Paz, justicia y perdón

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Documentos
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El espíritu
de Asís:
Paz, justicia
y perdón
Índice
Asís: para construir la paz
(24 - enero - 2002)
Saludo del Papa Juan Pablo II a los representantes de las confesiones cristianas y de las diversas religiones
3
Testimonios
Monición introductoria: cardenal Van Thuân, Presidente del Consejo Pontificio Justicia y Paz
Patriarca Ecuménico Bartolomé I
Arzobispo de Canterbury G. Carey
Dr. Ishmael Noko, Federación Luterana Mundial
Dr. Setri Nyomi, Alianza Mundial de las Iglesias Reformadas
Geshe Tashi Tsering, Budismo
Chef Amadou Gasseto, Religión Tradicional Africana
Didi Talwalkar, Hinduismo
Jeque Al-Azhar Mohammed Tantawi, Islam
Rabino Israel Singer, Judaismo
Chiara Lubich, Iglesia católica
Andrea Riccardi, Iglesia católica
Patriarca S. B. Teoctist, Iglesia ortodoxa de Rumanía
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Discurso del Papa Juan Pablo II
No hay paz sin justicia y sin perdón
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Compromiso y despedida: El Decálogo para la paz
Monición introductoria: cardenal Arinze, Presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo interreligioso
Decálogo
Cántico de las criaturas
Signo de paz: cardenal Kasper, Presidente del Consejo Pontificio para promoción de la unidad de los cristianos
El adiós del Papa
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17
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18
18
Carta del Papa a los Jefes de Estado y de Gobierno
La Humanidad tiene que escoger entre el amor y el odio
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Saludo del Papa al inicio del ágape fraterno: Unidos por la causa de la paz (Vaticano 25 - enero - 2002)
LAS FOTOS QUE ILUSTRAN ESTE DOCUMENTO PERTENECEN A NUESTRO ARCHIVO Y A LE NOUVEL OBSERVATEUR
3
Asís: Para construir la paz
El Manifiesto
del nuevo milenio
Juan Pablo II, un mes después del inolvidable encuentro de Asís, celebrado el pasado 24 de enero, ha hecho llegar a los Jefes
de Estado y de Gobierno de todo el mundo el Decálogo de la paz, documento histórico no sólo para recordar, sino sobre todo
documento actual y de futuro para poner en práctica. Son los diez compromisos que fueron asumidos y firmados solemnemente
aquel día y que cualificados observadores han calificado ya como «el mejor manifiesto político del nuevo milenio». Político, sí,
en el sentido más auténtico y más noble de la palabra, cuando toda una estrategia de nuevos muros amenaza con desplazar
y agostar las esperanzas suscitadas por la caída del emblemático Muro de Berlín. Alfa y Omega, consciente de la importancia
trascendental del actual momento histórico que vive la Humanidad, reproduce, como conclusión de este número 15
de sus suplementos especiales, en el que se ofrecen los textos íntegros de los discursos de la memorable Jornada de Asís,
este Decálogo y el texto de la carta del Pontífice a los Jefes de Estado y de Gobierno
Mañana del 24 de enero de 2002:
Saludo del Papa Juan Pablo II
a los representantes
de las confesiones cristianas
y de las diversas religiones
O
s acojo a todos con alegría y doy a
cada uno mi cordial bienvenida.
Gracias por haber aceptado mi invitación, participando, aquí en Asís, en este encuentro de oración por la paz, que
trae a la memoria el de 1986, y del que
constituye como una significativa prolongación. El objetivo es siempre el mismo, es
decir, orar por la paz, la cual es, ante todo,
don de Dios, que hay que implorar con
ferviente y confiada insistencia. En los
momentos de más intenso temor por el
destino del mundo, se siente con mayor
fuerza el deber de comprometerse personalmente en la defensa y en la promoción
del bien fundamental de la paz.
Dirijo un saludo especial al Patriarca
ecuménico, Su Santidad Bartolomé I, y a
cuantos lo acompañan; al Patriarca de Antioquía y de todo Oriente, Su Beatitud Ignace IV; al catholicós Patriarca de la Iglesia asiria de Oriente, Su Santidad Mar
Dinkha IV; al arzobispo de Tirana, Durrës
y de toda Albania, Su Beatitud Anastas; a
los delegados de los Patriarcas de Alejandría, Jerusalén, Moscú, Serbia y Rumanía;
de las Iglesias ortodoxas de Bulgaria, Chipre y Polonia; a los delegados de las antiguas Iglesias de Oriente: el Patriarcado siro-ortodoxo de Antioquía, la Iglesia apostólica armenia, el Catholicosado armenio
de Cilicia y la Iglesia siro-ortodoxa de Malankar. Saludo al representante del arzobispo de Canterbury, Su Gracia George
Carey, y a los numerosos representantes
de las Iglesias y comunidades eclesiales,
federaciones y alianzas cristianas de Occidente; al Secretario General del Consejo
ecuménico de las Iglesias y a los representantes del judaísmo mundial, que se
han adherido a esta especial Jornada de
oración por la paz.
Asimismo, deseo dar mi más cordial
bienvenida a los exponentes de las diversas
confesiones religiosas: a los representantes
del Islam, que han acudido aquí de Albania, Arabia Saudí, Bosnia, Bulgaria, Egipto, Jerusalén, Jordania, Irán, Irak, Líbano,
El simbólico olivo del encuentro de paz, en Asís
Dios nos
conceda que,
de este
encuentro,
broten
los frutos
de paz,
para el mundo
entero,
que todos
deseamos
de corazón
Libia, Marruecos, Senegal, Estados Unidos, Sudán y Turquía; a los representantes del budismo, que han venido de Taiwan y Gran Bretaña, y a los del hinduismo,
que han venido de la India; a los representantes pertenecientes a la religión tradicional africana, que vienen de Ghana y
Benin, así como a los que vienen de Japón en representación de diferentes religiones y movimientos; a los representantes
sijs de la India, Singapur y Gran Bretaña;
a los delegados del confucianismo, del zoroastrismo y del jainismo. No me es posible nombrarlos a todos, pero quisiera que
mi saludo no olvidara a ninguno de vosotros, amables y gratos huéspedes, a quienes
agradezco una vez más el que hayáis aceptado participar en esta significativa jornada.
Mi gratitud se extiende a los venerados
cardenales y obispos presentes; en particular, al cardenal Edward Egan, arzobispo
de Nueva York, ciudad tan duramente probada en los trágicos acontecimientos del
11 de septiembre; saludo asimismo a los
representantes de los episcopados de las
naciones donde se siente con mayor fuerza la exigencia de la paz. Dirijo un saludo
especial al cardenal Lorenzo Antonetti, delegado pontificio para la basílica patriarcal
de San Francisco en Asís, y a los queridos
Frailes Menores Conventuales, que, como
siempre, nos brindan una acogida generosa y una hospitalidad familiar.
Saludo con deferencia al Presidente del
Gobierno italiano, señor Silvio Berlusconi, al ministro de Infraestructuras y Transportes y a las demás autoridades que nos
honran con su presencia, así como a las
fuerzas de policía y a cuantos contribuyen
a asegurar el buen desarrollo de esta jornada.
Por último, os saludo a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas presentes, y
especialmente a vosotros, queridos jóvenes
que habéis permanecido en vela durante
toda la noche. Dios nos conceda que, de
este encuentro, broten los frutos de paz,
para el mundo entero, que todos deseamos
de corazón.
Asís: Para construir la paz
4
Testimonios
El Patriarca Ecuménico Bartolomé I escucha atentamente las palabras del Papa
Monición
introductoria
La religión no puede
ser pretexto de conflictos
Q
ué bellos son sobre los montes los pies
del mensajero que anuncia la paz».
Que bello y consolador es que la solemne
convocatoria por la paz haya encontrado en
todos vosotros aquí presentes una respuesta
generosa y disponible; en vosotros, que ya
trabajáis cotidianamente por la paz.
Estamos aquí, reunidos respondiendo a
una invitación de Su Santidad Juan Pablo II,
para dar testimonio ante los hombres y las
mujeres de buena voluntad, en el compromiso común y en la oración propia de cada
experiencia religiosa, de la voluntad de superar las contraposiciones entre los pueblos en favor de una auténtica promoción
de la paz. Con el espíritu de la primera convocatoria de Asís, acogemos la invitación a
proclamar delante del mundo que la religión no debe convertirse en pretexto de
conflictos, de odios y de violencia, como ha
sucedido en la actualidad. En este momento
histórico, la Humanidad tiene necesidad
de ver gestos de paz y de escuchar palabras de esperanza. Aún más bellos serán
los pies del mensajero que anuncia la paz
cuando, después de haberla proclamado
solemnemente en las laderas del monte Subasio, cada uno de nosotros vaya a proclamarla y a vivirla en la pluralidad de su vida cotidiana por otros montes, ciudades y
pueblos.
Cardenal François Xavier Nguyên
Van Thuân, Presidente del Consejo
Pontifico Justicia y Paz
La paz auténtica viene de Dios
(San Juan Crisóstomo)
todo ahora, después del exterminio de víctimas y horribles holocaustos, de conocer, ante todo, los presupuestos espirituales, pero también económicos y de otro
tipo, de la paz sobre la tierra. Y estos presupuestos son la justicia, el respeto del
carácter sagrado de la persona humana del
prójimo, y de su libertad y dignidad, la
reconciliación, la disposición benevolente y altruista hacia el hombre, y en general
una vida virtuosa según Dios, que comprende también la justicia, la equilibrada
participación de todos en los bienes de la
tierra, y en los beneficios de la ciencia y de
la tecnología. Para que no se repita en
nuestras generaciones, a nivel mundial,
la destrucción de la ciudad, anunciada por
Cristo y realizada ya entonces, debemos
arrepentirnos y volver a Dios y conocer
y realizar su santa voluntad. Entonces
Dios, que no es un Dios de la guerra y de
la batalla, sino el Dios de la paz, oirá nuestras oraciones y nos dará a nosotros y al
mundo también la paz en la tierra. Si no, si
persistimos en las pasiones pecaminosas y
malvadas, y en las aspiraciones personales
egoístas, interesadas e individualistas, las
voces de la guerra aumentarán y la desgracia caerá sobre la tierra y la Humanidad.
