I. FORMACIÓN: ITINERARIO HACIA JESUCRISTO VOCACIÓN A LA SANTIDAD Y FORMACIÓN 1. Por el bautismo, hemos recibido la vocación a la santidad: ser santos como el Padre es Santo (Cf. Mt 5,48). El camino es hacer nuestros los mismos sentimientos de Jesús (Cf. Flp 2,5), siendo sus discípulos por el testimonio de entrega y de servicio. Para desarrollar esta vocación, la formación cristiana está llamada a ser un continuo proceso personal de maduración en la fe y de configuración con Cristo, según la voluntad del Padre, con la guía del Espíritu Santo, que nos hace partícipes en la construcción de una comunidad viva. FORMACIÓN CRISTIANA COMO CULTIVO DEL BAUTISMO 2. Para cultivar la semilla de fe sembrada en el bautismo, la comunidad creyente tendría que ser capaz de: Acoger al bautizado y acompañarlo al encuentro de Jesús para que experimente el amor personal que el Padre le tiene; Recibir al bautizado en la comunidad para que se sienta y comience a ser parte viva de ella; Darle a conocer el camino del evangelio para que opte por seguir los pasos de Jesús; Ayudarle a leer los signos del Espíritu en la sociedad para que pueda ser fermento del Reino en ella. La meta es lograr un continuo crecer en Cristo, siendo dóciles al Espíritu presente en la historia. Principalmente es a la comunidad parroquial a la que le corresponde cuidar ese primer cultivo, sin olvidar la tarea fundamental de la iglesia doméstica, la familia; y la colaboración de los movimientos evangelizadores y las comunidades menores que tienen esa finalidad. FORMACIÓN PARA TODOS LOS AGENTES DE EVANGELIZACIÓN 3. Así, podemos entender la evangelización fundamental como la misión de acompañar a los bautizados en su adhesión a Jesús, convirtiéndose en discípulos, seguidores de sus pasos. Esta primera etapa de cultivo se continúa con una segunda, que busca apoyar la maduración de los discípulos en apóstoles, seguidores dispuestos a ser enviados. Este segundo cultivo lo llamamos Formación de Agentes de Evangelización. El proyecto de formación de agentes en la Arquidiócesis de México debe incluir a todos los agentes: laicos, religiosos, diáconos, presbíteros y obispos, tomando en cuenta que en el seguimiento de Cristo siempre hay algo más qué comprender y entregar. II. FORMACIÓN EN LA ARQUIDIÓCESIS DE MÉXICO OPCIÓN PASTORAL DIOCESANA 4. Cuando se presentó en 1993 el Decreto General del II Sínodo Arquidiocesano, nuestra Iglesia particular se planteaba la necesidad imperiosa de replantear a fondo su misión pastoral, tomando en cuenta la nueva situación que se vivía en la ciudad. Entonces, se afirmó que la renovación pastoral se lograría en la medida en que a la acción evangelizadora se le diera un verdadero sentido misionero y se contara con la generosa participación de numerosos y diversos agentes debidamente preparados e integrados (cf. Decreto General n. 34.35.73). Ese sigue siendo un reto actual: contar con los agentes e identificados con la opción pastoral diocesana. FORMACIÓN DE AGENTES, URBE Y PLAN PASTORAL 5. La formación de agentes de evangelización debe mantener una interrelación directa con las directrices del plan pastoral arquidiocesano y responder a las exigencias de la evangelización urbana: La propuesta sinodal, de un nuevo y vigoroso proyecto misionero para la ciudad, se ha traducido en la Misión Permanente como programa pastoral arquidiocesano. Podemos decir que nuestra pastoral se irá convirtiendo en misionera en la medida en que nuestra Iglesia local se convierta en formadora de misioneros para la ciudad. La pastoral encarnada, de diálogo y de testimonio de vida, describe la espiritualidad que es el corazón de la formación para los apóstoles de la urbe. Hacer presente el evangelio en los ambientes culturales de la ciudad requiere desarrollar en la formación el carácter específico de la inserción de los bautizados en el ambiente urbano. La formación del agente de evangelización para la ciudad tendría que capacitarlo para acompañar procesos de carácter catecumenal adecuados a las características de los diversos ambientes seculares. FORMACIÓN DE AGENTES Y COORDINACIÓN DE INSTANCIAS 6. Revisar y proyectar la Formación de Agentes de Evangelización en la Arquidiócesis de México requiere un esfuerzo especial de coordinación e interacción entre todas las instancias pastorales de la diócesis: Vicarías Territoriales y Vicarías Funcionales, sobre todo éstas últimas, que deben alentar la coordinación de aquellos que tienen responsabilidad en los procesos de formación: a) Los encargados