FacultaddeCienciasSociales UniversidaddelaRepública FRONTERAS o t n e m a Depart l a i c o S o j de Traba Departamento de Trabajo Social Facultad de Ciencias Sociales Departamento de Trabajo Social FacultaddeCienciasSociales UniversidaddelaRepública 5 FRONTERAS FRONTERAS o t n e m a t Depar l a i c o S o de Trabaj N5 Montevideo, mayo de 2009 0 Segunda época Fronteras Departamento de trabajo social facultad de ciencias sociales – universidad de la república Nº5 Segunda época Montevideo, mayo de 2009 Revista FRONTERAS Segunda época Nº 5 Mayo 2009 Departamento de Trabajo Social Facultad de Ciencias Sociales Universidad de la República Constituyente 1502, piso 4, 11200, Montevideo, Uruguay dts@fcs.edu.uy ISSN:0797-8952 Impreso en Uruguay 2009 Los artículos firmados son responsabilidad exclusiva de sus autores y no representan necesariamente la opinión del Comité Editorial. Queda prohibida cualquier forma de reproducción total o parcial del presente ejemplar, con o sin finalidad de lucro, sin la autorización del editor. Diseño gráfico y diagramación: Matías Fernández Bertta. Augusto Giussi. Comité Editorial Pablo Bentura Blanca Gabin Teresa Porzecanski Silvia Rivero Editora Melba Guariglia Sumario Presentación 9 De las estrategias preventivistas a la gestión del riesgo: notas sobre los procesos de individualización social Elizabeth Ortega y Laura Vecinday 11 La sutil y aparente “ingenuidad” del concepto de riesgo en el campo de la salud Celmira Bentura 21 La sujeción de los cuerpos dóciles. Medicación abusiva en la niñez de contexto crítico María Noel Míguez 35 Vida cotidiana: categoría central para el abordaje profesional Adriana Berdía 45 Tan cerca, tan lejos: Acerca de la relevancia “por defecto” de la dimensión territorial. Ximena Baráibar Ribero 59 Juicios y prejuicios en torno del tema del abuso sexual infantil. Algunos aportes para su comprensión. Laura Cafaro 73 Apuntes sobre el tema de la formación actual en Trabajo Social Blanca Gabin 83 El Trabajo Social y sus múltiples dimensiones: hacia la definición de una cartografía de la profesión en la actualidad Adela Claramunt Abbate Los aportes de José Luis Rebellato en la construcción de un proyecto ético político liberador Alejandro Casas, Laura González, Gustavo Machado, Alicia Brenes y Maite Burgueño Autores 91 105 115 Presentación Con este número, la Revista Fronteras hace su reaparición luego de varios años de ausencia. Aparece con la pretensión de quedarse, reiniciando una trayectoria de comunicación desde la mirada y reflexión del Trabajo Social. Desde el Departamento de Trabajo Social (DTS) de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS), se intenta aportar a la comprensión de la realidad en términos de conocimiento sobre las situaciones y transformaciones que refieran a diferentes actores, las cuales dan sentido a la intervención social. Como profesión nos encontramos ante varios desafíos, los cuales debemos abordar y contribuir desde diferentes espacios. Algunos de estos desafíos suponen la necesidad de resignificar los procesos de intervención teniendo en cuenta tanto los problemas sociales que se abordan, como los sujetos con los que se trabaja y también los propios Trabajadores/as Sociales. Apostamos siempre a nuestras potencialidades y a las de aquellos con quienes nos relacionamos en este proceso. Este número de la revista, a través de sus diversos temas, realiza un análisis de diferentes aspectos que hacen a la profesión. El artículo realizado por la Mag. Elizabeth Ortega y la Mag. Laura Vecinday, titulado “De las estrategias interventivas a la gestión del riesgo: notas sobre los procesos de individualización social”, pretende demostrar que el proceso de individualización social no constituye un fenómeno nuevo, propio de la modernidad tardía, sino que es posible identificar sus primeras e incipientes expresiones en las estrategias preventivistas típicas del Estado Social uruguayo. En la presentación de la Mag. Celmira Bentura, titulado “La sutil y aparente ‘ingenuidad’ del concepto riesgo en el campo de la salud”, se problematiza el concepto de riesgo utilizado en epidemiología en el marco del enfoque general de riesgo. El concepto de riesgo es usado habitualmente por los Trabajadores Sociales ya que éste es el que rige la intervención en el campo de la salud en el sentido que procura racionalizar las acciones en búsqueda de la equidad. En el artículo de la Mag. María Noel Míguez, titulado “La sujeción de los cuerpos dóciles. Medicación abusiva en la niñez de contexto crítico”, se plantea el tema referido a una forma de disciplinamiento contemporáneo en el marco de las nuevas manifestaciones de la modernidad. A partir de este análisis se pretende descifrar la dominación a estos cuerpos dóciles y su devenir entre cuerpo social, cuerpo individuo y cuerpo subjetivo. La Mag. Adriana Berdía, en su artículo “Vida cotidiana, categoría central para el abordaje profesional”, considera que existen procesos de alienación típicos de la sociedad capitalista y trata de analizar cómo se manifiestan actualmente, cómo involucran la esfera de la vida cotidiana y qué desafíos plantea esto para la profesión. En cuanto al trabajo presentado por la Mag. Ximena Baráibar, “Tan cerca, tan lejos: acerca de la relevancia ‘por defecto’ de la dimensión territorial”, procura problematizar el auge creciente de la importancia de la dimensión territorial en el análisis de los problemas sociales. En este sentido, entiende que el ámbito territorial adquiere menos relevancia por sus supuestas potencialidades que por lo que denuncia, es decir, por la crisis del mundo del trabajo y las transformaciones en las políticas sociales, propias del nuevo modelo de desarrollo. 10 Silvia Rivero La Lic. Laura Cafaro, en su artículo acerca de “Juicios y prejuicios en torno al tema del abuso sexual infantil. Algunos aportes para su comprensión”, plantea uno de los temas, quizás, más difíciles de comprender y reconocer entre las diversas formas de maltrato infantil. Por un lado, porque es una de las formas más graves, tanto por el impacto que produce en las víctimas como por las consecuencias postraumáticas que genera. Por otro lado, porque es una temática que resulta movilizadora a la hora de ser abordada, donde se superponen actitudes y concepciones de conocimientos adquiridos acerca de esta. La Lic. Blanca Gabin, aporta el artículo “Apuntes sobre el tema de la formación actual en Servicio Social”, donde se problematiza el ejercicio de la enseñanza de grado y la investigación en Trabajo Social en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República. Parte del análisis del pensamiento posmodernista entendido como una expresión cultural del mundo contemporáneo, y por lo tanto, una determinación insoslayable para la toma de decisiones relativas a los contenidos y formas de los programas teórico-prácticos de la formación en esta disciplina. En cuanto al trabajo presentado por la Mag. Adela Claramunt, “El Trabajo Social y sus múltiples dimensiones: hacia la definición de una cartografía de la profesión en la actualidad”, la autora se orienta hacia la búsqueda de respuestas a la pregunta: ¿en qué consiste el Trabajo Social y qué características adquieren sus principales componentes en el contexto actual? Por último, el artículo presentado por el equipo integrado por el Dr. Alejandro Casas, Gustavo Machado, Laura González, Maite Burgueño y Alicia Brenes, “Los aportes de José Luis Rebellato en la construcción de un proyecto ético-político liberador”, pretende recuperar algunos elementos centrales de la obra y la praxis del docente y filósofo José Luis Rebellato. Se inicia desde un posicionamiento donde la subjetividad y la ética son centrales en la construcción de un proyecto profesional de los Trabajadores Sociales latinoamericanos. Esperamos que este número pueda aportar al debate sobre los temas planteados y contribuir a la continua reflexión acerca de los fenómenos sociales, de nuestros procesos de trabajo y de nuestro lugar profesional. Silvia Rivero Directora del Departamento de Trabajo Social. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República De las estrategias preventivistas a la gestión del riesgo: notas sobre los procesos de individualización social Elizabeth Ortega Laura Vecinday Resumen Un análisis sobre cómo se expresan los procesos de individualización social en el campo de la protección social es lo que se desarrolla en las siguientes páginas. Transitar desde las estrategias preventivistas, aplicadas fundamentalmente en el área de la salud a la gestión del riesgo, supone demarcar momentos de la historia reciente en los que los dispositivos de intervención sociopolítica portaron atributos diferentes entre sí, pero que permiten rastrear continuidades. Tales rupturas y continuidades han sido ampliamente estudiadas en los últimos años y aún queda mucho para decir en función de las transformaciones constantes que se están procesando en el esquema de protección social. El presente artículo se propone trazar una línea de continuidad en lo que refiere a cómo se expresan distintas formas de individualización social en el marco de estrategias de intervención sociopolítica características de períodos históricos en los que dicha intervención ha sufrido alteraciones significativas. Introducción El trabajo propone el análisis de ciertos aspectos de las políticas sociales en tanto se constituyen en modalidades de intervención sociopolítica dirigidas a regular determinadas dimensiones de la vida social. En ese sentido, intenta identificar cómo se ha expresado el proceso de individualización social en las formas de intervención sociopolítica en el período comprendido entre 1945 y los inicios del siglo XXI, profundizando en una de sus dimensiones constitutivas, a saber: cómo se ponen en juego estrategias individualizadoras entendidas como un conjunto de “mecanismos y procesos que tornan la percepción de los problemas sociales como problemas individuales en función de dispo- siciones psicológicas y familiares” (Mitjavila, M; Da Silva, C. 2004: 70). Se pretende demostrar que el proceso de individualización social no constituye un fenómeno nuevo, propio de la modernidad tardía, sino que es posible identificar sus primeras e incipientes expresiones en las estrategias preventivistas típicas del Estado Social uruguayo en su pleno auge. Dicho proceso de individualización se encuentra hoy en su mayor “apogeo”, como consecuencia de un conjunto de transformaciones societales características de la era tardo-moderna, ocupando un lugar central a la hora de comprender las alteraciones acaecidas en las formas de protección social más recientes. De este modo, se hace referencia a procesos vinculados a la consolidación del Estado 12 Social en Uruguay -con la consecuente proliferación de políticas sociales universales- así como también al impulso de la institucionalización del Servicio Social acompañado del surgimiento de saberes especializados que se constituyen en fundamento de las intervenciones preventivistas. Asimismo, dentro del período considerado, es posible observar -fundamentalmente a partir de la década del 90- un conjunto de transformaciones institucionales y tecnológicas en el esquema de protección social que resignifican las formas de intervención sociopolítica, así como las estrategias de gobierno poblacional, en el marco de alteraciones societales que las contienen al tiempo que las trascienden. De las estrategias preventivistas a las estrategias de gestión del riesgo La creciente intervención del Estado Social en la gestión de los problemas sociales fue la respuesta brindada a lo largo de gran parte del siglo XX y fundamentalmente entre 1945 y la década del 60, momento a partir del cual comienza a resultar visible el deterioro de una serie de mecanismos institucionales que lo habían permitido. Es a partir de ese momento cuando aparece fuertemente el discurso de la responsabilización, la individualización, la precisión del cálculo de riesgo, la sofisticación en la técnica de su detección y el desarrollo de estrategias sociopolíticas orientadas a “disminuirlo” a través de ciertos dispositivos de intervención en lo social que se constituyen en las bases institucionales de los procesos de individualización. Las estrategias individualizadoras que se ponen en juego son entendidas como un conjunto de “mecanismos y procesos que tornan la percepción de los problemas sociales como problemas individuales en función de disposiciones psicológicas y familiares” (Mitjavila, M; Da Silva, C. 2004: 70). El período histórico que transcurre a partir del final de la Segunda Guerra Mundial Elizabeth Ortega - Laura Vecinday es analizado por Castel (2004) definiendo el papel central del Estado en la que denomina “sociedad salarial”,1 especialmente en los aspectos vinculados a la seguridad civil y social y a los sistemas de protección. Es posible afirmar que Castel discrepa con la concepción “sustancialista” del individuo que sostienen el liberalismo y el neoliberalismo; en una posición contraria afirma que el individuo no existe como sustancia y que para existir en tanto individuo se hace necesario tener soportes. Esos soportes también son construcciones históricas: “es la capacidad de disponer de reservas que pueden ser de tipo relacional, cultural, económico, etc., y que son las instancias sobre las que puede apoyarse la posibilidad de desarrollar estrategias individuales” (Castel, 2003: 19). Las protecciones sociales se han adquirido a partir de la inscripción de los individuos en colectivos protectores, propios de la sociedad salarial: “El individuo está protegido en función de estas pertenencias que ya no son la participación directa en las comunidades ‘naturales’ (las protecciones de ‘proximidad’ de la familia, del vecindario, del grupo territorial) sino de colectivos construidos por reglamentaciones y que generalmente tienen un estatuto jurídico. Colectivos de trabajo, colectivos sindicales, regulaciones colectivas del derecho laboral y de la protección social” (Castel, 2004: 51). Las respuestas del Estado ante los problemas de la inseguridad social fueron trasformándose a lo largo del siglo XX y se hicieron más poderosas a partir de la Segunda Guerra Mundial estableciéndose formas de regulación colectivas también fuertes. 1 Castel, definiendo a la que denomina como “sociedad salarial” aclara que “no es solamente una sociedad en la que el salario es ampliamente mayoritario (…). Es, sobre todo, una sociedad en la que el conjunto de la población -comprendidos los no activos- se beneficia de las protecciones que habían sido progresivamente asignadas al asalariado” (Castel, 2003: 41). También afirma que la sociedad salarial se consolida en Europa en el período comprendido entre el fin de la II Guerra Mundial y los años 70, momento en que se inicia el derrumbe de las protecciones. De las estrategias preventivistas a la gestión del riesgo: notas sobre los procesos de individualización social En el caso uruguayo es posible afirmar la demarcación de procesos sociopolíticos que aseguraron la creciente extensión de mecanismos de protección social, que más allá de sus particularidades, marcan líneas de larga duración que han atravesado el siglo XX y algunas se extienden hacia el XXI.2 Es así que, hacia mediados del siglo XX, el advenimiento del denominado neobatllismo3 marca un proceso de continuidades con el batllismo temprano4: modelo de desarrollo basado en la industrialización por sustitución de importaciones, consolidación de los derechos sociales, protagonismo de los nucleamientos partidarios, y aumento considerable de la mano de obra empleada, con un papel central de las organizaciones sindicales en ese proceso. En Uruguay el sistema de seguridad social nació y se consolidó asociado a las aportaciones sobre el trabajo que, junto con la educación y la salud, constituyeron centros aglutinadores del sistema de protección social en Uruguay. El proceso de consolidación de dicho sistema se produce en una sociedad altamente medicalizada. 2 Sobre los aspectos sociohistóricos de la construcción del sistema de protección social en Uruguay se ha consultado: Caetano, G, Rilla, J (1996); Castellanos, E (1996); D’ Elía, G (1982); Filgueira, C, Filgueira, F (1995); Frega A. et all (1987); Jacob, R (1988); Nahum, B (1989); Panizza, F, Pérez Piera, A (1988); Panizza, F (1990); Rama, G (1997). 3 Corresponde al período que transcurre entre los años 1946 y 1958. En las elecciones de 1946 resulta vencedor el candidato del Partido Colorado Tomás Berreta, quien fallece en 1947, asumiendo el vicepresidente Luis Batlle Berres (familiar directo, a su vez de José Batlle y Ordóñez). En ese momento comienza un período marcado fuertemente por la instalación de un modelo de industrialización por sustitución de importaciones y en el campo de lo político por la votación en plebiscito que permitió la instalación del Colegiado como forma de organización del Poder Ejecutivo. La impronta del primer batllismo fue notoria en este período. Su culminación se produce en 1958 cuando el Partido Nacional resulta vencedor en las elecciones. 4 En el presente trabajo utilizaremos la definición que de esta expresión da Panizza (1990): “como una forma de referirse tanto al período en que José Batlle y Ordóñez fue presidente sin haber formado todavía un grupo que tuviera tal denominación dentro del Partido Colorado, como a la etapa posterior a 1912, cuando existió un grupo político que fue conocido explícitamente con ese nombre”. Se refiere, fundamentalmente, a las tres primeras décadas del siglo XX. 13 Los procesos de medicalización de la vida social constituyen un aspecto central de la modernidad (Mitjavila, 1998). Dichos procesos hacen referencia a “la permeación y dominio del imaginario colectivo por el saber y el poder médicos” (Portillo, 1993: 17), imponiéndose en áreas de la vida de los individuos que anteriormente eran totalmente externos a la medicina y, con ello, permitiendo codificar en términos de salud/enfermedad comportamientos que permanecían en otras áreas de la vida social. Esto significa la apertura hacia la creación de mecanismos de intervención creciente en las relaciones sociales en nombre de la salud y el ejercicio de ciertos controles en esos ámbitos que anteriormente eran externos a su influencia. Es posible asociar el higienismo de principios del siglo XX con dichos procesos de medicalización, con ciertas características particulares, como ser la atribución de un importante papel al medio como causa de las condiciones sanitarias de la población. Este tipo de consideraciones se acompañó de la construcción de una serie de estrategias de intervención de las incipientes profesiones que, como el Servicio Social, surgían al amparo de la protección estatal, convocadas por el poder médico ya instalado en la sociedad. Es así que en ese momento histórico esos nuevos agentes “profesionales” fueron convocados para realizar tareas “inspectivas” de las viviendas, de las fábricas, de las escuelas, de aquellos lugares donde se desarrollaba la vida cotidiana de las familias pobres, y adonde era necesario que llegara la “mirada médica”. En ese sentido los estudios sobre el tema destacan el papel del higienismo en la génesis del Servicio Social en Uruguay (Acosta, 1997, Ortega, 2008). Como un nuevo momento del proceso de medicalización de la sociedad se puede identificar, hacia mediados del siglo XX (momento en que marca Castel el advenimiento de la sociedad salarial) una inflexión en el saber científico sobre la dimensión colectiva de la salud, con la asignación a lo individual de un papel relevante en la génesis de las enfermedades. 14 Estudios sobre el tema (Ayres, 1995; Mitjavila, 1999) destacan la importancia de ese movimiento asociado al nacimiento de la epidemiología moderna. Se aprecia un cambio profundo en la consideración de los factores que explican los problemas de salud. En un marco en que se amplían los parámetros de inclusión de los problemas que se consideran “medicalizables” se instalan fuertemente interpretaciones que otorgan un alto valor etiológico al ambiente familiar y a la responsabilidad del individuo en la gestión de ambientes más higiénicos y saludables. En síntesis se podría afirmar que: “El preventivismo puede ser aquí sintetizado como la doctrina médica que retraduce la concepción ampliada de determinación del proceso salud enfermedad, tal como fue desarrollada por las disciplinas ligadas al campo de la higiene y de la salud pública desde el siglo XIX, en prácticas de carácter eminentemente técnico, esencialmente dirigidas al ámbito de los cuidados individuales y básicamente volcadas para el desarrollo de acciones asistenciales y educativas simplificadas, con baja densidad de tecnología especializada y equipamientos materiales. Bajo esas consignas, las conductas de los individuos pasan a constituirse en un verdadero campo de observación y de intervención para las estrategias médico sanitarias en el período estudiado” (Ortega, 2008: 77). Esa reorientación atravesó no sólo la práctica médica sino que fue mucho más allá, permeando las prácticas y discursos de las profesiones ligadas fuertemente al campo sanitario. Ese es el caso del Servicio Social, y varios estudios sobre el tema (Mitjavila, Ortega, 2005, Ortega, 2008) destacan la impronta de esos procesos de endogenización de los modelos etiológicos en las prácticas profesionales. Este proceso de responsabilización del individuo y la familia acerca de cuestiones que anteriormente eran atribuidas al medio externo, a la sociedad o al Estado, se vio consolidado en el período posterior a 1970, donde Elizabeth Ortega - Laura Vecinday muchos de los soportes que Castel destacaba como condición necesaria para el desarrollo de la sociedad salarial, desaparecen. A las formas de intervención nacidas de la mano del preventivismo, prevaleciente hacia mediados del siglo XX, se suman en la actualidad nuevos dispositivos de intervención sociopolítica que reposan al tiempo que refuerzan el proceso de individualización de los problemas sociales asociado fundamentalmente al enfoque de riesgo. En Uruguay (y otros muchos países de América Latina), a diferencia de Europa, la caída de las protecciones asociadas a los Estados de Bienestar, fue acompañada por procesos dictatoriales que no sólo destruyeron el sistema democrático y las libertades constitucionales sino que alteraron el esquema de protección social, fundamentalmente a través de la reducción de los recursos destinados a este propósito. Filgueira (1995) plantea que la dictadura militar fue un período de continuidades en cuanto a la institucionalidad del Estado social y de reformas significativas en montos y asignación de recursos dirigidos al gasto público.5 Este pasó del 16% del PBI en 1964, al 14% en 1975 hasta reducirse a un 13.6% al finalizar el período dictatorial. Midaglia y Antía (2007) coinciden en señalar que entre 1973 y 1984 no se desarticuló el sistema de bienestar pero se adoptaron pautas de asignación del gasto público que afectaron la calidad de los servicios sociales. En términos generales se puede afirmar que el proceso que culmina en 1973 tuvo antecedentes que comienzan a visualizarse desde los años 60, en cuanto a los límites del modelo de industrialización por sustitución de importaciones, la crisis del modelo agro exportador y los cambios en las condiciones internacionales que habían favorecido el crecimiento. Desde los años 70 buscando superar el modelo de sustitución de 5 Para Filgueira (1995) “el régimen militar no introdujo una transformación radical en las pautas de estatalismo heredadas de comienzos de siglo (...) la dictadura conservó el estilo estatalista y dirigista. Si bien admitió la abertura de la economía, promoviendo las exportaciones e implantando una plaza financiera libre con sistema de secreto bancario estricto, el resto de las actividades continuó realizándose de acuerdo con las viejas pautas.” De las estrategias preventivistas a la gestión del riesgo: notas sobre los procesos de individualización social importaciones, se impulsaba una reforma “con orientación al mercado”, reducción del Estado, privatizaciones, desregulación y apertura externa (Moreira, 2001). La denominada “reforma estructural” se procesa en toda América Latina de forma diferente en cada uno de sus países. Las reformas llamadas de “primera generación” impulsaron la liberalización comercial y financiera, la apertura al capital externo, las privatizaciones y la reforma tributaria. Se produce gradualmente, a lo largo de las décadas siguientes, un cambio sustancial en la conformación y funciones del Estado, y un cambio profundo en la formulación de las políticas sociales que deberían dar cuenta de los problemas planteados por una población cada vez más empobrecida y donde los denominados por Castel como supernumerarios o inempleables serían cada vez más. En la década de los 90, las sugerencias del BID y del Banco Mundial dirigidas a los gobiernos de América Latina insistían en la necesidad de focalizar la acción pública en los más pobres, descentralizar los servicios de salud y educación, invertir en capital humano e infraestructura social. Se llamaba la atención sobre la vulnerabilidad de los pobres a los ciclos económicos proponiendo conceder una mayor dotación de activos para protegerlos en épocas de crisis (Barba, 2004). Es en este período donde se introduce un conjunto de reformas en el esquema de protección social calificado como “moderado” o “gradual” (Midaglia y Antía, 2007). Es posible afirmar que las innovaciones más importantes, tanto a nivel institucional como tecnológico, se introdujeron en aquellos servicios focalizados en ciertos sectores de población definidos como “de riesgo” o “vulnerables”:6 6 Las innovaciones en la protección social dirigida a grupos de riesgo o vulnerables, básicamente por su situación de pobreza o indigencia, también caracterizan la intervención del actual gobierno. Midaglia y Antía (2007) señalan que frente a medidas de tipo restaurador en el ámbito laboral o de “manejo cauteloso” en el campo de la seguridad social y la educación, “las medidas innovadoras se centran en diferentes áreas sociales y las mismas adquieren un significado político particular. En este marco puede ubicarse la esfera de la pobreza y vulnerabilidad con el lanzamiento de un Plan de Emergencia coyuntural y posteriormente, con el diseño y promoción de un Plan de Equidad”. 15 “La reforma social no se agotó en el campo público sectorial, sino que también abarcó a una serie de servicios dirigidos a sectores poblacionales específicos, los que ocupaban un lugar marginal en el antiguo esquema de bienestar uruguayo. Es así que se reformularon, a la vez que se inauguraron, un conjunto de programas y proyectos exclusivamente diseñados para abordar problemáticas asociadas a las vulnerabilidades de ciertos grupos etarios, especialmente los de los niños y los jóvenes. Cabe señalar que una proporción significativa de estas nuevas intervenciones se implementaron a través de asociaciones civiles u organizaciones sin fines de lucro (Midaglia, 2002 y 2006). Las ampliaciones de esos servicios, así como la instalación de una amplia gama de nuevas iniciativas, no lograron traducirse en una malla sólida de asistencia social, articulada con el resto de las prestaciones que cubren, aunque sectorialmente, necesidades de esos grupos” (Midaglia y Antía, 2007). La multiplicación de políticas sociales focalizadas, con una fuerte particularización de las prestaciones, se consolida y constituye una de las respuestas que el Estado ha instrumentado. El proceso de focalización de las políticas sociales ha sido posible al incluir, entre otros elementos, la cuestión del riesgo, o, dicho de otra manera, la identificación de situaciones de riesgo ha permitido la implementación de la política social que se dirige a ellos.7 Asistimos a dos procesos complejos: el pasaje de las políticas universales a las focalizadas y la redefinición de las desigualdades que pasan a ser percibidas en términos de una individualización de riesgos sociales. En ese mismo sentido Mitjavila (1999) afirma que “la responsabilización del individuo 7 “La evaluación del riesgo ha constituido en los últimos años, sobre todo a partir de la década del 90, una forma de leer la realidad social de forma tal de satisfacer un doble objetivo de carácter instrumental: i) identificar grupos de población a partir de su caracterización en función de ciertos atributos constituyéndolos en destinatarios de lo que denominamos como políticas inserción social focalizadas y ii) la identificación de ciertos comportamientos calificados de riesgo, habilitando así la intervención de las profesiones asistenciales en busca de su modificación” (Vecinday, 2005: 135). 16 cumple un papel fundamental en los procesos de gestión de lo social, especialmente cuando éstos son organizados por el dispositivo del riesgo”. Asistimos hoy a la transformación en los dispositivos de intervención sociopolítica construidos en el período señalado, dando paso a la consolidación de lo que Castel designa como esquema de protección social “orientado a los dejados de lado de las protecciones clásicas” (2004). Dicha transformación responde, fundamentalmente, a las alteraciones producidas en las formas de producción y organización del trabajo. El esquema de protección social clásico -basado en los seguros sociales y la asistencia social- orientado a grupos rígidos y homogéneos definidos por su lugar o no lugar en el mundo del trabajo deja de ser pertinente frente a la presencia de contingentes de población que, estando en condiciones de trabajar, no logran integrarse al mundo del trabajo asalariado. Castel destaca, a partir de 1970, un proceso de precarización de las pertenencias colectivas o el debilitamiento de las categorías homogéneas que constituían la sociedad salarial, donde se produce: “el desarrollo de un nuevo proceso de individualización que pone en cuestión las pertenencias colectivas de los individuos” (Castel, 2003: 53). En ese sentido, el proceso de individualización hace referencia a la pérdida de soportes colectivos sobre los que reposa la construcción del individuo en la tardo-modernidad. Las estrategias de gestión del riesgo se basan en el comportamiento de los individuos y sus modos de vida. El medio externo aparece relegado frente a la posición del individuo ante los riesgos, quien pasa a constituirse en la “unidad” de referencia: los factores de riesgo comienzan a ser asociados formalmente con individuos y poblaciones específicas (Vecinday, 2005). La proliferación de discursos y prácticas fundamentadas en la necesidad de control de los riesgos por parte de grupos e individuos que se encuentran “en situación de riesgo” se corresponde con la atribución de responsabilidad a los comportamientos indi- Elizabeth Ortega - Laura Vecinday viduales en la génesis de problemas de orden social. Bauman (2001) afirmará que el individuo es entendido como responsable de sí mismo desconociendo que depende de condiciones que escapan a su aprehensión. Esto aparta la culpa de las instituciones y la coloca en la inadecuación del yo: ya no hay salvación por la sociedad, el individuo es abandonado a una lucha solitaria. No parece casual, entonces, el apelo a la responsabilidad individual en un contexto de pérdida de soportes colectivos. La distinción que Castel realiza entre “riesgos clásicos” y una “nueva generación” de riesgos constituye un aporte para el análisis de las transformaciones en el esquema de protección social. Los dispositivos de protección social frente a los riesgos clásicos tienen su anclaje en soportes colectivos que procuran la anticipación y la prevención ante la eventual ocurrencia de sucesos indeseables. Por su parte, los riesgos característicos de la “nueva generación” no admiten la posibilidad de socializar la protección pues, en términos estrictos, no constituyen riesgos sino peligros; se trata de amenazas difusas que no pueden ser anticipadas y que refieren a comportamientos individuales: “Sin embargo, aunque los riesgos clásicos no han dejado de existir y de multiplicarse, parecen haber sido relegados a un segundo plano en las últimas dos décadas. Las estadísticas actuales ya no privilegian los problemas de la pobreza, asistimos atónitos a una proliferación de discursos y de estadísticas sobre los más variados riesgos (consumo de tabaco, alcohol, sedentarismo, pero también de dietas peligrosas, estrés, pesimismo, miedos, etc.) vinculados con los estilos de vida y conductas indeseables, que se equipararon en gravedad a los riesgos a los que clásicamente estuvieron expuestos los habitantes del mundo de la pobreza” (Caponi, 2007). Pasamos de una dinámica regulada de las desigualdades en la sociedad salarial a una desregulada a partir de la década de 1970: “(…) es la dinámica moderna de las desigualdades, que supone a la vez diferencias entre las condiciones y comparabi- De las estrategias preventivistas a la gestión del riesgo: notas sobre los procesos de individualización social lidad de las mismas. (…) Ella se ubica en el corazón mismo de la responsabilidad del individuo moderno. Cuando las desigualdades estaban justificadas por el plan divino de la creación, la naturaleza, la tradición, el individuo no podía ser tenido como responsable del lugar que ocupaba puesto que éste dependía de jerarquías sociales inamovibles. Pero planteando el principio de la desigualdad entre los individuos, en particular bajo la forma de igualdad de chances, las sociedades democráticas individualizan la desigualdad: si el juego es abierto y todo el mundo puede competir y ser clasificado por su mérito, el fracaso es imputable al individuo mismo” (Castel, 2003: 45). El nuevo régimen de protección orientado a “los dejados de lado de las protecciones clásicas” (Castel, 2004) reposa y refuerza el proceso de individualización de las protecciones sociales vinculando las prestaciones a la situación específica y conducta del beneficiario. Las prestaciones sociales se vinculan cada vez más a los comportamientos individuales (estilos de vida) y menos a clasificaciones de orden estructural (edad, sexo, ocupación, etc.). Mientras la referencia a comportamientos individuales es incompatible con la posibilidad de colectivizar las protecciones sociales, las clasificaciones de orden estructural se constituyeron en la base de los mecanismos de asignación de recursos de bienestar social. El tratamiento de la pobreza como consecuencia de estilos y modos de vida “equivocados” se expresa hoy en discursos y prácticas que recuperan la categoría “riesgo” para dar cuenta de la interrelación entre situación social y conducta individual de los sujetos. Individuo y estilos de vida desplazan al medio externo como fuente central de riesgos. La toma de decisiones individuales en el manejo y administración de los riesgos se constituye en “unidad” de referencia en la atribución de responsabilidades (Vecinday, 2005: 145). Forma que asume el denominado proceso de “individualización social” el cual se aggiorna con nuevos fundamentos y retóricas que inau- 17 guran prácticas profesionales y dispositivos de intervención cada vez más tecnificados, en los que: “La tendencia que emerge, más que arrancar del cuerpo social a los elementos indeseables (segregación) o reintegrarlos, más o menos a la fuerza, mediante intervenciones correctoras o terapéuticas (asistencia), trata de asignar destinos sociales diferentes a los individuos en función de su capacidad para asumir las exigencias de la competitividad y de la rentabilidad” (Castel, 1986: 241). Señala Grassi que Emilio Tenti en su artículo “Pobreza y política social: más allá del neoasistencialismo”, identifica una “tradición asistencialista” en el “estilo norteamericano de hacer política social” para la cual “no existe pobreza, únicamente existen pobres. Desde este punto de vista la política de lucha contra la pobreza se considera como un capítulo de la gestión social de las deficiencias individuales”. Analizaba, asimismo, “el concepto de riesgo en la tradición cultural europea” que, anclado en el cálculo de probabilidad, el surgimiento de las ciencias sociales y una perspectiva totalizadora que instauró la primacía de la sociedad sobre los individuos, diera lugar a “otro paradigma ideológico y otra estrategia típica de administrar el problema de la pobreza” (Tenti apud Grassi, 2003). La administración de la pobreza bajo el paradigma que recupera el concepto de riesgo en la “tradición cultural europea” permitió el establecimiento de un conjunto de seguros sociales que socializaba los costos de la protección social. En cambio, asumir el riesgo como producto de decisiones individuales, significa una ruptura con el paradigma “europeo”, aproximándose a la gestión de la pobreza de “estilo norteamericano”. Sostiene Grassi que con estas referencias, Tenti examinaba la propuesta neoliberal y señalaba “los peligros del neoasistencialismo”, marcando además los límites que el concepto de necesidades básicas impuso a la idea de los derechos sociales, concebidos como un programa abierto y como una utopía. A la restric- 18 ción operada por dicho concepto, se agrega otra, derivada de la definición y delimitación precisa de la población objeto. “La construcción técnica de la pobreza como agregación de individuos en función de sus posiciones homólogas en las distribuciones de una serie de propiedades que se consideran pertinentes, cuando se constituye en un factor determinante del acceso a bienes y servicios públicos, supone una asignación de identidad. El efecto social de una estrategia de este tipo pasa por la legalización e institucionalización de las desigualdades sociales” (Tenti apud Grassi, 2003). Afirma que frente a una modalidad de asistencia clásica asumida como estrategia de los tiempos de ascenso del proyecto neoliberal, se impone hoy una modalidad gerencial, siendo ésta una estrategia que se consolida con la transformación del Estado al imponerse una lógica formal de la eficiencia. Dicha modalidad de asistencia gerencial se caracteriza por la pretensión de una racionalidad técnico-burocrática en la gestión con la que se aspira a trascender cualquier orden moral para realizar las funciones que definen al Estado liberal moderno como entidad abstracta. De este modo, los “asistidos” son definidos por criterios de evaluación reconocidos en su validez técnico científica siendo en nombre de la eficiencia que se justifica la necesidad de identificarlos, contarlos y clasificarlos. Consideraciones finales Frente a la constatación de que la pobreza afecta a una parte importante de la población, siendo fundamentalmente niños y adolescentes los principales afectados, frente al deterioro de los esquemas de protección social, frente a las consecuencias de las transformaciones en el mundo del trabajo y en las instituciones de “integración social”, la preocupación por los problemas de “integración moral” retorna con la misma fuerza que a comienzos del siglo XX. Preocupación que había perdido énfasis en la medida en que se consolidaba el Elizabeth Ortega - Laura Vecinday Estado de Bienestar, mejoraba la calidad de vida del conjunto de la población, se reforzaban los ingresos de los Estados nación producto de una economía de posguerra, y donde primaba la ideología del progreso, siendo el trabajo reconocido como el principal eje integrador al conjunto de la vida social. Los problemas de “integración” moral vuelven a adquirir centralidad frente al quiebre de la denominada “sociedad salarial” y sus formas típicas de protección social. Tal problemática, inherente a los procesos de reproducción social, reactualiza los debates en torno de la necesaria “recreación del reconocimiento de las pautas básicas que orientan la vida social y de la consecuente continuidad elemental de las prácticas sociales; pero también en lo que atañe, específicamente, a la reproducción de la vida y de la fuerza de trabajo” (Grassi, 2003: 25). En este sentido, señalar que asistimos a un proceso de individualización social en el que los individuos se vuelven responsables por su propia vida, no equivale a afirmar que el Estado abandona sus pretensiones de “gobierno”.8 Contrariamente, el proceso de individualización es aquí entendido como parte y producto de un conjunto de transformaciones societales (alteraciones en el mundo del trabajo y conjuntamente en sus esquemas de protección social, el proceso de destradicionalización social asociado a la pérdida de soportes colectivos y estructuras de sentido, etc.) que dan sustento a nuevas formas de gestión poblacional, las que a su vez, refuerzan tal proceso. La imposibilidad de contar con referencias para la previsión de una trayectoria es lo que hoy angustia al individuo, ya no la imposición de un modo de vida. El individuo no tiene otra opción que hacer uso de su libertad tomando decisiones que afectarán el curso de su vida sin contar con narrativas colectivas 8 Por gobierno se comparte en un sentido general la acepción que Foucault le atribuye al término, al entenderlo como el modo de dirigir la conducta de los individuos y las poblaciones, implicando el gobierno de los comportamientos de los otros así como los propios (Foucault, 2006). De las estrategias preventivistas a la gestión del riesgo: notas sobre los procesos de individualización social 19 que balicen sus alternativas de acción, estando por fuera o en los límites de un sistema de protección social cada vez más precarizado y flexibilizado que ha abandonado el metaobjetivo de la integración social, y que retraduce problemas sociales como problemas individuales de percepción y gestión de riesgos sociales (Vecinday, 2007). Las políticas sociales se constituyen así también, en dispositivos de intervención sociopolítica dirigidos específicamente a atender a aquella población que logre demostrar su condición de pobreza. Tal condición de “pobre” reposa en una particular forma de concebir la pobreza, esto es, entender la misma a partir de atributos personales y comportamentales de los individuos. De este modo, la protección social asume formas individualizadas en sintonía con el desmonte de las estrategias universales de intervención. La forma de gerenciar la asistencia individualizada exige la incorporación de dispositivos tecnológicos de modo tal de dar cuenta de los requerimientos planteados por la definición cada vez más precisa de la población objetivo. Proliferan estudios que procuran identificar los atributos comportamentales y personales que “explican” la pobreza y sobre los que habría que intervenir a fin de superar tal condición: la “handicapología” define así su objeto y gana terreno en tiempos en que la explicación “neoliberal” de los problemas sociales se ha vuelto hegemónica. Bauman, Z. La sociedad individualizada. Ediciones Cátedra, Madrid 2001. Referencias bibliográficas D’Elía, G. El Uruguay neobatllista, 1946-1958. EBO, Montevideo 1982. Acosta, L. “Modernidad y Servicio Social. Un estudio sobre la génesis del Servicio Social en el Uruguay”. Disertación (Maestría en Servicio Social), UFRJ, Río de Janeiro 1997. S/E. Filgueira, C; Filgueira, F. El largo adiós al país modelo. Políticas sociales y pobreza en el Uruguay. Ed. Kellogg Institute, Montevideo 1995. Ayres, JRCM. “Açao comunicativa e conhecimento cientifico em epidemiologia: origens e significados do conceito de risco”. Tesis de Doctorado. USP/FM/SBD, San Pablo 1995. 