El oficio de educar, la profesión de enseñar “Pinta tu aldea y pintarás el mundo”, León Tolstoi Los docentes reconocemos que muchas veces nos vamos oxidando con el tiempo y nos corre la rutina. Los tiempos corren vertiginosos y con ellos, los estudiantes que año a año muestran tener más habilidades para relacionarse entre sí mediantes instrumentos a los que no estamos acostumbrados (pensemos del boom del “Face”). Por esto mismo, uno como docente tiene que estar a la altura de las circunstancias, tal vez no correr como ellos, no ir a su ritmo (eso podría no ser sano para nosotros que somos de otra generación) pero tener “apertura a lo nuevo”, buscar la manera de ofrecer lo mejor, ser lo más “profesional” posible. En esta búsqueda estaba yo cuando supe del Postítulo. Una compañera (y ex profesora mía del secundario) me comentó y me invitó a que me anotara (gracias Caro). Por ese entonces sentía un llamado dentro de mí, algo que me decía que podía encontrar las respuestas a muchos interrogantes que surgían de mis experiencias dentro del aula, de muchas dudas, de “reflexionar” (aunque tal vez el término no se aplique, según Perrenoud, a esos pensamientos que no encontraban más que incertidumbre pero que alimentaban el deseo de saber más). Estoy seguro que se abrió ante mí un camino nuevo. Quizás estuve perdido, como Dante, en una selva oscura, y el curso me dio la posibilidad de ver otras formas de concebir la educación, la enseñanza, el aprendizaje, mi rol como profesor, el lugar y el espacio de los estudiantes. Quizás, este año y medio fue como un viaje, un viaje de iniciación, como lo tuvo Dante. Quizás, recorrimos varios círculos, algunos fueron de intercambios calurosos (alguna que otra discusión o intercambio de ideas que daba gusto oír) y quien mirara desde afuera pensaría que estábamos en el mismo infierno (pero no, no se asusten; era parte de la euforia de sentirse comprometidos con lo que uno hace y cree saber hacer bien…). Otros círculos, fueron de mucho mirar para adentro y pensar y repensar cómo enseñamos, cómo evaluamos; y, tal vez, más de uno, sino fuimos todos, volvimos a nuestras casas diciéndonos: “pero yo, ¿qué modelo de profesor soy?”, “no… yo sí tengo en cuenta las inteligencias múltiples; pero, ¿trabajo la diversidad en el aula?”, “¿Aulas heterogéneas?, pero si los docentes decimos que todos los chicos son iguales, ¿o no es así?”. Yo recuerdo volver con compañeras en coche y sentir la inquietud y el deseo, como una llama ardiente, de encontrar más herramientas para que nuestro trabajo sea realmente el de un “profesional”. Aún siento hoy la búsqueda constante en mí mismo por ser genuino en lo que hago, en brindarle a los estudiantes las herramientas necesarias para que ellos recorran su camino con un guía. Yo ahora ya mi inicie, no creo tener la sabiduría de Virgilio, pero creo que estoy preparado para orientar a mis estudiantes hacia un mundo lleno de maravillas. Siempre pensé que el docente debía correrse un poco del centro de la clase, no ser el eje. Esa idea sigue en mí, y en los autores que hemos leído encontré un respaldo (me puedo apoyar en él). Fenstermacher, rememoro, hablaba de la tarea de estudiantar, donde el estudiante es el protagonista de sus propios aprendizajes. Ese concepto me resultaba el más adecuado y el que era compatible con mi forma de concebir la relación binómica enseñanza- aprendizaje. Pero también aprendí que hay diversos modelos de enseñanza y que es importante conocerlos e intentar aplicarlos de acuerdo a los grupos. Una frase que me quedó grabada de una de las clases fue: “no todo, no siempre, no para todos”. Una mirada fugaz puede interpretar algún tipo de exclusión; pero, por el contrario, hace a la idea de reconocer a cada estudiante como un sujeto único que tiene una forma única de aprender y que (hoy lo veo así) es muy importante que como docentes logremos que descubra cómo logra aprender, mediante que procesos. Por eso no todo es lo mismo para todos; ni las mismas actividades, ni las mismas formas de evaluar, ni las mismas formas de enseñar. Quizás ahí, estemos atendiendo a la diversidad. Estaba en el Paraíso cuando estas ideas cobraron forma en mí. Me sentía más seguro. Me daba cuenta que podía explicar el porqué de determinada dinámica, metodología de trabajo, forma de evaluar. En fin, comenzaba a ser consciente de mi rol y de las herramientas que tenía para trabajar con mis estudiantes. Fue así que cada clase se volvió para mí un constante experimento. Una posibilidad de aplicar cuanto haya aprendido, y reflexionar en ese momento, o luego, sobre cómo fue la clase, en qué puedía mejorar. Siento que he crecido, que he madurado, que he visto muchas cosas (como Dante) y que ello me ha hecho más fuerte, me ha vuelto más seguro de quién soy, de quién quiero ser en el universo educativo, y de cómo puedo lograrlo. Creo hoy, más firmemente que nunca, que un mundo mejor es posible; he visto el cambio, en mí y en mis aulas (y hasta me animaría a decir que hasta en mis escuelas) y quizás, como dijo un idealista, piensen que soy un soñador pero ahora sé que no soy el único. Y ¿de qué se trata educar hoy, sino es para eso? Podemos enseñar, además, que la educación es el motor del cambio social y podemos ser muchos y muchas; y entonces habremos pintado, no solo nuestra aldea, sino el mundo. Cristian Berón