del Ministerio Ordenado y del Seminario Conciliar; b) La Vicaría Episcopal para la Vida Consagrada; La Vicaría Episcopal para los Laicos y sus instancias coordinadoras de la formación laical: coordinación de Cefalaes y los institutos diocesanos: Sedes Sapientiae y, San Pedro y San Pablo; c) y las comisiones diocesanas en la medida que tienen programas de formación básica y permanente para sus agentes específicos. III. FORMAR PARA LA COMUNIÓN 7. El perfil de los agentes para la evangelización de la ciudad se puede definir a partir de las características de la pastoral misionera: de encarnación (formados para buscar la cercanía con quienes no conocen el Evangelio), de diálogo (formados para escuchar y compartir en el lenguaje de quien busca el bien para la humanidad) y del testimonio (formados para la misión de anunciar el evangelio con la propia vida, en comunión y con el signo de la caridad). PROCESO RECIENTE EN LA FORMACIÓN DE AGENTES LAICOS 8. En mayo de 1996, nuestro Arzobispo, el Cardenal Norberto, presentó la Orientación Pastoral acerca de la Formación de Agentes Laicos para Acciones Específicas. El proceso iniciado entonces está siendo motivo de consulta y de esta reflexión, en vista de potenciar como prioridad la formación de agentes laicos, marcando metas precisas para los siguientes seis años. En general, la experiencia de los últimos once años está siendo evaluada como limitada e insuficiente, especialmente porque no hemos logrado que se multiplique el número de agentes laicos de acuerdo a las necesidades y porque los que se forman no siempre se comprometen con la misión. El número de laicos que han atendido los centros de formación, principalmente decanales, ha venido decreciendo. También, la formación básica ofrecida no ha logrado tener el carácter específico que debía distinguirla y los laicos que han finalizado el ciclo básico de tres años no siempre han podido insertarse activamente en la pastoral. 9. El proceso vivido también ha tenido frutos: a) En muchos laicos que han fortalecido su compromiso de servicio gracias a la formación recibida; b) En la organización de varios centros de formación que ya tienen dos y tres generaciones de egresados; c) En la integración de cada vez más laicos como facilitadores en la formación de otros laicos e incluso como directores de los centros; d) En la implementación del propedéutico en el ámbito parroquial, como paso previo al inicio de la formación básica. 10. Las principales orientaciones que se ven necesarias para mejorar y fortalecer la formación de agentes laicos son: a) Que la formación responda a la realidad y necesidades de los bautizados laicos. Que sea un impulso a su participación corresponsable y a su iniciativa peculiar en el interior de la Iglesia y, especialmente, en el medio secular. b) Es importante profundizar en la razón de ser de la formación del laico. Pensar que los laicos deben formarse para ser los ayudantes del párroco es una visión distorsionada. Apoyar la formación de todos los bautizados para que se conviertan en apóstoles significa alentar la construcción de la Iglesia – Cuerpo de Cristo, donde todos los miembros son necesarios porque tienen una función diferente, que se necesita para que todo el Cuerpo funcione al servicio del Reino. Por tanto, el bautizado laico debe formarse para aportar con eficacia lo específico de su vocación y misión en la construcción del Reino en el mundo. Tiene presencia y servicio en la vida de la comunidad creyente, pero su vocación específica es lo secular y debe prepararse principalmente para ser testigo en medio de las culturas de la ciudad. c) La formación debe ser integral, es decir, buscando que el crecimiento del bautizado se manifieste en la unidad entre su vida y su fe. Primero en el ambiente cotidiano y, también, en el servicio que desempeña dentro de la comunidad creyente. d) Por tanto, la formación debe atender la dimensión humana, la del conocimiento sobre la fe, la dimensión espiritual, la dimensión comunitaria eclesial, la dimensión de servicio pastoral y la dimensión social. e) Así, la formación no es sólo el nuevo conocimiento que se aprende en el aula. Es, también: formación para evangelizar; para la participación litúrgica que se prepara y se vive con un sentido más comunitario; el encuentro de oración que provoca una mayor comunión con la Iglesia universal y con el mundo; servir a quienes viven una especial necesidad; descubrir que el trabajo diario, el compromiso político, la convivencia familiar y