TEMA Visitar a los enfermos CITA BIBLICA SUGERIDA Leemos el

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TEMA Visitar a los enfermos
CITA BIBLICA SUGERIDA
Leemos el texto del Apóstol Santiago 5, 14-15
¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los
presbíteros de la Iglesia, y que recen sobre él,
después de ungirlo con óleo, en el nombre del Señor.
Y la oración de fé salvará al enfermo, y el Señor lo
curará, y, si ha cometido pecado, lo perdonará”
Otras citas bíblicas: Misterio del dolor: Job 42, 1-6.
Coger la Cruz y seguir a Cristo: Lc 9, 23. El sufrimiento
de aquí abajo no tiene proporción con la gloria del cielo: 2 Cor 4, 17. En el "mundo nuevo" no habrá ya
dolor, ni pena: Apoc 7, 17; 21, 4. Oración de un afligido: Salmo 102 El Señor es mi pastor: Salmo 23.
Paciencia y confianza: Eclesiástico 2:2-6.
1.- ORACIÓN INICIAL
Oh Virgen María, Salud de los enfermos,
que has acompañado a Jesús en el camino del
Calvario y has permanecido junto a la cruz en la
que moría tu Hijo, participando íntimamente de
sus dolores, acoge nuestros sufrimientos y únelos
a los de Él, para que las semillas esparcidas
durante el Jubileo sigan produciendo frutos
abundantes en los años venideros.
Madre misericordiosa, con fe nos volvemos hacia
Ti. Alcánzanos de tu Hijo el que podamos volver
pronto, plenamente restablecidos, a nuestras
ocupaciones, para hacernos útiles al prójimo con
nuestro trabajo.
Mientras tanto, quédate junto a nosotros en el
momento de la prueba y ayúdanos a repetir cada
día contigo nuestro "sí", seguros de que Dios sabe
sacar de todo mal un bien más grande.
Virgen Inmaculada, haz que los frutos del Año
Jubilar sean para nosotros y para nuestros seres
queridos, prenda de un renovado empuje en la
vida cristiana, para que en la contemplación del
Rostro de Cristo Resucitado encontremos la
abundancia de la misericordia de Dios y la
alegría sin fin del Cielo. Amén!
(San Juan Pablo II)
2.- INTRODUCCIÓN.
Para un cristiano la enfermedad y la muerte pueden y deben ser medios para santificarse y redimir
con Cristo; a esto ayuda la Unción de los enfermos. Lo primero que deben hacer los familiares y
amigos cuando alguien cae enfermo es procurarles los debidos auxilios espirituales, entre los que se
encuentra el sacramento de la unción de los enfermos administrado por un sacerdote.
La Tradición viva de la Iglesia, reflejada en los textos del Magisterio eclesiástico, ha reconocido en
este rito, especialmente destinado a reconfortar a los enfermos y a purificarlos del pecado y de sus
secuelas, uno de los siete sacramentos de la Nueva Ley.
En este tema aprenderemos cómo esta obra de misericordia está llena de amor, de ternura y de
veneración al mismo Cristo, presente en el enfermo.
3.- DESARROLLO DEL TEMA.
A.- VER.
La ex reina de belleza miró a la cámara, pero no
para algún desfile de modas o espectáculo. Lucía
frágil y delgada, y su cabello desacomodado.
Pero Eva Markvoort sonreía débilmente.
“Hola al mundo entero”, dijo en el video. “A mi
blog, a mis amigos, a todos, tengo novedades este
día. Es algo duro de escuchar, pero puedo decirlo
sonriendo”. Recostada en una cama de hospital,
Markvoort estaba rodeada de su familia. “Mi vida
está por terminar”. Sufría de fibrosis cística, una
enfermedad incurable que causa acumulación de
moco en los pulmones. Por casi cuatro años,
narró en su blog todo acerca de su vida con esa
enfermedad terminal. Incluso, cuando le
comentaron que sería improbable que pudiera
recibir un trasplante de pulmón, la chica de 25
años continuó la crónica de vida en su diario en
línea.
La gente que compartió con ella uno de sus
últimos pensamientos supo que el final estaba
cercano, y con ello también honraron la muerte
de otros, dijeron médicos expertos en la atención
de enfermos terminales. Los blogs como el de
Markvoort podrían tener esa similitud. No huyen
de la fealdad y la brutalidad del proceso de morir.