Que el Señor de la paz nos dé su paz.
Amén.
L
Para que
haya paz
en el mundo,
hay que estar
en paz con Dios
y, como
consecuencia,
con nosotros
mismos
y entre
nosotros.
****
Hemos
aprendido,
una vez más,
cuánta
necesidad
tenemos
los unos
de los otros
a paz de Dios y la paz sobre la tierra
tienen entre sí una relación de madre
e hija. Nuestro Señor Jesucristo, Príncipe de la paz, según el profeta Isaías (9,6),
aunque distinguió la paz de Dios de la paz
del mundo (cf. Jn 14,27), llamó dichosos
a los que trabajasen por la paz prometiendo que «serían llamados hijos de Dios»
(Mt 5,9). La paz de Dios es ofrecida a
aquellos que, reconciliados con Dios por
medio de Jesucristo, manifiestan realmente la comunión con Él mediante el
amor, la virtud, la fe y la plena confianza
en Él.
La paz de Dios es la más perfecta de
las bendiciones y se presenta como estabilidad en la guía del hombre (Basilio el
Grande, P.G. 30, 305). Como tal, supera
todo conocimiento (cf. Flp 4,7) y no tiene fin (cf. Is 9,7). «Se extiende por todos
los siglos, siendo ilimitada e infinita» (Basilio el Grande, P.G. 30, 513). No existe
una paz semejante «si antes no se ha conquistado la virtud» (Juan Crisóstomo, P.G.
62,73), porque es fruto de la gracia, que
opera en aquellos que son liberados de
los deseos malvados y de la división interna. Las pasiones malvadas crean la perturbación interna y, cuando arrastran a la
voluntad a actuar para ser traducidas en
acto, provocan la guerra externa (cf. St
4,1).
Por eso, para que haya paz en el mundo, hay que estar en paz con Dios y, como
consecuencia, con nosotros mismos y entre nosotros. La palabra de Cristo dirigida
a la ciudad de Jerusalén: «Si también tú
conocieras en este día el mensaje de la
paz» (Lc 19,42), se dirige igualmente hoy
al mundo entero. Tenemos el deber, sobre
Patriarca Ecuménico Bartolomé I
Perseverar en la esperanza
S
aludo con gran alegría a los líderes de
las comunidades de fe reunidos en
Asís respondiendo a la invitación de Su
Santidad Juan Pablo II. Siento mucho no
poder estar con vosotros, considerando
de modo especial que los líderes religiosos tienen la posibilidad de contribuir verdaderamente a la paz y a la reconciliación de nuestro mundo, cada vez más
inestable y peligroso. En los últimos meses hemos aprendido, una vez más, cuánta necesidad tenemos los unos de los
otros. Hemos experimentado la violencia, la guerra y el odio, y hemos visto cómo los errores de una generación pueden
repetirse en sus hijos y nietos. Tenemos
necesidad de que la gracia de Dios nos
toque con una generosidad más que humana y nos libere a nosotros y a nuestro
prójimo de los errores del pasado. No se
trata de un camino rápido o sin dolor. Hace falta mucho para construir amistad y
confianza en los lugares donde las personas han aprendido a ser hostiles o sospechosas. Jesucristo, el líder inspirador
de todos los cristianos, nos dijo: «Dichosos los afligidos, porque serán consolados. Dichosos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia. Dichosos
los que trabajan por la paz, porque serán
llamados hijos de Dios». Hay que perseverar en la esperanza y no dejarse llevar
por el desaliento.
Las entidades religiosas, igual que los
líderes religiosos, tienen una tarea muy
Asís: Para construir la paz
talismos religiosos, el diálogo interreligioso goza de una renovada atención y
prioridad. La finalidad última de este diálogo, igual que la oración y la reflexión en
las que ahora estamos empeñados, es escuchar lo que Dios nos tiene que decir a
través de nuestras diferentes tradiciones.
De esta forma podemos descubrir la gracia
y la voluntad de Dios y repudiar las actitudes que legitiman los conflictos basados
en la religión. La Organización de Nacio-
delicada y difícil que llevar a cabo. A pesar
de nuestras imperfecciones, somos testigos de la bondad de Dios. Tratamos de hablar de verdad, de amor y de perdón, permaneciendo firmes en el bien. Reconocemos que nuestras tradiciones pueden ser
tergiversadas para dividir a las personas, en
vez de unirlas. A veces nos definimos más
por lo que nos divide que por lo que nos
une. Reconocemos que no nos hemos entendido y que nos hemos herido los unos a
los otros; por eso tenemos que construir
la paz sobre nuestra necesidad de acoger el
perdón y de ofrecerlo.
Sin embargo, nuestras preocupaciones
tienen que ser prácticas, además de orantes
y proféticas. No podemos proclamar la libertad de los prisioneros sin liberar a los
pobres de una deuda opresora. Si queremos vivir en armonía con los vecinos, debemos dar de comer a los hambrientos y
curar a los enfermos. Si nos consideramos
miembros de la única familia humana, debemos compartir las cosas buenas que poseemos con los indigentes.
Tenemos que hacerlo de manera digna
para todos; respetando la dignidad humana de todos y haciéndoles participar de la
vida económica y política del mundo.
Hermanos y hermanas, aunque no estoy
con vosotros, vuestro encuentro de hoy estará, sin duda, en mis pensamientos y en
mis oraciones. Este día marca una etapa
nueva en nuestro camino, una señal de
nuestro compromiso de los unos por los
otros y con Dios, que nos guía hacia adelante juntos.
5
cialmente a rectificar y a sanar injusticias
del pasado, así como a edificar visiones
comunes para un futuro mejor. Una grave
responsabilidad pesa en el presente sobre
los políticos del mundo, así como sobre
las comunidades religiosas, instituciones financieras, comunidades científicas y educativas, instituciones y agencias de información, y sobre el mundo del espectáculo.
El mundo globalizado no puede ser simplemente la arena de una competición bru-
Arzobispo de Canterbury G. Carey
(leído por el obispo Richard Garrard)
¿Dónde está nuestra fidelidad?
E
n este día nos dirigimos al Señor, nuestra poderosa fuente de vida que invocamos con muchos nombres, con nuestra
súplica por el futuro del mundo. Es una
oportunidad para reflexionar sobre lo que
la fe religiosa significa en un mundo de
violencia. La pregunta que tenemos delante es: ¿dónde está nuestra fidelidad suprema? ¿Cómo podemos dar testimonio,
ante todo, de un Dios que ama a todo el
mundo y no de un Dios vinculado a determinadas lealtades nacionales, culturales o
políticas? El diálogo interreligioso y la relación entre personas de diferentes credos
son en sí mismos expresión de fe genuina
en Dios. Construyen puentes de mutua
confianza y respeto y abaten los muros de
la hostilidad. La relaciones interreligiosas
no pueden quedar aisladas de sus implicaciones sociales y políticas. A través del
diálogo, del autoexamen, de la oración y de
la reflexión podemos comprender mejor
y estamos autorizados a responder a las
condiciones desesperadas de muchas partes del mundo, que ayudan a fomentar el
odio y la violencia. Pido que, a través de
estos medios, podamos encontrar el camino justo para aliviar la pobreza, las diferencias económicas, las violaciones de los
derechos humanos, las relaciones de poder abusivas y otras injusticias que las sostienen, todas ellas cosas que intensifican
esa desesperación.
En un mundo sacudido por la ferocidad de odios alimentados por fundamen-
Portada del libro editado con ocasión del Encuentro de Asís
A veces
nos definimos
más por
lo que nos divide
que por
lo que nos une
nes Unidas, que con justicia ha recibido
el año pasado el Premio Nobel de la Paz,
debe seguir trabajando en aquello para lo
que fue creada desde el principio, en promover cada vez más la fraternidad entre
todos los países que se han comprometido
a actuar y que son capaces de impulsar de
una forma decidida la justicia internacional, la paz y la integridad de la creación
de Dios. El papel de la diplomacia debe
ser reforzado para afrontar directamente
las causas que subyacen al terrorismo y a
la violencia. La finalidad de las relaciones
diplomáticas en la situación actual es más
que la de construir una alianza para una
acción militar. Deben contribuir sustan-
tal, sino un lugar de búsqueda del futuro
común de la Humanidad.
En la actual coyuntura crítica, las Iglesias de la Federación Luterana Mundial tratarán de cumplir el papel de socios para
cooperar en la fraternidad humana y en la
justicia en las diferentes regiones, especialmente a través del diálogo y de la acción
común con los miembros de otros credos.
Que todos puedan ser, mediante el culto y la oración, instrumentos a través de
los cuales Dios pueda obrar la curación
del mundo.
