REFORMA VS TRANSFORMACIÓN Por: José David Lamk Valencia Representante de los gremios de la producción ante el CSU-UD i Febrero 2016 El proceso de cambio acelerado que ha sufrido la humanidad en las dos últimas décadas, ha sido inducido por grandes cambios en la investigación, el desarrollo tecnológico y la innovación, haciendo que muchos de los paradigmas del comportamiento social se hayan vuelto anacrónicos e irrelevantes frente a los desafíos que implican estos cambios. La Universidad, como agente de cambio, no ha sido ajena a este comportamiento y ha estado buscando los ajustes necesarios para poder responder de manera acertada a los nuevos requerimientos, a los nuevos enfoques del conocimiento y, por lo tanto, a las nuevas necesidades de formación de las juventudes que emergen, cada vez más, ávidas de nuevo conocimiento. Este proceso ha originado ciertas rupturas que han llevado a que la universidad requiera introducir grandes y profundos ajustes en su modelo pedagógico, en sus currículos y ante todo en la forma de relacionarse con su entorno. Como dice el profesor Carlos Zuluaga en uno de los documentos producidos para la universidad: “La universidad es, en esencia, un agente subversivo pues debe repensar la sociedad y por ello debe ser libre de cualquier atadura, ecuménica y universal. No puede ser una trinchera ideológica de algunos, pues debe ser campo abierto a la libre circulación de todas las corrientes de pensamiento, lo que más desdibuja a la universidad es su secuestro ideológico, político, filosófico o ético. [subrayado fuera de texto] Por todo lo anterior, la respuesta a nuestra pregunta inicial es que la universidad NO NOS PERTENECE A NOSOTROS, LO ES DEL TODO SOCIAL” En este sentido la universidad debe permitir que las comunidades que la integran, diversas y diferentes, puedan acceder a una educación de calidad, enfocada a la creación de conocimiento pertinente, a principios y valores que permitan ser agentes del cambio que se ha dado casi sin su participación, pero sí con su presencia, en ocasiones pasiva y en otras agresivamente activa, sin que exista tipo alguno de presión que valide la manida frase de Voltaire: ”Proclamo en voz alta la libertad de pensamiento y muera el que no piense como yo” Pero antes que cambiar, lo que la universidad necesita es transformarse ya que existe una confusión acerca de lo que constituye cambio, frente a lo que es la transformación, entendiéndose ésta, como un proceso continuo y continuado que permite reinventarla y descubrir un nuevo modelo de enseñar, investigar e influir en la sociedad de la cual es su eje; este nuevo enfoque está fundamentalmente basado en una visión prospectiva (de largo plazo) de lo que la sociedad demanda y espera que la universidad le ofrezca, lo cual puede implicar que el “paquete de servicios” que se ofrece centrado en un visión egocéntrica y endogámica, deba dar paso a otra en la cual el universo sea el límite y la universalidad el objetivo. Los currículos, el modelo pedagógico, deben ser objeto de un profundo análisis epistémico que permita una renovación de los programas académicos o como se dice en la UD de los espacios académicos y un radical cambio en la actitud de los miembros de la comunidad que pregonan el cambio, siempre y cuando este respete y conserve su statu-quo; en otras palabras, la transformación que no el cambio requiere de un nuevo conjunto de principios y valores culturales y un enfoque modificado del desempeño de las personas. En el anterior sentido, es conveniente y absolutamente necesario analizar la pertinencia no solo de los programas, sino de las facultades, centros e institutos de la organización universitaria, de los procesos administrativos y de la forma de relacionarse con el entorno; es decir, del proceso debe surgir una nueva universidad. En otras palabras el cambio y tal vez por eso han fracasado los intentos de los últimos diez años en la UD se ha enfocado a la modificación de aspectos definidos y parciales de la organización, dejando intocados ciertos “intereses de grupo” o ciertos elementos del statu-quo, que no se pueden tocar por la misma razón; en tanto que el proceso de transformación que se propone es el de “reinventar” a la universidad a su organización a su etos, con base en una visión de futuro. La transformación que se debe acometer en la UD implica inevitablemente un nuevo tipo de liderazgo centrado en los resultados; una mayor y más efectiva coordinación de los recursos físicos, humanos (docentes, personal administrativo), tecnológicos y de logística; una mejor comunicación y una más efectiva ejecución de los recursos, en función de objetivos concretos y medibles cualitativa o cuantitativamente, a través de modelos de autoevaluación y autogestión, pero ante