07 SIN MALDAD.QXP_9 MALDAD.qxd 16/06/16 20:03 Página 7 SIN MALDAD Por José García Abad jgarcia@elsiglo-eu.com Abrirse las venas o tomar cicuta EUROPA PRESS S i las urnas confirmaran las encuestas veo a Pedro Sánchez con el privilegio de ser el único que podría decidir quién nos va a gobernar. Un angustioso privilegio que le llevaría a un dilema mortal: tener que elegir la forma de suicidarse: abrirse las venas si apoya a Pablo Iglesias o beberse una taza de cicuta si deja gobernar a Mariano Rajoy. Es razonable que el secretario general del PSOE no conteste a la pregunta que le hacemos los periodistas y de forma acuciante los otros candidatos que le incitan a que diga de una puñetera vez con quien pactará el próximo lunes. La respuesta de Sánchez, que exhibe como Iglesias padres y abuelos socialistas, sólo puede ser la que está emitiendo: que ganará movilizando a los descontentos de la parroquia que, desalentados y aburridos, acostumbran a quedarse en casa. Y conteniendo la sangría de los que lo abandonan: por la derecha hacia las filas de Ciudadanos y por la izquierda, o lo que sea, a los cuarteles de Podemos. Pedro entiende que su principal adversario es Pablo, cuyo objetivo no es tanto gobernar como echar a la cuneta al partido centenario. Es Iglesias un adversario de cuidado, inteligente y malvado en el sentido político de la expresión. Un buen discípulo de Maquiavelo. No pierde ocasión de cavilar contra el dirigente socialista con un catálogo de las peores maldades, las que se disfrazan de cariño. Pasarán a la historia sus susurros falsamente lamentosos lanzados a los diez millones de espectadores desde el atril del Debate a Cuatro el pasado lunes y 13: “Pedro, Pedro, te equivocas… Yo no soy tu adversario…”; o su insistencia en que le tie- Dilema: abrirse las venas si apoya a Iglesias o cicuta si deja gobernar a Rajoy. Pedro entiende que su adversario es Pablo. Su última maldad: calificar a Zapatero de mejor presidente. Alaba a un personaje caducado y apuñala a González, que no se engaña sobre sus intenciones ne tendida la mano, repetida y repetida con machacona insistencia, cuando son evidentes sus intenciones de echarle las manos al cuello. Su última maldad hasta el momento en que escribo estas líneas, ha sido confesar en una entrevista intimista con Pepa Bueno en la SER, cuyos trucos domina el televisivo Iglesias, que ama a José Luis Rodríguez Zapatero, a quien califica como el mejor presidente del Gobierno que en España ha habido. Una jugada maestra que supera a Nicolás Maquiavelo, una magistral ironía al elevar a los altares al político que más ha hecho, más por incompetencia y frivolidad que por maldad, para que el PSOE se arrastre por el fango sin levantar cabeza. Por donde ha pisado el leonés no ha vuelto a crecer la buena hierba socialista, a pesar de los meritorios esfuerzos de sus sucesores: empezando por Alfredo Pérez Rubalcaba y concluyendo por Pedro Sánchez. Iglesias se ríe por dentro por lo ridículo del título que le concede a ZP que ayuda a que los socialistas no lo vean como enemigo. Alaba a un secretario general caducado al tiempo que asesta una lanzada contra el costado de Felipe González, que sigue siendo un líder de referencia para la parroquia socialista que no se engaña sobre las intenciones podemitas. No sólo quiere adelantar al PSOE, se recrea en humillarlo. Como hiciera con Izquierda Unida. No creo que Iglesias quiera gobernar en estos momentos. Su principal objetivo es ser el primero por la izquierda, el líder de la oposición, batirse en ella ganando tiempo para que su organización adquiera envergadura y él pueda alcanzar los cielos en la siguiente legislatura. Albert Rivera no es tan malvado aunque está dotado también del instinto asesino, condición imprescindible para manejarse en política. Ha lanzado una llamada para captar a la clientela socialista, a aquellos que dudaban entre Sánchez y su persona, lo que no ha podido sentar bien a su aliado del 20-D, pero no es enemigo. En el Debate a Cuatro no hizo la menor crítica a Sánchez y atacó despiadadamente a Rajoy, y sobre todo a Iglesias, lo que sólo podía gratificar al socialista, que repitió hasta la saciedad, más allá de lo conveniente, que Iglesias le había cortado el camino hacia la Moncloa. No parece, siempre según las encuestas, que Pedro Sánchez y Albert Rivera sumen lo suficiente, ni que estarían por repetir el pacto del 20-D. Tampoco parece probable que le salga a éste la suma necesaria con el presidente en funciones, con quien actualmente comparte el catalán odios fratricidas; en simetría con el que observa la dirigencia socialista con el gremio podemita. Lo digo con todas las reservas, pues en política las promesas y los vetos más solemnes pierden eficacia ante la posibilidad de conseguir poder. Los sablazos intercambiados en la campaña se trocarían en flores. Bien porque se eche a un lado Mariano Rajoy, que me parece improbable, o sea porque Albert Rivera renuncie a su cabeza por suculenta indemnización, podría dibujarse la alianza más natural, la de la derecha con el centroderecha. Madrid bien vale una misa. Si el PP y Ciudadanos suman un resultado decente, Sánchez podría resolver el dilema tal como parecía sugerir el tuit inicial de Jordi Sevilla. Que gobierne quien consiga mayores apoyos parlamentarios, que no es lo mismo que la fuerza más votada a la que se aferra Rajoy. l nº 1160. 20–26 de junio de 2016 7