Dr. Ishmael Noko
(Federación Luterana Mundial)
Asís: Para construir la paz
6
El Buen Samaritano
Q
uién es mi prójimo?» Como Iglesias
de la Tradición de la Reforma, sólo
podemos empezar este momento de testimonio con la palabra de Dios. El relato
familiar del Buen Samaritano siempre ha
sido narrado poniendo el acento sobre el
inesperado socorrista que actuó como prójimo, sin un profundo análisis de las diferencias religiosas y culturales existentes entre el socorrista y el que fue socorrido. Es interesante destacar que nuestro
Señor Jesucristo contó esta historia respondiendo a una pregunta sobre las condiciones para la salvación; este relato se
presenta con acentos de amor, de respeto, de atención y de comunión hacia cuantos pueden ser de una cultura o religión
totalmente diferente, en lugar de pasar de
largo, ignorarlos o tratarlos como enemigos. Relatos semejantes nos ofrecen la base para la tarea de crear una cultura de paz
en el mundo actual. Desgraciadamente,
hoy hemos heredado un mundo en el que
personas con otras motivaciones (normalmente políticas o económicas) usan
las religiones como instrumentos para sus
guerras privadas, conduciendo al mundo a
un estado de falta de paz. ¡Si pudiéramos
volver a escuchar la historia del Buen Samaritano!
No estamos aquí sólo para lamentarnos. Estamos aquí para celebrar los buenos ejemplos de ser prójimo. Recordamos con agradecimiento la experiencia
del Consejo Cristiano Liberiano y del
Consejo Supremo Musulmán de Liberia,
que se han reunido para formar un comité interconfesional. Esto ha sido el principio de un camino de paz en Liberia. Sí,
la paz no es una realidad completa en Liberia, pero la resolución de estas dos comunidades de trabajar juntas ha colocado
una importante piedra angular, y esta decisión sigue impulsando en Liberia el camino de la paz. Lo mismo se puede decir de Sierra Leona. En Indonesia se oye
hablar de comunidades en las que han vivido cristianos y musulmanes juntos, durante muchos años, en paz hasta los tiempos recientes en que fuerzas, normalmente
externas, han empezado a usar a los cristianos y a los musulmanes unos contra
otros, en algunas de las islas. Durante los
meses pasados, en cambio, nos han informado de que, en ambas comunidades,
existen fuerzas que desean reunirse para
dialogar y oponerse a cualquier fuerza
destructiva. Son signos de esperanza que
tenemos que apoyar y por los cuales debemos rezar.
Nuestra tarea es rezar para que estas semillas de paz germinen. Son necesarios
más samaritanos que, inspirados en la fe,
decidan que las diferencias religiosas no
deberían hacer ignorar o incluso odiar a
los que son diferentes. Vivimos en las mismas comunidades sobre el mismo planeta.
No supone deslealtad hacia nuestras religiones y no es contrario a nuestro espíritu
religioso trabajar por construir la paz dentro de nuestras comunidades. Este trabajo es parte de nuestra vocación. Sigamos,
por tanto, uniéndonos para rezar por la paz.
Dr. Setri Nyomi
(Alianza Mundial
de las Iglesias Reformadas)
Los participantes en Asís encienden sus lámparas con las que (véase página siguiente) formarán un único foco de luz
Servicio a los necesitados
Q
ue yo pueda convertirme en cada momento, ahora y siempre, en protector
de los que no tienen protección, en guía
de los que han perdido la ruta, en nave de
los que deben surcar los océanos, en puente de los que tienen que atravesar ríos, en
santuario de los que están en peligro, en
lámpara de los que necesitan luz, en lugar
de refugio de los que necesitan amparo,
en siervo de los que están necesitados.
Mientras dure el espacio, durante todo
el tiempo que los seres vivos existan, hasta entonces, pueda yo disminuir las miserias del mundo» (de la Guía de la forma
de vivir del Bodhisattva, Shantideva).
Geshe Tashi Tsering
(Budismo)
La paz es un don de Dios
L
a iniciativa del Papa Juan Pablo II en
favor de la paz ha suscitado siempre
en mí mucha alegría y esperanza para nuestro mundo, lacerado con frecuencia por la
Son
necesarios
más
samaritanos
que, inspirados
en la fe,
decidan que
las diferencias
religiosas
no deberían
hacer ignorar
o incluso odiar
a los que
son diferentes
violencia y las guerras. La invitación que
me ha sido dirigida para participar en Asís
en la oración por la paz es un honor para
mí, y para todos los fieles miembros del
Vodun Avélékété, del que soy el gran sacerdote. Al aceptar participar en esta oración asumo el compromiso de promover
entre mis fieles un espíritu y una actitud
de paz, capaces de producir un impacto
favorable en la sociedad de Benín.
Pero yo reconozco, ante todo, que la
paz es un don que Dios hace a los hombres. Este don se deja a la responsabilidad
del hombre llamado por su Creador a construir la paz en este mundo. Es una responsabilidad universal referida a toda la creación. Para mí, responsable de la religión
tradicional Vodun, la paz no es posible
mientras existan laceraciones, divisiones y
antagonismos entre los hombres. Debemos empezar a dominarnos a nosotros mismos para no ser autores de palabras que
generan rivalidad, exclusión y violencia.
Debemos ser responsables del espíritu que
producen nuestras palabras. Debería ser
un espíritu que crea la concordia, la convivencia y la fraternidad. Entonces la paz
Asís: Para construir la paz
tendrá un terreno favorable para arraigar
en los hombres.
Hay algo de lo que estoy convencido: la
paz en el mundo depende de la paz entre
los hombres. La responsabilidad del hombre en el mundo influye no sólo en la sociedad, sino en toda la creación. Cuando no
existe paz entre los hombres, tampoco existe paz entre el resto de la creación y el
hombre. Las estaciones se invierten y la
tierra no produce semillas para alimentar al
hombre. Pero cuando los hombres trabajan
por la paz en una nación, su tierra da frutos
y el ganado se multiplica para el mayor
bienestar del hombre. Ésta es una ley de
la naturaleza que proviene del Creador,
que ha unido el destino de la creación a la
responsabilidad del hombre.
Por eso es bueno invitar cada año a los
hombres a cambiar el corazón, renunciando al odio, a la violencia y a la injusticia.
Los responsables de las religiones en el
mundo no deberían olvidar ni descuidar
esta costumbre. Se trata de reparar el mal
que ha sido producido contra la creación
por culpa del hombre, pedir perdón a los
espíritus tutelares de las zonas que han si-
Hoy no se puede
hablar de paz
sin el respeto
por este mundo,
dejado
como herencia
por nuestros
antepasados,
en un esfuerzo
constante
por mejorarlo
para el bien
de los hombres
de nuestro
tiempo
do tocadas por la violencia, y por el mal
cometido por el hombre, y pedir perdón,
celebrar sacrificios reparadores y purificadores, con el fin de restaurar la paz. Estoy convencido de que esta purificación
de la naturaleza es de capital importancia
para recuperar la paz entre los hombres y
con el resto de la creación. En los tiempos
antiguos, en los tiempos de los reyes, en
Benín se respetaba escrupulosamente esta
praxis, y el país gozaba de la paz y de los
beneficios de la naturaleza. Los jefes de
nuestros días deben preocuparse. Todo esto les queremos decir cuando volvamos de
Asís, para realizar en Benín lo que vivamos juntos, a nivel mundial, en Italia.
Quiero también subrayar algo esencial:
el respeto de las almas de los antepasados.
Debemos recordar que los antepasados que
nos han precedido en este mundo vivieron
una relación de respeto hacia Dios y la naturaleza, para dejarnos un mundo habitable
y acogedor para el hombre. La organización del mundo en su época no era perfecta en todos sus aspectos, pero tenía la ventaja de mantener una gran cohesión entre
los hombres y la naturaleza. Algunas prohi-
7
biciones preservaban los manantiales, los
bosques y las zonas de renovación de la
fauna y de la flora. Otras prohibiciones determinaban las relaciones humanas dentro
de la familia y de la sociedad. El mantenimiento del ecosistema y un gran equilibrio
dentro de la sociedad contribuían eficazmente a mantener esta cohesión entre la
naturaleza y los hombres. Hoy no se puede
hablar de paz sin el respeto por este mundo,
que nos han dejado como herencia nuestros antepasados, en un esfuerzo constante
por mejorarlo para el bien de los hombres
de nuestro tiempo. Entre las costumbres
sociales que nos han dejado como herencia
nuestros antepasados, en la tierra africana
de Benín, existe el arte de la palabre para
resolver los conflictos personales y sociales. En ella se aprende el arte del respeto
al adversario, así como saber tolerar su diferencia y comprender las convicciones de
los demás. Este método debe inspirar a los
diferentes responsables de la paz en el mundo para que sepan atraer a los adversarios al
diálogo, el único que puede restaurar la paz
en los corazones y en las naciones. No hay
nada que valga más que el diálogo que permite la comprensión recíproca. Se pasa entonces del odio a la estima recíproca. Este
papel importante de la palabre (coloquio
con los jefes de las tribus) debe ser salvaguardado en las instancias internacionales
que deciden sobre la paz entre las naciones y, en las naciones, entre las personas. La
palabre debe traernos hoy su aportación
para permitirnos gestionar el mundo de
nuestro tiempo con todas sus dificultades,
que dependen siempre de la responsabilidad
del hombre.
