DESCARTES 1596-1650 Contexto histórico, sociocultural y filosófico La época moderna estuvo acompañada de grandes cambios que situaron al ser humano y su razón en el centro de atención. Se consolidaron las naciones, hubo grandes descubrimientos, se renovó y difundió la nueva cultura humanista, ya secularizada y fuera de los monasterios y universidades tradicionales. El pensamiento cartesiano se desarrolla en la primera mitad del siglo XVII. En este siglo se da la decadencia del Imperio Español, con los últimos Austrias, y el auge como nuevas potencias de Francia, con el reinado del Luis XIV, y de Inglaterra. Todo el panorama europeo se perfilará en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), donde definitivamente se marcan las pautas que regirán Europa en los dos siglos siguientes. Además, la monarquía absoluta se consolida como la forma de gobierno mayoritaria si bien el auge de la burguesía, como clase social emergente, llevará adelante una nueva propuesta política basada en el liberalismo, que surge en Inglaterra a finales de este siglo con Locke, y que llevará adelante la revolución inglesa en la segunda mitad de siglo. Culturalmente, el siglo XVII es un siglo fundamental en la Época Moderna. Es el siglo del Barroco, que viene a suceder al Renacimiento. En literatura comienza con dos autores universales: Cervantes y Shakespeare. Posteriormente destaca el Siglo de Oro español con autores teatrales como Calderón o Lope de Vega y poetas como Quevedo o Góngora. En Francia destaca el teatro de Moliere. En las artes plásticas destacará la pintura española con Murillo, Zurbarán y especialmente Velázquez, reconocido como uno de los principales pintores de la historia. Igualmente, en los Países Bajos estarán Rubens y Rembrandt. Pero si algo caracterizará este siglo culturalmente será el triunfo definitivo de la Revolución Científica (asentando la ciencia moderna sobre la matemática y la experimentación) con la obra inicial de Kepler y Galileo, que desarrollarán la revolución copernicana, y, en su segunda mitad, la figura de Newton. Por último, en este siglo se consolida la Reforma protestante en el norte de Europa así como la Contrarreforma en los países católicos, originándose un enfrentamiento religioso reflejado en la Guerra de los Treinta Años. Esta época intelectualmente novedosa lo es también para la Filosofía. Si la filosofía medieval había sido ejercida fundamentalmente por teólogos y profesores, no sucede así con los filósofos modernos aunque sean hombres de ciencia y saber. Además, frente al comentario como forma de trabajo fundamental de la escolástica, nos encontramos ahora con filósofos que realizan obras personales, mediante la actividad individual (aunque sea compartida pública y colectivamente con otros filósofos), y no mediante una actividad o una reflexión colectiva, como era el método propio de trabajo de la escolástica. A ello hay que añadir la progresiva utilización de las lenguas vernáculas, frente a la preeminencia del latín a lo largo de toda la edad media como vehículo de expresión cultural y filosófica, y la más rápida difusión del saber gracias a la imprenta. Por lo demás, ya desde Santo Tomás se había considerado necesario distinguir la fe de la razón y atribuir a cada una de ellas un campo específico y limitado. Esta distinción inicial que realiza santo Tomás será convertida en separación por los pensadores sucesivos y progresivamente aceptada como un presupuesto indiscutible. Esta idea, asociada a los cambios anteriormente citados, prepara el camino para la exigencia de una total autonomía de la razón, que será reclamada por todos los filósofos modernos. Así, el siglo XVII viene marcado por el definitivo declive de la filosofía escolástica y el nacimiento, teniendo como fundador a Descartes, de la Filosofía Moderna. Esta Filosofía moderna vendrá marcada primero por el Racionalismo, movimiento continental que defiende la Razón como fuente fundamental del conocimiento, y cuyos autores fundamentales son Descartes, Spinoza y Leibniz. Sin embargo, a finales de siglo se hará fuerte en las islas británicas el Empirismo, iniciado por Locke, y que de la mano de Berkeley y especialmente de Hume, ambos ya del siglo XVIII, irá tomando cada vez mayor auge. Así, se puede decir que el siglo XVII será un momento clave de la historia de la filosofía y el inicio de una nueva era: la Filosofía Moderna. El racionalismo se caracterizará por la afirmación de que la certeza del