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Habitualmente el riesgo es utilizado como un concepto neutro, sin realizar un análisis del mismo y tomándolo como una herramienta “de vanguardia” o innovadora encubriendo, lo que creemos son sus raíces conservadoras. Aquí se intenta mostrar que se trata de un concepto de gran versatilidad pudiendo adquirir diferentes interpretaciones, lo cual permite suponer que la aplicación de los sistemas de riesgo resulta altamente imperfecta surgiendo algunas interrogantes: ¿Quién selecciona y cómo se determina cuáles factores son los factores de riesgo? ¿Cómo se determina sobre cuáles es preciso intervenir y sobre cuáles no? ¿En qué medida las mediciones de riesgo tienen validez estadística ya que parten de una relación hipotética que encierra una relación causaefecto difícil de probar? ¿Cuáles son las implicancias ético políticas de las prácticas profesionales basadas en este enfoque? Introducción En este ensayo pretendo problematizar el concepto de riesgo utilizado en epidemiología en el marco del enfoque de riesgo. En general, las estrategias médico sanitarias que están dirigidas hacia la prevención se basan fundamentalmente en la identificación de riesgos. Este concepto es de uso cotidiano en los discursos de trabajadores de la salud especialmente luego de la Declaración de Alma Ata (1979) en la que se prioriza el enfoque de riesgo como el método que permitirá el logro de la equidad en los sistemas de salud; es uno de los elemen- tos que definen a la estrategia de Atención Primaria en Salud que pretende el logro de una “salud para todos”. En los manuales de la OMS se define al enfoque de riesgo como el método que se emplea para medir la necesidad de atención por parte de grupos específicos basado en el concepto de riesgo, el cual es entendido como la probabilidad de que se produzca un daño a la salud. Si partimos de la idea de que el Trabajo Social “tiene por objeto la intervención, en el sentido que su práctica está dirigida a producir alguna modificación en la situación problemática puntual” (Grassi, 1995), en el ám- 22 bito del la salud estas modificaciones tienden en general a mejorar la situación de salud de los sujetos con los que se trabaja procurando intervenir fundamentalmente en el estilo de vida con la finalidad de que se favorezcan las “conductas de salud”. En este sentido el enfoque de riesgo y el concepto de riesgo son usados habitualmente por los trabajadores sociales ya que este es el que rige la intervención en el ámbito de la salud en el entendido de que procura racionalizar las acciones en búsqueda de la equidad. Habitualmente el riesgo es utilizado como un concepto neutro, sin realizar un análisis del mismo y tomándolo como una herramienta “de vanguardia” o innovadora encubriendo sus raíces conservadoras. En los últimos años el concepto de riesgo ha invadido los discursos políticos, técnicos y de la población en general, es para algunos autores un rasgo de la modernidad llegando a tomar una dimensión tal que hablan de la “sociedad en riesgo”. Autores como Giddens, Beck, Luhman, desarrollan los aspectos más globales de este concepto, en los que el riesgo tiene que ver con los peligros e inseguridades que introduce la modernidad en sí misma. En este sentido Giddens plantea: “en condiciones de modernidad, pensar en términos de riesgo y de su evaluación es una práctica más o menos generalizada de carácter imponderable tanto para los agentes profesionales como para los expertos en terrenos específicos. “(...) El clima de riesgo en la modernidad es, pues, perturbador para cualquiera, nadie puede eludirlo” (1995: 152). En epidemiología no es un concepto nuevo, se comienza a esbozar la epidemiología de los factores de riesgo cuando en los años 50 se dieran a conocer los primeros estudios que mostraban una asociación entre el consumo de tabaco y el cáncer de pulmón. En este contexto el enfoque de riesgo se define como “un método que se emplea para medir las necesidades de atención por parte de grupos específicos. Ayuda a determinar prioridades en salud y es también una herra- Celmira Bentura mienta para definir las necesidades de reorganización de los servicios de salud. Es un enfoque no igualitario: discrimina a favor de quienes tienen mayor necesidad de atención” (OPS: 1980). Este enfoque se basa en la medición del riesgo. ¿Qué es entonces el riesgo? No es una enfermedad, no la podemos curar ni eliminar, es más, no es posible una vida sin riesgo. En el sentido técnico y práctico es considerado una probabilidad, o sea una medida que busca reflejar la probabilidad de que se produzca un daño (enfermedad, muerte, etc.). Una probabilidad es una medida de algo incierto, que puede ocurrir o no, si tengo la seguridad ya no estamos en la esfera de la probabilidad. Este está referido a una asociación estadística que debe tener una secuencia temporal. El concepto de riesgo ha sido utilizado en la educación médica y en la epidemiología, siendo para esto una herramienta conceptual muy útil. Es, sin embargo, un concepto problemático en el momento de su utilización para la prestación de servicios ya que aparece como un concepto de gran versatilidad pudiendo adquirir diferentes interpretaciones a tal punto que permitan, como plantea M. Mitjavila (1999: 47) en su tesis de doctorado, “ser utilizados para legitimar políticas o para desacreditarlas; para proteger a los individuos de las instituciones o para proteger a las instituciones de los agentes individuales”. También plantea en las conclusiones de esta misma tesis “a linguajem do risco possui a propriedade de permanecer aberta à construçao de múltiplos significados sociais. A analise do dispositivo permitiu observar, através da modelizaçao de traços típico ideais da gestao dos riscos, a justaposiçao de elementos socio referenciais (risco como perigo) e técnico instrumentais (risco como probabilidade) nas prácticas e nos discursos de un mesmo agente ou instituçao” (1999: 256). Se ha comenzado a reconocer en la actualidad la falta de claridad de este concepto, demostrando una gran imprecisión; por ejemplo, se puede leer en un manual de epi- La sutil y aparente “ingenuidad” del concepto de riesgo en el campo de la salud demiología de la OPS de 1994: “Por desgracia, los epidemiólogos no han alcanzado aún un acuerdo total sobre las definiciones de los términos utilizados”. Incluso frente a las dificultades en el momento de llevar estos conceptos a la práctica, surge la distinción de factor y marcador de riesgo en función de la posibilidad o no de la intervención sobre los mismos. En este sentido, la edad o el sexo serían marcadores de riesgo para algunas patologías, mientras que el hábito de fumar también sería un factor de riesgo. La utilización del concepto de riesgo para las acciones de salud descansa en algunos supuestos: A - que las personas con determinadas características tienen mayor probabilidad de sufrir un “daño” (enfermedad o muerte); B - que es posible identificar a las personas con estas características; C - que se puede hacer algo para prevenir el posible daño. En general, la aplicación de los sistemas de riesgo resulta altamente imperfecta surgiéndonos algunas interrogantes: - ¿Quién selecciona y cómo se determina cuáles factores son los factores de riesgo? - ¿Cómo se determina sobre cuáles es preciso intervenir y sobre cuáles no? - ¿En qué medida las mediciones de riesgo tienen validez estadística ya que parten de una relación hipotética que encierra una relación causa-efecto difícil de probar? - ¿Cuáles son las implicancias éticas políticas de las prácticas profesionales basadas en este enfoque? El riesgo: una construcción social de la modernidad Desde una visión foucaultiana de que la realidad es socialmente construida, así como los discursos referidos a la misma, la ampliación de los discursos referidos al riesgo evidencian que de alguna manera los mismos están vinculados al funcionamiento de la sociedad. 23 “El lenguaje no es un sistema arbitrario, está depositado en el mundo y forma, a la vez parte de él, porque las cosas mismas ocultan y manifiestan su enigma como un lenguaje y porque las palabras se proponen a los hombres como cosas que hay que descifrar” (Foucault, 1985: 44). Esta construcción es sociohistórica, o sea que responde a condiciones históricas específicas. En este sentido, Luhman (1992: 48) plantea: “No podemos partir, por razones epistemológicas, de que existe un objeto llamado riesgo al que habría únicamente que descubrir y estudiar. La conceptualidad constituye aquello de lo que se habla. El mundo exterior como tal no conoce riesgos, puesto que no conoce diferenciación, expectativas, evaluaciones ni probabilidades, excepto como un resultado propio de sistemas observantes en el universo de otros sistemas”. Se podría decir que existe una construcción social del riesgo que invade todas las esferas de la vida social, la cual no está, por lo tanto, reducida a la esfera técnica o científica. Esta construcción supone una diversidad de intereses y representaciones por parte de los distintos actores sociales, lo cual incluye a las instituciones y organizaciones que se abocan a la gestión y prevención de riesgos, como es el caso del sistema de salud. A pesar de que este concepto posee, como ya fue mencionado, una larga trayectoria en el campo de la salud, ha ganado en los últimos años una importante presencia en los discursos y las prácticas médico sanitarias conformando nuevas funciones sociales. Las raíces de la palabra no están claras, algunas versiones indican que podría derivar del vocablo “rosik” de origen persa, que significa destino (Mitjavila, 1999: 48). En las culturas antiguas parece no haber habido necesidad de formular una palabra para lo que hoy entendemos por riesgo. Aparentemente sería en el proceso de transición de la Edad Media hasta los inicios de la mo- 24 Celmira Bentura dernidad cuando se comienza a utilizar este término, vinculado a la esfera del comercio, para referirse a emprendimientos aventurados. En los seguros marítimos serían los primeros que comienzan a pretender un control del riesgo planificado. “El lenguaje tenía palabras para el peligro, la empresa aventurada, el azar, la fortuna, el valor, el miedo. Por tanto hemos de suponer que se hace aquí uso de una palabra nueva para referirse a una problemática que no puede ser expresada suficientemente con las palabras disponibles” (Luhman, 1992: 53). Pareciera que lo que introduce este término es la dimensión temporal, la idea de que las decisiones que se toman hoy pueden tener un impacto sobre el futuro, aunque este sea incierto; supone entonces que el posible daño es contingente, o sea evitable. Habría una estrecha relación del término riesgo con los efectos de un suceso incierto y potencialmente indeseable. Es, según Luhman (1992: 60), una “contingencia de alto nivel” que, como ofrece diferentes perspectivas según los observadores, es un fenómeno de “contingencias múltiples”. Parece claro que los discursos sobre el riesgo son esencialmente modernos a tal punto que autores como Giddens o M. Douglas, plantean que la modernidad está definida como una “cultura del riesgo”. En cuanto a la incorporación del concepto de riesgo en el campo médico sanitario1 parecería que está asociado a la estructuración del campo de la Higiene en las sociedades europeas del siglo XVIII y XIX. Las ideas higienistas introducen la importancia de la noción del medio externo como 1 Por “campo médico sanitario” se entiende “el espacio social conformado por las esferas de conocimiento experto (medicina clínica, epidemiología, salud pública y otras disciplinas biológicas, médicas y sociales) que organizan los discursos y prácticas de agentes socialmente legítimos en los niveles científico, técnico, político y administrativo de la gestión de segmentos problemáticos de la vida social en términos de salud y enfermedad” (M. Mitjavila. “El saber médico y la medicalización del espacio social”. Doc. de Trabajo, FCS). uno de los determinantes de los procesos que afectan la salud colectiva. Luego se fue tecnificando la noción de riesgo asociada a los problemas sociosanitarios generados por las grandes epidemias, “así como o compromiso para a reproduçao biológica e social da força de trábalo, que as condiçoes de vida da populaçao urbana a final do século XIX e nas primeiras décadas do século XX, introduziam” (Ayres, J., 1995 apud Mitjavila, 1999). De acuerdo con la investigación realizada por Mitjavila en su tesis de Doctorado, la formalización del concepto de riesgo se caracteriza por los siguientes atributos: - conversión del riesgo en un instrumento técnico que permite tratar los problemas de salud de las poblaciones en la perspectiva de “destinos atribuibles probabilísticamente”, - conversión del riesgo en un instrumento universal, en el sentido que va a permitir cuantificar una variedad potencialmente ilimitada de atributos, - conversión del riesgo en un dispositivo recalificador de las relaciones entre los espacios individuales y colectivos de la salud; el desarrollo de la noción de riesgo reduce al medio externo a sus bases orgánicas asumiendo “un carácter adjetivo, periférico o residual, dependiendo de los casos”. Progresivamente los discursos en torno del riesgo pasan por abarcar cada vez más aspectos relativos a la vida humana convirtiéndose, según Mitjavila, en un “dispositivo biopolítico central en la vida social contemporánea” (1999). Existe consenso entre algunos autores de las ciencias sociales contemporáneos (Giddens, Beck, Luhman, Mitjavila) respecto de la centralidad de la noción de riesgo en la modernidad; a continuación veremos cuáles son las características de la modernidad que dan lugar a este marcado predominio de los discursos en torno del riesgo. La sutil y aparente “ingenuidad” del concepto de riesgo en el campo de la salud Modernidad y riesgo Según Giddens la Humanidad ha transitado tres grandes etapas: la sociedad tradicional, la sociedad de modernidad simple y la modernidad avanzada o modernidad reflexiva. El pasaje de la sociedad tradicional a la moderna fue la transformación más radical en la historia de la Humanidad porque la sociedad moderna modificó aspectos centrales de la sociedad que habían sido estables durante siglos. Son tres las dimensiones que definen este pasaje a la modernidad: A. Disociación espacio – tiempo, en las sociedades tradicionales espacio y lugar tienden a coincidir ya que la dimensión espacial está dominado por la noción de presencia. La modernidad permite la distinción espacio de lugar, permitiendo las relaciones con un ausente (no cara a cara). Esto permite el intercambio de diferentes unidades especiales, lo que se traduce en una fuerte penetración en las relaciones sociales de sociedades lejanas, entre lo local y lo mundial. B. La de-localización de los sistemas sociales, que supone la creación de campos espacio temporales indefinidos, proceso que se da mediante dos mecanismos: la creación de GAGES simbólicos (por ej. el dinero) y el establecimiento de sistemas expertos o de dominio técnico o del saber profesional. Ambos mecanismos reposan sobre la confianza en un sistema abstracto e impersonal. C. La organización reflexiva de los sistemas sociales que supone la apropiación permanente del conocimiento, lo que produce un examen y revisión constante de las prácticas sociales y una alteración en la constitución de sus características. La noción de riesgo puede ser un ejemplo de esta dimensión ya que es percibido por la reflexión de los sujetos sobre las consecuencias de sus propias acciones. La reflexividad a nivel del conocimiento constituye la institucionalización de la incertidumbre, ya que conocer en la modernidad 25 difiere del conocimiento en la antigüedad, en la que conocer equivale a estar seguro. Giddens (1999: 38) plantea: “El intercambio y transferencia de riesgos no es un rasgo accidental en una economía capitalista. El capitalismo es impensable e inviable sin ellos. Por estas razones, la idea de riesgo siempre ha estado relacionada con la modernidad, pero quiero defender que en el periodo actual este concepto asume una nueva y peculiar importancia”. En esta línea de pensamiento los teóricos de la modernización reflexiva como Giddens y Beck, plantean la sustitución de la centralidad capital – trabajo adoptando como central la categoría del riesgo, a tal punto que postulan el fin de la sociedad de clases. “En la modernidad avanzada, la producción social de riqueza va acompañada sistemáticamente por la producción social de riesgos. Por tanto, los problemas y conflictos de reparto de la sociedad de la carencia son sustituidos por los problemas y conflictos que surgen de la producción, definición y reparto de los riesgos producidos de manera científico – técnica” (Beck, 1998: 25). Continúa afirmando: “Con el reparto y el incremento de los riesgos surgen situaciones sociales de peligro. Ciertamente, en algunas dimensiones éstas siguen a la desigualdad de las situaciones de clase y de las capas, pero hacen valer una lógica de reparto esencialmente diferente: los riesgos de la modernización afectan más tarde o más temprano también a quienes los producen o se benefician de ellos” (Beck, 1998: 29). Aquí el autor reconoce que si bien hay riesgos que son universales existen otros que derivan de situaciones concretas de clase; la posibilidad de conocer y enfrentar los riesgos aparece relacionada con la posición ocupada en la estructura de clases. En este sentido Lash plantea que existen “ganadores y perdedores de la reflexividad”, los cuales se definen en función de lo que denomina “condiciones estructurales de la reflexividad” (Lash, 1997: 255), lo que nos permitiría afirmar que no todos estamos en la mismas condiciones de enfrentar los riesgos. 26 Celmira Bentura Frente a estos planteos habría que preguntarse si es posible entender estos fenómenos si no es en relación al proceso histórico que le dio forma, ya que se desarrollan en un determinado estadio del desarrollo del capitalismo de acumulación, en el cual las características en que se genera la producción de riquezas, así como el desarrollo científico tecnológico al servicio de las demandas del capital, son los generadores de este escenario de producción de riesgos. Sería entonces el modo de producción vigente el que permitiría explicarlo. Zizek plantea que los teóricos de la sociedad de riesgo, “al concebir el riesgo y la incertidumbre manufacturada como rasgos universales de la vida contemporánea, esta teoría oculta las raíces socioeconómicas concretas de esos problemas” (2001: 362). Plantea además que en su análisis “se abstienen de cuestionar los principios básicos de la lógica anónima de las relaciones de mercado y el capitalismo global, que actualmente se imponen cada vez más como lo Real neutral aceptado por todas partes y, como tal, cada vez más despolitizado” (Zizek, 2001: 374).2 Este autor plantea que el único modo de que las decisiones que generan riesgos a largo plazo y que nos involucran a todos surjan de un debate público que involucre a todos los interesados, sería a partir de una “repolitización radical de la economía”, que permita centrarse en lo que “realmente importa” y que permita constituir alguna “limitación radical de la libertad del capital, la subordinación del proceso de producción al control social” (Zizek, 2001: 376). La cuestión del riesgo que se conceptualiza por los autores de la modernización reflexiva hacen referencia a dos tipos de riesgos: los que colocan a la Humanidad en su conjunto a la exposición a un posible daño cuyo control escapa del control de los individuos, como son las cuestiones relativas al medio ambiente, y aquellos riesgos que ex2 Respecto de este aspecto es claro el ejemplo de la marcada incidencia de la industria del medicamento en la selección y priorización de los riesgos en la salud, lo cual será tratado más adelante en este ensayo. ponen al sujeto individual, donde la evitación del daño depende de decisiones individuales acerca de su estilo de vida. Son estos últimos los que interesan mayormente a efectos de este ensayo, ya que son los que enfatizan en el sistema de salud. La construcción social del riesgo Los discursos sobre el riesgo surgen como una respuesta reflexiva a las amenazas e incertidumbres que plantea la vida social moderna. Hay una relación entre el aumento del conocimiento y la conciencia de riesgo. Al respecto Luhman (1992: 40) sostiene que la sociedad actual “ha aumentado la dependencia del decidir sobre el futuro de la sociedad de tal forma que las ideas sobre el futuro predominan por encima de las formas esenciales que restringirían por sí mismas como naturaleza lo que podría suceder. La técnica y la subsecuente conciencia de poder han ocupado el terreno de la naturaleza”. El término riesgo determina una forma de trato con el tiempo, se basa en una forma de problematización del futuro, lo que sumado a la reflexibidad -por tanto la institucionalización de la incertidumbre- generan el campo propicio para la construcción social de los discursos sobre el riesgo y sus consecuentes prácticas. Lo que caracteriza a esta concepción moderna del riesgo es que está referida a amenazas globales, como desastres nucleares o ecológicos, peligros o inseguridades introducidos por la propia modernidad. En este sentido Luhman realiza la distinción entre riesgo y peligro, este último referido a una amenaza provocada desde el exterior, mientras que el riesgo parte del supuesto de que el posible daño es consecuencia de una decisión, por lo cual la contingencia juega un papel preponderante. “La distinción riesgo-peligro ha sido conformada de manera asimétrica. En ambos casos el concepto de riesgo-peligro caracteriza un estado de cosas complejo al que normalmente nos enfrentamos, por lo menos La sutil y aparente “ingenuidad” del concepto de riesgo en el campo de la salud en la sociedad moderna. La contraparte funge solamente como un concepto de reflexión cuya función consiste en aclarar la contingencia de los hechos o estados de las cosas que caen bajo el concepto de riesgo” (Luhman, 1992: 66). De esta manera, siguiendo a Luhman, los riesgos asumidos se convierten en peligro para los afectados. En el proceso de decisión se atribuyen consecuencias a las decisiones, como lo son los daños futuros que deben aceptarse como riesgo. El afectado, en cambio, se encuentra en una situación diferente ya que se ve amenazado por situaciones que él mismo no puede controlar, lo que se constituye en peligro. Esta situación es definida por Luhman como una paradoja social clásica, en la que los riesgos constituyen peligros y los peligros riesgos. La valoración del riesgo es para este autor un problema social, ya que responde a los comportamientos del grupo de referencia al cual pertenece. La noción de riesgo como construcción social está atravesada por la cultura, por lo que cada cultura enfatiza algunos aspectos e ignora otros (Douglas, 1996). En este sentido, la cultura del riesgo tiene relación con la posición social de los actores. “El público no ve los riesgos de la misma manera que los expertos” (Douglas, 1996: 16). Una de las dificultades que genera esta concepción, según Douglas (1996: 17) es que “parte de la idea de un sujeto libre de prejuicios -un individuo racional- y de contingencias sociales -un individuo trascendental-”. Aceptar la idea de riesgo supone entender que los riesgos son producto de una elección y que prácticamente todas las áreas de la vida son susceptibles de ser afectadas por eventos contingentes, por tanto pueden ser valoradas en términos de riesgo, lo que significa según Giddens (1997: 96) “vivir con una actitud de cálculo hacia nuestras posibilidades de acción”, siendo esta una práctica generalizada en todas las esferas en condiciones 27 de modernidad. Supone diferenciar por un lado la posibilidad de decidir, por otro la condición de que esta decisión va a producir un efecto. Para este autor este nuevo escenario de la modernidad tardía posibilita a los agentes poder trazar y construir sus proyectos de vida en forma autónoma impactando sobre el estilo de vida de los individuos. “En contextos postradicionales no tenemos más elección que elegir cómo ser y cómo actuar” (Giddens, 1997: 97). En este nuevo escenario el saber adquiere un significado social y político fundamental “la sociedad del riesgo también es la sociedad de la ciencia, de los medios y de la información” (Beck, 1998: 53). Cuando Lash refiere ganadores y perdedores de la reflexividad hace referencia también a las estructuras de información y comunicación.3 Desde una perspectiva crítica Zizek (2001: 358-359) plantea: “El atolladero fundamental de la sociedad de riesgo está en la brecha que existe entre el saber y la decisión, entre la cadena de razonamientos y el acto que resuelve el dilema (en lenguaje lacaniano, entre S2 y S1) nadie ‘conoce realmente’ el resultado global. En el nivel de conocimiento positivo, la situación es radicalmente indecidible: no obstante tenemos que decidir. La brecha siempre estuvo allí: cuando un acto de decisión se basa en una cadena de razones, siempre las colorea retrospectivamente de modo tal que lo respalden: pensemos en el creyente que tiene plena conciencia de que las razones de su creencia solo son comprensibles para quienes hayan decidido creer. No obstante, lo que encontramos en la sociedad del riesgo tradicional es mucho más radical: lo opuesto de la elección forzada habitual de la que habla Lacan, es decir, una situación en la cual soy libre de elegir con la condición de que realice una elección correcta, de modo que lo único que me resta es realizar el gesto vacío de fingir que hago lo 3 Las “condiciones estructurales de la reflexividad” que permiten ubicar al individuo como ganador o perdedor de la reflexividad se refieren a “un conjunto articulado de redes globales y estructuras de información y comunicación” (1997). 28 que en realidad me ha sido impuesto como si respondiera a mi propia elección libre.” Esto ubica a los individuos en la situación de tener que decidir sin contar con los conocimientos adecuados para hacerlo. La cuestión del riesgo no queda únicamente en el nivel discursivo sino que involucra otros niveles de la vida social asumiendo, como sostiene M. Mitjavila, el perfil de un dispositivo en su versión foucaultiana, ya que demarca “un conjunto heterogéneo que engloba discursos, instituciones, organizaciones, arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas. En suma, lo dicho y lo no dicho son los elementos del dispositivo. El dispositivo es la red que se puede establecer entre estos elementos” (1992: 244 apud Mitjavila, 1999). El sistema de salud se encuentra involucrado por este dispositivo, lo cual marca sus orientaciones y sus prácticas. Riesgo y el sistema de salud Al inicio de este trabajo se plantean algunas preguntas respecto del concepto de riesgo, como quién y cómo se determinan los riesgos en salud y cuáles son las consecuencias ético políticas de dichas determinaciones, así como la validez estadística que tienen las hipótesis que relacionan determinadas variables con un posible daño a la salud. Creo que estas interrogantes están relacionadas entre sí, e intentar desentrañarlas remite a realizar una caracterización del sistema de salud actual. Poder médico y medicalización de la sociedad Estamos frente a una sociedad altamente medicalizada, como ya han demostrado ampliamente autores como Foucault y en nuestro país Barrán y Mitjavila. Se entiende por medicalización la “expansión de los parámetros tanto ideológicos como técnicos, dentro de los cuales la medicina produce saberes e Celmira Bentura interviene en áreas de la vida social que exhibían en el pasado un mayor grado de exterioridad respecto a sus tradicionales dominios” (Mitjavila, 1998: 2). La medicina se constituye, a lo largo de la historia, como un conjunto de prácticas discursivas y fácticas que constituyen un campo no solo de conocimiento sino también de dominación. En este sentido, la obra de Foucault ha demostrado el proceso de legitimación de la práctica médica a lo largo de la historia, especialmente en el mundo moderno provocado por el nacimiento de la clínica, convirtiéndose en un tipo de saber construido a expensas de formas de cohesión y prácticas que buscan el disciplinamiento de los sujetos (Foucault, 1980). La legitimidad, como construcción social, está dada por la pretensión de obediencia basada en la presunción de las consecuencias desfavorables de la no obediencia y en el reconocimiento de que su conocimiento es un saber calificado. Para ser reconocida y aceptada como una disciplina capaz de influir en forma directa sobre los aspectos fundamentales de la vida humana, debió basarse en criterios y normas aceptables anticipándose en la historia a aspectos considerados hoy como bases de la bioética, como el principio hipocrático del beneficio y de no prejuicio o del secreto profesional.4 Esta dominación abarca todas las esferas de la vida humana, como las referidas al ciclo vital y al estilo de vida, las que se ven pautadas por el sistema de salud ya que estos aspectos se constituyen como factores de riesgo. Con el desarrollo de los conocimientos y el progreso de las técnicas que mejoran las condiciones de la salud pública (saneamiento, red de agua potable, etc.) se ha ido modificando la morbilidad de los 4 Dice el juramento hipocrático: “En cualquier casa que entre no me guiará otra cosa que el bien de los enfermos... Todo lo que yo viere u oyere con ocasión de la práctica de mi profesión… lo guardaré para mí en reservado sigilo”. “La ética médica. Normas, códigos y declaraciones”. SMU. La sutil y aparente “ingenuidad” del concepto de riesgo en el campo de la salud grupos sociales, y reducido y controlado las epidemias. Sin embargo, la época moderna se caracteriza por la ocurrencia de nuevos procesos patológicos, ya sea referidos al proceso de envejecimiento o las relacionadas con los modelos y ritmos de vida actual. La modernidad cuenta además con la incidencia de las llamadas enfermedades iatrogénicas5 que son las provocadas por el propio sistema de salud. A lo largo de la evolución histórica la patología humana ha ido desde una patología “natural”, en el sentido de que en su génesis tiene gran influencia los factores naturales adversos (que podríamos asimilar a la idea de peligro ya desarrollada) hacia una patología socialmente condicionada, en la que tienen una alta incidencia las llamadas “enfermedades de la civilización”. Esto nos ubica en situaciones de salud enfermedad determinadas por factores que son controlables por el ser humano, poniendo el eje de atención en las conductas de los individuos como factores que es necesario manejar en términos de riesgo. Se traspasa la responsabilidad a cada persona sobre los riesgos que está dispuesto a asumir, así como las consecuencias desfavorables. De esta manera la persona enferma ha fallado. “El discurso de riesgo, especialmente cuando enfatiza los estilos de vida riesgosos, sirve como un efectivo agente foucaultiano de vigilancia y control que es difícil de cambiar porque se expresa en objetivos benévolos de mantenimiento de los patrones de salud” (Lupton, 193: 432-433; apud Mitjavila, 1999). Por lo expresado por Lupton, la educación “para la salud” en el marco del enfoque de riesgo sirve para legitimar determinadas prácticas sociales y por consiguiente ideologías. La información brindada a la población acerca de los riesgos surge del “campo médico sanitario”, pues es quien está legitimado para hacerlo. Lo que sucede es que en general 5 Se designa como “iatrogénico” a todo proceso patológico que es consecuencia de la intervención médica realizada con fines diagnósticos o terapéuticos. 29 los riesgos identificados por los sistemas no se corresponden con la valoración que la propia población tiene sobre sus propios riesgos y ventajas, por lo que los sistemas de riesgo sustituyen o pretenden sustituir los valores de la gente por la de los médicos, sin que esto se explicite. Disolución de la noción de sujeto Robert Castel plantea que las estrategias preventivas, basadas en el enfoque de riesgo que se desarrollan en la actualidad, suponen la disolución de la noción de sujeto “lo que es reemplazado por una combinatoria construida de factores, los factores de riesgo” (Castel, 1986: 220). Esto es por la pérdida de la relación cara a cara que establece la clínica recayendo el acento principal del proceso en factores abstractos que tienen la particularidad de una posible asociación con un daño futuro. La práctica médica ha ido evolucionando de tal manera que el contacto entre el paciente y el médico pasa a ser un factor secundario y despersonalizado, elaborándose un diagnóstico a partir de múltiples exámenes clínicos y por la intervención de especialistas que difícilmente tienen contacto entre sí, lo que supone, para este autor, una crisis de la clínica. “Paso de una clínica del sujeto a una clínica epidemiológica: el examen pericial puntual y diversificado sustituye a la relación concreta médico-enfermo” (Castel, 1986: 225). La importante evolución de las tecnologías de diagnóstico y cura de la enfermedad ha privilegiado al hospital como espacio de atención de las emergencias y del ejercicio de una medicina de vanguardia, lo que polariza las estrategias de atención en aquellas dirigidas hacia la atención de la enfermedad, que son en el ambiente médico las disciplinas que gozan de mayor prestigio y poder, y las grandes campañas de medicina preventiva. “Estas políticas preventivas promueven en consecuencia una nueva modalidad de la vigilancia: la detección sistemática. Existe vigilancia en el sentido de que el objetivo que se pretende es de anticipar e impedir la emer- 30 Celmira Bentura gencia de un suceso no deseable: la enfermedad, anomalía o comportamiento desviado. Pero esta vigilancia economiza la presencia real, el contacto, la relación recíproca entre el vigilante y el vigilado” (Castel, 1986: 224). Esta vigilancia no está dirigida, en primera instancia, a un sujeto sino a una combinatoria de factores de riesgo susceptibles de producir un daño. Por otro lado, estas medidas preventivas no tienen una centralización en el tiempo y el espacio, al menos en Uruguay, se encuentran desarticuladas en diferentes instituciones sin demasiada coordinación entre sí. Más bien existen grandes lineamientos, por ejemplo, en salud materno infantil (considerados grupos de riesgo) por los cuales Salud Pública, el instituto de alimentación, las Intendencias, etc., establecen programas dirigidos hacia la prevención de ese sector. Presencia de paradigmas de la salud divergentes Si observamos al interior del sistema de salud y las instituciones encargadas de la formación de los profesionales de la salud se puede constatar una clara contradicción entre los discursos -ya sea académicos como políticos- y las acciones que se implementan. Hoy ya nadie discute los aspectos integrales de la salud enfermedad como un proceso dialéctico en el que juegan factores orgánicos, psíquicos y sociales, siendo estos últimos de gran peso y relevancia en la actualidad. Tampoco se cuestiona la importancia de la medicina preventiva por su pretensión equitativa y por su virtud anticipadora para la reducción del daño, por consecuencia, la disminución de los gastos del sistema sanitario. Sin embargo, el sistema de salud vigente ha optado por el poder tecnológico, olvidando el factor humano y su contexto, declarando la sola existencia de la enfermedad.6 6 El nuevo cambio en el plan de estudios de la Facultad de Medicina es un claro ejemplo de esta postura, ya que aun manteniendo el discurso de la importancia de la formación de la medicina en la comunidad y de los factores sociales en la salud se eliminan los contactos de los estudiantes con la comunidad y la sociología en la formación médica. La medicina actual se ha relegado al nivel tecnocrático por lo cual se busca erradicar los síntomas sin profundizar en la causa, entendiendo al organismo como una máquina en la que hay que reparar sus partes. Así, cada especialista se ocupa de una de esas partes sin que nadie se ocupe de la globalidad. Esta profunda especialización al interior de la medicina da cuenta de una fragmentación del saber propio de la modernidad. Según Marilyn Ferguson (1985) este paradigma presenta las siguientes características: - Tratamiento de los síntomas desentendiéndose de las causas. - Alta especialización, despreocupándose de la integración. - Neutralidad emocional del profesional sin reconocer que la actitud del mismo es un posible factor de curación. - Valoración del dolor y la enfermedad como negativos sin prestar atención al hecho de que pueden informar de conflictos. - Intervención por medio de medicamentos y operaciones quirúrgicas, desestimando las técnicas no invasivas. - Cuerpo considerado como una máquina. - Fomento de la dependencia del paciente en lugar de estimular su autonomía. - Basado en una relación de autoridad del profesional. - Separación cuerpo-mente. - Consideración de la mente como un factor secundario en las enfermedades orgánicas. - Mayor confianza en la información cuantitativa (pruebas o análisis), desestimando la cualitativa ofrecida por el paciente. Esta modalidad ha generado baja calidad en la salud de la población y un elevado costo de mantenimiento. Genera además un elevado incremento de las enfermedades “iatrogénicas”, esto es, las provocadas por el propio sistema hospitalario y sus aplicaciones farmacológicas, tecnológicas y quirúrgicas. Tenemos en la actualidad un sistema de salud en crisis, no solo del punto de vista económico sino también en el logro de sus obje- La sutil y aparente “ingenuidad” del concepto de riesgo en el campo de la salud tivos, ya que se ha convertido en un sistema altamente deshumanizado que no contribuye al mejoramiento del nivel general de salud de la población. Quizás lo que nos permita entender esta contradicción se encuentre en el hecho de que el motor de la actuación médica ha sido el avance científico y el monetario a costa del humanitario, respondiendo a los parámetros de la economía capitalista para la cual la rentabilidad y el beneficio monetario son prioritarios frente a cualquier otro objetivo. En este sentido G. Berlinguer plantea que la creciente medicalización de la vida social se entrelaza con la mercantilización de la medicina, producida por “la conversión en mercancía o en dinero, cada una de las partes del organismo y de todas las actividades dedicadas a la vida y a la salud” (1994: 81-82). Esta tendencia está erosionando el sistema salud actual a tal punto que no responde a los principios formulados por los países referentes al derecho a la salud y la igualdad en la atención a la misma, ya que prioriza lo que produce rentabilidad y relega lo que no la produce. Esta tendencia pauta la selección de prioridades en salud y por tanto la selección de posibles grupos de riesgo. Ambigüedad del concepto en el uso epidemiológico Lo que aparece como una forma de hacer medicina consolidada se presenta, si se estudia en profundidad, como un concepto complejo y distante de una valoración uniforme. Se cuestiona en la actualidad la validez de las asociaciones causales establecidas por las valoraciones del riesgo, así como los aspectos metodológicos relacionados con la inferencia. Se observan dificultades a nivel práctico y teórico ya que la medición de la asociación causal está en general viciada por sesgos y factores de confusión en general no delimitados. Fischhoff y otros (1980) afirman con rotundidad que los valores afectan a la aceptabilidad: la búsqueda de un “método objetivo” 31 para resolver problemas de riesgo aceptable está condenada al fracaso y puede cegar a los investigadores ante las hipótesis cargadas de juicios de valor. No es solo que cada aproximación no consigue dar una respuesta definitiva, sino que está predispuesta a representar intereses particulares y a recomendar soluciones individuales. Por consiguiente, la elección de un método es una decisión política que conlleva un mensaje específico sobre quién debería mandar y qué debería tener importancia. El factor controlador en muchas decisiones sobre riesgo aceptable es cómo se define el problema (Fischhoff y otros, apud Douglas, 1996: 35). En general, en los estudios sobre los factores de riesgo se encuentran dificultades conceptuales que permitan comprobar la asociación causal entre los factores y los daños. Un trabajo de García (1998: 587) profundiza en esta dificultad y plantea que “esta falta de precisión no es un asunto de pereza mental o de dificultad conceptual; (...) pues a pesar de la imprecisión o gracias a ella, se adoptan decisiones de intervención en la población, ni gratuita, ya que estas decisiones, en la medida en que puedan ser polémicas o discutibles, se benefician de esta imprecisión”. Esta ambigüedad desde el punto de vista científico facilita a grupos con intereses estrictamente comerciales -por ej. la industria farmacéutica- introducirse en un terreno socialmente libre. En síntesis, el riesgo puede ser analizado como un dispositivo que involucra al sistema de salud en su conjunto contribuyendo a la alta medicalización de la sociedad (el riesgo al promover el autocuidado constituye una de las formas de medicalización de la modernidad). Las características del sistema de salud actual, en el cual coexisten paradigmas de salud divergentes y contradictorios, y las dificultades metodológicas que suponen la imprecisión y ambigüedad del concepto, favorecen las estrategias basadas en intereses fundamentalmente comerciales, generando 32 un sistema de salud altamente ineficiente respecto de sus objetivos humanitarios. El Trabajo Social se encuentra involucrado en este sistema de salud, por lo que sería importante discutir de qué manera participa en el mismo, lo que se analizará en el próximo punto. La intervención profesional en este contexto El trabajador social participa de las políticas de salud en el marco del enfoque de riesgo en todas las dimensiones antes analizadas. Si bien el trabajador social tiene al interior del sistema un rol subordinado, hacia afuera forma parte de la estructura de poder que el sector salud ejerce sobre la población. De esta manera, el trabajador social se ubica al interior de las políticas sociales regidas por la conciencia tecnocrática moderna, en la que impera una intención de disciplinamiento con una praxis homogenizadora, que no respeta las diversidades culturales ni las voluntades individuales respecto de los riesgos que están dispuestos a asumir. Se trabaja con una concepción de sujeto como “sujeto pasivo”, denominado “paciente”, que no tiene nada que decir respecto de su salud, a la vez responsable de sus fracasos cuando ocurre el daño. Esta forma de concebir el enfoque de riesgo contribuye además a la estigmatización de los sujetos al ser etiquetados como “individuo de riesgo” o peor aún “de alto riesgo”, sin medir los costos psicológicos que esto tiene para el sujeto y su entorno. Se ha estudiado cómo el estrés generado por estos procesos provoca más enfermedad (enfermedades iatrogénicas) que el propio sistema no puede resolver. De esta manera, los trabajadores sociales estamos contribuyendo al fracaso de las políticas preventivas. El Trabajo Social debe procurar un cambio que: - Le permita un posicionamiento diferente al interior de los equipos de salud, mejorando su calidad en el desempeño profesional mediante respuestas efectivas y teóricamente fundadas. Celmira Bentura - Procure atender a la diversidad, respetando las libertades individuales respecto de su salud. - Que su práctica favorezca procesos de “empoderamiento” a través de un traspaso de instrumentos y conocimientos que permitan a los sujetos hacerse cargo de sus propios procesos de salud enfermedad.7 En este sentido se comienza a hablar de la gestión del riesgo para la reducción del daño como una estrategia que tiende a un trabajo con la población en procura de solucionar estas dificultades. La gestión del riesgo parte de una exploración de cuáles son, para los sujetos involucrados, los riesgos que está dispuesto a asumir y con cuáles se compromete a la búsqueda de la reducción del daño. Estas nuevas concepciones referidas a la reducción del daño pueden ser explicadas desde posturas funcionalistas como la luhmaniana, en las que el riesgo es una contingencia en la que el sujeto elige desde la necesidad de sobrevivencia con el objetivo de reducir la complejidad, ya que de lo contrario desaparecería como sistema (sistemas “autopoiéticos”8). Desde esta postura los sistemas se autorregulan por lo que pueden quedar librados a sus propias decisiones. Esta concepción está basada en la idea de que es imposible la vida sin riesgos y otorga a los individuos la posibilidad de decidir, buscando atender a la diversidad y heterogeneidad. Considero que si asumimos que el enfoque de riesgo puede ser una herramienta útil para la planificación de estrategias de salud, 7 “Empoderamiento” es el proceso que “pretende extender el poder del individuo y ofrece una alternativa social a la perspectiva médica o psicológica del individuo. La manera de salir de una situación problemática no es por medio de un tratamiento sino a través de la apropiación del poder” (Rondeau, 1985: 17). 8 Autopoiesis es un concepto surgido de la biología (biólogo chileno Maturana) que concibe a los seres vivos como unidades cerradas, su único producto es sí mismos. La característica más peculiar de los sistemas autopoiéticos es que se levantan por sus propios cordones y se constituyen como distintos del entorno por medio de su propia dinámica de tal manera que ambas son inseparables. Es el mecanismo que hace a los seres vivos autónomos. La sutil y aparente “ingenuidad” del concepto de riesgo en el campo de la salud en el sentido de que permiten dirigir las acciones en forma estratégica en la búsqueda de la equidad9 es necesario asumir que: - La selección de los factores de riesgo prioritarios surgen de valoraciones subjetivas (construcciones sociales) que responden a intereses muchas veces socioeconómicos y políticos, por lo que es necesario analizar críticamente la información sobre las relaciones causales riesgo-daño con la que vamos a trabajar. - De todas maneras, la gestión del riesgo no resuelve las estigmatizaciones que resultan de la categorización de los sujetos como integrantes de un grupo de riesgo. - La gestión del riesgo funciona como dispositivo que favorece los procesos medicalizadores imperantes en la sociedad actual, ya que promueve el autocuidado, mediante la reflexibilidad de sus propias biografías. - La gestión del riesgo que se ha implementado en el sistema de salud actual busca el disciplinamiento de los sujetos mediante prácticas sustentadas en un lugar de poder institucional (MSP) y profesional. Las nuevas posturas que refieren a la reducción del daño pretenden modificar esta relación favoreciendo procesos de “empoderamiento” que favorezcan las opciones personales en torno de la gestión de sus propios riesgos, lo que estaría otorgando ciertas propiedades emancipatorias al dispositivo. Estas propiedades son discutibles si entendemos al riesgo como un dispositivo biopolítico, puesto que éste, como toda construcción social, no existe en sí mismo: “el riesgo es pura forma, no contenido” (Mitjavila, 2000: 257), permaneciendo abierto a la construcción de múltiples significados sociales. Bibliografía Barrán, J. P. Medicina y Sociedad en el Uruguay del 900. Tomo 2, La Ortopedia de los Pobres. Ed. Banda Oriental, Montevideo 1993. 9 O a lo mejor debemos considerar que tenemos que trabajar en el marco de este enfoque, aun no compartiendo su utilidad, porque es el que define la institución en la que trabajamos. 33 Breilh, Jaime; Granda, E. Los nuevos rumbos de la Epidemiología. 