Acabo de proclamar, en lo que habéis
oído, mis convicciones religiosas sobre
mi compromiso en favor de la paz en mi
país y en el mundo. No sabría terminar
sin afirmar con fuerza que la justicia y el
amor fraternal constituyen los dos pilares
fundamentales de la verdadera paz entre
los hombres. Esta tierra de Italia, donde
me hallo para el encuentro espiritual de
Asís, es una tierra de grandes tradiciones
religiosas. Nosotros, los responsables religiosos, debemos insistir en nuestros países en el respeto hacia las otras naciones
y en la solidaridad entre los pueblos. El
problema del desarrollo de los países pobres, entre los que se encuentra el mío,
constituye sin duda la mayor amenaza contra la paz del mundo. La solidaridad entre
los pueblos debe conducir a una distribución más equitativa de las riquezas del
mundo. Los países más desarrollados deben ayudar a los países menos avanzados
en sus esfuerzos hacia el desarrollo. El comercio internacional no debe favorecer solamente a los que tienen una economía
fuerte, sino respetar el esfuerzo real de trabajo y de producción de cada pueblo. El
siglo XXI, en el que acabamos de entrar,
debe ser un siglo de construcción de un
mundo más justo y más fraternal. Los valores que queremos promover como jefes
religiosos son los del amor y la convivencia en un mundo donde en realidad todos
somos hermanos. Si obramos así, construiremos la paz en el mundo.
¡Que Dios bendiga el encuentro de Asís
y done a nuestro mundo la paz!
Chef Amadou Gasseto
(Religión Tradicional Africana)
Asís: Para construir la paz
8
Hindúes, junto a la Estatua de la Libertad en Nueva York
Religión, fuerza propulsora
D
ejadme que empiece agradeciendo al
Consejo Pontificio para el Diálogo
Interreligioso por haberme invitado a expresar mi pensamiento sobre la paz en el
mundo. Me siento verdaderamente honrada y bendecida en presencia de Su Santidad, el Papa. El hinduismo es para mí una
profunda fuente de inspiración, pero no
puedo pretender ser nada más que una estudiante de una tradición plurimilenaria.
Apelo, por tanto, a la comprensión de Su
Santidad y de los demás venerados hermanos y hermanas aquí reunidos.
Son varios los significados que se asocian a la noción de paz. Para los pensadores laicos, la paz es la ausencia de violencia
y la solución de los conflictos sin violencia.
Sin embargo, parece que ésta es una comprensión demasiado limitada de la paz. Es
verdad que es deseable que no exista la violencia. Varias instituciones y estructuras de
diferentes niveles políticos, muchos grupos de la sociedad civil y religiosa, etc.,
han desarrollado y siguen desarrollando
una loable tarea de pacífica solución de los
conflictos dentro de las comunidades y entre ellas. Sin embargo, una vez más, este
tipo de paz ha alcanzado un punto muerto. Nos falta hasta ahora una sólida base
para la paz. Para mí, la paz consiste en mantener el equilibrio y la armonía dentro y
fuera. Hasta que no consigamos alcanzar
esta forma de comprensión, seguiremos
siendo testigos de intolerancias, miseria,
abusos, conflictos e injusticias.
La religión, si se comprende rectamente, es esa fuerza propulsora que puede restaurar la armonía y la unidad entre el mundo interno y externo. Si las religiones pretenden ser, y de ellas se espera, que sean
una fuerza unificadora, la Historia muestra,
repetidas veces, casos en los que algunos
que se autoproclaman salvadores de la religión han puesto la religión al servicio del
poder y de fuerzas disgregadoras.
Hemos visto que la orientación religiosa de la gente muchas veces está co-
La Humanidad
debe ir
más allá
del aislamiento,
desarrollar
un amor
absoluto,
desinteresado
e incondicional
hacia Dios
y su creación,
para superar
situaciones
de crisis
endémicas
rrompida. El verdadero mensaje de la religión no es ni puede ser el mero cumplimiento de la letra.
Yo provengo de una cultura en la cual el
significado más cercano a religión es lo
que nosotros llamamos dharma. Se trata
de una tradición universal que tiene que
ver con un orden moral que define la relación del yo con el otro y con la energía divina. Esta interrelación implica un orden
que permite extender la conciencia personal de una existencia cerrada en sí misma
a una relación con la divinidad.
Esta divinización de los seres humanos
nos da el sentido del valor de la vida. No
sólo yo soy esencialmente divina, sino que
cualquier otro es igualmente divino por esencia, y esto nos une los unos a los otros bajo
la paternidad de Dios (vasudhaiva kutumbhakam). Con esta comprensión, las diferentes pertenencias dejan de ser fuentes de conflicto. Lo que el Consejo Pontificio propone
hoy, constituye un modelo de relaciones interreligiosas. Es un compromiso que puede
abrir el diálogo entre las diferentes tradiciones religiosas al desarrollo de la comprensión del humanismo espiritual.
Para mí, que pertenezco a la Swadhyaya parivar (familia), inspirada por el
reverendo Pandurang Shastri Athawale,
esta fraternidad universal surge de forma
natural porque él nos ha inculcado la idea
de la aceptación de todas las tradiciones
religiosas (sarva dharma sweekaar). Éstas
no se excluyen las unas a las otras. En la
base de la Swadhyaya está la idea de un
Dios que habita en todos nosotros, y todos somos hijos del mismo Dios. Profundizando en la herencia clásica de la India,
él ha tratado de abatir las barreras entre
los hombres y liberar la idea de la religión
del dogmatismo, del aislamiento y de las
constricciones. Para nosotros el compromiso en medio de las realidades sociales,
la regeneración y la curación de las comunidades no son actos de reforma social, sino actos de manifestación de agradecimiento al Ser Supremo. Esto lo definimos como bhakti, es decir, devoción a
Dios. Lo llamamos fuerza social porque
permite al individuo superar la mezquindad, el odio y la avaricia (kshudrata, krodh
y lobha). Esta transformación ayuda al
hombre a orientar los acontecimientos cotidianos en energía de liberación de los
vínculos de todo tipo, y a superar las dificultades, los complejos, el sentido de aislamiento, la inseguridad y la inutilidad.
Nos permite pasar de la simple defensa
de los derechos humanos al nivel superior de la defensa de la dignidad humana y
del deber del hombre.
Mis venerados hermanos y hermanas,
desde mucho más alto que mi condición
de vida, desde este augusto encuentro, en
la bendita presencia de Su Santidad el Papa, oso apelar a la Humanidad para que
vaya más allá del aislamiento, se desarrolle un amor absoluto, desinteresado e incondicional hacia Dios y su creación, para superar situaciones de crisis endémicas.
No se trata de una simple construcción teórica. En nuestro pequeño camino hemos
mostrado que es posible alcanzar un orden social. No dejamos de recurrir a todos
nuestros recursos interiores por la causa
de la paz. Nuestro diálogo, que celebra la
unidad de las diferentes tradiciones religiosas, no es nuevo, tiene una tradición.
Desde aquí podemos caminar hacia una
unidad de las religiones del mundo, para
que se salvaguarde un futuro compartido y
bendecido por Dios.
Didi Talwalkar (Hinduismo)
La adhesión del Islam
al compromiso por la paz
E
n el nombre de Dios, el Todo Misericordioso, el Muy Misericordioso.
Ante todo, quiero expresar mi sincero
agradecimiento a Su Santidad el Papa Juan
Pablo II, que reúne hoy a todos los representantes de las diferentes tradiciones religiosas, animados por el mismo fervor de
construir un mundo mejor. Para iluminarnos en este camino hacia la paz, la fe musulmana nos ofrece algunos reclamos que
os voy a presentar brevemente.
● Dios ha creado a todos los seres humanos a partir de un solo padre y de una
sola madre. Dios ha declarado en el libro
Sagrado: «¡Oh hombres! Temed al Señor
que os ha creado de un solo ser, por tanto,
de éste, ha creado a su esposa y ha hecho
nacer de esta pareja un gran número de
hombres y mujeres. ¡Temed a Dios! Vosotros os preguntáis sobre esto y respetáis
el seno que os ha llevado. Dios os observa»
(Sura Las mujeres, 1).
● Todas las religiones monoteístas reveladas por Dios a sus venerables profetas
concuerdan en dos puntos esenciales:
– La devoción al culto del Solo y Único, como Dios ha dicho: «Él ha establecido para vosotros, respecto a la obligación
religiosa, lo que había prescrito a Noé, lo
que nosotros te revelamos (Mahoma) y lo
que habíamos prescrito a Abraham, a Moisés y a Jesús: realizar el culto. ¡No os dividáis en sectas! ¡Qué duro les parece a
los politeístas aquello a lo que tú les llamas! Dios elige y llama a quien quiere a esta religión y dirige hacia ella a quien se
vuelve a Él arrepentido» (Sura La deliberación,13).
9
Asís: Para construir la paz
– El respeto de los valores: Alá ha revelado la religión monoteísta para la felicidad de la Humanidad. Las religiones predican todos los valores de la ética como
la humildad, la justicia, la paz y la prosperidad, así como el intercambio de todas
las acciones benéficas autorizadas por Alá,
la cooperación entre todos los pueblos en
favor de la benevolencia y de la piedad, y
no para la ofensa y la agresión.
● Dios nos ha creado en esta vida para
que nos conozcamos los unos a los otros
como Él dijo: «¡Oh hombres! Nosotros os
hemos creado de un hombre y de una mujer. Os hemos constituido en pueblos y en
tribus para que os conozcáis entre vosotros. El más noble entre vosotros, para
Dios, es el que más le teme. Dios es aquel
que sabe y que está bien informado» (Sura Los alojamientos privados, 13).
● Todas las religiones monoteístas recomiendan que el ser humano promueva el derecho y la justicia, restaurando a
los legítimos propietarios sus derechos.
En esta ocasión, Al-Azhar Al Sharif tiene el placer de rendir homenaje al Estado
Vaticano por su loable apoyo al pueblo
palestino.