conocimiento procede de la razón, lo que va asociado a la afirmación de la existencia de ideas innatas. Ello supondrá la desvalorización del conocimiento sensible, en el que no se podrá fundamentar el saber, quedando la razón como única fuente de conocimiento. El racionalismo afirmará la intuición intelectual de ideas y principios evidentes, a partir de las cuales comenzará la deducción del saber, del mismo modo que todo el cuerpo de las matemáticas se deduce a partir de unos primeros principios evidentes e indemostrables. Por eso, los modelos matemáticos del conocimiento se ven revalorizados. Todo ello conduce al racionalismo al ideal de una ciencia universal, aspiración de la que la filosofía cartesiana es un buen exponente. Biografía Descartes nació el 31 de marzo de 1596 en La Haye, en la Turena francesa. Pertenecía a una familia de la baja nobleza, siendo su padre, Joachin Descartes, Consejero en el Parlamento de Bretaña. La temprana muerte de su madre, Jeanne Brochard, pocos meses después de su nacimiento, le llevará a ser criado en casa de su abuela materna, a cargo de una nodriza a la que permanecerá ligado toda su vida. Posteriormente hará sus estudios en el colegio de los jesuitas de La Flèche, hasta los dieciséis años, estudiando luego Derecho en la Universidad de Poitiers. Según la propia confesión de Descartes, las enseñanzas del colegio le decepcionaron, debido a las numerosas lagunas que presentaban los saberes recibidos, a excepción de las matemáticas, en donde veía la posibilidad de encontrar un verdadero saber. Esta muestra de escepticismo, que Descartes presenta como un rasgo personal es, sin embargo, una característica del pensamiento de finales del siglo XVI y principios del XVII. Terminados sus estudios Descartes comienza un período de viajes, apartándose de las aulas, convencido de no poder encontrar en ellas el verdadero saber. Después de sus estudios opta por la carrera de las armas y se enrola en 1618, en Holanda, en las tropas de Maurice de Nassau, príncipe de Orange. Allí conocerá a un joven científico, Isaac Beeckman, para quien escribe pequeños trabajos de física, así como un compendio de música. Durante varios años mantienen una intensa y estrecha amistad, ejerciendo Beeckman una influencia decisiva sobre Descartes, sobre todo en la concepción de una física matemática, en la que había sido instruido por Beeckman. Continúa posteriormente sus investigaciones en geometría, álgebra y mecánica, orientado hacia la búsqueda de un método "científico" y universal. En 1619 abandona Holanda y se instala en Dinamarca, y luego en Alemania, asistiendo a la coronación del emperador Fernando en Frankfurt. Se enrola entonces en el ejército del duque Maximiliano de Baviera. Acuartelado cerca de Baviera durante el invierno, pasa su tiempo en una habitación calentada por una estufa, donde elabora su método, fusión de procedimientos lógicos, geométricos y algebraicos. De esa época será la concepción de la posibilidad de una matemática universal (la idea de una ciencia universal, de un verdadero saber) y se promete emplearla en renovar toda la ciencia y toda la filosofía. La noche del 10 de noviembre de 1619 tiene tres sueños sucesivos que interpreta como un mensaje del cielo para consagrarse a su misión filosófica. Habiéndose dotado con su método de una moral provisional, renuncia a su carrera en el ejército. De 1620 a 1628 viaja a través de Europa, residiendo en París entre los años 1625-28, dedicando su tiempo a las relaciones sociales y al estudio, entablando amistad con el cardenal Bérulle, quien le animará a desarrollar sus teorías en afinidad con el catolicismo. Durante este período se ejercita en su método, se libera de los prejuicios, acumula experiencias y elabora múltiples trabajos descubriendo especialmente en 1626 la ley de refracción de los rayos luminosos. También en esta época redacta las Reglas para la dirección del espíritu, obra inacabada que expone lo esencial de su método. En 1628 se retira a Holanda para trabajar en paz. Permanecerá allí veinte años, cambiando a menudo de residencia, completamente ocupado en su tarea filosófica. Comienza por componer un pequeño tratado de metafísica sobre el alma y Dios del que se dice satisfecho y que debe servir a la vez de arma contra el ateísmo y de fundamento de la física. Interrumpe la elaboración de dicho tratado para escribir en 1629 un Tratado del mundo y de la luz que acaba en 1633 y que contiene su física, de carácter