social son ocasiones para dar testimonio de la buena noticia. f) Para hacer posible la formación integral, el acompañamiento personal en la espiritualidad y en el servicio apostólico de parte de los pastores es indispensable. Pero no sólo ellos deben involucrarse. Los agentes laicos en formación necesitan que estén involucrados, en el área que les corresponde, el obispo, el decano, el párroco, el coordinador de centros de formación, el director de cada centro y los facilitadores. g) La necesidad de multiplicar agentes laicos para la evangelización requiere diversificar las modalidades en que se ofrece la formación básica, para que sea accesible al mayor número de bautizados. h) Junto con la orientación anterior, resulta conveniente tener como meta a mediano plazo aumentar el número de laicos capacitados para ser facilitadores que acompañen la formación básica de otros laicos. De esta manera, con varios equipos de facilitadores serán posibles más alternativas en lugares y horarios. i) El programa para la formación básica puede ser complementado según los objetivos específicos y la situación pastoral concreta que tenga cada Vicaría Episcopal, decanato o parroquia, así como las pastorales sectoriales que se opte asumir. j) Para clarificar el nivel intermedio y avanzado de la formación de agentes laicos es urgente que las comisiones y los institutos diocesanos revisen sus propios programas para hacer una propuesta que responda a estos niveles. La intención sería conformar paulatinamente un sistema de formación arquidiocesano, que ofrezca niveles progresivos de formación y diferentes alternativas para realizarlos, conjuntando todos los recursos e instancias de manera armónica y complementaria. k) Es indispensable que funcione un equipo para la elaboración, revisión y actualización de los diversos subsidios de apoyo para la formación de los agentes laicos. FORMACIÓN Y AGENTES DE VIDA CONSAGRADA 11. La presencia de los Agentes de Vida Consagrada siempre ha tenido una influencia significativa en la formación de agentes laicos en la Arquidiócesis de México, y sus diferentes carismas continúan motivando a numerosos laicos comprometidos. La colaboración con Religiosos y Religiosas en el ámbito de la formación de agentes siempre resultará un enriquecimiento, por tanto, habrá que procurar: a) Acordar la participación de los Religiosos y Religiosas en las instancias que evalúan y planean la formación de agentes. b) Compartir el proceso y las prioridades pastorales con los Religiosos y Religiosas que se insertan en el trabajo pastoral arquidiocesano. c) Planear la formación pastoral permanente conjuntamente con los agentes de Vida Consagrada. d) Procuren integrar equipos eclesiales para las iniciativas de formación de agentes, donde colaboren laicos, presbíteros diocesanos, religiosos y religiosas. PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS Y FORMACIÓN DE AGENTES 12. Por la importancia de los Agentes del Ministerio Ordenado en la tarea pastoral es indispensable mantener una atención constante de los programas de formación, pues en gran medida de ellos depende la renovación pastoral de nuestra Iglesia local. Asumir el proyecto de una Iglesia misionera, con un ambiente de comunión y donde es prioridad la participación corresponsable de los laicos, requiere una formación permanente del clero que tome en cuenta estos lineamientos de la misión permanente. Es por eso que las instancias encargadas de la formación del clero tendrían que: a) Establecer estrategias que favorezcan que el ministro ordenado sea corresponsable y agente activo de su propia formación. b) Definir un programa que tenga continuidad y afinidad con el plan diocesano para concientizar al clero y capacitarlo en las prioridades pastorales. c) Procurar que la espiritualidad y la pastoral no sean vertientes paralelas sino expresiones de la única misión. d) De manera especial, incrementar la reflexión sobre la formación de los agentes laicos, su acompañamiento e integración en la tarea evangelizadora. 