Capítulo 2 de Ciencia Soluble en Café, Juana Gervasoni y Hugo Corso (Eds.), Tinta Libre Ediciones (Córdoba, Argentina), 2015, ISBN 978-987-708-144-2. Grandes bolas de fuego Guillermo Abramson División Física Estadística e Interdisciplinaria Centro Atómico Bariloche, CONICET e Instituto Balseiro guillermoabramson.blogspot.com g.abramson@gmail.com Ya sea en Santa Fe o en Siberia, cuando un bólido extraterrestre explota en la atmósfera puede ocasionar desde un gran susto hasta miles de heridos y destrozos. ¿Qué son estos bólidos? ¿Por qué explotan? ¿De dónde vienen? ¿Puede volver a ocurrir? Revisamos el caso del meteoro de Chelyabinsk de 2013 y cómo se pudo reconstruir su origen entre los asteroides. ¿Se podría hacer algo en caso de detectar a tiempo uno que venga hacia nosotros? ¿Podríamos destruirlo o desviarlo? Repasaremos todas estas cuestiones sobre los objetos cercanos a la Tierra, y cómo encontrarlos antes de que ellos nos encuentren a nosotros. Es el 15 de febrero de 2013, a las 9:20 de la mañana, un amanecer helado y precioso en la ciudad de Chelyabinsk, en Siberia. Los chicos ya están en la escuela, la gente en sus trabajos o en sus autos dirigiéndose a sus tareas diarias. De pronto, como tomado de una película de catástrofes, aparece una bola de fuego en el cielo. En completo silencio traza una estela oblicua de nubes incandescentes. El brillo aumenta muchísimo, la bola de fuego se hace más brillante que el Sol. Los que están mirando tienen que apartar la vista. Cuando vuelven a mirar, la bola de fuego se parece a la pesadilla del inconsciente colectivo moderno: la nube con forma de hongo de una explosión atómica, enfriándose lentamente. La estela explota de nuevo, y finalmente se extingue, aparentemente sin tocar el suelo. ¿Qué fue lo que pasó? En los videos que capturaron el evento de manera casual se escuchan los comentarios de la gente: un asteroide, un meteorito, un ataque de los chinos (China queda en la dirección de donde vieron venir la bola de fuego). La proverbial “nave madre” de los alienígenas que vienen a invadirnos. Nadie está seguro. Todo fue rapidísimo, y en completo silencio. La bola de fuego dejó en el cielo una estela preciosa, densa y enorme, enfriándose de a poco y moviéndose como en cámara lenta, con nubes gigantescas que se abrían como coliflores, y que parecía un reguero de explosiones nucleares una atrás de otra. La gente salió a la calle y a las ventanas para verla, fotografiarla y filmarla. Todos preguntándose qué era. Figura 1. El bólido de Chelyabinsk, antes del amanecer del 15 de febrero de 2013, visto desde Kamensk-Uralsky, 130 km al norte de Chelyabinsk. La bola de fuego alcanzó magnitud -28, tres veces más brillante que el Sol. (Crédito: Aleksandr Ivanov) Y de golpe, varios minutos después, una tremenda explosión. Un enorme estruendo inicial que destroza ventanas y techos y dispara las alarmas de todos los autos estacionados de la ciudad. Además de las cámaras instaladas en los autos1, ahora hay gente que está filmando con cámaras de mano. Se ve a la gente asustada, gritando, corriendo. Una vez pasado el estruendo inicial se escuchan repiqueteos, como de artillería en la distancia. Nadie entiende nada. La explosión causó muchos daños, más extensos que graves. Hubo más de 1500 heridos, casi todos ellos por cortes debido a las ventanas rotas, que implosionaron dentro de los edificios y regaron las veredas. La estructura más grande que resultó dañada fue una fábrica de zinc, cuyo techo colapsó por completo. ¿Qué fue lo que pasó? Algunos de los testigos se dieron cuenta de inmediato. Lo que habían presenciado era un evento rarísimo: la caída de un asteroide de tamaño apreciable2. Un asteroide, un cuerpo extraterrestre, un pequeño planetita que seguía su propia órbita alrededor del Sol, había chocado con la Tierra 1 En Rusia casi todos los autos tienen videocámaras de seguridad por razones de seguros. Existen nombres técnicos para las distintas fases de estos objetos: meteoroide es la roca antes de entrar en la atmósfera, mientras viaja en su propia órbita, meteoro mientras viaja por el aire (bólido si es muy brillante), meteorito es la roca una vez caída a tierra. El uso de estos nombres, o de otros más informales, no tiene mayor relevancia mientras se entienda de qué estamos hablando. 