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Por ello, poder centrar la atención en una de las marcas que el capitalismo ha venido larvadamente reflectando en los cuerpos infantiles, implica un punto relevante para la totalidad mencionada. En el Uruguay de hoy, la niñez de contexto crítico está siendo medicada de forma abusiva con reguladores del carácter**, lo cual se considera remite a procesos de sujeción de estos cuerpos dóciles. Cuerpos pequeños que hacen al mundo de la niñez, y que si intentan expresar diferencias en las formas de ser, pensar y sentir, son disciplinados desde el mundo adulto de la manera más vulgar: se los “empastilla”. Esos cuerpos, las más de las veces plenos de energía y rebosantes de exaltación, quedan tirados sobre una butaca en el aula, inamovibles y desconectados de cualquier sensación. Pero ya no molestan. 1 2 “¿Qué sociedad podrá estructurarse con individuos de cuerpos dormidos?... Una sociedad sin interacción, una sociedad que cae en el sueño es, por un lado, un conjunto de fragmentos y, por el otro, fragmentos sin ligazón alguna. La esperable pluralización de mundos de la vida del siglo XXI se profundiza en una sociedad como la nuestra que corre el riesgo de reproducir un mundo de la pobreza configurado por noindividuos, por aquellos que no tienen energías para salir de ese mundo, para salir de su estado de indefensión e interactuar con otros.” (Scribano, 2005: 108) Cuerpo y dominación Se comparte la definición de cuerpo brindada por Scribano, al plantear que: “(…) es el límite natural y naturalizado de la disponibilidad social de los sujetos; es el punto de partida y llegada de todo intercambio o encuentro entre los seres humanos. (…) El cuerpo es parte nodal de cualquier política de identidad y es el centro de la reproducción de las sociedades. Aunque parezca obvio, sin cuerpo no hay individuo, sin un cuerpo socialmente apto no hay agente y sin cuerpo no existe la posibi- * “Puesto que las cosas no se presentan al hombre directamente como son y el hombre no posee la facultad de penetrar de un modo directo e inmediato en la esencia de ellas, la humanidad tiene que dar un rodeo para poder conocer las cosas y la estructura de ellas” (Kosik, 1967: 39). ** Resulta pertinente aclarar que no se está cuestionando la medicación con reguladores del carácter en la niñez con Síndrome de Déficit Atencional, diagnosticado como tal. Sí se lo está haciendo con relación a la enorme cantidad de niños y niñas que, sin diagnóstico alguno, están siendo medicados con estos psicofármacos por “problemas conductuales”. 36 María Noel Míguez lidad del individuo de conocerse en tanto sujeto” (2005: 98). La posibilidad de pensarlos como cuerpos ontológicos, con la perspectiva de inclusión del “otro” como cuerpo en la alteridad, permite ampliar la individualidad del cuerpo como uno, en tanto “nosotros” en una relación de pensar a “otro” en su condición también de individualidad del cuerpo, sin el cual la concreción de cada sujeto no tendría retorno. En principio, se pretende lograr descifrar la conjunción de dominación con relación a estos cuerpos cargados de sensaciones y, en su devenir, cómo son comprendidos, desmenuzando su integralidad en una dialéctica entre cuerpo social, cuerpo individuo y cuerpo subjetivo. Así, la lógica de delimitación analítica se plantea desde la propuesta metodológica signada por Lourau (2001) en torno de la descomposición dialéctica del universal1, particular2 y singular3, como forma de acercamiento a la esencia del objeto. Se enmarca al cuerpo social dentro del universal, al cuerpo individuo en el particular y al cuerpo subjetivo en el singular, rescatando las definiciones que para cada uno de estos plantea Scribano, a saber: “Un cuerpo individuo que hace referencia a la lógica filogenética, a la articulación entre lo orgánico y el medio ambiente; un cuerpo subjetivo que se configura por la autoreflexión, en el sentido del ‘yo’ como un centro de gravedad por el que se tejen y pasan múltiples subjetividades y, finalmente, un cuerpo social que es (en principio) lo social hecho cuerpo” (2007: 122). Así como la descomposición en universal, particular y singular hacen a procesos del pensamiento para una lógica de exposición comprensible ante una totalidad obviamente inabarcable en su 1 “… la unidad positiva del concepto. Dentro de ese momento el concepto es plenamente verdadero, vale decir, verdadero de manera abstracta y general” (Lourau, 2001: 10). 2 “… expresa la negación del momento precedente. ... Toda verdad deja de serlo plenamente tan pronto como se encarna, se aplica en condiciones particulares, circunstanciales y determinadas…” (Lourau, 2001: 10). 3 “… la unidad negativa, resultante de la acción de la negatividad sobre la unidad positiva de la norma universal” (Lourau, 2001: 10). esencia, de la misma manera, la deconstrucción de estos cuerpos en social, individuo y subjetivo remiten al mismo proceso analítico y al supuesto que hacen al todo y, por ende, devienen en un proceso de entrecruzamiento constante. El cuerpo social enmarcado en las sociedades occidentales modernas La constitución de la razón moderna surge en un proceso generado desde el Renacimiento y tiene su culminación en el Iluminismo. Este devenir encuentra su razón de ser a partir de una complicada relación de continuidad y ruptura con las tradiciones culturales de Occidente. En este contexto, comienza a socavar en el imaginario, y en su concreción a través de la ciencia, una nueva racionalidad, instrumental en tanto racionalización de la explotación de la naturaleza en su efectividad y procesualidad; esto es, la explotación al máximo de la naturaleza para garantizar la supresión de la carencia material, siendo ésta objeto de manipulación. El punto en cuestión, y una de las promesas que se consideran incumplidas de esta razón moderna, es que no sólo no se suprimió la carencia material, sino que la emancipación prometida culminó en su contradicción, en tanto la instrumentalidad de la razón devino un boomerang en las concreciones de los sujetos, generalizándose no sólo la explotación de la naturaleza, sino la sujeción de los sujetos sobre los sujetos mismos. Esta razón ilustrada (instrumental y emancipadora) recoge y redimensiona la instrumentalidad, en tanto no es posible concebir la sociedad compleja sin instrumentos manipulatorios. En este marco se analizan los cuerpos en su ontología, permitiendo ubicarlos como productores y productos (Sartre, 2000) de la historia misma, de cada uno de los sujetos en su individualidad, y también como historia colectiva que contiene pasado, presente y futuro. Se comprende esta abstracción en tanto cuerpo social enmarcado en un proceso que contiene y expande cada una de las individua- La sujeción de los cuerpos dóciles. Medicación abusiva en la niñez de contexto crítico lidades; cuerpo social que ontológicamente es mediado y mediador de lo que en su tiempo y espacio le atraviesa como característico. En este punto es que se considera que encuentra apoyo la idea de cuerpo social mediado por una razón instrumental propia de las sociedades occidentales modernas, donde lo “normal” y “anormal” juegan una dicotomía que se entrecruza y que funciona como línea demarcatoria para conformar un imaginario de cuerpos incluidos desde un “nosotros”, y opuesta y complementariamente, cuerpos excluidos en su alteridad. Este proceso no restrictivo sólo a las corporalidades (pero que enfáticamente las constriñe), permea y es permeado por promesas emancipatorias que llevan a la dominación de unos sobre otros; a que unos soporten mecanismos de sujeción mediante dispositivos de dominación ejercidos por otros, en un entramado dialéctico que no asegura que el estar hoy aquí evita que mañana se esté allá. Devenido en un corpus concreto con reales posibilidades de conflicto social, este cuerpo social es mediado por los procesos de racionalidad instrumental mencionada. Así se comprenden los mecanismos de soportabilidad social, en tanto conjunto de prácticas tendientes a evitar el conflicto (Scribano, 2007). Sólo así se pueden entender estos procesos, estos sometimientos, estas ausencias corpóreas en el sentir cuando se es parte de la alteridad excluida. Reivindicaciones que si quisieran llevarse adelante ponen en funcionamiento el engranaje de esta gran máquina, y estos cuerpos con posibilidades presentes o futuras de levantamiento se tornan dóciles por su sujeción. En el camino transcurrido desde el siglo XVIII, estos procesos han sido contenidos de diversas formas, resultando siempre victorioso un capitalismo que se va metamorfoseando, que intimida y se introyecta cada vez más en el cuerpo social. Plasmado su juego, no habría más que rendirse ante sus encantos; porque eso pareciera que sucediera. La majestuosidad de hacer creer que el disfrute de unos pocos es la realización de la fantasía del disfrute de todos. Fantasía tal que ni siquiera 37 hace cuestionar a quien queda “del otro lado” que lo que siente, vive, le moviliza, está sujetando su condición de sujeto emancipado. Este cuerpo social, permeado en su cotidianidad por una gran máquina depredatoria de energía, continúa su marcha siendo regulado y regulando las sensaciones, las percepciones, las formas de ser y estar en las sociedades donde se ha venido expandiendo, a veces sigilosamente, otras con una furia tal que pareciera estremecer hasta a sus propios ejecutores terminales. Las sensaciones en genérico avaladas de ese cuerpo social, no son más que las de unos pocos. En este contexto pareciera tener un futuro bastante oscuro. Ese cuerpo social camina hacia un gran precipicio, con el sigilo y el cuidado ante lo desconocido, con la inseguridad provocada por la venda en los ojos, pero con la fantasía a flor de piel de una emancipación que ya llega. El cuerpo individuo transversalizado por los procesos de medicalización Lejos se está de pensar en una conspiración de unos contra otros, con roles pre-establecidos y con concreciones eternas. Se trata de un cuerpo social mediado por múltiples determinaciones, en un interjuego de acciones y no acciones, de sensaciones y percepciones, de expresiones y dichos. Un cuerpo social que encuentra su concreción en la corporalidad misma, mediado por los condicionamientos conllevados por la razón instrumental que conforman los procesos de disciplinamiento propios de las sociedades occidentales modernas. Se concretiza, entonces, un cuerpo individuo, que para el presente trabajo configura la medicación en la niñez de contexto crítico. Un cuerpo individuo tranversalizado por la sujeción de las sensaciones y expresiones a través de reguladores del carácter. Un cuerpo individuo configurado y configurando una niñez abatida por los efectos químicos, por pastillas que determinan lo qué sentir, cómo expresarse, qué hacer y no hacer. Así se va construyendo, y paralelamente resquebrajando, un cuerpo individuo visualizado como 38 cuerpo recipiente, como receptáculo que trae consigo los trazos de la historia personal, y también de la historia colectiva. Una historia puesta en ese cuerpo individuo, que le carga de contenidos y formas, propios del tiempo y espacio en el que se halle. Pero siempre teniendo presente, tal como dice Sartre, que: “La casualidad no existe, o por lo menos, no existe como se cree: el niño se convierte en tal o cual porque ha vivido lo universal como particular. (...). La infancia es la que forma los prejuicios insuperables, la que en la violencia del adiestramiento y el extravío del animal adiestrado hace que se sienta la pertenencia a un medio como un acontecimiento singular” (Sartre, 2000: 54). Ese adiestramiento, visualizado como disciplinamiento en las sociedades capitalistas, se introyecta directamente en las sensibilidades, naturalizándose de esta manera lo que se debe sentir, pensar, actuar. El deber ser derrota sin tregua al ser. El ser, sustancializado en cuerpo individuo, debe ser neutralizado. Y qué mejor que hacerlo desde la infancia, de modo que no existan dudas de qué camino tomar a futuro. “Niño violento”, “niña indisciplinada”… Un sinfín de atributos para esta niñez que parece descarriada; que precisa un adiestramiento con una forma de disciplinamiento más eficaz que la utilizada en los últimos tiempos. Una niñez que desde las instituciones que históricamente han sido la mano ejecutora y organizadora de la razón instrumental interpelan las acciones y atributos de éstas. Médicos y maestros embanderando un disciplinamiento cada vez más arriesgado y nocivo, cada vez más depredador de cuerpos y almas, cada vez más (des)legitimado. A través de formas de ser y de actuar de estos cuerpos individuo de la niñez, desde estas instituciones del mundo adulto, diagnostican un presente difícil y auguran un futuro oscuro sin posibilidades de incluirse en un “nosotros normalizado”, configurándose automáticamente como una alteridad excluida. Estos cuerpos, que ya se perciben como improductivos para el sistema capitalista del mañana, mejor dejar estancados desde el hoy. María Noel Míguez Todo sea por el derecho a reivindicar de quienes comparten sus espacios en aula (que sí serán productivos); porque quienes no molestan qué culpa tienen de compartir sus horas con cuerpos en continuo movimiento (más no sea que esta molestia sea percibida fundamentalmente por el mundo adulto y trasmitida, por ende, al mundo infantil). Al decir de Luna y Scribano: “El Capital ya no necesita de cuerpos en condiciones de reproducción de habilidades o de ejercitar las condiciones mínimas del cuerpo individuo, su objetivo es mantenerlos en la oscuridad de lo impresionante, en la disponibilidad para Otro, pero así, como miembros exiliados de su cuerpo. Esos niños ya no juegan ni falta que hace pues no hay roles que aprehender, ya no hay funcionalidad social en su desarrollo psicomotriz. La astucia del dispositivo de regulación de las sensaciones no termina ahí, pues lo más efectivo es dejar en melancolía al observador y experienciante de eso social monstruoso. Ni pobres, ni no pobres ‘pueden hacer’ nada. Aparece así, junto al mundo del NO, la sociedad de los mutilados” (2007: 35). Un cuerpo individuo, concretizado a los fines del presente en la niñez de contexto crítico que necesita ser adiestrada. Estar sentado en un pupitre en aula, siguiendo las pautas y estandarizaciones de la normalidad moderna, donde el cielo es celeste y el sol amarillo, y cuidado con cuestionar cualquier precepto. Sentarse derecho y mirando al frente. ¿Cómo lograrlo si su cotidianidad es atravesada por otras realidades? La niñez de contexto crítico tiende a pasar gran parte de sus horas en la calle, jugando y/o trabajando; exacerbando su ser en las más de las veces sin sujeción disciplinar. ¿Cómo pretender que quede neutralizado como estatua, incorporando conocimientos a veces tan abstractos, y además sin moverse? La institución educativa tiene esa misión. Hoy en día, por diversas razones, pareciera que ya no interesara comprender esencias más allá de las apariencias. Entonces, se juzgan los fenómenos, cuerpo individuo actuando, y algo hay que hacer con todo esto. Magros La sujeción de los cuerpos dóciles. Medicación abusiva en la niñez de contexto crítico sueldos, muchas horas de trabajo con aulas masificadas. Imposible contemplar la individualidad de cada niño y niña. Así, sin mayores aspavientos, se procede a derivar, como se ha dicho, reivindicando el derecho de los otros. En el Uruguay de hoy esa derivación llega directamente a los médicos pediatras de las policlínicas periféricas que, en las mismas condiciones que las maestras (magros sueldos, interminables jornadas laborales y masificación) medican a diestra y siniestra, sin ver, escuchar y ponerse en contacto con el cuerpo que tienen enfrente, aunque no tenga más que cuatro, cinco o seis años de edad (o justamente por eso). Valkote, Risperidona, Ritalina, etc., son repartidos en las farmacias de estos centros de salud como caramelos de distintos gustos, a una niñez que abre la boca sin posibilidades de quejas. Así, la producción y reproducción de la vida cotidiana, enmarcada en un proyecto (individual y colectivo), es signada por el disciplinamiento a través de la medicación con reguladores del carácter. Se naturaliza un dispositivo arbitrario para mantener un engranaje restrictivo y la eterna promesa emancipadora. Pero, ¿qué emancipación se promete a una niñez de contexto crítico medicada? ¿Se puede prometer, o sólo se espera que no se subleve en un corto o mediano plazo? Si además de la medicación, se logra que se sienta en un “nosotros” de fantasía, creyendo disfrutar mediante el consumo de superfluos bienes materiales de un capitalismo corrosivo, pareciera que el dispositivo funciona, y a todo trapo. ¿El futuro? No, no importa, al menos hoy. Posiblemente serán cuerpos que necesiten del consumo de psicofármacos o drogas cada vez más fuertes, para seguir andando; ya difícilmente siendo. Quién sabe. Pero ese será tema para dentro de unos años. No hay concreción más infalible que la de hacerle creer a este cuerpo individuo sujetado, que su accionar es improcedente, que necesita corrección y que ésta llega a través de la medicación. Se naturaliza así, no sólo lo que se debe sentir, pensar y ser; sino que quien manipula los me- 39 canismos de regulación de estas directrices son sujetos concretos, ambos de túnica blanca: médicos y maestros. El cuerpo subjetivo etiquetado por la conducta Se está ante un cuerpo subjetivo etiquetado por la conducta; un cuerpo subjetivo que se autopercibe y es percibido en su diferencia, que produce y reproduce sus procesos identitarios a partir de la medicación con reguladores del carácter. ¿Qué mejor que cercenar cualquier posibilidad desde la niñez, cuando aún las sensaciones y expresiones están más expuestas hacia el afuera y, por ende, son más factibles de controlar desde el mundo adulto? Se produce un cuerpo subjetivo que en su singularidad termina respondiendo, por las buenas o por las malas, a las formas de sentir y expresarse según lo estipulado. El cuerpo subjetivo que conforma el singular del presente trabajo resulta una proyección concretizada de hasta dónde llegan las sociedades capitalistas para mantener el orden imperante y evitar conflictos, más no sea a futuro. Se reconocen, pues, no sólo mecanismos de soportabilidad social, sino también dispositivos de regulación de las sensaciones. Este cuerpo subjetivo atravesado por mecanismos de soportabilidad social, en su concreción más específica está siendo regulado en su conducta mediante psicofármacos. Se traduce en este cuerpo una práctica puntual para evitar algún conflicto social, generándose lo que Luna y Scribano (2007, 25) plantean en tanto que “la vida social ‘se hace’ como un-siempre-así”, como viniendo del “olvido o distracción”, naturalizándose las “faltas de mediaciones que impiden la aparición del todo”. Así, “el mundo social deviene un ‘asíy-no-de-otra-manera’ que oculta mostrando y muestra ocultando”. En todo caso, las responsabilidades se singularizan en cada sujeto concreto, por lo que cada niño o niña medicada lo está por alguna razón que hace pertinente tal decisión. Al menos ese es el discurso, ¿y cómo dudar de éste? Si todo está pensado 40 María Noel Míguez para que cualquier alteración en la producción y reproducción de la cotidianidad de la normalidad moderna no sufra ningún traspié. No conforme con transversalizar este cuerpo subjetivo por mecanismos de soportabilidad social, se introducen dispositivos de regulación de las sensaciones, que “consisten en procesos de selección, clasificación y elaboración de las percepciones socialmente determinadas y distribuidas” (Luna y Scribano, 2007: 26). Ya no alcanza con que el deber ser impere sobre el ser, que la diversidad quede relegada a lo más mísero. Resulta inmanente la aprehensión de las subjetividades también, a través de lo socialmente estipulado; por lo que la funcionalidad del dispositivo se materializa en cada subjetividad, en cada proceso identitario devenido por cada uno de los sujetos. Se reconoce así lo que se denomina como dolor social4, que en la dialéctica de concreción y abstracción se va meciendo en ese vaivén que entreteje las relaciones humanas. Este cuerpo subjetivo, esta niñez medicada de contexto crítico, configurada en el alter, es signada a través del ego: en principio, médicos y maestros en tanto singularidades que ejecutan este mecanismo de disciplinamiento, más ampliamente en la sociedad en su conjunto. Así va conformando sus procesos identitarios a partir de ser ubicado en una alteridad excluyente por expresarse desde su ser de una forma que no cumple con los parámetros “normales”. Una alteridad atravesada por el dolor social, y que por ser productor y producto de su propia historia y la colectiva, reflecta la singularización de un cuerpo subjetivo constreñido y resquebrajado en un cuerpo social que no puede evitar sentirlo. Entonces, el dolor social se conforma no sólo por el cuerpo subjetivo traspolado al cuerpo social en su abstracción, sino también por aquellas 4 “El dolor social es esa interactividad y regularización de tribulaciones, desventajas y depreciaciones. El dolor social es un sufrimiento que resquebraja ese centro gravitacional que es la subjetividad y hace cuerpo esa distancia entre el cuerpo social y el cuerpo individuo. En esta sensibilidad que se construye, hay un sufrimiento que se produce como desanclaje y desconexión entre el cuerpo social, el cuerpo individuo y el cuerpo subjetivo” (Scribano, 2007: 124). otras subjetividades que ejecutan los disciplinamientos, directa o indirectamente. Así, alter (los “otros”) y ego (“nosotros”) aparecen como figuras del imaginario que se pueden contemplar en su hibridación en un cuerpo social atravesado por el dolor social. Este cuerpo subjetivo genera no sólo dolor social en su abstracción, sino que con relación a la conformación de los procesos identitarios, alienan su ser en la alteridad por la diferencia; mientras quienes las exacerban como tales por no responder a los parámetros actitudinales de la normalidad van construyendo sus subjetividades en el desplazamiento de la compasión y en la gratificación de ser parte del ego. En esa dialéctica de doloralivio, se genera otro tipo de subjetividades que también van conformando procesos identitarios que transversalizan tanto al cuerpo subjetivo, como al cuerpo social y al cuerpo individuo. En este proceso dialéctico del alter y el ego pareciera ya que la desafección es lo que los convierte a los dos en iguales. El alter naturaliza ser medicado, y el dolor que esto le genera en la sujeción de su ser; el ego naturaliza la medicación, aumentando su dolencia al malestar. El cuerpo subjetivo se vivencia, produce y reproduce en esta dialéctica, donde el dolor transversaliza la cotidianidad, y es naturalizado en su desafección. Así se va generando la desarticulación entre cuerpo subjetivo, cuerpo individuo y cuerpo social: “La exposición sostenida al dolor inicia una espiral entre parálisis, reproducción y olvido. El dolor social anestesia” (Scribano, 2007: 125). Entonces, se naturalizan las restricciones, las carencias, la sumisión del ser por el deber ser, conformándose un “cuerpo secuestrado en su propia materialidad de individuo” (Luna y Scribano, 2007: 31). Los procesos identitarios en estas subjetividades quedan remitidos a una alteridad conformada por la diferencia, por la estigmatización de sus corporalidades medicadas con reguladores del carácter. Resulta, así, una identidad transversalizada por la exclusión, etiquetada por la conducta: “En el miedo al ser como son, los sujetos perfor- La sujeción de los cuerpos dóciles. Medicación abusiva en la niñez de contexto crítico man el acto inaugural de la dominación intentando ‘escapar’ de la no verdad de la mentira, en tanto lo real horroroso de lo que son: sujetos de dominación” (Luna y Scribano, 2007: 31). No hay manera de sortear el obstáculo de ser etiquetado por la conducta cuando todos los dispositivos están específicamente apuntando a regular esta situación. Entonces, ¿cómo objetivarse en los procesos identitarios trascendiendo las “necesidades” de ese “ego normalizador”? Este cuerpo subjetivo, que construye su identidad en la alteridad, lo hace al igual que el ego, a partir de lo que Sartre denomina como la “auténtica dialéctica de lo subjetivo y de lo objetivo”, en tanto proceso de interiorización de lo externo y exteriorización de lo interno: “(...) el proyecto como superación subjetiva de la objetividad hacia la objetividad, entre las condiciones objetivas del medio y las estructuras objetivas del campo de los posibles, representa en sí mismo la unidad moviente de la subjetividad y de la objetividad, que son las determinaciones cardinales de la actividad. Lo subjetivo aparece entonces como un momento necesario del proceso objetivo (...) Así lo subjetivo mantiene en sí a lo objetivo, que niega y que supera hacia una nueva objetividad” (Sartre, 2000: 81). Siguiendo esta línea de pensamiento (más allá de las diferencias entre neomarxismo lukacsiano y existencialismo sartreano), se retoman las ideas de Agnes Heller cuando plantea que la reproducción del hombre5 particular es reproducción del hombre concreto, en tanto todo sujeto al nacer lo hace en un mundo ya constituido, ya existente, independientemente de él: “El particular nace en condiciones sociales concretas, en sistemas concretos de expectativas, dentro de instituciones concretas (...) Por consiguiente, la re5 Estos autores, al escribir en un tiempo y espacio determinado, donde las pujas por el reconocimiento de género no eran tan acentuadas, se refieren a hombres como sujetos, sin distinción de sexos. Sabido es que hoy día no corresponde utilizar la denominación masculina como genérico de lo masculino y lo femenino, pero se entiende que es dable respetar tal cual las expresiones lexicales de quienes se retoman los contenidos. 41 producción del hombre particular es siempre reproducción de un hombre histórico, de un particular en un mundo concreto” (Heller, 2002: 41). Heller se aventura hacia una precisión de mayor especificidad, diferenciando hombre particular de individuo, siendo la mediación para esta distinción la “autoconciencia”: “Todo hombre, todo particular, tiene una conciencia del yo, como tiene una determinada noción de su propia pertenencia a una especie. Pero sólo el individuo posee autoconciencia. La autoconciencia es, pues, la conciencia del yo mediada por la conciencia de la especie” (1982: 80). Se considera que éste resulta un punto fundamental en la discusión que se está planteando, en tanto la distinción entre hombre particular e individuo (autoconsciente de “la singularidad casual de su individualidad y la generalidad universal de la especie” -1982, 81-) permite discernir entre introyecciones que puedan ser entendidas como netamente egocéntricas (en el entendido del deber ser) de aquellas que, mediadas por la autoconciencia, soslayan las conductas entre el alter y el ego. Como plantea Sartre, las relaciones interpersonales dependen de otras relaciones singulares que habiliten al encuentro de una sujeción objetiva en las relaciones concretas, siendo llevada ésta no por “la presencia de los otros, sino (por lo que implicaría) su ausencia” (2000: 68). El sujeto es en relación con los otros, y en esa dialéctica va delimitando su identidad. En estas sociedades capitalistas, el cuerpo subjetivo en cuestión va construyendo su identidad en un proceso de resquebrajamiento del ser, tornándose maleable ante el ego personificado en el mundo adulto, más concretamente en aquellos representantes palpables de las instituciones del disciplinamiento: el maestro y el médico. Al decir de Scribano: “El mundo interno, el mundo de quién soy y qué puedo ser, se ve atravesado por un sinnúmero de conocimientos que se posicionan y posesionan, en principio, del umbral de entrada a la identidad: nuestro cuerpo. Un millar de recetas para parecernos 42 a nosotros mismos de acuerdo a otro, para acercarnos a la figura que más se asemeja a lo que queremos parecer siendo igual a otro. La constitución social del cuerpo es, en alguna medida, punto de partida y de llegada para la exteriorización de una identidad sumergida en nuestro dato material primordial, nuestro cuerpo. Libros, artículos y revistas completas nos dicen cómo ser cada vez más parecidos a nosotros sin reconocernos. Un conocimiento que penetra físicamente nuestro modo de ser. El régimen se vuelve decálogo y estilo de vida que muestra en qué posición y condición se debe vivenciar nuestro cuerpo” (2002: 51). Así, la dialéctica devenida en cuerpo social, cuerpo individuo y cuerpo subjetivo se configura en ese proceso de interiorización de lo externo y exteriorización de lo interno, quedando expuestos complejos mecanismos que subyugan identidades en sus primeros años de vida. Su ser etiquetado por la conducta es transfigurado mediante un deber ser que responde a una homogeneidad exigida. Esos cuerpos subjetivos que inicialmente cobraban significado por la exaltación de sus acciones, percepciones y sensaciones, quedan sujetos en su docilidad, constreñidos en su ser, transmutados en su deber ser. Reflexiones finales A lo largo del presente trabajo, se intentaron dejar en evidencia las concreciones de una niñez de contexto crítico medicada, abarrotada y sumisa para la no rebelión, mediante la sujeción del mundo adulto institucionalizador y disciplinador de las conductas homogéneas. ¿Qué se proyecta para este enorme contingente de niños y niñas que conforman el mundo adulto del mañana? Se está ante un fenómeno que ya no puede ser relegado en su análisis. Este proceso, entendido como una nueva forma de disciplinamiento de la razón instrumental moderna, es concretizado por una sociedad capitalista que subyuga las corporalidades hacia una homogeneidad necesaria para la producción y reproducción de sus pautas, valores y acciones, María Noel Míguez oportunamente condescendientes con la mercantilización de los cuerpos (y de las almas). Se exige una “normalidad” que no contempla la diversidad; más aún, se lo hace desde el discurso de los derechos, cuando contradictoriamente se está vulnerando la calidad de sujeto de aquellos que marcan una diferencia (conductual en este caso). En este contexto, aparece un cuerpo social caracterizado por un imaginario de docilidad, que media las sucesivas concretizaciones del cuerpo individuo particularizado y del cuerpo subjetivo singularizado. De esta manera, a quienes no entran dentro de los parámetros estipulados como normales se les quita la posibilidad de actuar autónomamente, constriñendo su ser al de un deber ser homogéneo; y si no, al menos se lo neutraliza. Como se ha visto, aquellos niños y niñas que manifiestan conductas diferentes a las estipuladas son etiquetados, por ende medicados: algunos, los menos, logran mínimamente “adaptarse” a lo exigido; otros, los más, quedan en la inacción, “dopados” para que no molesten. Se considera que resulta necesario no sólo exigir un cambio en estos dispositivos, sino desnaturalizar esta lógica de la impotencia, de manera que logren visualizarse alternativas viables a esta exacerbada sujeción. Porque en esta dialéctica de exteriorización de lo interno e interiorización de lo externo, cada cuerpo subjetivo que en su totalidad conforma el cuerpo social, tiene su injerencia y responsabilidad de la legitimidad de estos mecanismos cuando se opta por la inacción. Bibliografía Baudrillard, J. Figuras de la alteridad. Prometeo, Buenos Aires 2000. 126 págs. Geertz, C. Los usos de la diversidad. Paidós, Barcelona 1996. 125 págs. Heller, A. La revolución de la vida cotidiana. Península, Barcelona 1982. La sujeción de los cuerpos dóciles. Medicación abusiva en la niñez de contexto crítico Heller, A. Sociología de la vida cotidiana. Península, Barcelona 2002. Kosik, K. Dialéctica de lo concreto. Grijalbo, México 1969. Lourau, R. El análisis institucional. 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UNC, Instituto Académico Pedagógico de Ciencias Sociales. UNVM. Córdoba 2005. págs. 97-110. Vida cotidiana: categoría central para el abordaje profesional Adriana Berdía Resumen El artículo aborda la categoría vida cotidiana a partir de autores como Lefebvre, Heller y Netto, reflexionando su importancia desde su centralidad en la intervención profesional. El abordaje se realiza a partir de que, contemporáneamente, la alienación y el fetichismo de la mercancía han permeado los espacios más íntimos de las vidas de hombres y mujeres. La consideración de los actuales cambios e impactos que se han verificado en el marco de la reestructuración socioeconómica mundial, desde la posmodernidad como lógica cultural del capitalismo tardío (Jameson, 2005), impactan en las perspectivas de las prácticas sociales: cambios en la temporalidad, incremento del individualismo, escisión entre vida pública y vida privada, el dominio de la lógica del consumo, todo esto sostenido por las nuevas tecnologías. Se proponen entonces algunos aspectos teórico-metodológicos para su abordaje y estudio, con la intención de posibilitar la gestión de una práctica innovadora. Para que esto sea posible es necesario develar lo que el cotidiano encubre, con relación a la totalidad y a partir de la generación de mediaciones. “Cuanto abra la puerta y me asome a la escalera, sabré que abajo empieza la calle; no el molde ya aceptado, no las casas ya sabidas, no el hotel de enfrente: la calle, la viva floresta donde cada instante puede arrojarse sobre mí como una magnolia, donde las caras van a nacer cuando las mire, cuando avance un poco más, cuando con los codos y las pestañas y las uñas me rompa minuciosamente contra la pasta del ladrillo de cristal, y juegue mi vida mientras avanzo paso a paso para ir a comprar el diario a la esquina.”1 El presente artículo intenta, a partir de la consideración de que existen procesos de alienación típicos de la sociedad capitalista, entender en qué forma estos se manifiestan 1 Este bellísimo párrafo del cuento “Manual de instrucciones”, de Julio Cortázar, ilustra quizás más que muchos conceptos esta lucha diaria en un cotidiano alienado, y por tanto extraño. actualmente, cómo involucran la esfera de la vida cotidiana y qué desafíos plantea esto para el espacio de la profesión. Toda sociedad posee una cotidianidad, y la estructura de la vida cotidiana es diferente en cada sociedad y momento histórico (Netto, 1987). Esto implica necesariamente que los cambios macro socioeconómicos que se han producido en el mundo en las últimas décadas del siglo pasado y en el inicio del actual, han impactado en las vidas de hombres y mujeres en fase de cotidianidad. Si el periodo de expansión capitalista (1945-1973) estuvo caracterizado por un conjunto de prácticas de control del trabajo, tecnologías y hábitos de consumo y configuraciones del poder político económico, al que denominamos keynesiano-fordista; el colapso de este sistema inició un proceso de acelerados cambios, donde reinaron crecien- 46 tes grados de incertidumbre, teniendo como resultado nuevos sistemas de producción, el marketing como núcleo central del comercio, la deslocalización de capitales y mano de obra, mercados cada vez más globales y una flexibilidad tanto en la ubicación geográfica como en las prácticas de consumo. Este proceso denominado “de acumulación flexible” (Harvey, 2000) se caracteriza también por el surgimiento de sectores de producción nuevos, nuevas formas de fortalecimiento de servicios financieros y altas tasas de innovación comercial, tecnológica y organizacional. Esto posibilitó el desmonte del sistema de protección social que tenía como pilares el pleno empleo, las políticas sociales universales y la extensión de los derechos sociales (Pereira, 2003); generándose una masiva precarización del empleo que ha afectado a los países ricos, pero especialmente a los países pobres, dejando por fuera del mundo del trabajo a millones de personas, en la mayoría de los casos de manera estructural y por más de una generación. En el orden político mundial también se producen profundos cambios: con la caída de los países del bloque socialista, la creciente falta de perspectiva de los movimientos de carácter colectivo, un mundo unipolar regido por una potencia imperialista con un discurso y un accionar agresivo y belicista. Los cambios a nivel tecnológico posibilitan nuevas formas de comunicación, también de consumo y movilidad en todos los sentidos, pero fundamentalmente a nivel del capital. A esto se suma el acceso para amplios sectores de la población al uso de las nuevas tecnologías. Los cambios verificados en los sistemas de producción traen conjuntamente aparejados modificaciones ideológicas y culturales, las cuales impactan en forma directa en la esfera de la vida cotidiana. “El cotidiano no se separa de lo histórico, sino es uno de sus niveles constitutivos, el nivel en que la reproducción social se realiza en la reproducción de los individuos como tales” (Netto, 1987: 66). Adriana Berdía El capitalismo es necesariamente expansionista e imperialista, no solo tiene que llegar a todos los lugares del planeta, ni afectar todos los espacios de la producción y comercialización, sino tiene que afectar también todos los espacios de la reproducción de los seres humanos, fundamentalmente a través del consumo. Con cada crisis el capitalismo que es discontinuo pero expansivo, sufre mutaciones que lo hacen pasar a esferas más amplias de actividad (Jameson, 1998). En la actualidad, la necesidad continua de expansión del capital, de mercantilización total de la sociedad, aumenta la alienación de la vida cotidiana, o sea al penetrar la mercancía todos los ámbitos de la vida y de las relaciones humanas, se generan continuamente nuevas necesidades, proceso necesario a la manutención del sistema total, transformando los espacios y acelerando el ritmo del tiempo en sintonía con los propios procesos y necesidades de la producción capitalista. La posmodernidad como manifestación cultural del capitalismo tardío Autores como D. Harvey y F. Jameson consideran al movimiento posmoderno como una manifestación fundamentalmente ideológica y cultural que asume el sistema capitalista coincidente con el denominado capitalismo tardío (Mandel, 1979), y adopta formas específicas dentro del capitalismo en la actualidad, impactando en el cotidiano.2 Así como el capitalismo tardío no es una nueva época del desarrollo del capitalismo,3 sino el desarrollo último del capitalismo monopolista, conservando las características de la época imperialista; la posmodernidad tampoco constituye una época diferente a la modernidad, sino que tiene manifestaciones par2 El uso de los términos cotidiano y vida cotidiana se refieren a aplicaciones a diferentes dimensiones del mismo concepto, uno referido a la sociedad, otro a la vida concreta de los hombres y mujeres. 3 Esta concepción de capitalismo tardío ha sido criticada a Mandel porque su nombre solo se refiere a un ordenamiento de carácter temporal. Vida cotidiana: categoría central para el abordaje profesional ticulares insertas en una totalidad que incluye la modernidad. Uno de los aspectos que encubre esto ha sido el creciente avance en la economía del “capital financiero” por encima del “capital productivo”. Esto fue a su vez posibilitado por el desarrollo tecnológico que, puesto al servicio del capital, ha permitido un mundo cada vez más unido en los sistemas financieros. Así como también a las nuevas formas de comunicación, acompañado este proceso por crecientes formas de desterritorialización de la producción en búsqueda de lugares que ofrecieran ventajas, tanto de tipo impositivo como donde la mano de obra implicara menores costos. Pero esto no es suficiente, es necesario ampliar fundamentalmente el consumo, de ahí la necesidad de una expansión en dos niveles: uno ampliando los territorios, o sea una “expansión horizontal”, y otro a nivel “vertical” penetrando todos los ámbitos de la vida. “La especulación, la toma de ganancias de las industrias internas, la búsqueda cada vez más febril, no tanto de nuevos mercados (que también están saturados) como del nuevo tipo de ganancias asequibles en las mismas transacciones financieras y como tales: estas son formas en que el capitalismo reacciona y compensa ahora el cierre de su momento productivo” (Jameson, 1999: 188). Justamente esta etapa del capitalismo multinacional, avanzado o consumista, lleva a la ampliación al máximo de los espacios del capital hacia territorios anteriormente no mercantilizados, pero no solo a espacios físicos sino a los espacios de la propia vida de los hombres y comunidades; o sea al centro mismo de la cotidianidad: “una nueva penetración y una colonización históricamente original del inconsciente y de la naturaleza, es decir, la destrucción de la agricultura precapitalista del Tercer Mundo mediante la “revolución verde” y el ascenso de los medios de comunicación de masas y de la industria publicitaria” (Jameson, 2005: 81). A nivel de pensamiento impera una determinada lógica que no ha variado sustan- 47 cialmente y que es la primacía de la racionalidad instrumental, como ya lo hacía notar en su momento Adorno y Horkhaimer, aunque hoy esta aparece “marketizada” de manera diferente y no tan oscura, sino hasta luminosa, nueva fetichización que impide ver lo que esta misma lógica de pensamiento encubre. Cada vez más domina la concepción de la posibilidad de una acción racional por parte de los técnicos, que se apoya en la naturaleza “científica” de los instrumentos como técnicas racionales que permiten la elección de los medios adecuados para alcanzar los fines deseados. Aunque estos fines correspondan a las aspiraciones de un determinado orden social, o sea a los intereses de la clase dominante y en definitiva a la permanencia del sistema capitalista en su conjunto. El conocimiento se abstrae de su carácter clasista, transformándolo en ahistórico y por tanto esa forma de conocimiento como única y eterna. “La sociedad llamada de consumo ofrece a sus miembros el consumo de espectáculos. Estas palabras significan que la vista y el oído funcionan como órganos devoradores de imágenes y sonidos, de palabras y significaciones y que ese alimento audiovisual comporta a la vez una vasta información y una profunda frustración” (Lefebvre, 1973: 29). Todo esto contribuye a una naturalización: inmutabilidad del orden vigente, reforzado a partir de los discursos e imágenes, que en la vida cotidiana se interioriza con una ideología neo-fatalista y el desencanto. Se refuerza con visiones de carácter apocalípticas, fin de los tiempos, fin de la historia, con un determinismo sin salida que tiene como su opuesto complementario, en el multiculturalismo, o sea la concepción de que ahora todas las posiciones de la cultura son abiertas e iguales. La fetichización de la tecnología que se nos muestra es omnipotente e independiente de los objetivos y las decisiones humanas, como valor en sí mismo no como un medio desarrollado por la propia acción humana y acorde a las necesidades del capital y del orden vigente. 48 Esto genera la ilusión ideológica de una falsa autonomía de los aspectos instrumentales, parte y sustento de los actuales procesos de alienación que permean toda la estructura social en la etapa actual capitalista: “pero la relación del hombre con los fetiches se manifiesta como enajenación de sí y pérdida de sí, es esta relación la que el marxismo llama alienación” (Lefebvre, op. cit: 44). Como contraparte de este “racionalismo tecnológico”, surgen crecientes grados de irracionalismo, acompañadas de superstición y misticismo, contradicción sustentada en la racionalidad parcial e irracionalidad general de la propia sociedad. El discurso posmoderno adopta también diferentes formas de relativismo y eclecticismo, en el rechazo a la reducción instrumental de la razón crece el irracionalismo, que es acompañado de formas neo-místicas, y sustitución de lo tradicional religioso por formas trivializadas. Horóscopos, sectas, religiosidad oriental, alternatividad en todos los aspectos (energéticos, médicos, etc.) solo encubre que las formas de satisfacción por el consumo y la realización individual, lo que logran es un profundo sentimiento de insatisfacción. Pero estas formas de rechazo a la sociedad organizada y consumista no proporcionan, en la medida que son acríticas y sin una visión de clase, una identidad satisfactoria. “(...) la contradicción entre la racionalidad parcial y la irracionalidad general del capitalismo subestima la contradicción entre la valorización máxima del capital y la autorrealización óptima de hombres y mujeres” (Mandel, 1979: 498). El cuestionamiento profundo de las premisas de racionalidad y perfectibilidad humana propias de la modernidad, características de la burguesía en ascenso en los siglos XVIII y XIX, lleva a la idea de que no existe el progreso y que el hombre no es perfectible. “La paradoja de la situación actual es que la crisis de las antiguas ideologías trae aparejada una des-ideologización aparente. La desideologización significa solo la disolución de los referenciales ideológicos: re- Adriana Berdía ligión, códigos morales, humanismo. Pero esta crisis permite la introducción de nuevos mitos y nuevas ideologías, entre otras las del consumo bajo el manto de no-ideología (de rigor, de ciencia, de realidad positiva y observable, etc.). Esto no impide el resurgimiento de las viejas ideologías, que no aparecen más como representaciones sino como nostalgias y como utopías abstractas (religión, moral, estética)” (Jameson, 2005: 86). Vida cotidiana Lo cotidiano es el lugar donde los hombres4 realizan su vida, y a los efectos del estudio social es la esfera que permite comprender la interrelación entre el mundo económico y social y la vida humana (Lukács apud Heller, 2002). Inmersos en ella, la vida cotidiana se nos presenta como banal, intrascendente, todo es cotidiano y nada lo es, esto es lo que hace más dificultoso tomarla como objeto de análisis, ya que nos desafía ver a los individuos “tal y cómo actúan y cómo producen materialmente, y por lo tanto, tal y cómo desarrollan sus actividades con determinados límites, premisas y condiciones materiales, independientes de su voluntad” (Marx, 1987: 19). Desde el paradigma marxista, representado en autores como Heller, Lefebvre y Lukács, no es posible separar el tema de la vida cotidiana de la alienación, debiendo además contextualizarse históricamente. “La teoría marxiana de la alienación es una crítica de la vida cotidiana de las sociedades de clase, de la propiedad privada y de la división del trabajo” (Heller, 2002: 96). Todos los hombres tienen en común actividades que hacen a su ser natural, y que permiten su reproducción en cuanto ser particular, son aquellas que permiten su reproducción como ser biológico. “Pero el hombre particular también es un ente genérico, aunque su genericidad sea objetiva y no un reflejo” (Heller, op. cit: 115). 