todo de un uso intensivo de las Tics. En el modelo que surja del proceso de transformación, la autonomía no debe ser una excusa para desconocer el marco jurídico que regula a la universidad pública; ni esta condición ser un pretexto para castrar las iniciativas de autogestión y de obtención de recurso vía la apropiación social y económica del conocimiento que se genere y que se ponga al servicio de la sociedad a la cual se debe la UD. En este marco, la universidad no puede pretender depender fiscalmente del estado y pregonar un laissez faire que raye en la anarquía. Por último, hay que tener en cuenta en el modelo que surja del proceso de transformación, la respuesta a la exclusión y a la inequidad que discrimina a los menos capaces económicamente, dos de los factores que han hecho y hacen de la sociedad colombiana, una de las más desiguales del mundo, quiérase o no. En este sentido, se debe potenciar la capacidad que tiene la educación de ser un poderoso motor de movilidad social. Si bien es cierto que durante los últimos años la universidad ha sido particularmente activa y participativa en el intento de “cambiar las cosas” a través de acciones como la Asamblea Consultiva Universitaria, impulsada por el entonces rector Carlos Ossa E. Los innumerables documentos que surgieron alrededor de la propuesta resultante; el tan criticado y malentendido Acuerdo 008 que tenía más errores de procedimiento ( al no tener en cuenta a la comunidad) más que errores de concepto o de fondo, el Acuerdo 009 que creo a la Vicerrectoría de Investigación y que fue arrastrado por el alud que produjo el 008 y, más recientemente el trabajo realizado en cumplimiento de la hoja de ruta aprobada mediante Resolución 018 de 2014. Son muestras del interés de la universidad y de su comunidad por emprender un proceso de reformas que actualice el estatuto vigente y sus normas colaterales, para ponerlos en el contexto del actual entorno, que no han logrado concretarse. Es por esto que la iniciativa de declarar el año 2016 como el año de la Transformación universitaria, tiene como objetivo, a partir, de los documentos existentes, cerrar la brecha entre lo que se ha querido y lo que se ha podido. El establecimiento del Año de la Transformación universitaria, es además, un pretexto para buscar acuerdos y consensos en torno a la universidad que Bogotá, D.C. la región Bogotá y el país necesita; una UD trasformada, despolitizada, abierta y al modo del profesor Zuluaga: ”subversiva, libre de cualquier atadura, ecuménica y universal”. Sin embargo, el proceso sería solo un enunciado si no se acometiera durante el período del año de la transformación UD, la elaboración, negociación y expedición de los estatutos complementarios, a saber: Docente; Estudiantil; Bienestar; Personal administrativo; financiero; de presupuesto; de investigación y extensión y de Egresados y se inicie un proceso de reemplazo generacional gradual pero persistente, que permita la renovación de los cuadros directivos y de los docentes que, si bien han contribuido a la construcción de la historia de la universidad, deben ser conscientes, que la universidad no les pertenece, ya que es patrimonio de todos, lo cual podría dar pie a un plan de retiro anticipado y voluntario de los funcionarios más antiguos, como uno de los corolarios del diseño de una planta de personal adecuada al nuevo enfoque epistémico y teleológico de la universidad. Así mismo, es conveniente hacer conciencia de que el mejor marco jurídico, reglamentario o estatutario, es solo la puerta de entrada a un complejo proceso de transformación de la cultura universitaria que conduzca a la deconstrucción de lo que ha sido la UD, para dar paso a un nuevo etos, lo cual requiere de acciones consecutivas y estimulantes que creen el compromiso necesario para lograrlo. Como un corolario del proceso de transformación que debe resultar de la aplicación de las actividades que se desarrollarán, resulta la reforma curricular, que es la espina dorsal del nuevo enfoque de los programas y de la racionalización del gasto académico, en función de la calidad y la pertinencia de los programas que se ofrezcan. Pero todo lo anterior no tendría sentido sin que existiese un Rector en propiedad que se convierta en garante del proceso de transformación. En este orden de ideas es que se impulsará la designación de un rector en propiedad a más tardar al terminar el primer semestre del año 2016. Por último, en un todo de acuerdo con el Papa Francisco y sin perder el ecumenismo propio del templo del conocimiento que es una universidad, hacer que “quien no vive para servir, no sirve para vivir” i Extraído de la exposición de motivos del Proyecto de Acuerdo que pretende establecer el año 2016 como el de la transformación de la UD.