2 explotando en el aire sobre Chelyabinsk. Tal vez el muy anunciado paso de otro asteroide (totalmente inofensivo) para ese mismo día hizo más rápida la identificación pública de lo que había pasado. A pesar de los 15 grados bajo cero, los rusos (especialmente los chicos, con las clases suspendidas) se lanzaron a los campos a buscar meteoritos. El suelo cubierto de nieve y el clima perfecto era una situación ideal. En un lago cercano cubierto de hielo apareció un gran agujero redondo, de donde se recuperó un meteorito de 500 kilogramos recién en octubre. En total se ha encontrado alrededor de una tonelada de meteoritos, que resultaron ser del tipo más común, una roca llamada condrita ordinaria. Hasta el 15 de febrero de 2013, los daños personales por caída de meteoritos a lo largo de la Historia humana se contaban con los dedos de una mano. El evento de Chelyabinsk alcanzó los niveles de un desastre natural. ¿Qué podemos esperar? ¿Cada cuánto puede ocurrir? ¿Qué tan grave puede ser? ¿Podemos predecirlo? ¿Podríamos prevenirlo? Para empezar tenemos que entender lo que pasó. El objeto resultó completamente destruido en la explosión. ¿Qué podemos saber de él a partir de lo que quedó registrado? El estruendo de la explosión fue registrado por un sistema internacional establecido como parte de los tratados que prohíben las pruebas de bombas nucleares en la atmósfera (la Comprehensive Nuclear-Test-Ban Treaty Organization, CTBTO). Es esencialmente una red de micrófonos de infrasonido (sonido de frecuencia súper baja, súper grave, inaudible para los seres humanos). Este sistema detectó la explosión de Chelyabinsk en todo el mundo. Inclusive, el ruido dio varias vueltas a la Tierra y hasta 3 días después siguió detectándose en las estaciones de la CTBTO. La medición del infrasonido permitió rápidamente calcular la energía de la explosión, que fue de 500 kilotones. El kilotón, que es la energía explosiva de mil toneladas de TNT, es la unidad de energía usada habitualmente para estas grandes explosiones. Quinientos kilotones equivalen a 30 bombas atómicas como la de Hiroshima. Vale la pena aclarar que, cuando se trata de explosiones tan grandes, siempre se hace la comparación con explosiones nucleares. Sin embargo la explosión de un asteroide no es una explosión nuclear: no hay rayos gamma, ni neutrones, ni lluvia de cenizas radiactivas. Es una explosión, y punto; cuando pasó, pasó. Conocida la energía de la explosión se puede estimar la energía cinética total del objeto, es decir la energía de su movimiento, que depende de su masa y de su velocidad. Y habiendo observado su velocidad al momento de ingresar a la atmósfera se puede calcular su masa. Finalmente, conociendo la composición y la densidad de los meteoritos recuperados se puede obtener el tamaño del objeto. El resultado es impresionante: la roca que explotó sobre la cabeza de los habitantes de Chelyabinsk pesaba 11 mil toneladas, aproximadamente lo mismo que la Torre Eiffel. Si hubiera sido esférica habría sido una enorme roca de 18 metros de diámetro. La gran explosión Bueno, pero si es una roca, no es un explosivo, ¿por qué explota un meteoro? La razón es que viajan a muy gran velocidad. La velocidad del meteoro de Chelyabinsk al momento de explotar era de 18,6 km/s. Para ponerlo en unidades más familiares: ¡son 67 mil kilómetros por hora! Al penetrar en la atmósfera, las moléculas del aire chocan contra el frente del asteroide y rebotan a enorme velocidad. Es como tirar una pelota de tenis contra el parabrisas de un camión muy rápido: la pelota rebota rapidísimo (el doble de la velocidad del camión, según saben calcular los estudiantes de Física I). En cada uno de estos choques cada molécula le roba al asteroide un poquito de impulso, y la roca se va frenando. ¿Cuál es la diferencia entre esta resistencia que siente el asteroide cuando se encuentra con el aire y la que sentimos en el cuerpo cuando andamos en bicicleta? La diferencia es precisamente la inmensa velocidad del asteroide. Cuando avanzamos en bicicleta el aire puede desplazarse y rodearnos a nuestro paso. En el caso del bólido el aire no tiene tiempo de correrse “de costado”. Así que la roca es esencialmente como un enorme pistón comprimiendo el aire delante suyo. El aire se comprime muchísimo y muy rápido. Se comprime, y se comprime, y se