TEMA Visitar a los enfermos CITA BIBLICA SUGERIDA Leemos el texto del Apóstol Santiago 5, 14-15 ¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, y que recen sobre él, después de ungirlo con óleo, en el nombre del Señor. Y la oración de fé salvará al enfermo, y el Señor lo curará, y, si ha cometido pecado, lo perdonará” Otras citas bíblicas: Misterio del dolor: Job 42, 1-6. Coger la Cruz y seguir a Cristo: Lc 9, 23. El sufrimiento de aquí abajo no tiene proporción con la gloria del cielo: 2 Cor 4, 17. En el "mundo nuevo" no habrá ya dolor, ni pena: Apoc 7, 17; 21, 4. Oración de un afligido: Salmo 102 El Señor es mi pastor: Salmo 23. Paciencia y confianza: Eclesiástico 2:2-6. 1.- ORACIÓN INICIAL Oh Virgen María, Salud de los enfermos, que has acompañado a Jesús en el camino del Calvario y has permanecido junto a la cruz en la que moría tu Hijo, participando íntimamente de sus dolores, acoge nuestros sufrimientos y únelos a los de Él, para que las semillas esparcidas durante el Jubileo sigan produciendo frutos abundantes en los años venideros. Madre misericordiosa, con fe nos volvemos hacia Ti. Alcánzanos de tu Hijo el que podamos volver pronto, plenamente restablecidos, a nuestras ocupaciones, para hacernos útiles al prójimo con nuestro trabajo. Mientras tanto, quédate junto a nosotros en el momento de la prueba y ayúdanos a repetir cada día contigo nuestro "sí", seguros de que Dios sabe sacar de todo mal un bien más grande. Virgen Inmaculada, haz que los frutos del Año Jubilar sean para nosotros y para nuestros seres queridos, prenda de un renovado empuje en la vida cristiana, para que en la contemplación del Rostro de Cristo Resucitado encontremos la abundancia de la misericordia de Dios y la alegría sin fin del Cielo. Amén! (San Juan Pablo II) 2.- INTRODUCCIÓN. Para un cristiano la enfermedad y la muerte pueden y deben ser medios para santificarse y redimir con Cristo; a esto ayuda la Unción de los enfermos. Lo primero que deben hacer los familiares y amigos cuando alguien cae enfermo es procurarles los debidos auxilios espirituales, entre los que se encuentra el sacramento de la unción de los enfermos administrado por un sacerdote. La Tradición viva de la Iglesia, reflejada en los textos del Magisterio eclesiástico, ha reconocido en este rito, especialmente destinado a reconfortar a los enfermos y a purificarlos del pecado y de sus secuelas, uno de los siete sacramentos de la Nueva Ley. En este tema aprenderemos cómo esta obra de misericordia está llena de amor, de ternura y de veneración al mismo Cristo, presente en el enfermo. 3.- DESARROLLO DEL TEMA. A.- VER. La ex reina de belleza miró a la cámara, pero no para algún desfile de modas o espectáculo. Lucía frágil y delgada, y su cabello desacomodado. Pero Eva Markvoort sonreía débilmente. “Hola al mundo entero”, dijo en el video. “A mi blog, a mis amigos, a todos, tengo novedades este día. Es algo duro de escuchar, pero puedo decirlo sonriendo”. Recostada en una cama de hospital, Markvoort estaba rodeada de su familia. “Mi vida está por terminar”. Sufría de fibrosis cística, una enfermedad incurable que causa acumulación de moco en los pulmones. Por casi cuatro años, narró en su blog todo acerca de su vida con esa enfermedad terminal. Incluso, cuando le comentaron que sería improbable que pudiera recibir un trasplante de pulmón, la chica de 25 años continuó la crónica de vida en su diario en línea. La gente que compartió con ella uno de sus últimos pensamientos supo que el final estaba cercano, y con ello también honraron la muerte de otros, dijeron médicos expertos en la atención de enfermos terminales. Los blogs como el de Markvoort podrían tener esa similitud. No huyen de la fealdad y la brutalidad del proceso de morir. Markvood inició su blog en 2006, debido a una hospitalización por complicaciones de su fibrosis cística. Un día que estaba sola en su habitación del Hospital General de Vancouver, después de la hora de visita, quiso conectarse con otros pacientes buscándolos en línea. Fue