Markvood inició su blog en 2006, debido a una
hospitalización por complicaciones de su fibrosis
cística.
Un día que estaba sola en su habitación del
Hospital General de Vancouver, después de la
hora de visita, quiso conectarse con otros
pacientes buscándolos en línea.
Fue así que inició su blog 65 red-roses (65 rosas
rojas). Esto en recuerdo de su infancia por no
poder pronunciar fibrosis cística y en recuerdo a
un grupo de niños, 65 en total, que también
padecían la enfermedad.
Un documental sobre su vida y el tratamiento que
siguió se realizó cuando esperaba un doble
trasplante pulmonar. En ese tiempo se hizo amiga
de dos chicas estadounidenses con fibrosis cística.
El filme terminó con una nota feliz: Markvoort
consiguió su trasplante pulmonar y en ese
momento, parecía que estaba en vías de
recuperación.
Pero en menos de dos años, su cuerpo rechazó los
órganos. Su capacidad pulmonar se vio
disminuida y le costó trabajo respirar.
El tema constante en el blog de Markvoort fue el
amor.
En el inicio de un video en el que habla sobre su
inminente muerte, Markvoort dijo: “Pienso que
tengo mucha suerte, porque he amado más de lo
que se podría pensar, de lo que se podría
imaginar. Asi que estoy celebrándolo: celebrando
mi vida”.
Markvoort creció en un suburbio de Vancouver,
Canadá. Aniñada, tiñó su cabello de color rojo y
le encantó la extraña moda de las boas rosas, los
vestidos tejidos y las calcetas a la rodilla. Fue
coronada como reina de belleza de New
Westminister (un suburbio de Vancouver) y fue a
la Universidad de Victoria, esperando convertirse
en actriz.
Sin embargo, no pudo alcanzar su meta debido a
su precaria salud.
B.- JUZGAR.
Si uno lee con detención los Santos Evangelios descubre todo un mundo, un océano de dolor que
parece rodear a Jesús. Parece un imán que atrae a cuanto enfermo encuentra en su paso por la vida.
Él mismo se dijo Médico que vino a sanar a los que estaban enfermos. No puede decir "no" cuando
clama el dolor. El amor de Jesús a los hombres es, en su última esencia, amor a los que sufren, a los
oprimidos. El prójimo para Él es aquel que yace en la miseria y el sufrimiento (cf. Lc 10, 29 ss). La
buena nueva que vino a predicar alcanzaba sobre todo a los enfermos.
El dolor y el sufrimiento no son una maldición, sino que tienen su sentido hondo. El sufrimiento
humano suscita compasión, respeto; pero también atemoriza. El sufrimiento físico se da cuando
duele el cuerpo, mientras que el sufrimiento moral es dolor del alma. Para poder vislumbrar un poco
el sentido del dolor tenemos que asomarnos a la Sagrada Escritura que es un gran libro sobre el
sufrimiento.(105) El sufrimiento es un misterio que el hombre no puede comprender a fondo con su
inteligencia. Sólo a la luz de Cristo se ilumina este misterio. Desde que Cristo asumió el dolor en
todas sus facetas, el sufrimiento tiene valor salvífico y redentor, si se ofrece con amor. Además,
todo sufrimiento madura humanamente, expía nuestros pecados y nos une al sacrificio redentor de
Cristo.
La enfermedad en tiempos de Jesús.
El estado sanitario del pueblo judío era, en tiempos de Jesús, lamentable. Todas las enfermedades
orientales parecían cebarse en su país. Y provenían de tres fuentes principales: la pésima
alimentación, el clima y la falta de higiene.
La alimentación era verdaderamente irracional. De ahí el corto promedio de vida de los
contemporáneos de Jesús y el que veamos con tanto frecuencia enfermos y muertos jóvenes en la
narración evangélica. Pero era el clima el causante de la mayor parte de las dolencias. En el clima
de Palestina se dan con frecuencia bruscos cambios de calor y frío. El tiempo fresco del año, con
temperaturas relativamente bajas, pasa, sin transición ninguna, en los "días Hamsin" (días del viento
sur del desierto), a temperaturas de 40 grados a la sombra. Y, aun en esos mismos días, la noche
puede registrar bruscos cambios de temperatura que, en casas húmedas y mal construidas como las
de la época, tenían que producir fáciles enfriamientos, y por lo mismo, continuas fiebres. Y con el
clima, la falta de higiene.