comprime. Cuando el aire se comprime se calienta, como cuando usamos un inflador de bicicleta. Y cuando se comprime mucho, se calienta mucho3. La gran velocidad a la que ocurre todo esto hace que el calor tampoco tenga tiempo de irse a ningún lado, y se acumula en el aire. Es una compresión adiabática. La enorme temperatura que se alcanza (miles de grados, comparable a la temperatura de la superficie del Sol) hace brillar el aire (el aire es lo que se ve brillando, no la roca) y calcina la superficie de la roca. Pero no hay tiempo de transmitir el calor al interior, ya que todo termina demasiado rápido. Por otro lado, cuando uno comprime bruscamente el aire (como en un aplauso) la presión se aleja en forma de sonido en todas direcciones. Pero en el caso del meteoro, la roca se está moviendo ¡mucho! más rápido que el sonido, así que la presión no tiene tiempo de alejarse hacia adelante, y se acumula tanto en el aire como en la superficie de la roca, formando lo que se llama una onda de choque. Y finalmente la rompe. Lo cual expone más superficie de roca a la onda de choque, ésta se vuelve a fracturar, y así sucesivamente: una explosión. Eso es lo que se ve en la trayectoria del bólido: una sucesión de fracturas y explosiones en medio de vapores supercalientes. El meteoro de Chelyabinsk explotó y se desintegró a más de 20 kilómetros de altura. Por eso el estruendo de la explosión tardó más de un minuto en llegar a la superficie, aun en los lugares que estaban justo debajo de la trayectoria. En contra de la creencia popular, cuando la explosión termina, el frenado acaba y el calor se disipa en el aire, los fragmentos sobrevivientes caen como piedras arrojadas desde la terraza de un rascacielos, con velocidades de cientos de kilómetros por hora, y no a velocidades astronómicas. ¡Apenas tibios! Sólo si el meteoro es suficientemente grande, más grande que el de Chelyabinsk (por ejemplo si mide cientos de metros) o si es metálico en lugar de rocoso (más resistente a la fractura), el aire no alcanza a frenarlo y romperlo lo suficiente. En tal caso la roca entera, o casi entera, golpea contra el suelo con una velocidad significativamente más grande. Sólo en esos casos se puede formar un cráter y una gran explosión a nivel del suelo. 3 A temperatura ambiente, la velocidad media de una molécula de aire es de unos 500 m/s, mucho menor que la que adquiere tras la colisión con el meteoro. Así que cada molécula gana energía con los choques, y por eso el aire se calienta. Todo el fenómeno físico que acabamos de describir es muy complejo de analizar en detalle, y apenas en los últimos años se ha podido hacer gracias al volumen de cálculo matemático que permiten las supercomputadoras. Mark Boslough, uno de los expertos en este tipo de cálculo, analizó la caída y descubrió que la ciudad de Chelyabinsk se salvó por poco, ya que el mismo asteroide pero con un ángulo de entrada más grande habría producido un daño mucho mayor a nivel del suelo, por efecto de la onda de choque, aun cuando la roca se hubiese desintegrado a kilómetros de altura. Tras el rastro del asteroide En algunos videos de cámaras de seguridad podemos ver la trayectoria de las sombras en el suelo a medida que se mueve la bola de fuego en el cielo (véase la Figura 2). Esas sombras apuntan hacia la trayectoria, así que las podríamos usar para reconstruir el recorrido tridimensional del asteroide. Si uno pudiera medir con razonable precisión los objetos que se ven en la imagen, la matemática que se necesita es la geometría elemental que aprendemos en la escuela secundaria. La idea se le ocurrió inmediatamente a Stefan Geens, autor de un blog sobre la influencia social de la información geográfica de herramientas tipo Google Earth y el sistema GPS. Los videos pueden ubicarse con Figura 2. Las sombras de los postes de alumbrado público en esta plaza funcionan como un reloj, apuntando a cada instante hacia la trayectoria de la bola de fuego en el cielo. (Crédito: G. Abramson) precisión en la superficie terrestre gracias a Google Earth. Usando un primer punto de vista se puede calcular la ecuación matemática de un plano en el cual debe estar contenida la trayectoria. Luego, usando un segundo punto de vista se obtiene otro plano, y donde ambos se cortan (dos planos se cortan en una recta) tiene que