así que inició su blog 65 red-roses (65 rosas rojas). Esto en recuerdo de su infancia por no poder pronunciar fibrosis cística y en recuerdo a un grupo de niños, 65 en total, que también padecían la enfermedad. Un documental sobre su vida y el tratamiento que siguió se realizó cuando esperaba un doble trasplante pulmonar. En ese tiempo se hizo amiga de dos chicas estadounidenses con fibrosis cística. El filme terminó con una nota feliz: Markvoort consiguió su trasplante pulmonar y en ese momento, parecía que estaba en vías de recuperación. Pero en menos de dos años, su cuerpo rechazó los órganos. Su capacidad pulmonar se vio disminuida y le costó trabajo respirar. El tema constante en el blog de Markvoort fue el amor. En el inicio de un video en el que habla sobre su inminente muerte, Markvoort dijo: “Pienso que tengo mucha suerte, porque he amado más de lo que se podría pensar, de lo que se podría imaginar. Asi que estoy celebrándolo: celebrando mi vida”. Markvoort creció en un suburbio de Vancouver, Canadá. Aniñada, tiñó su cabello de color rojo y le encantó la extraña moda de las boas rosas, los vestidos tejidos y las calcetas a la rodilla. Fue coronada como reina de belleza de New Westminister (un suburbio de Vancouver) y fue a la Universidad de Victoria, esperando convertirse en actriz. Sin embargo, no pudo alcanzar su meta debido a su precaria salud. B.- JUZGAR. Si uno lee con detención los Santos Evangelios descubre todo un mundo, un océano de dolor que parece rodear a Jesús. Parece un imán que atrae a cuanto enfermo encuentra en su paso por la vida. Él mismo se dijo Médico que vino a sanar a los que estaban enfermos. No puede decir "no" cuando clama el dolor. El amor de Jesús a los hombres es, en su última esencia, amor a los que sufren, a los oprimidos. El prójimo para Él es aquel que yace en la miseria y el sufrimiento (cf. Lc 10, 29 ss). La buena nueva que vino a predicar alcanzaba sobre todo a los enfermos. El dolor y el sufrimiento no son una maldición, sino que tienen su sentido hondo. El sufrimiento humano suscita compasión, respeto; pero también atemoriza. El sufrimiento físico se da cuando duele el cuerpo, mientras que el sufrimiento moral es dolor del alma. Para poder vislumbrar un poco el sentido del dolor tenemos que asomarnos a la Sagrada Escritura que es un gran libro sobre el sufrimiento.(105) El sufrimiento es un misterio que el hombre no puede comprender a fondo con su inteligencia. Sólo a la luz de Cristo se ilumina este misterio. Desde que Cristo asumió el dolor en todas sus facetas, el sufrimiento tiene valor salvífico y redentor, si se ofrece con amor. Además, todo sufrimiento madura humanamente, expía nuestros pecados y nos une al sacrificio redentor de Cristo. La enfermedad en tiempos de Jesús. El estado sanitario del pueblo judío era, en tiempos de Jesús, lamentable. Todas las enfermedades orientales parecían cebarse en su país. Y provenían de tres fuentes principales: la pésima alimentación, el clima y la falta de higiene. La alimentación era verdaderamente irracional. De ahí el corto promedio de vida de los contemporáneos de Jesús y el que veamos con tanto frecuencia enfermos y muertos jóvenes en la narración evangélica. Pero era el clima el causante de la mayor parte de las dolencias. En el clima de Palestina se dan con frecuencia bruscos cambios de calor y frío. El tiempo fresco del año, con temperaturas relativamente bajas, pasa, sin transición ninguna, en los "días Hamsin" (días del viento sur del desierto), a temperaturas de 40 grados a la sombra. Y, aun en esos mismos días, la noche puede registrar bruscos cambios de temperatura que, en casas húmedas y mal construidas como las de la época, tenían que producir fáciles enfriamientos, y por lo mismo, continuas fiebres. Y con el clima, la falta de higiene. De todas las enfermedades la más frecuente y dramática era la lepra que se presentaba en sus dos formas: hinchazones en las articulaciones y llagas que se descomponen y supuran. La lepra era una terrible