● En Egipto, musulmanes y cristianos
han vivido como hermanos durante catorce siglos, bajo el mismo cielo, sobre la
misma tierra, con los mismo derechos y
las mismas responsabilidades. Cada uno
practica su fe como dice el Santo Corán:
«¡Nada de constricción en la religión! El
camino recto se distingue del error. El que
no cree en los ídolos y cree en Dios ha empuñado el mango más sólido y sin fisura.
Dios es el que comprende y sabe todo»
(Sura La vaca, 256).
Al-Azhar y sus ulemas (doctores de la
ley musulmana), en esta jornada de oración común, se adhieren con convicción
a esta llamada a la paz con un vínculo inmediato e inseparable de la justicia.
Jeque Al-Azhar Mohammed Tantawi
Senda de peregrinos
en busca de la paz
a miles de personas en pocos minutos, causando así el primer conflicto militar internacional del siglo XXI.
Nosotros, los judíos, subrayamos que
nuestras tradiciones religiosas no otorgan
un papel central al concepto de guerra religiosa. Pero no queremos ser insensatos,
dado que algunas veces durante nuestro
trágico y sanguinario pasado, nos hemos
defendido y hemos combatido contra los
enemigos cuando era necesario. Y cuando combatimos, escrutamos en nuestras
Escrituras, no para buscar una justificación a la guerra, sino una base religiosa
para nuestras acciones. La Biblia está llena de órdenes de Dios a los judíos para
combatir contra los enemigos cuando es
necesario. En nuestra tradición existe el
concepto de lo' tehayyun kol neshamah,
es decir, de guerras contra grupos específicos, batallas que deben ser combatidas
despiadadamente y sin misericordia. Este
tema es tratado de manera muy fuerte en el
continuo imperativo religioso mah eni meheh et zakar 'amalek, el mandato de combatir una guerra final contra el mal último, representado por Amalek, una guerra
en la que no se toman prisioneros, todos
deben ser asesinados.
Y sin embargo, el combate militar no
es el corazón del judaísmo. La Biblia judía,
la Ley oral, el Talmud, nuestros midrasim
(glosas a la Escritura) y los escritos rabínicos subrayan la importancia de la paz,
tanto entre nosotros, como con nuestros
vecinos. Nosotros, judíos, estamos comprometidos en una ideología, en una religión y en una filosofía centradas en conceptos de paz, de bondad y de fraternidad,
comunes a otras religiones del mundo, especialmente el cristianismo, que ha adoptado y adaptado muchísimas ideas judías.
Nuestras Escrituras hebreas, igual que el
Nuevo Testamento cristiano, nos enseñan
a no guardar rencor contra los que nos han
hecho daño y a buscar siempre la vía de la
conciliación y del amor fraterno. Incluso
cuando somos enviados a hacer la guerra
contra nuestros enemigos, Dios nos manda ofrecer en primer lugar la oportunidad
Nosotros,
los judíos,
subrayamos
que nuestras
tradiciones
religiosas
no otorgan
un papel
central
al concepto
de guerra
religiosa.
****
Con sacrificios
por la paz,
y no sólo
con simples
pronunciamientos,
podemos
empezar
a cambiar
la condición
humana actual
de rendirse pacíficamente, y sólo cuando
este ofrecimiento es rechazado nos permite usar las armas contra ellos. Además,
los Profetas han puesto repetidas veces ante nuestros ojos una visión del fin del mundo en la cual las espadas se transformarán
en arados y todas las naciones vivirán en
paz.
Por eso, la guerra no es nuestra cultura,
ni tarea, ni misión, ni objetivo de los judíos. Como tampoco es la tarea de otras
religiones del mundo. El discurso de la paz
hecho en nombre de la religión no debe
ser abandonado, ya que se basa sobre la
realidad de todos nuestros ideales religiosos y es el fin último al que todos aspiramos. Debemos rechazar las distorsiones
de las enseñanzas religiosas, surgidas en
el pasado, y no podemos proponer la idea
de que la violencia contra los miembros
de otras religiones o de otras sectas religiosas sean de origen religioso.
Debemos recordar que ninguna religión
nos manda matar de forma indiscriminada,
y los que enseñan esto lo hacen desviando
y distorsionando las religiones en nombre
de las cuales hablan. El Papa Juan Pablo II
ha corregido los abusos usados históricamente para justificar la violencia cometida
contra los no cristianos.
Sólo a través de un serio diálogo y mediante el compromiso con una dedicación
física por la paz por parte de los líderes de
las principales religiones, con sacrificios
por la paz, y no sólo con simples pronunciamientos, podemos empezar a cambiar la
condición humana actual. El Papa Juan
Pablo II ha jugado un papel personal en
esto mediante sus esfuerzos de reconciliación con el judaísmo y ha cambiado la historia entre cristianos y hebreos. Éste puede ser, sin duda, para cada uno de nosotros un modelo a seguir, el sendero de los
peregrinos que buscan la paz.
«El midrás dice sobre la oración: Las
bendiciones no están completas hasta que
no contienen la palabra PAZ» (Bamidbar
Raba).
Rabino Israel Singer
G
rande es la paz, ya que el nombre de
Dios se llama Paz».
La historia nos ha demostrado que
mientras los líderes de las religiones mundiales han hablado siempre de paz y los
predicadores han pronunciado innumerables discursos sobre el hecho de que la
paz es la finalidad última de las religiones, en realidad, en la práctica, las religiones han servido para fomentar miles
de guerras horribles y sanguinarias. Los
numerosos conflictos desatados en Europa y en Asia entre las principales religiones, las batallas realizadas a través de la
Historia entre sectas diferentes de una misma religión, son bien conocidos para todos
los estudiantes de Historia y de Religión.
También hoy, los hombres siguen combatiendo en Irlanda del Norte, peleándose
en Cachemira y en Pakistán y matándose
en Medio Oriente.
Somos todos bien conscientes de la forma en la que, el 11 de septiembre del año
pasado, unos locos que pretendían actuar
en nombre de la religión lanzaron tres
aviones contra las dos torres del World
Trade Center y del Pentágono, asesinando
Hace años que el Presidente norteamericano Clinton acogió al líder israelí Rabin y al líder palestino Arafat, a punto de lograr la paz
La permanente denuncia que el primer Papa que entró en una
Sinagoga hace de las situaciones de injusticia, de Tierra Santa,
del hambre en el mundo, encontró en Asís formulación definitiva:
«No hay paz sin justicia, ni justicia sin perdón».
Abajo, ilustraciones del folleto litúrgico distribuido en Asís
En la foto
de la izquierda,
un momento
de la plegaria
de los representantes
de la Iglesia católica
en la basílica inferior
de Asís
Desde el primer encuentro en Asís
(foto de la derecha), Juan Pablo II ha trabajado
incansablemente en y por el diálogo interreligioso
verdadero
Asís: Para construir la paz
12
La regla de oro de la paz
J
esús para nosotros, los cristianos, es el
Dios de la paz. Por eso la Iglesia católica hace de la paz uno de los objetivos más
sentidos. «Nada se pierde con la paz. Todo
con la guerra», exclamaba Pío XII. Pacem
in terris se titulaba una encíclica de Juan
XXIII. «Nunca más la guerra», repetía Pablo VI en la ONU. Y Juan Pablo II, después de los terribles acontecimientos del 11
de septiembre, indica el camino para alcanzarla: «No hay paz sin justicia, no hay
justicia sin perdón».
La Iglesia católica entera trabaja por la
paz. Muchos son los caminos que persigue. Son muy eficaces los diálogos en el
camino trazado por el Concilio Vaticano
II. Al generar fraternidad, garantizan la
paz. Se realizan a nivel universal y en las
Iglesias particulares, así como a través de
grupos y asociaciones, movimientos eclesiales y nuevas comunidades.
La Iglesia promueve el diálogo, en primer lugar, entre sus propios hijos e hijas,
suscitando esa comunión, requerida a cualquier nivel, que asegura la paz. En segundo lugar realiza un diálogo irreversible
con las diferentes Iglesias y comunidades
eclesiales, diálogo que acrecienta la paz
en la familia cristiana. Realiza otro con las
grandes religiones del mundo, apoyándose también en la llamada regla de oro, presente en los diferentes Libros Sagrados,
que se expresa en el evangelio de la siguiente forma: «Todo lo que queráis que
los hombres hagan con vosotros, hacedlo
también vosotros con ellos» (Mt 7,12). Esta regla de oro, al subrayar el deber de
amar a los propios hermanos y hermanas,
realiza porciones de fraternidad universal
en las que reina la paz. Y, por fin, el diálogo y la colaboración en otros campos con
todos aquellos que, sin una referencia religiosa, son hombres y mujeres de buena
voluntad, por lo que se puede construir
también con ellos la paz.
Varias expresiones, por tanto, de un
gran diálogo, generador de esa fraternidad
que puede convertirse, en este dificilísimo momento histórico, en el alma de la
vasta comunidad mundial que, paradójicamente, hoy la gente del pueblo y los gobernantes empiezan a desear.
Chiara Lubich (Iglesia católica)
La paz es posible
E
se acontecimiento (en Asís) no podía
permanecer aislado. Tenía, en efecto,
una fuerza espiritual explosiva: era como
una fuente...»: esto escribió Juan Pablo II
a los líderes religiosos presentes en uno
de los quince encuentros internacionales
que siguieron a aquella memorable jornada. En 1986 el mundo estaba bloqueado
por la guerra fría. ¡Pero no rezamos en vano en Asís y en el espíritu de Asís!