estar la trayectoria. ¡Facilísimo! Geens lo comentó y mostró su cálculo preliminar en su blog. Inmediatamente un par de astrónomos colombianos, Jorge Zuluaga e Ignacio Ferrín, se contactaron con él, produjeron un método más refinado y a partir de la trayectoria atmosférica calcularon la órbita del asteroide alrededor del Sol. Fue un caso espontáneo de colaboración exitosa entre científicos, un aficionado y el público en general que iba dejando sus comentarios en el blog. El resultado de los cálculos puede compararse directamente con las fotos y los videos usando Google Earth. Todos los archivos están disponibles en las páginas web de los astrónomos y de Geens. En particular, Zuluaga y su colega usaron una técnica muy ingeniosa para calcular la trayectoria en base a las observaciones sin necesidad de sincronizarlas (cosa que sería necesaria para triangular las posiciones). Usando una representación de elevación-acimut de cada observación (en las que el tiempo no aparece, sino que permanece oculto como un parámetro), se puede extrapolar hacia atrás en el tiempo para encontrar el radiante: el punto en el cielo donde se cruzan todas las trayectorias observadas, y de donde provino el meteoro. Con esto es suficiente para calcular la órbita del asteroide, que los astrónomos calcularon hacia el pasado teniendo en cuenta la posición de todos los cuerpos principales del sistema solar. Es algo complicado, pero completamente estándar para la astronomía computacional de hoy en día. Esto permitió calcular una órbita “probable”, una elipse que llega hasta más allá de Marte, bien dentro del cinturón principal de asteroides. La órbita calculada identifica al asteroide como un asteroide de tipo Amor4, una de las familias de asteroides cuyas órbitas cruzan la de la Tierra. Completamente distinta de la órbita (conocida previamente) del asteroide 2012 DA14 que hizo su paso cercano –e inofensivo– el mismo día. La familia de Chelyabinsk Es inevitable preguntarse si esto pasa muy seguido. La abundancia de cráteres en muchos cuerpos del sistema solar indica que sí, o al menos que era así en un pasado lejano. Pero, ¿sigue pasando? La caída de rocas espaciales pequeñas es muy frecuente. Las que tienen tamaño de granos de arena son las que vemos como estrellas fugaces, casi todas las noches. Si son más grandes se las ve brillar como meteoros o pequeñas bolas de fuego, que en ocasiones se ven inclusive en pleno día. La cantidad que cae es impresionante: se calculan miles de toneladas por año. Esto incluye desde polvo fino, que no llega a brillar, hasta miles de rocas de un kilo o cientos de rocas de 10 kg. La gran mayoría, por supuesto, caen sin testigos sobre el mar o sobre las extensas regiones despobladas del planeta. Muy rara vez sobrevive a la entrada atmosférica algún fragmentos un poco más grande, que cae a tierra en forma de meteorito. Se calcula que unos 500 meteoritos caen a tierra por año, encontrándose apenas 5 o 6. Excepto los más grandes (de toneladas de peso), los meteoritos llegan al nivel del suelo con velocidad terminal y no con su enorme velocidad cósmica, como ya comentamos, de manera que apenas hacen un pocito, y no un cráter. 4 Amor, Apollo y Atón son tres asteroides cercanos a la Tierra, que les dan nombre a enjambres de miles de otros asteroides con características orbitales similares, llamadas familias. La mayoría de los asteroides no tienen nombre propio, sino una designación (como el ya mencionado 2012 DA14). Pero muchos sí tienen nombres, tomados de la mitología grecorromana, como los planetas y sus satélites. Pero también hay personajes de otros mitos (como el dios egipcio en este caso), lugares, gente famosa, gente común y corriente, personajes literarios… ¿Y rocas más grandes? Sólo una roca de toneladas de peso puede llegar a chocar contra el suelo a una velocidad suficiente como para producir una gran explosión y un cráter como los que vemos en la Luna, en Mercurio o en Marte. En la Tierra, donde la erosión y el movimiento de la corteza van borrando el pasado geológico, hay pocos cráteres impresionantes. Uno de ellos es el famoso cráter Barringer en Arizona, con 1200 metros de diámetro, y 200 de profundidad. Se formó hace 50 mil años con la caída de un asteroide de hierro, que produjo una explosión 10 veces mayor que la de Chelyabinsk. ¿Hay