadas son las devaluaciones, ya que su expresión es en pesos corrientes. La apreciación monetaria, en cambio, la hace aparecer baja. Ilustremos lo anterior con un sencillo ejercicio: según el Banco Mundial, en 1990, los 98,810 millones de dólares de la deuda externa de entonces representaban 42.1% del producto, equivalente, por tanto, a unos 230 mil millones de dólares. De acuerdo con la SHCP, los 121 millones de dólares que se debían al último día de junio pasado equivalen al 33.15% del PIB, lo cual avalaría la postura oficial de que, cada día, los compromisos de pago externo son más manejables para la economía del país. Sin embargo, de acuerdo con ese monto y su proporción equivalente al 33.15% del PIB, éste llegaría a unos 363 mil millones de dólares. Ello querría decir que el producto nacional creció, durante 1991, 1992 y el primer semestre de 1993 en 133 mil millones de dólares, o sea, 36.6%, lo cual es cierto pero no en términos reales, sino monetarios. Si, en cambio, tomamos como base el PIB de 230 mil millones de dólares de 1990 y agregamos un crecimiento de 4% en 1991, de 2.8% en 1992 y 1% en los primeros seis meses de 1993, tendremos un valor del producto de poco más de 248 mil millones de dólares. En relación con el dato de los 121 mil millones de dólares de la deuda total actual del país con el exterior equivaldría a 48.7% del PIB y no al 33.15%. Así considerado, es difícil olvidarse del tema de la deuda externa y de su servicio, como problema nacional. No es la magia monetarista la que lo va a resolver, sino la reestructuración y dinamismo de la planta productiva la que permitiría enfrentarlo. CITAS: [*] Editorialista de Excélsior.