4 A mi pesar, utilizaré la palabra hombre en su sentido genérico, ya que así lo hacen los autores manejados. Vida cotidiana: categoría central para el abordaje profesional La vida cotidiana es el centro real de la praxis, o sea es el lugar donde se da el intercambio dentro de unas relaciones de producción determinadas (las del capitalismo) “entre producción y consumo, entre estructuras y supraestructuras, entre conocimiento e ideología” (Lefebvre, 1972:45). La reproducción del hombre particular es una reproducción de un hombre histórico en un mundo concreto. Esto implica el manejo y conocimiento de determinados “sistemas concretos de uso” que están definidos y condicionados por el mundo concreto en el que nace. La vida cotidiana es un acto de objetivación, entendiendo esta como un proceso en el cual el particular como sujeto deviene “exterior y en el que las capacidades humanas ‘exteriorizadas’ comienzan a vivir una vida propia e independiente de él introduciéndose a través de mediaciones en el desarrollo histórico del género humano” (Heller, op. cit.). Los componentes ontológico-estructurales (Netto, 2000) de la cotidianidad son: Heterogeneidad: es por esto que su centro solo puede ser particular, de esto se desprende que en sí misma no tiene un valor autónomo, cobra relevancia en el contexto del proceso histórico sustantivo de una sociedad. Esta heterogeneidad se refleja en la relación entre esferas heterogéneas, de diversos tipos de actividades que implican el dominio y desarrollo de capacidades y habilidades diversas. Inmediatez: los hombres debe responder activa y espontáneamente en la vida cotidiana frente a los estímulos que el mundo les presenta, o sea hay una relación directa entre pensamiento y acción. Superficialidad: las dos determinaciones anteriores implican que al hombre cada fenómeno se le presenta de manera total, pero se capta solo la apariencia (superficie) sin poder acceder a la totalidad de las relaciones que sustentan estos fenómenos. “Todo hombre nace en una situación concreta, y por ello el campo de sus alternativas está siempre bien definido” (Heller, op. cit: 105). Esto no implica ni determinismo, o sea que no 49 puedan modificarse estas circunstancias, ni falta de responsabilidad, solamente que es necesario tener en cuenta estas condicionantes al entender el accionar humano. Las circunstancias en las que los hombres desarrollan su vida son las relaciones y situaciones sociohumanas, mediadas por las cosas. “La idea de que los hombres hacen ellos mismos su historia, pero en condiciones previamente dadas, contiene las tesis básicas de la concepción marxiana de la historia: la tesis de la inmanencia, por una parte y por otra la de la objetividad” (Heller, 1985: 19). Cotidiano y alienación El hombre en la vida cotidiana actúa como ser entero, la unidad de su personalidad se desarrolla toda en la vida cotidiana, o sea el hombre es totalidad particular en la vida cotidiana. En la medida en que, a partir de la división del trabajo, se pierden las mediaciones entre el hombre particular y la totalidad unitaria del hombre, esta se escinde, siendo la escisión primaria y básica la que divide burgués (ámbito privado) del ciudadano (ámbito público). Esta es la esquizofrenia social que caracteriza a la sociedad burguesa. La igualdad de carácter puramente formal, en un marco de “libertad universal”, se realiza sobre una base de desigualdad económica y social, con la universalización de la esclavitud de la mercancía: “total negación de la libertad humana por las relaciones sociales de producción reificadas” (Meszáros, 1981: 129). Esta esquizofrenia transforma al individuo en individualista, es decir, “un individuo que cree que exclusivamente su autorrealización constituye una actividad genérica, o sea, el que afirma que él representa al género humano: un monarca absoluto del desarrollo de la personalidad” (Heller, 2002: 145). En la sociedad capitalista la vida cotidiana (aunque no toda la vida cotidiana) se encuentra alienada, porque la esencia humana se encuentra alienada, esto no quita los mo- 50 mentos de valor que tiene esta vida que son los propios momentos de la realización humana particular, o sea donde un hombre concreto se hace hombre. El hombre supera la dependencia de la naturaleza a través del desarrollo de las fuerzas productivas, cuanto más desarrollados son estas fuerzas productivas -y el estado máximo de desarrollo que conocemos es el capitalismo- mayor es la libertad humana sobre la dependencia directa natural. Pero al mismo tiempo aparece una nueva ley “natural” para el orden burgués que genera una nueva esclavitud, y se manifiesta haciendo aparecer naturalizados el propio orden de producción capitalista y sus relaciones sociales (Meszáros, 1985). La alienación no es una condición propia y específica del capitalismo, “el grado de alienación de una sociedad dada depende en gran medida de la posibilidad del hombre medio de realizar en la vida cotidiana una relación con la genericidad y el grado de desarrollo de esta relación cotidiana” (Heller, 2002). En realidad, la teoría marxiana de la alienación está centralizada en la crítica de la vida cotidiana, porque donde es máxima la convergencia entre el desarrollo de las fuerzas esenciales de la sociedad concreta y del hombre, con respecto a otras sociedad precedentes, también es máxima la alienación de la esencia humana. El máximo grado de alienación implica que esta afecta no solo el ámbito de la producción sino el ámbito de la reproducción. La reificación es la forma por excelencia (sin desaparecer formas anteriores) que la alienación adquiere en esta fase del capitalismo y la esfera donde esta impacta más fuertemente es en la vida cotidiana, dado que en esta etapa la organización capitalista de la vida penetra todos los intersticios de la vida individual, o sea desborda la esfera de la producción, domina la circulación y consumo y articula una inducción en el comportamiento en la totalidad de la existencia, o sea todo el cotidiano se torna “administrado” (Netto, 2000). Adriana Berdía “El es la reificación misma: la forma que reifica y no la cosa en tanto que objeto. No se puede decir en forma menor que el sistema es alienante. Es la alienación suprema en tanto que borra la huella de la alienación, el sentimiento y la conciencia del desgarramiento de sí mismo, que llega hasta recuperar el sentimiento y la conciencia de la alienación bajo la forma de nostalgia, de añoranza, de obras entretenidas, de revueltas anodinas” (Lefebvre, op. cit: 115). Esto no es nuevo, solo son nuevas las formas, ya pensadores como Marcuse nos habían hablado de que la felicidad no puede estar asociada a la satisfacción de determinadas necesidades, porque estas necesidades también son producto de un momento histórico preciso. “La definición de la felicidad como situación de satisfacción completa de las necesidades del individuo es abstracta e incorrecta en la medida en que se considera a las necesidades en su forma actual como dato último” (Marcuse: 1970, 118). Si bien están en coexistencia con otras formas de alienación, y algunas adquieren especial preponderancia con relación a la vida cotidiana en la actualidad, sustentada en las propias manifestaciones ya desarrolladas que adopta la denominada condición posmoderna. Identificación de vida cotidiana con vida privada El culto a la vida privada como separada y dividida de la vida pública, y como lugar de realización del individuo, sostiene el pensamiento de lo individual aislado de lo colectivo, reforzando de esta manera el orden establecido con una interiorización escapista. En esta engañosa forma de negación aparece el orden vigente como incuestionado y fortalecido, entre otras cosas porque en un mundo unipolar que se muestra sin alternativas de cambio, este orden aparece como el único posible. Todo esto se manifiesta en crecientes grados de desmovilización, falta de partici- Vida cotidiana: categoría central para el abordaje profesional pación, creciente incredulidad en proyectos de carácter colectivo, más allá de manifestaciones puntuales más asociadas a la venta de imágenes que a procesos reales de cambio.5 El cotidiano entonces es el lugar de la evasión, favorecido por los medios tecnológicos desarrollados que permiten un aislamiento del mundo pero que aparece mistificadamente como un contacto con el mundo total. Toda la información del mundo se puede recibir en el living de una casa, o todos nos podemos conectar, comunicar, enamorar con alguien que no conocemos y que quizás no conozcamos nunca en un cara a cara, obrando muchas veces en forma escapista de la vida cotidiana que no aparece como transformable. La insatisfacción entonces se muestra como propia de la naturaleza humana, producto de problemas psíquicos o de falta de trascendencia religiosa y no como la insatisfacción del hombre en un orden que no permite su realización. Porque no existe la posibilidad de realización de un hombre individuo sino del hombre genérico que se ve perdido en estos escapismos, alienado en no poder ver esta realidad, creyente de que aunque lo desee de otra manera, la realidad de este mundo es la única posible. La vida aparece como dividida en términos contradictorios y separados, división que se corresponde con la propia división de la sociedad burguesa entre hombre y ciudadano, entre el avance tecnológico y el retroceso en términos de desarrollo humano, entre civilización y barbarie. Esto lleva al aislamiento entre los hombres, transformado en individuo, aislado de su condición de clase. No es posible una vida cotidiana aislada porque el hombre se realiza también en la vida cotidiana, ya es el lugar de la realización de las necesidades vitales, de los sentimientos, pero que se aliena en la medida en que se identifica con la vida privada de manera reduccionista. 5 Me refiero claramente a todos los encuentros antiglobalización, foro social que pueden tener valor en la medida en que se trascienda el propio hecho y no sea un acto mediático más que refuerce justamente aquello que critica. 51 La propia heterogeneidad de la vida cotidiana hace que sea vivida solo desde la singularidad de la vida de cada hombre, aunque si bien no es posible salirse de este cotidiano el trascender hacia una visión genérica implica un proceso de homogenización. Esto es posible para Lukács, a partir de tres formas privilegiadas de objetivación por las cuales los procesos homogenizadores superan la cotidianidad: el trabajo creativo, el arte y la ciencia, estas objetivaciones no cortan la cotidianidad pero la suspenden. Es claro que la mayoría de los hombres y mujeres no trascienden en su particularidad hacia aspectos genéricos de la vida humana e igual con el manejo de las capacidades y habilidades que les da la vida cotidiana, y el sustento de su ser natural (biológico) recorren su vida. “Para la mayoría de los hombres la vida cotidiana es la vida” (Heller, 2002). En la actual fase del capitalismo hay un énfasis cada vez mayor en la privacidad, generando un culto mayor a la autonomía individual, sumado al incremento de papel como consumidor, este aspecto adquiere cada vez más valor para la perpetuación del sistema capitalista de producción. “Este tipo de alienación y reificación, produce una apariencia engañosa de independencia para el individuo, una apariencia de autosuficiencia y autonomía, trasforma el ‘mundo individual’ en un valor absoluto, en abstracción de la relación de ese mundo con la sociedad, con el ‘mundo exterior’” (Meszáros, op. cit: 233). Se glorifica entonces como valor central de la sociedad el desarrollo individual, la realización egoísta, apareciendo mistificadamente como posible la realización individual sin la necesidad de la realización del conjunto social, a nivel ético la naturaleza humana se muestra (mistifica) como privatizada, fragmentada, aislada y esto sirve para absolutizar, como inevitable, un orden donde la realidad humana es la de la soledad, donde los hombres combaten unos contra otros, donde se ven sometidos de una forma que se muestra 52 sin salida a estar sometidos a “apetitos artificiales” y al dominio de las cosas sobre los hombres. Esta premisa de autorrealización personal, independientemente del resto de la sociedad y de la comunidad, es justamente la premisa liberal que cada vez se hace más fuerte en nuestros días, que se ve reforzada por las imágenes que dominan la comunicación en nuestro tiempo, eslóganes como “hacé la tuya” o “el poder de uno” marcan las formas de realización personal. “Es dentro de las posibilidades del capitalismo tardío que la gente vislumbra ‘la gran oportunidad’, ‘va en su busca’, gana dinero y adopta nuevas formas de reorganizar las empresas (igual que los artistas y los generales, los ideólogos o los dueños de las galerías)” (Jameson, 1999: 71). Identificación de vida cotidiana con esfera del consumo En este caso el consumo no es una categoría económica si no posee carácter valorativo, o sea, se refiere a la actitud y conducta. Si bien el consumo tiene lugar en la vida cotidiana y cada vez más en la medida en que en una mayor producción este se incrementa, la vida cotidiana no está orientada hacia los objetos sino hacia las personas. Y en la medida en que la vida cotidiana se encuentra alienada el consumo se convierte en una forma de pasividad, de inacción, relacionado con la cotidianidad como hecho histórico y no como categoría central de esta. Como ya dijimos el sistema capitalista tiene como lógica suprema la obtención de lucro, esto lleva continuamente a la generación de nuevas necesidades en los hombres, lo que Marx denominaba “apetitos imaginarios”. En una lógica de propiedad privada estas nuevas necesidades sólo pueden ser satisfechas a partir del tener, y al mismo tiempo nunca son satisfechas por lo cual la insatisfacción general crea nuevas necesidades de tener. “La propiedad privada nos ha hecho tan estúpidos y unilaterales que un objeto solo es nuestro cuando lo tenemos, cuando existe Adriana Berdía para nosotros como capital o cuando es inmediatamente poseído, comido, bebido, vestido, habitado, en resumen, utilizado por nosotros. Aunque la propiedad privada concibe, a su vez, todas esas realizaciones inmediatas de la posesión sólo como medios de vida y la vida a la que sirven como medios es la vida de la propiedad, el trabajo y la capitalización” (Marx, 1985: 148). Los que no pueden consumir no dejan de estar impactados por la generación de estas necesidades a las que no tienen acceso, ya que el consumo a través de la publicidad presenta todos los días aquello a lo que no se tiene acceso. Esta vasta información solo puede generar una profunda insatisfacción pasiva no transformadora. “Desde luego que la diferencia entre vivir en nuestra sociedad y en su inmediata anterior no es tan drástica como la de abandonar una función y asumir otra. En ninguna etapa la sociedad moderna pudo prescindir de que sus miembros produjeran cosas para consumo, y desde luego en ambas sociedades se consume. La diferencia entre las dos etapas de la modernidad es ‘solo’ de énfasis y prioridades, pero esa transición introdujo diferencias enormes en casi todos los aspectos de la sociedad, la cultura y la vida individual” (Baumann, 1999: 105). No se trata de que no exista ni sea necesario el consumo, no se trata tampoco de un rechazo nihilista a los avances tecnológicos y las ventajas de la cultura y la civilización, sino que esto se transforme en la única vía posible de la satisfacción humana. El problema entonces no es el consumo, sino que la felicidad sea entendida como un consumo hedonista, generado a partir de necesidades artificiales y la obsolescencia artificial de los productos. La publicidad tiene un rol central a partir de plantear la salvación por la posesión de los objetos, reforzando la ilusión de que esto lleva a la felicidad y a la realización personal. Esta es la forma radical de alienación que adopta el capitalismo tardío. Sucumben en esto la capacidad crítica y la conciencia política, en un hedonismo egoísta y narcisista. Vida cotidiana: categoría central para el abordaje profesional Esta manipulación de la publicidad que genera nuevas necesidades destinadas a incrementar el consumo, adopta nuevas formas a través de imágenes que son facilitadas por los cambios tecnológicos de los mass media y de la informática, que entra hasta lo más profundo de la vida de los hombres, no quedando ni espacio ni tiempo sin ser tocados por ella. Es más, algunos pensadores denominan a esta sociedad como “sociedad de los medios de comunicación” (Vattimo, 1990). Esta expansión de los medios de comunicación y, por su intermedio, de la publicidad y el marketing, tiene un doble sentido económico, el penetrar en nuevas áreas a través de un consumo masivo, pero también de transformarse en sí mismas en áreas económicas pujantes. “Así, cualquier nueva teoría general del capitalismo financiero tendrá que extenderse hacia el reino expandido de la producción y el consumo culturales de masas -a la par con la globalización y la nueva tecnología de la información- son tan profundamente económicas como las otras áreas productivas del capitalismo tardío y están igualmente integrados en el sistema generalizado de mercancías de este” (Jameson, op. cit.: 190). Tiempo sin temporalidad Uno de los aspectos característicos de nuestra época son los cambios en la consideración del espacio y tiempo, teniendo especial énfasis los cambios en el ritmo del tiempo: “nuestra vida cotidiana, nuestra experiencia psíquica y nuestros lenguajes culturales están actualmente dominados por categorías más espaciales que temporales, habiendo sido estas últimas las que predominaron en el periodo precedente del modernismo propiamente dicho” (Jameson, 2005: 40). La cotidianidad es propia de cada momento histórico porque habla de la vida particular de hombres singulares, pero de momentos y continuidades históricas. El tiempo en la vida cotidiana es antropocéntrico (Heller, 1977), o sea, se percibe 53 como el ahora obrando como sistema referencial para el hombre particular y su ambiente. Existe un tiempo natural, el que se refleja en las propias variaciones de la naturaleza, día y noche, las distintas estaciones, que a su vez los hombres han dividido a través de diversos acuerdos, es decir, una división social del tiempo. Cuanto más avanzado el estadio de una formación social menos pesarán las divisiones naturales y más las convencionales acerca del tiempo. Este tiempo a su vez en la sociedad moderna capitalista se coordina y está marcado por las necesidades del trabajo, y así tendremos el tiempo del descanso y el tiempo del trabajo, el tiempo previsto para el ocio o las vacaciones. “Los teóricos del mercado de la actualidad, sin embargo, introducen las mismas fantasías en defensa de una sociedad de mercado a la que ahora se supone en cierto modo ‘natural’ y profundamente arraigada en la naturaleza humana; lo hacen contra los esfuerzos prometeicos de los seres humanos por tomar la producción colectiva en sus propias manos y, mediante la planificación controlar su futuro o al menos influir sobre él y modificarlo (algo que ya o parece particularmente significativo en una posmodernidad en la que la experiencia misma del futuro como tal ha llegado a parecer endeble, si no deficiente)” (Jameson, op. cit.: 102) Sin embargo, siempre existe una percepción subjetiva o particular de este tiempo y una hora puede parecer un día o una semana un segundo, este devenir del tiempo en cotidiano se manifiesta de una forma siempre presente donde los hechos extraordinarios, lo no cotidiano se recupera e impacta de forma singular. Esta oposición también plasmada culturalmente se podía también observar en la forma de mostrar de forma pintoresca la oposición entre un primer mundo, con tiempos acelerados dedicados a la producción y al consumo, con un tercer mundo enlentecido e incapaz de incorporarse a los desafíos que el mundo presentaba, fetiche que justificaba porque existía esta diferencia, entre un mundo dinámico y desarrollado y otro atrasado con el correspondiente subdesarrollo que esto conllevaba. 54 Adriana Berdía En la modernidad los procesos apuntaron hacia el futuro, por lo que fue necesario romper con la tradición con el pasado; en la actualidad, el planteo posmoderno nos invade con la sensación, al no haber progreso, de la pérdida del futuro, entonces solo queda el presente. “En nuestro contexto actual, esta experiencia sugiere las observaciones siguientes: la ruptura de la temporalidad libera súbitamente este presente temporal de todas las actividades e intencionalidades que lo llenan y hacen de él un espacio para la praxis, aislado de este modo, el presente envuelve de pronto al sujeto con una indescriptible vivacidad, una materialidad perceptiva rigurosamente abrumadora que escenifica fácticamente el poder del significante material -o mejor dicho aun, literal- totalmente aislado” (Jameson, 2005: 66). Todo se transforma en instantáneo, en fútil, hasta las relaciones humanas más cercanas se ven afectadas por esta idea de presente perpetuo. Aportes para el Trabajo Social Considerando que la vida cotidiana de los hombres singulares y la sociedad en fase de cotidianidad son un “locus” privilegiado para la intervención y análisis de la práctica del trabajador social, esbozaré6 algunos aspectos de carácter teórico-metodológico para su abordaje. Esto se sustenta en que es en el cotidiano donde se da la reproducción de las relaciones sociales: él es expresión de un modo de vida en el que no solo se reproducen sus bases, sino también que se posibilita la gestión de una práctica innovadora. Para que esto sea posible es necesario develar lo que el cotidiano encubre, su relación con la totalidad, generando mediaciones. 6 Este artículo presenta un esbozo muy sumario y limitado, se ha hecho una opción abarcativa que lleva a limitar la profundización de los conceptos sabiendo que se corre el riesgo de que se quede a nivel de titulares, pero siendo esto un desafío a profundizar en la temática planteada. El cotidiano es el terreno de lo posible y es también el lugar donde transformar la realidad, justamente la posibilidad que tiene la práctica profesional de estar en las condiciones del cotidiano de los sectores subalternos, le genera condiciones excepcionales de conocimiento. Abordaje crítico La vida cotidiana es la expresión del mundo del inmediatismo, de las cosas singulares; en esta esfera, la universalidad queda oculta por la dinámica de los hechos pareciendo cada uno explicarse a sí mismo, obedeciendo entonces a una causalidad caótica. El acercamiento debe realizarse con una actitud crítica que implica develar la banalidad y aparente intrascendencia de los actos diarios de la vida a partir de mediaciones que permitan la reconstrucción no fetichizada de lo que aparece como fragmentario a partir de un abordaje de totalidad. El abordaje desde el método dialéctico implica una serie de movimientos de lo abstracto (real-caótico), representación caótica de la realidad, a lo concreto (real-pensado) combinando representaciones reales con observaciones empíricas. Es necesario abordarla desde el trinomio singular, universal, concreto, solo así es posible reconstruir el movimiento de la realidad en el pensamiento. Desde este lugar es posible quebrar la aparente inevitabilidad de ciertas naturalizaciones que quitan el poder transformador de la praxis humana, más allá del concreto, del día a día y a partir de su caracterización sociohistórica. El quiebre de las falsas divisiones (formas mistificadas también) entre la intervención y la producción académica, se da a partir de poder suspender el cotidiano abordándolo de manera crítica. “El análisis crítico de lo cotidiano revelará unas ideologías, y el conocimiento de lo cotidiano incluirá una crítica ideológica, y por supuesto una autocrítica perpetua” (Lefebvre, 1972: 40). Vida cotidiana: categoría central para el abordaje profesional 55 Totalidad como categoría central La construcción de mediaciones La totalidad no es la suma de las partes, sino un gran complejo constituido de complejos menores. Quiere decir que no existe en el ser social el elemento simple, todo es complejidad. Partiendo del individuo, que parece ser la menor unidad de la totalidad social, se puede decir que es un complejo portador de variaciones infinitas, por lo tanto de gran complejidad. Cada complejo social o totalidad parcial se articula en múltiples niveles, y mediante múltiples sistemas de mediaciones se articula a otros conduciéndonos a una secuencia real y también lógica para entender la totalidad concreta. Sin embargo, lo que varía es la forma de comprender la totalidad, que puede ser cerrada y acabada, o abierta y móvil. En el caso de una concepción cerrada se excluyen otras totalidades, la totalidad es única negando las otras, se presenta a sí misma como sistema. Y no solo es única, sino también acabada, se niega la idea de movimiento, de devenir, de dialéctica. Dentro de la concepción de la totalidad como abierta, esta puede incluir otras totalidades, la totalidad se desdobla contradictoriamente en un concreto material, en el caso de una concepción cerrada, no hay desdoblamiento posible no existe la contradicción, siendo entonces una concepción de carácter metafísico. Cuando trasladamos el concepto de totalidad a las ciencias sociales, esto se complejiza, ya que la noción de totalidad desde el punto de vista filosófico debe ser aplicada a un dominio concreto, generando problemas y a la vez riquezas. Esta totalidad que es unidad y multiplicidad indisolublemente ligadas, constituyendo un todo, se manifiesta en cada hecho del cotidiano, pero se manifiesta oculta en toda su riqueza por la banalización de la repetición de los actos diarios de la vida. La única forma de poder comprender esto es dialécticamente, ya que sea un fenómeno o hecho, no alcanza porque es manifestación, apariencia. O sea, lo que es necesario descubrir no es qué hay detrás de ello sino qué hay en ello de la totalidad, lo esencial en la apariencia en la manifestación. La mediación será estudiada como una de las categorías centrales de la dialéctica, inscrita en el contexto de la ontología del ser social, con una doble dimensión ontológica (que pertenece a lo real) y reflexiva (elaborada por la razón) (Pontes, 2003). Se refiere a los procesos existentes en la realidad objetiva, presentes en las relaciones que ocurren entre las partes, fuerzas y fenómenos de una totalidad. Es necesario comprender que cuando hablamos de totalidad nos referimos a algo dinámico en constante movimiento, generado a partir de las propias contradicciones que engloba esta totalidad. La mediación no es una síntesis sino un camino que articula, implica apartarse de posturas rígidas y congeladas que no permitirían abordar la dinámica de los procesos sociales. La categoría mediación contribuye al abordaje de lo complejo de los fenómenos reales, por tanto a la intervención del Trabajo Social. Desde un abordaje que procura la transformación de la realidad es necesario conocerla y también es necesario un equipaje teórico-metodológico complejo como la realidad que se aborda. “En esta perspectiva, la (re)construcción del objeto profesional implica necesariamente: la reproducción en el plano ideal del movimiento de constitución histórico-sistemático del campo de intervención profesional, partiendo de las formas singulares de aparición de los fenómenos y proyectándolos en el campo de las determinaciones universales, la captación de la manifestación de la legalidad social en la realidad en que se inserta el campo de intervención” (Pontes, 2003: 213). Trascender los componentes ontológico estructurales A los efectos de poder conocer la cotidianidad y por tanto intervenir, es necesario superar lo que habíamos denominado como componentes ontológicos estructurales. 56 Heterogeneidad, que es la apariencia en que se nos muestra lo cotidiano en un primer acercamiento, podrá ser superado a partir de las construcción de las mediaciones que permitan su reconstrucción como totalidad concreta y su vinculación histórica. Esta heterogeneidad se refleja en la relación entre esferas heterogéneas, de diversos tipos de actividades que implican el dominio y desarrollo de capacidades y habilidades diversas. La inmediatez, que lleva muchas veces a que el cotidiano inserte demandas que deben tener respuestas inmediatas, debe ser superada a partir de la reflexión ya que toda respuesta, aun la más inmediata, implica una referencia en la conciencia y siempre existe un acto de intencionalidad. Superficialidad, vincular lo que aparece como concreto tomando en cuenta la totalidad en la que está implicado, implica la suspensión del cotidiano por medio de un proceso de suspensión de la acción hacia la conciencia, solo de esta manera podemos escapar a las ataduras que los hechos con su aparente exterioridad nos presentan. Este complejo teórico-metodológico nos brinda la posibilidad de que la práctica puede, a pesar de estar limitada por las circunstancias socio-históricas en las que se desarrolla, trascender hacia la praxis social. Ella supone un proceso humano que se despoja de la conciencia común, de la práctica utilitaria, espontaneísta, y gana un nivel superior de conciencia que se expresa en una acción creadora, transformadora, productiva y gratificante (expone al sujeto como ser total en el mundo y con el mundo) (Vázquez, 1986: 19). Considero que este es el gran desafío para la investigación e intervención profesional, el abordaje de la vida cotidiana me parece una esfera rica para su realización, pero el arsenal teórico-metodológico es aplicable a otras esferas del conocimiento de la realidad. Adriana Berdía Por último, algunas ideas y problematizaciones Todos estamos inmersos en este cotidiano y por tanto somos afectados por su forma alienada; el conceptualizarlo en la conciencia no nos aleja de vivirlo y de estar sometidos diariamente a las dificultades que este nos presenta, por lo cual la primera reflexión en este cierre de ideas se refiere a los problemas que afectan al propio profesional. El creciente reinado de la imagen a ser consumida, los cambios en el sentido del tiempo, implican nuevos desafíos para la intervención profesional. Otra problematización, ya desde el campo de la intervención, es la significación de los crecientes grados de individualismo (que ya fueron expresados) para la práctica social transformadora y para la generación de proyectos participativos de carácter colectivo. La profesión entonces tiene un carácter contratendencial a la ideología dominante, y es desde este lugar que se nos plantea la necesidad de ser cada vez más creativos en los medios de intervención y cada vez más críticos y aumentar el rigor teórico-metodológico en la producción académica. Estamos en un momento donde somos, muchas veces en forma pasiva, invadidos por crecientes grados de irracionalidad y relativismo que afectan el conocimiento teórico; muchas veces como espejitos de colores vacíos de contenido que son comprados ante la falta de crítica sustantiva en una marketización aun del conocimiento académico. El desafío es develar las mistificaciones que se encuentran a través de conceptos como “el fin de la historia”, la “muerte de las metanarrativas”, naturalizaciones que perpetúan el orden burgués vigente planteándolo como el único posible restando la posibilidad de cualquier acción de tipo transformador. Por último, pero no menos importante, algunas ideas para investigar la categoría de vida cotidiana: »» Cambios en la sociabilidad que generan los cambios en el mundo del trabajo, tan- Vida cotidiana: categoría central para el abordaje profesional 57 to desde los sectores obreros como desde los proyectos colectivos y en especial desde el mundo de los jóvenes a partir de la díada trabajo vivo-trabajo muerto. »» A nivel de la familia, cambios en los roles, futilidad en las relaciones, la “labour” como trabajo no productivo, cambios en el rol femenino. »» La cotidianidad de algunos proyectos colectivos (cooperativismo de vivienda) y cómo han sido impactados por los cambios a nivel de la universalidad. El cotidiano es un espacio contradictorio, es el lugar donde se viven las peores miserias y soledades, pero es también la esfera potencial de transformación, este es el gran desafío desde una mirada que no ha perdido la expectativa en los cambios pero sabe la dificultad que estos presentan en palabras de A. Heller: “(se) debe ser capaz de luchar durante toda la vida día tras día, contra la dureza del mundo”, o como decía Cortázar jugarse la vida cuando se va a comprar el diario a la esquina. Esto también implica la recuperación de la pasión por la vida. Jameson, F. El posmodernismo o la lógica cultural de capitalismo avanzado. Paidós, Buenos Aires 2005. Bibliografía Marx, C. y Engel S. F. Obras escogidas. Tomo 1. Editorial Cartago, Buenos Aires 1987. Anderson, P. Los orígenes de la posmodernidad. Anagrama, Barcelona 2000. Baumann, Z. La globalización: consecuencias humanas. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires 1999. Foster, H. La posmodernidad. Editorial Kairos, Barcelona 1985. 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Se trata de una relevancia por “defecto” y por tanto con dificultades para transformarse en un espacio que aporte a los procesos de integración social, como muchas veces se señala. Se entiende que los límites de la referida relevancia del territorio, han sido escasamente debatidos prevaleciendo en cambio una mirada “romántica” del mismo. Introducción Desde hace unos años se asiste al auge del desarrollo de la dimensión territorial en el análisis de los problemas sociales, siendo las formulaciones sobre la descentralización, el desarrollo local o el capital social, algunas de ellas. En muchas oportunidades, estas formulaciones sobre lo territorial han tenido dos características fundamentales. Por una parte, han tendido a autonomizarse de la realidad social más amplia, de la cual es parte y expresa. Las transformaciones en el territorio y en la valoración que de él se hace operan con independencia de los aspectos que las explican, llevando en muchos casos a hacer de lo territorial “la” cuestión social y no como aquí será entendido, una expresión de ella. Por otra parte, han estado connotadas de forma exclusivamente positiva. Se ha insistido en los potenciales recursos (institucionales y de los habitantes) a ser movilizados por instancias más pequeñas que aquellas derivadas de los Estados nacionales, así como en la posibilidad de dar cuenta de la diversidad de expresiones existentes en el territorio. Asimismo, el espacio territorial es visualizado como un ámbito potencialmente integrador, a partir de la crisis en el mundo del trabajo. Esta revalorización de lo territorial, coincide con el cambio de modelo de desarrollo que viene procesando América Latina, desde los años 80, y que se expresa -entre otros procesos- en los cambios en el mundo del trabajo (con aumento del desempleo, la informalidad y la precarización del trabajo) y en las políticas sociales. Señala Barba Solano (2004: 15) que la crisis económica de 1982 y la necesidad de crédito, le dio a Washington una posición fuerte y el resultado desde la perspectiva de Washington tuvo mucho éxito, con un cambio general en la formulación de políticas. Se redefine el escenario para la intervención estatal y se consolidan nuevos actores globales y locales, quienes ponen en marcha una agenda económica y social distinta a la 60 de la industrialización vía sustitución de importaciones y sintetizada en el “Consenso de Washington”. Este promovía un capitalismo de libre mercado y la apertura comercial, a través de una serie de reformas estructurales encaminadas a corregir los desequilibrios fiscal y externo, privatizar los bienes y servicios públicos, liberalizar el comercio, desregular el mercado laboral y financiero, y reformar los sistemas tributario y de pensiones. En cuanto a la agenda social, señala el autor, que la misma fue establecida por el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo a través de una serie de recomendaciones para enfrentar la pobreza sin poner en tela de juicio el funcionamiento del mercado. Estas indicaciones han llegado a conformar un nuevo paradigma de bienestar en la región. En éste las políticas adquieren un carácter residual, porque la agenda social subraya el papel central del mercado en la producción y distribución del bienestar social y rechaza la intervención estatal en los mercados laborales, los subsidios públicos a la producción o la tendencia a fijar políticamente algunos precios. La política social se subordina a imperativos de disciplina fiscal y presupuestal. Se enfatiza la conveniencia de descentralizar el gasto y los programas sociales y se le confiere un papel fundamental a la inversión en capital humano. El enfoque residual se expresa también en la reducción de la cuestión social a problemas de pobreza extrema, necesidades básicas insatisfechas o vulnerabilidad social y no a la producción y distribución de bienestar. Los individuos más pobres se convierten en los referentes de la política social, excluyendo al resto de la sociedad, que conforman la categoría de “la no pobreza extrema”. En congruencia con lo anterior, los apoyos son concebidos para que los beneficiarios resuelvan por sí mismos sus problemas, aprovechando las oportunidades que brinda el mercado. Pese a esta coincidencia, los procesos referidos han sido poco puestos en relación y por esto su vinculación es el objeto de este artículo. Se considera que en la actualidad lo Ximena Baráibar Ribero territorial adquiere una importancia fundamental y distinta a la que tuviera en el anterior modelo de desarrollo. Pero se entiende que la misma no se deriva de los aspectos positivos, sino que se trata de una relevancia “por defecto”. El aumento de la exclusión y la pobreza, tienen expresión en el territorio amplificando su importancia a partir de un doble movimiento. La dimensión territorial adquiere relevancia a partir de las ausencias, básicamente las derivadas de la desestructuración del trabajo y las protecciones sociales. Y también debido a que un conjunto de “respuestas” a estas ausencias, toman lo territorial como su punto de anclaje, lo que vuelve a darle importancia. La actual centralidad dada a la dimensión territorial, más que anunciar el descubrimiento de recursos y potencialidades hasta ahora desconocidos, anuncia la crisis de los mecanismos de integración social que fueran consolidados a partir de la mitad del siglo XX. Se considera que es necesario contribuir a problematizar la señalada autonomización de lo territorial de procesos sociales más amplios, los que si por una parte explican los cambios en el territorio, por otra parte operan de límites para su potencialidad. Esto tiene que ser debatido en contextos que colocan en las comunidades y el desarrollo local expectativas desmedidas. Junto a esto y entendida la relevancia del territorio “por defecto”, su análisis adquiere importancia a partir de lo que denuncia siendo una forma de aproximarse a procesos más generales. Aun en aquellos países donde la fractura social constituye una marca de origen, se asiste a una fuerte desestructuración de las formas de vida colectiva que durante décadas marcaron el ritmo de las relaciones sociales. Esta realidad, presente en toda América Latina, adquiere dimensiones particulares en los países del Cono Sur. La consolidación de la ciudad posfordista, conlleva enormes implicancias socio-espaciales, que se expresan en el reforzamiento de la segregación territorial la que pone al descubierto las consecuencias de la desarticulación de las formas anteriores de sociabilidad y los modelos de socialización que estaban en la Tan cerca, tan lejos: Acerca de la relevancia “por defecto” de la dimensión territorial base de una cultura más igualitaria que la actual (Svampa, 2004: 71). Las referidas implicancias se expresan en territorios poblados de ciudadanos, que “aunque cerca, están lejos”. Se trata de una reflexión sobre los barrios populares, debido a que es fundamentalmente en estos donde se han colocado las expectativas de respuesta a variados problemas sociales. Y es también en estos que se entiende opera una relevancia “por defecto”. No se trata de un rescate de la sociabilidad heterogénea propia del anterior modelo de desarrollo, sino de expectativas puestas en espacios territoriales cada vez más empobrecidos y homogéneos, a partir justamente de la crisis de ese modelo de desarrollo.1 Este artículo se organiza en cuatro partes. En la primera y segunda parte, se destacan las formas en que los cambios en el mundo del trabajo y en la provisión de protección social se vinculan con el territorio. Luego de esto, se problematizan las posibilidades que tiene lo territorial para constituirse en un espacio integrador. Finalmente, junto con una síntesis de lo trabajado, se destacan algunos desafíos planteados para el Trabajo Social. 1. De la fábrica al barrio2 El actual modelo de desarrollo ha generado como una de sus manifestaciones, la desestructuración de la sociedad salarial, entendiendo por esta una sociedad en la cual la mayoría de los sujetos sociales tienen su inserción social relacionada al lugar que ocupan a partir del trabajo, o sea, no solamente su renta, sino también su estatus, protección e identidad (Castel, 1997: 414). Esta desestructuración de la esfera del trabajo remite a la desaparición de millones de empleos de baja calificación bajo la presión de la automatización, la competencia de la mano de 1 Esto no implica asimilar segregación territorial a pobreza. La segregación territorial no solamente tiene que ver con los movimientos (y sus consecuencias en la transformación de la ciudad y la sociedad) que realizan los sectores de bajos (o nulos) ingresos, sino también con lo que hacen los sectores de ingresos altos y medios. 2 Svampa, 2005: 160. 