De todas las enfermedades la más frecuente y dramática era la lepra que se presentaba en sus dos
formas: hinchazones en las articulaciones y llagas que se descomponen y supuran. La lepra era una
terrible enfermedad, que no sólo afectaba al plano físico y corporal, sino sobre todo al plano
psicológico y afectivo. El leproso se siente discriminado, apartado de la sociedad. Ya no cuenta.
Vive aislado. Al leproso se le motejaba de impuro. Se creía que Dios estaba detrás con su látigo de
justicia, vengando sus pecados o los de sus progenitores. Basta leer el capítulo trece del Levítico
para que nos demos cuenta de todo lo que se reglamentaba para el leproso. ¡La lepra iba comiendo
sus carnes y la soledad del corazón! Todos se mantenían lejos de los leprosos. E incluso les
arrojaban piedras para mantenerlos a distancia.
¿Cuál era la postura de los judíos frente a la enfermedad? Al igual que los demás pueblos del
antiguo Oriente, los judíos creían que la enfermedad se debía a la intervención de agentes
sobrenaturales. La enfermedad era un pecado que tomaba carne. Es decir, pensaban que era
consecuencia de algún pecado cometido contra Dios. El Dios ofendido se vengaba en la carne del
ofensor. Por eso, el curar las enfermedades era tarea casi exclusivamente de sacerdotes y magos, a
los que se recurría para que, a base de ritos, exorcismos y fórmulas mágicas, oraciones, amuletos y
misteriosas recetas, obligaran a los genios maléficos a abandonar el cuerpo de ese enfermo. Para los
judíos era Yavé el curador por excelencia (cf. Ex 15, 26)
Más tarde, vino la fe en la medicina (cf. Eclesiástico 38, 1-8). No obstante, la medicina estaba poco
difundida y no pasaba de elemental. Por eso, la salud se ponía más en las manos de Dios que en las
manos de los médicos.
Jesús ante el dolor, la enfermedad y el enfermo
Y, ¿qué pensaba Jesús de la enfermedad?
Jesús dice muy poco sobre la enfermedad. La cura. Tiene compasión de la persona enferma. La
curación del cuerpo estaba unida a la salvación del alma. Jesús participa de la mentalidad de la
primera comunidad cristiana (106) que vivió la enfermedad como consecuencia del pecado (cf. Jn 9,
3; Lc 7, 21). Por tanto, Jesús vive esa identificación según la cual su tarea de médico de los cuerpos
es parte y símbolo de la función de redentor de almas. La curación física es siempre símbolo de una
nueva vida interior.
Jesús ve el dolor con realismo. Sabe que no puede acabar con todo el dolor del mundo. Él no tiene
la finalidad de suprimirlo de la faz de la tierra. Sabe que es una herida dolorosa que debe atenderse,
desde muchos ángulos: espiritual, médico, afectivo, etc.
¿Y ante el enfermo?
Primero: siente compasión (cf. Mt 7, 26). Jesús admite al necesitado. No lo discrimina. No se centra
en los cálculos de las ventajas que puede obtener o de la urgencia de atender a éste o a aquel.
Alguien llega y Él lo atiende. Su móvil es aplacar la necesidad. Tiene corazón siempre abierto para
cualquier enfermo.
Segundo: ve más hondo. Tras el dolor ve el pecado, el mal, la ausencia de Dios. La enfermedad y el
dolor son consecuencias del pecado. Por eso, Jesús, al curar a los enfermos, quiere curar sobre todo
la herida profunda del pecado. Sus curaciones traen al enfermo la cercanía de Dios. No son sólo una
enseñanza pedagógica; son, más bien, la llegada de la cercanía del Reino de Dios al corazón del
enfermo (cf. Lc 4, 18).
Tercero: le cura, si esa es la voluntad de su Padre y si se acerca con humildad y confianza. Y al
curarlo, desea el bien integral, físico y espiritual (cf. Lc 7, 14). Por eso no omite su atención, aunque
sea sábado y haya una ley que lo malinterprete (cf. Mc 1, 21; Lc 13, 14).
Cuarto: Jesús no se queda al margen del dolor. Él también quiso tomar sobre sí el dolor. Tomó
sobre sí nuestros dolores.(107) A los que sufren, Él les da su ejemplo sufriendo con ellos y con un
estilo lleno de valores (cf. Mt 11, 28).
