superyo | testimonio Relato de vida / Alfredo Briceño “Seguí adelante con una sola pierna” A los 10 años le diagnosticaron un cáncer en la extremidad inferior derecha. Después de 11 operaciones, en 2006 tomó la decisión de amputarse la pierna. Hoy, a los 27 años, trabaja como asesor financiero: el crecimiento personal ha sido su meta Javier Graterol García | Fotografía Roberto mata Un dolor muy fuerte invadió mi pierna derecha. Había participado en una competencia de kárate y, como recibí muchos golpes, pensé que podía estar relacionado con el entrenamiento. Tenía 10 años y era un niño muy activo: corría, manejaba bicicleta y jugaba fútbol. Empecé a cojear. Me hicieron una radiografía y el traumatólogo recomendó que me ingresaran en quirófano para hacerme una biopsia inmediatamente. Al día siguiente nos dieron los resultados: tenía en la tibia un tumor óseo maligno. Hubo mucha incertidumbre en mi familia. Yo era un niño, no estaba muy claro de lo que me estaba pasando y no sentía tanto miedo. Confiaba en que podía salir adelante. El primer médico que me evaluó dijo que era mejor amputarme la pierna para evitar que el tumor avanzara. Para mis padres fue un golpe duro. Entonces, me llevaron a otro especialista, quien me indicó quimioterapia y dijo que tendrían que operarme varias veces. En ese momento caí en cuenta de que estaba enfermo. Lloré. Ese mismo año, 1994, comenzaron las sesiones de quimioterapia. Terminaron en 1996. Se me cayó el cabello, tenía las defensas bajas y comencé a ir a clases con tapaboca. El apoyo de mi familia y mis amigos fue muy importante para salir de la realidad que estaba viviendo internamente. La enfermedad me limitó mucho: no pude practicar más el kárate e, incluso, pasé un año sin ir al colegio. Tuve que volver a cursar cuarto grado. 74+SALUD Durante el tratamiento me colocaron un aparato en la pierna que separaba un milímetro por día la rodilla de la tibia para que el tumor se desplazara y la quimioterapia pudiera actuar mejor. El dolor era insoportable. Estuve ocho meses en silla de ruedas. Cuando me quitaron el aparato, me pusieron un injerto de hueso para sustituir el área afectada. Comencé a caminar con muletas. Mi recuperación fue tan buena que mi caso fue presentado en congresos internacionales. El día que cumplí 13 años dejé las muletas por indicación médica y comencé a caminar por mí mismo. Ya el cáncer estaba en remisión y me estaba saliendo otra vez el cabello. Creía que todo se había solucionado. Estando de vacaciones en Higuerote me caí en una piscina. Me dolió la pierna. Una radiografía reveló que se me había formado un hematoma calcificado (coágulo endurecido adherido al hueso) y me indicaron una biopsia. No tuve tiempo de prepararme para lo que venía: encontraron otra vez células malignas. Tenía mucha rabia, estaba malhumorado, impotente, me peleaba con todo el mundo y no quería saber de nadie. Sentía que el mundo se me estaba derrumbando. Ya era un adolescente de 14 años. Inicié un nuevo tratamiento de quimioterapia que duró siete meses. El cáncer desapareció completamente, pero tenían que ponerme una prótesis para sustituir la parte dañada de la tibia. Volví a las muletas. Tres de los puntos de sutura nunca sanaron porque mi cuerpo rechazó la prótesis. testimonio | superyo Decidí la amputación: era la mejor forma de eliminar definitivamente el dolor. Tenía 22 años” 75+SALUD superyo | testimonio Uno de los médicos me dijo que debía ‘despedirme’ de mi pierna como si fuera una persona a punto de morir, que debía asimilar que ya no iba a estar” Me drenaron la herida e hicieron una cura quirúrgica, pero no funcionó. Tuvieron que cambiarme la prótesis por una sin flexión para evitar que el movimiento del músculo me hiciera más daño, y tuve que hacerme curas –dos veces al día– durante 6 años, porque la herida supuraba mucho. A pesar de mi problema permanente en la pierna, trataba de llevar una vida normal. Incluso salía con mis amigos e iba a la playa, aunque no podía bañarme en el mar. Continué con mis estudios y me gradué de bachiller en 2005, cinco meses después de que mi papá muriera de un paro cardíaco. La pierna nunca me detuvo, pero llegó a ser una carga, tenía que asistirla todo el tiempo. ¿Dolor? Sí, todos los días. A veces era muy fuerte y tenía que tomar analgésicos mañana y tarde. Había perdido la conexión con Dios, porque en medio de tanta frustración uno se aleja. Participé en un grupo de meditación que me hizo entender que yo mismo tenía que enfrentar lo que me estaba pasando. Nadie era culpable. Ese camino me obligó a crecer y a madurar de golpe. Un día, un amigo me llamó para contarme que había visto un documental sobre personas amputadas que usaban prótesis. Al principio me molesté, había luchado durante tanto tiempo que considerar una amputación me parecía una cobardía. Pero comencé a investigar. No le comenté a nadie porque no quería que un tercero afectara mi decisión. Fue un proceso largo que me tomó varios meses. Decidí la amputación: era la forma de eliminar definitivamente el dolor. Tenía 22 años, había pasado por 11 operaciones y quería terminar con ese problema. Hablé con mi médico de cabecera y me dijo que la opción era viable. Me apoyó pese a que él había salvado esa pierna del cáncer. Se lo dije a mi mamá y a mi hermana. Luego consulté con otros dos médicos. Uno de ellos me dijo que debía ‘despedirme’ de mi pierna como si fuera una persona a punto de morir, que debía asimilar que ya no iba a estar. Llegó el día: 20 de junio de 2006. Tenía miedo, incluso llegué a pensar que podía morir durante la operación. También temía mi reacción cuando me viera sin la pierna. No iba a ser fácil. Cuando me desperté, levanté la sábana y vi que ya no estaba, pero me sentí tranquilo porque el dolor que me hizo pasar tantas angustias tampoco iba a estar. Al principio me preocupé porque debía aprender a caminar otra vez, pero me adapté muy rápido a la prótesis: era más cómoda porque no tenía que asistirla todos los días como a mi pierna. Pude volver a hacer cosas sencillas como colocarme de lado en la cama y bañarme en la playa. También comencé a estudiar Comercio Internacional y a trabajar en un banco. Acabo de cumplir 27 años, soy asesor financiero y tengo una cartera de clientes bastante amplia, eso me permite ayudar económicamente a mi familia. Llevo una vida social muy activa, practico ping-pong regularmente y estoy aprendiendo a jugar golf. Uno puede crecer como persona incluso si su cuerpo no está completo: es importante desarrollar el espíritu para ser grande. Yo seguí adelante con una sola pierna, eso no puede ser un impedimento”. • 76+SALUD