Hemos visto que la oración libera nuevas energías de paz. Se han dado cambios
de época: las transiciones pacíficas del comunismo en el Este europeo, las pacificaciones en América Central y del Sur y en
Asia. He visto de cerca recuperar la justicia en Sudáfrica, la paz en Mozambique.
Nuevas energías de amor preparan la paz.
Con su oración insistente, la Iglesia no
A la derecha, Chiara Lubich
y Andrea Riccardi,
dos católicos
comprometidos por la paz
«Todo lo que
queráis que
los hombres
hagan
con vosotros,
hacedlo
también
vosotros
con ellos».
Ésta
regla de oro
realiza
porciones
de fraternidad
universal
en las que
reina la paz
acepta que la guerra sea inevitable. Han
aumentado los que trabajan por la paz. En
el siglo pasado muchos de ellos cayeron:
¡por su sangre derramada ha germinado la
paz! Su sangre ha alcanzado la de los misioneros, caídos por la caridad y la justicia.
Los nuevos mártires del siglo XX testimonian la fuerza, humilde y débil, de los
cristianos, más fuerte que el mal. También
gracias a su testimonio no nos resignamos
a la pobreza del mundo y a la guerra, madre de todas las pobrezas. Todavía quedan
muchos conflictos abiertos. La Iglesia ni se
desespera ni se resigna. Recuerda la dimensión interior de la paz. Los que trabajen por la paz serán llamados hijos de Dios,
y los humildes heredarán la tierra.
Al principio del año, los mensajes de
la Jornada mundial por la paz nos sacan
de la resignación a la guerra o de la irresponsabilidad hacia el mal. Donde se proclama y se vive el Evangelio, se aprende a
no desperdiciar el gran don de la paz, como
decía el Beato Papa Juan XXIII. Todas las
Iglesias locales, todas las comunidades
cristianas, todas las familias se convierten
en el santuario de la paz.
La lección histórica de los últimos decenios y de todo el siglo XX nos dice: la
paz es posible, y la guerra es una aventura
sin retorno. En efecto, nosotros católicos,
con todos los cristianos, con todos los creyentes de las grandes religiones, hemos
comprendido mejor que sólo la paz es santa, ¡nunca la guerra! Por eso hoy, frente a
la dureza de estos tiempos, acogemos con
esperanza y entusiasmo la invitación del
Papa a abrir «el corazón y la inteligencia a
los desafíos que nos esperan».
Andrea Riccardi (Iglesia católica)
Alzar juntos la voz por la paz
L
as Iglesias cristianas, las otras religiones, tienen el deber de alzar juntos la
voz para señalar el ultraje que sufren los
principios morales espirituales que todas
las religiones afirman y que todos los creyentes viven en la vida cotidiana. Entre
estos valores espirituales, la paz ocupa un
lugar primordial, porque la manifestación
de la fe se realiza sólo en un clima de paz.
Para los cristianos, la encarnación de Dios
en la persona de Cristo, que es al mismo
tiempo hombre y Dios, es un momento de
paz y de reconciliación universal, marcado por la voz de los ángeles que anuncian
este nacimiento desde lo alto: «Gloria a
Dios en las alturas y paz en la tierra a los
hombres que Él ama» (Lc 2,14).
Con esta esperanza salvífica de la paz
de lo alto, saludamos a la organización de
la Jornada de oración por la paz, una iniciativa de Su Santidad Juan Pablo II, en
este período de agitación y de preocupaciones a nivel mundial, cuando las religiones deben comprender los fenómenos
complejos y participar, con sus formas específicas, en la conservación de la creación de Dios y elevar al hombre a la dignidad que Dios le ha otorgado.
Patriarca S. B. Teoctist
(Iglesia ortodoxa de Rumanía)
leído por S.E. Ioan Selejan,
obispo de Harghita y Covasna)
Asís: Para construir la paz
14
Discurso del Papa Juan Pablo II
No hay paz sin justicia
y sin perdón
A
madísimos hermanos y hermanas:
Hemos venido a Asís en peregrinación de paz. Estamos aquí, como
representantes de las diversas religiones,
para interrogarnos ante Dios sobre nuestro
compromiso en favor de la paz, para pedirle ese don y para testimoniar nuestro
anhelo común de un mundo más justo y
solidario. Queremos dar nuestra contribución para alejar los nubarrones del terrorismo, del odio y de los conflictos armados,
nubarrones que en estos últimos meses se
han cernido particularmente sobre el horizonte de la Humanidad. Por eso queremos
escucharnos los unos a los otros: sentimos que esto ya es un signo de paz, ya es
Las tinieblas
no se disipan
con las armas;
las tinieblas
se alejan
encendiendo
faros de luz
una respuesta a los inquietantes interrogantes que nos preocupan, ya sirve para
disipar las tinieblas de la sospecha y de
la incomprensión. Las tinieblas no se disipan con las armas; las tinieblas se alejan encendiendo faros de luz. Hace algunos
días recordé al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede que el odio sólo
se vence con el amor.
● Nos encontramos en Asís, donde
todo habla de un singular profeta de la
paz, llamado Francisco. No sólo lo aman
los cristianos, sino también muchos otros
creyentes y gente que, aun estando alejada de la religión, se reconoce en sus
ideales de justicia, reconciliación y paz.
Aquí el Poverello de Asís nos invita, ante todo, a elevar un cántico de acción de
gracias a Dios por todos sus dones. Alabamos a Dios por la belleza del cosmos y
de la tierra, jardín maravilloso que confió al hombre para que lo cultivara y conservara (cf. Gn 2, 15). Conviene que los
hombres recuerden que se encuentran en
un huerto del inmenso universo, creado
por Dios para ellos. Es importante que
se den cuenta de que ni ellos ni los asuntos por los que tanto se preocupan son
todo. Sólo Dios es todo, y al final cada
uno deberá presentarse ante Él para rendir cuentas.
Alabamos a Dios, Creador y Señor del
universo, por el don de la vida, y especialmente de la vida humana, que surgió en
el planeta por un misterioso designio de
su bondad. La vida en todas sus formas ha
sido confiada de manera especial a la responsabilidad de los hombres. Con admiración renovada cada día constatamos la
variedad con que se manifiesta la vida humana, desde la complementariedad femenina y masculina, hasta una multiplicidad
de dones característicos, propios de las diversas culturas y tradiciones, que forman
un multiforme y poliédrico cosmos lingüístico, cultural y artístico. Es una multiplicidad llamada a integrarse en la confrontación y en el diálogo para enriquecimiento y alegría de todos.
Dios mismo ha puesto en el corazón
humano un estímulo instintivo a vivir en
paz y armonía. Es un anhelo más íntimo y
tenaz que cualquier instinto de violencia,
un anhelo que hemos venido a reafirmar
aquí juntos, en Asís. Lo hacemos con la
certeza de interpretar el sentimiento más
profundo de todo ser humano. En la historia han existido, y siguen existiendo,
hombres y mujeres que, precisamente en
cuanto creyentes, se han distinguido como testigos de paz. Con su ejemplo, nos
han enseñado que es posible construir entre las personas y entre los pueblos puentes para encontrarse y caminar juntos por
los senderos de la paz. En ellos queremos
inspirarnos con vistas a nuestro compromiso al servicio de la Humanidad. Nos
alientan a esperar que, también en el nuevo milenio recién iniciado, no falten hombres y mujeres de paz, capaces de irradiar
en el mundo la luz del amor y de la esperanza.
Los dos pilares básicos
● ¡La paz! La Humanidad necesita
siempre la paz, pero mucho más ahora,
después de los trágicos acontecimientos
que han menoscabado su confianza y en
presencia de los persistentes focos de desgarradores conflictos que tienen en vilo al
mundo. En el Mensaje para el pasado 1 de
Asís: Para construir la paz
Las ruinas humeantes del 11-S, en Nueva York
enero puse de relieve los dos pilares sobre los que se apoya la paz: el compromiso en favor de la justicia y la disponibilidad
al perdón. Justicia, en primer lugar, porque
sólo puede haber verdadera paz si se respetan la dignidad de las personas y de los
pueblos, los derechos y los deberes de cada uno, y si se da una distribución equitativa de beneficios y obligaciones entre personas y colectividades. No se puede olvidar que situaciones de opresión y marginación están a menudo en la raíz de las
manifestaciones de violencia y terrorismo.
Y también perdón, porque la justicia humana está expuesta a la fragilidad y a los lí-
Conflictos trágicos derivan a menudo
de la asociación injusta de la religión
con intereses nacionalistas, políticos,
económicos o de otro tipo
15
mites de los egoísmos individuales y de
grupo. Sólo el perdón sana las heridas del
corazón y restablece íntegramente las relaciones humanas alteradas.
Escuchemos las palabras, escuchemos
el viento. El viento nos recuerda al Espíritu: El Espíritu sopla donde quiere.
Hacen falta humildad y valentía para
emprender este itinerario. El marco de este encuentro, es decir, el diálogo con Dios,
nos brinda la oportunidad de reafirmar
que en Dios encontramos la unión eminente de la justicia y la misericordia. Él es
sumamente fiel a sí mismo y al hombre,
incluso cuando el ser humano se aleja de
Él. Por eso las religiones están al servicio de la paz. A ellas, y sobre todos a sus
líderes, les corresponde la tarea de difundir entre los hombres de nuestro tiempo
una renovada conciencia de la urgencia
de construir la paz.