mecanicista. Pero, habiendo conocido por azar la condena de Galileo por haber sostenido el movimiento de la tierra (que también sostenía Descartes), renuncia a publicar su trabajo. Por una parte no quiere enfrentarse con la Iglesia a la cual está sometido por la fe. Por otra, piensa que el conflicto entre la ciencia y la religión es un malentendido. En fin, espera que un día el mundo comprenderá y que podrá editar su libro. Este "miedo" de Descartes ante la condena de Galileo ha llevado a algunos estudiosos a interpretar la demostración de la existencia de Dios que realiza en las Meditaciones como un simple ejercicio de prudencia. Para difundir su doctrina mientras tanto publica resúmenes de su física, precedidos por un prefacio. Es el famoso Discurso del método, seguido de La Dióptrica, Los Meteoros y La Geometría, que sólo son ensayos de este método (1637). El éxito le conduce a dedicarse completamente a la filosofía. Publica en 1641, en latín, las Meditaciones sobre la filosofía primera, más conocida como Las Meditaciones metafísicas, que somete previamente a los grandes espíritus de la época (Mersenne, Gassendi, Arnauld, Hobbes...) cuyas objeciones seguidas de respuestas serán publicadas al mismo tiempo. En 1640 muere su hija Francine, nacida en 1635, fruto de la relación amorosa mantenida con una sirvienta. En 1644 publica en latín los Principios de la filosofía. La publicación de estas obras le proporciona a Descartes el reconocimiento público, pero también es la causa de numerosas disputas. En 1643 conoce a Elizabeth de Bohemia, hija del elector palatino destronado y exiliado en Holanda. La princesa lo adopta como director de conciencia, de donde surgirá una abundante correspondencia en la que Descartes profundiza sobre la moral y sobre sus opiniones políticas y que le conducen en 1649 a la publicación de Las pasiones del alma, más conocida como el Tratado de las pasiones, que será la última obra publicada en vida del autor y supervisada por él. Posteriormente realiza tres viajes a Francia, en 1644, 47 y 48. Será en el curso del segundo cuando conozca a Pascal. Su fama le valdrá la atención de la reina Cristina de Suecia. Es invitado por ella en febrero de 1649 para que le introduzca en su filosofía. Descartes, reticente, parte sin embargo en septiembre para Suecia. El alejamiento, el rigor del invierno, la envidia de los doctos, contraría su estancia. La reina le cita en palacio cada mañana a las cinco de la madrugada para recibir sus lecciones. Descartes, de salud frágil y acostumbrado a permanecer escribiendo en la cama hasta media mañana, coge frío y muere de una neumonía en Estocolmo el 11 de febrero de 1650 a la edad de 53 años. 1. El problema del método El método que utilizaba la filosofía escolástica durante la Edad Media había fracasado. Era un método muy teórico, farragoso e ineficaz, sobre todo para aquellos que se ocupaban de investigar la naturaleza. El fracaso de la física aristotélica se hacía cada vez más patente: recurrir a fuerzas ocultas o desconocidas, apelar a esencias imposibles de formular empíricamente se consideraba ya inaceptable en el estudio de la naturaleza. La naturaleza era ahora interpretada como una realidad dinámica compuesta por cuerpos en movimiento y sometida a una estructura matemática. Quizá comience con Copérnico esta interpretación, que veremos también en Galileo, de tal modo que el carácter estructuralmente matemático de la realidad se iba poniendo de manifiesto. Así, se va viendo que es necesario un nuevo método para abordar el estudio de la naturaleza. Descartes comparte esta perspectiva dado el fracaso de los métodos anteriores en el conocimiento de la verdad, y buscará crear un nuevo método. Tomará como referencia y modelo el método deductivo de las matemáticas, la ciencia más exacta y precisa. Si el conocimiento de la naturaleza es posible gracias a las matemáticas, es lógico pensar que utilizando su método se pueda alcanzar la verdad y la certeza en el conocimiento de otros aspectos de la realidad. El nuevo método para el estudio del mundo y la naturaleza, además, tendrá que tener capacidad para descubrir nuevos conocimientos, no basta un método que tenga carácter meramente explicativo -como, por ejemplo, el razonamiento silogístico de la escolástica-, que sirva para exponer o para comunicar un conocimiento. No se trata de transmitir un saber acumulado a través de la historia, sino de descubrir, de inventar. Por último, será un método fundado en la razón y, por tanto, universal, que dé unidad a todo el conjunto del saber y la ciencia. 