Del libro No Siempre Será Así: El camino de la transformación personal por Shunryu Suzuki Oniro, 2003 ISBN: 84-9754-050-6 La observancia de los preceptos Cuando observamos los preceptos sin intentar observarlos, estamos observando realmente los preceptos. Cuando adoptamos la postura completa del loto cruzamos la pierna derecha sobre la izquierda y la izquierda sobre la derecha. La pierna derecha simboliza la actividad y la izquierda, lo opuesto, la mente en calma. La izquierda también simboliza la sabiduría y la derecha, la práctica, pero cuando cruzamos las piernas, no sabemos cuál es cuál. Aunque tengamos dos piernas, simbólicamente son una unidad. La postura vertical que mantenemos, sin inclinarnos hacia la derecha ni hacia la izquierda, hacia atrás o hacia delante, es la expresión de la perfecta comprensión de las enseñanzas más allá de la dualidad. Al desarrollar este aspecto, aparecen, como es natural, los preceptos y el estudio de cómo observados. Esta postura de zazén no es solamente una especie de aprendizaje, sino que en realidad constituye el verdadero modo de transmitimos las enseñanzas del Buda. Como las palabras en sí mismas no bastan para actualizar sus enseñanzas, se transmiten también a través de la actividad o de la relación humana. Además de los preceptos tenemos la relación que existe entre el maestro y el discípulo. Éste debe elegir al maestro y el maestro entonces lo aceptará, aunque en algunas ocasiones el maestro puede recomendar a otro maestro. No debe haber ningún conflicto entre los maestros, así, si uno de ellos cree que otro está más cualificado, podrá recomendárselo a quien desee ser discípulo suyo. Una vez les conviertan en discípulos, dedícanse a estudiar la vía. Al principio tal vez deseen practicar con un maestro, no porque quieran estudiar budismo, sino por alguna otra razón. Pero no importa. Si les dedican por completo a su maestro, llegarán a comprender la vía. Serán el discípulo de su maestro y podrán transmitir nuestra vía. Esta relación entre maestro y discípulo es muy importante y, al mismo tiempo, resulta difícil tanto para el maestro como para el discípulo ser un maestro y un discípulo en el verdadero sentido de la palabra, de modo que ambos han de esforzarse al máximo en ello. El maestro y el discípulo practican diversos rituales juntos. Los rituales no sólo sirven como aprendizaje, sino que a través de ellos comunicamos y transmitimos las enseñanzas en su verdadero sentido. Hacemos hincapié en la ausencia de ego. Cuando practicamos juntos, olvidamos nuestra propia práctica. Constituye la práctica de cada individuo y, al mismo tiempo, la práctica de todos los demás. Por ejemplo, mientras cantamos decimos: «Recita el sutra con los oídos». Entonces nuestros oídos escuchan a los demás mientras que con la boca hacemos nuestra propia práctica. En este caso hay una completa ausencia de ego en el verdadero sentido de la palabra. La ausencia de ego no significa renunciar a nuestra práctica individual. La auténtica ausencia de ego ha olvidado la ausencia de ego. Mientras crean: «Mi práctica ha abandonado el ego» significa que les siguen aferrando al ego, porque les están aferrando a una práctica centrada en abandonar el ego. Al hacer su propia práctica con los demás, es cuando abandonan realmente el ego. Esta ausencia de ego no es sólo una ausencia de ego, sino que también inc1uye una práctica del ego, pero, al mismo tiempo, constituye la práctica de la ausencia de ego más allá del ego o del sin-ego. ¿Lo comprenden? La observancia de los preceptos también se basa en lo mismo. Si intentan observar los preceptos, no los estarán observando de veras. En cambio, cuando uno observa los preceptos sin intentar observarlos, eso es realmente observar los preceptos. Nuestra naturaleza más íntima puede ayudamos en ello. Cuando comprendemos los preceptos como una expresión de nuestra naturaleza más íntima, eso es la vía tal como es. Entonces no existe