LA CRISIS MEXICANA: ANALISIS Y POSIBLES SOLUCIONES* José Giral B., XABRE En estas líneas trataremos de analizar algunos aspectos de la crisis mexicana y algunas soluciones posibles, para lo cual es conveniente revisar, aunque sea someramente, los antecedentes históricos de México, los orígenes de la crisis, la situación actual del país y las acciones necesarias para sentar nuevas bases sólidas sobre las que se pueda construir un México más sano. Antecedentes históricos Un buen punto de partida para el análisis del México moderno es la Constitución de 1917, que es el primer esquema contemporáneo de lo que debe ser México. A diferencia de la Constitución de 1857, de gran impacto político pero de corta influencia para su implantación, los Constituyentes del 17, la mayoría gente joven, tienen muchos años de oportunidad para ir llevando a la realidad los conceptos fundamentales de su esquema. Influida por los acontecimientos mundiales de ese entonces (Primera Guerra Mundial, nacimiento del comunismo, crecimiento del socialismo, reto a las monarquías de varios siglos como sistema de gobierno), analiza con gran congruencia diferentes esquemas de propiedad, de regulación del trabajo y de intervención del Gobierno como promotor, actor y rector del Estado. Ese esquema de país es el que se va plasmando en una realidad que trasciende las convulsiones revolucionarias de los veinte y los treinta, tomando su personalidad de los políticos que rigen el país y de sus grupos, y nos da las bases para el despegue económico que se cataliza con la Segunda Guerra Mundial, que permite a México por primera vez en mucho tiempo tener una balanza comercial positiva y los recursos económicos para empezar a financiar su crecimiento. Los gobiernos de raíces militares se cambian por gobiernos de civiles, típicamente de extracción jurista y rodeados de técnicos con una fuerte preferencia hacia la macroeconomía. Se establecen las marcas de crecimiento económico, basadas en esquemas de proteccionismo y promoción y, lo más importante, se crea un clima de confianza que lleva los niveles de ahorro y capitalización a cifras superiores al 20% del PIB, durante varios años más altas que las del mismo Japón, ejemplo contemporáneo por excelencia de cómo el ahorro reestablece una economía. Los años cincuenta y sesenta son los años dorados de México: hay un crecimiento industrial que entienden el simple principio de no gastar más de lo que se gana, y se crea una pujante clase * Las reflexiones contenidas en este artículo son responsabilidad del autor, y no pretenden ratificar ninguna teoría económica; tampoco pretenden ser exhaustivas en su análisis, ya que se basan exclusivamente en experiencias prácticas —casuísticas e incompletas— que tratan de sugerir las fortalezas y debilidades del sistema, así como sus áreas de oportunidad para mejorar. media, que ir al demandando más productos y servicios constituye el principal motor de la economía. La concentración de la riqueza vía bancos y financieros todavía no desequilibra la economía, no hay fuga significativa de capitales (excepto la de 1954 con la devaluación a $12.50) y hay un influjo neto de inversión extranjera. Los orígenes de la crisis Si es cierto que los problemas políticos tienen raíces económicas y los problemas económicos raíces políticas entonces podemos decir, aun a riesgo de sobresimplificar, que son los errores políticos de los primeros años de los setenta los que llevan a la crisis económica del 82, y que los problemas económicos de los ochenta traen la sensibilización política actual. En 1968 hay una primera gran convulsión mundial de tipo político, que en cada país se abruma de distinta forma pero que en casi ninguno se resuelve. Ciertamente, y a la luz de las dos décadas siguientes, no en México. Los grupos de fuerza política en México se polarizan y, aunque cambian de momento, se inician evoluciones y megatendencias a largo plazo. Empiezan a plantearse serias dudas sobre la credibilidad del Gobierno, y se inicia (o acelera) un lamentable proceso de corrupción económica y política no sólo en los sectores oficiales sino también entre los empresarios, los sindicatos, los profesionistas y técnicos. Los esquemas de proteccionismo y promoción industrial se prostituyen. Por contar con el apoyo político de las masas, el sindicalismo cede su poder político a cambio de ganancias económicas, principalmente en las cúspides, y usan después ese poder económico concentrado para volver a ser un factor en la política. Para restañar