Texto 3. La virtud y la felicidad del sabio. “Pienso que estarás de acuerdo conmigo en que los bienes externos los adquirimos para el cuerpo, que el cuerpo lo cuidamos en obsequio del alma, que en el alma hay partes subalternas por medio de las cuales nos movemos y alimentamos, y que éstas nos han sido otorgadas por causa del componente principal. Este componente principal contiene un elemento irracional y otro racional, aquél se subordina a éste, que es el único en no someterse a otro, sino que todo lo somete a sí. Porque también la razón divina dirige todas las cosas, sin estar ella sometida a ninguna, y nuestra razón humana tiene la misma entidad puesto que procede de aquella. Si estamos de acuerdo en este punto, es lógico que lo estemos también en admitir que la felicidad no consiste sino en tener una razón perfecta. Ella, en efecto, es la única que no doblega el ánimo, que se enfrenta a la fortuna; en cualquier situación se mantiene segura de sí misma. El bien único es, por tanto, aquel que jamás sufre menoscabo. Es feliz, lo mantengo, aquel a quien nada empequeñece; ocupa la cúspide, sin apoyarse en nadie que no sea él mismo, pues quien se sostiene con ayuda ajena puede caerse. De otra manera comenzará a tener gran peso en nosotros lo que nos es ajeno. ¿Quién, en efecto, va a querer cimentarse en la fortuna? ¿O qué hombre, que sea prudente, se maravilla por los bienes ajenos? ¿En qué consiste la felicidad? En el sosiego y la tranquilidad perennes. Las otorgará la grandeza de alma, las otorgará la constancia porfiada en seguir el recto juicio. Tales virtudes, ¿en qué condiciones se alcanzan? Siempre que hayamos captado plenamente la verdad, siempre que hayamos observado en nuestra conducta el orden, la mesura, el decoro, con una voluntad inasequible al mal y benevolente, en consonancia con la razón y sin separarse jamás de ella, digna a la vez de ser amada y admirada. En suma, para indicarte brevemente la norma, el espíritu del sabio debe ser tal cual corresponde a un dios. ¿Qué puede desear aquel que está en posesión de todo lo honesto? Porque si las cosas que no son honestas pueden contribuir en algo al estado de felicidad, la vida feliz se hallará en esas cosas sin las cuales no puede darse. Y ¿qué hay más torpe y necio que modelar el bien del alma racional con elementos irracionales?”. SÉNECA, Epístolas morales a Lucilio, epístola 92, Biblioteca Clásica Gredos, 129. Madrid, 1989, p.143.