enfermedad, que no sólo afectaba al plano físico y corporal, sino sobre todo al plano psicológico y afectivo. El leproso se siente discriminado, apartado de la sociedad. Ya no cuenta. Vive aislado. Al leproso se le motejaba de impuro. Se creía que Dios estaba detrás con su látigo de justicia, vengando sus pecados o los de sus progenitores. Basta leer el capítulo trece del Levítico para que nos demos cuenta de todo lo que se reglamentaba para el leproso. ¡La lepra iba comiendo sus carnes y la soledad del corazón! Todos se mantenían lejos de los leprosos. E incluso les arrojaban piedras para mantenerlos a distancia. ¿Cuál era la postura de los judíos frente a la enfermedad? Al igual que los demás pueblos del antiguo Oriente, los judíos creían que la enfermedad se debía a la intervención de agentes sobrenaturales. La enfermedad era un pecado que tomaba carne. Es decir, pensaban que era consecuencia de algún pecado cometido contra Dios. El Dios ofendido se vengaba en la carne del ofensor. Por eso, el curar las enfermedades era tarea casi exclusivamente de sacerdotes y magos, a los que se recurría para que, a base de ritos, exorcismos y fórmulas mágicas, oraciones, amuletos y misteriosas recetas, obligaran a los genios maléficos a abandonar el cuerpo de ese enfermo. Para los judíos era Yavé el curador por excelencia (cf. Ex 15, 26) Más tarde, vino la fe en la medicina (cf. Eclesiástico 38, 1-8). No obstante, la medicina estaba poco difundida y no pasaba de elemental. Por eso, la salud se ponía más en las manos de Dios que en las manos de los médicos. Jesús ante el dolor, la enfermedad y el enfermo Y, ¿qué pensaba Jesús de la enfermedad? Jesús dice muy poco sobre la enfermedad. La cura. Tiene compasión de la persona enferma. La curación del cuerpo estaba unida a la salvación del alma. Jesús participa de la mentalidad de la primera comunidad cristiana (106) que vivió la enfermedad como consecuencia del pecado (cf. Jn 9, 3; Lc 7, 21). Por tanto, Jesús vive esa identificación según la cual su tarea de médico de los cuerpos es parte y símbolo de la función de redentor de almas. La curación física es siempre símbolo de una nueva vida interior. Jesús ve el dolor con realismo. Sabe que no puede acabar con todo el dolor del mundo. Él no tiene la finalidad de suprimirlo de la faz de la tierra. Sabe que es una herida dolorosa que debe atenderse, desde muchos ángulos: espiritual, médico, afectivo, etc. ¿Y ante el enfermo? Primero: siente compasión (cf. Mt 7, 26). Jesús admite al necesitado. No lo discrimina. No se centra en los cálculos de las ventajas que puede obtener o de la urgencia de atender a éste o a aquel. Alguien llega y Él lo atiende. Su móvil es aplacar la necesidad. Tiene corazón siempre abierto para cualquier enfermo. Segundo: ve más hondo. Tras el dolor ve el pecado, el mal, la ausencia de Dios. La enfermedad y el dolor son consecuencias del pecado. Por eso, Jesús, al curar a los enfermos, quiere curar sobre todo la herida profunda del pecado. Sus curaciones traen al enfermo la cercanía de Dios. No son sólo una enseñanza pedagógica; son, más bien, la llegada de la cercanía del Reino de Dios al corazón del enfermo (cf. Lc 4, 18). Tercero: le cura, si esa es la voluntad de su Padre y si se acerca con humildad y confianza. Y al curarlo, desea el bien integral, físico y espiritual (cf. Lc 7, 14). Por eso no omite su atención, aunque sea sábado y haya una ley que lo malinterprete (cf. Mc 1, 21; Lc 13, 14). Cuarto: Jesús no se queda al margen del dolor. Él también quiso tomar sobre sí el dolor. Tomó sobre sí nuestros dolores.