● Lo reconocieron los participantes en
la Asamblea interreligiosa que se celebró
en el Vaticano en octubre de 1999, al afirmar que las tradiciones religiosas poseen
los recursos necesarios para superar las
divisiones y fomentar la amistad recíproca y el respeto entre los pueblos. En aquella ocasión, se reconoció también que conflictos trágicos derivan a menudo de la
asociación injusta de la religión con intereses nacionalistas, políticos, económicos o de otro tipo. Reunidos aquí una vez
más, afirmamos que quien utiliza la religión para fomentar la violencia contradice su inspiración más auténtica y profunda. Por tanto, es necesario que las personas y las comunidades religiosas manifiesten el más neto y radical rechazo de
la violencia, de toda violencia, desde la
que pretende disfrazarse de religiosidad,
recurriendo incluso al nombre sacrosanto
de Dios para ofender al hombre. La ofensa al hombre es, en definitiva, ofensa a
Dios. No existe ninguna finalidad religiosa que pueda justificar la práctica de
la violencia del hombre contra el hombre.
● Me dirijo ahora en particular a vosotros, hermanos y hermanas cristianos.
Nuestro Maestro y Señor Jesucristo nos
llama a ser apóstoles de paz. Hizo suya la
regla de oro conocida por la sabiduría antigua: «Todo cuanto queráis que os hagan
los hombres, hacédselo también vosotros
a ellos» (Mt 7, 12; cf. Lc 6, 31), y el mandamiento de Dios a Moisés: «Ama a tu
prójimo como a ti mismo» (cf. Lv 19, 18;
Mt 22, 39 y paralelos), llevándolos a plenitud en el mandamiento nuevo: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 13, 34). Con la muerte en el Gólgota imprimió en su carne los estigmas
del amor de Dios por la Humanidad. Testigo del designio de amor del Padre celestial, se convirtió en «nuestra paz: el que
de los dos pueblos hizo uno, derribando
el muro que los separaba, la enemistad»
(Ef 2, 14).
Con Francisco, el santo que respiró el
aire de estas colinas y recorrió estas aldeas, fijamos nuestra mirada en el misterio
de la cruz, árbol de salvación regado por la
sangre redentora de Cristo. El misterio de
la cruz marcó la existencia del Poverello,
de santa Clara y de muchos otros santos y
mártires cristianos. Su secreto fue precisamente este signo victorioso del amor sobre el odio, del perdón sobre la venganza,
del bien sobre el mal. Estamos invitados
Asís: Para construir la paz
16
Miles de personas aclamaron a Juan Pablo II y a sus acompañantes desde Roma, en tren, a Asís. Eran como «el corazón de una multitud innumerable que invoca la paz»
a seguir sus huellas, para que la paz de
Cristo se convierta en anhelo incesante de
la vida del mundo.
● Si la paz es don de Dios y tiene su
manantial en Él, sólo es posible buscarla y
construirla con una relación íntima y profunda con Él. Por tanto, edificar la paz en
el orden, la justicia y la libertad requiere el
compromiso prioritario de la oración, que
es apertura, escucha, diálogo y, en definitiva, unión con Dios, fuente originaria de la
verdadera paz. Orar no significa evadirse de la Historia y de los problemas que
plantea. Al contrario, significa optar por
afrontar la realidad no solos, sino con la
fuerza que viene de lo Alto, la fuerza de la
verdad y del amor, cuyo último manantial
está en Dios. El hombre religioso, ante las
insidias del mal, sabe que puede contar
con Dios, voluntad absoluta de bien; sabe
que puede invocarlo para obtener la valentía que le permita afrontar las dificultades, incluso las más duras, con responsabilidad personal, sin caer en fatalismos o
en reacciones impulsivas.
Hermanos y hermanas que habéis acudido aquí de diversas partes del mundo,
dentro de poco nos dirigiremos a los lugares previstos a fin de implorar de Dios el
don de la paz para toda la Humanidad. Pidámosle que nos conceda reconocer el camino de la paz y de las correctas relaciones
con Dios y entre nosotros. Pidámosle que
abra los corazones a la verdad sobre Él y
sobre el hombre. El objetivo es único y la
Orar
no significa
evadirse
de la Historia
y de
los problemas
que plantea.
Al contrario,
significa optar
por afrontar
la realidad
no solos, sino
con la fuerza
que viene
de lo Alto
intención es la misma, pero oraremos según formas diversas, respetando las demás tradiciones religiosas. En el fondo,
también esto entraña un mensaje: queremos mostrar al mundo que el impulso sincero de la oración no lleva a la contraposición y menos aún al desprecio del otro,
sino más bien a un diálogo constructivo,
en el que cada uno, sin condescender de
ningún modo con el relativismo ni con el
sincretismo, toma mayor conciencia del
deber del testimonio y del anuncio. Ha llegado el momento de superar decididamente las tentaciones de hostilidad que
han existido incluso en la historia religiosa de la Humanidad. En realidad, cuando se
inspiran en la religión, expresan un rostro
profundamente inmaduro de la misma. En
efecto, el auténtico sentimiento religioso
lleva a percibir de algún modo el misterio
de Dios, fuente de la bondad, y esto constituye una fuente de respeto y armonía entre los pueblos: más aún, en él se encuentra el principal antídoto contra la violencia
y los conflictos (cf. Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2002, n. 14).
Y hoy Asís, como el 27 de octubre de
1986, se convierte nuevamente en el «corazón» de una multitud innumerable que
invoca la paz. A nosotros se unen muchas
personas, que, desde ayer y hasta esta tarde, oran por la paz en los lugares de culto,
en las casas, en las comunidades y en el
mundo entero. Son ancianos, niños, adultos y jóvenes: un pueblo que no se cansa de
creer en la fuerza de la oración para obtener la paz. Que la paz reine especialmente
en el corazón de las nuevas generaciones.
Jóvenes del tercer milenio, jóvenes cristianos, jóvenes de todas las religiones, os
pido que seáis, como Francisco de Asís,
centinelas dóciles y valientes de la paz verdadera, fundada en la justicia y en el perdón, en la verdad y en la misericordia.
Avanzad hacia el futuro enarbolando la
antorcha de la paz. ¡El mundo necesita su
luz!
Ha hablado el hombre. Han hablado diversos hombres aquí presentes. Ha hablado también el viento, un viento fuerte. Dice la Escritura: «El Espíritu sopla donde
quiere». Que este Espíritu Santo hable hoy
al corazón de todos los que nos encontramos aquí. Lo simboliza el viento que
acompaña a las palabras humanas que hemos escuchado todos. Gracias.
Invitación a la oración
S
i el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles».
He aquí ahora el tiempo favorable de
la oración, que está en el centro del compromiso por la edificación de la paz, en el
orden, la justicia y la libertad.
¡Vayamos!
En los diversos lugares y expresiones
rituales, testimoniemos a la familia humana las firmes razones de nuestra esperanza.
17
Asís: Para construir la paz
Compromiso y despedida
El Decálogo para la Paz
Tarde del 24 de enero de 2002:
Señor Chang-Gyou Choi
(confucionista):
Monición
introductoria
● Nos comprometemos a estar de parte de los que sufren en la miseria y el
abandono, haciéndonos portavoces de los
que no tienen voz y trabajando activamente para superar esas situaciones, con
la convicción de que nadie puede ser feliz solo.
D
e las espadas forjarán arados, de las
lanzas, podaderas» (Is 2, 4).
A la llegada de nuestra peregrinación
a Asís todas las campanas de la ciudad
han repicado como expresión de gozosa
esperanza. La esperanza de la paz se ha
renovado en la escucha de los testimonios y en la oración de los diversos grupos. La paz ha de ser confirmada con el
compromiso común que cada uno de nosotros asume ante el Dios vivo, ante los
hermanos y hermanas de la propia religión y de las demás, y ante el mundo entero. La paz ha de mirar al futuro de la
Humanidad y de la creación con renovada valentía.
¡Que la paz sea bendición para todos!
Cardenal Francis Arinze
Presidente del Consejo Pontificio
para el Diálogo interreligioso
Decálogo
Patriarca ecuménico Bartolomé I,
de Constantinopla:
R
eunidos aquí, en Asís, hemos reflexionado juntos en la paz, don de Dios
y bien común de toda la Humanidad. Aun
perteneciendo a tradiciones religiosas diferentes, afirmamos que para construir la
paz es necesario amar al prójimo, respetando la regla de oro: Haz a los demás lo
que quisieras que te hicieran a ti. Con
esta convicción, trabajaremos incansablemente en la gran obra de la paz. Por
esto:
Reverendo Konrad Raiser
(Consejo Ecuménico de las Iglesias):
● Nos comprometemos a proclamar
nuestra firme convicción de que la violencia y el terrorismo se oponen al auténtico espíritu religioso, y, condenando cualquier recurso a la violencia y a la guerra
en nombre de Dios o de la religión, nos
comprometemos a hacer todo lo posible
para erradicar las causas del terrorismo.
Bhai Sahibji Mohinder Singh (sij):
● Nos comprometemos a enseñar a las
personas a respetarse y estimarse recíprocamente, para hacer posible una convivencia pacífica y solidaria entre los miembros de etnias, culturas y religiones diversas.
Hojjatoleslam Ghomi (musulmán):
● Nos comprometemos a hacer nuestro el grito de los que no se resignan a la
violencia y al mal, y queremos contribuir
con todas nuestras fuerzas a dar a la Humanidad de nuestro tiempo una esperanza
real de justicia y paz.
Reverendo Nichiko Niwano (budista):
● Nos comprometemos a apoyar cualquier iniciativa que promueva la amistad
entre los pueblos, convencidos de que el
progreso tecnológico, si falta un entendimiento solidario entre los pueblos, expone
al mundo a peligros crecientes de destrucción y muerte.