13. Al obispo le corresponde alentar el espíritu de comunión y complementariedad para que todos participen en mejorar la formación de agentes. En especial, acompañar a los presbíteros y diáconos en su formación permanente, además de animarlos para que asuman el impulso de los agentes laicos. La supervisión de las instancias de formación debe ser constante, contrastándolas con las exigencias que surgen del plan pastoral y de las diversas realidades a las que hay que llevar el evangelio en la ciudad. La presencia cercana del obispo con los agentes en proceso de formación es insustituible, para alimentar su identidad y su pertenencia a la Iglesia. En ese sentido, resulta prioritario el encuentro periódico del obispo con los equipos responsables de la formación de agentes laicos, así como el acompañamiento de los líderes de comunidades. La comunión con el obispo es parte de la formación eclesial y un apoyo importante para quienes colaboran en la evangelización. IV. QUÉ PASOS SON NECESARIOS PARA SEGUIR ADELANTE PREGUNTAS 1.- a) ¿Cuáles son las formas y los medios más frecuentes con los cuales las parroquias ofrecen el primer cultivo de la fe a los feligreses y cuáles son los principales resultados? 2.- 3.- 4.- 5.6.- 7.- 8.- b) Cuáles son las formas y los medios más frecuentes con los cuales los movimientos y organizaciones laicales ofrecen el primer cultivo de la fe a sus integrantes y cuáles los principales resultados? a) ¿Te parece que es frecuente, o más bien raro, que las parroquias, los movimientos y organizaciones laicales encausen a sus fieles al segundo nivel del cultivo de la fe (la formación de agentes de evangelización? ¿A qué crees que se debe esta forma de proceder? b) ¿Hacia qué instancias habitualmente son dirigidos los fieles para su “formación de agentes de evangelización? ¿Cuáles han sido los principales resultados de esta formación? ¿Cómo crees que deben coordinarse las instancias diocesanas que más directamente tienen a su cargo la formación de agentes de pastoral? ¿Qué crees que debe esperarse de esa coordinación? a) ¿Te parece que las ideas centrales de la Misión Permanente de nuestra Arquidiócesis son suficientemente conocidas como para orientar la formación de los agentes de pastoral? b) ¿Qué debemos hacer para garantizar que la formación de agentes en la Arquidiócesis responda al proyecto de la Misión Permanente? ¿Qué se debe hacer en la Arquidiócesis para fortalecer la formación de Agentes Laicos para Acciones Específicas? ¿Cómo debe ser la formación de los laicos para que desde el nivel básico responda a la Misión Permanente y sirva para que quienes reciben esa formación se involucren en las correspondientes actividades? ¿Qué se necesita para asegurar que la formación de agentes laicos para acciones específicas sea integral? Con este fin dar aportaciones específicas para cada uno de los aspectos de la formación integral: a) Humana. b) Espiritual c) Apostólica. d) Doctrinal. ¿Cómo deben participar en la formación básica los laicos, la parroquia, otros laicos capacitados y, particularmente, el párroco? 9.- ¿Cómo debe diseñarse la formación específica de los laicos para que responda a las necesidades de evangelización en los distintos ambientes? ¿Cómo debe intervenir en este diseño el párroco y el decanato? 10.- ¿Crees que para la formación básica de los agentes laicos podría haber otra modalidad además de los Cefalaes? ¿Cómo podría ser esa o esas modalidades? 11. ¿Cómo se puede vincular a los seminaristas con el plan pastoral de la Arquidiócesis, para que hagan suyas las opciones sinodales? 12. ¿Cómo sería posible acordar un plan de formación permanente a mediano plazo para los Ministros Ordenados, que se implementara en los distintos niveles, diocesano, vicarial y decanal? ¿Qué necesidades del clero deben ser tomadas en cuenta para elaborarlo y concretizarlo? 13. ¿Qué sería necesario de parte del Sr. Arzobispo y su Consejo Episcopal para que se estructurara y funcionara mejor la formación de los agentes de evangelización en la Arquidiócesis? “...esta nueva etapa del caminar diocesano propone una atención sistemática e integral a la formación de los diversos Agentes evangelizadores. Para apoyar la realización de ese objetivo, les invito a impulsar una reflexión pastoral constante, que motive a todos a expresar sus inquietudes y a involucrarse en la definición del paso siguiente. También, una mentalidad de planeación que se distinga por dar continuidad y visión de futuro a las tareas presentes. De esa manera, todos los Agentes se irán compenetrando más con su vocación de discípulos de Jesús y con la tarea evangelizadora que nos corresponde realizar en la Ciudad”. (Orientaciones Pastorales 2007 n. 21) Está claro que todos los cristianos, de cualquier estado y condición, están llamados a la plenitud d la vida cristiana y a la perfección del amor (Lumen gentium n. 40). La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión (Redemptoris missio n. 90) Una auténtica propuesta de encuentro