61 obra barata y el desplazamiento del centro de gravedad económica hacia los servicios. También implica el deterioro y la dispersión de las condiciones de empleo, remuneración y protección social para los asalariados, salvo para aquellos de los sectores protegidos (Wacquant, 2007: 304). Entienden Castel (1997) y Wacquant (2007: 306, 207) que es la propia naturaleza de la relación salarial lo que ha cambiado, de manera que el empleo ya no ofrece una garantía sólida de protección contra la pobreza, incluso para aquellos que acceden a él. Con el desarrollo del empleo de tiempo parcial, los horarios rotativos y flexibles, los trabajos temporarios, asociados a una disminución de los derechos y de la cobertura social, la erosión de la protección sindical, la expansión de escalas salariales a dos velocidades, el resurgimiento de los talleres de explotación intensiva y los salarios de miseria, el propio contrato de trabajo se ha transformado en una fuente de fragmentación social y de precariedad. Si durante la expansión fordista, la relación salarial ofrecía una solución a los dilemas planteados por la marginalidad urbana, bajo el nuevo régimen se la debe considerar parte del problema a resolver. Estos aspectos impactan en el territorio de diversas maneras. Por una parte, la pérdida o reducción de ingresos, así como el aumento de la informalidad, hacen que el acceso a soluciones habitacionales en las áreas formales de la ciudad sea cada vez más difícil. No existe estabilidad laboral que permita organizar la estabilidad habitacional. En otros casos, al descender los ingresos, se produce una reorganización del presupuesto familiar, “liberando” ciertos gastos como el de la vivienda y los consumos básicos, al pasar a habitar la periferia de la ciudad. Por otro lado, el aumento del desempleo y de las ocupaciones precarias, implican -entre otros aspectos-, para quienes viven esta situación, una mayor presencia en el territorio donde habitan, dado que sus presencias fuera son escasas e intermitentes. Quien no trabaja se desplaza poco en tanto no tiene 62 lugar donde ir ni recursos para desarrollar actividades alternativas al trabajo (paseos, visitas de familiares, etc.). El lugar en el que se vive y no el trabajo se transforma en el espacio estable. De esta forma lo territorial cobra potencia por defecto: es el lugar donde están los pobres. Se trata de un espacio que se desarrolla por abandono, por inexistencia del espacio laboral. De acuerdo con Svampa (2005: 160, 168) los procesos mencionados fueron ampliando la distancia entre el mundo del trabajo formal y el mundo popular, cuyo corolario fue el quiebre del mundo obrero y la progresiva territorialización y fragmentación de los sectores populares. Este proceso, que la sociología argentina ha sintetizado como el pasaje de la fábrica al barrio, señala el ocaso del universo de los trabajadores urbanos y la emergencia del mundo comunitario de los pobres urbanos. El barrio fue surgiendo como el espacio de acción y organización, y se convirtió en el lugar de interacción entre diferentes actores sociales, desarrollando acciones cada vez más desvinculadas del mundo del trabajo formal. Al ser el lugar donde los pobres están y al ser un espacio que no se articula con aquellos derivados del trabajo, lo territorial adquiere relevancia, una vez más, por defecto. Buena parte de la vida de los pobres, tiene que ver con lo que pasa en el territorio, lo que genera una diferencia con lo ocurrido en el anterior modelo de desarrollo. En este, la vida de los trabajadores pobres del Cono Sur latinoamericano se caracterizaba por combinar densidad urbana con una capacidad relativamente alta de absorción de empleo en la industria y el sector público. En ese contexto, los trabajadores pobres mantenían vínculos más estables con el mercado de trabajo y compartían más servicios y espacios públicos con los estratos medios que lo que lo hace actualmente la media de pobres urbanos de esas ciudades (Kaztman, 2003 b: 14-15). De acuerdo con Merklen (2005: 115) a falta de otros vínculos de pertenencia y de solidaridad institucionalizados, las clases populares construyen su identidad alrededor de una comunidad local, Ximena Baráibar Ribero aspecto este reforzado por el carácter comunitario de la asistencia. De esta manera, la relevancia de la dimensión territorial más que expresión del descubrimiento de potencialidades ignoradas, lo es de problemas en la integración social. La promesa de que el trabajo se constituiría en la vía privilegiada para la integración social, pierde actualidad para la población que no logra establecer vínculos, estables y protegidos, con el mercado de trabajo, para servir de plataforma a estos procesos. El trabajo formal pierde su papel como referente central para la organización de la vida cotidiana, para la provisión de disciplinas y regularidades, a la vez que el progresivo aislamiento tiende a hacer cada vez más difusas las señales que desde la sociedad global indican caminos accesibles a personas de baja calificación para alcanzar condiciones dignas de vida. El mundo laboral ha operado como la principal fuente para la adquisición de derechos sociales, lo que se reflejó en la extensión de la cobertura y variedad de las prestaciones asociadas al trabajo, así como el mejoramiento de su calidad. También ha proporcionado experiencias básicas de ciudadanía, de valoración de la contribución al funcionamiento de la sociedad y de defensa de intereses colectivos a través de acciones sindicales. Actualmente, se debilita su rol como articulador de identidades, como generador de solidaridades en la comunidad laboral y en las instituciones que de allí derivan. La reducción de las formas estables de participación en el mercado y el debilitamiento de sus organizaciones cierran fuentes importantes de construcción de derechos, perdiendo también relevancia como promotor de ciudadanía (Kaztman, 2003 a: 10,19). En suma, y de acuerdo con Svampa (2005: 49, 294), las transformaciones señaladas implicaron una mutación de las pautas de integración social y trajeron una nueva matriz caracterizada por la polarización y la heterogeneidad social. Como consecuencia, el paisaje urbano también reveló transformaciones importantes, adoptando formas territoriales cada vez más radicales, ilustradas por el pro- Tan cerca, tan lejos: Acerca de la relevancia “por defecto” de la dimensión territorial ceso de autosegregación de las clases media y alta, así como por la segregación obligada de un amplio contingente de excluidos del modelo, reflejada en la multiplicación de los asentamientos irregulares. El ámbito local se transforma en la caja de resonancia de los efectos negativos del modelo. El aumento de la pobreza y la profundización de las desigualdades, se expresan en el territorio y también el aumento de la conflictividad social de estos derivada (Clemente y Girolami, 2006: 50). 2. La territorialización de la protección social Las transformaciones en el mundo del trabajo se articulan con cambios en la presencia del Estado, expresadas en modificaciones en el sistema de protección social. Esto también genera impactos en el territorio, el que adquiere -nuevamente por defecto- relevancia. Aquí interesa analizar la ampliación de la vertiente asistencial (en detrimento de la seguridad social) en la protección social, las modificaciones en las esferas de provisión de bienestar, así como en las formas de gestión de las políticas sociales. Los países latinoamericanos precedieron a las corrientes reaganistas y thatcherianas en la desarticulación de los antiguos modelos de desarrollo económico y en la aplicación de los modelos neoliberales expresados en el Consenso de Washington. Estas políticas se basaron en la reducción del tamaño del Estado, la liberalización de la economía, la apertura de los mercados, las privatizaciones, la flexibilización de las relaciones laborales. Las reformas tuvieron como principal efecto poner fin a la injerencia del Estado en la economía, desactivar los sistemas de protección social y desarticular la intervención de los sindicatos. La crisis de la deuda externa dejó a los Estados latinoamericanos en una situación de dependencia financiera que indujo a los gobiernos al recurso de los organismos internacionales de crédito, los que se transforman en un nuevo actor en el campo de la cuestión 63 social. Actúan a nivel intelectual, tanto en la producción de datos como de herramientas conceptuales. Luego actúan a nivel de acceso a la ayuda financiera, ya que una buena parte de la misma es condicionada por la toma de iniciativas de lucha contra la pobreza, lo que estimula la adopción de su punto de vista (Merklen, 2005: 122). Con este telón de fondo y como fuera señalado, una de las manifestaciones de la transformación del sistema de protección social se vincula con la ampliación de la vertiente asistencial. Derivado fundamentalmente de los cambios en el mundo del trabajo, la relevancia de la dimensión territorial está dando cuenta del quiebre de la seguridad social dentro del sistema de protección social. Señala Boschetti (1997: 28) que en el Estado social, la pobreza y la inseguridad social encuentran respuestas a través del desarrollo de un sistema de protección social basado en la articulación de dos lógicas de cobertura social: junto a la asistencia, se desarrollan los seguros sociales. Históricamente, la asistencia social presenta características específicas: derecho no contributivo, selectivo, condicional, en la mayoría de las veces relacionado a la idea de dependencia e incapacidad para producir. Los seguros sociales, a diferencia de la asistencia, se impusieron como derechos contributivos, basados en la relación entre trabajo estable y el derecho a obtener acceso a la protección social. Las transformaciones en el mundo del trabajo, ponen en cuestión la vertiente contributiva de la protección social, abriendo paso a la asistencial. El desplazamiento de la seguridad social y la creciente relevancia de la asistencia tiene un correlato en el territorio. Este adquiere menos relevancia por las supuestas potencialidades existentes que porque la asistencia es territorializada. Señala Castel (1997: 40,62) que el campo de la asistencia está delimitado a partir de dos vectores fundamentales: la incapacidad para trabajar y la relación de proximidad entre quienes asisten y son asis- 64 tidos. El indigente tiene más posibilidades de obtener socorro cuando es conocido, cuando entra en las redes de vecindad que expresan una pertenencia a la comunidad. Entiende Castel (1997: 469) que la relación laboral fordista, implica -entre otros aspectos- la inscripción del trabajador como miembro de un colectivo dotado de un estatuto social, superando la fragilidad contractual y permitiendo la reducción progresiva del carácter personalizado e individualizado del vínculo de trabajo. Se trataba de un proceso de desindividualización que inscribía al trabajador en regímenes generales y protección social y permitía una estabilización de los modos de vida. Esa desindividualización permite la desterritorialización de las protecciones. Las nuevas protecciones se colocan en un registro distinto del promovido por las protecciones cercanas de la asistencia, donde sólo se obtenía seguridad a través de la pertenencia territorial. El seguro despersonalizaba y al mismo tiempo deslocalizaba las protecciones, instaurando una asociación inédita entre seguridad y movilidad. Si llenaba las condiciones que lo convertían en derechohabiente, el trabajador podía estar igualmente asegurado en cualquier ciudad. El resquebrajamiento de la seguridad social y la emergencia de la asistencia, implica entonces un retorno a la reterritorialización de la protección social, al espacio territorial como ámbito fundamental en el cual se desarrollan las políticas y programas sociales. Esto por la razón ya señalada: es el ámbito donde la gente está de manera estable. Si existe trabajo formal, es posible pensar en programas sociales fuera del lugar donde se vive, básicamente en la órbita del trabajo. Ante esta realidad, diversos programas sociales se desconcentran, procurando acercar los servicios a las distintas comunidades. A esto se suman los programas emblemáticos surgidos en el marco de situaciones de “crisis en la crisis” -programas que garantizan alguna forma de renta y los de alimentación-, los cuales se desarrollan fundamentalmente en el marco de administraciones locales. Ximena Baráibar Ribero Entiende Merklen (2005: 110,119) que un nuevo sistema de protagonistas en las políticas sociales (el Estado descentralizado y reformado, las organizaciones internacionales y las ONG y organizaciones de habitantes) se engrana con un desplazamiento de la problemática social, expresada en el corrimiento de la problemática del trabajador hacia la del pobre. La cuestión social será sinónimo de pobreza, lo que no se deriva necesariamente de una observación objetiva del fenómeno, puesto que otros aspectos (como el aumento del desempleo y la degradación de la relación salarial) fueron observados sin que pasaran a integrar las problematizaciones o las estrategias para hacer frente a los nuevos retos. La denominación de pobres de los que eran considerados trabajadores comporta una redefinición de los problemas sociales y del campo de lo posible en el ámbito de la acción. En el contexto analizado, esta redefinición de los problemas sociales, se expresa en dos ámbitos con impactos en el territorio. En primer lugar, en un reordenamiento de las esferas que potencialmente proveen bienestar social. Para las perspectivas liberales, debe tenderse a la reducción de la esfera del Estado, siendo el mercado el ámbito en el que deben resolverse las necesidades sociales. En caso de una falla de este, se espera que sean las familias y comunidades las que respondan a las mismas. Entiende Svampa (2005: 89) que la ciudadanía reservada a los excluidos es de carácter restringida, se trata de un “modelo participativo-asistencial”. Este implica políticas focalizadas, omnipresencia del Estado y participación en redes, expresado en la exigencia de auto-organización comunitaria. Una de las recetas para combatir la pobreza consiste en impulsar el desarrollo de redes comunitarias locales, con el objetivo de generar formas de participación ciudadana y estrategias de “empoderamiento” entre los más vulnerables. En similar sentido, para Merklen (2005: 113) pensar la agenda social en términos de lucha contra la pobreza tiene como una de sus consecuencias fijar la mirada sobre los pobres, trabajando menos sobre los Tan cerca, tan lejos: Acerca de la relevancia “por defecto” de la dimensión territorial dinamismos sociales que configuran la causa del empobrecimiento. En el mejor de los casos, se pretende promover las asociaciones de habitantes y se habla del empoderamiento, lo que implica una invitación a los pobres a participar en la gestión de su propia asistencia. Finalmente, la vinculación entre protección social y territorio es potenciada por el cambio en la matriz de políticas sociales. Las respuestas construidas a partir de las perspectivas neoliberales, implican abandonar las pretensiones universalistas para focalizar las acciones sobre las categorías de pobres más afectadas por las dificultades. Las políticas sociales son orientadas hacia los distintos grupos que deben asistirse y sobre los diferentes tipos de problemas sociales asociados con la pobreza, lo que genera además una multiplicación de programas sociales. Se trata de ayudar a los sectores de la población desamparada y para eso “es necesario estar sobre el terreno” (Merklen, 2005: 125). La focalización debe acompañarse de una descentralización del Estado en beneficio de los gobiernos locales, permitiendo mejorar las políticas en términos de costos e impactos. Entienden Clemente y Girolami (2006: 16,20-21) que este cambio está relacionado con cuestiones económicas y políticas derivadas fundamentalmente de la reforma del Estado, como la reducción de los gastos en el nivel central y la transferencia de responsabilidades a las provincias y municipios y la pérdida de importancia gradual del Estado nacional como agente de desarrollo. En este marco, se vuelve importante considerar las especificidades locales para el diseño y la gestión de las políticas públicas, en vistas del reconocimiento de la necesidad de gestión de la diversidad, siendo el municipio una instancia privilegiada. Un segundo argumento a favor de la descentralización refiere a la relevancia del aumento de la participación social. Señalan las autoras que al binomio democracia/ desarrollo local se agrega el principio de superación de la pobreza, lo que implica desarrollo de la comunidad, focalización y participación social (particularmente 65 de los pobres). En suma, este enfoque instala la idea de un municipio capaz de movilizar recursos locales y reconoce diferencias técnicas y administrativas que se pueden superar por medio de planes de desarrollo. A su vez, se pondera la capacidad de establecer redes de cooperación entre las ONG, las organizaciones comunitarias y los beneficiarios de los programas sociales. Se incentiva la visión de un desarrollo autogenerado que ignora las condiciones objetivas que tienen la mayoría de los gobiernos municipales para establecer sus estrategias económicas. De esta manera, los cambios a nivel estatal, la redistribución de los papeles de los actores encargados de la provisión de bienestar y la nueva problematización de lo social en términos de pobreza, se ven acompañados por un aumento de la relevancia de las ONG y de las asociaciones de beneficiarios. La existencia de organizaciones de base territorial no constituye una novedad. Los rasgos distintivos en la actualidad se derivan del aumento de las mismas en detrimento de otras modalidades organizativas y su ubicación en el entramado de prestaciones sociales, lo que también potencia el ámbito territorial. En un estudio sobre organizaciones territoriales en Argentina, realizado por Clemente y Girolami (2006: 50-55), estas fueron agrupadas en dos conjuntos. Por un lado, organizaciones tradicionales que responden a una configuración ligada al fomentismo y al vecinalismo. En estas, la idea de progreso constituye la principal motivación y su acción se encuentra centrada en el desarrollo urbano ligado a la provisión de infraestructura, equipamiento, vivienda y servicios. Por otro lado, fueron identificadas nuevas expresiones asociativas que se desarrollan para enfrentar la pobreza y el desempleo, cuyo motivo básico de nucleamiento está centrado en la satisfacción de necesidades de subsistencia. Dentro de este segundo grupo, un conjunto importante de organizaciones corresponde a aquellas que encontraron en el territorio un espacio de agregación de demandas que anteriormente se manifestaban en el campo laboral. Como 66 consecuencia de los procesos de desempleo y desafiliación, son dos las principales motivaciones para el agrupamiento en el territorio. La primera está dada por la posibilidad de acceder a recursos que permitan mayores niveles de satisfacción de necesidades. La acción de las organizaciones comunitarias está dirigida fundamentalmente a la resolución de necesidades y demandas antes garantizadas por las políticas sociales del Estado de bienestar y la relación salarial estable. La situación de crisis, constituye el principal factor de contexto y el impulso para que se activen nucleamientos en el espacio comunitario. La proximidad territorial constituye el primer punto de vinculación entre los miembros de la organización y un lugar de reconocimiento de objetivos compartidos. El otro factor ya fue señalado y refiere a la implementación de programas sociales del Estado con focalización territorial. En el surgimiento de las nuevas organizaciones se combina la crisis económica y de ingresos con el modelo de gestión asociada de las políticas sociales y las políticas focalizadas de asistencia y las prácticas de beneficencia, que han contribuido al nucleamiento en el territorio. Como fuera señalado con relación a las organizaciones sociales la segunda novedad refiere a su ubicación dentro de las prestaciones sociales. Entiende Merklen (2005: 126) que la participación de las organizaciones barriales en la gestión de las políticas sociales es mucho más antigua que la reorientación de las políticas públicas. Para el autor, la novedad procede de varios factores reunidos por la coyuntura en la que se inscriben las estrategias de lucha contra la pobreza. En primer lugar, la precarización del empleo y el deterioro de los sistemas de protección social dejan a una cantidad creciente de familias fuera del alcance de los antiguos sistemas sociales apoyados por los sindicatos y el Estado: los mismos que se tenían por trabajadores, hoy son invocados como pobres. En segundo lugar, alentados por las nuevas orientaciones políticas, los Estados se propusieron construir este tipo de interlocutor político. El estatuto de las organizaciones locales cambia, se las reconoce como un Ximena Baráibar Ribero “capital social” del que los gobiernos no pueden ignorar ya la existencia. En tercer lugar, las nuevas estrategias contribuyeron a modificar la relación con lo político de las clases populares. El juego triangular entre agencias internacionales, ONG y gobiernos convoca a las organizaciones locales como actor privilegiado, lo que refuerza a las organizaciones de base territorial así como el juego político local. De esta manera, el pasaje de la fábrica al barrio se fue consolidando a través de la articulación entre descentralización administrativa, políticas sociales focalizadas y organizaciones comunitarias, lo cual trajo una reorientación de las organizaciones locales (Svampa, 2005: 184). Políticas desconcentradas y descentralizadas, focalizadas y con participación de los beneficiarios, canalizan recursos a partir de una lógica de proyectos, lo que implica cursos de acción limitados en el tiempo y en el espacio (lo que también potencia el territorio) y la intención de luchar contra la pobreza en función de necesidades y de objetivos que deben ser definidos localmente y que deben desencadenar dinámicas destinadas a volver más autónomos a sus beneficiarios. Sin embargo, los proyectos de lucha contra la pobreza no permiten nunca que algo sea conquistado. Asociaciones y grupos de habitantes permanecen en una perpetua búsqueda de recursos que son distribuidos demasiado puntualmente para que puedan inscribirse en una dinámica de regularidad social (Merklen, 2005: 128129). 3. ¿Nuevo fundamento para la integración social? Como fuera señalado, este artículo parte de considerar que la dimensión territorial ha adquirido en los últimos años una gran relevancia en el análisis de los problemas sociales, estando asociado a valoraciones positivas, llegando a ser indicado como un posible ámbito de integración social. En este apartado interesa analizar en qué medida esto es posible, lo que debe ser realizado a la luz de los cambios en el mundo del trabajo y en la Tan cerca, tan lejos: Acerca de la relevancia “por defecto” de la dimensión territorial matriz de políticas sociales, tal como fueron desarrollados. Merklen (2005: 176) destaca la inestabilidad como una característica del mundo popular. Para el autor, las fuentes de esta inestabilidad son la relación con el trabajo y las instituciones públicas. Las condiciones de trabajo y la seguridad del empleo, junto a las instituciones públicas, fueron el germen de una estabilidad que permitió organizar historias individuales e intergeneracionales. Fue la articulación entre el mundo del trabajo y la institucionalización de las protecciones sociales a través del derecho que permitió conjurar una gran parte de las inseguridades sociales. Actualmente, y como fuera analizado, se asiste a la introducción de nuevas fuentes de inestabilidad. Si la precariedad de las relaciones de trabajo se sitúa en el corazón de las irregularidades, la orientación de las políticas sociales no es menos productora de inestabilidad. Las estrategias de lucha contra la pobreza, inscritas en la lógica de proyectos, no permiten estabilizar la vida de los individuos ni constituirse en los soportes necesarios para su soberanía. En lugar de modificar la situación contra la cual luchan, estas estrategias terminan reforzando las lógicas de funcionamiento ya instaladas en los barrios pobres (Merklen, 2005: 129,170, 193). Señala Merklen (2005: 156,182) que la forma y el tipo de institución, así como las actividades institucionalizadas son determinantes del lugar que lo local adquiere en la integración social de los individuos. Cuanto más amplias y comprensivas son las estructuras universales, más pierde el barrio en importancia como constructor de identidad y sostén de los individuos y de las familias. Cuando los soportes de orden societal son menos sólidos, lo local toma el relevo a través de diversas formas de relaciones de proximidad. El barrio puede resultar la vía privilegiada de formación de la identidad cuando los lazos de integración social no son lo suficientemente sólidos, como en el caso de todos los barrios asociados a formas de exclusión social, en los que los lazos tejidos en el marco de solidari- 67 dades barriales ocupan los espacios vacantes dejados por las instituciones. Entonces, en espacios caracterizados inestablemente por el empleo y las instituciones, el barrio puede constituir el sostén básico de los individuos, la base principal de la estabilización de la experiencia. Este ofrece al individuo un marco de inscripción social territorializada en el que los habitantes encuentran, por una parte, una estructura relacional que les sirve de soporte y por la otra, un lazo con los servicios, la ciudad y las instituciones. Permite por tanto hacerse de un lugar en el mundo y en gran medida afrontar de manera colectiva los problemas engendrados por la precariedad, reduciendo los estados de vulnerabilidad. Señala Merklen (2005: 137) que las constataciones anteriores conviene relativizarlas. La inscripción territorial permite -a veces- resistir algunos de los efectos más perversos de una individualización anómica que amenaza a los más débiles de una desafiliación completa. Las estructuras relacionales constituidas a partir de la inscripción territorial, sustituyen las fallas de las otras modalidades de inscripción colectiva. Sin embargo, el carácter masivo de la vulnerabilidad plantea problemas imposibles de resolver en el marco de las solidaridades locales. Ante la pobreza y la precariedad, la ayuda mutua no puede bastar para colmar los déficit de una situación a la que son abandonadas las familias. Los lazos locales de solidaridad no pueden propulsar a los individuos a una plena integración en la sociedad moderna. Los límites de lo local son de dos naturalezas diferentes. El primer tipo de límites se desprende del hecho de que las regulaciones de la vida del barrio se realizan en gran medida fuera de éste. La mayoría de las regulaciones de la vida social corresponden al dominio institucional, especialmente al del Estado, incluso en las sociedades en que el Estado está poco presente. El segundo tipo de límites proviene del hecho de que la participación de los individuos en la sociedad no puede hacerse exclusivamente en el dominio de lo local. Si el barrio puede constituir un territorio de ins- 68 Ximena Baráibar Ribero cripción, no puede bastar nunca para organizar por entero la vida del individuo. El barrio se constituye en una muralla defensiva frente a la pobreza y la inestabilidad en la que está inmersa la experiencia social, permitiendo poner pie en tierra firme a sectores sociales que de otra manera se encontrarían en el mayor desarraigo. No obstante, esta estrategia de integración opera a través de una inscripción en la ciudad que en sí no puede colmar los déficit de integración engendrados por otros registros de lo social. No da acceso más que a una inserción de tipo marginal, aunque más no sea porque la relación con el trabajo pasa por otras vías (Merklen, 2005: 169, 191). esos ámbitos, pero también dado que el TS mira con “romanticismo” ciertos trazos de las políticas sociales, sin la suficiente problematización de los mismos: se entusiasma rápidamente con el discurso de la autonomía y con las lógicas de contrapartida; concibe los territorios como lugares llenos de potencialidades; se entusiasma también con el traslado creciente de las intervenciones a los procesos de coordinación, promoción, etc., en tanto tiene dentro de sí miedo a los programas asistenciales y gusto por los educativos y los promocionales; y finalmente también confía en la autogestión de los pobres como mecanismo de salida de la pobreza (Baráibar, 2005: 163). 4. Desafíos para el Trabajo Social y síntesis final En el territorio desarrolla su acción profesional con población que producto -entre otrosde la pérdida y/o precarización del trabajo viene sufriendo un constante deterioro de sus condiciones de vida, manifestándose en un aumento de la desigualdad y la pobreza. Estas situaciones generan un aumento de demandas al Estado, en el mismo momento en que este cambia su manera de estar presente (ampliación de su carácter residual y transitorio, deterioro de la calidad y de los dispositivos existentes y ampliación de los procesos de desmaterialización de las políticas sociales). Mayores demandas al Estado en la provisión de bienes y servicios sociales, implican mayores demandas a los trabajadores sociales. Si aumentan el desempleo y el número de pobres, habrá cada vez más gente cuya vida transcurre casi exclusivamente en el territorio donde vive y solamente con quienes comparte ese territorio. Por otra parte, la desconcentración y más en general, lo territorial como ámbito de desarrollo de políticas y programas sociales, que permitiría acercar bienes y servicios sociales a quienes tienen dificultades para su acceso, puede terminar consolidando mayores procesos de segregación en tanto la gente queda cada vez más “encerrada” en su territorio. Es posible observar un creciente proceso de aislamiento de las comunidades más pobres y de su gente, de desarrollo de competencias sociales solamente habilitantes A partir de la constatación de la relevancia que la dimensión territorial ha adquirido en los últimos tiempos, este artículo tuvo como objetivo analizar su vinculación con los cambios en el mundo del trabajo y el nuevo modelo de políticas sociales. Se considera que la relevancia del territorio deriva menos de las supuestas potencialidades que el mismo tiene, que de las ausencias que denuncia, siendo por tanto una relevancia “por defecto”. Los procesos analizados impactan en el ejercicio profesional del Trabajo Social, en tanto las políticas sociales constituyen el espacio ocupacional de la profesión y las poblaciones pobres, el sujeto fundamental a quien se dirige el accionar de los trabajadores sociales. El Trabajo Social se coloca entre las expectativas desmedidas puestas en el ámbito territorial y la realidad de quienes allí habitan. Si por una parte esas expectativas provienen como mandatos externos, por otra existen dentro de la propia profesión, lo que las termina reforzando en muchas oportunidades. Por otra parte, las modificaciones en la administración de las políticas sociales no ocurren por fuera de la profesión. En los procesos de descentralización y focalización, los trabajadores sociales tienen un rol relevante. Este deriva de la ubicación privilegiada en Tan cerca, tan lejos: Acerca de la relevancia “por defecto” de la dimensión territorial para operar en el territorio en que se habita con la creciente sensación de lejanía de la ciudad y por tanto de resquebrajamiento de la ciudadanía. Señala Procacci (1999: 38) que el significado de ciudadanía que opera en esas políticas es el de integración local. La ciudadanía se convierte en una cuestión de sociabilidad, de animación activa; conductas cuyo marco es el emplazamiento donde se produce la exclusión. Los recursos materiales y simbólicos disponibles en los barrios populares tienden a empobrecerse, lo que obliga a preguntarse por el potencial del espacio territorial. A esto es posible sumar las advertencias señaladas por Castel (1997: 475) quien entiende que la localización de las intervenciones recobra una relación de proximidad entre los participantes, que las regulaciones universalistas del derecho habían desdibujado. Para el autor, las prácticas de la asistencia constituyen un buen esquema para captar el retorno a lo local en las políticas de inserción. La novedad de estas políticas no excluye algunas homologías con la estructura de la protección cercana. Para el solicitante se trataba siempre de hacer reconocer su pertenencia a la comunidad. Se pregunta el autor sobre las garantías de que los nuevos dispositivos no den origen a formas de neopaternalismo. Sin la mediación de los derechos colectivos, con la individualización del socorro y el poder de decisión fundado en el conocimiento recíproco otorgado a las instancias locales, se corre el riesgo de que renazca la vieja lógica de la filantropía: promete fidelidad y serás socorrido. Por otra parte, la apuesta a la auto-organización de los pobres, forma parte de un enfoque que encapsula el problema de la pobreza y propone su superación a partir de activar los recursos locales. Entienden Clemente y Girolami (2006: 21) que en contextos de aumento de la desocupación y la pobreza y de concentración de la riqueza, esto resulta bastante improbable. Se establece que la planificación y la participación social generan desarrollo, independientemente de las variables sociales y económicas locales y su contexto regional. 69 En cuanto a la emergencia de las organizaciones territoriales, generalmente tiende a establecerse una relación (perversa) entre crisis y participación. Cuanto mayor es la situación de crisis (por tanto, de dificultad para el acceso a recursos a través del mercado), mayor es la dependencia de la asistencia y más centradas están estas organizaciones en la sobrevivencia. La lógica de proyectos y las propias condiciones de vida de la población, refuerzan una lógica centrada en la sobrevivencia. No se trata de organizaciones enmarcadas en horizontes que trasciendan la emergencia y por tanto, lo inmediato. Esta realidad lleva -nuevamente- a preguntarse sobre qué es posible de esperar del nuevo tejido social surgido en territorios empobrecidos y organizados en torno de proyectos contingentes. El Trabajo Social (no exclusivamente) avanza escasamente en la problematización de las tensiones instaladas en el territorio, no visualizando que las intervenciones sociales “fallan” mucho menos por problemas técnicos u operativos que debido a que la importancia adquirida por el territorio es al mismo tiempo su límite. Como fuera señalado en la introducción, analizar el territorio es un camino para analizar transformaciones más generales. Los actuales procesos de segregación territorial, así como la relevancia del territorio “por defecto” dan cuenta de la crisis de los mecanismos de integración social. Señala Svampa (2004: 60, 77) que la inversión del anterior patrón socioespacial aparece vinculado al colapso del antiguo modelo de acumulación y a su reemplazo por una matriz diferente. Lo propio de los antiguos modelos societales (fundamentalmente del modelo Estado céntrico, que caracterizó la etapa de sustitución de importaciones) fue limitar las asimetrías sin poder anularlas del todo. Los diagnósticos actuales dan cuenta de la afirmación de un tipo societal que refuerza los procesos de fragmentación existente, que multiplica la segmentación social, todo lo cual conduce a una conclusión inversa a la de las décadas anteriores. 70 Los procesos reseñados vuelven imprescindible el estudio y la reflexión sistemática sobre los mismos, lo que coloca desafíos a las unidades académicas. El territorio constituye un buen punto de partida, en tanto muestra y oculta. Si por un lado muestra ausencias y quiebres, por otro lado el proceso de encapsulamiento hace que las expresiones más dramáticas de las condiciones de vida actuales puedan “no ser vistas” por el conjunto de la sociedad. Dado su quehacer profesional, el Trabajo Social presencia cotidianamente los procesos analizados. En tanto tiene proximidad con las expresiones dramáticas del actual modelo de desarrollo, le cabe a la profesión dar cuenta de estos procesos y contribuir a volverlos públicos. Se trata de una ubicación profesional privilegiada para la generación de conocimiento, lo que ha sido escasamente capitalizado (Baráibar, 2005). Pero la realidad no “habla” por sí sola. La vinculación del territorio con transformaciones generales de las cuales es parte y expresa, solo es posible desde el conocimiento. Un riesgo aquí presente tiene que ver con que la territorialización de la protección, sea también la territorialización de la reflexión. Las nuevas modalidades de las políticas sociales operan también como límites a una reflexión más universal, centrándola en las pequeñas unidades y en cortos cursos de acción. Este riesgo se deriva de la idea de que el territorio expresa toda la realidad social y por tanto, analizar lo micro implica automáticamente analizar lo macro o como otra versión del asunto, creer que lo micro se explica a sí mismo, vaciándolo de sus vinculaciones generales. Si bien no alcanza comprender la sociedad global para entender las situaciones particulares, no es posible entender estas últimas sin una comprensión de la primera, lo que solamente es posible dentro de referenciales teóricos. Es imprescindible poder formularle a la realidad buenas preguntas, para lo cual es necesaria la formación teórica y la investigación. En el caso del Trabajo Social, para avanzar en el sentido señalado, es necesario que Ximena Baráibar Ribero la profesión supere la contradicción entre un discurso que señala la complejidad de los fenómenos a los que se debe responder y una pobre capacidad teórica para dar cuenta de esta complejidad. Se señala que los problemas son múltiples e interrelacionados, pero las explicaciones se vuelven superficiales, estrechas, acotadas y particulares. Los resultados de los procesos analizados generan cambios en el vínculo social, en la concepción de lo que debe ser una “buena” sociedad, en la reconfiguración de las relaciones entre lo público y privado, en la emergencia de formas de regulación que irán marcando nuevas y rotundas formas de diferenciación entre los ganadores y perdedores del modelo neoliberal, todo lo cual se expresa en el territorio y al mismo tiempo lo limita. Generan consecuencias en el modelo de ciudadanía, asentado en la figura del ciudadanopropietario y del ciudadano-consumidor, antes que en un modelo de ciudadanía política apoyado sobre criterios universalistas y, por ende, con alcances generales (Svampa, 2005: 58, 94). En suma, la dimensión territorial adquiere relevancia menos por sus presencias que por sus ausencias; no por sus potencialidades, sino por lo que denuncia: ilustra la fragmentación social que constituye uno de los núcleos centrales del nuevo modelo social. Bibliografía Baráibar, Ximena. “Transformaciones en los regímenes de protección social y sus impactos en el Trabajo Social”. En: Revista Katálysis, Volumen 8, número 2. Universidad Federal de Santa Catarina. Florianópolis, Brasil 2005. Barba Solano, Carlos. Régimen de bienestar y reforma social en México. Serie Políticas Sociales Nº 92. CEPAL Santiago, Chile 2004. Tan cerca, tan lejos: Acerca de la relevancia “por defecto” de la dimensión territorial Boschetti Ferreira, Ivanette. “Saídas para a crise: o Debate Teórico em Torno do Programa de Renda Mínima Francés”. En: Sposati, Aldaiza (Org.), Renda Mínima e Crise Mundial, saída ou agravamento? Ed. Cortez, San Pablo, Brasil 1997. Castel, Robert. La metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado. Editorial Paidós, Buenos Aires, Argentina 1997. Clemente, Adriana y Girolami, Mónica (Editoras). Territorio, emergencia e intervención social. Un modelo para desarmar. Espacio Editorial, Buenos Aires, Argentina 2006. Kaztman, Ruben. “Seducidos y abandonados: el aislamiento social de los pobres urbanos”. Documento de Trabajo Nº 1, IPES – Universidad Católica, Montevideo, Uruguay 2003 a. Kaztman, Ruben. “La dimensión espacial en las políticas de superación de la pobreza urbana”. Documento Nº 59, Serie Medio Ambiente y Desarrollo. CEPAL Santiago, Chile 2003 b. Merklen, Denis. Pobres Ciudadanos. Las clases populares en la era democrática Argentina, 1983 – 2003. Editorial Gorla, Buenos Aires, Argentina 2005. Procacci, Giovanna. “Ciudadanos pobres, la ciudadanía social y la crisis de los Estados de Bienestar”. En: García, S. y Lukes, S. (comps.), Ciudadanía: justicia social, identidad y participación. Siglo XXI Editores, Madrid, España 1999. Svampa, Maristella. “Fragmentación espacial y procesos de integración social ‘hacia arriba’. Socialización, sociabilidad y ciudadanía”. En: Revista Espiral Nº 31. Universidad de Guadalajara. Ediciones de la Noche, Guadalajara, México 2004. 71 Svampa, Maristella. La sociedad excluyente. La Argentina bajo el siglo del neoliberalismo. Editorial Taurus, Buenos Aires, Argentina 2005. Wacquant, Loïc. Los condenados de la ciudad. Gueto, periferias y Estado. Siglo XXI Editores. Buenos Aires, Argentina 2007. Juicios y prejuicios en torno del tema del abuso sexual infantil. Algunos aportes para su comprensión Laura Cafaro Resumen A lo largo de estos años, el tema del abuso sexual infantil ha sacudido a la sociedad a nivel nacional e internacional a raíz de su amplia difusión en los medios de comunicación. El impulso hacia el rompimiento del silencio comienza a correr el pesado telón de una realidad invisible y naturalizada en el ámbito familiar a lo largo de la historia. En el presente artículo se expresan algunos juicios y prejuicios sobre el abuso sexual infantil realizando una breve introducción sobre la diversidad de variables que debemos conocer y manejar para la comprensión, análisis e intervención en este tema. En el artículo también se realiza una crítica del abordaje mediático sobre el abuso sexual infantil para finalmente pensar en algunos aportes desde el Trabajo Social en cuanto a su intervención en este tema. Fundamentación Desde el mes de abril del año 2008, venimos escuchando en los medios de comunicación historias ocurridas a nivel internacional y nacional que han sacudido a la sociedad: nos referimos al tema del abuso sexual infantil. En un mundo globalizado las noticias se globalizan. ¿Pura coincidencia o nos encontramos frente a la habilitación de la Iglesia Católica por medio del Papa Benedicto XVI para comenzar a hablar acerca del tema de abuso sexual que se viene ocultando desde hace siglos? Dentro de las diversas formas de maltrato infantil, tal vez la más difícil de comprender y reconocer sea la del abuso sexual hacia niños, niñas y adolescentes. Por un lado, porque es sin duda una de las más graves, tanto por el impacto que produce en las víctimas como por las consecuencias postraumáticas que genera. Por otro, porque es una temática que resulta movilizadora a la hora de ser abordada, donde se superponen actitudes y concepciones de conocimientos adquiridos acerca de la misma. Comenzaremos a hablar en este trabajo sobre la diversidad de variables que debemos conocer y manejar para la comprensión, análisis y primera intervención en este tema. También sobre los juicios y prejuicios que surgen con relación al abuso sexual infantil. Introduciremos el concepto de “backlash” que se define como reacción adversa ante un cierto movimiento social o político, en este caso, el abuso sexual infantil, donde se despliega una fuerte ofensiva para desprestigiar a profesionales que trabajan en la temá- 74 tica y poner en tela de juicio las denuncias y servicios brindados a las víctimas. Finalmente, hablaremos de los aportes que en esta temática podemos hacer desde nuestra disciplina. Cabe señalar que la metodología utilizada para este trabajo ha sido la investigación bibliográfica sobre el tema de abuso sexual infantil unida a la experiencia profesional desarrollada en esta área. Abuso sexual infantil: la noticia que recorre el mundo A mitad de abril del año 2008 el Papa Benedicto XVI, en su visita oficial por Estados Unidos, mantiene una reunión con un grupo de personas que fueron víctimas de abuso sexual por parte de sacerdotes de la Iglesia Católica asegurándoles rezar por ellos, por sus familias y por todas las víctimas de abusos sexuales. En el mes de julio, el Papa visita Australia y en agosto Irlanda, donde condena nuevamente en forma severa a los sacerdotes abusadores expresando que se conozca la verdad y que los responsables sean llevados ante la Justicia. El tema del abuso sexual de menores por parte de sacerdotes ha sido un escándalo en varios países alrededor del mundo, luego de que se descubrió que las iglesias locales trasladaban a los abusadores de parroquia en parroquia en lugar de expulsarlos o entregarlos a las autoridades. De ahí el discurso del Papa Benedicto XVI respecto de este tema y su llamado a los católicos a renovar su fe. Unos días después, en el mismo mes de abril, se informa un hecho ocurrido en Austria: un padre mantuvo encerrada a su hija en un sótano durante 24 años, abusando de ella sexualmente. El hombre vivía junto a su mujer en la misma casa en la que tenía el sótano donde mantenía secuestrada a su hija mayor, haciéndole creer a su esposa que la hija se había fugado cuando tenía 17 años. De esta relación incestuosa nacen 7 niños y niñas los cuales nunca fueron registrados oficialmente, ni fueron a la escuela, ni recibieron controles Laura Cafaro médicos. Sólo tres de estos niños aparecieron delante de la vivienda de este señor simulando ser niños abandonados a los que él junto con su esposa adoptaron. El caso salió a la luz cuando la hija mayor cayó gravemente enferma y tuvo que ser trasladada al hospital de la ciudad. A comienzos del mes de mayo, una noticia estremecía a la opinión pública uruguaya: Pamela, una niña de 11 años, fue asesinada en el departamento de Maldonado. La situación fue cobrando más dramatismo cuando se supo que la niña sufría abuso sexual por parte del padrastro y otros hombres vinculados a la familia desde hace tiempo atrás. A los pocos días, un lactante muere como consecuencia de lesiones producidas por una violación a la que fue sometido. La aparición de este tipo de delitos parecía no terminar y en el Hospital Pereira Rossell y otros centros de salud de Montevideo y de todo el país, las situaciones de abuso sexual infantil empezaban a salir a luz conmoviendo a la sociedad. Es así como a fines de mayo, la joven Valentina de 19 años denuncia haber sufrido abuso sexual desde pequeña por parte de su padre, habiendo nacido tres niños de esta relación incestuosa. La joven, entrevistada en varios medios de comunicación, exhorta a las víctimas a romper el silencio y comenzar a denunciar su sufrimiento. Al escuchar a esta joven, una mujer de 35 años contó en Durazno su propia historia en una radio local, relatando que desde los 10 a 13 años había sido abusada sexualmente por un primo hermano de su madre, teniendo de esta relación un hijo que hoy tiene 22 años de edad. Este impulso hacia el rompimiento del silencio es un paso importante para que una realidad invisible y naturalizada dentro del ámbito familiar comience a conocerse. El abuso sexual infantil es un fenómeno histórico, que no es ni nuevo ni consecuencia de la vida moderna. ¿Pero estamos capacitados los profesionales que trabajamos en las áreas sociales, de salud, jurídica, etc., para escuchar estos relatos de vida y hacernos cargo de un Juicios y prejuicios en torno del tema del abuso sexual infantil. Algunos aportes para su comprensión adecuado acompañamiento a las víctimas y de las denuncias? Definición de abuso sexual infantil Para definir el abuso sexual infantil se realizará una recopilación de varios autores (Corsi, 1994, Podestá y Rovea, 2003) tomando los elementos en común de esta definición. Se entiende por abuso sexual infantil toda aquella situación en que un adulto utiliza su interrelación con un niño/a, en relación de sometimiento, para obtener satisfacción sexual, en condiciones tales en que los mismos son sujetos pasivos de dichos actos y pierden la propiedad sobre sus propios cuerpos. Dicen Podestá y Rovea (2003) que existe la tendencia de querer equiparar esta expresión con el término jurídico “violación”. Pero el abuso sexual infantil no implica necesariamente la penetración, es mucho más abarcativo porque “(…) comprende todas las actividades sexuales en las que los niños se ven involucrados con adultos que ejercen sobre ellos conductas sexuales abusivas, que van desde besos, manoseos, sexo oral, penetración vaginal y/o anal (…)” (Podestá y Rovea, 2003). Se considera también dentro de este concepto el obligar a un niño/a a presenciar y/o participar en actos sexuales entre adultos y el utilizar niños/as para prostituirlos/as o en la producción de material pornográfico. El abuso sexual intrafamiliar ocurre cuando el abusador puede ser el padre, hermano, abuelos, tíos, padrastros u otros familiares allegados a la víctima. El abuso sexual extrafamiliar por lo general es perpetrado por alguien que el niño/a conoce: un vecino, un profesor, un profesional, etcétera. Por su parte, el incesto corresponde a una forma de abuso sexual que es “(…) el acto sexual entre familiares de sangre tales como padrehija, hermano-hermana, madre-hijo” (Corsi, 1994). Se estima que del 90% al 95% de los abusadores son varones, si bien hay mujeres que abusan lo cual cuesta creer ya que ame- 75 naza ciertas creencias fuertemente arraigadas en nuestra cultura como la idealización de la maternidad y el “instinto materno” con todas sus implicancias en cuanto a la naturalidad y sabiduría biológica con que las mujeres se relacionan con los niños. El abuso sexual infantil difícilmente se descubre en el primer episodio; pueden suceder meses o años hasta que el secreto se devela. El abusador sexual tiene facilidad para manipular las percepciones, emociones y juicios de los demás, logrando así distorsionar la realidad. Por otra parte, la coerción emocional y/o física que ejerce el abusador sobre la víctima tiene como fin garantizar el silencio. El niño/a es amenazado/a con que el hecho de revelar el secreto podrá llevar a consecuencias más graves aún: como la desintegración del grupo familiar, dar muerte a un ser querido (por ej. madre, hermano/a) o la propia muerte. Luego de definir conceptualmente esta problemática, nos parece importante posicionarnos desde un enfoque multicausal, donde el género y el poder son variables clave para explicar y comprender este fenómeno. En este sentido, nos ayudan a entender las desigualdades de género/sexo estereotipadas así como los mecanismos de control social que tienden a mantener el esquema de autoridad patriarcal, sustentado en la desigualdad de los sexos. Uno de los ámbitos donde se construye socialmente el género es el familiar. Esto se sostuvo durante mucho tiempo sobre un paradigma que definía a la familia como “(...) una institución destinada a confortar y sostener a sus miembros, regulada por una figura paterna protectora, ámbito de paz, equilibrio y consuelo” (Giberti, 1999). Agregan a esto Cafaro y Macedo (2001): “Sucede que cuando esta imagen se fractura, deja a la vista lo que la historia había omitido, y lo que las convenciones sociales y religiosas habían eludido: que la familia también constituye un núcleo de violencias donde además se ‘naturalizan’ hechos o atributos, justificando desigualdades y jerarquías determinadas”. 