algo más reciente? Un evento a fines del siglo XX terminó por alertar que las grandes colisiones siguen ocurriendo. En 1994 pudimos observar por primera vez una de ellas. El cometa Schoemaker-Levy 9 fue capturado por Júpiter y destrozado en 21 fragmentos que cayeron sucesivamente sobre el planeta gigante. Cada uno de los fragmentos produjo una explosión colosal, cuyas nubes se vieron flotando sobre la atmósfera de Júpiter con el tamaño de nuestra Tierra entera. La colisión del cometa con Júpiter sirvió para poner en evidencia un par de cosas. En primer lugar, que las grandes colisiones ocurren aún hoy en día. Y además destacó el rol de Júpiter como “aspiradora” del sistema solar interior: sin su enorme presencia, las colisiones de cometas y asteroides con los planetas interiores serían mucho más frecuentes. Y aparentemente estos eventos en Júpiter no son tan raros como pensábamos: en años recientes tres asteroides han caído sobre Júpiter, siendo capturados en video por astrónomos aficionados. ¿Y recientemente, pero en la Tierra? Hubo un evento notable y reciente, con escasas consecuencias por el lugar donde ocurrió. La explosión se estima en una energía similar a la que creó el cráter Barringer, diez veces mayor que la de Chelyabinsk. Ocurrió en la región del río Tunguska, un remotísimo rincón de Siberia, el 30 de junio de 1908. La explosión se detectó en estaciones sismográficas de todo el continente, y hasta en estaciones meteorológicas como una fluctuación de la presión atmosférica en Europa occidental. La primera expedición científica llegó al lugar recién en 1927, organizada por un geólogo soviético llamado Kulik. Entrevistó a cientos de testigos, y sus relatos son notablemente parecidos a lo que vimos este año sobre Chelyabinsk. Kulik no encontró un cráter: el objeto probablemente también se desintegró en la atmósfera. Pero lo que vio era igualmente aterrador: en una extensión de 2500 kilómetros cuadrados, 80 millones de árboles estaban calcinados, arrancados de sus raíces y volcados siguiendo un patrón radial, todos apuntando con sus troncos hacia un punto central, el punto donde la onda de choque golpeó como un martillo gigante e incandescente el bosque. Figura 3. El borde del área destruída por el evento de Tunguska de 1908, superpuesto a un mapa de la región de Bariloche. Son 2500 km2, que fueron arrasados por la bola de fuego en segundos. Abarcan desde el cerro Tronador hasta Dina Huapi. (Créditos: Google Earth y G. Abramson) Los fríos números tal vez no permiten formarse una idea cabal de la destrucción. Pero 2500 km2 es 5 veces el tamaño del lago Nahuel Huapi. La Figura 3 muestra el contorno del bosque destruido en el evento de Tunguska superpuesto a la región de Bariloche. ¡Hay que imaginarse una explosión que destruya todos los árboles desde Bariloche hasta el Cerro Tronador, desde el lago Mascardi hasta el Nahuel Huapi, en cuestión de segundos! ¿Habrá acaso más asteroides como el de Tunguska, en el lugar de donde nos cayó encima el de Chelyabinsk? Bueno, sí, hay muchísimos. Los astrónomos han comparado la órbita calculada del asteroide de Chelyabinsk con la base de datos de asteroides conocidos. Y unos cuantos resultan tener órbitas muy parecidas a aquél. Estos asteroides con órbitas parecidas se llaman “familias”, y se conjetura que son el resultado de la fragmentación de un objeto en varios, ya sea por colisiones, o por dispersión de sus partes ya que muchos asteroides no son rocas monolíticas sino pilas de escombros. La familia de Chelyabinsk es una familia muy perturbada (por pasos cercanos a la Tierra, la Luna, Venus, Marte y Ceres) así que no va a durar mucho como tal. Se calcula que no tendría más de 40 mil años de antigüedad. La integran dos asteroides grandes y muchos chicos. A lo largo del año 2013 sucesivos cálculos han encontrado valores de los parámetros orbitales ligeramente diferentes a los de Zuluaga para el asteroide de Chelyabinsk, y tal vez nunca tengamos certeza tanto sobre su órbita como sobre su familia5. 