(107) A los que sufren, Él les da su ejemplo sufriendo con ellos y con un estilo lleno de valores (cf. Mt 11, 28). Quinto: con los ancianos tiene comprensión de sus dificultades, les alaba su sacrificio y su desprendimiento, su piedad y su amor a Dios, su fe y su esperanza en el cumplimiento de las promesas divinas (cf. Mc 12, 41-45; Lc 2, 22-38). Juan Pablo II en su exhortación "Salvifici doloris" (108) del 11 de febrero de 1984 dice que Jesucristo proyecta una luz nueva sobre este misterio del dolor y del sufrimiento, pues Él mismo lo asumió. Probó la fatiga, la falta de una casa, la incomprensión. Fue rodeado de un círculo de hostilidad, que le llevó a la pasión y a la muerte en cruz, sufriendo los más atroces dolores. Cristo venció el dolor y la enfermedad, porque los unió al amor, al amor que crea el bien, sacándolo incluso del mal, sacándolo por medio del sufrimiento, así como el bien supremo de la redención del mundo ha sido sacado de la cruz de Cristo. La cruz de Cristo se ha convertido en una fuente de la que brotan ríos de agua viva. En ella, en la cruz de Cristo, debemos plantearnos también el interrogante sobre el sentido del sufrimiento, y leer hasta el final la respuesta a tal interrogante. Al final de la exhortación, el Papa dice: "Y os pedimos a todos los que sufrís, que nos ayudéis. Precisamente a vosotros, que sois débiles, pedimos que seáis una fuente de fuerza para la Iglesia y para la humanidad. En la terrible batalla entre las fuerzas del bien y del mal, que nos presenta el mundo contemporáneo, venza vuestro sufrimiento en unión con la cruz de Cristo" (número 31). Nosotros ante el dolor y la enfermedad ¿Cuál debería ser nuestra actitud ante el dolor, la enfermedad y ante los enfermos? Primero, ante el dolor y la enfermedad propios: aceptarlos como venidos de la mano de Dios que quiere probar nuestra fe, nuestra capacidad de paciencia y nuestra confianza en Él. Ofrecerlos con resignación, sin protestar, como medios para crecer en la santidad y en humildad, en la purificación de nuestra vida y como oportunidad maravillosa de colaborar con Cristo en la obra de la redención de los hombres. Y ante el sufrimiento y el dolor ajenos: acercarnos con respeto y reverencia ante quien sufre, pues estamos delante de un misterio; tratar de consolarlo con palabras suaves y tiernas, rezar juntos, pidiendo a Dios la gracia de la aceptación amorosa de su santísima voluntad. Además de consolar al que sufre, hay que hacer cuanto esté en nuestras manos para aliviarlo y solucionarlo, y así demostrar nuestra caridad generosa(109) El buen samaritano nos da el ejemplo práctico: no sólo ve la miseria, ni sólo siente compasión, sino que se acerca, se baja de su cabalgadura, saca lo mejor que tiene, lo cura, lo monta sobre su jumento, lo lleva al mesón, paga por él. La caridad no es sólo ojos que ven y corazón que siente; es sobre todo, manos que socorren y ayudan. Juan Pablo II en su exhortación "Salvifici doloris", sobre el dolor salvífico, dice que el sufrimiento tiene carácter de prueba.(110) Es más, sigue diciendo el Papa: "El sufrimiento debe servir para la conversión, es decir, para la reconstrucción del bien en el sujeto, que puede reconocer la misericordia divina en esta llamada a la penitencia. La penitencia tiene como finalidad superar el mal, que bajo diversas formas está latente en el hombre, y consolidar el bien tanto en uno mismo como en su relación con los demás y, sobre todo, con Dios" (número 12). CONCLUSIÓN Así Jesús pasaba por las calles de Palestina curando hombres, curando almas, sanando enfermedades y predicando al sanarlas. Y las gentes le seguían, en parte porque creían en Él, y, en parte mayor, porque esperaban recoger también ellos alguna migaja de la mesa. Y las gentes le querían, le temían y le odiaban a la vez. Le querían porque le sabían bueno, le temían porque les desbordaba y le odiaban porque no regalaba milagros como un ricachón monedas. Pedía, a cambio, nada menos que un cambio de vida. Algo tiene el sufrimiento de sublime y divino, pues el mismo Dios pasó por el túnel del sufrimiento y del dolor...ni siquiera Jesús privó a María del sufrimiento. La llamamos Virgen Dolorosa. Contemplemos a María y así penetraremos más íntimamente en el misterio de Cristo y de su dolor salvífico. (105) Recomiendo aquí la lectura de la exhortación del Papa Juan Pablo II "Salvifici doloris", sobre el dolor salvífico. (106) Cf. 1 Cor 11, 30 (107) Léase el capítulo 53 del profeta