2. El método cartesiano El objetivo de Descartes era dar a luz un método fundamentado en la razón que sirviera para aumentar el conocimiento, alcanzar una verdad firme y segura, y evitar el error Para Descartes hay dos modos fundamentales de conocimiento sobre los que se asentará su nuevo método, la intuición y la deducción. La intuición es la captación inmediata de verdades simples totalmente evidentes. La deducción es un proceso mental que hace inferencias desde lo más simple a lo más complejo, ampliando así nuestro conocimiento. Un método es un camino, un proceso con una serie de pasos a seguir, que nos conduce hacia la verdad. El método cartesiano consta de las siguientes reglas: i. No admitir nada como verdadero a no ser que sepamos con total evidencia que lo es. Es decir, evitar la precipitación y no afirmar nada que no se presente con total claridad y distinción a nuestro espíritu, de manera que sea imposible ponerlo en duda. ii. Dividir cada una de las dificultades que encontremos en cuantas partes sea posible y necesario para su mejor solución. iii. Conducir ordenadamente todos los pensamientos, empezando por los objetos más simples y fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco hasta el conocimiento de los más complejos. iv. Hacer recuento y revisión exhaustiva de los pasos dados para estar seguros de haber procedido adecuadamente y de no omitir nada. 3. La aplicación del método Su primera regla nos obliga a no aceptar nada como verdadero que no se presente al intelecto con absoluta evidencia. Descartes convirtió la duda en la base de su método; decidió emplear la duda para encontrar la certeza, y por eso se trata de una duda metódica. Para Descartes, de hecho, existen en principio múltiples razones para dudar. Los sentidos se presentan como la principal fuente de nuestros conocimientos; ahora bien, muchas veces los sentidos nos engañan, como cuando introducimos un palo en el agua y parece quebrado, o cuando una torre me parece redonda en la lejanía y al acercarme observo que era cuadrada, y situaciones semejantes. No es prudente fiarse de quien nos ha engañado en alguna ocasión, por lo que será necesario poner en suspenso todos los conocimientos que derivan de los sentidos. Pero, ¿cómo dudar de cosas tan inmediatas como que estamos aquí, en una clase, escuchando y tomando notas sobre el papel? Dice Descartes que esta seguridad en los datos sensibles inmediatos también puede ser puesta en duda, dado que ni siquiera podemos distinguir con claridad la vigilia del sueño. ¿Cuántas veces he soñado situaciones muy reales que, al despertarme, he comprendido que eran un sueño? Esta incapacidad de distinguir el sueño de la vigilia nos conduce a dudar incluso de nuestros propios pensamientos. Aun así, parece haber ciertos conocimientos de los que razonablemente no puedo dudar, como los conocimientos matemáticos. Sin embargo Descartes plantea la posibilidad de que el mismo Dios que me ha creado me haya podido crear de tal manera que cuando juzgo que 2+2 = 4 me esté equivocando; de hecho permite que a veces me equivoque, por lo que podría permitir que me equivocara siempre, incluso cuando juzgo de verdades tan evidentes como la verdades matemáticas. En ese caso todos mis conocimientos serían dudosos y, por lo tanto, según el criterio establecido, deberían ser considerados todos falsos. Dado que la posibilidad anterior puede parecer ofensiva a los creyentes, Descartes plantea otra opción: la de que exista un genio maligno que esté interviniendo siempre en mis operaciones mentales de tal forma que haga que tome constantemente lo falso por verdadero, de modo que siempre me engañe. Así, la duda ha de extenderse también a todos los conocimientos que no parecen derivar de la experiencia. La duda planteada por Descartes es, por tanto, una duda radical que progresa de lo sensible a lo inteligible, abarcando la totalidad de mis conocimientos. No sólo debo dudar de todos los conocimientos que proceden de los sentidos, sino también de aquellos que no parecen proceder de los sentidos, ya que soy incapaz de eliminar la incertidumbre que los rodea. Sin embargo, viéndose obligado a dudar de todo, Descartes se da cuenta de que para ser engañado ha de existir, por lo que percibe que la siguiente proposición: “pienso, existo”, ha de ser cierta. Esa proposición supera todos los motivos de duda: incluso en la hipótesis de la existencia de un genio malvado que haga que siempre me equivoque, cuando pienso que 2 y 2 son cuatro, por ejemplo, es necesario que, para que me equivoque, exista. Esta proposición, "pienso, existo" se presenta con total claridad y distinción (sus opuestos serían oscuridad y confusión), de modo que resiste todos los motivos de duda y goza de absoluta certeza. Es la primera verdad de la que puedo estar seguro, de la que puedo decir que es evidente. Una vez descubierta ésa primera verdad, Descartes se propondrá reconstruir sobre ella el edificio del saber y, al modo en que operan los matemáticos, por deducción, tratará de extraer todas las consecuencias que se siguen de ella. 4. El yo como sustancia pensante Hemos llegado, por tanto, a la afirmación del yo, del sujeto pensante. Y, ¿qué soy yo? Una cosa que piensa, dirá Descartes. ¿Y qué es una cosa que piensa? Una cosa que siente, que quiere, que imagina... Descartes hace del yo pienso una "cosa", una sustancia, a la que han de pertenecer ciertos atributos. La duda sigue vigente con respecto a la existencia de cosas externas a mí, por lo que el único camino en el que se puede seguir avanzando deductivamente es el del análisis de ese "yo pienso" al que Descartes caracteriza como una sustancia pensante, como una cosa que piensa, absolutamente independiente de todo lo demás. Y, ¿qué es lo que hay en el pensamiento? Contenidos mentales, a los que Descartes llama "ideas". La única forma de progresar deductivamente es, pues, analizando dichos contenidos mentales, analizando las ideas. Y Descartes distingue tres tipos de ideas: I. Unas que parecen proceder del exterior a mí, a las que llama “adventicias”. II. Otras que parecen haber sido producidas por mí, a las que llamara “ideas facticias”, es decir, artificiales y no naturales. III. Y otras, por fin, que no parecen proceder del exterior ni haber sido producidas por mí, a las que llamará “ideas innatas”. Las ideas adventicias, en la medida en que parecen proceder de objetos externos a mí, están sometidas a la misma duda que la existencia de los objetos externos, por lo que no pueden ser utilizadas en el avance del proceso deductivo; y lo mismo ocurre con las ideas facticias, en la medida en que parecen ser producidas por mí. Sólo nos quedan las ideas innatas y su análisis para que podamos seguir avanzando. 5. De la existencia de Dios a la existencia del mundo Descartes analiza dos de esas ideas, la de infinito y la de perfección, y argumentando que no pueden haber sido causadas por mí, dado que soy finito e imperfecto, sólo pueden haber sido causadas por un ser proporcionado a ellas, por lo que tienen que haber sido puestas en mí por un ser infinito y perfecto, que sea la causa de las ideas de infinito y de perfección que hay en mí, es decir, Dios. Además, la propia idea de Dios, de un ser absolutamente perfecto, implica su existencia, ya que de no existir le faltaría algo y ya no sería perfecto, así que ha de existir. Dado que Dios no puede ser imperfecto y es bueno, se elimina la posibilidad de que me haya creado de tal manera que me engañe, por lo que los motivos para dudar tanto de la verdades matemáticas y en general de todo lo inteligible, como de la verdades que parecen derivar de los sentidos, quedan eliminados. Puedo creer por tanto en la existencia del mundo, una realidad externa a mí, con la misma certeza con la que se que es verdadera la proposición “pienso, existo”. ¿Y qué es en última instancia el mundo y qué puedo conocer de él con certeza? En la segunda meditación de las Meditaciones metafísicas, Descartes ilustra con ayuda de un pedazo de cera la idea de que el atributo del mundo corpóreo es la extensión. Un pedazo de cera tiene ciertas propiedades sensibles, como su forma, el sonido que hace al golpearse, su olor, rugosidad y sabor. Sin embargo, cuando la cera se derrite, todas estas propiedades desaparecen, y sin embargo Descartes reconoce que se trata de la misma cera. Lo único que ha permanecido es la extensión. Así, Descartes distingue entre cualidades primarias y secundarias. Las cualidades primarias u objetivas son la extensión (en longitud, anchura y profundidad) y las que dependen de ellas como el tamaño y la figura. A estas añade también el movimiento. Son precisamente cualidades de las que cabe un conocimiento “claro y distinto”, que, en este caso, quiere decir conocimiento que se pueda expresar en términos matemáticos. Por su parte las cualidades