las heridas a la credibilidad se recurre a medidas financieras; el manejo de las finanzas nacionales cambia del centro –Hacienda y Banco de México- a los Pinos, según poco afortunada declaración histórica de los primeros setenta, y se improvisan medidas para acelerar un proceso de parche a varios graves problemas nacionales, producto principalmente de descuidos en las prioridades de los años sesenta y setenta: productividad agrícola baja, falta de bienes de capital propios, sobrepoblación y falta de capacidad exportadora. En un entorno mundial que favorece el establecimiento de gobiernos socialistas en Europa y Latinoamérica, buscamos el mismo tipo de soluciones, favoreciendo cada vez más la intervención de un Estado formado por cuadros humanos bien capacitados para los problemas macro pero con poca o nula disposición para coordinar los problemas micro, en los que cada vez interfiere más. México nunca se ha distinguido por una buena cultura industrial propia; no se caracteriza por su capacidad logística (definida como el manejo simultáneo en tiempo y espacio de recursos humanos, materiales y técnicos) ni por su sensibilización hacia la calidad, la productividad o la innovación (somos un pueblo creativo, pero nuestra corta historia como sociedad industrial nos hace ser débiles en cuanto a seguir la disciplina de tomar una idea ingeniosa y estructurarla – creatividad-, e implantarla para que produzca los resultados deseados –innovación). La velocidad de cambio en los enfoques gubernamentales hacia posibles soluciones se potencia con advirtiendo y que se dispara, en 1973, al concertar el jeque Yamani el aumento repentino de precios del petróleo, y del desorden resultante surge el más triste resultado para México: la pérdida de confianza. Durante ese proceso pasamos de ser un país exportador de alimentos a ser un importador neto. El campo se descapitaliza y los intentos de efectuar cambios en la productividad agrícola se mediatizan por una burocracia en la que se pierden las decisiones correctas. El México de hoy Hay un refrán sajón que dice que los problemas pueden ser bendiciones disfrazadas, si se saben aprovechar. A la luz de los primeros cien días del Gobierno actual uno no puede menos que sentirse optimista. La competencia política de las elecciones demuestra una vez más la bondad de la presión competitiva. A raíz de los problemas existentes y los aparentes cambios en la mentalidad del Gobierno de México, todos nos hemos vuelto más analíticos y sopesamos más las alternativas, porque hoy nos damos cuenta que ya no tenemos tiempo ni recursos que perder. Se nos ofrece, al igual que en el 17, un esquema congruente de país, esquema actualizado y moderno, que toma en cuenta nuestras fuerzas y debilidades, y se no ofrece unido a una voluntad de correr los riesgos necesarios para implantarlos. El camino de la recuperación económica es arduo (si creciésemos al 5% anual los próximos 6 años, cifra que se antoja optimista, terminaríamos el sexenio con el mismo número de desempleados que tenemos hoy, cifra que es alarmante y ya muestra los peligros de la presión social), pero por otro lado, la recuperación de la confianza, esa voluble y caprichosa cualidad de los individuos y de las sociedades, puede ser rápida y ya se está dando. Este año de 1989 será de verdad, por primera vez, un año de “apretarse el cinturón” a todos los niveles y no tan sólo en uno u otro sector económico (sindicato, clase media, empresarios, comercio, finanzas, campo, industria, servicios). Estas son las etapas en la historia de los pueblos en que se forjan nuevos estilos, se unen voluntades y se diseñan nuevos propósitos. Es de notar, en esta situación crítica, la poca compresión y ayuda de nuestro vecino del norte. Nos presta con una fenomenal irresponsabilidad durante los setenta, porque es “buen negocio” para reciclar los petrodólares acumulados; el ciclo es práctico: los bancos americanos atraen los petrodólares porque pagan tasas altas; los únicos que pagan esas tasas altas, a su vez, son los países con hambre de desarrollo –México entre otros-, y a luz de negocios fáciles se pierden todos los controles, se abandonan la sensatez y la ética, y se presta a mansalva, a quien sea y como sea. Hoy hemos pagado ya en intereses más de un dólar por cada dólar original de deuda, que seguimos debiendo entero. Se nos impone una apertura comercial total que, aunque sana a largo plazo para México, a corto plazo nos hace perder empleos y en paralelo se imponen medidas persecutorias a los