Quinto: con los ancianos tiene comprensión de sus dificultades, les alaba su sacrificio y su
desprendimiento, su piedad y su amor a Dios, su fe y su esperanza en el cumplimiento de las
promesas divinas (cf. Mc 12, 41-45; Lc 2, 22-38).
Juan Pablo II en su exhortación "Salvifici doloris" (108) del 11 de febrero de 1984 dice que
Jesucristo proyecta una luz nueva sobre este misterio del dolor y del sufrimiento, pues Él mismo lo
asumió. Probó la fatiga, la falta de una casa, la incomprensión. Fue rodeado de un círculo de
hostilidad, que le llevó a la pasión y a la muerte en cruz, sufriendo los más atroces dolores. Cristo
venció el dolor y la enfermedad, porque los unió al amor, al amor que crea el bien, sacándolo
incluso del mal, sacándolo por medio del sufrimiento, así como el bien supremo de la redención del
mundo ha sido sacado de la cruz de Cristo. La cruz de Cristo se ha convertido en una fuente de la
que brotan ríos de agua viva. En ella, en la cruz de Cristo, debemos plantearnos también el
interrogante sobre el sentido del sufrimiento, y leer hasta el final la respuesta a tal interrogante.
Al final de la exhortación, el Papa dice: "Y os pedimos a todos los que sufrís, que nos ayudéis.
Precisamente a vosotros, que sois débiles, pedimos que seáis una fuente de fuerza para la Iglesia y
para la humanidad. En la terrible batalla entre las fuerzas del bien y del mal, que nos presenta el
mundo contemporáneo, venza vuestro sufrimiento en unión con la cruz de Cristo" (número 31).
Nosotros ante el dolor y la enfermedad
¿Cuál debería ser nuestra actitud ante el dolor, la enfermedad y ante los enfermos?
Primero, ante el dolor y la enfermedad propios: aceptarlos como venidos de la mano de Dios que
quiere probar nuestra fe, nuestra capacidad de paciencia y nuestra confianza en Él. Ofrecerlos con
resignación, sin protestar, como medios para crecer en la santidad y en humildad, en la purificación
de nuestra vida y como oportunidad maravillosa de colaborar con Cristo en la obra de la redención
de los hombres.
Y ante el sufrimiento y el dolor ajenos: acercarnos con respeto y reverencia ante quien sufre, pues
estamos delante de un misterio; tratar de consolarlo con palabras suaves y tiernas, rezar juntos,
pidiendo a Dios la gracia de la aceptación amorosa de su santísima voluntad.
Además de consolar al que sufre, hay que hacer cuanto esté en nuestras manos para aliviarlo y
solucionarlo, y así demostrar nuestra caridad generosa(109) El buen samaritano nos da el ejemplo
práctico: no sólo ve la miseria, ni sólo siente compasión, sino que se acerca, se baja de su
cabalgadura, saca lo mejor que tiene, lo cura, lo monta sobre su jumento, lo lleva al mesón, paga
por él. La caridad no es sólo ojos que ven y corazón que siente; es sobre todo, manos que socorren y
ayudan.
Juan Pablo II en su exhortación "Salvifici doloris", sobre el dolor salvífico, dice que el sufrimiento
tiene carácter de prueba.(110) Es más, sigue diciendo el Papa: "El sufrimiento debe servir para la
conversión, es decir, para la reconstrucción del bien en el sujeto, que puede reconocer la
misericordia divina en esta llamada a la penitencia. La penitencia tiene como finalidad superar el
mal, que bajo diversas formas está latente en el hombre, y consolidar el bien tanto en uno mismo
como en su relación con los demás y, sobre todo, con Dios" (número 12).
CONCLUSIÓN
Así Jesús pasaba por las calles de Palestina curando hombres, curando almas, sanando
enfermedades y predicando al sanarlas. Y las gentes le seguían, en parte porque creían en Él, y, en
parte mayor, porque esperaban recoger también ellos alguna migaja de la mesa. Y las gentes le
querían, le temían y le odiaban a la vez. Le querían porque le sabían bueno, le temían porque les
desbordaba y le odiaban porque no regalaba milagros como un ricachón monedas. Pedía, a cambio,
nada menos que un cambio de vida. Algo tiene el sufrimiento de sublime y divino, pues el mismo
Dios pasó por el túnel del sufrimiento y del dolor...ni siquiera Jesús privó a María del sufrimiento.
La llamamos Virgen Dolorosa. Contemplemos a María y así penetraremos más íntimamente en el
misterio de Cristo y de su dolor salvífico.