secundarias son aquellas que no existen en las cosas mismas, y, en cierto sentido son subjetivas. Descartes pone como ejemplos de estas cualidades el color, el sonido, el gusto, el olor y las cualidades táctiles. Descartes definirá “sustancia” como todo aquello que existe independientemente de cualquier otro ser, por ello sólo Dios sería sustancia en sentido estricto. Sin embargo, como la sustancia extensa y la pensante son independientes entre ellas, también son consideradas sustancias. Como resultado de la deducción podemos estar seguros, por tanto, de la existencia de tres sustancias: I. La sustancia pensante, de carácter no corpóreo, no extenso, inmaterial. II. Una sustancia infinita, Dios, que es la causa última de las otras dos sustancias. III. La sustancia extensa, es decir, el mundo, las realidades corpóreas, cuya característica sería la extensión, por la que Descartes define esta sustancia. 6. El mecanicismo cartesiano La esencia del mundo es la extensión. Por tanto, para Descartes lo que podamos afirmar acerca del mundo con certeza será todo aquello relativo a las cualidades primarias, que son todas aquellas mensurables y que podemos expresar matemáticamente. Para Descartes, entonces, el universo es concebido como una gigantesca máquina, que hay que intentar explicar en términos de materia en movimiento y de forma matemática. La realidad puede explicarse sin referirnos a ninguna finalidad. Por ello, decimos que su física es mecanicista, porque toda realidad natural tiene una estructura comparable a la de una máquina. Este enfoque tuvo gran repercusión en el desarrollo de la ciencia en la civilización occidental, sobre todo en su rama tecnológica. Sin embargo, retrasó el progreso de las ciencias inexactas basadas en la observación. Con sus tesis mecanicistas Descartes intenta fundamentar la física moderna, física que, a diferencia de la aristotélica, es esencialmente matemática. Según su teoría, Dios creó la materia inerte y le dio movimiento; esta materia tiene una extensión geométrica y se divide en partículas materiales en movimiento que al chocar entre sí y combinarse dan lugar a los cuerpos. Los cuerpos, por tanto, contienen el movimiento de la materia original y se rigen por él. De esta manera, el movimiento que es puesto por Dios en la naturaleza, en una cantidad determinada, se conserva siempre constante según las leyes del movimiento que lo rigen. Las leyes mecánicas propuestas por Descartes como leyes del movimiento son tres: 1) Ley de la inercia. Un cuerpo no cambia su estado de movimiento o reposo a menos que choque con otro. 2) Ley de la dirección del movimiento. Todos los cuerpos se mueven en línea recta, a menos que choquen con otros. 3) Ley de la conservación del movimiento: La cantidad de movimiento se mantiene constante entre dos cuerpos que chocan, por lo cual, la cantidad total de movimiento en el Universo se mantiene constante. Otro elemento importante se refiere a su concepción de los animales y las plantas como máquinas. Los animales no tienen alma o mente y pueden ser explicados en términos de materia en movimiento –mecánicamente-. El responsable de su conducta es la propia naturaleza. 7. Antropología En el hombre se da un dualismo antropológico porque se dan cita dos sustancias: la mente o alma y el cuerpo. Descartes, nos presenta el argumento para mostrar la radical diferencia entre ambos en la sexta meditación: → Aquello que podemos concebir con claridad y distinción como correspondiendo a una cosa, le pertenece realmente. → Tengo claridad y distinción de que nada pertenece a mi esencia excepto que soy una cosa pensante e inextensa. → Tengo una idea clara y distinta del cuerpo como una cosa extensa y no-pensante. → Así, mi alma es distinta de mi cuerpo y puede existir sin él. Sin embargo, existe una relación muy estrecha entre nuestra alma y cuerpo, ya que permanecen unidos e interaccionan entre sí: el cuerpo obedece las órdenes que la mente le da, pero todo lo que afecta a nuestro cuerpo repercute también sobre el alma. Nos dice que el alma se extiende a lo largo de todo el cuerpo, aunque exista también un lugar privilegiado en donde parece concentrarse y en donde propiamente conecta el alma y el cuerpo: el cerebro, a través de la glándula pineal. 