trabajadores que emigran (¿qué libre flujo de mercancías en cualquier conjunto de sociedades no va siempre atado al libre tránsito del trabajador?). Al acabarse el negocio del contrabando de mercancías hacia México (para el que se requiere complicidad de ambos lados de la frontera) se exacerba el del tráfico de drogas hacia el norte, de drogas mexicanas y de las que usan a México como base de paso, tráfico que se maneja desde el norte y que encuentra terreno fértil entre los desempleados y socialmente insatisfechos. No cabe menos que preguntarse los frutos que los Estados Unidos cosecharán los próximos veinte años por haber mostrado tan poca comprensión y deseos de ayudar a 300 millones de latinoamericanos y volcar su ayuda económica y preferencia hacia Asia del Sur, creando esos cuatro “tigres” (corea, Taiwán, Singapur y Hong Kong) que algún día le darán zarpazos. Posibles soluciones Agricultura Quizás el primer problema, en magnitud e importancia, sea el de la tenencia de la tierra, por sus diversas y profundas implicaciones. Hoy no tiene caso discutir si la tierra produce mejor en parcelas grandes o pequeñas, sino el cómo hacerla producir. Un estudio reciente que se hizo tomando los rendimientos promedio por cosecha y por hectárea de parcelas indica un potencial de producir quince veces más en la misma tierra, con los abonos, irrigación y técnicas modernas, lo que requiere de una inversión significativa. ¿Quién va a canalizar esa inversión mientras no exista ninguna seguridad sobre la tenencia de la tierra? Probablemente se pueda diseñar una solución política que cierre con broche de oro los logros de la Revolución y termine el reparto de tierra, convirtiendo el usufructo ejidal en propiedad absoluta, lo cual fue parte del concepto filosófico de los Constituyentes del 17, quienes veían al ejido como una transición necesaria para corregir los abusos del Porfiriato. De esta manera se lograrían canalizar recursos económicos, técnicos y humanos al campo, con capacidad logística, ya que en una gran agricultura reactivada es concebible pensar en absorber diez millones de empleos más en la próxima década (lo que representa dos tercios de nuestro desempleo/subempleo actual). Además, un país que no es capaz de generar sus alimentos nunca tendrá independencia absoluta. Si logramos crear un clima de confianza tanto para el ejidatario actual como para el pequeño propietario podremos ir fomentando la canalización de recursos para capitalizar al campo y se podrán dar mecanismos creativos de propiedad que, respetando los principios políticos y legales que nos rigen, puedan apoyar programas de mejora a la productividad. La razón de la alta prioridad de un programa de inyección de capital al campo (por quien lo trabaja, no por el Estado), que nos ayudaría a resolver muchas de las presiones políticas, económicas y sociales al invertir la emigración (antes del campo a las ciudades, y con esto, de las ciudades al campo, descongestionando los cinturones de miseria y eventualmente recuperando nuestros buenos activos humanos que han emigrado al extranjero, al distribuir mejor el ingreso y la actividad económica y al simplificar la logística en la geografía de nuestra nación. Pesca Si se logran crear mecanismos similares para atraer inversión a la pesca (con 10 mil kms. de litorales y dos de las cuatro zonas pesqueras más ricas del mundo en nuestro mar territorial, producto de las mezclas de climas y corrientes en ambas costas, tenemos uno de los más bajos índices de captura y consumo de pescado), resolveríamos el grueso de los problemas de empleo, de desconcentración urbana, de redistribución del ingreso y generación de divisas, y podríamos abocarnos a construir una industria sana y competitiva, orientada no sólo ala exportación sino a satisfacer a un mercado interno con capacidad de compra. Turismo El turismo, junto con las actividades agropecuarias, es nuestra mejor expectativa de recuperación económica a corto plazo. Anualmente más de 100 millones de personas sales de su país para hacer turismo. De ellos, 40 millones son americanos (nuestros vecinos); sin embargo, nosotros no captamos del total más que 5.6 millones (vs. 14 que capta Canadá y 37 España), que es lo que capta la ciudad de las Vegas o la ciudad de Miami. En cuanto a gasto, cada turista nos deja, netos por viaje, alrededor de 500 dólares vs. 5,400 en Hong Kong, por ejemplo. El potencial es claro, pero no lo alcanzaremos mientras no entendamos los problemas básicos de actitud y no resolvamos entre nosotros problemas como los del sindicato de transporte que hacen tan difícil trasladarse del aeropuerto al hotel o moverse dentro del país, o no erradiquemos abusos triviales en la prestación de servicios personales, que nos dan una imagen de pillos. El programa de duplicar el número de visitantes extranjeros en este sexenio se antoja muy factible si se logran tres elementos: 1. Una imagen internacional mejorada, que anime a que nos visiten a los que hasta ahora no lo han hecho por temor a nuestras deficientes condiciones sanitarias o a las trampitas y abusos de algunos (que desgraciadamente es lo que más comentan las víctimas al volver a sus países). 