SÍNTESIS DEL PENSAMIENTO DE PLATÓN (Borrador) Toda la filosofía de Platón es una respuesta a la búsqueda de la verdad y de una sociedad justa, ya que la actividad filosófica y la inmerecida condena a muerte de su maestro Sócrates le influyeron sobremanera. Igual que él, sus preocupaciones fundamentales fueron de carácter ético y político, reflexionando en torno al ser humano y la vida en sociedad. Sin embargo, Platón irá aún más lejos desarrollando toda una ontología, es decir, una teoría acerca del ser y la realidad, que le permita fundamentar todo su pensamiento. Para Platón la verdad no puede hallarse dentro del mundo sensible y cambiante en el que las cosas son y dejan de ser, como sentenciaba Heráclito. El auténtico ser, lo que permanece, solo es accesible por medio de la razón, como ya había afirmado Parménides. Así, la auténtica realidad no es la que nos ofrece el mundo de los sentidos, sino la que descubrimos por medio de la razón: son las ideas, una realidad inmaterial e inteligible. Las ideas son eternas, inmutables, modelos de perfección. Es evidente y necesario que las ideas existan. Si no fuera así, ¿cómo podríamos hacer juicios de valor? ¿Cómo decir, por ejemplo, que algo es más o menos bello si no es con relación a un modelo ideal de belleza? Además, existe el conocimiento matemático, que no versa sobre lo sensible sino sobre las ideas, así que por tanto dichas ideas han de existir. Estas ideas vienen a ser como las definiciones universales de Sócrates pero dotadas de objetividad; constituyen una realidad distinta, independiente y más consistente. Solo así se podía garantizar la posibilidad de la justicia en la sociedad, lejos del relativismo de los sofistas. Las ideas están ordenadas jerárquicamente. La idea más importante es la del Bien, luego las éticas y matemáticas, y por último todas las ideas de las demás realidades sensibles. Aunque no dedicó mucha atención al mundo sensible, Platón trató de explicarlo en un diálogo titulado Timeo. Allí narra cómo el demiurgo quiso hacerlo todo bien, configurando el mundo sensible a partir de los modelos de las ideas. El mundo sensible participa de las ideas y las imita, pero nunca alcanza su perfección. De todos los seres el hombre es el que más se asemeja a los dioses. El hombre es un compuesto de cuerpo y alma. El alma es principio de vida, y por eso hay en el hombre tres almas: la concupiscible, cuya función es desear y está regida por el deseo; la irascible, que su función es querer y se rige por el valor; y la racional, que se rige por la razón y persigue el conocimiento. El alma racional tiene una naturaleza semejante a la de las ideas y por ello es inmortal. Por el contrario, el cuerpo material nos ata y encadena al mundo sensible, y por eso dice Platón que el cuerpo es como la cárcel del alma, mientras que ésta, inmaterial, tiende a lo divino y ansía conocer las ideas. Es por este motivo por lo que se da una tensión entre el alma racional y el cuerpo, con sus deseos y pasiones, que deben de ser gobernados por la razón. Pero, ¿cómo puede ser que nuestra alma llegue a conocer las ideas, inmutables y perfectas? Se hace necesario que el alma haya existido previamente junto a los dioses y que haya estado contemplando las ideas antes de caer en el cuerpo que la aprisiona. Conocer, entonces, no es otra cosa que recordar lo que el alma ya vio. Sin embargo, el alma no recuerda espontáneamente y sin esfuerzo, sino a través de todo difícil proceso que le permite ir ascendiendo desde la realidad sensible hacia la realidad inteligible de las ideas. El conocimiento sensible de la realidad es simple opinión y poco fiable. El genuino conocimiento científico lo es de lo inteligible, que son las matemáticas y la dialéctica. El conocimiento más importante es el de la idea del Bien, que es la que ha de regir la vida ética y la política, ambas estrechamente unidas. El ser humano es virtuoso y justo cuando cada una de sus partes se orienta hacia el bien. Cuando la razón persigue el bien alcanza la sabiduría, que es su virtud; el alma irascible obtiene la fortaleza cuando se sobrepone ante la adversidad y no se deja llevar por los deseos; y el alma concupiscible adquiere templanza al moderar los deseos y apetitos. Como resultado tenemos a un hombre justo, en armonía y equilibrio. Mas el hombre no vive aislado sino en sociedad, y su felicidad y realización se hallan dentro de vida en la ciudad. Para que ésta funcione adecuadamente, cada uno deberá dedicarse a realizar aquellas funciones que mejor pueda hacer. Esto dependerá del alma que por naturaleza predomine en cada individuo y de haber recibido una conveniente educación. No necesitarán una especial formación aquellos en los que prevalezca el alma concupiscible, que se ocuparán de los trabajos de producción y constituirán la clase de los productores; a los que destaquen por su alma irascible se les instruirá con gimnasia, artes y ciencia, y se dedicarán a proteger y defender la ciudad; por último, estarán los gobernantes-filósofos, brillantes por la capacidad de su alma racional, ejercitados en la dialéctica y la práctica política, que serán los elegidos para entregarse al mando de la ciudad y la administración de los asuntos públicos. De esta manera, si cada uno ocupa el lugar que le corresponde y hace bien su trabajo, entonces tendremos la soñada República de Platón en la que reinen la rectitud y la justicia.