con Jesucristo debe establecerse sobre el sólido fundamento de la Trinidad-Amor. La experiencia de un Dios uno y trino, que es unidad y comunión inseparable, nos permite superar el egoísmo para encontrarnos plenamente en el servicio al otro. La experiencia bautismal es el punto de inicio de toda espiritualidad cristiana que se funda en la Trinidad (V CELAM n. 240). Misión principal de la formación es ayudar a los miembros de la Iglesia a encontrarse con Cristo, y así reconocer, acoger, interiorizar y desarrollar la experiencia y los valores que constituyen la propia identidad y misión cristiana en el mundo. Por eso la formación obedece a un proceso integral, es decir, que comprende varias dimensiones, todas armonizadas entre sí en unidad vital. En la base de estas dimensiones está el anuncio kerigmático. El poder del Espíritu y de la Palabra contagia a las personas y las lleva a escuchar a Jesucristo, a creer en él como su Salvador, a reconocerlo como quien da pleno significado a su vida y a seguir sus pasos (V CELAM 279). Asumir —a nivel de la Iglesia arquidiocesana— con todos los Agentes de la Nueva Evangelización el trabajo pastoral por la Opción Prioritaria del II Sínodo... (ECUCIM n. 2053). Promover en los Agentes de la Iglesia un auténtico espíritu misionero que genere cambios en la perspectiva evangelizadora (ECUCIM n. 2045). Para superar el problema cultural del divorcio entre la fe y la vida, es urgente que todos los Agentes de la Nueva Evangelización: se vuelvan a Cristo como principio real y existencial de vida para dar testimonio de Él; se reencuentren con la Iglesia como experiencia de comunión y comunidad de personas en Cristo, viviendo y enfrentando toda su realidad desde la fe, la esperanza y la caridad; den una respuesta adecuada a las grandes necesidades pastorales, en particular de las Familias, los Alejados, los Pobres y los Jóvenes. (ECUCIM n. 2035). Impulsar y actualizar el análisis de la realidad con sus características y causas en cuatro campos básicos: las situaciones familiares actuales; el fenómeno del "alejamiento"; el empobrecimiento; la problemáticas juvenil (ECUCIM n. 2055). En el proceso de formación de discípulos misioneros destacamos cinco aspectos fundamentales que aparecen de diversa manera en cada etapa del camino, pero que se compenetran íntimamente y se alimentan entre sí: a) El encuentro con Jesucristo … b) La conversión … c) El discipulado … d) La comunión … e) La misión ... (V CELAM n. 278). Procurar un cambio de mentalidad de una pastoral individual a una pastoral de conjunto en la que se tome en cuenta un eficaz testimonio de servicio a todos, implementando una pastoral de acompañamiento a los procesos educativos y sociales de las Familias, los Alejados, los Pobres y los Jóvenes (ECUCIM n. 2046). Fomentar entre todos los Agentes de evangelización —Presbíteros, Religiosos y Laicos- una actitud de mutua aceptación, respeto y apoyo que se traduzcan en capacidad de trabajar coordinadamente en una pastoral de conjunto (ECUCIM n. 2047). Cuando confrontamos nuestra vida de bautizados y de Iglesia con la realidad de la Ciudad de México, el valor de su gente y su compleja problemática, nos damos cuenta que el Señor, a través del signo de nuestra ciudad, nos está pidiendo mucho más. El desafío pastoral que nos presentan las situaciones concretas es providencial para que impulsemos nuestro caminar (Orientaciones Pastorales 2007). Los Laicos, elemento mayoritario en la Iglesia, constituyen por su Bautismo una fuerza evangelizadora, cuyo potencial no ha sido todavía suficientemente desarrollado; a ellos corresponde un papel primordial en la tarea de inserción y fermento evangelizador en el corazón del mundo; son los primeros Agentes de la evangelización de las culturas: en esto son insustituibles; ellos "se encuentran en la línea más avanzada de la misión de la Iglesia" (ECUCIM n. 2005). La formación de los fieles laicos tiene como objetivo fundamental el descubrimiento cada vez más claro de la propia vocación y la disponibilidad siempre mayor para vivirla en el cumplimiento de la propia misión. Dios me llama y me envía como obrero a su viña; me llama y me envía a trabajar para el advenimiento de su reino en la historia. Esta vocación y misión personal define la dignidad y la responsabilidad de cada fiel laico y constituye el punto de apoyo de toda la obra formativa, ordenada al reconocimiento gozoso y agradecido de tal dignidad y al desempeño fiel y generoso de tal responsabilidad (Christifideles