2. Una oferta concertada de cuartos de hotel, transporte e instalaciones de infraestructura que requerirá una inversión importante, del orden de los 3,00 millones de dólares (incluyendo pública y privada). 3. un millón de personas preparadas para ocupar otros tantos empleos, con un claro propósito de hacer que el turista se sienta bien recibido y desee volver; con una actitud y comportamiento de servicio, para competir con tantos otros países que ofrecen eso como su principal atractivo y con un conocimiento y capacidad técnica que nos haga efectivos como proveedores de este tipo de servicios. Industria Un estudio del Programa de las Nacionales Unidas para el Desarrollo analiza las bases de una Tercera Revolución Industrial en los ochenta definiéndolas como - Informática - Robótica - Biotecnología - Nuevas aleaciones y materiales y se abalizan las oportunidades de un país de reconvertirse y entrar a esa nueva fase industrial, junto con el entorno en que se debe dar, entorno de desregulación gubernamental y desconocías de escala, y alejándose del uso de energéticos y de materias primas como motor de desarrollo. Un país vale –concluye el estudio- no por lo que tiene, sino por lo que sabe hacer, cuando lo hace y lo hace bien. El estudio analizaba 23 países industriales (España el más reciente de los 23 casos) que habían logrado arrancar el grueso de su reconversión industrial, definía a 9 países, México uno de ellos, como los únicos con posibilidades de lograrla a fin de siglo. Nuestra industria ha quedado lastimada por los años de crisis y la poca inversión, que ha llevado al deterioro de mucha maquinaria y equipo. Los vaivenes de la paridad cambiaria han ido enseñando al industrial a depender menos del extranjero y a tratar de exportar más. El problema más grave de la industria es el de la baja utilización de su capacidad: 60% del tiempo que programamos y pagamos para trabajar se desperdicia por fallas técnicas, humanas o de falta de materiales o herramientas. Las fallas técnicas se deben en gran parte a la carencia de refacciones y en parte a un mal mantenimiento. Va a ser necesario invertir dinero en reparar y ajustar y, sobre todo, en modernizar. Por modernizar no nos referimos a comprar equipo nuevo, sino a actualizar al equipo viejo con instrumentación electrónica y de control numérico, con la tecnología de cuarta generación y de control estadístico para aseguramiento de calidad. Las fallas materiales son de origen financiero: hoy en día cuesta tanto dinero en intereses altos mantener inventarios que todas las empresas están buscando reducirlos al mínimo, lo cual, unido a sistemas deficientes de programación de la producción, da lugar a constantes paros por la falta de materias primas. Las fallas humanas son de dos tipos: conocimiento defectuoso e incompleto y actitud (ausentismo, desinterés, etcétera). Las ocasiones en que hemos tenido éxito en aumentar dramáticamente la productividad a través de la motivación y cambios de conducta, o a través de programas para dominar el conocimiento necesario para operar bien, nos han dejado convencidos de que por este camino se podría duplicar la producción de la planta industrial actual a reducir los tiempos muertos de 60 a 20% y llevar nuestras utilizaciones a niveles de 80% que compararían favorablemente con los de 95% de Japón y Europa. Infraestructura y Gobierno Por otro lado, las tendencias mundiales de privatización generan retos interesantes a los que México se está incorporando, y pueden tener efectos significativos como: el enfoque de los gobiernos para generar los apoyos que el desarrollo requiere; la reducción de déficit de los gobiernos; la eficiencia operativa de las empresas al tener intereses privados con una mejor orientación logística; los subsidios y las distorsiones que originan irrealidades de oferta y demanda en los mercados; las