8. La moral cartesiana Descartes distingue en el alma «acciones» y «pasiones»: las acciones dependen de la voluntad; las pasiones son involuntarias y están causadas por las fuerzas mecánicas que actúan en el cuerpo. El hombre debe dejarse guiar no por las pasiones, sino por la experiencia y por la razón, y sólo así podrá distinguir en su justo valor el bien y el mal y evitar los excesos. En este progresivo dominio de la razón, que hace al hombre dueño de su voluntad y libre, está la característica de la moral cartesiana. Además, mientras en el análisis teórico sólo se aceptará como verdadero lo evidente, porque mientras se llega a esa verdad se puede vivir en la duda, en el terreno de la moral eso no es posible, pues se ha de vivir cada día, tomar decisiones y actuar, y esto no admite dilaciones. De ahí que la moral de Descartes sea una moral provisional basada en estas reglas: 1) La primera regla era obedecer a las leyes y a las costumbres del país, conservando la religión tradicional y ateniéndose en todo a las opiniones más moderadas y más alejadas de los excesos. Así expresa su respeto hacia la tradición religiosa y política. Distinguía dos dominios diferentes: el uso de la vida y la contemplación de la verdad. En el plano teórico no es aceptable lo verosímil ni lo probable, pero en el plano moral sí, pues no existen opiniones evidentes, y de ahí que como primera máxima recomendara moderación. 2) La segunda máxima era la de ser lo más firme y resuelto posible en mis acciones y seguir con constancia la opinión u opción adoptada, imitando en esto a los caminantes que, extraviados en algún bosque, no deben andar errantes dando vueltas por una y otra parte, ni menos detenerse en un lugar, sino caminar siempre lo más derechos que puedan hacia un sitio fijo, sin cambiar de dirección por leves razones, pues de ese modo, si no llegan donde quieren ir, por lo menos acabarán por llegar a alguna parte, en donde estarán mejor que en medio del bosque. Esta medida nos sustraerá de los arrepentimientos y remordimientos, lo cual es lo propio de los espíritus débiles y vacilantes que, sin constancia, se dejan arrastrar a practicar como buenas las cosas que luego juzgan malas. En suma, hemos hecho lo mejor que podíamos en las circunstancias en que nos encontrábamos, los arrepentimientos y remordimientos sólo pueden contribuir a desorientarnos de nuevo. La paz de conciencia consiste en la certeza sobre la bondad de las propias acciones, y se consigue considerando que nuestras decisiones han sido tomadas basándonos en las mejores razones que teníamos en el momento, debiéndose perseverar en ese obrar dictado por la razón. 3) La tercera regla era procurar vencerse más bien a sí mismo que a la fortuna y esforzarse en cambiar los pensamientos propios más que el orden del mundo. Nada está enteramente en nuestro poder, excepto nuestros pensamientos, y el mérito y la dignidad del hombre está en el uso que sabe hacer de sus facultades. Esta regla expresa el espíritu del cartesianismo, el cual exige que el hombre se deje conducir únicamente por la propia razón. La felicidad puede conseguirse amoldándonos a las circunstancias y procurando cambiarnos nosotros, esto es, nuestros deseos y pensamientos, antes que intentar cambiar el mundo, lo cual resulta mucho más difícil o imposible. Por último, como conclusión de esta moral, se le ocurrió intentar elegir la mejor ocupación en la vida, que en su caso no era otra que aplicarse por entero al cultivo de la razón y adelantar cuanto pudiera en el conocimiento de la verdad según su método. DEFINICIONES Intuición: es un conocimiento de tipo inmediato, evidente e indudable. Consiste en la captación de las verdades simples que emanan de la propia razón. Deducción: es un conocimiento más complejo extraído a partir de las intuiciones por medio de inferencias para llegar a una determinada conclusión. Consiste en el conocimiento que tenemos por medio del razonamiento. Claridad y distinción: son los criterios que nos permiten distinguir lo verdadero de lo falso. Claro es aquello que se capta inmediatamente, sin duda u oscuridad, a través de la intuición. Distinto es lo preciso y diferente, lo que es simple y no confuso. Duda metódica: consiste en el paso previo al inicio del pensar filosófico, por eso es metódica, es decir, no se queda instalado en la duda, sino que a partir de ella arranca su filosofía. Es una duda universal, base del método y que le sirvió para llegar a la verdad. Sustancia: realidad que no necesita de ninguna otra para existir. Son tres: la sustancia pensante, la sustancia infinita y la sustancia extensa. Ideas: son contenidos de la mente de la sustancia pensante.