Isaías (108) Desde el número 14 en adelante (109) San Mateo 25, 31-46 nos da la clave (110) Cf. Número 11 En la antigüedad era común observar personas enfermas por los caminos y en las plazas de los pueblos. Durante la Edad Media, la caridad de los monjes en medio de guerras y epidemias fue convirtiendo algunos monasterios en lugares de hospedaje para gente herida o gravemente enferma. Hoy existen innumerables hospitales y clínicas para atender de la mejor forma posible a quien padece algún mal. Sin embargo, a pesar del progreso técnico y los avances sanitarios, los enfermos siguen existiendo y siguen sufriendo. Dice Marco Valerio Marcial que “el verdadero dolor es el que se sufre sin amigos”. Es evidente que los enfermos tienen constantes molestias físicas. Aun así, existe un dolor más profundo y más desgarrador que el físico. Es el dolor de la soledad y de la indiferencia. La Iglesia consciente de esto ha querido manifestar su cercanía a todas aquellas personas que de alguna u otra manera están enfermas. Por este motivo ha instituido las llamadas obras de misericordia corporales. Una de ellas es: visitar a los enfermos. Para ello los católicos tienen como modelo al mismo Jesucristo, que a lo largo de su vida pública mostró una especial predilección hacia quienes sufren. Ciegos, cojos, paralíticos, leprosos… a todos los recibe y los cura. Todos contemplan en Él, el rostro amable de un Dios, que al hacerse hombre, nos comprende mejor y se compadece de nuestras debilidades físicas. Movidos por este ejemplo los católicos, de acuerdo a sus posibilidades, se acercan a los hospitales de todo el mundo para ofrecer con su presencia un poco de aliento a quienes tanto lo necesitan. No es una misión exclusiva de los sacerdotes o religiosos que dedican su vida a la atención de enfermos. Es más bien un impulso del alma que nos lleva a salir de nosotros mismos, de nuestro pequeño mundo, para dedicar unos minutos a los demás. Cuántas veces experimentamos un gran alivio en medio de nuestra enfermedad cuando se acerca nuestra madre con una sonrisa o cuando un amigo viene a darnos un saludo. A veces basta una llamada, una simple palabra para hacer más ligero el peso de quien sufre. Además del acto solidario, a los católicos que visitan un enfermo les mueve algo mucho más profundo. Es la conciencia de servir a Cristo que se manifiesta en el rostro turbado, pálido y quizá desesperado de un enfermo en alguna habitación de un hospital. Qué hermosa ocasión se nos presenta en esta cuaresma para buscar a Cristo en los enfermos. En un mundo agitado por los gimnasios y las salas de estética, los cristianos demuestran su grandeza de alma pensando por unos momentos en quienes sufren. Este pequeño gesto de visitar a un enfermo es una gran voz que se levanta en el mundo de hoy para decirle que no somos indiferentes, que sí nos importan los demás. El dolor ajeno nos hace más humanos, más sensibles y nos enseña a valorar el precioso don de la salud y de la vida que Dios cada día nos regala. La enfermedad llega, con o sin tarjeta de visita. Un accidente, un día de viento, un bulto extraño en la espalda, un dolor de cabeza aparentemente inexplicable. El enfermo empieza un camino difícil. Primero intenta conocer qué está pasando. Luego busca los remedios para curarse, si esto resulta posible, y para calmar los dolores. En ocasiones, hay esperanzas de sanación. Otras veces, recibe una noticia difícil: ha comenzado una enfermedad irreversible, que tal vez durará muchos años o que llevará pronto a la muerte. En el camino de la enfermedad, ayuda y consuela encontrar manos amigas, consejos buenos, atenciones médicas adecuadas. Sufrir solos aumenta, para muchos, el sentimiento de pena. Sufrir acompañados por quienes nos aman de verdad alivia casi tanto o más que un calmante. Por eso, entre las obras de misericordia corporales, la primera invita a “visitar y cuidar a los enfermos”. De este modo, quien está sano, y también quien está enfermo pero todavía puede hacer mucho, ofrecen su tiempo, su