(105) Recomiendo aquí la lectura de la exhortación del Papa Juan Pablo II "Salvifici doloris", sobre
el dolor salvífico.
(106) Cf. 1 Cor 11, 30
(107) Léase el capítulo 53 del profeta Isaías
(108) Desde el número 14 en adelante
(109) San Mateo 25, 31-46 nos da la clave
(110) Cf. Número 11
En la antigüedad era común observar personas enfermas por los caminos y en las plazas de los
pueblos. Durante la Edad Media, la caridad de los monjes en medio de guerras y epidemias fue
convirtiendo algunos monasterios en lugares de hospedaje para gente herida o gravemente enferma.
Hoy existen innumerables hospitales y clínicas para atender de la mejor forma posible a quien
padece algún mal.
Sin embargo, a pesar del progreso técnico y los avances sanitarios, los enfermos siguen existiendo y
siguen sufriendo. Dice Marco Valerio Marcial que “el verdadero dolor es el que se sufre sin
amigos”. Es evidente que los enfermos tienen constantes molestias físicas. Aun así, existe un dolor
más profundo y más desgarrador que el físico. Es el dolor de la soledad y de la indiferencia.
La Iglesia consciente de esto ha querido manifestar su cercanía a todas aquellas personas que de
alguna u otra manera están enfermas. Por este motivo ha instituido las llamadas obras de
misericordia corporales. Una de ellas es: visitar a los enfermos. Para ello los católicos tienen como
modelo al mismo Jesucristo, que a lo largo de su vida pública mostró una especial predilección
hacia quienes sufren. Ciegos, cojos, paralíticos, leprosos… a todos los recibe y los cura. Todos
contemplan en Él, el rostro amable de un Dios, que al hacerse hombre, nos comprende mejor y se
compadece de nuestras debilidades físicas.
Movidos por este ejemplo los católicos, de acuerdo a sus posibilidades, se acercan a los hospitales
de todo el mundo para ofrecer con su presencia un poco de aliento a quienes tanto lo necesitan. No
es una misión exclusiva de los sacerdotes o religiosos que dedican su vida a la atención de
enfermos. Es más bien un impulso del alma que nos lleva a salir de nosotros mismos, de nuestro
pequeño mundo, para dedicar unos minutos a los demás.
Cuántas veces experimentamos un gran alivio en medio de nuestra enfermedad cuando se acerca
nuestra madre con una sonrisa o cuando un amigo viene a darnos un saludo. A veces basta una
llamada, una simple palabra para hacer más ligero el peso de quien sufre.
Además del acto solidario, a los católicos que visitan un enfermo les mueve algo mucho más
profundo. Es la conciencia de servir a Cristo que se manifiesta en el rostro turbado, pálido y quizá
desesperado de un enfermo en alguna habitación de un hospital.
Qué hermosa ocasión se nos presenta en esta cuaresma para buscar a Cristo en los enfermos. En un
mundo agitado por los gimnasios y las salas de estética, los cristianos demuestran su grandeza de
alma pensando por unos momentos en quienes sufren.
Este pequeño gesto de visitar a un enfermo es una gran voz que se levanta en el mundo de hoy para
decirle que no somos indiferentes, que sí nos importan los demás. El dolor ajeno nos hace más
humanos, más sensibles y nos enseña a valorar el precioso don de la salud y de la vida que Dios
cada día nos regala.
La enfermedad llega, con o sin tarjeta de visita. Un accidente, un día de viento, un bulto extraño en
la espalda, un dolor de cabeza aparentemente inexplicable.
El enfermo empieza un camino difícil. Primero intenta conocer qué está pasando. Luego busca los
remedios para curarse, si esto resulta posible, y para calmar los dolores. En ocasiones, hay
esperanzas de sanación. Otras veces, recibe una noticia difícil: ha comenzado una enfermedad
irreversible, que tal vez durará muchos años o que llevará pronto a la muerte.
En el camino de la enfermedad, ayuda y consuela encontrar manos amigas, consejos buenos,
atenciones médicas adecuadas. Sufrir solos aumenta, para muchos, el sentimiento de pena. Sufrir
acompañados por quienes nos aman de verdad alivia casi tanto o más que un calmante.