76 Una familia en la que existe violencia tiene una estructura rígida, verticalista, autoritaria que discrimina entre varones y mujeres, con roles estereotipados, en la que se cree que se debe obedecer ciegamente. En ella se suele utilizar la crítica, la humillación, el silencio, las prohibiciones no razonables, el control, la vigilancia, etc., como formas de ejercer el dominio desde uno de los miembros sobre el resto de la familia. Muchas de estas características coinciden con el perfil tradicional de las antiguas familias en las que un varón ejercía el poder absoluto. Esto explica de alguna manera, como en el curso de la historia la violencia se ha naturalizado y quedado oculta dentro de la organización familiar y contexto social. Con relación al abuso sexual infantil podemos decir que la mayoría de los abusos suceden dentro del ámbito familiar ocurriendo la victimización infantil “(…) en el contexto de una relación cotidiana corriente” (Podestá y Rovea, 2003). Dicen estas autoras que el niño/a es llevado/a a una “(…) lenta y progresiva sexualización de la relación a través del tiempo, la cual tiene un efecto pernicioso en el niño, que va más allá del acto sexual en sí mismo, porque envuelve en su propia complicidad tal actividad, resultándole entonces difícil contar lo que sucede” (Podestá y Rovea, 2003). Juicios y prejuicios sobre el abuso sexual infantil En la bibliografía señalada los autores (Corsi, 1994, Intebi, 1998, y Podestá y Rovea, 2003) realizan una enumeración similar de los mitos, es decir de las creencias erróneas que se aceptan como verdaderas, y que llevan a construir juicios y prejuicios en torno del tema del abuso sexual infantil. Se mencionarán los siguientes: 1. El abuso sexual infantil es un hecho infrecuente: Hasta hace algunos años, se pensaba que las situaciones de abuso sexual infantil eran algo extremadamente raro. Pero cuando se comenzó a investigar, las estadís- Laura Cafaro ticas mostraron la magnitud social de un problema social que se había mantenido oculto durante siglos. 2. El abuso sexual infantil ocurre en familias de bajo nivel socioeconómico: Podemos decir que el abuso sexual infantil es “democrático” en el sentido de que ocurre en todas las clases sociales y no es patrimonio exclusivo de los sectores con carencias económicas y educativas. Lo que ocurre es que a medida que ascendemos en la escala social, existen más recursos para mantener oculto el problema. Paradójicamente, los/as niños/as de niveles sociales medios y altos se encuentran mucho más desprotegidos y están menos expuestos a la intervención de la comunidad y de los servicios públicos que los/as niños/as de la franja poblacional pobre. 3. Los niños son muy fantasiosos: En nuestra sociedad hay una larga tradición de descreimiento hacia los/as niños/as. Unido a este descreimiento está la idea de que los/ as niños/as son fantasiosos, pero los más pequeños desconocen por completo detalles precisos de la sexualidad adulta; en la edad escolar suelen tener más conocimientos pero todavía desconocen los detalles del juego amoroso previo al acto sexual. Es siempre recomendable creer el relato y hacerle saber lo valiente que es al contar lo sucedido ya que si la persona que escucha la revelación se muestra incrédula, podrán pasar meses o años o nunca volver a ocurrir que el niño/a le cuente a alguien lo que le está sucediendo. Si no se está en condiciones de soportar emocionalmente el duro relato de un niño/a, hay que conducirlo/a a una entrevista con otra persona que pueda abordar la cuestión sin culpabilizar, atendiendo el foco de la urgencia. 4. Las niñas provocan a los adultos: Este mito está unido a la creencia popular de que “los hombres no son de hierro”, lo cual es un intento más de depositar la responsabilidad en la víctima apoyándose en una premisa ideológica socialmente compartida y arraigada en nuestra sociedad, según la cual los hombres son incapaces de controlar sus impulsos sexuales. Lo cierto Juicios y prejuicios en torno del tema del abuso sexual infantil. Algunos aportes para su comprensión es que numerosas víctimas de abuso sexual presentan comportamientos seductores o hipersexuados que aprendieron justamente en la situación abusiva como tentativa de ganar afecto. Dependencia y poder están presentes en cada acto de la relación entre el adulto abusador y el niño/a abusado/a. La responsabilidad del abuso sexual es siempre del adulto y esto no debería admitir cuestionamiento alguno. 5. El abuso no produce daños en los niños/as: Es frecuente que los adultos crean que los/as niños/as no tienen conciencia de lo que le ha sucedido y que en realidad lo que produce daño son las reacciones de los adultos frente al abuso, por lo cual no habría que hablar del tema para tratar de que sea olvidado. Dice Intebi (1998) que es posible comparar los efectos del abuso sexual infantil “(…) a los efectos de un balazo en el aparato psíquico: produce heridas de tal magnitud en el tejido emocional, que hacen muy difícil predecir cómo cicatrizará el psiquismo y cuáles serán las secuelas” (Intebi, 1998). Comportamientos de supervivencia ante el abuso sexual infantil Relacionado al tema de los juicios y prejuicios está la pregunta de por qué las víctimas no se defienden, no denuncian, sino que por el contrario permanecen sumisas, solitarias y silenciosas. Desarrollan comportamientos que funcionan como verdaderas técnicas de supervivencia. Conocer el esquema referencial elaborado en 1983 por el Dr. Roland Summit que se denomina Síndrome de acomodación al abuso sexual infantil nos posibilita poder explicar entonces de manera desprejuiciada las conductas destinadas a ocultar lo ocurrido y a comprender la propia estigmatización de las víctimas. Este síndrome hace referencia a una secuencia de comportamientos que se pueden observar habitualmente en niños victimizados. Menciona y analiza cinco patrones conductuales (Intebi, 1998): 77 1. El secreto: Es frecuente que el abusador recurra a amenazas para evitar que el niño/a cuente lo que está sucediendo. Las amenazas -en el contexto que se producentienen un efecto demoledor y muchas veces originan la demora -entre otros factores- en la revelación. Si bien la gama de amenazas es infinita, aparecen expresiones que se reiteran en la mayoría de los casos: matarlo/a, matar a la madre o a sus hermanos si le cuenta a alguien, hacerle creer que destruirá a la familia, etcétera. A través de la coerción emocional, física y la amenaza, el abusador le hace creer que descubrir los hechos provocará una crisis temible y peligrosa. La fuente de temor se transforma así en una promesa de seguridad: si calla, todo saldrá bien. 2. La desprotección: No hay mayor desprotección que la de ser abusado por las personas de las cuales se espera protección. Se suma a esto la educación que impartimos a los/as niños/as: desconfiar y evitar el contacto con desconocidos y ser obedientes y cariñosos con los adultos de los que dependen. Parecido es lo que trasmitimos en cuanto a los contactos corporales. Los/as niños/as más expuestos al riesgo de victimización sexual crónica, son aquellos que ya han padecido alguna otra forma de maltrato infantil. Podemos decir entonces que los preconceptos y expectativas de los adultos en lo que atañe a la autoprotección y la denuncia inmediata parecen no tener en cuenta la ineludible subordinación y desamparo de la víctima en una relación autoritaria y la aniquilación de la seguridad básica que provee la familia. 3. El atrapamiento y la acomodación: Para el niño/a que es presa de la conducta compulsiva de un abusador, la única alternativa que siente que le queda es aprender a aceptar la situación y sobrevivir. Culpa, autorecriminación, ira, afecto y terror se mezclan en el interior del niño/a. Es entonces cuando la situación abusiva se transforma en algo crónico, repitiéndose sin que el niño/a pueda evitarla o protegerse, comienza la fase en que queda atrapado porque comenzarán a funcionar los mecanismos adaptativos para 78 acomodarse no sólo a las demandas sexuales crecientes sino al descubrimiento de la traición, inocultable ya, por parte de alguien a quien normalmente se idealiza como una figura parental protectora, altruista y amable. Un niño/a así victimizado dará la impresión de que acepta o incluso busca sin protestar el contacto sexual. La acomodación tiene que ver con mecanismos de defensa a los que recurren los niños/as que han llegado a este estadio del abuso y que son los trastornos disociativos. Cualquier persona que se ve enfrentada a una situación traumática que sobrepasa su capacidad psíquica de elaboración, recurre a un mecanismo de defensa conocido como disociación, por el cual se separan los hechos reales de los sentimientos que generan. “De esta manera, se garantiza que las emociones que produce la situación traumática no invadirán nuestra vida descontroladamente, permitiendo que los recuerdos estén presentes sin desorganizar el funcionamiento de la totalidad de la persona” (Intebi, 1998). Cuando la disociación es exitosa, la consecuencia es la fragmentación de la personalidad donde pueden coexistir y ser desplegadas por una misma persona facetas diferentes de personalidad. Está claro que cuando este mecanismo persiste por un tiempo prolongado y se pone en marcha cada vez que se produce una situación de conflicto o angustia, lleva necesariamente a severos trastornos de la personalidad. 4. La revelación tardía, conflictiva y poco convincente: El secreto del abuso raramente se revela, fuera del grupo familiar al menos, de manera espontánea. Ocurre cuando alguno de los elementos de acomodación implementados por el niño/a dejan de ser efectivos. Cuando sale a luz se debe al estallido de un conflicto familiar, al descubrimiento accidental por parte de un tercero o a la detección por personal especializado. Los conflictos familiares que con mayor frecuencia producen el desenmascaramiento se originan en los deseos de autonomía de los jóvenes (en el caso del abuso intrafamiliar) u ocurren después de alguna paliza o penitencia severa. Laura Cafaro La revelación tiene entonces la característica de ser tardía, es un proceso de gran complejidad dado que el niño/a sufre de altibajos, produce una inevitable crisis en la familia y por otro lado se pueden dar situación de burnout en los equipos intervinientes en estos casos. La revelación puede resultar por otro lado poco convincente para los demás, más aún si las víctimas presentan trastornos serios de la personalidad o conductas hipersexuadas o adicciones, o han presentado intentos de autoeliminación como consecuencia del abuso. 5. La retractación: Ante las consecuencias de la denuncia, el niño/a puede estar bajo la presión que ejerce el abusador y/u otros adultos que lo intentan proteger. Por otro lado, confronta como reales los tan imaginados miedos: el niño/a puede ser alejado de su casa y ambiente pudiendo haber una repetición del maltrato pero esta vez a nivel institucional. El padre puede ser condenado; la madre oscila entre la incredulidad y desesperación: la familia se fragmenta y la víctima es culpada de esta fragmentación. Puede también suceder que nadie le crea al niño/a. En este momento crítico los/as niños/as necesitan el apoyo de personal especializado y de una rápida intervención para que puedan sostener lo relatado y no se retracten de su acusación. El abordaje mediático del tema Luego de esta brevísima presentación de los elementos que desde mi praxis considero más relevantes para comprender el problema del abuso sexual infantil, quisiera unirlo con la primera parte del presente trabajo que hace al abordaje que hicieron de abril a la fecha los medios de comunicación sobre este tema. La mayoría de los medios ubicaron, en un primer momento, este problema social como hechos aislados que, luego de que hubo un “estallido” de denuncias en Uruguay comenzaron a entrevistar a técnicos en esta temática, y descubrieron que una mayor cantidad de denuncias no implicaba necesariamente más Juicios y prejuicios en torno del tema del abuso sexual infantil. Algunos aportes para su comprensión casos, simplemente se empezaba a correr un pesado telón que durante siglos había permanecido cerrado. La víctima entrevistada -y no olvidemos que aquí estamos hablando de niños/as y adolescentes- sufría una revictimización cuando frente a una cámara y un montón de extraños, es decir los reporteros, respondía a preguntas que hacen al relato detallado de lo que el abusador hacía o dejaba de hacer. El grado de morbo se conecta con estrategias de mercado, de ventas y rating. Los derechos humanos violados no aparecen como tales y no parecen ir de la mano de una ética profesional y empresarial en los medios de prensa. Cabe recordar aquí la Declaración del Consejo Nacional Consultivo de Lucha contra la Violencia Doméstica del pasado 1º de agosto ante el tratamiento televisivo de un noticiario en su horario central de una situación de maltrato y abuso sexual hacia una niña. Declara “(…) su profunda indignación ante la forma de dar a conocer el hecho, sometiendo a la niña a una nueva situación de victimización y maltrato, violando la normativa legal vigente internacional y nacional” alertando “(…) sobre las consecuencias nocivas de abundar en detalles escabrosos de los hechos que exacerban el morbo del público y lo alejan de una reflexión crítica y respetuosa”.1 Por otra parte, las situaciones que salieron a luz quedaron fuertemente estigmatizadas por la situación de aislamiento y pobreza de víctimas y victimarios. Relacionado a este punto dice Herrera (2004) “La noticia también es un modelo de tratamiento mediático, con su corte sensacionalista en los títulos y la selección que hace el periodista de los dichos de los testigos, de donde el lector puede inferir que los niños controlados, que viven en un hogar bien constituido, con un buen pasar económico, no corren esos riesgos. (…) Este texto es el compendio de la ideología predominante acerca del abuso en muchos sectores de las sociedades analizadas: estereotipo de 1 Consejo Nacional Consultivo de Lucha contra la Violencia Doméstica, Montevideo 1º de agosto de 2008, http://www. mides.gub.uy/inamu/DeclaracionCNC_1eroAgosto.pdf. 79 abusada, sesgo de género y de nivel socioeconómico”. Surge entonces aquí la pregunta: ¿los medios de comunicación también nos informarán cuando se trate de niños/as o adolescentes víctimas de padres, tíos, abuelos, etc., de otros sectores sociales como los medios y altos? Señala Berlinerblau que mientras “(…) el problema estuvo referido a sectores marginales o de clases bajas, las denuncias progresaron vertiginosamente. Cuando empezó a circular la sospecha de que la Violencia Familiar era una problemática que atravesaba a todas las clases sociales, la tendencia de este proceso cambió radicalmente. Se disparó una reacción (“backlash”), disfrazada de buenas intenciones, para poner límites a los profesionales a los que se tildó de “abusadores de denuncias de abuso sexual infantil”. Estos razonamientos incluyen la idea de que los técnicos llegan a manipular a los/as niños/as para efectuar o consentir denuncias falsas atacando así la “unidad familiar”. Sostiene Berlinerblau que luego de un período favorable de reconocimiento del abuso sexual infantil en la comunidad como un problema común de la infancia, surgió en Argentina hacia fines de la década de los 90 una campaña de desprestigio a profesionales que trabajan en la temática, invalidando las denuncias, desmantelando los servicios públicos que brindan atención a las víctimas y poniendo en riesgo la protección infantil. Este fenómeno se denomina “backlash”, que se puede definir como la reacción adversa poderosa frente a un movimiento social o político. Este fenómeno parece interesante introducirlo en este artículo porque en el tema del abuso sexual infantil cada uno debería comenzar por revisar lo que planteábamos al principio de este trabajo, es decir los mitos, juicios, prejuicios, creencias erróneas que tiene sobre esta temática para posicionarse claramente frente al tema y contribuir de esta manera a la difusión en los distintos ámbitos de los que formamos parte. 80 El aporte desde el Trabajo Social La intervención profesional nos permite situarnos frente a los sujetos, al grupo familiar, acercarnos a la trama social que los sujetos establecen en su vida cotidiana para pensar, desde un relacionamiento teóricopráctico, las distintas estrategias de intervención. En el tema del abuso sexual infantil nuestra intervención puede partir en actividades ligadas a la prevención primaria. Esto lo podemos realizar a través de charlas, talleres, proyectos interinstitucionales, etc., para niños, niñas, adolescentes y adultos donde fortalecer la cultura de los derechos y difundir la Convención sobre los Derechos del Niño, el Código del Niño y Adolescente del Uruguay, la Ley No. 17.514 de Violencia Doméstica, como mecanismos de prevención desarrollando de esta manera estrategias de sensibilización para evitar violencia a nivel familiar y comunitario. En talleres con niños/as podemos apuntar a que los mismos conozcan su propio cuerpo, educarlos para que se sientan con el derecho para rechazar enérgicamente e impedir que cualquier persona adulta conocida o desconocida, toque sus partes íntimas. Por otra parte, es importante entregarles la confianza necesaria para que sepan que no deben guardar “secretos”, sobre todo en el caso de que alguien trate de realizar algo indebido que lo/a violente, aun cuando ese “alguien” sea cercano y un ser querido. Con respecto a la promoción y difusión de los servicios de prevención y asistencia, resulta importante poder confeccionar guías de recursos para orientar y apoyar a niños, niñas, adolescentes y padres que nos vengan a contar una situación de abuso sexual. Efectuar el relevamiento en la comunidad donde funcionan los servicios para facilitar la inmediatez resolutiva es fundamental. Con relación a esto, en Uruguay contamos actualmente con protocolos y mapas de ruta que operan como instrumentos para uni- Laura Cafaro ficar criterios y pasos a dar.2 El aporte nuestro puede estar en que estos instrumentos no resulten ser “abstractos” sino que los podamos bajar en territorio, tendiendo de esta manera las redes necesarias para actuar en forma eficaz y eficiente. Para ser eficaz en identificar y tratar a niños, niñas y adolescentes víctimas de abuso sexual, el/la trabajador/a social necesita estar bien informado/a sobre las características, los indicadores y efectos del abuso sexual infantil.3 Una vez que se toma conocimiento de una situación de abuso, la prioridad debe estar en informar, apoyar y proteger a las víctimas y a sus familiares para que puedan afrontar esta problemática de la mejor forma. Es entonces indispensable que el/la trabajador/a social esté capacitado/a para manejar adecuadamente este estado de crisis y lograr que su intervención sea coherente buscando proporcionar una atención integral e interdisciplinaria. Bibliografía Berlinerblau, Virginia. “El ‘Backlash’ y el abuso sexual infantil. Reacción negativa y violenta contra profesionales que trabajan en el campo de la Protección de la Infancia”. En: www.querencia.psico.edu.uy/revista_nro7/ virginia_berlinerblau.htm. Cafaro, Ana Laura; Macedo, Mirta. “Violencia doméstica y legislación en el Uruguay de hoy”, Revista de Trabajo Social, Año XV, No 22, Editorial Eppal, Montevideo 2001. 2 3 Protocolo de Intervención para situaciones de Violencia hacia Niños, Niñas y Adolescentes (Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU) – Sistema Integral de Protección de Niños, Niñas y Adolescentes contra la Violencia (SIPIAV), noviembre 2007). Mapa de Ruta en el ámbito escolar para situaciones de maltrato y abuso sexual que viven niños, niñas y adolescentes (ANEP, CEP, PNUD, INAU, UdelaR, Infamilla, 2007). Se recomienda la lectura de los materiales señalados en la Bibliografía, ya que por el límite de páginas (15 carillas) impuesto para este trabajo se optó por no profundizar en las características, indicadores y efectos del abuso sexual infantil. Juicios y prejuicios en torno del tema del abuso sexual infantil. Algunos aportes para su comprensión Corsi, Jorge. Violencia familiar. Una mirada interdisciplinaria sobre un grave problema social. Ed. Paidós, Buenos Aires 1994. Giberti, Eva. “Responsabilidad de los jueces”. En: Violencia familiar: una aproximación multidisciplinaria. Ediciones Trilce, Montevideo 1999. Herrera, Teresa y otros. Abuso sexual infantil y comunicación. Ediciones Santillana, Montevideo 2004. Intebi, Irene V. Abuso sexual infantil. En las mejores familias. Ediciones Granica, Barcelona 1998. Podestá, Marta del Carmen y Rovea, Ofelia. Abuso sexual infantil intrafamiliar: un arbordaje desde el Trabajo Social. Ed. Espacio, Buenos Aires 2003. 81 Apuntes sobre el tema de la formación actual en Trabajo Social* 1 Blanca Gabin Resumen El artículo problematiza el ejercicio de la enseñanza de grado y la investigación en Servicio Social, en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República hoy y en el futuro próximo, a partir del análisis del pensamiento posmodernista entendido como la expresión cultural del mundo contemporáneo y, por lo tanto, determinación insoslayable para la toma de decisiones relativas a los contenidos y formas de impartir los cursos. Algunas precisiones necesarias El carácter de la profesión de Trabajo Social es el de ser efector último de políticas sociales, por lo que la enseñanza de grado debe habilitar a los estudiantes para la adquisición de destrezas que les permitan desarrollar una praxis social específica: la de una profesión cuyo origen y razón de ser es la intervención en el meollo mismo de la cuestión social en el seno de la fase monopólica del capitalismo (Netto, 1997). Esta posición demanda que el tipo de conocimiento acerca del mundo en el que basa sus acciones no sea meramente práctico-utilitario, sino que se instale en el plano científico-filosófico, ya que el objeto de trabajo que socialmente se le ha asignado así lo requiere y el transcurso histórico ha convertido al Trabajo Social en una profesión reconocida e institucionalizada que se reproduce mediante la enseñanza formal de nivel terciario (y * en nuestro país exclusivamente en el ámbito universitario). Dicho brevemente: la motivación para el ejercicio profesional no puede quedar reducida a la filantropía, la que, sin embargo, parece ser el impulso predominante entre los ingresos a nuestra Licenciatura (De MartinoGabin, 2008: 117). Por lo tanto, la formación debe ser una respuesta (Holz et alii, 1972) al cúmulo de determinantes sociohistóricas que caracterizan al mundo contemporáneo, lo que implica la capacidad de plantear preguntas a la realidad partiendo de la apropiación del acervo de conocimiento que se posee acerca de los diferentes aspectos de la vida social y poniendo el énfasis en que el repertorio de respuestas existente tiene como característica primordial la de que (casi) no existen consensos, ya que en las ciencias humanas las bases empíricas filosófica, epistemológica y metodológíca En su forma inicial el texto que ahora se publica -con modificaciones- fue la “Propuesta de trabajo” que debía presentarse al Concurso para optar a Profesor Efectivo, G° 3, del Depto. de TS de la FCS de la Universidad de la República (20042005). Las bases estipulaban que los cargos para los que se concursaba pertenecían al área de Teoría, Metodología y Estrategias de Intervención en TS, y que la propuesta debía explicitar un perfil para las labores de enseñanza y otro para las de investigación. 84 Blanca Gabin (Klimovsky, 1994: cap. 2) son más restringidas que las de las ciencias naturales. De esto deriva la importancia que adquiere en las humanidades la elección de los asuntos a tematizar y la índole de las preguntas a plantear, porque los temas y las preguntas dan cuenta de la tradición de pensamiento que los inspira. Este artículo no es excepción a la regla. Posmodernidad, pensamiento posmoderno y sus derivaciones en el plano políticopedagógico A comienzos de la década de los 70 del siglo XX, el mundo capitalista ingresa en una crisis que, para una amplia gama de especialistas en las ciencias humanas, “soluciona” uno de los problemas difíciles a que se enfrentan los historiadores: el de la periodización. Por supuesto que el plano de las ideas pudo ir captando la envergadura de los acontecimientos sólo a medida en que se desplegaban las múltiples dimensiones de la crisis (“el búho de Minerva levanta el vuelo al atardecer”), lo que se constata en la aparición de diversos estudios que hacia mediados y fines de los 70 van dando cuenta de transformaciones económicas y sociales que inducen a algunos a sostener que se estaba en presencia de cambios civilizatorios. Es así que se instala una polémica1 cuyo centro es el debate acerca de si la humanidad ingresaba en una nueva época histórica, la de la posmodernidad, como consecuencia del agotamiento de las estructuras, de los comportamientos, de las representaciones e ideas rectoras que habían caracterizado a la Época Moderna. Los sostenedores de esta tesis inauguraron la corriente cultural que dio en llamarse posmodernismo. ¿Cuáles son los rasgos atribuibles al pensamiento posmodernista en su visión de la realidad social? »» El discurso se centra en el presente, en las características que adquiere la que denominan posmodernidad, negando lo nuevo como categoría: el presente se reproduce a sí mismo, la historia se resume 1 Los trabajos de Lyotard y Habermas son ineludibles. en él y lo nuevo es lo que garantiza la reproducción perenne del statu quo. De ahí la expresión de Baudrillard: “el futuro ya ha llegado”. »» Ha periclitado la validez de los que Lyotard denomina metarrelatos (la concepción de la Ilustración acerca del futuro, la teoría marxiana, el psicoanálisis) porque carece de fundamento la categoría despojada de la noción de Dios y por lo tanto también la de proyecto: “El reconocimiento de la carencia de fundamento y de su carácter irrevocable lleva consigo la renuncia a cualquier tentación de formular un proyecto total de transformación de la realidad social”. (Crespi en Vattimo y Rovatti, 1988: 349) »» A partir de la constatación de los cambios contemporáneos acontecidos en el terreno de las subjetividades, el pensamiento posmoderno hace suya la muerte del sujeto pregonada por el posestructuralismo francés (Eagleton, 1998: cap. 4), porque al negar la prosecución de la historia niegan también la perspectiva de una nueva subjetividad. Sánchez Vázquez, entre otros teóricos, sostiene que la disolución de la subjetividad es real y no sólo un problema ideológico o estético y esto a consecuencia de la fragmentación debida a la división del trabajo, a la reificación, cosificación o burocratización de la existencia disuelta. Por otra parte, Marx había descrito y explicado este fenómeno y también lo habían hecho desde otra perspectiva Weber y Kafka. Sólo se puede negar la posibilidad de emergencia de una nueva subjetividad, incluso en el arte, negando en principio que la historia prosiga y, por tanto, que exista la alternativa de rescate del sujeto. »» La conciencia de la condición posmoderna se reduce a lo que Baudrillard llama “agonía de la realidad” que justificaría todas sus negaciones. “La fascinación recae en el autodescubrimiento en el momento de la aniquilación” (Horstman citado por Sánchez Vázquez), con Apuntes sobre el tema de la formación actual en trabajo social la “desdramatización del fin” (Scherpe), que recuerda el “ser para la muerte” de Heidegger pero con regodeo en la dimensión estética de la autodestrucción como espectáculo y también holocausto nuclear como liberación, autenticidad o reapropiación de la existencia humana. En el terreno político ¿cuáles son entonces las alternativas posmodernistas? Nostalgia del pasado enfrentada a la postura abierta al futuro propia de la Modernidad; reivindicación de la autoridad y la tradición (por eso Habermas ve en esta corriente de pensamiento sólo neoconservadurismo). Al repudiar lo nuevo como valor y quedar en el presente siempre reproduciéndose a sí mismo, valora el pasado que le dio origen y así niega el futuro (Sánchez Vázquez, 1991-92). Y ya que no hay historia con sentido se justifica el eclecticismo ante las normas, valores, paradigmas o estímulos, por lo que la consecuencia es la deserción ante la pasividad, la impotencia y la inacción, puesto que todo proyecto de emancipación (no sólo el de la Modernidad) carece de fundamento. Las críticas posmodernistas a la modernidad claudican ante los rasgos destructivos de ésta y desembocan en el culto de la aniquilación. En resumen: el posmodernismo es la atmósfera cultural del capitalismo tardío o multinacional (Jameson, 2006) porque exacerba los rasgos de fragmentación y de pérdida de sentido a todos los niveles que en esta época son consustanciales al tipo de división social del trabajo que instaura, así como a las formas de socialidad que derivan de ella. Decía en otro trabajo (De Martino-Gabin, 2008:128): “En este ambiente mental el trabajo de enseñanza-aprendizaje volcado a preparar trabajadores sociales en el Uruguay de hoy para que intervengan en el curso de la existencia de sus congéneres, tiene planteada esta disyuntiva: el cinismo o la búsqueda de respuestas radicales en el terreno del pensamiento, sin que esto signifique una vuelta de tuerca ciega al Templo ilustrado de Schikaneder-Mozart en la 85 última escena de La flauta mágica con su magister Sarastro”. Itinerarios de la razón moderna ¿En qué consiste la actividad teórica radical? Es la que permite teorizar, es decir, generar conocimiento acerca de la realidad social. Por lo tanto, implica capacidad de penetración en la ontología del ser social (Lukács). Parece necesaria entonces, a modo de puente, una breve recapitulación acerca del derrotero seguido por la razón moderna desde su gestación en los siglos XV-XVI hasta su actual deslumbramiento ante la aniquilación. La base de este pequeño desarrollo es Netto (1994) y Coutinho (1972) a quienes se cita en traducción mía. 1. La razón moderna es producto del “arco histórico comprendido entre el Renacimiento y la Ilustración”, con su despliegue de dominio de la naturaleza a través de las ciencias de la materia inorgánica (física, astronomía, química). En el plano filosófico sus raíces son producto de continuidades y rupturas con las tradiciones culturales de Occidente y pueden sintetizarse en tres grandes movimientos, antecedentes y a la vez constituyentes de la razón moderna: el humanismo (“el hombre se autocreó”), el historicismo concreto (“que afirma el carácter ontológicamente histórico de la realidad”) y la razón dialéctica (que “refiere, simultáneamente, a una determinada racionalidad objetiva inmanente al proceso de la realidad y a un sistema categorial capaz de reconstruir -ideal y subjetivamente- esa procesualidad”). 2. Hegel, en polémica con Kant y Schelling combate el valor heurístico de la intuición (como saber inmediato), investiga la intelección como razón analítica y desarrolla la razón dialéctica, cuyo rasgo distintivo es la negación que entraña el movimiento y la posibilidad de superación de las determinaciones (abstractas) provenientes de la razón analítica. En este sentido es necesario subrayar que en el pensamiento hegeliano el ser es vacío, porque su contenido surge de la historia. 86 3. “La estructura inclusiva de la razón moderna tiene como soportes la objetualidad y procesualidad que ella verifica y reconstruye en la realidad. La inclusividad de la razón se expresa en este juego entre historia/objeto y pensamiento/sujeto que, en la laboriosidad del Espíritu que se alienó en el mundo y que vuelve a reconciliarse con él (ellos mismos ya otros), acaban por realizarse absolutamente.” En Hegel con sentido finalístico porque encuadra el método en el sistema, de donde la afirmación lukacsiana acerca de las dos ontologías coexistentes en el gran pensador: la falsa (identidad sujeto/objeto) y la verdadera (conocimiento como “aprehensión procesual de la objetividad del ser”). 4. Marx supera ese dilema de la razón dialéctica y vuelve a ésta radical a través de fundar una ontología radical y dialéctica del ser social, que sólo puede surgir con la crisis del 48, con la clase proletaria para sí, nuevo sujeto histórico. “Porque, efectivamente, si el desarrollo de la razón moderna es congruente con (y mismo indispensable a) la lógica del orden burgués en cuanto promueve la producción de un modo desantropomorfizador de pensar la naturaleza, es colidente con ella en lo que atañe a las implicaciones de dos, por lo menos, de sus categorías nucleares: el historicismo concreto y la dialéctica. Ambas, en el límite, conducen a la aprehensión del carácter históricamente transitorio del orden burgués; de esa aprehensión pueden resultar comportamientos sociopolíticos que ponen en riesgo ese orden.” 5. Por tanto, desde mediados del siglo XIX se desarrollan tres maneras de abordar el estudio del ser social: la obra marxiana y el conjunto de la tradición a que dio origen, asentada en el ejercicio de la razón dialéctica y el par racionalismo analítico formal/irracionalismo moderno (Lukács), cuyo polo analítico formal se asienta en la intelección y originó las Ciencias Sociales (Coutinho, 1972). 6. Y, precisamente, el desarrollo, necesario (en todos los planos) al orden burgués de la lógica intelectiva del análisis, de la medición y, por tanto, de la fragmentación, Blanca Gabin ha conducido a la disolución del sujeto, a la negación del futuro, a la claudicación ante la contingencia de un holocausto nuclear o la catástrofe ecológica y a un presente perpetuo entendido como irremediable. 7. La tradición crítica rescata, contrario sensu, la centralidad de la praxis de los sujetos históricos en todos los terrenos, de la teleología del trabajo, de la autoconstrucción del ser social sin fatalismos, justamente porque la historia es un campo abierto de posibilidades, aunque una de ellas pueda ser hoy la autodestrucción. Desde la razón moderna en el capitalismo tardío: notas para una respuesta pedagógica Cada nuevo ciclo lectivo marca un recrudecimiento de las desfavorables condiciones materiales en las que el Departamento de Trabajo Social debe implementar las labores que le competen. Esto repercute de manera inexorable en sus posibilidades de desarrollo docente, investigativo, de producción de conocimiento, de extensión, e impacta no sólo en el quehacer de los estudiantes y docentes directamente involucrados en el proceso de enseñanza-aprendizaje sino en el colectivo profesional en su conjunto, cuyo 95 por ciento se forma en la Universidad de la República. En el quehacer docente cotidiano (en el grado y en los posgrados lato y stricto sensu) la situación referida significa la contienda permanente para no retroceder en los logros que se han ido alcanzando. Existe, entre otros, el peligro de expulsión de hecho de la población estudiantil bajo la apariencia de cumplimiento de normas reglamentarias impuestas o “libremente” asumidas. Se trata de una particularización de la problemática sociopolítica, económica, cultural del mundo contemporáneo caracterizado -desde hace cuatro décadas- por el crecimiento sostenido de las desigualdades sociales en todas las regiones del mundo y en el plano de las ideas, por “la oscuridad del futuro” (Williams citado por Casullo, 2006), lo que impone que se busquen respuestas profundas. Apuntes sobre el tema de la formación actual en trabajo social Desde el exordio inicial, este artículo se sitúa, obviamente, en la corriente de pensamiento acerca del Servicio Social que lo concibe como una profesión institucionalizada por necesidades propias de la división social del trabajo en el capitalismo monopólico (Iamamoto, 1983; Netto, 1997). Parece evidente que uno de los centros del debate instalado en los colectivos profesionales latinoamericanos en las dos últimas décadas, consistió en examinar la naturaleza y el origen histórico de la profesión. Entre los trabajadores sociales uruguayos hace por lo menos un lustro ya que varias Disertaciones de Maestría estudian este problema y un examen sumario de ellas indica que de hecho se instalan en un terreno nítidamente marcado por las ciencias sociales y/o la tradición marxiana y algunas explícitamente polemizan con la postura que concibe al Trabajo Social como una tecnificación de las tareas de beneficencia o filantropía practicadas por la humanidad desde la noche de los tiempos. Se constata también, a partir de la lectura (y los cuadros) de todos los programas y las listas bibliográficas de las materias que conforman el actual Plan de Estudios vigente para la carrera en Montevideo, que el corpus teórico impartido proviene del marco de las Ciencias Sociales, tal como lo ordena el referido Plan. De manera que un primer asunto a tomar en cuenta es que los alumnos no reciben más que fragmentariamente información acerca de la tradición crítico-dialéctica (Marx presentado como uno de los clásicos de la Sociología o de la Economía, etc.), la que de esa manera sigue quedando verdaderamente fuera de las aulas universitarias. Por eso mismo se impone la necesidad de proporcionar a los estudiantes, a partir de la lectura de las fuentes, la visión de que, además del ejercicio de la razón analítica (verstand), la humanidad ha accedido a la razón dialéctica (vernunft) y que, por tanto, deben desplegarse en clase muy claramente las consecuencias pertinentes acerca de las respectivas nociones de teoría y método. El objetivo 87 es clarificar, develar y propiciar la reflexión acerca del tipo de conocimiento sobre lo social a que se accede según sea la tradición de pensamiento de la que proviene el autor que se estudia. Las ciencias sociales proceden al análisis, la abstracción, la rigurosidad epistemológica, la sistematización de datos validados por la aplicación de la lógica formal, y el producto de conocimiento al que acceden y al que denominan teoría es un modelo holístico. De ello derivan algunos de los pertinaces problemas que generación tras generación se plantean los estudiantes y profesionales del Trabajo Social: »» los modelos formales, por serlo, no pueden dar respuesta a la complejidad de las situaciones concretas que debe enfrentar el TS, que experimentan lo que denominan “separación entre la teoría y la práctica”; »» el procedimiento de sistematización de datos proporciona elementos que permiten actuar profesionalmente con una lógica instrumental, manipuladora, que refuerza los mecanismos institucionales de subsunción profesional, derivados no sólo de la división social del trabajo sino también de su división intelectual; »» sigue quedando abierto el antiguo problema acerca de la existencia de una “teoría” propia del Trabajo Social, puesto que el acento está puesto en la fragmentación-parcelación de la vida social vista a través del prisma de cada disciplina profesional. El acceso al corpus teórico de la tradición marxiana “...soluciona dos asuntos medulares: a) niega las determinaciones abstractas de una ‘Teoría’ del SS y las ubica en el terreno de las formulaciones sobre el ser social. Así, revela el carácter tributario del acervo ‘teórico’ de la profesión; b) distingue claramente el nivel de conocimiento del ser social, objeto de una reflexión estrictamente teórica y el nivel de intervención, en el que el repertorio técnico configura mecanismos de procedimientos práctico-inmediatos 88 que no son pasibles de una padronización ideal” (Netto 1984,14). Pero como la razón dialéctica supone la razón analítica, el estudiante al que se proporciona la posibilidad de transitar ese nuevo ejercicio, debe extremar sus cuidados en los procesos de sistematización de su práctica, ya que constituyen el momento pre-teórico necesario, aunque no suficiente, para la instancia explicativa acerca de la realidad social en la que se está interviniendo. A estos efectos ha resultado valioso, desde el punto de vista heurístico en el proceso de enseñanza-aprendizaje, el uso de la distinción entre lógica de la investigación y lógica de la explicación a la interna del proceso de intervención, porque permite visualizar no sólo la imbricación entre las categorías de lo universal-particular-singular, sino las diferencias sustanciales entre el momento pre-teórico y el momento teórico. Ahora bien, el introducir al estudiante en la constelación teóricometodológica de la teoría marxiana ¿significa desechar los aportes que pueden proveer las ciencias sociales? De ninguna manera, ya que el momento de la razón analítica es previo y necesario al momento teórico y esto cobra importancia decisiva ya que el abordaje profesional práctico implica trabajar con problemáticas sociales tan diversas como facetas exhibe la cuestión social hoy en Uruguay y la fragmentación político-institucional propia de la fase actual del capitalismo hace que las políticas sociales de las que son operadores terminales los trabajadores sociales recorten o seleccionen aspectos específicos, sobre los que, a su vez, realizan sus trabajos investigativos las ciencias sociales. Por lo tanto, el estudiante deberá apropiarse del conocimiento producido en los diversos campos temáticos, deberá ser capaz de entender, de dialogar con autores provenientes no sólo de la vertiente racionalista-formal sino también del irracionalismo. Pero lo que no puede obviar el docente es el desbrozamiento sistemático del pensamiento que se está estudiando, a fin de no despeñar su trabajo y el de sus alumnos en el Blanca Gabin eclecticismo y sus peligros epistemológicos. Teoría, método, constelación categorial, procedimientos heurísticos conforman un corpus muchas veces gelatinoso y por eso mismo de difícil acceso, pero no se puede eliminar el ejercicio crítico. Otro aspecto que hace imprescindible el conocimiento de los aportes provenientes de las ciencias sociales es la solvencia que despliegan en el terreno técnico, por lo que a la hora de intervenir es profesionalmente suicida no estar munido de las habilidades y saberes pertinentes, más aún cuando el terreno de las especializaciones “sociales” es un campo minado en el que los TS deben moverse rozando fronteras disciplinarias que gozan de más poder y más prestigio social que el que ha podido adquirir el Trabajo Social. Además, la práctica profesional del TS contiene diversas dimensiones que, frecuentemente, deben abordarse en simultáneo, por lo que la índole de la tarea asistencial, la educativa, la promocional, la clínica, deben ser particularizadas, clasificadas. And last but not least: no es posible avanzar en el desarrollo teórico sin apropiarse del universo simbólico que cada época ha producido y produce. No es posible el trabajo intelectual aislado y, en este sentido, la polémica es una de las herramientas más fructíferas e incitadoras. Bibliografía Casullo, Nicolás, Forster, R. Kaufman, A. Itinerarios de la modernidad, Eudeba, Buenos Aires, primera impresión, cuarta reimpresión 2006. Crespi, Franco. “Ausencia de fundamento y proyecto social”. En: Vattimo, G. Y Rovatti, P. A. (comp.) El pensamiento débil. Cátedra, Madrid 1988. Coutinho, Carlos N. O estruturalismo e a miseria da razao. Paz e Terra, Río de Janeiro 1972. 