cercanía, sus palabras (cuando son oportunas), sus cuidados, a quienes conviven durante días o meses con la enfermedad. La invitación de visitar a los enfermos viene del mismo Jesucristo. Primero, con su ejemplo: acogía y curaba a muchos enfermos que encontró a lo largo de su vida. Después, con sus palabras, al recordarnos que quien visita a un enfermo visita al mismo Cristo (cf. Mt 25,31-46). Desde el ejemplo de Cristo, los bautizados sentimos la llamada a ser auténticos prójimos de nuestros hermanos enfermos. De modo especial, el domingo puede convertirse en un día dedicado a visitar a los enfermos. Así lo explica el “Catecismo de la Iglesia católica” (n. 2186): “Los cristianos que disponen de tiempo de descanso deben acordarse de sus hermanos que tienen las mismas necesidades y los mismos derechos y no pueden descansar a causa de la pobreza y la miseria. El domingo está tradicionalmente consagrado por la piedad cristiana a obras buenas y a servicios humildes para con los enfermos, débiles y ancianos”. Al cuidar y visitar a los enfermos actuamos según el buen samaritano del que nos habla Jesús en el Evangelio (cf. Lc 10,28-37), y vivimos el mensaje del amor y del servicio que se conmueve y que acompaña al otro, más allá de los propios miedos o de los planes personales. ¿No merece mi hermano gestos concretos de cariño y de ternura precisamente porque está ahora más necesitado a causa de sus sufrimientos? Visitar y cuidar a los enfermos es la primera de las obras de misericordia corporales. Vale la pena recordarlo, para aprender a mirar a los demás “con los ojos de Cristo” (cf. Benedicto XVI, encíclica “Deus caritas est” n. 18), para acogerlos desde la perspectiva del Maestro que vino para servir y que atendió con tanta ternura a muchos enfermos encontrados a lo largo del camino. A. ACTUAR. Dice Jesús: “Estuve enfermo y fueron a verme”. Hemos aprendido que es el mismo Cristo que nos urge a la misericordia con los enfermos. Proponemos aquí algunas acciones concretas a realizar: 1.- Acompañar a nuestros familiares y amigos enfermos en el proceso de su fe a lo largo de la enfermedad pues la enfermedad y el dolor pone en crisis la fe del enfermo. 2.- Procurarles los auxilios espirituales desde que caen enfermos. No nos esperemos a que estén agonizando para llamar al sacerdote o al ministro para que le distribuya la sagrada Comunión 3.- Fundar un grupo en el barrio que se dedique a la atención y acompañamiento de los enfermos. Se le llama “pastoral de la salud” 4.- ORACION FINAL Oración al Padre Pío por los enfermos Santo Padre Pío, ya que durante tu vida terrena mostraste un gran amor por los enfermos y afligidos, escucha nuestros ruegos e intercede ante nuestro Padre Misericordioso por los que sufren. Asiste desde el cielo a todos los enfermos del mundo; sostiene a quienes han perdido toda esperanza de curación; consuela a quienes gritan o lloran por sus tremendos dolores; protege a quienes no pueden atenderse o medicarse por falta de recursos materiales o ignorancia; alienta a quienes no pueden reposar porque deben trabajar; vigila a quienes buscan en la cama una posición menos dolorosa; acompaña a quienes ven que la enfermedad frustra sus proyectos; alumbra a quienes pasan una "noche oscura" y desesperan; toca los miembros y músculos que han perdido movilidad; ilumina a quienes ven tambalear su fe y se sienten atacados por dudas que los atormentan; apacigua a quienes se impacientan viendo que no mejoran; calma a quienes se estremecen por dolores y calambres; concede paciencia, humildad y constancia a quienes se rehabilitan; devuelve la paz y la alegría a quienes se llenaron de angustia; disminuye los padecimientos de los más débiles y ancianos; vela junto al lecho de los que perdieron el conocimiento; guía a los moribundos al gozo eterno; conduce a los que más lo necesitan al encuentro con Dios; bendice abundantemente a quienes los asisten en su dolor, los consuelan en su angustia y los protegen con caridad. Amén PARROQUIA “EL SEÑOR DE LA MISERICORDIA”