5 Los cálculos más recientes, publicados en la revista Nature en enero de 2014, identifican una órbita prácticamente idéntica a la del asteroide de 2 km designado 1999 NC43. (Borovicka y otros, Nature, 2014.) Figura 4. El sistema solar interior, con las órbitas de Mercurio, Venus, la Tierra y Marte (más brillantes), y la de varias decenas de asteroides cercanos a la tierra (más oscuras). Todos estos asteroides podrían ser miembros de una famila, con un progenitor común. La escena corresponde a mayo de 2012, y el asteroide de Chelyabinsk (señalado CHE) se encamina a su inexorable colisión con la Tierra. (Créditos: Celestia y G. Abramson) En todo caso, cualquiera de ellos puede caer a la Tierra. Y cualquiera de la familia del Tunguska. Y cualquiera de la familia del que casi destruye Vladivostok en 1947, o del que cayó en Santiago del Estero el 21 de abril de 2013, o del que escucharon explotar sobre sus cabezas los santafesinos el (nublado) 18 de febrero de 2014… Entre los años 2000 y 2013, 26 grandes explosiones de más de 1 kilotón fueron identificadas por la red de infrasonido del CTBTO6. Ninguna de ellas fue una explosión nuclear. Fueron 26 asteroides en 14 años, que cayeron a la Tierra. Cualquiera de ellos podría haber destruido una ciudad. Aquí están, estos son ¿Qué podemos hacer? Para empezar, tenemos que encontrarlos. Los asteroides son cuerpos pequeños del sistema solar, en órbita alrededor del Sol. Forman un enjambre increíblemente numeroso. Al día de hoy se conocen más de medio millón de asteroides. Pero estamos muy lejos de conocerlos todos. El primero de los asteroides cercanos a la Tierra en ser descubierto fue Eros, casi al final del siglo XIX. Durante la primera mitad del siglo XX se descubrió un puñado más, y su número empezó a trepar recién hacia el último tercio del siglo, con los avances en 6 Fundación B612, 22 de abril de 2014. Una de ellas es la de Santiago del Estero, que fue filmada desde Salta durante un recital de Los Tekis. electrónica que cambiaron dramáticamente tanto los sistemas de detección como de funcionamiento de los telescopios. Y a fines del siglo XX, motivados en buena medida por la caída del cometa en Júpiter, varios programas internacionales comenzaron a dedicarse, ya sea por completo o en parte, a la detección específica de los asteroides que pasan cerca de la Tierra7. El primer éxito de estos programas ocurrió en 2008, cuando se descubrió un pequeño asteroide apenas 20 horas antes de su colisión con la Tierra. Rápidamente se calculó el lugar y momento de la caída, que resultó muy exacto, y el asteroide explotó sobre el desierto de Sudán tal como se lo predijo. Afortunadamente era una roca de pocos metros de diámetro, que sólo produjo una hermosa estela y algunos cientos de meteoritos para los coleccionistas. Hoy se conocen diez mil asteroides cercanos a la Tierra, pero todavía no es suficiente. Estamos aún muy lejos de tener un catálogo siquiera aproximadamente completo de asteroides peligrosos. Pero tenemos la tecnología para hacerlo, y no se trata de programas demasiado caros, así que no hay ninguna justificación para no hacerlo. Inclusive una ONG, la Fundación B612, está recaudando fondos y diseñando un programa espacial de este tipo, que estará listo en pocos años. Será un telescopio espacial, infrarrojo y de medio metro de apertura, orbitando el Sol más o menos como Venus, para poder observar toda una región que desde la Tierra es muy difícil de ver. El hecho de que sea espacial e infrarrojo es crucial. Los pequeños asteroides son muy oscuros, y brillan más en radiación infrarroja que en luz visible. Y nuestra atmósfera absorbe casi todo el infrarrojo, de manera que lo ideal es un telescopio espacial infrarrojo. Figura 5. El catálogo de asteroides cercanos a la Tierra está prácticamente completo para objetos de más de un kilómetro de diámetro, donde las curvas de objetos conocidos y estimados coinciden. Pero para objetos más pequeños la cantidad conocida es aún muy pequeña. Notar la escala vertical: para el tamaño correspondiente al de Chelyabinsk (señalado CHE), se conocen unos 200, ¡mientras que se estima su población en varios millones! (Créditos: NEOShield y G. Abramson) 7 Son los programas Spacewatch (1984-), Catalina y LINEAR (2004-) y PanSTARRS (Hawaii 2008-), entre otros. Mientras tanto, el telescopio espacial infrarrojo WISE ya está en el espacio. Habiendo terminado su misión astronómica en 2011 al terminarse su refrigerante estaba apagado e hibernando, pero perfectamente operante. Tras el evento de Chelyabinsk fue resucitado en septiembre de 2013 para buscar asteroides