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Cortez, San Pablo, marzo 1989. c) Razao, ontología e praxis en Serviço Social e Sociedade, Ed. Cortez, San Pablo Nº 44, abril 1994. d) Capitalismo Monopolista y Servicio Social, Ed. Cortez, San Pablo, julio 1997. Sánchez Vázquez, Adolfo. Posmodernidad, posmodernismo y socialismo en trabajo y capital Nº 3, Uruguay 1991-92. Scherpe, Klaus. “Dramatización y desdramatización de ‘el fin’”. En: Modernidad y posmodernidad (comp.) Josep Picó. Alianza Editorial, Madrid 1988. El Trabajo Social y sus múltiples dimensiones: hacia la definición de una cartografía de la profesión en la actualidad Adela Claramunt Abbate Resumen El trabajo que se presenta es el resultado de la búsqueda permanente por dar respuesta a una pregunta considerada central para quienes trabajan en la enseñanza de futuros Trabajadores Sociales, con relación a qué es la profesión o incluso, con la mirada puesta en el horizonte: lo que la profesión podría ser. Esa pregunta es precisamente: ¿en qué consiste el Trabajo Social y qué características adquieren sus principales componentes en el contexto actual? Sin duda se trata de una interrogante amplia y por ende abarcativa, por lo que se parte del supuesto de que las respuestas serán también de índole similar, lo que implica dejar por el camino las peculiaridades que adopta la profesión en cada área de trabajo o en cada práctica profesional con todas sus derivaciones, complejidades y especificidades. I. El Trabajo Social1 y las transformaciones de la sociedad actual Se parte de concebir a la profesión como un producto sociohistórico -con continuidades y rupturas- signada por múltiples determinaciones que la configuran y reconfiguran como profesión social e institucionalmente legitimada. El Trabajo Social se encuentra atravesado y determinado por el contexto macrosocial e institucional en el que se inscribe. Desde esta perspectiva resulta imposible comprender la profesión y cómo esta se expresa en la práctica, sin tener en cuenta las 1 En este artículo se utiliza indistintamente los términos Trabajo Social y Servicio Social para hacer referencia al campo profesional, puesto que si bien en Uruguay se ha extendido la utilización del primero, en la región se emplean ambas expresiones. transformaciones sociales vividas en los últimos años. Los cambios generados en los años 70 y que se manifiestan cada vez con mayor claridad en los 80 y los 90, se encuentran profundamente asociados al proceso de globalización por el cual se constituye una fase del capitalismo, en la que las empresas que operan a escala planetaria desarrollan un poder creciente, se produce una mayor integración y comunicación comercial entre los países y las naciones viven a su vez, una pérdida creciente de soberanía frente a los centros de poder que no son ya Estados, sino empresas transnacionales (Coriat, 1994). Es en este contexto que se producen cambios en el mundo de la producción, en el Estado y dentro de éste, en sus formas de atender las manifestaciones de la cuestión social a través de las políticas sociales, así como 92 transformaciones en los distintos actores sociales que se ubican en la denominada sociedad civil. Hobsbawm (1998) expresa que desde la década del 70 asistimos a lo que denomina la “Era del Derrumbamiento”, período histórico que se caracteriza por la descomposición, la incertidumbre y la crisis, donde se producen importantes reestructuraciones del capitalismo, del Estado y del mundo del trabajo. En este mismo período se produce un fuerte desarrollo tecnológico y se avanza sustancialmente en la investigación científica, en las comunicaciones y en el transporte, al mismo tiempo nos enfrentamos a procesos destructivos, a riesgos ecológicos y sociales derivados muchos de ellos del armamentismo y la destrucción masiva de recursos naturales. Paralelamente se instala una agenda neoliberal, se desmorona el Estado de Bienestar y la condición salarial que se consolidara en la Época de Oro (1945-1973). La reproducción del capital se transforma hasta arribar a la actual “era de la acumulación flexible y desreglamentada” (Antunes, 2001:37), la que impacta generando procesos sociales caracterizados por la precarización de las condiciones de trabajo, el debilitamiento de las relaciones colectivas, la desarticulación de “la clase-que-vive-del-trabajo” (Antunes, 2005: 91). Se advierte además la existencia de las siguientes secuelas del cambio de padrón de acumulación: la reducción del proletariado fabril estable, la polifuncionalidad en el trabajo, la flexibilización y desconcentración de la producción, la emergencia de un nuevo proletariado precarizado, desregulado, tercerizado, part-time, subcontratado, domiciliario, el aumento del trabajo femenino e infantil y la exclusión de jóvenes y viejos del mercado laboral (Antunes, 2001: 42-43). Desde otras perspectivas teóricas, diferentes autores plantean que se asiste hoy a una nueva cuestión social (Rosanvallon, 1995) o una profunda metamorfosis de la vieja cuestión social (Castel, 1997), la que se expresa además por el desempleo de larga duración, la exclusión o desafiliación y nuevas formas de Adela Claramunt Abbate pobreza y marginalización social. Al mismo tiempo que se transforma la cuestión social se producen profundos cambios en el Estado, incluyendo transformaciones en el proceso de institucionalización de las políticas sociales, a las que el Trabajo Social se encuentra indisolublemente unido. El padrón de bienestar keynesiano/beveridgiano basado en el modelo de producción fordista es puesto en cuestión a partir de los años 70, adquiriendo desde entonces predominio la propuesta neoliberal, con la que se reedita el laissez faire y en caso de que no se pueda resolver las necesidades en el mercado, se propone apelar a la familia y a la comunidad. (Laurell, 2000: 244) De esta manera se diluye la responsabilidad colectiva en la provisión de la protección social responsabilizando a los individuos y sus familias; se trata del “neoliberalismo familiarista”, como lo denomina De Martino (2001). En los servicios de orientación y apoyo a las familias predominan las concepciones estereotipadas acerca de las mismas y de su papel, así como las propuestas residuales centradas en la atención de situaciones límite y no de las necesidades cotidianas de las familias (Mioto, 2001). Se trata del desarrollo de políticas emergenciales en las fases más crueles de las problemáticas. Según afirman diversos autores estas apuestas desconocen que para las familias poder cuidar de sus integrantes requiere ser cuidadas a través de la generación colectiva de las condiciones necesarias para ello (Mioto, 2000). Las características de los potenciales beneficiarios de las políticas sociales adquieren mayor relevancia que la dimensión social de los problemas. Las familias se enfrentan a la imposición de comprobar que han fracasado en el desempeño de sus funciones de reproducción y cuidado de sus miembros, para poder acceder a algún tipo de apoyo estatal. Por otro lado, la gestión de las políticas sociales adopta nuevas modalidades que se confrontan con el modelo anterior (universalista, centralizado, estatal) y así aparecen criterios orientadores tales como: la focalización, la privatización, la descentralización El trabajo social y sus múltiples dimensiones: hacia la definición de una cartografía de la profesión en la actualidad y la participación de la sociedad civil en la ejecución de programas y servicios sociales.2 Este cuadro sociohistórico, presentado en apretada síntesis, constituye a la profesión de Trabajo Social en la actualidad, en el sentido de que conforma y atraviesa el ejercicio cotidiano del Trabajador Social, afectando sus condiciones y relaciones de trabajo, así como las condiciones de los usuarios de los servicios sociales en los que por lo general se desempeñan la mayor parte de nuestros profesionales. (Iamamoto, 1998) Se asiste en los locales de trabajo a un crecimiento de la demanda de servicios sociales de diferente índole (alimentación, vestimenta, vivienda, salud, cuidado de niños, enfermos y ancianos, etc.) y a un aumento de la selectividad de la población objetivo de las políticas sociales, a los que se suma una disminución de los recursos, de los salarios, y la profundización de restricciones en lo que refiere a la concreción de los derechos sociales que habitualmente se materializan en servicios sociales de carácter público. Esta situación genera nuevos y complejos desafíos al Trabajo Social que como toda profesión se encuentra constituida por una dimensión práctico-interventiva y supone un bagaje teórico metodológico que permita explicar la vida social y visualizar posibilidades de interferir en esos procesos sociales. Es a través de sus diferentes dimensiones o componentes que estos desafíos se ponen en movimiento. 93 El Trabajo Social en la actualidad constituye una intervención profesional situada en el contexto de las ciencias sociales y humanas, por lo que viene sosteniendo una preocupación constante por la producción de conocimientos referidos a diversos procesos sociales; estudiando fundamentalmente las características de los sujetos con los que trabaja, los problemas sobre los que actúa, las prácticas que como profesión desarrolla, particularmente en el campo de las políticas sociales, área privilegiada de inserción de esta profesión, así como los procesos sociales más amplios que determinan a los anteriores en múltiples facetas. Todo ello enmarcado en una relación de reciprocidad con las ciencias sociales y humanas, por lo que podríamos afirmar que de ellas se nutre y a ellas aporta. Lo difuso de las fronteras entre las disciplinas se halla marcado en la actualidad por una tendencia que apunta a una forma de concebir las ciencias sociales y a sus interrelaciones en la producción de conocimiento científico sobre diferentes aspectos de la realidad social.3 El “cientista social” se define más allá de su profesión de base o disciplina de pertenencia, como aquel que produce conocimientos que posibilitan el acercamiento a la comprensión de la realidad social y al diseño, planificación y ejecución de líneas de respuesta a distintas situaciones de ésta. (Sarachu, 2004) No obstante, en el desarrollo de las diferentes disciplinas y profesiones el foco de abstracción básico puede ser identificado y se relaciona con el tratamiento de un conjunto de elementos, que interconectados determinan la existencia de éstas. En el caso del Trabajo Social y más allá de la complejidad y heterogeneidad de este campo profesional, se podría definir su foco de estudio y acción a partir de lo planteado por Lucia Freire: “La acción social de los participantes de determinados contextos sociales en las situaciones que implican la atención de sus necesidades humanas” (1983: 23), entendidas estas últimas en toda su amplitud e interdependencia (Pereyra, 2000). La dimensión investigativa del Trabajo Social contiene múltiples expresiones, es decir que se manifiesta de diferentes formas 2 3 II. Dimensión investigativa de la profesión El análisis en profundidad de estas “nuevas” modalidades excede las características de este trabajo, existiendo una amplia bibliografía de referencia para ello, destacándose los aportes de: Laurell, 2000; Midaglia, 2000; Filgueira, 1998; Kameyama, 2001. Para profundizar en las posibilidades y límites de las apuestas interdisciplinarias, tanto en la producción de conocimiento como en procesos de intervención, resultan significativos los aportes de: Japiassu (1976); Errandonea (1992); Mourao Vasconcelos (1997) y Seiblitz (1995). 94 en la práctica profesional e implica el desarrollo de estudios acerca de la realidad en la que por lo general interviene. Conceptualizamos esta dimensión investigativa incluyendo en su interior dos grandes posibilidades: la de investigar como insumo imprescindible para la intervención en procesos asistenciales y socioeducativos, así como también y especialmente, la producción de conocimientos en términos de procesos de investigación social que trascienden las necesidades interventivas inmediatas y buscan como principal objetivo, contribuir a la comprensión de la realidad social, como lo han hecho históricamente los diversos cientistas sociales, cuyo quehacer fundamental se encuentra identificado con la tarea de investigación. En general, los trabajadores sociales no desarrollan en sus inserciones profesionales -dado que no suele demandarlo el mercado profesional- investigaciones en el sentido estricto del término, sino que implementan procesos investigativos que atraviesan su intervención, nutriéndola de conocimientos empíricos que dan cuenta de la situación particular en la que intervienen y aportes teóricos que les permiten comprender dichas situaciones, así como definir líneas y estrategias de intervención, actuando entonces la teoría como “caja de herramientas” (Foucault, 1979). En esta expresión de la dimensión investigativa se pone en movimiento una “actitud investigativa”, que implica prestar atención y tiempos al registro, a la sistematización de procesos y a la reflexión sistemática sobre el trabajo. Estos aspectos del quehacer profesional, suponen muchas veces luchas a la interna de los marcos institucionales en que se desempeñan los trabajadores sociales, ya que los tiempos y los recursos planificados desde las organizaciones contratantes, en general, no prevén la necesidad de dichas acciones. No obstante, la práctica profesional se encuentra indisolublemente unida a la actividad pensante y a la producción de conocimiento; se sustenta en una teoría, la que a su vez orienta la acción. En definitiva sostenemos que es la concepción de teoría y práctica como unidad Adela Claramunt Abbate la que nos permite avanzar en la aproximación a la verdad, al conocimiento de la realidad social y a sus posibilidades de transformación (Kameyama, 1989). En este sentido la dimensión investigativa del Servicio Social se expresa como un proceso sistemático, reflexivo que incorpora elementos teóricos y empíricos analizando sus interconexiones, en procura de una reconstrucción del objeto de intervención. Esta dimensión se constituye -en el quehacer profesional- en un proceso de movilización intelectual que apunta a problematizar aquellos procesos naturalizados, aceptados socialmente, desmitificando sus contenidos, apuntando en definitiva a desocultar las relaciones entre naturaleza, hombre y sociedad. Así Grassi destaca la necesidad de “(...) hacer de la intervención una práctica profesional orientada por las categorías con las que se define activamente al problema y no por los supuestos implícitos contenidos en la definición ya dada” (1994:50). Problematizar significa por tanto cuestionar lo que aparece como natural y es parte del esfuerzo de superar las apariencias primeras, incluye el ejercicio de “(...) formularse preguntas, buscar las múltiples definiciones y reconocer los sujetos de éstas y los argumentos que sostienen (explícitos o implícitos) buscar relaciones entre fenómenos, etc., a partir de los cuales un acontecimiento deviene ‘problema’ que demanda algún tipo de intervención (o solución). E implica redefinirlo” (Ídem: 50). El hecho de que determinadas situaciones se constituyan como “problemas sociales”, o a la inversa la “desproblematización” de otras, implica confrontaciones y luchas vinculadas a la significación de las mismas por parte de actores diversos. Si no se produce -mediante el despliegue de lo que denominamos dimensión investigativa de la profesión- la necesaria desnaturalización de los problemas que se le presentan como tales al profesional, no hay una efectiva autonomía en el quehacer y por ende no se produce un efectivo dominio acerca de él. En este sentido coincidimos con Grassi cuando afirma que “la investigación en El trabajo social y sus múltiples dimensiones: hacia la definición de una cartografía de la profesión en la actualidad Trabajo Social no sólo es una herramienta en el proceso de intervención, sino que se inscribe en la posibilidad misma de constituir la práctica profesional”. En los procesos de división sociotécnica del trabajo el Servicio Social ha sido asociado al hacer más que al conocer, pero el accionar intencional y dirigido del profesional incluye y requiere la dimensión investigativa. Lo que habitualmente sucede es que estos procesos de conocimiento no siempre son documentados y visibles (García Espíndola, 2004), lo que se encuentra condicionado por los requerimientos y exigencias de las organizaciones contratantes. Esto no significa que todos los trabajadores sociales deban ser investigadores en el sentido estricto del término -como algunos de ellos lo son- sino que esto es parte del trabajo colectivo de múltiples y diversos profesionales, especialmente de aquellos que se desempeñan en el ámbito académico, formando permanentemente tanto a nuevos como a viejos trabajadores sociales, en forma directa o a través de sus producciones escritas. III. Dimensión asistencial Lo que hemos dado en denominar como dimensión asistencial del Trabajo Social es el componente del accionar profesional que se encuentra más estrechamente asociado a la existencia y otorgamiento de servicios, prestaciones y recursos. Aquí nuestro desempeño se ubica en el desarrollo de procesos por los que se intermedia y gestiona la vinculación entre las organizaciones que prestan dichos servicios (públicas, privadas, mixtas) y sus destinatarios. Implica la identificación de los recursos sociales existentes y su caracterización, así como el manejo de los mecanismos de acceso, para poder orientar a las personas que así lo necesiten en nuestros diferentes espacios de trabajo. A su vez, incluye todas las acciones que facilitan el acceso de las personas a los organismos prestadores y que hacen saber a éstos, las necesidades de la población. 95 Es una dimensión que tiene presencia explícita desde los orígenes o primeras expresiones históricas de nuestra actividad profesional, no obstante ello, ha sido objeto de estigmatizaciones y rechazos en ciertos momentos de la profesión que perduran hasta la actualidad. Así ocurrió en nuestro país en la década del 80 y comienzos de los 90, para algunos sectores profesionales que tuvieron cierta hegemonía en el colectivo de Trabajo Social, para los que la tarea asistencial de la profesión pasó a tener un carácter secundario cuando no un aspecto a ser desterrado de la actuación profesional. Las tensiones propias del desarrollo de la profesión en su proceso de institucionalización, la han llevado por caminos de movimiento pendular para superar fases anteriores de su devenir histórico, y en ese movimiento ha tendido a rechazar y descartar acciones que han sido propias de la profesión prácticamente desde sus orígenes. Se entiende que esto ha influido en la consideración de muchos de nuestros profesionales acerca del componente asistencial de la profesión. Por otro lado, se ha sumado la preocupación legítima -reeditada por ejemplo en las nuevas generaciones de estudiantes de Trabajo Social- de no caer en el asistencialismo y por ende, en la generación en los beneficiarios de los servicios y programas sociales, de una subjetividad con un fuerte carácter dependiente y disciplinado a las pautas de los organismos que otorgan el acceso a recursos de diferente índole. Quizá la distinción nítida entre acciones asistenciales y asistencialismo4 sea un elemento fundamental para su- perar esa suerte de rechazo a la dimensión asistencial de nuestra profesión que hoy denotan algunos sectores profesionales. Hoy podemos afirmar que es necesario reflexionar y debatir para poder redimensionar el contenido dado a este componente asistencial de nuestro accionar, sobre todo atendiendo a la gravedad 4 El asistencialismo se caracteriza sobre todo por el desarrollo de acciones asistenciales que no se basan en el reconocimiento de los derechos sociales de sus usuarios, sino en el paternalismo y en el clientelismo. 96 y agudeza de las problemáticas sociales asociadas a situaciones de carencia material y de servicios fundamentales para la vida humana (educativos, de salud, habitacionales, de alimentación, de cuidado de niños, ancianos y enfermos, etc.). Teniendo presente además las transformaciones sociales a las que asistimos, especialmente y como hemos visto en apartados anteriores, a los cambios en el Estado y la “sociedad civil”, determinados sobre todo por las transformaciones en los patrones de acumulación capitalista. En este sentido, al repensar nuestro desempeño en el terreno de lo asistencial, debemos tener presente algunas cuestiones que indican ser centrales. Por un lado, que el desarrollo del componente asistencial desde el Trabajo Social implica el acceso a recursos para la reproducción biológica y social de muchos habitantes: subsidios monetarios, vivienda, salud, alimentación, educación, servicios públicos, etcétera. Esta facilitación del acceso a recursos y servicios se halla asociada a la habilitación de los derechos de los beneficiarios de los mismos en su calidad de ciudadanos, componente central de la intervención profesional. Por otro lado, desde el Trabajo Social podemos actuar apuntando al mejoramiento de la calidad de los servicios y programas sociales, humanizando su acceso, a partir de la consideración de los usuarios como personas y sujetos de derechos y no como un número o un expediente. Esto nos lleva además a considerar “la voz” de los sujetos, a propiciar su fortalecimiento y la escucha atenta hacia los beneficiarios por parte de los efectores públicos. Todo ello implica procesos de desburocratización de las relaciones entre prestadores de servicios sociales y los sujetos que los “reciben”. Adela Claramunt Abbate Podemos, por otra parte, aportar e incidir en la elaboración e implementación de políticas sociales viables y eficaces que faciliten recursos humanos y materiales acordes a las necesidades y vivencias de los sujetos con los que trabajamos, ya sea directa o indirectamente. Es posible contribuir además con el desarrollo de una actitud crítica hacia las propuestas que vienen “prefabricadas” desde otros contextos sin considerar su adecuación o su rechazo de acuerdo con las trayectorias, aprendizajes y acumulaciones de nuestra propia sociedad. Otros aportes del Servicio Social pueden orientarse a la mejor organización y articulación de las políticas sociales de modo de evitar innecesarias superposiciones de programas y servicios y aumentar las posibilidades de atender necesidades efectivas de la población. También tenemos un papel a desarrollar en términos de la denuncia acerca de la disminución de los recursos materiales y humanos para la implementación de las políticas sociales. A su vez la atención al problema que algunos autores consideran como “desmaterialización” del trabajo social en el ámbito de los servicios sociales, donde además de la escasez de recursos en muchos casos se observa que cada vez menos es el Trabajo Social, como tal, quien determina el acceso a los mismos. Se podría considerar aquí el problema del clientelismo político y el desarrollo del voluntariado social, que pueden hallarse asociados a esta posible desmaterialización de la profesión. Son otros agentes: político partidarios y también voluntarios, los que se ocupan en muchos programas sociales del desempeño de estas tareas con consecuencias diversas en la vida de la población. Es de destacar en este sentido cómo se incrementan los riesgos de disminución de la autonomía y de los niveles de emancipación de distintos grupos poblacionales que se ven sometidos a diferentes modalidades de clientelismo, por las El trabajo social y sus múltiples dimensiones: hacia la definición de una cartografía de la profesión en la actualidad que “se deben” a un partido o a un sector, o a una organización no gubernamental o grupo de voluntarios sociales. Clientelismo que se ve incrementado por orientaciones que visualizan los programas y servicios sociales como una dádiva -resultante de la “generosidad” de sus patrocinadores- que se otorga a los beneficiarios, y no como un derecho adquirido socialmente a través de las luchas sociales y que es propio de cada individuo por su condición de ciudadano. IV. Dimensión socioeducativa Esta dimensión o componente del accionar profesional, también ha estado presente desde los primordios en la actividad de los trabajadores sociales, adquiriendo contenidos diversos. Consiste básicamente en todos aquellos procesos que se desarrollan con el objetivo de incidir y transformar de algún modo las formas de pensar y de actuar de las personas con las que trabajamos, “...interfiriendo en la formación de subjetividades y normas de conductas, elementos constitutivos de un determinado modo de vida o cultura, como diría Gramsci” (Gómez y Maciel, 2000: 142). Según las orientaciones ético políticas y teórico-metodológicas de los profesionales serán los principales énfasis dados a esta dimensión de su trabajo. Así encontramos profesionales que se identifican (consciente o inconscientemente, explícita o implícitamente) con las demandas de la clase dominante de la sociedad -la que por otra parte fue la principal interesada en la existencia de profesiones como la nuestra- y por ende actúan con un enfoque educativo que apunta al disciplinamiento y adaptación de los sujetos con los que trabajan, a las necesidades de reproducción del capital, contribuyendo a su ubicación como sujetos subordinados, lo que fue propio de los orígenes de la profesión y se mantiene en cierta medida y de maneras diversas, hasta la actualidad. No obstante, existe otra orientación a la interna profesional que se identifica con los 97 intereses de las clases subalternas de la población y alienta su fortalecimiento a través de su accionar, tanto en el trabajo directo con dicha población, en la asesoría para el diseño de las políticas sociales, como en sus producciones académicas. Esta orientación dentro del Trabajo Social, informa el carácter dado a la dimensión socioeducativa que apunta en estos casos al fortalecimiento y mayor organicidad de los sectores subalternos de la población por medio de múltiples y diversas modalidades, procurando su efectiva participación y su conformación como sujetos protagonistas y con capacidad contestataria ante las imposiciones del orden social actual. Algunas producciones que analizan estas cuestiones acerca de la profesión señalan que esta última orientación profesional -sobre todo en aquellos trabajadores sociales dedicados a la práctica interventiva propiamente dicha- es aún minoritaria (López, 1998; Gómez y Maciel, 2000). A pesar de esto último se encuentran múltiples experiencias en las que los trabajadores sociales emprenden acciones socioeducativas que implican un desarrollo de procesos de aprendizaje y cambio en las condiciones materiales y simbólicas de los individuos, familias, grupos, organizaciones y movimientos sociales con los que se trabaja. En estos casos se estimulan y promueven nuevas formas de relacionamiento, nuevas prácticas sociales que posibiliten el desarrollo de potencialidades y capacidades de estos sujetos de carácter intelectual, afectivo, organizativo, material, etcétera. En todos estos procesos lo grupal adquiere especial importancia como ámbito privilegiado de aprendizaje y de sostén ante la posibilidad de los cambios, de lo que se muestra como nuevo y por tanto difícil de asumir por parte de individuos aislados. Es con otros que estos procesos pueden verse facilitados por los soportes que lo colectivo puede ofrecer. En este sentido se estimula la formación de grupos y otras formas de asociativismo, con la finalidad de que las personas y familias se conecten, problematicen su situación y defi- 98 nan sus aspiraciones y proyectos con relación a su calidad de vida, detectando y movilizando recursos que las satisfagan. Se aprecia una vez más aquí, las interconexiones imprescindibles entre los diferentes componentes o dimensiones de la actividad profesional de los Trabajadores Sociales, en el sentido de que más allá de los énfasis que se coloquen en la intervención, difícilmente una dimensión del quehacer profesional se dé sin la presencia -más o menos notoria- de las restantes dimensiones. En definitiva, y como expresa Adriana García (2004) la dimensión socioeducativa es un componente del accionar profesional que posibilita la generación de aprendizajes socialmente compartidos, por sujetos que fortalecen de este modo su capacidad de analizar su realidad, plantear alternativas de cambio y definir su direccionalidad, así como participar activamente en procesos de negociación con otros actores y de gestión de las soluciones o alternativas que se proponen. En este marco se estimulan procesos de movilización de los propios sujetos involucrados, de modo que problematicen su situación e identifiquen y analicen los factores económicos, sociales, políticos y culturales que están incidiendo en su situación, y que definan alternativas de acción contando con la información y la formación requerida para adoptar decisiones viables acordes a sus intereses y necesidades. Al mismo tiempo se evita que las expresiones de la cuestión social que se encuentran presentes en lo cotidiano de la vida y del trabajo de las clases subalternas, se transformen en cuestiones psicológicas de carácter y responsabilidad meramente individual. El Servicio Social además aporta en la traducción de lenguajes (Matus, 1992: 41-42) de los diversos grupos y actores que coparticipan de las diversas situaciones, así como en la divulgación en términos cotidianos de conocimientos de las disciplinas científicas, movilizando información y capacitando en el manejo de técnicas y de procesos (Plan de Estudios 1992 de la Licenciatura en Trabajo Social - Facultad de Ciencias Sociales - Uni- Adela Claramunt Abbate versidad de la República). Las prácticas profesionales contienen el desafío de respetar el conocimiento popular o saber cotidiano y a quienes lo construyen, partiendo de la importancia que estas formas de saber tienen para la reproducción y producción de la vida social. Pero al mismo tiempo se instala otro desafío y es el de no idealizar este saber, teniendo presente el peso que en él tienen la tradición, los preconceptos y prejuicios, los que actúan como obstáculos para el cambio y la generación de transformaciones que apunten a mejorar las condiciones de vida de la población. Por otro lado, la utilización social del conocimiento científico y técnico disponible y su potencial contenido emancipatorio, aparecen como otros desafíos a ser atendidos por los trabajadores sociales, los que sin enclaustrarse en las tendencias cientificistas de la “cultura de expertos” apuntan a fortalecer la dinámica humana en sus programas y proyectos de trabajo. Dicha dinámica propia de los seres humanos, remite a una serie de acciones que estos desarrollan habitualmente con mayor o menor énfasis: la orientación, la movilización y la organización, acciones que los trabajadores sociales que comparten una identificación con los intereses de la clase-que-vive-del-trabajo, tienden a estimular y fortalecer con su propio trabajo profesional. De este modo la orientación implica la puesta en movimiento de contenidos informativos y formativos requeridos para enfrentar las necesidades existentes, conectando recursos e información con los sujetos que viven dichas necesidades. Incluye la puesta en práctica de acciones tales como: capacitación, reflexión, problematización, desnaturalización de situaciones y procesos, etcétera. La organización es la promoción de todas las formas de agrupamiento y asociación que son posibles para enfrentar las problemáticas planteadas, incluyendo acciones como la formación y fortalecimiento de grupos, comisiones, sindicatos, cooperativas, etc., potenciando la capacidad de reclamo y acción, aumentando la visibilidad de los actores sociales, a través de procesos de planificación y comunicación. Mientras que la movilización El trabajo social y sus múltiples dimensiones: hacia la definición de una cartografía de la profesión en la actualidad incluye el estímulo y sostén para la realización de tareas y acciones de carácter amplio, que la población debe desarrollar para enfrentar sus necesidades y buscarle solución (por ejemplo, la elaboración y ejecución de proyectos, campañas, gestiones, etc.). Implica ponerse en movimiento luchando contra la resignación y la naturalización de los procesos sociales La dimensión socioeducativa puede adoptar así una orientación que se dirija hacia la construcción de un proceso emancipatorio, mediante la participación colectiva de la población con la que trabajamos, contribuyendo a que ésta se afirme y autoperciba como sujetos en la sociedad en que viven, con derecho a usufructuar los bienes materiales e inmateriales que en ella se producen. Se busca fortalecer así la capacidad de desarrollar pautas de negociación entre los actores colectivos a su interior, con las instituciones y el poder público, apuntando a generar una democratización de las relaciones y a la construcción de una agenda pública que permita mejorar las condiciones y calidad de vida de la población. El Trabajo Social actúa en estos procesos de corte socioeducativo ubicándose en el espacio intermedio entre la necesidad y su resolución, como en la dimensión asistencial: entre las demandas de la población y los servicios que otorgan las instituciones para las que trabajamos en general como asalariados. Esta situación nos impone límites pero también posibilidades que deben ser analizados y evaluados en cada circunstancia y coyuntura. V. Dimensión ético política Esta dimensión constitutiva de la actuación profesional, atraviesa los diferentes componentes del Trabajo Social ya analizados anteriormente en este documento; es decir, que se pone en movimiento incidiendo en todas las dimensiones que conforman el accionar de los trabajadores sociales. Remite a la discusión (y a su efectivización en la práctica) acerca de los valores que orientan la intervención profesional y que sitúan al tra- 99 bajador social de manera posicionada en las relaciones de poder que están presentes en su campo de actuación. Implica la opción entre proyectos sociales diversos, así como una concepción del mundo, del cambio social y del sentido de esa transformación, del lugar ocupado por el ser humano en las relaciones sociales, etcétera. Sin duda que el debate sobre ética y política y su reencuentro, trasciende los territorios del Trabajo Social pero tiene repercusiones a su interna y es parte de esa búsqueda más amplia, que lleva a repensar la política y la práctica profesional como prácticas que tienen como horizonte la construcción de sujetos políticos colectivos y de una voluntad política que puede estar “(...) dirigida a la construcción de nuevas relaciones sociales, donde tenga lugar la constitución de una libre individualidad social (Marx, 1980), liberando al hombre de las trabas de la alineación en el proceso social de la vida” (Iamamoto, 2003). En el terreno de la moral las acciones son valoradas como buenas o malas, justas o injustas, correctas o incorrectas. Así se conforman un conjunto de costumbres y hábitos culturales que se transforman en deberes y normas de conducta, los que responden a la necesidad de establecer parámetros de convivencia social relacionados a su vez a las condiciones socioeconómicas y culturales de cada momento histórico. Por otro lado, si bien los términos moral y ética son utilizados como sinónimos, es posible establecer entre ellos algunas diferencias definiéndolos de la siguiente manera: la moral como práctica de los individuos en su singularidad y la ética como reflexión teórica y como acción libre orientada a lo humano genérico. Así la moral nace en las sociedades primitivas como respuesta a la necesidad de pautar la convivencia social y la ética nace con los griegos, como reflexión filosófica acerca de la moral, generándose así la ética como disciplina dentro de la filosofía. Las normas, pautas y deberes surgen de necesidades prácticas; la teoría y la reflexión acerca de ellas -propia de la ética- contribuye 100 a entender ese proceso, poniendo en cuestión su significado, aportando elementos para su transformación y orientando la práctica (Barroco, 2003). La ética profesional implica el interrelacionamiento de distintas esferas: la esfera teórica, que contiene las grandes orientaciones filosóficas y teórico-metodológicas que están en la base de las diferentes concepciones éticas de la profesión (valores, principios, visión del hombre y de la sociedad, etc.); la esfera moral práctica, que remite al comportamiento práctico individual de los profesionales, así como al conjunto de las acciones profesionales en su organización colectiva, dirigida a hacer efectivos determinados proyectos con sus valores y principios éticos. Y la esfera normativa, que se resume y expresa en el Código de Ética Profesional, que prescribe normas, derechos, deberes, sanciones y orienta el comportamiento de los profesionales. Supone la elección con autonomía y responsabilidad frente a las opciones y sus consecuencias (Barroco, 2003; Iamamoto, 2005). Cuando las personas adhieren conscientemente a determinadas normas morales, se está ante sujetos que actúan éticamente, es decir con niveles importantes de autonomía en el sentido que pueden decidir frente a lo históricamente posible de forma responsable y libre. No obstante, la conciencia y el conocimiento ético no resultan suficientes para hacer efectiva la ampliación de la autonomía de dichos sujetos. La realización de ésta “(...) supone la unidad entre ética y política, que se hace efectiva en el campo de los conflictos, de la oposición entre proyectos sociales, caracterizándose por la organización colectiva de la lucha entre ideas y proyectos que contienen valores y una dirección ética” (Barroco, 2003). Es en este sentido que afirmamos aquí la existencia de una dimensión ético-política que se encuentra atravesando las demás dimensiones propias del quehacer del Trabajo Social: la investigativa, la asistencial y la socioeducativa. El componente político de nuestro Adela Claramunt Abbate accionar nos lleva a tomar posición a partir de reflexionar en torno de algunas interrogantes fundamentales: ¿al servicio de qué proyecto de sociedad colocamos nuestro trabajo? ¿al servicio de quiénes desarrollamos nuestra labor? En la fundamentación del Código de Ética para el Servicio Social o Trabajo Social del Uruguay se transcribe un párrafo de lo aprobado a nivel del Mercosur por las organizaciones profesionales que dice lo siguiente: “Entendemos la ética como un espacio de reafirmación de la libertad, por lo tanto, como posibilidad de negación de los valores mercantilistas, autoritarios, utilitarios e individualistas que fundan la moralidad dominante en la sociedad capitalista. Como profesionales tenemos la responsabilidad de defender una ética que reafirme la capacidad humana de ser libres, o sea de escoger conscientemente, con protagonismo, las alternativas para una vida social digna”. En este marco se definen una serie de principios y fines fundamentales que reflejan la discusión teórica acerca de la ética profesional a partir de la enunciación de una serie de valores: libertad, justicia social, igualdad, solidaridad y participación. En términos generales dicho Código de Ética que orienta el accionar de los trabajadores sociales uruguayos, comparte con otros de la región algunos principios y valores humanistas, a saber: -La identificación de la libertad como valor ético central, que requiere el reconocimiento de la autonomía, emancipación y plena expansión de los individuos en tanto seres sociales, y de sus derechos; -La defensa de los derechos humanos contra todo tipo de arbitrariedad y autoritarismo; -El fortalecimiento de la democracia y de la ciudadanía a través de la participación política y del acceso a la riqueza producida; -Defensa y profundización de la equidad y la justicia social, a partir de la universalización del acceso a bienes y servicios y su gestión democrática, así como el desarrollo El trabajo social y sus múltiples dimensiones: hacia la definición de una cartografía de la profesión en la actualidad de acciones integrales en la defensa de la ciudadanía; -El compromiso con la calidad de los servicios que se prestan en articulación con otros profesionales y trabajadores en general; -Estímulo del pluralismo, respetando las diversas corrientes profesionales democráticas, promoviendo el debate y la expresión de distintas perspectivas teórico-metodológicas y ético-políticas. Estos principios y valores establecen referencias para la acción profesional en sus diferentes componentes, en el marco de las relaciones y condiciones de trabajo en que se hace efectiva, así como también pauta las expresiones colectivas de la profesión en la sociedad. El que estas orientaciones impregnen el ejercicio cotidiano de los trabajadores sociales, es decir que el “deber ser” se traduzca en “el ser” de la profesión, es uno de los desafíos del Trabajo Social en el contexto actual. VI. Reflexiones finales Sólo enfatizaremos aquí en forma breve, algunos aspectos que entendemos relevantes en este esfuerzo de aproximarnos a respuestas acerca de la pregunta inicial que motivó este trabajo. Debemos subrayar en primer lugar que el Trabajo Social es una profesión compuesta por múltiples dimensiones interrelacionadas, las que se retroalimentan y se desarrollan en el accionar de los profesionales de modo fuertemente interdependiente. Es más, cabe decir que en la realidad, dichas dimensiones o componentes, en general no existen de modo aislado sino que son separadas en esa intención de desentrañar su complejidad para su mejor estudio y análisis. Esto no significa que en las situaciones concretas del trabajo de los profesionales, no se produzcan énfasis en algunos de los componentes o incluso que en ciertas intervenciones de los trabajadores sociales, alguna de las dimensiones se desarrolle en forma privilegiada o de modo independiente de las demás. En segundo lugar, encontramos necesario destacar que la dimensión ético política 101 -marcando los valores y principios que orientan la acción y la direccionalidad de cada intervención- está presente en todas y cada una de las dimensiones que identificamos en forma genérica en el accionar del Trabajo Social: en la investigativa, en la asistencial y en la socioeducativa. En este sentido son muchas las tensiones y los desafíos que el Trabajo Social debe enfrentar en la actualidad, en que sus propias condiciones y relaciones de trabajo, así como las condiciones de vida de la mayoría de la población, se ven profundamente alteradas por las transformaciones sociales, económicas, políticas y culturales a las que venimos asistiendo en las últimas décadas. Por este motivo, tiene fundamental vigencia lo afirmado por Iamamoto (2005) con relación a que se requiere “(...) un profesional culto, crítico y capaz de formular, recrear y evaluar propuestas que apunten para la progresiva democratización de las relaciones sociales. Se exige compromiso ético político con los valores democráticos y competencia teóricometodológica” (...) “Estos elementos aliados a la investigación de la realidad posibilitan descifrar las situaciones particulares a las que se enfrenta el asistente social en su trabajo, de modo de conectarlas a los procesos sociales macroscópicos que las generan y las modifican”. Al mismo tiempo destaca dicha autora que se necesita un profesional que tenga importantes destrezas “(...) técnico-operativas que le permitan potenciar las acciones en los niveles de asesoría, planeamiento, negociación, investigación y acción directa, estimulando la participación de los sujetos sociales en las acciones que les son inherentes en la defensa de sus derechos y en el acceso a los medios para ejercerlos”. Bibliografía AA.VV. “La formación y la intervención profesional. Hacia la construcción de proyectos ético-políticos en Trabajo Social”. 