Por eso, entre las obras de misericordia corporales, la primera invita a “visitar y cuidar a los
enfermos”. De este modo, quien está sano, y también quien está enfermo pero todavía puede hacer
mucho, ofrecen su tiempo, su cercanía, sus palabras (cuando son oportunas), sus cuidados, a
quienes conviven durante días o meses con la enfermedad.
La invitación de visitar a los enfermos viene del mismo Jesucristo. Primero, con su ejemplo: acogía
y curaba a muchos enfermos que encontró a lo largo de su vida. Después, con sus palabras, al
recordarnos que quien visita a un enfermo visita al mismo Cristo (cf. Mt 25,31-46).
Desde el ejemplo de Cristo, los bautizados sentimos la llamada a ser auténticos prójimos de
nuestros hermanos enfermos. De modo especial, el domingo puede convertirse en un día dedicado a
visitar a los enfermos. Así lo explica el “Catecismo de la Iglesia católica” (n. 2186):
“Los cristianos que disponen de tiempo de descanso deben acordarse de sus hermanos que tienen
las mismas necesidades y los mismos derechos y no pueden descansar a causa de la pobreza y la
miseria. El domingo está tradicionalmente consagrado por la piedad cristiana a obras buenas y a
servicios humildes para con los enfermos, débiles y ancianos”.
Al cuidar y visitar a los enfermos actuamos según el buen samaritano del que nos habla Jesús en el
Evangelio (cf. Lc 10,28-37), y vivimos el mensaje del amor y del servicio que se conmueve y que
acompaña al otro, más allá de los propios miedos o de los planes personales. ¿No merece mi
hermano gestos concretos de cariño y de ternura precisamente porque está ahora más necesitado a
causa de sus sufrimientos?
Visitar y cuidar a los enfermos es la primera de las obras de misericordia corporales. Vale la pena
recordarlo, para aprender a mirar a los demás “con los ojos de Cristo” (cf. Benedicto XVI, encíclica
“Deus caritas est” n. 18), para acogerlos desde la perspectiva del Maestro que vino para servir y que
atendió con tanta ternura a muchos enfermos encontrados a lo largo del camino.
A. ACTUAR.
Dice Jesús: “Estuve enfermo y fueron a verme”. Hemos aprendido que es el mismo Cristo que nos
urge a la misericordia con los enfermos. Proponemos aquí algunas acciones concretas a realizar:
1.- Acompañar a nuestros familiares y amigos enfermos en el proceso de su fe a lo largo de la
enfermedad pues la enfermedad y el dolor pone en crisis la fe del enfermo.
2.- Procurarles los auxilios espirituales desde que caen enfermos. No nos esperemos a que estén
agonizando para llamar al sacerdote o al ministro para que le distribuya la sagrada Comunión
3.- Fundar un grupo en el barrio que se dedique a la atención y acompañamiento de los enfermos.
Se le llama “pastoral de la salud”
4.- ORACION FINAL
Oración al Padre Pío por los enfermos
Santo Padre Pío, ya que durante tu vida
terrena mostraste un gran amor por los
enfermos y afligidos, escucha nuestros ruegos
e intercede ante nuestro Padre Misericordioso
por los que sufren.
Asiste desde el cielo a todos los enfermos del
mundo; sostiene a
quienes han perdido toda esperanza de
curación; consuela a quienes
gritan o lloran por sus tremendos dolores;
protege a quienes no
pueden atenderse o medicarse por falta de
recursos materiales o
ignorancia; alienta a quienes no pueden
reposar porque deben
trabajar; vigila a quienes buscan en la cama
una posición menos
dolorosa; acompaña a quienes ven que la
enfermedad frustra sus
proyectos; alumbra a quienes pasan una
"noche oscura" y desesperan;
toca los miembros y músculos que han
perdido movilidad; ilumina a
quienes ven tambalear su fe y se sienten
atacados por dudas que los
atormentan; apacigua a quienes se
impacientan viendo que no mejoran;
calma a quienes se estremecen por dolores y
calambres; concede
paciencia, humildad y constancia a quienes se
rehabilitan; devuelve
la paz y la alegría a quienes se llenaron de
angustia; disminuye los
padecimientos de los más débiles y ancianos;
vela junto al lecho de
los que perdieron el conocimiento; guía a los
moribundos al gozo
eterno; conduce a los que más lo necesitan al
encuentro con Dios;
bendice abundantemente a quienes los asisten
en su dolor, los
consuelan en su angustia y los protegen con
caridad.
Amén
PARROQUIA “EL SEÑOR DE LA MISERICORDIA”
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