laici n. 58). En el descubrir y vivir la propia vocación y misión, los fieles laicos han de ser formados para vivir aquella unidad con la que está marcando su mismo ser de miembros de la Iglesia y de ciudadanos de la sociedad humana. En su existencia no puede haber dos vidas paralelas: por una parte, la denominada vida “espiritual”, con sus valores y exigencias; y por otra, la denominada vida “secular”, es decir, la vida de familia, del trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso político y de la cultura. El sarmiento arraigado en la vid que es Cristo da fruto en cada sector de su actividad y de su existencia. EN efecto, todos los distintos campos de la vida laical entran en el designio de Dios, que los quiere como el ‘lugar histórico’ del revelarse y realizarse de la caridad de Jesucristo … (Christifideles laici n. 59). Los laicos también están llamados a participar en la acción pastoral de la Iglesia, primero con el testimonio de su vida y, en segundo lugar, con acciones en el campo de la evangelización, la vida litúrgica y otras formas de apostolado según las necesidades locales bajo la guía de sus pastores. Ellos estarán dispuestos a abrirles espacios de participación y a confiarles ministerios y responsabilidades en una Iglesia donde todos vivan de manera responsable su compromiso cristiano … Para cumplir su misión con responsabilidad personal, los laicos necesitan una sólida formación doctrinal, pastoral, espiritual y un adecuado acompañamiento para dar testimonio de Cristo y de los valores del Reino en el ámbito de la vida social, económica, política y cultural (V CELAM n. 211-212). Hoy toda la Iglesia en América Latina y el Caribe quiere ponerse en estado de misión. La evangelización del continente, nos decía el papa Juan Pablo II, no puede realizarse hoy sin la colaboración de los fieles laicos. Ellos han de ser parte activa y creativa en la elaboración y ejecución de proyectos pastorales a favor de la comunidad. Esto exige, de parte de los pastores, una mayor apertura de mentalidad para que entiendan y acojan el “ser” y el “hacer” del laico en la Iglesia, quien por su bautismo y su confirmación, es discípulo y misionero de Jesucristo. En otras palabras, es necesario que el laico sea tenido muy en cuenta con un espíritu de comunión y participación (V CELAM n. 213). “También forman parte del único presbiterio, por razones diversas, los presbíteros religiosos residentes o que trabajan en una Iglesia particular. Su presencia supone un enriquecimiento para todos los sacerdotes y los diferentes carismas particulares que ellos viven, a la vez que son una invitación para que los presbíteros crezcan en la comprensión del mismo sacerdocio, contribuyen a estimular y acompañar la formación permanente de los sacerdotes ... Por su parte, los religiosos procuren garantizar un espíritu de verdadera comunión eclesial, una participación cordial en la marcha de la diócesis y en los proyectos pastorales del obispo, poniendo a disposición el propio carisma para la edificación de todos en la caridad” (Pastores Dabo Vobis n. 74). La formación permanente ayuda al sacerdote, en la Iglesia “comunión”, a madurar la conciencia de que su ministerio está radicalmente ordenado a congregar a la familia de Dios como fraternidad ... El sacerdote debe crecer en la conciencia de la profunda comunión que lo vincula al pueblo de Dios; él no está sólo ‘al frente de’ la Iglesia, sino ante todo ‘en’ la Iglesia. Es hermano entre hermanos ... Como escribía Pablo VI: ‘Hace falta hacerse hermanos de los hombres en el momento mismo que queremos ser sus pastores y maestros. El clima de diálogo es la amistad. Más todavía, el servicio’.” ... Fundamental es la responsabilidad del Obispo y, con él, la del presbiterio. La del Obispo se basa en el hecho de que los presbíteros reciben su sacerdocio a través de él y comparten con él la solicitud pastoral por el Pueblo de Dios. El Obispo es el responsable de la formación permanente, destinada a hacer que todos sus presbíteros sean generosamente fieles al don y al ministerio recibido, como el Pueblo de Dios los quiere y tiene el “derecho” de tenerlos. Esta responsabilidad lleva al Obispo, en comunión con el presbiterio, a hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas. El Obispo vivirá su responsabilidad no sólo asegurando a su presbiterio lugares y momentos de formación permanente, sino haciéndose personalmente presente y participando en ellos convencido y de modo cordial. (Pastores Dabo Vobis n. 74. 79)