Los ancianos, como los niños, son ante todo personas con dignidad. La dignidad jamás cesa en los seres humanos. Ninguno de ellos (hombre o mujer,) puede renunciar a su dignidad porque es inherente a su condición de ser humano, ser persona. Por esta razón no hay época o etapa de la vida que libere absolutamente a nadie de reconocérsela, como tampoco de la responsabilidad que le incumbe con el respeto y los cuidados que deben prestársele oportunamente y especial calidad a toda persona. La dignidad humana nos demanda rodearlos de especiales atenciones. Ninguna persona familiar o por alguna razón cercana y responsable de ellos puede escapar a la responsabilidad personal, moral y social de brindarles los cuidados que necesitan y merecen para su integridad personal: el respeto, la atención oportuna, el afecto, la compañía, y todo aquel cúmulo de detalles con los que se les preservan la vida y todo derecho humano. Nuestros ancianos (hombre o mujer), son personas y por consiguiente conservan su dignidad independientemente de su estado de salud, mental u orgánica, de su edad, de sus circunstancias personales. Aún en estado de minusvalía física o síquica, y aunque abunden los conceptos o juicios de inutilidad u otros por parte de la sociedad o algunas Instituciones, un ser humano está en su derecho natural de ser considerado persona, es decir un ser humano merecedor del respeto debido a sus derechos humanos. En agosto nos ocupamos de modo especial de las personas mayores para manifestarles con mayor esmero, aprecio, atención, cuidados y todo lo que merecen de parte de todos sus familiares, la sociedad, sus Instituciones beneficiarias. Los mayores deben ser, siempre, objeto de cuanto bienestar se les debe brindar en todo tiempo y circunstancias. De este deber social y moral que a todos nos obliga fue ejemplo magnífico la Religiosa Teresa de Jesús Jornet e Ibars, fundadora de la Congregación de las Hermanitas de los Ancianos. La fiesta para recordarla y honrarla es el 26 de agosto. La sociedad y también miles de familias y de ancianos están en deuda de gratitud con su Congregación por todo lo que las Religiosas han brindado en atención esmerada y de excelente calidad a sus ancianos. Por su dignidad humana, valor imperecedero, el anciano valora y recibe todo gesto que le rodee de estima, de respeto, y vive feliz, vive en libertad de corazón y sus sufrimientos se menguan porque se sienten acompañado con afecto y ayudado a vivir su etapa de vejez con dignidad. En este agosto, hagamos reconocimiento al bien que procuran las Hermanitas de los Pobres a los Ancianos y consignemos aquí uno de los mensajes que les dio personalmente el Papa Pablo VI en la audiencia del 7 de junio de 1972: “Cuánto aprecio su Familia Religiosa! Sean fieles a su Misión… Estimo su espíritu de don total, escondido. Estén seguras que su sacrificio no es inútil, Es edificante, útil, en la Iglesia”. Qué bueno entender la importancia que tienen los abuelos en nuestra vida. Son y significan una riqueza humana por los testimonios de vida dedicada con amor, sin cálculo alguno a su familia. De los ancianos, generaciones han heredado valores de dignidad en la vida: honestidad u honradez por la responsabilidad en el trabajo, el amor a la verdad, la constancia en el trabajo para ganarse dignamente la vida, el respeto a los demás, y tantos otros valores humanos y de todo aspecto. ¿Cómo no tratar con todo respeto y consideración a las personas que han acumulado experiencias insospechadas? «En el pasado, los abuelos desempeñaban un papel importante en la vida y en el crecimiento de la familia. Incluso en edad avanzada, seguían estando presentes entre sus hijos, con sus nietos y, a veces, entre sus bisnietos, dando un testimonio vivo de solicitud, sacrificio y entrega diaria sin reservas. Eran testigos de una historia personal y comunitaria que seguía viviendo en sus recuerdos y en su sabiduría… Ojalá que los abuelos vuelvan a ser una presencia viva en la familia, en la Iglesia y en la sociedad. Por lo que respecta a la familia, los abuelos deben seguir siendo testigos de unidad, de valores basados en la fidelidad a un único amor que suscita la fe y la alegría de vivir». Benedicto XVI. La justicia más elemental pide entrañablemente el respetuoso y afectuoso trato al anciano, el cuidado de su persona, su salud, su bienestar. El anciano continúa siendo miembro de la familia, no puede considerársele un huésped y menos alguien que incomoda. El Anciano ocupa un lugar importante, así se le debe comprender y así se debe sentir él que lo destaca su familia. Cómo no cuidar y tener respeto por los abuelos: ellos siguen sosteniendo en tantos sentidos aquello que permite que la familia siga unida, no pierda sus raíces humanas y cristianas, y representan la sabiduría de quien ha relativizado lo que es secundario y trivial. Ellos no renuncian a lo que de suyo es lo único importante: el amor, la verdad, la vida, la fe, la paz, la fidelidad. Cuando el anciano percibe la dimensión afectuosa de los suyos, de quienes le rodean, vive feliz, su salud física y mental se fortalece, tiene expresiones de diversa índole para admirar y agradecer. Estas son unas de ellas: “Dichosos aquellos que no dejan de sonreírme ni de decirme palabra amables. Dichosos aquellos que no se cansan de escuchar las historias de mi juventud. Dichosos aquellos que apartan las espinas en mi camino de regreso a la casa del Padre. Dichosos aquellos que con su bondad me recuerdan al buen Dios. Cuando llegue a la mansión de la vida sin fin los recordaré”. Aquí, el pensamiento y los deseos de alguien que supo y sabe respetar a los Ancianos: a. “Déjalo hablar... escúchalo, porque hay en su pasado un tesoro lleno de verdad, de belleza y de bien. b. Déjalo vencer... en las discusiones, porque tiene necesidad de sentirse seguro de sí mismo. c. Déjalo ir a visitar... a sus viejos amigos, porque entre ellos se siente revivir. d. Déjalo contar... sus historias repetidas, porque se siente feliz cuando lo escuchamos. e. Déjalo vivir... entre las cosas que ha amado, porque si se lo negamos sufre porque siente que parte de su vida se la destrozamos a pedazos. f. Déjalo gritar... cuando se ha equivocado, porque los ancianos como los niños tienen derecho a la comprensión. g. Déjalo tomar un puesto cómodo… en el automóvil cuando una salida, o van de vacaciones… Luego habrá remordimientos de conciencia si el abuelito ya no está más. h. Déjalo envejecer... con el mismo paciente amor con que dejas crecer a tus hijos, porque todo es parte de la naturaleza. i. Déjalo rezar... como él sabe, como él quiere, porque el adulto mayor descubre la sombra de Dios en el camino que le falta recorrer. j. Déjalo morir... entre brazos llenos de piedad, porque el amor de los hermanos sobre la tierra, nos hace presentir mejor el torrente infinito de amor del Padre en el Cielo” Levítico 19:32 Qué felicidad produce hacer felices a los ancianos, ofrecerles vida de calidad, un bienestar merecido y plenamente humano. “Servir bien al Anciano es servir a Jesucristo”, dijo a sus Religiosas Santa Teresa de Jesús Jornet, Fundadora de las Hermanita de los Pobres.