Mujeres afganas con burka, en el zoco
Metropolita Pitirim
(del Patriarcado ortodoxo de Moscú):
Rabino Samuel-René Sirat (judaísmo):
● Nos comprometemos a pedir a los
responsables de las naciones que hagan
todos los esfuerzos posibles para que, a
escala nacional e internacional, se edifique y consolide, sobre la base de la justicia,
un mundo de solidaridad y paz.
● Nos comprometemos a promover la
cultura del diálogo, para que aumenten la
comprensión y la confianza mutua entre
las personas y los pueblos, puesto que éstas son las premisas de la auténtica paz.
Metropolita Jovan
(del Patriarcado ortodoxo de Serbia):
● Nos comprometemos a defender el
derecho de toda persona humana a vivir
una existencia digna según su identidad
cultural y a formar libremente una familia.
Jeque Abdel Salam Abushukhadaem
(musulmán):
● Nos comprometemos a dialogar, con
sinceridad y paciencia, sin considerar lo
que nos diferencia como un muro infranqueable, sino, por el contrario, reconociendo que la confrontación con las diversidades ajenas puede convertirse en ocasión para una mayor comprensión recíproca.
Obispo Vasilios
(de la Iglesia ortodoxa de Chipre):
● Nos comprometemos a perdonarnos
mutuamente los errores y prejuicios del
pasado y del presente, y a apoyarnos en el
esfuerzo común por vencer el egoísmo y el
atropello, el odio y la violencia, y por
aprender del pasado que la paz sin justicia no es auténtica paz.
Doctor Mesach Krisetya
(Conferencia Menonita Mundial):
¡Nunca
más violencia!
¡Nunca
más guerra!
¡Nunca
más terrorismo!
N
osotros, pertenecientes a tradiciones religiosas diversas, no nos cansaremos nunca de proclamar que la paz y
la justicia son inseparables, y que la paz
en la justicia es el único camino por el
que la Humanidad puede avanzar hacia
un futuro de esperanza. Estamos convencidos de que en un mundo con fronteras cada vez más accesibles, distancias
cada vez más cortas y relaciones cada
vez más fáciles, gracias a una densa red
de comunicaciones, la seguridad, la libertad y la paz no podrán ser garantizadas
por la fuerza, sino por la confianza recíproca.
Que Dios bendiga nuestros propósitos y
dé al mundo la justicia y la paz.
Juan Pablo II:
N
unca más violencia!
¡Nunca más guerra!
¡Nunca más terrorismo!
En nombre de Dios, toda religión difunda en la tierra justicia y paz, perdón y
vida, amor.
Asís: Para construir la paz
18
Cántico
de las criaturas
O
mnipotente, altísimo, bondadoso Señor,
tuyas son la alabanza, la gloria y el honor,
tan sólo tú eres digno de toda bendición,
y nunca es digno el hombre de hacer de ti mención.
Loado seas por toda criatura, mi Señor,
y en especial loado por el hermano sol,
que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendor,
y lleva por los cielos noticia de su autor.
Y por la hermana luna, de blanca luz menor,
y las estrellas claras, que tu poder creó,
tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son,
y brillan en los cielos: ¡loado, mi Señor!
Y por la hermana agua, preciosa en su candor,
que es útil, casta, humilde: ¡loado, mi Señor!
Por el hermano fuego, que alumbra al irse el sol,
y es fuerte, hermoso, alegre: ¡loado, mi Señor!
Y por la hermana tierra, que es toda bendición,
la hermana madre tierra, que da en toda ocasión
las hierbas y los frutos y flores de color,
y nos sustenta y rige: ¡loado, mi Señor!
Y por los que perdonan y aguantan por tu amor
los males corporales y la tribulación:
¡felices los que sufren en paz con el dolor
porque les llega el tiempo de la consolación!
Y por la hermana muerte: ¡loado, mi Señor!
Ningún viviente escapa de su persecución;
¡ay, si en pecado grave sorprende al pecador!
¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!
¡No probarán la muerte de la condenación!
Servidle con ternura y humilde corazón.
Agradeced sus dones, cantad su creación.
Las criaturas todas, load a mi Señor.
Amén.
Arriba, un kamikaze palestino preparado para quitarse la vida
en un atentado terrorista;
abajo, el Poverello de Asís con el hermano Lobo
Signo de paz
G
loria, honor y paz para quien obra el bien».
Seamos instrumentos de la paz que viene de lo
alto. Recordemos que no hay paz sin justicia, no
hay justicia sin perdón. Sellemos con un gesto de
paz entre nosotros el compromiso por la paz proclamado con distintas voces. Llevemos paz a los
cercanos y a los lejanos, a las criaturas y a la creación.
Cardenal Walter Kasper
Presidente del Consejo Pontificio para promoción
de la unidad de los cristianos
El adiós del Papa
U
na vez más. Asís ha vuelto a ser oriente de renovada esperanza. Demos gracias al Señor, el
divino Constructor de la casa de la paz.
Gracias a todos vosotros, que habéis vivido este
acontecimiento con el testimonio, con la oración y
con el compromiso común al servicio de la construcción de la paz.
Gracias a todos los que lo han hecho posible.
Gracias a los hombres y a las mujeres de buena voluntad, que en todas partes de la tierra están unidos
espiritualmente a nosotros en esta obra.
Dios, fuente de todo bien, conceda su bendición
y su paz a los constructores de la paz. En su nombre
vayamos, tejamos la paz con el hilo de oro de la justicia, de la libertad y del perdón.
Juan Pablo II
19
Asís: Para construir la paz
Carta del Papa a los Jefes de Estado y de Gobierno
La Humanidad
tiene que escoger
entre el amor y el odio
H
ace exactamente un mes tenía lugar en Asís la Jornada de oración
por la paz en el mundo. Hoy mi
pensamiento se dirige espontáneamente
hacia los responsables de la vida social y
política de los países que estaban representados por los jefes religiosos de numerosas naciones.
Las intervenciones inspiradas de esos
hombres y mujeres, representantes de las
diferentes confesiones religiosas, así como
su deseo sincero de trabajar a favor de la
concordia, de la búsqueda común del auténtico progreso y de la paz en el seno de
toda la familia humana, encontraron su
expresión elevada y concreta a la vez en el
Decálogo proclamado al concluir esa jornada excepcional (veáse p.17)
Tengo el honor de enviar el texto de
este compromiso común a Su Excelencia,
convencido de que estas diez proposiciones podrán inspirar la acción política y
social de su Gobierno. Pude constatar que
los participantes en el encuentro de Asís
estaban más animados que nunca por una
convicción común: la Humanidad tiene
que escoger entre el amor y el odio. Y al
sentirse todos miembros de una misma familia humana, supieron traducir esta aspiración a través de este Decálogo, persuadidos de que el odio destruye, por el
contrario el amor construye.
Deseo que el espíritu y el compromiso
de Asís lleven a todos los hombres de buena voluntad a la búsqueda de la verdad, de
la justicia, de la libertad, del amor, para
que toda persona humana pueda gozar de
sus derechos inalienables, y cada pueblo
de la paz. Por su parte, la Iglesia católica,
que pone su confianza y esperanza en el
Dios del amor y de la paz (2 Corintios 13,
11), seguirá comprometiéndose para que
el diálogo leal, el perdón recíproco y la
concordia mutua tracen la ruta de los hombres en este tercer milenio.
Agradeciendo a Su Excelencia el interés que presta a mi mensaje, aprovecho la
ocasión que se me ofrece para asegurarle
mi profunda estima.
Vaticano, 24 de febrero de 2002
Musulmanes rezando en una mezquita
Saludo del Papa al inicio del ágape fraterno: Vaticano, 25 de enero de 2002
Unidos por la causa de la paz
Éste es el texto del saludo del Papa Juan Pablo II a los miembros de las Delegaciones participantes en
la Jornada de oración en Asís, durante el ágape fraterno en el Palacio Apostólico Vaticano
D
istinguidos huéspedes, queridos amigos:
Lo que aconteció ayer en Asís permanecerá durante mucho tiempo en nuestro corazón, y esperamos que
tenga un eco profundo entre los pueblos del mundo. Deseo daros las gracias a cada uno por la generosidad con que habéis aceptado mi invitación. Reconozco que vuestra venida aquí ha significado un gran esfuerzo.
Os agradezco, sobre todo, vuestra voluntad de trabajar por la paz, así como vuestra valentía de declarar ante el
mundo que la violencia y la religión jamás pueden ir juntas.
Desde las colinas de Umbría hemos venido a las colinas de Roma, y con gran alegría os doy la bienvenida a mi
casa. La puerta de esta casa está abierta a todos, y vosotros venís a esta mesa no como extraños, sino como amigos.
Ayer nos reunimos a la sombra de san Francisco. Aquí nos hemos reunido a la sombra de Pedro, el pescador. Asís
y Roma, Francisco y Pedro: los lugares y los hombres son muy diferentes. Pero ambos fueron heraldos del mensaje
de paz anunciado por los ángeles en Belén: Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que Dios
ama.
Con todas nuestras diferencias, estamos sentados a esta mesa, unidos en nuestro compromiso en favor de la
causa de la paz. Este compromiso, nacido de un sincero sentimiento religioso, es seguramente lo que Dios espera
de nosotros. Es lo que el mundo busca en las personas religiosas. Este compromiso es la esperanza que hemos de
ofrecer en este tiempo especial. Que Dios nos conceda a todos ser humildes y eficaces instrumentos de su paz.
Que nos bendiga a nosotros y este alimento, que nos viene de la próvida bondad de la tierra que él creó.
Amén.
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