peligrosos. ¡A correr, que chocan los planetas! Y una vez que los conozcamos, si identificamos un asteoide que se encuentre en curso de colisión con la Tierra, ¿qué hacemos? Lo que haya que hacer dependerá del tamaño del objeto y del tiempo de preaviso disponible. Y las acciones posibles van desde la defensa civil (es decir, evacuación y refugio) hasta tratar de desviarlo. No es fácil, pero es perfectamente posible. Es un problema de ingeniería enteramente al alcance de la tecnología actual. Bastaría modificar la velocidad del asteroide mínimamente para evitar el choque. La nueva órbita sería prácticamente idéntica a la anterior, pero al cruzar la órbita de la Tierra nuestro planeta no estaría allí. Claramente, cuanto antes se haga, mejor: el cambio de velocidad debería ser menor, y mucho más fácil y económico de lograr. La estrategia más sencilla para desviar mínimamente un asteroide sería simplemente golpearlo con un objeto muy masivo y moviéndose muy rápidamente. Esto ya lo hizo el robot Deep Impact en el año 2005, disparando un misil cinético contra el núcleo del cometa periódico Tempel 1. No con el objetivo de desviarlo sino más bien de demostración de la posibilidad de hacerlo (y de paso analizar la composición material interna del núcleo, expulsado tras la colisión). Una estrategia alternativa sería golpearlo, no ya con una nave espacial, sino con una explosión. Una explosión nuclear cercana al asteroide podría transmitirle un empuje considerable sin romperlo (que es el peligro de una explosión en el asteroide). Adicionalmente, la vaporización de parte de la roca lo convertiría en una especie de cohete, ayudando al cambio de dirección. Finalmente, una sonda suficientemente masiva, estacionada en órbita del asteroide y encendiendo un cohete de poco empuje (un motor iónico como los que usan actualmente muchas sondas de exploración interplanetaria) podría funcionar como un tractor gravitacional para objetos no muy grandes. Todas estas estrategias están actualmente en distintas etapas de desarrollo, y realmente todavía no se conocen a ciencia cierta todos sus méritos y sus deficiencias. Eventualmente serán ensayadas, así como otras que seguramente irán surgiendo. Y muy posiblemente todas ellas puedan servir hasta cierto punto, dependiendo del tamaño del asteroide y del tiempo de que se disponga para desviarlo. No es lo mismo contar con 2 años para construir y lanzar, que con 100 años para planificar todo y llevarlo a cabo. Como parte de la exploración del sistema solar, pero con un interés disparado ciertamente por la conciencia del peligro que representan los asteroides cercanos a la Tierra, existen actualmente planes de visitar un asteroide suficientemente pequeño, que podría ser simplemente ser capturado y movido, trayéndolo a una órbita lunar o terrestre segura. Allí podría ser explorado tanto por su valor científico como por su interés como objeto de ingeniería. Existen planes para hacer esto de manera controlada durante la próxima década, y es muy probable que se lleve a cabo sin mayores demoras. Existen planes similares, y compañías que están desarrollando los conceptos e interesando a inversionistas, para explotar estos asteroides cercanos a la Tierra por su valor mineral. Parece de ciencia ficción, pero es algo perfectamente al alcance de la ingeniería actual. Económicamente sería enormemente rentable, y por otro lado, en un mundo con recursos naturales cada vez más escasos, y donde es cada vez más importante el cuidado del medio ambiente, llevarse la minería a los asteroides no parece disparatado. Quiero terminar con unas palabras de tranquilidad: nadie debería perder el sueño por el riesgo de que le caiga un asteroide encima. Son eventos extremadamente improbables. Pero, por otro lado, el riesgo es real, y las consecuencias pueden ser devastadoras. De todos los desastres naturales, éste es el único que podemos predecir con certeza y prevenir por completo. No podemos predecir un terremoto, no podemos apagar un volcán, no podemos desviar un huracán, no podemos evitar una sequía. Pero podemos encontrar y desviar un asteroide peligroso con la tecnología actual. Hoy, por primera vez en la Historia, estamos en condiciones de encontrarlos a ellos antes de que ellos nos encuentren a nosotros. No hay duda de que vale la pena hacerlo.