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Adela Claramunt Abbate Los aportes de José Luis Rebellato* en la construcción de un proyecto ético político liberador** 1 2 Alejandro Casas, Laura González, Gustavo Machado, Alicia Brenes, Maite Burgueño Resumen La ponencia, inserta en un proyecto de investigación y desarrollo en curso de la Universidad de la República (Uruguay), propone recuperar algunos elementos centrales de la obra y la praxis del docente y filósofo José Luis Rebellato. Se parte de una apuesta política, donde la subjetividad y la ética son centrales en un proyecto profesional de los trabajadores sociales latinoamericanos y uruguayos, al que se pretende contribuir desde el debate y la reflexión. Entendemos que los aportes de Rebellato, inscritos en el marco de la filosofía y la ética de la liberación latinoamericana y de un marxismo crítico, significan una destacada contribución en el proceso de maduración del pensamiento crítico latinoamericano. Además su obra, por su cercanía con la práctica social y el Trabajo Social, aporta contribuciones significativas en la construcción de un pensamiento y acción profesional inscritos en un proyecto ético político transformador, anticapitalista, democrático y liberador. Estos aportes se redimensionan en la búsqueda de respuestas teóricas e interpretativas, que den cuenta y aporten al nuevo ciclo de luchas sociopolíticas que se vienen desarrollando en nuestra América, sobre todo desde la perspectiva de los movimientos sociales y diversos sujetos colectivos con un horizonte contrahegemónico y emancipatorio. * José Luis Rebellato (1946-1999) se doctora en Filosofía por la Pontificia Universidad Salesiana, Roma, en 1968, bajo la orientación de Giulio Girardi. Fue militante, dirigente sindical y asesor de distintos sindicatos y gremios. Participó en el Centro de Investigaciones y Desarrollo Cultural (CIDC) y luego en Praxis; colaboró con el Centro de Formación Sindical del PIT-CNT (Central de trabajadores unificada del Uruguay desde 1966), así como con múltiples organizaciones sociales y de derechos humanos, realizando trabajos de investigación participativa, asesoramiento y prácticas de educación popular, etc. Fue profesor e investigador de la Universidad de la República, en la Escuela Universitaria de Servicio Social y Facultad de Ciencias Sociales; Escuela, Instituto y Facultad de Psicología; en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación; y en el Programa Aprendizaje y Extensión (APEX). Fue investigador, docente y coordinador de Maestría de Educación Popular en la Multiversidad Franciscana para América Latina (MFAL). Mantuvo una vinculación activa en el CEAAL (Consejo de Educación de Adultos para América Latina) y diversas redes sociales a nivel latinoamericano. Autor de una prolífica y fermental obra a lo largo de 30 años. ** Esta ponencia fue presentada en el “Segundo Foro Latinoamericano: Escenarios de la vida social, el Trabajo Social y las Ciencias Sociales en el siglo XXI”, La Plata, Argentina 2008. La misma surge en el marco del Proyecto de Investigación y Desarrollo (financiado por la Comisión Sectorial de Investigación Científica-CSIC): “Marxismo, latinoamericanismo y ética de la liberación en la perspectiva de José Luis Rebellato” (2007 - 2009), Departamento de Trabajo Social-Facultad de Ciencias Sociales-Universidad de la República, a cargo del equipo que presenta esta ponencia. 106 Alejandro Casas - Laura González - Gustavo Machado - Alicia Brenes - Maite Burgueño Los aportes de José Luis Rebellato en la construcción de un proyecto ético político liberador “Todo pensamiento que critica algo, por eso no es pensamiento crítico. La crítica del pensamiento crítico la constituye un determinado punto de vista, bajo el cual esta crítica se lleva a cabo. Este punto de vista es el de la emancipación humana. En este sentido es el punto de vista de la humanización de las relaciones humanas mismas y de la relación con la naturaleza entera. Emancipación es humanización, humanización desemboca en emancipación (Franz Hinkelammert, 2007).” Nos proponemos recuperar algunos elementos centrales de la obra y la praxis del docente y filósofo José Luis Rebellato, como forma de colocar nuestra apuesta política, donde la subjetividad y la ética son centrales en un proyecto profesional de los trabajadores sociales latinoamericanos y uruguayos, al que queremos contribuir promoviendo el debate y la reflexión. Entendemos que los aportes de Rebellato, inscritos en el marco de la filosofía y la ética de la liberación latinoamericana, significan una destacada contribución en el proceso de maduración del pensamiento crítico latinoamericano -y se inscriben en una tradición de reflexión crítica-, en particular en el campo de la filosofía y la ética, representando uno de los intentos rigurosos de formulación de un “marxismo crítico latinoamericano”, presentando importantes contribuciones en los campos del debate sobre la hegemonía, la constitución del sujeto y de la praxis político-cultural-pedagógica, así como en la perspectiva de la ética de la liberación en América Latina. En este sentido, creemos que Rebellato aporta también contribuciones significativas en la construcción de un pensamiento y acción profesional inscritos en un proyecto ético político transformador, anticapitalista, democrático y emancipador. Entendemos que cualquier proyecto profesional se inscribe y refiere a proyectos so- cietarios más amplios. Referirnos a proyectos societarios nos lleva al análisis del desarrollo capitalista actual y las particulares expresiones en América Latina, donde se inscribe la profesión como parte del trabajo colectivo de la sociedad en la resolución de sus necesidades. En este campo contradictorio, heterogéneo y complejo, se expresan proyectos societarios diversos, algunos de ellos antagónicos, que se enfrentan en el campo de la lucha por la hegemonía y la dirección político cultural en la sociedad. Partiendo del análisis de Rebellato (2000c: 13-17), es posible indicar que el mundo contemporáneo, en su versión de la “globalización con hegemonía del capitalismo neoliberal”, nos enfrenta a una contradicción fundamental, aquella que contrapone el capital con la vida, incluyendo en ésta no sólo la vida humana sino la propia vida de la naturaleza (externa al ser humano). Se trata de una globalización que “construye subjetividades sobre el modelo de la violencia”: Ésta aparece como expresión de la competitividad, “pues se pierde el valor del otro como alteridad dialogante y se lo reemplaza por el valor del otro como alteridad amenazante”. La razón instrumental que se expande por doquier, la cual deriva del “imaginario de la tecnología transformada en racionalidad única”, ahoga los potenciales de una razón práctica emancipatoria. A esto contribuyen sin duda las concepciones posmodernas, las cuales “más allá de los aportes sugerentes en el campo de la diversidad y del sentido de la incertidumbre, termina(n) en un planteo nihilista y en el sin sentido de un mundo alternativo”. Se refuerza además una globalización que apunta a “democracias de baja intensidad, sin participación”. Según Rebellato el neoliberalismo “realmente existente” y la democracia son incompatibles en América Latina, lo que se complementa con la aplicación de un modelo de “gobernabilidad conservadora o sistémica”. En esta última década hemos asistido a importantes transformaciones en las luchas sociopolíticas en América Latina, frente a un Los aportes de José Luis Rebellato en la construcción de un proyecto ético político liberador modelo de dominación, explotación y exclusión global que no se ha alterado en lo fundamental. Pueden destacarse las luchas de los movimientos sociales y distintos sujetos colectivos (indígenas, campesinos, de derechos humanos, obreros, de mujeres, de desempleados, estudiantes, ambientalistas, cooperativos, etc.), que se han enfrentado con relativo éxito luchando contra la explotación indiscriminada de los recursos naturales y el capital trasnacional, derribando varios gobiernos de signo neoliberal. Al mismo tiempo, han promovido la construcción de instrumentos y herramientas político partidarias de izquierda y centroizquierda que han permitido acceder al gobierno en varios países de “nuestra América”. En así que han comenzado a afirmarse alternativas pos-neoliberales de distinto tipo, las cuales comparten en términos generales una posición de reforzamiento de la integración latinoamericana (en los aspectos comunicacionales, energéticos, comerciales, financieros, de infraestructuras, etc.) y en una estrategia de refuerzo del multilateralismo y estímulo de la cooperación sur-sur, la que muchas veces no deja de resguardarse en los intereses de poderosas burguesías criollas y trasnacionales, que se respaldan en un papel más activo del Estado, y en la búsqueda de ampliación de los mercados internos. Si bien creemos que se trata de procesos donde priman más las afinidades que las diferencias, sin embargo se distinguen alternativas en las estrategias de desarrollo y de superación de aquellas herencias y en la construcción de alternativas. Es en este contexto actual de las luchas sociales en América Latina, que nos parece importante resituar algunos aportes de Rebellato. Sus aportes, como contribuciones para la construcción de un proyecto ético político emancipador trascienden la consideración de sus conceptos teóricos centrales, ya que sus enseñanzas no se mantienen encerradas en sus productos bibliográficos. Muy por el contrario, la riqueza de este autor se encuentra en la profunda vinculación de su vida y su obra, 107 de sus prácticas y del diálogo permanente que mantenía con diversos autores, analizando los aportes teóricos desde un análisis complejo, donde el contexto y la situación histórica que estaba viviendo llenaban de sentido sus inquietudes y sus aportes. De esta forma intentaremos desarrollar algunos elementos que caracterizan la obra de José Luis Rebellato, enfrentando el gran desafío de analizar sus aportes en vinculación con su vida, pero también desde la sana interpelación o inquietud crítica de pensar sobre y desde nuestro tiempo histórico. 1. Una valoración de la obra teóricopráctica de Rebellato no debería dejar de considerar sus continuidades y rupturas. En este sentido identificamos provisoriamente algunos momentos significativos: 1) una primera etapa, sobre todo durante los años de formación básica, de carácter más ético filosófica, entre fines de los 60 y durante los 70, centrada fundamentalmente en los debates sobre la filosofía y la ética, así como la cuestión de la objetividad-subjetividad, pero ya inspirada fuertemente en el marxismo de Girardi y de Gramsci; existe aquí un momento de quiebre, tal como lo señala el propio Rebellato, hacia temáticas de carácter más interdisciplinario, durante los estudios a comienzos de la década de los 70 en nuestro país; 2) un segundo momento, de intensa producción teórica y militancia social y política en la década de los 80 y a la salida de la dictadura en Uruguay, está pautado por el énfasis en la educación popular liberadora, la perspectiva de Gramsci con una fuerte impronta cultural, junto con la de Ricoeur desde una matriz hermenéutica, la búsqueda de articulación en términos de un paradigma alternativo, contrapuesto a un paradigma hegemónico o dominante, y la vinculación entre ética y práctica social; y finalmente 3) la década de los 90, siendo un período en el que Rebellato consolida su inserción académica a nivel de la Universidad -aunque sin abandonar su vocación extensionista y su vinculación con distintas organizaciones y prácticas sociales-. Allí se produce un cierto giro en el que la perspectiva 108 Alejandro Casas - Laura González - Gustavo Machado - Alicia Brenes - Maite Burgueño más centrada en el marxismo y la educación popular de base gramsciana fuertemente presente en la década del 80, es resignificada a partir del diálogo con los debates éticos aportados por la filosofía y ética de la liberación latinoamericana y sus debates con la ética del discurso, hasta llegar a una valorización de las perspectivas de Charles Taylor y Edgar Morin (que tienen fuerte influencia en los procesos educativos, comunicativos y en una perspectiva orientada al trabajo comunitario (cf. Rebellato y Giménez, 1997), junto con otras perspectivas, como la de Castoriadis y Lévinas. Adquieren centralidad en esta etapa los aportes en términos de la democracia radical y del poder local, la autonomía y la crítica del neoliberalismo. 2. En la pretensión de considerar la globalidad de la obra de Rebellato, creemos que es posible caracterizarla como una obra muchas veces “incómoda”, en la medida en que demuestra un permanente afán por no adoptar posiciones fáciles. Esto supone, según él mismo expresaba, no buscar negar o armonizar el conflicto, sino comprenderlo como parte del proceso de transformación. Para lograr una práctica social que asuma el conflicto como motor de un proceso de transformación, es necesario reflexionar desde aportes teóricos que contribuyan a desentrañar las mediaciones presentes y a vislumbrar alternativas posibles. La obra de Rebellato se nos presenta asimismo como desafiante, viva, ya que nos obliga a salir del limbo de nuestras aparentes certezas conceptuales y categoriales. Es una obra que impacta en el lector al trascender la clásica oposición entre lo intelectual-racional, que articula la razón y la subjetividad. En este sentido, aparece la ética como una dimensión central de una praxis transformadora: “la tarea ética de ser dueños de nosotros mismos, es una dura conquista. Una conquista personal y colectiva, social y política. Y también una conquista ética” (1989: 39). Este planteo nos interpela también en nuestros valores, ideologías y deseos, nos vincula con la pre- gunta por nuestras opciones personales, por los múltiples sentidos de la experiencia y la existencia individual y colectiva, por la coherencia entre el pensar, el sentir y el actuar. No es una obra frente a la cual podamos permanecer indiferentes. 3. En tercer lugar, su obra reflejó sin duda a un intelectual que podemos caracterizar como radical. No es posible referirnos a él como un simple pensador o filósofo, o investigador clásico. Tampoco podemos caracterizarlo solamente como un educador popular, docente, extensionista o militante social y político. Por el contrario, se trató de un intelectual que articuló, quizás como pocos, una rigurosa formación y trato teórico e investigativo, reflejado en muchas de sus obras escritas, junto con una intensa vinculación con la práctica social y educativa. Logró eso que quizás esté reservado para unos pocos: ser un gran articulador de la teoría y la práctica, sin dejar de ser, al mismo tiempo, un intelectual sólido y un educador y docente comprometido con los sujetos y las causas populares. Se trató sin dudas de un gran pensador de la práctica, y también de un importante promotor de la teoría puesta en práctica. En sus aportes a la construcción de un proyecto ético político transformador, la práctica social ocupa un lugar central: “la práctica social debe apostar a vincular las luchas reivindicativas con las luchas políticas, la autogestión con la gestión del poder de la sociedad, la transformación cultural con la creación de nuevas estructuras económicas y políticas. (…) las luchas parciales con la lucha por un proyecto político popular, auténticamente democrático y necesariamente revolucionario” (1989: 132). 4. De esta forma es posible decir que Rebellato fue sin duda un intelectual orgánico, en el sentido de Gramsci, vinculado fuertemente con los sectores populares y las clases subalternas y, sobre todo, con un proyecto de transformación cultural y de liberación. De esta forma su propuesta se ubica Los aportes de José Luis Rebellato en la construcción de un proyecto ético político liberador claramente en el campo del pensamiento crítico, tal cual lo veíamos en la cita de Hinkelammert del inicio, en cuanto orientado por el punto de vista de la emancipación humana. Se sabía parte de un intelectual colectivo, que al mismo tiempo se integra en un movimiento sociocultural y político que trasciende ampliamente el conocimiento académico. Reconocía la imposibilidad del conocimiento fuera de la historia y de las opciones sociopolíticas, recluido en las falsas seguridades de los sistemas corporativos de producción del saber académico. Renegaba de los presupuestos positivistas o neo-positivistas de un conocimiento puro, objetivo, concebido bajo un cientificismo estrecho, que autonomiza los hechos de los valores, la razón de la emoción, la corporalidad de la mente, el significante del significado, el sujeto del objeto. Apostaba a las confluencias entre el saber académico y el saber popular, aunque sin caer en algunas posiciones subjetivistas o culturalistas que terminan por negar la validez del conocimiento teórico y reivindican la autenticidad y la validez aproblemática del saber cotidiano, popular, de su cultura. Rechazaba tanto el vanguardismo academicista, como el basismo de que el pueblo contiene en sí mismo las llaves del acceso al conocimiento verdadero. Sabía que el sentido común, en el sentido de Gramsci, las concepciones del mundo de las clases subalternas, se insertan en un determinado modelo de relaciones sociales de tipo capitalista y dominador. Dichas concepciones integran ideologías, tradiciones, saberes, lenguajes, esquemas de percepción, valores que están atravesadas por relaciones de explotación, dominación y exclusión. Apelaba sí a esa posibilidad de articulación, de diálogo, de construcción colectiva del conocimiento, de un conocimiento vinculado con un proyecto más amplio de transformación social, que subsumía las herramientas metodológicas u otro tipo de propuestas pedagógicas bajo dicho horizonte ético crítico. 109 5. Es posible indicar asimismo el carácter renovador y crítico de la concepción y praxis educativa de Rebellato, que se articula con su producción escrita y su reflexión teórica. Aquí cobran relevancia sus propuestas de desarrollo de formas de investigación participativa, que propiciaran la construcción de un saber vinculado orgánicamente con las necesidades de los sujetos colectivos. Este es un camino fértil en el diálogo con la sociedad, ya que permite escuchar las diferentes voces, reconociendo y aportando a la constitución de sujetos creativos. Esta perspectiva metodológica “considera que no es posible construir poderes sociales si a la vez no se construyen saberes sociales” (2000: 36). Se trata de partir de los problemas planteados por el pueblo, pero, como señala Rebellato sin transformar la investigación en una “mitologización de la espontaneidad”: “Espontáneamente nuestra voz reproduce la voz de la dominación (…) debemos ser investigadores de la esperanza, no de la resignación, investigadores desafiantes, no meros facilitadores” (2000: 37). También importa su propuesta de la educación popular liberadora, fuertemente influenciada por la lectura de Paulo Freire y la pedagogía crítica, que encontraba su fundamento en cuanto articulada al movimiento de resistencia, de organización, de afirmación de una conciencia crítica y de una perspectiva contrahegemónica en lo cultural y en la afirmación de un bloque histórico alternativo.1 Para Rebellato la educación popular liberadora “supone la constitución del sujeto popular en sujeto de saber y de poder. (…) requiere de una transformación profunda de los intelectuales, técnicos y educadores, en el sentido de una apuesta y una confianza en las potencialidades de los actores sociales populares” (2000c: 30). Procesos educativos siempre caracterizados por él en cuanto a su carácter sistemático y crítico, insertos por su parte en procesos de 1 Ver al respecto sus análisis sobre los procesos de formación de la conciencia de clase, a partir del análisis de experiencias de formación sindical, en Rebellato (1993 y 1994). 110 Alejandro Casas - Laura González - Gustavo Machado - Alicia Brenes - Maite Burgueño resistencias y construcciones de horizontes liberadores desde los sectores populares y dominados, que no siempre desembocan en victorias o en avances históricos. Por el contrario, se mueven en el campo de lo posible, están plagados de contradicciones, suponen desvíos, frustraciones, avances tímidos o sustantivos, recomienzos. 6. Lo anterior no obsta para que existiera en Rebellato una siempre definida concepción antropológica y política “optimista”, donde la esperanza, la confianza en las potencialidades de los sujetos, de las “víctimas” en el sentido de Walter Benjamin, la “apuesta” en el sentido pascaliano, suponen un horizonte de sentido para afirmar la construcción de las utopías posibles. Toma la perspectiva de Benjamin en su cuestionamiento al paradigma del progreso, propio del proyecto de la Ilustración, proponiendo construir una mirada de la historia desde las “víctimas”. Toma la idea de Habermas de que “La esperanza de lo nuevo futuro sólo se cumple mediante la memoria del pasado oprimido” (2000c: 19); es éste el fundamento desde el cual se orienta una práctica que busca desarrollar nuevas voces, nuevos poderes y saberes sociales. Se trata de una construcción del presente, orientada hacia un futuro y en diálogo con los actores del pasado, con las frustraciones y las esperanzas de los que quedaron callados por la historia de los vencedores. De esta forma su crítica del utopismo del progreso lineal acuñado por la modernidad y el capitalismo, no le hacía caer en posiciones irracionalistas, nihilistas, ni tampoco en falsos idealismos. La perspectiva puesta desde las víctimas de la historia y del sistema, le propiciaba no solamente un horizonte epistemológico y ético de crítica del sistema y la totalidad dominante, fundando la posibilidad de un conocimiento alternativo, sino también algunas claves para afirmar y despertar las energías utópicas y transformadoras de los sujetos. Esta apuesta a las víctimas del sistema adquiere mayor relevancia con los aportes de Emmanuel Lévinas, donde las víctimas constituyen la alteridad, que convoca a una ética de la responsabilidad, ya que “No hay un sí sin otro que me convoque en cuanto existencia responsable” (2000c: 21). En la filosofía occidental, el Otro tiende a reducirse a la repetición de mí mismo, por el contrario se hace necesario situar la alteridad reconociendo la diferencia del Otro que me trasciende. Estos elementos fundamentan el enorme valor que Rebellato asigna al encuentro con el otro, al establecimiento de una profunda relación de tipo dialógico e intersubjetivo. En sus palabras: “La búsqueda de sentido debe orientare (…) hacia una relación intersubjetiva: el cara a cara como experiencia ética originaria” (2000c: 20).2 Estos elementos conceptuales se ven profundamente implicados en Rebellato en la relevancia otorgada a la práctica educativa. Su práctica como educador y docente en los diversos ámbitos en los que se insertaba estaba atravesada por una característica cen2 Al respecto vale indicar que esta lectura del Otro no supone una exterioridad absoluta, que negaría una igualdad originaria de los seres humanos, ni tampoco negar una racionalidad de tipo dialógica. El propio Rebellato se refiere a ello en la crítica que realiza a algunos planteamientos de Enrique Dussel -a pesar de compartir varios postulados de la obra dusseliana-, inspirados por su vez en Lévinas, que tiene que ver con la categoría del Otro en cuanto exterioridad: “Es tan fuerte la insistencia de Dussel respecto a la exclusión del Otro, que éste se nos presenta casi como situado fuera del sistema, como exterioridad absoluta, como el más allá que interpela. Ahora bien, históricamente, el excluido lo es por la fuerza y la dinámica del propio sistema”. Al respecto Rebellato postula la hipótesis de algunos resabios de filosofía heideggeriana con un sesgo metafísico con su categoría de exterioridad. Rebellato también refiere a que Dussel no toma suficientemente en cuenta los aportes de la racionalidad dialógica de la ética comunicativa. El Otro, sumido en la exterioridad, necesita ser liberado. La interpelación desde la exterioridad es dirigida hacia alguien que puede liberar. Con lo cual se corre el riesgo de establecer una contraposición entre quien libera y quien es liberado. La liberación pierde entonces su carácter también como proceso comunicativo entre quien es oprimido y quienes son interpelados por el oprimido. Más bien, parece una iniciativa de los interpelados, de los intelectuales de la filosofía de la liberación. Esto según Rebellato afecta la praxis pedagógica y política: el énfasis está puesto en el hecho de que alguien tiene que liberar a alguien, y no en la necesidad de liberarnos juntos (1995: 165-6). Los aportes de José Luis Rebellato en la construcción de un proyecto ético político liberador tral: la no descalificación de los otros para el diálogo, para la escucha atenta. Otros muy “diversos” con los que Rebellato se vinculó especialmente, pero que reconocían este atributo en el relacionamiento directo. De esta forma, su profunda articulación entre la teoría y la práctica se vincula con adoptar una perspectiva hermenéutica, que conduce a ubicar los aportes teóricos con relación al contexto, a las condiciones concretas de existencia y a los horizontes de precomprensión de los educandos, con una perspectiva de aporte en un sentido emancipador. Parece quedar claro que en este sentido, y desde Rebellato, no se trata sólo de una cuestión de la generación de conocimiento desde los educandos o los sectores populares, sino que esto se realiza en una perspectiva que integra el autoanálisis de la vida cotidiana, de los valores, de las formas de vida, de cultura, de las creencias y tradiciones, y donde ingresa el componente del análisis de la práctica social y política. 7. En cuanto a las fuentes teóricas que nutren su reflexión, podemos decir que Rebellato era un pensador heterodoxo, que buscaba sintetizar, poner en diálogo diversos aportes, desde un pensamiento profundamente autónomo, estrechamente vinculado al contexto latinoamericano y a una praxis social liberadora. Su obra teórica no se caracteriza por una ubicación a priori en un determinado paradigma o perspectiva teórico metodológica (aunque ciertamente se mueve en el campo de la teoría crítica) sino que más bien refleja una gran fidelidad a hacer de sus preocupaciones sociales y emancipatorias, preocupaciones teóricas, que buscan respuesta en el diálogo abierto y riguroso con los más diversos aportes de las ciencias sociales y humanas. Si bien contrapone la formulación de un paradigma tradicional a uno alternativo (y esta será una búsqueda permanente en toda su obra), a lo largo de su evolución teórica dicha contraposición adquiere nuevos significados. Rehuye claramente del positivismo y del liberalismo, sin duda se nutre fuertemente de un marxis- 111 mo humanista y crítico, así como de la perspectiva hermenéutica de Ricoeur, aunque no se reduce a ninguno de dichos campos. Toma aportes del psicoanálisis, sobre todo desde la versión del imaginario radical de Castoriadis, se nutre ciertamente de la pedagogía crítica, retoma en buena medida la concepción de poder de Foucault. Bebe en las fuentes de la Escuela crítica de Frankfurt, y dialoga fuertemente con la perspectiva habermasiana, aunque la hace debatir con la propuesta dialógica de Freire. Retoma el marxismo de Gramsci, Mariátegui y Benjamin, y por otro lado se implica con la perspectiva de la complejidad de Morin, la perspectiva comunitarista de Taylor y se acerca al pensamiento de Lévinas. Rechaza el posmodernismo, su apelación a la fragmentación y su apologética muerte del sujeto, pero al mismo tiempo rescata algunos aspectos críticos de dichas corrientes. Pone fuertemente el énfasis en una tradición latinoamericana de pensamiento crítico (Mariátegui, Freire, Guevara, Girardi, Hinkelammert, Dussel), pero reniega de una perspectiva provinciana y que no dialogue con las perspectivas europeas y anglosajonas. 8. Considerando estos aportes, podemos decir que el pensamiento de Rebellato se ubica en el campo de la afirmación de una filosofía y ética de la liberación. Una ética de la liberación que, desafiada por la exclusión, “recupera la historia desde la perspectiva de los oprimidos, sustenta la categoría de la esperanza como dimensión utópica de la historia y contrapone a la ética del mercado una ética de la responsabilidad y de la alteridad, articulando las categorías de autonomía y dignidad” (2000c: 22). Dicha ética requiere una resistencia desde la dignidad del sujeto, reconociéndolo a partir de sus capacidades y potencialidades. Al decir de Rebellato, “supone el reconocimiento de la iniciativa popular, la posibilidad efectiva de cambiar la historia y la centralidad de la subjetividad expresada en la lucha de los movimientos” (2000c: 23). Una ética de la liberación supone poner en el horizonte la superación del orden existente y 112 Alejandro Casas - Laura González - Gustavo Machado - Alicia Brenes - Maite Burgueño la construcción de una sociedad emancipada; supone asimismo colocar al sujeto humano en el centro de la historia. La ética de la liberación no sólo define un horizonte de emancipación, sino que aporta elementos orientadores y estructurantes del proyecto humano en esa dirección: “(…) pensar la historia desde las víctimas, como condición trascendental y como eficacia histórica, adherir a la construcción de democracias desde la sociedad civil, fortaleciendo el poder de las comunidades y el desarrollo de identidades culturales críticas y maduras y reconocer en el oprimido, no sólo una víctima, sino alguien que provoca nuestra responsabilidad, parecen ser algunas de las claves de confluencia en la construcción de una ética de la liberación, en el desafío actual de construir paradigmas alternativos en la era de la globalización neoliberal” (2000c: 23). Por otro lado, Rebellato realizó contribuciones importantes al desarrollo de un marxismo crítico, latinoamericano y humanista. A lo largo de toda su obra se observan aportes que proclaman la vigencia del pensamiento de Marx. En uno de sus últimos trabajos, afirmaba con relación al Manifiesto Comunista: “Se trata de la denuncia profética y de la indignación frente a la injusticia social, a la desigualdad, a la explotación y dominación de la clase trabajadora” (2003: 84). Rebellato sostiene asimismo la permanente vigencia de la afirmación de que la historia de la sociedad es la historia de la lucha de clases. En su lectura del marxismo cobra un gran peso la figura de Gramsci. Tomando los aportes de este autor, Rebellato reivindica un marxismo “nacional y popular”, “de carácter antidogmático, antieconomicista y determinista”, “abierto a la subjetividad histórica”, al protagonismo de los sujetos, a la praxis político cultural y al conocimiento desde los sectores populares (1988). Esto implica que desde su perspectiva tiene un lugar de relevancia la subjetividad como elemento constitutivo de la acción política. Retomando a Gramsci, señala: “La conciencia no es simple reflejo de las leyes objetivas y de las contradicciones en las rela- ciones de producción. Una nueva conciencia supone una nueva opción, no sólo de clase, sino también una nueva opción ética” (1988: 117). En su diálogo con el contexto latinoamericano, Rebellato retoma de Mariátegui la idea de un marxismo desarrollado y puesto en práctica desde las características peculiares de América Latina. Recupera de Guevara la centralidad de la acción consciente y organizada, así como la prioridad de una filosofía de la praxis y su apuesta a la construcción de un hombre nuevo, “que avanza decididamente hacia el hombre liberado de la alienación. Un hombre nuevo es condición necesaria en el camino de construcción de un reino de libertad” (2003: 118-9). 9. Finalmente, es posible decir que la propuesta de Rebellato se traduce en una obra y en un intelectual de tipo heréticos. Esto en la medida en que se trata de una perspectiva que parece muy difícil de ser “integrada”, ya no tanto a nivel de la academia oficial (que tiende naturalmente al conservadurismo), sino sobre todo por la cultura y por el sistema hegemónico de poder económico, político y cultural. Pueden ser recuperados en este sentido algunas perspectivas de su obra que desmontan el régimen de saber, la cultura y el régimen de producción y dominación hegemónico: por ejemplo sus análisis críticos pioneros sobre la globalización y el neoliberalismo desde el punto de vista ético cultural; su perspectiva de afirmación de una democracia radical y de una autonomía efectiva de los diversos sujetos colectivos y de las víctimas del sistema (que continúa su análisis anterior centrado en el poder y la participación popular); su horizonte de construcción de una sociedad emancipada; la afirmación de una educación popular liberadora; la perspectiva de la liberación individual y colectiva en una tradición latinoamericana; el énfasis en el conflicto como constitutivo de la vida social; el espacio de la utopía y de la esperanza en la crítica y superación del orden existente, entre otros. Los aportes de José Luis Rebellato en la construcción de un proyecto ético político liberador 113 Rebellato fallece en 1999, en un contexto de auge del neoliberalismo. Sin embargo, aun en dicho contexto de reestructuración capitalista regresiva, retroceso de los derechos sociales y de desmovilización popular, siempre promovió una esperanza activa, no como ilusión pasiva de espera, sino como resignificación de la utopía como horizonte de posibilidad efectiva de transformación. Hoy nos continúa desafiando, por ello elegimos esta cita extensa para cerrar esta presentación: Bibliografía citada Vivimos tiempos de crisis, de desafíos, de esperanzas. Vivimos tiempos de encrucijadas históricas. Esto requiere de nosotros lucidez, entrega a una tarea liberadora, adhesión a la utopía mediatizada en proyectos efectivos. Requiere resistencia y propuesta, radicalidad y sentido del límite (…) Requiere construir una globalización de signo contrario a la globalización neoliberal. Una globalización de la solidaridad. Una verdadera internacional de la esperanza. Un mundo donde quepan todos los mundos. Hay una responsabilidad insustituible en los trabajadores sociales. Ellos y ellas se encuentran en contacto permanente con el dolor y sufrimiento de la gente, pero también con sus alegrías y anhelos, con sus deseos y esperanzas. La verdadera Reconceptualización del Trabajo Social aún no ha terminado. Más bien tiene un largo camino por delante: no es una etapa, es más bien un proyecto. Empieza día a día en la medida en que creemos que el protagonismo de los sujetos populares requiere revisar a fondo nuestros enfoques teóricos, nuestras metodologías, nuestra forma de investigar y sistematizar. Y, sobre todo, en la medida en que es un proyecto que se nutre de nuestra capacidad de ser educadores de la esperanza que cree en las posibilidades humanas de cambiar la historia. Puesto que la historia no ha terminado y la historia no tiene fin (2000b). Rebellato, José Luis. Ética y práctica social. Eppal, Montevideo 1989. Hinkelammert, Franz. Hacia una crítica de la razón mítica. El laberinto de la modernidad. Materiales para la discusión. Arlekín, San José de Costa Rica 2007. Rebellato, José Luis. “El marxismo de Gramsci y la nueva cultura”. En: AAVV: Para comprender a Gramsci. Nuevo Mundo, Montevideo 1988. Rebellato, José Luis. “Conciencia de clase como proceso” (1ª parte). Revista Trabajo Social Nº 12, Eppal, Montevideo 1993. Rebellato, José Luis. “Conciencia de clase como proceso” (2ª parte). Revista Trabajo Social Nº 13, Eppal, Montevideo 1994. Rebellato, José Luis; Giménez, Luis. Ética de la autonomía. Desde la práctica de la Psicología con las Comunidades. Nordan, Montevideo 1997. Rebellato, José Luis. “La educación liberadora como construcción de la autonomía y recuperación de una ética de la dignidad”. Revista de Trabajo Social N° 18, Eppal, Montevideo 2000. Rebellato, José Luis Ética de la liberación. Nordan, Montevideo 2000b. Rebellato, José Luis. “Globalización neoliberal, ética de la liberación y construcción de la esperanza”. En: Rico, Alvaro y Acosta, Yamandú (comp.), Filosofía latinoamericana, globalización y democracia. Nordan, Montevideo 2000c. Rebellato, José Luis (2003). “Actualidad del Manifiesto en la construcción de un paradigma emancipatorio”. En: http://fhuce1.fhuce.edu.uy/public/actio/num2/contenido.html Autores XIMENA BARÁIBAR RIBERO Asistente Social Universitaria (Universidad de la República, Uruguay). Máster en Servicio Social (Universidad de la República - Universidad Federal de Río de Janeiro). Cursa estudios de Doctorado en Ciencias Sociales, Mención Trabajo Social, en la Universidad de la República, Uruguay. Docente en la cátedra de Políticas Sociales del Departamento de Trabajo Social, Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República y Asistente Social en el Servicio de Tierras y Vivienda de la Intendencia Municipal de Montevideo. ximenab@internet.com.uy CELMIRA BENTURA Licenciada en Trabajo Social, egresada de la EUSS (Universidad de la República, Uruguay). Magíster en Trabajo Social del Departamento de Trabajo Social, FCS, Universidad de la República, Uruguay. Docente e investigadora del Departamento de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, Uruguay. Integrante del área Salud y Sociedad de este Departamento. Actualmente se desempeña como profesional en la Intendencia Municipal de Montevideo, Departamento de Desarrollo Social, División Políticas Sociales, Unidad de Convenios, y en Salud Mental de ASSE (Hospital Vilardebó). celmirab@gmail.com ADRIANA BERDÍA Licenciada en Trabajo Social (Universidad de la República, Uruguay). Magíster en Servicio Social (Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil), Doctoranda en Ciencias Sociales (Universidad de la República, Uruguay). Docente de la Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de la República, Uruguay). Se desempeña como asesora de la Dirección Nacional de Vivienda del Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente. Ha desempeñado cargos similares en la Intendencia Municipal de Montevideo, en la Dirección de Espacios Públicos y Edificación. Es también asesora de organizaciones de la sociedad civil en el área de cooperativismo de vivienda. adriab@adinet.com.uy 116 Autores ALICIA BRENES MUNDY Licenciada en Trabajo Social, Facultad de Ciencias Sociales. (Universidad de la República, Uruguay). Docente del Departamento de Trabajo Social, Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de la República, Uruguay). Cursa la Maestría en Trabajo Social de esta Universidad. Se desempeña como profesional en el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, Proyecto Uruguay Rural. aliciabrenes@yahoo.com.uy MAITE BURGUEÑO Licenciada en Trabajo Social (Universidad de la República, Uruguay). Docente del Área de Liberación de la FCS, Universidad de la República, Uruguay. Participa de Proyecto de Investigación y Desarrollo (CSIC) “Marxismo, latinoamercanismo y ética de la liberación en la perspectiva de José Luis Rebellato” y del Proyecto de Vinculación con el Sector Productivo (CSIC) “Condiciones sociolaborales de las Trabajadoras/es Domésticas/ os y su organización política”. Docente ayudante del curso “La cuestión social en la Historia”. Trabaja en el Instituto de Promoción Económico y Social del Uruguay (IPRU) en el Programa Desarrollo Local. maitebur@gmail.com ANA LAURA CAFARO MANGO Licenciada en Trabajo Social (Universidad de la República, Uruguay). Diploma de Especialización en Intervención Familiar en la Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de la República, Uruguay). Directora del Centro Diurno “Cántaro Fresco”, perteneciente al Programa Centros Diurnos de la División de Protección Integral de Tiempo Parcial del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay. Docente del Departamento de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de la República, Uruguay). Ha realizado trabajo con Mujeres víctimas de violencia doméstica y abuso sexual en el Zonal 11 (ComunaMujer), dentro del Convenio Intendencia Municipal de Montevideo - Casa de la Mujer de la Unión, e integrado el Equipo Técnico del Grupo de Autoayuda para Mujeres Víctimas de Violencia Doméstica y Abuso Sexual, de la Casa de la Mujer de la Unión. picafaro@adinet.com.uy laurac@fcs.edu.uy Autores 117 ALEJANDRO CASAS Doctor en Servicio Social (Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil). Profesor Adjunto del Departamento de Trabajo Social (Universidad de la República, Uruguay). Curso de Ética Filosófica. Coordinador de Proyecto I+D “Marxismo, latinoamericanismo y ética de la liberación en la perspectiva de José Luis Rebellato” (CSIC). Integrante del Equipo técnico de Defensoría del Vecino de Montevideo. janocg@adinet.com.uy ADELA CLARAMUNT ABBATE Asistente Social Universitaria, egresada de la Escuela Universitaria de Servicio Social (Universidad de la República, Uruguay). Máster en Servicio Social (Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil). Realiza estudios de Doctorado en Ciencias Sociales (Mención en Trabajo Social) en la Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de la República, Uruguay). Docente del Departamento de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de la República, Uruguay). Sus principales líneas de investigación se ubican en la temática de la cuestión social, las políticas sociales, la acción colectiva, el Trabajo Social y la formación universitaria. adelac@fcs.edu.uy BLANCA GABIN Licenciada en Trabajo Social, Diplomada en Trabajo Social Familiar, Profesora Adjunta del Departamento de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de la República, Uruguay). Ha publicado Hacia un enfoque integral de la minoridad infractora (en coautoría con la Dra. Mónica de Martino), CSIC-Carlos Álvarez Editor, Montevideo 1998; Co-organizadora, con la Dra. Mónica de Martino de Prácticas pedagógicas y modalidades de supervisión en el área de familia. Udelar-FCS-DTS-CSE, Montevideo 2008. Hasta 2008 Encargada de Curso de Metodología de la Intervención Profesional III, materia anual obligatoria teórico-práctica, cursada en 2008 por 191 alumnos a cargo de un plantel docente integrado por otros 12 profesores y cuyas prácticas curriculares de docencia, investigación y extensión universitaria estuvieron centradas en el trabajo con familias e individuos que recurren a instituciones prestatarias de servicios sociales en los diversos campos requeridos por las necesidades humanas. Se trabajó en los departamentos de Montevideo, Canelones, San José, Florida, Salto y Maldonado. bgabin85@gmail.com 118 Autores LAURA GONZÁLEZ Asistente Social Universitaria, egresada de la Escuela Universitaria de Servicio Social (Universidad de la República, Uruguay). Docente efectiva del Departamento de Trabajo Social, Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de la República, Uruguay). Licenciada en Sociología en Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de la República, Uruguay). Magíster en Estudios Sociales Aplicados (Universidad de Zaragoza). Desempeño técnico, desde 2006, en la Oficina de Planeamiento y Presupuesto, Comisión Honoraria del Cooperativismo (CHC- OPP). lgonzalez@opp.gub.uy GUSTAVO MACHADO Asistente Social, egresado de la Escuela Universitaria de Servicio Social (Universidad de la República, Uruguay). Máster en Trabajo Social (Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil). Docente efectivo del área Metodología de la Intervención Profesional e Investigador, integrante del Área de Liberación del Departamento de Trabajo Social (Universidad de la República, Uruguay). Director de Coordinación Regional del Oeste del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay. gusypao@adinet.com.uy MARIA NOEL MÍGUEZ Licenciatura en Trabajo Social, Monografía de Grado: “Diferentes culturas en un mismo hogar: Niños sordos con padres sin antecedentes de discapacidad auditiva”. Maestría en Servicio Social (Universidad Federal de Río de Janeiro - Universidad de la República). Tesis: “Construcción Social de la Discapacidad a través del par dialéctico integración-exclusión”. Docente del Departamento de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de la República, Uruguay), donde es Coordinadora del Grupo de Estudios sobre Discapacidad (GEDIS), creado en el año 2005. Desde sus años estudiantiles incursionó en la temática de la discapacidad, cuando esta aún no se abordaba en las Ciencias Sociales, en Uruguay. Realiza estudios de Doctorado en Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires, siendo la temática en proceso de investigación: la medicación abusiva con reguladores del carácter como una nueva forma de disciplinamiento de la niñez en el Uruguay. mnmiguez@fcs.edu.uy Autores 119 ELIZABETH ORTEGA Licenciada en Trabajo Social (Universidad de la República, Uruguay). Máster en Servicio Social (Universidad Federal de Río de Janeiro y Departamento de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, Uruguay). Candidata a Doctora en Ciencias Sociales, Mención Trabajo Social, por la FCS de la Universidad de la República Integra el Sistema Nacional de Investigadores como investigadora activa, Profesora asistente titular del Departamento de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República, Uruguay. ortega_ely@hotmail.com LAURA VECINDAY Asistente Social Universitaria, egresada de la Escuela Universitaria de Servicio Social (Universidad de la República, Uruguay). Máster en Servicio Social, egresada de la Escuela de Servicio Social de la Universidad Federal de Río de Janeiro (Brasil), en el marco del convenio con la Universidad de la República. Doctorado en Ciencias Sociales (en curso) en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO – Argentina). Investigadora Activa del Sistema Nacional de Investigadores de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación. Integrante del Núcleo de Estudos e Pesquisas sobre Profissões e Instituições (NEPPI), en la Universidad Federal de Santa Catarina (Brasil). Docente efectiva en el Departamento de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Sociales, e Integrante del Grupo de Estudios Sociojurídicos, Departamento de Trabajo Social, Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de la República, Uruguay). Asistente Social del Departamento de Asistencia Social del Instituto Técnico Forense, Poder Judicial uruguayo. laurave@adinet.com.uy Se terminó de imprimir en los talleres gráficos D.L. de Tradinco 346-474 S.A. / Minas - Montevideo - Uruguay - Tel.218/996 409 44(Comisión 63. Mayo del de 2009 08. 1367 Edición amparada en el decreto Papel) D.L. 349.668/09. Edición amparada en el decreto 218/996 (Comisión del Papel)