regulaciones y desregulaciones adecuadas para romper esas irrealidades, la atracción de capitales extranjeros; así como el desarrollo de los mercados locales de capitales en cada estado de la República y el involucramiento más cercano de los empleados con sus empresas. Al darse estos disparadores de crecimiento económico tenemos que estar muy conscientes de que ya hoy tenemos una infraestructura deficiente en energía, vivienda, comunicaciones, almacenamiento y transporte sobre la cual se ejercerán grandes presiones de demanda que las pueden convertir en serios problemas o, bien manejadas entre Estado y empresarios, se pueden convertir en oportunidades de empleo productivo y de actividad económica. Es por ello que los apoyos que se pueden dar para el desarrollo de la revolución industrial y privatización del país son de suma importancia para el establecimiento de soluciones viables a la problemática actual. En estas décadas hemos tratado de rediseñar innumerables veces la función del Estado en su triple papel de promotor, regulador y actor, y parecería que estamos llegando a la conclusión de que es más importante el qué tan bien se desempeñe cada uno de los tres papeles que el esquema político, ya que estamos viendo en todo el mundo, en todos los sistemas de Gobierno, serios problemas de adecuación de recursos limitados a demandas abrumadoras. Hoy, en México, el Estado tiene recursos adecuados para sus funciones de promotor y regulador pero no así para los de actor (no hace falta ser dueño de los automóviles para regular bien el tráfico), y la tendencia es hacia la privatización de los medios de producción de bienes y servicios, lo cual plantea algunas inquietudes en cuanto a qué tan bien se cuidará el sector privado de proporcionar esos bienes y servicios a toda la población, en todos los lugares geográficos y a todos los niveles de ingreso. Por otra parte, el Estado tiene responsabilidades claras de regulador y promotor que incluyen la tecnología, la inversión extranjera, la productividad y la calidad, entre otras. Durante los cincuenta y los sesenta tratamos de entender la productividad y lo que se requiere para mejorarla, y hacia 1968 pudimos visualizar a la tecnología como raíz de los problemas de productividad. La legislación para el registro y transferencia de tecnología llegó cuando ya no se necesitaba: ya que cuando existe competencia tecnológica –ciertamente en los setenta y más aún en los ochenta- el mercado favorece a los compradores de tecnología, quienes tienen casi siempre 3 o más oferentes de donde escoger si hacen bien su tarea. El problema, pues, fue mal entendido, ya que no se trataba de legislar sino de enseñar a negociar y transferir tecnología. Igual nos pasó con la inversión extranjera: queriendo favorecer al inversionista nacional frente al extranjero acabamos subsidiándole su inversión, ya que nunca aprendimos a negociar las dos decisiones que cuentan: qué tecnología transferir y a qué mercados acudir y lo único que hicieron muchos socios mexicanos acabó siendo el aportar recursos económicos sin participar en la dirección de la empresa. Son los años en que ser más grande trae ventajas, hay economías de escala y las transnacionales se antojan imparables. Por otro lado, los niveles de calidad en los productos y servicios de la industria y turismo mexicanos aumentan significativamente durante los cincuenta y los setenta para situarse a la cabeza de Latinoamérica y de muchos otros países, para caer en los setenta y ochenta a niveles inferiores al volvernos complacientes con el exceso de proteccionismo y al olvidarnos de la competencia ante un mercado interno pujante que absorbía lo que se le daba. Hoy, a la luz de una necesaria renovación industrial, hablamos de adquirir equipo y tecnología modernos para poder competir, pero de nuestras experiencias al comparar industrias e instalaciones turísticas de México con similares en el extranjero hemos llegado a la conclusión de que el problema principal no está en lo moderno de las instalaciones o de la tecnología tanto como en el menor nivel de conocimiento de nuestra gente y en un comportamiento que no se basa en una actividad positiva de servicio y responsabilidad. Es decir, nos enfrentamos más a un problema de gente y de cultura que a uno material. La mala noticia es que esto requiere de un gran esfuerzo para cambiar. La buena noticia es que este tipo de cambio no requiere de inversiones cuantiosas de dinero (aunque sí de tiempo y de voluntad). Una nueva cultura empresarial: cultura de eficiencia Si bien es cierto contamos con recursos financieros muy limitados para hacer frente a la necesidad urgente de hacer crecer a nuestra economía, contamos con abundantes recursos humanos, bastantes de ellos suficientemente bien preparados. En nuestra opinión hay una serie de problemas que podríamos agrupar en tres categorías: Propósito. Los gerentes y funcionarios que se forjaron en los cincuenta y sesenta cayeron en una complacencia con el exceso de proteccionismo de los setenta y descuidaron calidad y productividad, perdiendo el acicate de la competitividad. El crecimiento rápido de fines de los setenta destruyó muchos equipos gerenciales por el excesivo pirateo, y cuando se estaban armando nuevos equipos la crisis del 82 los destruyó. Hoy tenemos buenos gerentes pero en pocos casos están operando en equipo. Comportamiento. Esa misma complacencia y falta de competitividad unidos a la perniciosa corrupción material e intelectual se transmitieron a todos los niveles, deteriorando seriamente el comportamiento hacia uno de más descuido y dejadez, perdiéndose el entusiasmo por hacer bien un trabajo. Nuestra mayor desventaja hacia Europa y Japón, incluso hacia los mismos EUA, ha sido la pérdida de ese apego al trabajo. Mientras que esos países industrializados tienen artesanos (operarios de maquinaria, instrumentistas, oficinistas, vendedores, técnicos, etcétera) hijos y nietos de artesanos y que esperan ser padres de artesanos, con gran calidad total de vida en el trabajo y en la familia, nosotros tenemos artesanos de primera generación, hizo típicamente de agricultores, con una mala calidad de vida tanto en el trabajo y en la familia, nosotros tenemos artesanos de primera generación, hijos típicamente de agricultores, con una mala calidad de vida tanto en el trabajo como en la familia y que perciben como único símbolo de aceptación social el de ingeniero, licenciado o doctor, preferentemente unido al de ser gerente, supervisor o jefe. Conocimiento. Por formación o deformación tendemos a sobrevalorar al conocimiento teórico y a despreciar al empiricismo y al eclectisimo, que nos lleva a despreciar el conocimiento de esos artesanos y escucharlos poco y mal. El sistema conspira para no darle oportunidades de continuar su educación a ese artesano, y aun en niveles superiores al técnico que tiene menos preponderancia que el financiero o el comercial en cuanto a respeto y reconocimiento social. El objetivo de una nueva Cultura Organizacional debe ser, por lo tanto, primero que nada establecer un propósito claro y digno que sea compartido por todos, seguido por el de fomentar la formación constante y continua de equipos gerenciales, ya que la tecnología moderna requiere de una gran coordinación y habilidad logísticas que sólo se logran en equipo. Estos nuevos equipos gerenciales deben recuperar la ética profesional e individual que alguna vez tuvimos y perseguir la adquisición de conocimiento como la mejor herramienta para ser competitivos en los ámbitos de calidad, tecnología, productos, procesos y costos. Si definimos al logro de resultado como Eficacia, al hacer las cosas bien como Eficiencia y a la combinación de ambas como Efectividad entonces podemos sugerir una nueva cultura basada en estos conceptos. Ya no hay tiempo ni recursos para “aprender echando a perder”; hoy hay que hacer las cosas bien desde la primera vez, y hay que tomar la iniciativa para hacerlas y lograr resultados. Una nueva cultura de Efectividad deberá basarse en un sistema que fomente y facilite el autoaprendizaje, a la vez que exija una conducta ejemplar de los líderes y garantice así una verdadera labor de equipo, manteniendo un clima de respeto al individuo y de reconocimiento a su conocimiento. Además es necesario entender los apoyos claves de una Cultura de Efectividad: claridad organizacional, que permita a cada elemento del equipo apreciar su papel y responsabilidad; motivación a través de respeto, participación, confianza, delegación real de la responsabilidad y capacidad de escuchar; comunicación en ambas direcciones; infraestructura que permita el crecimiento en el futuro y no sólo las utilidades del presente. Estos elementos unen la Cultura de Efectividad, en los que trabajan ya varias instituciones, ofrecen una oportunidad a corto plazo (pocos años) de cambios importantes de comportamiento y de asimilación rápida de tecnología que peden redundar en mejoras significativas de productividad y, por lo tanto, en hacernos más competitivos. Soluciones