Pág. 1 Pág. 2 Aquella mañana desde lo alto de la torre de vigilancia el Patito Feo mira cómo la Sirenita nada alegre en el lago que los dos comparten. Levanta la vista y alcanza a ver en alta mar, lejos de la playa, al barco de Barba Azul desde el que una y otra vez se lanzan las redes al agua, para volver a sacarlas al poco tiempo cargadas de peces, que reflejan la luz con tonos de plata. Sobre el timón, al lado del capitán, El Gato con Botas pasa la lengua por sus largos bigotes y piensa en el festín que le espera. Una voz sobresalta al tranquilo pato. Se gira y al mirar hacia el suelo, escucha : - ¡un ¡... ¡dos!... ¡un!... ¡dos!... ¡maaaaaarrrrrrrr....chen! por la calle principal desfila el Soldadito de Plomo al que sigue marcialmente un pequeño ejército formado por los Siete Enanitos, que, fusil de juguete al hombro, se empeñan en prepararse por si les atacan. En el mismo momento, sentado sobre un viejo tonel, Pulgarcito ve cómo de las casas salen sus amigos. Le parece raro que Pinocho, siempre tan madrugador, no haya venido a saludarle. ¡Se habrá dormido! -piensa- mientras que con la mirada sigue al sol, que fatigosamente viene desde el Este y al que las nubes blancas secan el sudor de su roja cara, que destaca sobre el fondo azul del cielo. Cerca de mediodía empieza a preocuparse. La puerta permanece Pág. 3 cerrada. Impaciente se levanta y camina hacia la vivienda. Llama una y otra vez y sólo le contesta el silencio. Cuando ya se da por vencido oye un lamento. Sin pensarlo dos veces, entra. Tumbado sobre la cama, con los brazos colgando y el dolor dibujado en el rostro, está su compañero, que con voz entrecortada susurra: -¡Pul, estoy muy mal; me muero! A su lado, montones de serrín, indican el origen de su mal. Al oir esto, el pequeño personaje, sale de forma precipitada de la habitación y corre mientras grita: -¡Pinocho se muere! ¡Pinocho se muere! ¡Ayuda! ¡Ayuda! En un abrir y cerrar de ojos, todos rodean al enfermo. La rabia, la impotencia y el dolor flotan en el aire. Por los rostros bajan lentamente las lágrimas. La tensión se corta. Oyen unas pisadas... Sobre el umbral de la entrada se recorta la figura de Gurgullín. Se acerca, pega su oído al pecho del paciente y exclama mientras señala con el dedo índice, uno de los agujeros que el muñeco tiene... ¡carcoma! -¿Y eso qué es? – pregunta Blancanieves. Él le responde mientras pasea por el cuarto: -Se trata de unos insectos que roen y taladran la madera. Y luego les invita a acercarse para que escuchen el ruido que hacen “al trabajar” y en voz baja dice: - Si llegan hasta el corazón, nada ni nadie podrá salvarle. Otra vez la desesperanza sacude a los presentes. -¿Qué mal ha hecho? Pág. 4 - No es posible, ¿por qué? Gurgullín contesta: - Lo siento, lamentarse no cura. Hay que encontrar un remedio y el único que se me ocurre es ir a buscar a Gepetto. - Y ese ¿quién es?- interroga Caperucita. Con rapidez contesta Gretel: - Un señor que vive en Italia y que hace muñecos y marionetas y es como el padre de Pinocho. - ¡Buf! Eso está muy lejos. - ¿Cómo llegaremos? - ¡En mi barco! – dijo Simbad. Seguiremos la ruta del Atlántico cruzando el Estrecho de Gibraltar hasta la Península Italiana. Casi sin haber acabado de hablar, iba hacia el muelle con Gurgullín al lado. La travesía no fue fácil. Ya en tierra, se fueron guiando con las señas de una carta que Fígaro –el gato de Gepetto- había enviado a su primo, el de las Botas. Al llegar a la morada, el alma se les cae a los pies, ante el aspecto que presenta, viejo y ruinoso. Daba la sensación de estar vacía. Nadie responde. Lo intentan nuevamente con el mismo resultado. Dan la vuelta tristes y cabizbajos... Se oye un chirrido, giran los rostros y ven a un hombre muy anciano, de pelo blanco y gafas que protegiéndose los ojos con las manos dice: Pág. 5 -¿Qué queréis? De manera atropellada le explican lo que pasa mientras le colocan en un viejo cajón los útiles de trabajo. En el poblado todos esperan, no saben el qué, quizás... un milagro. Haciendo un gran esfuerzo Gepetto se acerca a Pinocho, que al verle dibuja una sonrisa bañada en lágrimas. Durante largo tiempo fue sacando uno a uno los “bichos”. Al acabar secándose el sudor mientras les mira, comenta: -Hace falta traer madera de boj, para taparle las heridas. -¡Sin problema. Yo sé dónde hay ese árbol en el bosque! – responde Hänsel. Con mucha paciencia y ayudándose de las herramientas que trajo va cortando trocitos que encaja cuidadosamente, para tapar los huecos que la enfermedad había dejado. Cada uno de los movimientos que hace va seguido por todos con curiosidad. Se sienta y después de ajustarse los lentes comenta: - Ahora sólo queda aguardar. La espera fue larga, muy larga. Pero pasados cuatro días, se nota que la cosa va muy bien. Y así sigue hasta el restablecimiento total. Para celebrarlo organizan una fiesta y alrededor de una gran hoguera, cantan, ríen y bailan. Subiéndose a una roca Gurgullín hace un gesto pidiendo silencio: -Amigos, hoy es un día muy importante para nosotros; entre todos hemos vencido, por eso quiero darle las Pág. 6 gracias a nuestro benefactor y pedirle que para poder ayudarnos, se quede a vivir con nosotros. No pudo terminar. Los vítores y aplausos se lo impidieron. Cuando cesó el alboroto, vino la respuesta: Gepetto, al que tiene cogido de la mano Pinocho, sólo acierta a dar las gracias mientras su rostro se ilumina de felicidad. Y así, termina esta aventura, que como todas lo hace... “y colorín, colorado este cuento se ha acabado”. Pero seguramente que continuará.