ningún precepto. Cuando expresamos nuestra naturaleza más íntima, los preceptos no son necesarios, de modo que no estamos observando ningún precepto. Como por otro lado tenemos la naturaleza opuesta, deseamos observar los preceptos. Sentimos que la necesidad de observarIos nos ayudará, y entender los preceptos en este sentido negativo o prohibitivo, también constituye la plenitud de nuestra verdadera naturaleza. Podemos elegir dos formas de observar los preceptos: una negativa y otra positiva. Además, cuando nos sintamos incapaces de observarIos todos, podemos elegir aquellos con los que nos parezca que podemos trabajar. Los preceptos no son unas reglas establecidas por alguien. Como nuestra vida es la expresión de nuestra verdadera naturaleza, si hubiera algo incorrecto en esta expresión, el Buda diría entonces que ése no es el camino. Y en tal caso dispondrían de los preceptos. El acontecimiento o hecho es lo que viene primero, no las reglas. La naturaleza de los preceptos es que tenemos la oportunidad de elegirlos. Si siguen un camino, tendrán estos preceptos, y si siguen otro, tendrán otros preceptos. Depende de ustedes seguir este camino o aquél. Pero, en ambos, tendrán algunos preceptos. Al principio deben depender de su maestro. Es la mejor forma de seguir la vía, y empiecen siguiendo los preceptos prohibitivos. Y cuando les familiaricen con la vía, observan entonces los preceptos de un modo más positivo. La manera como un maestro señala el error de un estudiante es muy importante. Si un maestro cree que un estudiante ha cometido un error, no es un verdadero maestro. Puede que sea un error, pero por otro lado es, a la vez, una expresión de la verdadera naturaleza del estudiante. Cuando los maestros lo comprendemos, respetamos la verdadera naturaleza de nuestros estudiantes y somos muy cuidadosos al señalarles sus errores. En las escrituras se describen cinco puntos sobre cómo ser cuidadosos en las relaciones maestro-discípulo. El primero indica que el maestro debe elegir la ocasión y evitar señalar el error del estudiante en presencia de muchas personas. Si es posible, el maestro señala el error personalmente en el momento y lugar oportunos. El segundo recuerda al maestro que debe ser veraz, lo cual significa que no señala el error de su discípulo sólo porque crea que es un error. Cuando comprende por qué el discípulo lo ha hecho, entonces puede ser veraz. El tercero indica que el maestro debe ser afectuoso, estar sereno y hablar en voz baja en lugar de gritar. Esto es algo tan delicado como la veracidad, pero en este caso las escrituras hacen hincapié en la importancia de adoptar una actitud serena y afectuosa al hablar del error de alguien. El cuarto recuerda que el maestro debe aconsejar al discípulo o señalarle su error solamente para ayudarlo y no para desahogarse. En este caso el maestro debe ser muy cuidadoso y advertir cuándo el estudiante busca alguna excusa por lo que ha hecho o cuándo no se lo toma demasiado en serio. El maestro debe ignorar al estudiante hasta que éste se tome en serio el consejo o la observación. Aunque los maestros aconsejemos a los estudiantes sólo para ayudarlas, no significa que siempre tengamos que ser suaves con ellos. Algunas veces hemos de ser muy duros; de lo contrario, no podríamos ayudarlas realmente. El quinto punto advierte que el maestro debe señalarle el error al estudiante con compasión, lo cual significa que no es sólo un maestro, sino además un amigo. Le indica cuál es el problema o le da cualquier consejo al igual que lo haría un amigo. No es fácil, por tanto, ser un maestro ni un estudiante y no podemos depender de nada, ni siquiera de los preceptos. Hemos de esforzamos al máximo para ayudamos el uno al otro. Y no observamos los preceptos sólo por su condición de preceptos ni practicamos los rituales sólo para perfeccionarlos, sino que en realidad estamos estudiando cómo expresar nuestra verdadera naturaleza. Muchas gracias.