a nivel empresa En particular las empresas, definidas como organizaciones de individuos orientados a emprender el logro de un propósito administrando recursos humanos, de capital y de tecnología, tienen un papel muy importante, ya que suelen tener a su alcance recursos congruentes con la tarea a realizar. Quizás algunos ejemplos ilustren mejor el papel que las empresas pueden y deben tomar: sabemos de ingenios azucareros y fábricas que están tomando un papel activo en sus comunidades para fomentar el empleo en actividades complementarias, fuera del ámbito de esa industria, como pueden ser las artesanías, la floricultura, la ganadería menor, las industrias de patio, etcétera; esto facilita en un momento dado los programas de productividad al no gravitar todo el empelo sobre esa única fuente de trabajo y al crearse fuentes complementarias de contribución en cuanto a la conceptualización estratégica, el contacto con el mercado nacional e internacional y la organización y uso de recursos. Sabemos de hoteles e industrias que están participando con las autoridades locales en programas de mejoras públicas, incluyendo los de sanidad y ecología; educación, capacitación y entrenamiento; calidad y seguridad, inculcando en su personal un propósito compartido por todos como digno e importante y un aprecio a un trabajo que les da calidad total de vida y que les permite continuar con su educación en sistemas de autoaprendizaje en los que se toman en cuenta sus aportaciones y sugerencias innovativas. La aportación principal de una empresa es el hecho de que pueda organizar equipos de individuos con funciones claras y concretas, y el que pueda utilizar con efectividad recursos congruentes con el tamaño del propósito, que debe incluir en forma creciente un elemento de participación social y otro de innovación y desarrollo a largo plazo. En estas últimas décadas hemos pasado por periodos en que se facilitó la acumulación de riquezas en unos pocos, lo que llevó a prácticas desleales de competencia. Los últimos años han sido especialmente especulativos: es más fácil ganar dinero con una modificación creativa a un estado financiero o con una información o consejo oportuno y privilegiado que trabajando 50 horas a la semana 50 semanas al año. Las empresas (ya sea industria, agroindustria, turismo, comercio u otras) tendrán éxito en la medida en que sepan crear un ambiente de confianza que les permita atraer recursos humanos y financieros y abocarlos con efectividad al logro de un propósito, empresas donde el socio minoritario sienta que tiene un lugar y aporte sus recursos como capital y no como préstamo, y donde el empleado ejerza con gusto su derecho a desarrollar un trabajo, no sólo su derecho a cobrar un sueldo. Recapitulación Después de haber deteriorado y corrompido un esquema equilibrado de crecimiento, y después de haber pasado por los vaivenes de una severa crisis, nos encontramos ante un nuevo esquema de nación, con un gobierno que tiene la capacidad de llevarlo a la realidad y con la voluntad política de hacerlo. Hay serios problemas que resolver, principalmente en la agricultura y pesca, que se pueden convertir en los nuevos motores de un crecimiento sano y brindar los empleos que se necesitan. Las tendencias mundiales de reconversión industrial y privatización con muestras de éxitos probables marcan pauta y ejemplo para iniciar y proseguir acción hacia el cambio en nuestro país. El turismo y la industria requieren de una nueva cultura, de una Cultura de Efectividad, que rescate la ética de un comportamiento ejemplar a todos los niveles, fomente una actitud de servicio y responsabilidad y promueva la adquisición sistemática de conocimiento vía autoaprendizaje. El camino es lago y difícil, pero hay razones para sentirse optimista: se percibe una recuperación de la confianza en todos los ámbitos, el Gobierno tiene directrices claras, las empresas y los individuos están empezando a colaborar entre sí y con el Gobierno; hay una evidente voluntad de gestión y coordinación entre todos los sectores, una disposición al sacrificio y al esfuerzo extra y, quizás lo más importante: una conciencia clara de los errores cometidos, de los que hemos aprendido. Se nos ha dado una oportunidad poco frecuente en la historia: la de ser nosotros mismos los que corrijamos los errores que cometimos. Si la perdemos, el futuro nos juzgará con legítimo rigor. Si la aprovechamos, haremos todos juntos un país más sólido y más realista, con una mejor calidad de vida para todos.